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Universidad de San Carlos de Guatemala

Instituto Nacional de Administración Pública

Ensayo sobre Estado, Capitalismo y Democracia en América Latina

SILVIA PATRICIA VALIENTE CASTRO

Guatemala, 31 de Mayo de 2017


INTRODUCCIÓN

La democracia en América Latina presenta elementos de debilidad relacionados con

la incapacidad del Estado de extender los derechos humanos fundamentales a toda la

población, requisito fundamental para convertir a los habitantes de un estado en ciudadanos

a todo efecto y para garantizar la cohesión social, la participación, el sentido de pertenencia

de la población hacia el Estado y el apoyo estable de la población a esa democracia, es

decir, como elemento legitimador.

Por otro lado, la corrupción debilita la cohesión social y reduce la posibilidad de

construir un pacto social sólido entre la población. La desigualdad, a través de múltiples

canales, impide la creación y consolidación de una base social bastante amplia capaz de

sustentar el desarrollo de democracias sólidas y efectivas.

En las siguientes líneas, se tratarán algunos de estos temas, pues el objetivo de este

artículo es evidenciar como, sin una acción decidida sobre las desigualdades, la democracia

en América Latina tiene un destino muy incierto.


Ensayo sobre Estado, Capitalismo y Democracia en América Latina

El fascismo es algo más que una de las formas excepcionales del estado capitalista;

como el bonapartismo, es, al mismo tiempo, un concepto teórico capital en la teoría política

marxista y que por lo tanto no puede ser utilizado indiscriminadamente, como si tan sólo

fuera una eficaz etiqueta apta para vituperar gobiernos represivos. Ahora bien, ¿qué

restricciones se desprenden de todo esto? Principalmente una: la necesidad de comprender

que el fascismo es una categoría histórica y no un concepto abstracto-formal. Lo que

proponemos, entonces, es asumir plenamente el carácter histórico del fascismo como forma

del estado capitalista de excepción y, al hacerlo, introducir en nuestro discurso elementos

conceptuales que recuperen la historicidad del fenómeno. Es preciso, por lo tanto, contar

con categorías teóricas “saturadas históricamente”, susceptibles de concebir al fascismo

como una respuesta específica de ciertas clases dominantes ante una coyuntura surgida en

una economía capitalista en una fase particular de su desarrollo. Sólo un enfoque teórico

que niegue la unidad orgánica y la historicidad de lo real y que rechace, por eso mismo, la

noción de una totalidad concreta contradictoria y movida por una dialéctica incesante puede

caracterizar al fascismo utilizando conceptos abstractos formales que denotan situaciones o

atributos “universales y eternos”. Liberado de aquellas agobiantes exigencias impuestas por

la metodología marxista, Seymour M. Lipset puede por eso mismo elaborar un argumento

que por otra parte es un verdadero modelo por su simplismo en el que demuestra la

existencia de “fascismos ” de derecha, de izquierda y de centro! El fascismo es así reducido

a un puro componente actitudinal algo parecido al “humor” de los filósofos medievales–

que subyace a toda posición en el espectro político: el “extremismo”. Cualquier postura


política se puede sostener razonablemente o en forma extrema; en estos casos se podrá

hablar de fascismo, naturalmente que sin poder comprender absolutamente nada de lo que

ocurra en el mundo real. La historia y la totalidad concreta en las cuales se origina este

fenómeno son borradas de un plumazo y el investigador se interna, armado de su concepto

“universal y supra temporal”, en el análisis de los casos que le preocupan con los resultados

de sobras conocidos.

En algunos países latinoamericanos y qué deberíamos decir de ciertos países

europeos y de los Estados Unidos es indudable que una fracción importante del personal

político que ocupa las “alturas” del aparato estatal es reaccionaria y fascista, pero eso no

basta para caracterizar integralmente la naturaleza del estado en el que esos grupos se

encuentran incrustados. Puede haber grupos fascistas o “ fascistizantes” en el seno de la

propia clase reinante sin que pueda hablarse rigurosamente, se entiende de estado fascista.

