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"Retorno frente a los litorales españoles", de Rafael Alberti

Madre hermosa tan triste y alegre ayer, me muestras hoy


tu rostro arrugado en la mañana
en que paso ante ti sin poder todavía,
después de tanto tiempo, ni abrazarte.
Sales de las estrellas de la noche
mediterránea, el ceño de neblina,
fuerte, amarrada, grande y dolorosa.
Se ve la nieve en tus cabellos altos
de Granada, teñidos para siempre
de aquella sangre pura que acunaste
y te cantaba -¡ay sierras!-tan dichosa.
No quiero separarte de mis ojos,
de mi corazón, madre, ni un momento
mientras te asomas, lejos, a mirarme.
Te doy vela segura, te custodio
sobre las olas lentas de este barco,
de este balcón que pasa y que me lleva
tan distante otra vez de tu amor, madre mía.
Este es mi mar, el sueño de mi infancia
de arenas, de delfines y gaviotas.
Salen tus pueblos escondidos, rompen
de tus dulces cortezas litorales,
blancas de cal las frentes, choreados de heridas
y de sombras de tus héroes.
Por aquí la alegría corrió con el espanto
por ese largo y duro
costado que sumerges en la espuma,
fue el calvario de Málaga a Almería,
el despiadado crimen, todavía
-¡oh verguenza!- sin castigo.
Quisiera me miraras pasar hoy jubiloso
lo mismo que hace tiempo
era dentro de ti,
colegial o soldado,
voz de tu pueblo, canto ardiente y libre
de tus ensangrentadas,
verdes y altas coronas conmovidas.
Dime adiós, madre, como yo te digo,
sin decírtelo casi, adiós, que ahora,
ya otra vez sólo mar y cielo solos,
puedo vivir de nuevo, si lo mandas,
morir, morir también, si así lo quieres.

Rafael Alberti: Retornos de lo vivo lejano (1948-1956)


En este poema Alberti muestra el dolor que siente al ver tan cerca su tierra,
pero también al contemplarla tan demacrada por las consecuencias de la
guerra. Le habla con ternura, como a una madre, y le promete volver.
Uno de los temas más relevantes es el destierro, que después de tantos años
sigue afectando a muchas personas alrededor de todo el mundo.
Al igual que el autor calificó la acción de desterrar o no acoger, como
inhumana.

1. Introducción. El desarraigo en el viaje circular de Alberti

En verdad, tú no tienes
que retornar a mí, porque siempre has estado
y estás en la corriente continua de mi sangre.
(Alberti, “Retornos del pueblo español”,
Retornos de lo vivo lejano, 2006: 359).

Cuando un vínculo especial queda cercenado por factores ajenos a uno mismo e
impuestos, es sencilla la propensión a la furiosa melancolía. Esta es la situación que
experimentó Alberti con el mar –la mar– que bañaba su bahía y que se convirtió, junto
con toda la naturaleza que abrigaba aquel espacio –orilla inicial y terminal de su vida–
en el escenario receptor de su fervor. Sin embargo, la necesaria distancia que se
produce entre el poeta y su tierra natal no supone una ruptura entre ambos, pues
siempre quedará un espacio de la mente de Alberti conectado a ella. Como expresa el
poeta en los versos que encabezan este estudio: no existe su retorno a la geografía
natal porque esta ha permanecido siempre en él.

Rafael Alberti nació en 1902 en el Puerto de Santa María y quince años más tarde, en
1917, ha de marchar con su familia a Madrid. Este traslado supone la primera ruptura
del joven pintor y poeta con su querida bahía gaditana1 y, fruto de esta añoranza, nace
su primer libro de poemas: Marinero en tierra (1924). No obstante, es en la etapa del
exilio –que dura treinta y ocho años– donde se puede rastrear tal añoranza con nitidez.
Algunos motivos que forzaron al poeta a emprender la marcha fueron la afiliación al
Partido Comunista, a la Alianza de Intelectuales Antifascistas y la colaboración, junto
con otros estudiosos, en la conservación de importantes obras de arte. Así pues, con el
fin de la Guerra Civil española y la derrota republicana, Alberti y María Teresa León
inician juntos un camino que los llevará por Orán, Marsella, París, Córdoba (Argentina),
Buenos Aires y Roma.

