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Masculinidades

Histéricos y fóbicos
ciendo semblante de tener el falo, por la vía de la impostura.
Escribe Tal asunción tiene como precio soportar la voz del superyó,
Santiago Thompson que se edifica a partir de lo no asimilado del padre al ideal.
Si en la versión fóbica la función del padre –que sin embar-
santiagothompson@gmail.com
go puede perfectamente ser amado– queda degradada, aquí
ordena la posición masculina, y a su vez deja un resto no asi-

L
milable por la vía de lo simbólico que es el superyó, el cual
a queja femenina respecto de los varones toma popular-
emerge a nivel de la voz. El ideal, por su lado, deviene la mi-
mente los términos “histéricos” y “fóbicos” como mascarón rada omnipresente que escruta todos los actos del sujeto.
de proa. En mi libro El obsesivo y la mujer (2017) expon- - La modalidad fóbica, en la que el sujeto no asumirá su mas-
go por qué la desorientación masculina contemporánea debe culinidad haciendo semblante de tener el falo, sino que hará
–en muchas de sus manifestaciones– ser debitada a una nue- en cambio –al modo femenino– semblante de ser el falo, el
va modalidad de presentación de la neurosis obsesiva. Cabe, falo que completaría a la madre. La función del superyó es
sin embargo, especificar de qué hablamos cuando hablamos de relevada por el ideal del yo materno. Si en el Edipo “normal”
fobia o histeria del lado del varón. Me dedicaré en este traba- la función paterna le da los títulos al varón, en este tipo clíni-
jo a delinear lo característico de estas modalidades de presen- co la madre es la que impone el lugar del ideal. Juanito, en-
tación masculina. Modalidades que en nuestro siglo emergen tonces, “se instala en la existencia porque tiene alguna idea
con frecuencia, y nos llevan a romper el molde con el que ope- de su ideal, porque él es el ideal de la madre, a saber un sus-
ramos de modo –por momentos– automático: para el varón la tituto del falo” (Lacan 1957-58, 419).
obsesión, para la mujer la histeria.
Se supone con frecuencia que, mientras el obsesivo avanza –
Popstars. La fobia es –luego de la neurosis obsesiva– uno de sobrellevando sus limitaciones– hacia el encuentro con una mu-
los tipos clínicos más estudiados en la comunidad analítica del jer, el fóbico evita de modo más directo el encuentro. Propongo,
lado del varón, en función del lugar privilegiado que ocupa del en cambio, que es el obsesivo quien evita el encuentro con una
caso “Juanito”. Lacan sitúa su posición sexuada como una po- mujer –tan pronto el encuentro es posible– mientras que el fó-
sición pasiva. El fóbico varón no padece el afán de la conquis- bico padece de un camino difícil para el encuentro, pero no lo
ta, sino que se pone a la espera de la iniciativa femenina. Jua- evita. Si “el aguante” es la impostura obsesiva, que decanta en
nito “se sitúa en determinada posición pasivizada, y cualquie- una comunidad de varones, el fóbico –apartado de la manada
ra que sea la legalidad heterosexual de su objeto, no podemos masculina– juga más bien con la figura moderna del popstar que
considerar que agote la legitimidad de su posición”. Remite tal hace caer a las fans en sus redes. La preocupación por desarro-