Para esto es necesario ahondar el análisis y buscar los determinantes fundamentales allí

donde éstos se encuentran.

Tres visiones diferentes de la democracia han predominado en América Latina en

las últimas décadas. Durante los 80 prevaleció el institucionalismo, que reivindica las

cualidades formales del régimen constitucional y su capacidad para expandir los derechos

civiles, estabilizar el sistema político y mejorar el nivel de vida de la población. Este

enfoque perdió relevancia a medida que las grandes crisis económicas socavaron la

autoridad de los presidentes, empobrecieron a los pueblos y generalizaron el desengaño con

los gobiernos postdictatoriales. De esta decepción emergieron las concepciones elitistas que
acompañaron el ascenso neoliberal de los 90. Estas tesis conciben a la democracia como un

mecanismo de selección de gobernantes que administran el sistema político con criterios de

mercado, aprovechando el sostén pasivo de la ciudadanía. Presentan este tipo de gestión

como un destino inexorable de la globalización y afirman que el ensanchamiento de la

desigualdad social es el precio del progreso. Este enfoque quedó seriamente afectado por

las movilizaciones sociales que en los últimos años favorecieron el desarrollo de una visión

participativa de la democracia. Esta concepción asocia la soberanía popular con la

reducción de la inequidad, promueve la intervención activa de la población, el control de

los funcionarios y la implementación de formas de gestión directa. El correlato político de

estos enfoques no es unívoco, pero las tres posturas tienden a sustentar respectivamente los

planteos moderados, derechistas y progresistas. Estas fronteras son menos nítidas a nivel

teórico, especialmente entre los autores que combinan distintas visiones o han pasado de

una postura a otra. Analizar las tesis institucionalistas, elitistas y progresistas facilita la

comprensión de los cambios políticos registrados en Latinoamérica y esclarece, además,

qué tipo de democracia rige actualmente en la región.

Al analizar el texto leído hubo algo que me pareció interesante ya que el autor cita

que se requiere, antes que nada, dar una batalla sin tregua para lograr una auténtica reforma

del estado. Para ello se requiere como mínimo tomar un conjunto de medidas, entre las

cuales sobresalen las siguientes: 1. el fortalecimiento fiscal del estado, toda vez que un

estado pobre, carente de recursos, no puede desempeñar un papel positivo en la resolución

de la crisis y sólo contribuye a agravarla; 2. la jerarquización de la administración pública.

No hay estado eficiente y operativo con servidores públicos mal pagos y carentes de
reconocimiento social; 3. la realización de una profunda reforma en el orden administrativo

y burocrático tendiente a reorganizar el conjunto de los aparatos estatales en función de las

nuevas e impostergables tareas que debe realizar; 4. Lucha frontal contra la corrupción,

porque un estado corrupto poco y nada puede hacer, salvo enriquecer a los delincuentes que

sobornan desde el mercado y la sociedad civil y a quienes aceptan el soborno desde la

administración pública; 5. Redefinición de una nueva estrategia de intervención del estado

en la vida económica y social, a partir de la constatación del hecho que las viejas

modalidades e instrumentos propios de la era keynesiana requieren urgentes e

imprescindibles modificaciones. 6. mejorar los mecanismos de funcionamiento estatal, a fin

de posibilitar la mayor transparencia y control ciudadano del proceso de toma de

decisiones. Una experiencia digna de tener en cuenta es la del presupuesto participativo

implementada en la ciudad de Porto Alegre, Brasil. Pero estas medidas remiten, en última

instancia, a la “madre de todas las batallas”: la reforma tributaria. En efecto, ninguna

reforma del estado digna de ese nombre será posible en los estados latinoamericanos sin

cortar de raíz la Hidra de las Siete Cabezas del “veto contributivo” que hasta hoy ejercen

las clases dominantes. En relación a lo anterior puedo citar que es lo que actualmente vive

Guatemala, existe una crisis económica grande y como antecedentes se pueden establecer

que:

Durante la administración gubernamental del presidente Colom (2008-2011), el


gobierno fracasó en repetidas ocasiones en sus intentos por lograr que el Congreso de la
República aprobara las iniciativas de ley que implementarían el componente de reforma
tributaria de la propuesta del GPDF, debido principalmente a razones de naturaleza política.
En cuanto a los componentes de calidad y transparencia del gasto público, el Gobierno de
Colom logró algunos avances. En los intentos por aprobar la reforma tributaria durante el
gobierno anterior, los proyectos de ley originalmente elaborados por el Ministerio de
Finanzas Públicas y basados en la propuesta del GPDF, fueron objeto de mutilaciones y
alteraciones sustanciales. Como parte de las negociaciones entre el gobierno de Colom y el
CACIF, se propuso rescatar de los proyectos originales todas las medidas para el combate a
la evasión tributaria, la defraudación aduanera y el contrabando, iniciativa de la cual surgió
la denominada “ley anti evasión”. En junio de 2010 el gobierno y el CACIF consensuaron
la ley anti evasión, trasladándosela al Congreso de la República para su aprobación. Sin
embargo, no es hasta diciembre de 2010 en que se formaliza como iniciativa de ley , pero
mutilada al no contener las propuestas en materia aduanera, uno de sus componentes
principales. Mutilada, la ley anti evasión fue dictaminada favorablemente hasta abril de
2011, para luego quedar prácticamente archivada en el marco de un bloqueo legislativo
provocado por confrontación política electoral de 2011. Luego de la victoria electoral en
2011, el PP adopta como agenda de trabajo impulsar la pronta aprobación de la ley anti
evasión, y preparar una iniciativa de ley, denominada “Ley de Actualización Tributaria”
que incluyera todo el contenido de la propuesta del GPDF, que no estuviera incluido en la
ley anti evasión, incluyendo las disposiciones aduaneras que el Congreso removió en 2010.
La iniciativa de Ley de Actualización Tributaria fue presentada el 2 de febrero de 2012, y
en tiempo récord dictaminada favorablemente sólo 11 días después.
Instituto Centroamericano de estudio Fiscales, 2012, Recuperado de:
http://icefi.org/sites/default/files/analisis_reforma_tributaria_en_guatemala_2012.pdf

En base a lo antes indicado surge la interrogante ¿Será que como país hemos

avanzado? En Guatemala nos topamos con problemas serios tal como vemos en la

actualidad, problemas de corrupción, salarios bajos que no alcanzan un nivel adecuado para

garantizar a las familias un canasta básica que ayude en el desarrollo de los menores,

coincidimos con servidores públicos mal pagados y carentes de reconocimiento social,

aunado a ello una lucha frontal contra la corrupción, porque un estado corrupto poco y nada

puede hacer, salvo enriquecer a los delincuentes que sobornan desde el mercado y la

sociedad civil y a quienes aceptan el soborno desde la administración pública; No existe

políticas pública con una estrategia adecuada para que se puedan desarrollar y atacar la

causa de los problemas que generan la pobreza y la falta de oportunidades de los

guatemaltecos.

El autor indica que un programa post-neoliberal exige poner en marcha una profunda

reforma política que perfeccione radicalmente la calidad de nuestras instituciones y


prácticas democráticas. Esto supone garantizar mejores dispositivos para hacer efectiva la

soberanía popular, condición esencial de cualquier régimen democrático. Por ejemplo,

afinar instrumentos tales como el referéndum, el plebiscito y la consulta popular para hacer

que la soberanía popular sea algo más que una invocación retórica; mejorar los sistemas de

representación política; hacer que las legislaturas sean mucho más receptivas ante las

demandas ciudadanas; instituir la revocabilidad de los mandatos; imaginar mecanismos que

faciliten una mejor selección de los dirigentes de los partidos políticos y otras medidas

similares que potencien el control democrático y “desde abajo” de los procesos de

formación de la decisión pública. Para ello resulta imprescindible, en consecuencia,

emancipar a la política de los mercados. En nuestros días la política es financiada por las

empresas y por los sectores adinerados. La política se ha convertido, en esta era más

mediática, en una actividad sumamente onerosa que en nuestros países financian los ricos y

poderosos. Una vez elegidas las nuevas autoridades gobiernan en exclusivo provecho de

sus mandantes y financistas en un sentido enfocado a la realidad de nuestro país.