Se produce, por tanto, una salida física del paraíso, pero no mental ni espiritual. En su
viaje de ida y vuelta a El Puerto –muere en el mismo lugar en que nació, en 1999–
sucede el exilio; un exilio contra el que lucha, deseoso de regresar a su tierra –lo cual
consigue, a pesar de estar lejos, en la medida en que la memoria y el acto de escritura
se lo permiten–. Ricardo Senabre (ápud Guillén, 2004: 30) destaca la importancia del
recuerdo en la poesía del portuense. Considera que «Marinero en tierra es la
búsqueda del paraíso a través del recuerdo» y que Alberti se hizo con «la fórmula para
recuperar, en los momentos de mayor desaliento, el lejano paraíso perdido» (Senabre,
2003: 29). Por su parte, Solita Salinas (1975: 53) señala que el destierro supone la
promesa del regreso al paraíso perdido de la niñez. El recuerdo, por tanto, unido a la
invención2, permite al poeta recobrar algo que, en esencia, siempre estuvo en él: el
espacio de su infancia.

2. La huella de España, Cádiz y El Puerto en la poesía del exilio

En ocasiones, el rastreo de la vida de un creador en su obra no resulta tarea fructífera;


sin embargo, en la poesía de Rafael Alberti se hallan tanta referencias biográficas que
esta constituye un auténtico diario de viaje. Su poesía permite al lector adentrarse de
primera mano en su exilio, así lo apunta el mismo Alberti en una de sus declaraciones
extraídas del diario El Mundo, del 28 de octubre de 1998: «Mi vida puede seguirse a
través de mis libros […]. Mi lucha política, mi forzoso desarraigo de España, mi
nostalgia, mis amores, mis temores, todo lo he volcado en mi poesía de forma más o
menos velada, pero ahí está». Pasamos, pues, a seguir los pasos de Alberti por el exilio
a través de sus composiciones poéticas, serie de huellas nostálgicas y reivindicativas
que contribuyen a formar su itinerario.

Francia

Alberti y María Teresa León se instalan en París entre marzo de 1939 y febrero de
1940. Es en esta etapa donde el poeta publica Vida bilingüe de un refugiado español
en Francia (1939-1940); una obra que constituye un importante testimonio, como
señala Nigel Dennis (2004: 250), del periodo en el que Alberti «tiene que asumir una
doble derrota: la de la República a manos de las tropas de Franco y la de la indiferencia
o el acoso de las autoridades y buena parte de la población francesas».

Desde la primera composición de este poemario, Alberti se plantea, mediante una


serie de interrogaciones, si su situación de emigrante constituye el final de una vida
dichosa o si, por el contrario, conseguirá adaptarse y continuar del modo más pleno
posible: Me despierto.

París.

¿Es que vivo,


es que he muerto?
¿Es que definitivamente he muerto?
[...]
¿Es que llegamos al final del fin
o que algo nuevo comienza?
(Alberti, 2003a: 257).

El exilio constituye un giro en la vida del poeta. Un cambio de rumbo que aún
desconoce si hacia una nueva etapa feliz o hacia la muerte en vida. Recuerda, ya en el
país vecino, su vida en España, donde, como expresa en la segunda composición de
este poemario, «tenía sol, tenía/ libros, libros y libros/ que daban a la luz cuando se
abrían» (Alberti, 2003a: 259) y ahora, en París, le queda «este Jardín de Plantas/ y este
frío...» (Alberti, ibidem). El nexo telúrico que experimentaba en un inicio con su Puerto
natal crece ahora hasta conectarlo con toda la Península. Ya, incluso, la capital se
convierte en un destino deseable para el poeta, por lo que le pregunta al mirlo: «mirlo,
mirlillo:/ ¿te vienes a Madrid?» (Alberti, ibidem).

Dolorosa es la ausencia y dura la búsqueda de la justicia en un país que se vuelve


contra él y lo rechaza. Es interesante mencionar que hacia los últimos poemas de Vida
bilingüe de un refugiado español en Francia se inicia la despedida –temporal– del
poeta del continente europeo. Se puede leer en el poema octavo:

Ahí te quedas, vieja Europa, sacudida


de norte a sur, de oriente hasta occidente.
Hora de la partida.
Te abandono apagada, tristemente encendida.
Con otra luz espera volverte a hallar mi frente
(Alberti, 2003a: 269).

