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MARCO TEÓRICO

Cada día son más los jóvenes que, ya sea por presiones personales,
familiares, o sociales, ingresan al consumo de las drogas; esto debido a factores
que ponen en detrimento la seguridad propia y la de la sociedad.
En México está prohibido el consumo de alcohol, tabaco y drogas para los
menores de edad, pero aun así llegan a sus manos, por lo que es un reto conjunto
del gobierno y la sociedad el implementar estrategias que disminuyan, o incluso,
prevengan el uso de sustancias ilegales en menores de edad, para no
criminalizarlos desde edades tempranas y poner en jaque el futuro de su
desarrollo personal como miembros activos en la sociedad.
Antecedentes
Según López Sanchez, (2016), la pubertad es el inicio fisiológico, mental y
emocional de la adolescencia, la cual termina hacia los 16 o 18 años de edad;
aunque para él, la sociedad prolonga hasta edades avanzadas esta etapa al no
darles cabida en las decisiones familiares, escolares y sociales, o al no poderlos
incorporar al mercado laboral.
La Ley General de Salud (2016) establece en su Articulo 473, fraccion IV, que
el consumidor es: “toda persona que consume o utilice estupefacientes o
psicotrópicos y que no presente signos ni síntomas de dependencia”.
Para Herrera-Vázquez, et al, (2004) la adolescencia es una de las etapas más
vulnerables del ser humano, pues de estar presentes el consumo de alcohol,
tabaco, y/o la farmacodependencia, constituyen costumbres y hábitos de riesgo
para su salud. El farmacodependiente es “toda persona que presenta algún signo
o síntoma de dependencia a estupefacientes o psicotrópicos” ([Ley General de
Salud], 2016).
En el estudio realizado por Mena, et al, (2013), en el que se comparan los
resultados de dos grupos de adolescentes (consumidores de marihuana y no
consumidores de marihuana) se demostró que “los adolescentes consumidores de
marihuana evidencian menores habilidades cognitivas asociadas al proceso de
aprendizaje, tales como atención, concentración, jerarquización, integración
visoespacial, retención inmediata y memoria visual”.
Esto se relaciona a que, al final de la primera adolescencia, en torno a los 16
años, desde el punto de vista anatómico y fisiológico, el desarrollo del adolescente
es prácticamente completo, aunque su cerebro aún debe madurar funcionalmente,
en paralelo a aprendizajes sociales importantes para evitar riesgos e integrarse de
forma plena en la comunidad (López Sanchez, 2016).
Por lo que el uso de cualquier sustancia que tenga efecto sobre el sistema
nervioso central debe causar consternación ya que deriva en problemas de salud
pública de gran impacto mundial, sobre todo porque la edad de inicio está
asociada en gran medida al consumo de drogas (Herrera-Vázquez, et al, 2004).
El riesgo de usar drogas está asociado, e incluso incrementado, cuando el
adolescente no estudia, los amigos las usan o no desaprueban su consumo, las
usan miembros de la familia o está deprimido (Medina-Mora, et al, 2002),
pertenece al género masculino, considera fácil conseguir drogas (Herrera-
Vázquez, et al, 2004) (Medina-Mora, et al, 2002).
Otros factores asociados al riesgo son: el consumo de alcohol o tabaco
(Medina-Mora, et al, 2002) (Plummer, et al, 2017), promiscuidad sexual, embarazo
adolescente, dificultades familiares, delincuencia (Vinet & Faúndez, 2011),
sedentarismo, exposición a la violencia, relaciones sexuales sin protección, que
pueden poner en peligro desde su salud actual, hasta la de su adultez o de sus
futuros hijos (Plummer, et al, 2017).
La información contenida en estas investigaciones resulta critica para hacer un
diagnóstico oportuno de los factores que llevan a los adolescentes a delinquir, y
tratarlos de manera apropiada para evitar que refugien sus problemas en las
drogas; así mismo prevén la urgencia de identificar a estos menores antes de que
inicien su consumo (Medina-Mora, et al, 2002) (Vinet & Faúndez, 2011).
Vinet & Faúndez (2011) mencionan que los jóvenes que abusan del alcohol y/u
otras drogas de manera frecuente están involucrados en problemas con la justicia.
Por lo que impera la necesidad de desarrollar programas de prevención enfocados
a formar conciencia en los jóvenes sobre los riesgos futuros que implica el
consumo de estas sustancias a través de intervenciones estructurales,
comunitarias e individuales (Plummer, et al, 2017).

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