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neoliberalismo
Fuente: https://www.eldiario.es/theguardian/quiebra-constructora-Carillion-hablando-
neoliberalismo_0_772373665.html
A los reguladores los dejaron sin armas. PwC, EY, Deloitte y KPMG, las "cuatro grandes"
empresas de contabilidad, funcionaron como miembros de un "acogedor" club en el que
aprobaron "cifras fabulosas", sin identificar los catastróficos problemas internos o
simplemente ignorándolos. Se embolsaron enormes sumas de dinero a cambio de conceder
sellos de respetabilidad a una desastrosa empresa pagada por los contribuyentes. "Carillion
podría ocurrir de nuevo y pronto", fue la conclusión de los parlamentarios.
Ya lo creo que sí. Así lo garantiza todo un sistema en el que los servicios públicos
esenciales son prestados por empresas que tienen como objetivo, por definición, obtener
beneficios. De acuerdo con las cifras de la Oficina Nacional de Auditoría para 2016, el
Gobierno gasta unos 258.000 millones de euros entre proveedores privados y asociaciones,
casi el 30% de todo el gasto público. Hay que recordar que las cuatro grandes empresas de
contabilidad tienen otras funciones. Son consejeras del Gobierno: lo asesoran para redactar
las leyes fiscales y luego ayudan a sus clientes a saltarse las mismas leyes en cuya
redacción contribuyeron.
Repasemos los múltiples fracasos y escándalos que ha generado nuestro orden social
neoliberal. El día en que los diputados publicaron su informe sobre Carillion, el Gobierno
anunciaba la renacionalización transitoria del servicio ferroviario de la Costa Este después
de que sus operadores privados confesaran que ya no podían pagar lo que cuesta tenerlo
funcionando. La última vez que lo renacionalizaron había sido en 2009.
Para vergüenza de los fanáticos neoliberales, aquella terminó siendo una historia de éxito:
ingresó al Tesoro público cientos de millones de libras esterlinas, fue la línea más eficiente
y obtuvo la mejor puntuación de pasajeros satisfechos entre todas las líneas de larga
distancia. Cuando la privatizaron, los nuevos gerentes quitaron muchos de los billetes
baratos de venta adelantada, lo que en los hechos multiplicó por dos el precio de algunos
pasajes.
Y luego está la empresa G4S, que se llevó el contrato de seguridad de los Juegos
Olímpicos. Cuando incumplió sus obligaciones, el Estado tuvo que salir al rescate poniendo
a trabajar al Ejército británico. Incluso el tory Philip Hammond, por aquel entonces
ministro de Defensa, admitió que solía tener el "prejuicio de mirar la forma en que el sector
privado hace las cosas para saber cómo hacerlas en el Gobierno", pero que el incidente con
G4S había sido "bastante instructivo".
También hay escándalos en los gobiernos regionales, la sanidad pública y el sector de
cuidados. Después de que en Sussex privatizaran en 2016 los servicios de transporte no
urgente del la sanidad, cientos de enfermos de cáncer y de riñón perdieron las citas que
tenían porque las ambulancias no llegaron a buscarlos.
Desde la privatización del agua, que dejó a los consumidores ingleses pagando un extra de
2.600 millones de euros más al año (incluso el periódico The Financial Times la llamó una
"estafa organizada") hasta el derrumbe de los bancos, el escándalo de Carillion no es un
caso aislado.
No estamos ante la historia de una compañía obsesionada con obtener ganancias antes que
asegurar un servicio público. Estamos ante la consecuencia inevitable de un sistema
podrido y antidemocrático en sus fundamentos. El Estado se ha obligado a sí mismo a
cumplir contratos que duran una generación, sin importar lo poco eficientes o pobremente
hechos que estén, mientras los políticos electos han renunciado a muchos de sus poderes en
favor del mercado.
Desde que comenzó el neoliberalismo a finales de la década de los setenta, Gran Bretaña ha
sufrido sus tres peores crisis en la posguerra, así como un crecimiento menor que además se
ha distribuido de manera menos equitativa. En los últimos diez años los trabajadores han
sufrido la peor reducción de salarios de los tiempos modernos. Todo está relacionado:
desde la privatización a la desregulación, pasando por el trasvase de poder de trabajadores a
empresarios.
La historia de Carillion es la de un sistema que por encima del bien común pone a los
beneficios, los dividendos y los intereses de los accionistas. Ese sistema se llama
neoliberalismo. Mientras no tengamos un gobierno que rompa estos contratos y traiga todos
estos servicios públicos de vuelta a casa, seguirá habiendo muchos más Carillion.