La última composición del poemario, la novena, constituye el anuncio de la marcha del


poeta gaditano al continente americano. Inicia un largo viaje hacia «otro lado que no
resuene a sangre» (Alberti, 2003a: 275); un lugar más alejado en el que, espera,
«cambiará nuestra suerte» (Alberti, 2003a: 276).

América

Así sucede. Desde el puerto de Marsella, Alberti y María Teresa se embarcan en el


Mendoza, rumbo a Argentina. Se establecen allí entre febrero de 1940 y mayo de
1963; concretamente, un año en Córdoba –de modo clandestino (Martínez Gómez,
2011: 256)– y, después, en Buenos Aires. Son muchos los años que el poeta pasa en
América a la espera de un reencuentro con una tierra, por el momento, inalcanzable
para él. Como señala Cristina Peri Rossi en “Punta del Este y El Puerto de Santa María”
(2004: 383): «el exiliado viaja […] detrás del fantasma de los lugares de su infancia y de
su juventud. Seguramente conoce otras cosas, pero la pulsión más profunda lo lleva a
ansiar recuperar lo perdido, transformado, a causa de la prohibición, de la interdicción,
del regreso, en un paraíso».

El poeta gaditano, desde América, no deja de evocar su tierra de juventud; una tierra
profundamente añorada y recuperada de modo intermitente gracias a la observación
de espacios naturales que le remiten a ella. Son esos recuerdos los que le permiten
reconstruir el paraíso anhelado a través de la escritura. En los poemas de esta época,
enmarcados en títulos como Entre el clavel y la espada (1941), Pleamar (1942-1944),
Poemas de Punta del Este (1945-1956), Retornos de lo vivo lejano (1952), Ora
marítima (1953) y Baladas y canciones del Paraná (1953-1954), se hace partícipe al
lector tanto de un dolor intenso ante la situación de España como de un estado de
melancolía y añoranza. Seguidamente se realiza una aproximación, por orden
cronológico, a cada una de las obras citadas.

Entre el clavel y la espada3 es el primer poemario del poeta en su destierro americano.


Esta obra se caracteriza por el dolor punzante que España provoca en los sujetos
poéticos. En el poemario, como expresa Gullón, «la guerra civil se siente como llaga no
cicatrizada, como brasa viva bajo el rescoldo del tiempo, y junto a ella el dolor del
exilio» (1975: 247). Englobados bajo este título se encuentran poemas de Alberti en los
que se desprende un intenso halo de amargura, como “Toro en el mar”, subtitulado
“Elegía sobre un mapa perdido”, donde España queda metaforizada en un toro que
está siendo maltratado:

Le están dando a este toro


pastos amargos,
yerbas con sustancia de muertos,
negras hieles
y clara sangre ingenua de soldado.
¡Ay, qué mala comida para este toro verde,
acostumbrado a las libres dehesas y a los ríos,
para este toro a quien la mar y el cielo
eran aún pequeños como establo!
(Alberti, 2003a: 340).

El dolor que experimenta el poeta ante las desgracias ocasionadas por la Guerra Civil
española se traduce en el malestar que experimenta el toro y en la nefasta
alimentación que recibe a base de pastos amargos, hierba en la que yacen cuerpos,
negras hieles y sangre. Este país con forma de toro era «jardín de naranjas./ Huerta de
mares abiertos» (Alberti, 2003a: 339), pero «con pólvora te regaron./ Y fuiste toro de
fuego» (Alberti, ibidem). Ahora, inflamado y ardiendo, el toro lucha por recuperar su
verdor inicial, su libertad para correr y saltar por valles y laderas, como hacía antaño.
Sin embargo, el dolor que el sujeto de este poema muestra ante la situación del país se
mezcla con una congoja suave, aplacada por la distancia. El recuerdo permanece vivo,
aunque los kilómetros entre el mapa con forma de toro y su poeta sean demasiados:
«Quiero decirte, toro, que en América,/ desde donde en ti pienso...» (Alberti, 2003a:
362).