posición a un semblante masculino que ya asomaba a fines de llar algún talento desde el cual ofrecerse al deseo de las muje-
los ’50: “esa gente encantadora que esperan que las iniciativas res es una constante verificable en los fóbicos contemporáneos.
vengan del otro lado –esperan, por decirlo todo, que les qui-
ten los pantalones” (Lacan 1957-58, 418). Tomemos como referente clínico un varón de 30 años que
Mientras el obsesivo procura sostener la impronta de con- se dedica a la gimnasia artística –ámbito que le sirve de esce-
quistador, de “ir al frente” –aun cuando a la hora de la verdad nario para exponerse ante las mujeres–. Renuncia a toda con-
termine retrocediendo de alguna forma sintomática– el fóbico quista activa y solo accede a las mujeres que están en lo que
renuncia abiertamente a tal semblante. Lacan explica tal posi- denomina su “área de influencia”. No puede dejar a ninguna,
ción a partir de una identificación al falo materno, al que el su- ya que una vez que consigue ser el “niño mimado” ese lugar
jeto supone dominar. El varón fóbico no se identifica a la figura es irrenunciable. Las rupturas se producen eventualmente ha-
del varón viril, no se propone por la vía de la impostura, como ciéndose dejar. Toda maniobra femenina en el sentido de “ha-
teniendo el falo, y –por lo tanto– temiendo perderlo sino que cerle falta” genera un efecto de enojo y desinterés, en cuan-
se ofrece como siendo el falo que completaría a la partenaire. to lo saca de su lugar de “ser el falo” de la otra. Por el contra-
Juanito “no tiene que perder su pene, porque de todas formas rio, una novia celosa y cargosa –pero que vive pendiente de
no lo adquiere en ningún momento […] No hay ninguna fase él– sobrevive a una larga serie de peleas. Todo es soportable
de simbolización del pene. De alguna forma, el pene se queda para él mientras sea el centro de la relación. Las posiciones de
al margen, desengranado, como algo que sólo ha sido vilipen- amante y conquistador le son absolutamente ajenas. Tampo-
diado, reprobado por la madre”. Lo que únicamente le permi- co tiene un grupo de amigos varones. Al respecto, me comen-
te integrar su masculinidad por medio de la identificación con ta —No me gusta el fútbol y no me interesa hablar de mujeres
el falo materno, la que supone un orden muy distinto que “esa ¿qué haría ahí? Sus amistades masculinas son escasas y se li-
función sin duda perturbadora, pero también equilibradora, mitan a encuentros uno a uno. Se aparta de toda competencia
que es el superyó” (Lacan 1957-58, 419). Mientras el superyó por una mujer: —si ya dudás entre otro y yo no me sirve: que-
del obsesivo se produce como la interiorización del padre míti- rés o no querés. Una chica se ofrece –el día de su cumpleaños–
co de la horda –el almenosuno no tocado por la castración– en como “regalo”. Acepta el obsequio y la recibe en su casa. Des-
el fóbico lo que prima es la función del ideal del yo. cribe así sus encuentros iniciales con una mujer: —Lo que me
gusta es hacerme el amigo, hasta que no puedan más, se calien-
Distingo, entonces, dos formas clínicas de la masculinidad: ten y se me tiren encima... me hago el desentendido ¿qué pasó,
- La presentación obsesiva, que asumirá su masculinidad ha- no éramos amigos? Ahí me las cojo, están super entregadas. Toda

