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Viajes
interestelares y
poshumanos
MARTIN REES
Imagen de apertura:
Las galaxias Antennae, situadas a
alrededor de 62 millones de años luz de
la Tierra, deben su nombre a los largos
brazos en forma de antenas que se
aprecian en los planos generales
Martin Rees
Institute of Astronomy, Cambridge, Reino Unido
INTRODUCCIÓN
UN SIGLO ESPECIAL
Llevamos casi cincuenta años tomando fotografías de la Tierra desde el espacio. En ellas se
ve cómo su frágil biosfera contrasta con el estéril paisaje lunar que pisaron los astronautas.
Estas fotos se han vuelto icónicas, sobre todo para los ecologistas. Pero supongamos que unos
alienígenas llevaran observando la Tierra desde que existe: ¿qué habrían visto?
Durante casi toda esa inmensidad temporal de 4.500 millones de años, el aspecto de la
Tierra habría ido cambiando de forma muy gradual. Los continentes se desplazaron; la capa de
hielo creció y menguó; aparecieron, evolucionaron y se extinguieron sucesivas especies. Pero
durante una mínima fracción de la historia de la Tierra —una millonésima parte, los últimos
pocos miles de años—, las pautas de vegetación se alteraron a mucha mayor velocidad. Esto
señaló el comienzo de la agricultura. El ritmo de los cambios se aceleraba a medida que crecían
los asentamientos humanos. La «huella» de la humanidad se hizo mayor porque nuestra
especie empezó a exigir más recursos, y también por el aumento demográfico.
En un lapso de cincuenta años —poco más de la centésima parte de una millonésima de
la edad de la Tierra—, el dióxido de carbono en la atmósfera se ha incrementado de un modo
anormalmente rápido. Y ha ocurrido algo más que tampoco tenía precedentes: los vehículos
espaciales lanzados desde la superficie del planeta han abandonado por completo la biosfera.
Algunos han sido enviados para orbitar alrededor de la Tierra, otros han viajado hasta la Luna
y los planetas.
Si supieran de astrofísica, los extraterrestres predecirían, sin miedo a equivocarse, que
la biosfera desaparecerá dentro de unos miles de millones de años, cuando el Sol se extinga
y muera. ¿Pero podrían haber previsto esta «fiebre» repentina en el ecuador de la vida de la
Tierra, estas alteraciones provocadas por los humanos con una duración total inferior a una
millonésima parte del tiempo que la Tierra lleva existiendo y que aparentemente se están
produciendo a una velocidad vertiginosa?
Si los extraterrestes siguieran observando, ¿qué presenciarían en los próximos cien años?
¿Una convulsión seguida de silencio? ¿Una transición del planeta a la sostenibilidad?
TECNOLOGÍAS CLAVE
Pocos dudan de que las máquinas poco a poco irán superando cada
vez más nuestras habilidades distintivamente humanas, o que las
perfeccionarán mediante la tecnología cíborg. Las discrepancias se
centran básicamente en la escala temporal, es decir, en la velocidad de
progreso, no en su dirección. Algunos creen que habrá una «eclosión
de inteligencia» durante este siglo. Los más cautos opinamos que
estas transformaciones pueden demorarse siglos.
Pero varios siglos son un instante comparados con la escala
temporal de la selección darwiniana que condujo al nacimiento de
la humanidad. Y, lo que es más importante, supone menos de una
millonésima parte del tiempo que tenemos por delante. Así pues,
creo que se trata de un futuro a largo plazo.
Existen límites químicos y metabólicos en cuanto al tamaño
y el poder de procesamiento del hardware de nuestro cerebro
orgánico. Es posible que los humanos estemos ya cerca de alcanzar
nuestros límites. En cambio, los ordenadores electrónicos carecen
de dichas limitaciones (y los ordenadores cuánticos quizá aún
Esta inteligencia poshumana seguramente se extenderá mucho más allá de la Tierra. Por
eso, ahora hablaré de las perspectivas de la tecnología espacial. Este es un terreno en el
que, a pesar de los vuelos espaciales humanos, los robots ya son protagonistas.
En los dos últimos años hemos visto la nave espacial Rosetta de la ESA (Agencia
Espacial Europea) depositar un robot en la superficie de un cometa. Y la sonda New
Horizons de la NASA nos ha enviado espectaculares imágenes de Plutón, que está diez mil
veces más lejos que la Luna. Estos dos instrumentos fueron diseñados y construidos hace
quince años, se necesitaron cinco años para su construcción y diez para que llegaran a sus
remotos destinos. Imaginen cómo podríamos mejorar esto hoy en día.
Voy a aventurar la previsión de que, a lo largo de este siglo, flotillas de pequeñas naves
robóticas explorarán y cartografiarán la totalidad del sistema solar (planetas, lunas y asteroides).
El paso siguiente será la minería y fabricación en el espacio. (Y fabricar en el espacio es hacer
un uso eficaz de los materiales extraídos de los asteroides en lugar de traerlos de vuelta a la
Tierra.) Todo objeto hecho por el hombre que hay ahora mismo en el espacio ha tenido que ser
enviado desde la Tierra. Pero, a medida que avance el siglo, gigantescas fábricas robóticas serán
capaces de instalar enormes placas solares y desmesuradas redes informáticas en el espacio.