No obstante, el terruño español no sólo se presenta mediante lo puramente


inmaterial, sino que la realidad americana actúa como espejo para el poeta, quien ve
dibujada en ella la tierra amada y abandonada. En “De los álamos y los sauces”
(Alberti, 2003a: 383), otra sección de Entre el clavel y la espada, el sujeto poético
comprueba con alegre nostalgia que «álamos españoles hay fuera de Castilla»; sin
embargo, el sentimiento de destierro es absoluto y el sujeto siente no pertenecer al
lugar que perciben sus sentidos, sino al que se dibuja en su mente: la Península que
dejó atrás o, más bien, de la que nunca llegó a salir del todo. El poeta, en su exilio,
rememora, recupera y rehabita. Su retorno al paraíso es constante y, mediante la
escritura, se torna auténtico por instantes. Alberti se sabe extranjero en el exilio y
nunca será capaz de olvidar las aguas portuarias de las que procede.
En cuanto al importante elemento que fue para el poeta gaditano el agua y,
específicamente, el mar, en “Metamorfosis del clavel” se puede encontrar toda una
serie de referencias marítimas que evocan años de juventud. «Junto a la mar y un río
en mis primeros años» (Alberti, 2003a: 315), así se verá en sus inicios el poeta, y toda
su infancia transcurrirá junto al mar, hasta su marcha: «Me fui./ Las conchas están
cerradas./ Aquel ciego olor a espuma/ siempre se acordó de mí» (Alberti, 2003a: 318).
El mar es el verdadero paraíso de un poeta marítimo que, pronto, sería un marinero
anclado en tierra y se limitaría a pintarlo con versos sin poder mirarlo.

Las referencias marítimas apuntadas cobran intensidad en Pleamar, poemario que


supone, como señala Gullón (1975: 249), el reencuentro del marinero con el mar.
Desde el poema pórtico de la obra, dedicado a su hija y titulado con su nombre,
“Aitana”, la presencia del elemento marino es constante. En este poema, Aitana es
presentada al mar que baña las costas de Cádiz como hija, como nieta, para que
adquiera su belleza –«Mares mías lejanas, dadle vuestra belleza/ tu breve añil,
redonda bahía de mi infancia» (Alberti, 2006: 5)– y se enorgullezca de sus raíces:

Mostradle, mares, muéstrale, mar familiar vivida,


mis raíces que crecen cuando tú te levantas,
muéstrale los orígenes, lo natal de mi canto,
su ramificación con tus algas profundas.
Sea su orgullo, niña de las dulces corrientes,
saberse voz salada, sol y soplos marinos,
crecer, siendo fluvial enredadera, oyendo
llamarse hija del mar, nieta azul de las olas.
(Alberti, 2006: 5-6).

Un sentimiento de profunda alegría es el que el mar despierta en Alberti. Todo lo


relacionado con él –su apariencia, su movimiento, su sabor, lo que encierran sus
profundidades misteriosas– supone un motivo constante de orgullo y de celebración.
El mar significa para el poeta felicidad y libertad sin más límites que los impuestos por
la imaginación infantil. En “Arión”, otra sección de Pleamar que lleva por subtítulo
“Versos sueltos del mar”, aparecen numerosos apóstrofes dirigidos al elemento
marino, el cual llega a personificarse y a alzarse como maestro de los versos del poeta.
«¡El ritmo, mar, el ritmo, el verso, el verso!», clama el sujeto poético (Alberti, 2006:
15). Al vaivén de las olas se mece el poeta, de ellas toma la ligereza para sus versos y
en ellas se baña para dar origen a su final, y también a su principio: el mar, que es el
paraíso perdido, la infancia dichosa, y también es la poesía.

La ilusión de regreso al paraíso se deja sentir también en Poemas de Punta del Este
(1945-1956), especie de diario íntimo escrito, como apunta el propio poeta, durante
sus veranos uruguayos en Punta del Este y en La Gallarda, su casa próxima al mar
(Alberti, 2006: 790). En la sección titulada “El bosque y el mar” el lector asiste al
reencuentro con el reflejo de la naturaleza gaditana en la costa de Uruguay (Peri Rossi,
2004):
Estos rumores, estos
leves susurros conocidos
de cielos, hojas, vientos y oleajes
son mis aires mejores, ya felices
o confesadamente melancólicos.
Vuelvo a encontrarlos, vuelvo
a sentirlos tan míos
después de tan alegres y cansados
recorridos por tierras veneradas
que eran mi vida antigua,
la clara vida cuando mis cabellos
al sol volaban libres, sin temores.

Aquí están prolongados


en lamentos que fueron mi lenguaje,
en onduladas sílabas o en largas
conversaciones o en subido llanto.

Nada como sentirse comprendido,


enlazado, mezclado, arrebatado
por ese misterioso idioma de los bosques,
de la mar, de los vientos y las nubes.
Ya es una sola voz, una garganta
sola la que susurra,
la que viene y se va rumoreando.
Uno el sonido del total concierto.