18 | Imago Agenda | N° 202 | Mayo / Julio 2017


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mujer que no se subsuma a tales condiciones, queda descarta- carada que usa de señuelo frente a las mujeres. Pero, ¿qué
da: está fuera de su área de influencia. son ellas para él?”

El mejor amigo de la mujer. ¿Qué es lo característico de la El histérico no está rodeado de muchas mujeres en tanto que
histeria masculina? Podemos atribuir como rasgo común a los seres deseables, solamente tiene muchas amigas con las que se
histéricos, hombres o mujeres, la suposición de la mujer como vincula de modo individual. La relación de amistad con las mu-
sujeto supuesto saber (cf. Bruno 1986, 110). Me parece una jeres parece ser entonces un rasgo preeminente en el histéri-
cuestión central para entender de qué se trata la histeria mas- co. Incluso en el histérico heterosexual. En la viñeta, la analis-
culina: este varón tampoco tiende a participar de la comuni- ta evidencia como su personaje –el ser “payaso”– le sirve al pa-
dad de varones, “la barra”, sino que encuentra a su partenai- ciente para acercarse a las mujeres, pero apartándose de cual-
re en una mujer, pero a nivel del saber. Mientras el fóbico las quier connotación erótica. La analista añade que en el campo
desea secretamente, el histérico las escucha. Tal es la presen- sexual el paciente no parece ser “un hombre de recursos” sino
tación preeminente en un caso clínico, cuyo testimonio debe- más bien escamotear lo que de sexual pueda tener el encuen-
mos a Laura Rivera. Relata la analista: tro con una mujer” (Rivera 2007).
En el plano erótico, el varón histérico no es alguien que jue-
“Su seducción hacia las mujeres es particular: a él le gustaría gue a sostener el deseo de la mujer como insatisfecho sino que,
estar con todas, pero –aclara– “no acostado, sino amistad”. Se más bien, padece el no saber cómo sostener el encuentro con
describe como muy cariñoso con todas (y todos también, ju- una mujer. En otro caso publicado, los autores observan que el
gando con la ambigüedad), actitud que, según S., confunde paciente “refiere no saber cómo abordar a las mujeres; en con-
a las mujeres. Él busca otra cosa: “Me gusta cuando me tie- trapunto, tampoco sabe cómo ingresar al círculo de muchachos
nen como al nene mimado”. Le digo que parece que buscara de su edad que –según él– representan la clase de los que sí sa-
mamás (de hecho, a veces las llamaba así). […] ben, sintiéndose por ello excluido de la misma” (Tudanca; Vi-
Retoma el tema de la seducción y se nombra de una mane- tale 1993, 247). Por un lado, entonces, no saber dónde ubicar-
ra particular: “soy un payaso”. Forma que toma su ser en re- se respecto de una mujer (mientras que el fóbico sabe hacerse
lación a un saber-hacer […] con las mujeres […]. Implica desear y el obsesivo se aferra al semblante masculino, jugan-
ser simpático, agradable, saber tratarlas. Es una “forma de do el rol de aquel que va la caza). Por otra parte, es manifiesto
venderme”. Le encanta que luego comenten lo lindo y sim- el sentimiento de exclusión de la clase de los hombres. Mien-
pático que él es, según cuenta. El “payaso”, que nunca des- tras que los obsesivos “hacen manada”, y el fóbico toma una
pertó ninguna asociación por parte de S., parece ser la mas- posición más bien narcisista, el histérico manifiestamente que-
da descolocado respecto del semblante masculino. Los auto-
res de la presentación clínica resaltan que esta exclusión res-
pecto del conjunto de los varones “está mediatizada por no
poder hacer uso de los emblemas que lo incluirían en dicha
clase y acreditarían su pertenencia a la misma” (Tudanca; Vi-
tale 1993, 249). Es una particularidad de la histeria masculi-
na, donde se observa el carácter problemático que asume la
identificación simbólica al Ideal. Esta exclusión va a acom-
pañar en el caso –al mismo tiempo que la queja por la exclu-
sión de la clase de los hombres– un irónico desprecio por los
emblemas masculinos.
Mientras el obsesivo se aferra a los semblantes masculinos
–en los que cree y ante cuya puesta en riesgo retrocede– el
histérico los objeta, quedando en el mismo movimiento des-
armado para emprender el encuentro con una mujer. En la
histeria masculina es muy frecuente encontrar el fracaso del
encuentro manifiesto en la impotencia, en la negación del uso
del instrumento fálico. Es el síntoma más característico de la
histeria masculina. Se trata entonces de un punto de caren-
cia a nivel de los semblantes que ordenan la masculinidad
con repercusiones en el saber hacer en el campo sexual. La
dirección de la cura en el caso del histérico es, entonces, ir
más allá de los semblantes... a condición de servirse de ellos.

Bibliografía
Bruno, P. et al. (1986) “1886-1986: La histeria masculina”. En Histeria
y obsesión. Buenos Aires: Manantial, 1986.
Lacan, J. (1957-58) El seminario. Libro 4: La relación de objeto. Bue-
nos Aires: Paidós, 1994.
Tudanca, L.; Vitale, F. (1993) “Una histeria masculina”. En Jorge Cha-
morro (Director responsable) Lo que no se sabe en la clínica psi-
coanalítica. Oscuridades – Fracasos – Impasses. Buenos Aires: Edi-
ta EOL, 1993.
Rivera, L. (2007) “Nueve lunas: un caso de histeria masculina”. En
www.elsigma.com/hospitales/nueve-lunas-un-caso-de-histeria-
masculina/11557

20 | Imago Agenda | N° 202 | Mayo / Julio 2017

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