Los sucesores del telescopio Hubble, con enormes y delgadísimos espejos ensamblados en
condiciones de gravedad cero, ampliarán aún más nuestra visión de las estrellas, las galaxias y
la inmensidad del cosmos.
¿Pero qué papel desempeñarán los humanos? No se puede negar que el robot
Curiosity de la NASA, que ahora avanza a trompicones entre los cráteres marcianos, podría
detectar descubrimientos sorprendentes que quizá no pasarían desapercibidos para un
geólogo humano. Pero las técnicas robóticas avanzan deprisa, lo que permite construir sondas
no tripuladas cada vez más sofisticadas, mientras que la diferencia de costes entre misiones
tripuladas y no tripuladas sigue siendo inmensa. La necesidad práctica de que los vuelos
espaciales sean tripulados disminuye a medida que avanzan la robótica y la miniaturización
Puede haber organismos simples en Marte, o tal vez fósiles congelados de criaturas
que vivieron en el planeta en una fase temprana de este. Y, por supuesto, podría haber también
vida flotando en los océanos cubiertos de hielo de Europa, el satélite de Júpiter, o en la luna
Encélado de Saturno. Pero pocos apostarían por ello y desde luego nadie espera que exista
una biosfera compleja en tales lugares. Por eso tenemos que mirar hacia estrellas más lejanas,
fuera del alcance de las sondas que ahora mismo somos capaces de construir. Y aquí las
perspectivas son mucho más halagüeñas: hemos sabido que hay, dentro de nuestra Vía Láctea,
millones, incluso miles de millones de planetas que recuerdan a la Tierra en su juventud.
En los últimos veinte años, sobre todo en los cinco últimos, el cielo nocturno se ha
vuelto mucho más interesante y tentador para los exploradores. Los astrónomos han
descubierto que muchas estrellas, tal vez incluso la mayoría, están orbitadas por planetas,
Esperamos que otros instrumentos, como el radiotelescopio de Arecibo (la enorme antena
construida en el suelo de Puerto Rico), se unan a la misión. Estos telescopios se utilizarán para
buscar transmisiones de radio no naturales procedentes de estrellas cercanas y lejanas, desde el
plano de la Vía Láctea, desde el centro galáctico y desde las galaxias cercanas. Buscarán emisiones
en banda estrecha que no puedan proceder de ninguna fuente natural cósmica. Buscarán en
una amplia frecuencia, de 100 MHz a 50 GHz, usando avanzados equipos de procesamiento de
señales desarrollados por un equipo con sede en la Universidad de California, Berkeley.
Este proyecto se basa en una tradición de búsqueda radioastronómica de inteligencia
artificial que data de hace cincuenta años. Aunque podría haber indicios en otros anchos de
banda, desde luego. Por ejemplo, los impulsos láser serían un buen medio para comunicarse
a distancias interestelares. Y los láseres más potentes ofrecen una técnica avanzada capaz
de incrementar la velocidad de las naves espaciales. Y además se verían mejor. Pero en el
proyecto Breakthrough Listen se usarán también telescopios ópticos.
Las iniciativas de búsqueda de inteligencia artificial buscan transmisiones
electromagnéticas, en cualquier banda, que sean manifiestamente artificiales. Pero, aunque
la búsqueda tuviera éxito (y muy pocos de nosotros apostaría por más del 1 % de probabilidades
de que esto ocurra), en mi opinión seguiría siendo muy difícil que la «señal» contuviera un
mensaje decodificable y dirigido expresamente a nosotros. Lo más probable es que se tratara
de un subproducto (o incluso un fallo de funcionamiento) de alguna máquina supercompleja
que sobrepase con mucho nuestra comprensión y cuyo origen podría remontarse hasta seres
orgánicos extraterrestres. (Estos seres podrían seguir existiendo en sus planetas de origen o
podrían haberse extinguido mucho tiempo atrás.)
La única inteligencia cuyos mensajes podríamos decodificar sería la de una (tal vez pequeña)
subcategoría que utilizara tecnología compatible con la nuestra. Incluso si las señales fueran
intencionadas, podríamos no reconocerlas como artificiales al no saber decodificarlas. Un
técnico de radio familiarizado solo con amplitud-modulación podría tener serias dificultades
a la hora de decodificar las comunicaciones inalámbricas actuales. De hecho, las técnicas de
compresión convierten las señales en algo muy parecido al ruido: en la medida en que una señal
Sabemos muy bien que nuestro conocimiento del espacio y del tiempo es incompleto. La
relatividad de Einstein y los principios cuánticos son los dos pilares de la física del siglo xx,
pero formular una teoría que las unifique es una tarea pendiente para los físicos del siglo
xxi. Las ideas actuales sugieren que hay misterios incluso en la entidad aparentemente
más simple, el «mero» espacio vacío. El espacio puede tener una estructura compleja, pero
a una escala de un billón de billones de veces más pequeña que un átomo. Según la teoría
de cuerdas, cada «punto» de nuestro espacio ordinario, observado a esta escala amplificada,
parecería un origami muy apretado con algunas dimensiones añadidas. Esta teoría quizá
explique por qué el espacio vacío puede ejercer el «impulso» que acelera la expansión cósmica,
y si ese «impulso» continuará o puede ser revertido. También nos permitirá reconstruir el
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