Vuelve el poeta al aire de sus aires.


(Alberti, 2006: 302-303).

La naturaleza de Punta del Este, su cielo, su viento y, sobre todo, su mar, hacen al
poeta evocar el lugar conocido y abandonado. Todo le resulta familiar en Punta del
Este, todo le trae a la memoria sus años más felices, claros, cuando sus cabellos
bailaban, libres, con la brisa marina. Todos los elementos se aúnan para componer un
concierto ya conocido, que lo embriaga con su misterio y lo hace sentir pleno.

En cuanto a Retornos de lo vivo lejano, esta obra constituye según Eduardo González
Lanuza (ápud Gullón, 1975: 257), la «orgía de la añoranza». Como señala este mismo
crítico (ibídem), cada escenario que vislumbra el poeta se le presenta como reflejo de
uno anterior –ahora imposible de alcanzar–. Ricardo Gullón (1975: 258) señala,
respecto a esta obra, que el poeta vive en la poesía y es esta la que le permite salvar lo
que el tiempo va destruyendo. Términos como sombras, sueño, niebla, bruma, humo...
son, según Gullón (ibid.) «las palabras insistentes de estos Retornos», con las que
«expresar la frágil sustancia de que están tejidos». Suceden “Retornos de una isla
dichosa” (Alberti, 2006: 323), donde el sujeto poético se encuentra con las «alegres
olas de mis años, risueños/ labios de espuma abierta de las blancas edades». Se
producen también “Retornos a través de los colores”, donde los días de juventud del
poeta se hacen palpables a través de toda la paleta cromática de la naturaleza. El
verde primaveral, el azul en toda su variedad de tonalidades, la gama del blanco –
pasando por el marfil y el albo–, el dorado, el rosa y hasta el negro se aúnan para
configurar el paraíso perdido del sujeto poético. Él es consciente de ello: «Aquí están.
Tú los tocas. Son los mismos colores/ que en tu corazón viven ya un poco despintados»
(Alberti, 2006: 325). Se producen también los “Retornos de la dulce libertad” cuando la
mañana del sujeto poético se abre sobre el horizonte del mar (Alberti, 2006: 350), y
hay “Retornos frente a los litorales españoles” donde, sin olvidar que por ellos «la
alegría corrió con el espanto», el sujeto confiesa: «éste es mi mar, el sueño de mi
infancia/ de arenas, de delfines y gaviotas» (Alberti, 2006: 355). Mar de juventud y mar
de la «¡...poesía hermosa, fuerte y dulce,/ mi solo mar al fin, que siempre vuelve!»,
exclama en “Retornos de la invariable poesía” (Alberti, 2006: 357). Es la tierra de la
Península el lugar que siempre vuelve –o que nunca salió de él–. El paraíso recobrado
en la distancia, perdido en el nivel material, pero nunca en el espiritual. Son los
regresos continuos al lugar de la infancia los que hacen comprender al lector que
Alberti nunca llega a ausentarse del todo de su paraíso. Es el vínculo más allá de la
mera presencia, la conexión a través del espacio y a pesar del tiempo.

En relación con esta recuperación del paraíso, resulta especialmente relevante una
obra como Ora marítima, «un retorno a su paisaje nativo por el camino del mito»
(Salinas, 1975: 63). Las doce composiciones, dedicadas a Cádiz poseen una intensa
vinculación con la mitología. Cádiz, «blanca Afrodita nacida en medio de las olas»
(Alberti, “Los fenicios de Tiro fundan Cádiz”, 2006: 469), sueño de la infancia del poeta
–como titula otro de sus poemas (Alberti, 2006: 462)–, paisaje de su contemplación,
“Bahía de los mitos” (Alberti, 2006: 463), fémina atractiva y seductora, “Bahía del
ritmo y de la gracia”:

Cuántas veces, oh Cádiz, te habré visto


unida al coro blanco de tus puertos,
casi en el aire, cimbrearte toda,
sobre el óvalo azul de tu bahía.

Bailan desnudos tus antiguos hombros,


bailan desnudos tus combados brazos,
bailan desnudas tus caderas largas,
tu grácil vientre y tus preciosas caderas
(Alberti, 2006: 472).

La ciudad de Cádiz, cual insinuante bailarina, se eleva, se contonea y luce su cuerpo


desnudo mientras el sujeto la contempla. Muchas han sido las ocasiones en las que se
ha deleitado con el blanco y el azul de la ciudad milenaria y ahora la recuerda con
nitidez, como un amante ávido, con urgencia.

La última obra que mencionamos en este estudio sobre el exilio americano de Alberti
es Baladas y Canciones del Paraná. Las composiciones de este poemario «se centran en
lo presente, en la naturaleza y la realidad argentina donde Alberti trataba de afirmarse.
Pero todavía “los pinos de la barranca/ son los del Mediterráneo” y las nubes le traen
“volando, el mapa de España”. El esfuerzo por ahuyentar los retornos fracasa» (Gullón,
1975: 262). El Paraná respira «con aliento de azahares» (Alberti, “Canción 11”, 2006:
500), lo que desorienta al poeta, que confiesa: «perdido está el andaluz/ del otro lado
del río» (Alberti, “Balada del andaluz perdido”, 2006: 507). Este desconcierto, esta
«inseparable/ nostalgia que todo lo aleja y lo cambia» (Alberti, “Balada de la nostalgia
inseparable”, 2006: 509), hace al poeta percibir a su alrededor escenarios conocidos
antaño, sin embargo, es consciente de que «ni es el mismo viento quien te está
azotando» (Alberti, “Balada de la nostalgia inseparable”, 2006: 509), «ni es la misma
tierra la de tu garganta» (ibidem), «ni es el mismo sueño de amor quien te llena»
(ibidem), «ni es la misma estrella quien te está durmiendo» (ibidem), «ni es la misma
noche clara quien te quema» (ibidem). No obstante, el recuerdo se confunde con la
realidad y el poeta viaja hasta su arboleda, en la que, a pesar de la lejanía, siempre ha
permanecido:

Noche turbada de mugidos.


¡Si estaré acaso en las dehesas!

Los toros bravos se responden.


La luna atónita los ciega.

¿Son las marismas? ¿Es el mismo


bramar antiguo el que me llega?
¿Cuándo la tierra en que no estoy
me hará sentirme en otra tierra?
(Alberti, “Canción 34”, 2006: 527).
Italia

En 1963 finaliza la etapa de exilio americano de Alberti, pero aún no se produce el


regreso a España, sino que, tras una breve estancia en Rumanía, se establece en Roma
hasta 1977, año en el que vuelve a la Península gracias a la instauración de la
democracia. No obstante, no se puede cerrar este sucinto recorrido por el exilio de
Alberti sin hacer una breve referencia a una de las obras creadas durante su etapa
italiana: Roma, peligro para caminantes (1967). Es en este poemario donde se sitúan
versos tan repetidos como los pertenecientes el soneto pórtico de dicha obra, “Lo que
dejé por ti”:

Dejé por ti mis bosques, mi perdida


arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales años desterrados
hasta casi el invierno de la vida.
(Alberti, 1977: 377).

El poeta se dirige a la ciudad eterna pidiéndole retribución por todo lo que ha dejado
atrás al estar en ella: «Dame tú, Roma, a cambio de mis penas/ tanto como dejé para
tenerte» (Alberti, 1977: 387). El arte que adorna la ciudad rebosa al sujeto del poema,
que se pregunta ante tal situación “¿Qué hacer?” (Alberti, 1977: 381-382), a lo que se
responde: «Si tanta admiración por tanto arte/ le sirve a Roma para devorarte,/ pasa
por Roma como pasa el viento».

3. Palabras finales

El recorrido realizado ha puesto de manifiesto la importancia que otorga Alberti a los


escenarios de su juventud. El poeta, en sus creaciones, regresa constantemente a
España, Andalucía y El Puerto de Santa María con ciertas notas nostálgicas, pero
también reivindicativas. A este respecto, y en relación con su obra poética, se ha
comprobado que esa nostalgia que siente el poeta portuense no se traduce en
lamentos aletargados plagados de melancolía; sino en ritmo alegre y reivindicativo, en
viveza lírica transparente, en versos plásticos y coloridos que bailan con energía y
agilidad. Alberti es un poeta invadido por la añoranza que, pese a ella, lucha y busca
con alegría. Lejos de quedar embargado por la ausencia de lo amado, lo canta, lo
reconstruye y lo defiende del mejor modo que sabe: con su verso como puño4.

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