Parecería indudable que las políticas públicas que hoy son promovidas por los
gobiernos dictatoriales de América Latina están llamadas a producir profundas
modificaciones en las estructuras sociales y económicas de la región. Si en el pasado el
desarrollo capitalista en América del Sur fue incapaz de constituir un régimen democrático-
burgués estable y legítimo, su logro en los últimos años ha sido el haber dado origen a una
nueva forma de dictadura, fundada en una intensificación y diversificación sin precedentes
de la coerción estatal. La represión se ha convertido en un rasgo esencial, un verdadero sine
qua non, y no un exceso momentáneo del nuevo modelo económico. La lucha por la
democracia, inclusive por los modestos logros de la democracia capitalista, implica por eso
mismo el desmantelamiento de la modalidad de acumulación sostenida por las dictaduras,
puesto que ninguna democratización será posible sin una modificación sustancial de las
políticas económicas y sociales actualmente vigentes. Boron, Atilio, Estado Capitalismo y
Democracia en América Latina, 2003.
Las políticas públicas, abordan asuntos de interés colectivo que se discuten por su

relevancia social y por tener repercusiones importantes en los distintos ámbitos territoriales

de la realidad nacional. Las políticas públicas se implementan, primordialmente, a través de

las diferentes intervenciones de las dependencias del sector público, generalmente de

manera multisectorial.

En la lectura realizada se cita que el marxismo es la conciencia filosófica de la

actividad práctica humana que transforma el mundo.

Analizando el texto sobre lo que el autor cita del Marxismo aplicado a

nuestro país se concluye que Guatemala atraviesa por un periodo de corrupción

social que ha hecho de este país uno de los con mayor decadencia y problemas del

mundo. Cuando se buscan las causas de dicha descomposición social suele común

afirmar que la culpa de esto la tiene la pérdida de valores y que tal pérdida de

valores es producto de que la gente se ha alejado de Dios, que las maras son el

resultado de que los padres de familia ya no se ocupan de sus hijos, que la

desintegración familiar ha provocado que estos muchachos busquen en las drogas y

la violencia una forma de compensar el afecto que les ha sido negado. Y así, se

siguen enumerando una serie de “posibles” causas. Pero casi nadie reconoce que la

principal causa de todo esto es la desigualdad e inequidad social, producto de la

pobreza. En efecto, es la pobreza la base de todo este proceso de corrupción. Claro

que esto no lo aceptan las élites del poder económico quienes, aferrados a la teoría

del derrame del vaso y la mágica mano invisible de una entidad metafísica como lo
es el mercado, escamotean la verdadera causa de nuestro subdesarrollo general.

Reconocer que la pobreza es la causa última de nuestros males sociales, obviamente

va en contra de sus mercantiles intereses. Precisamente es el análisis marxista de la

sociedad, el que explica detalladamente cómo la pobreza provoca una serie de

efectos negativos en las sociedades, por lo que no debemos buscar las causas de esos

males en la moral, en el destino, en que todo es castigo de Dios y otras tantas

supersticiones. El ejemplo de Guatemala, es una pequeña muestra de cómo se puede

aplicar la teoría marxista al análisis social y de la validez que aún tiene el

pensamiento de este genial pensador. De hecho ya se ha aplicado este método de

interpretación social a nuestro contexto.

En efecto, utilizando el pensamiento de Marx como un método de análisis

social, don Severo Martínez Peláez escribió su monumental obra: La Patria del

Criollo, en la que apoyándose en el escrito de Antonio de Fuentes y Guzmán, La

Recordación Florida, hace un análisis pormenorizado de las condiciones que sirven

de base para la construcción de un país llamado Guatemala. Al dejar claro el modo

de producción que prevalece durante la colonia, el profesor Martínez Peláez va

explicando las consecuencias históricas que dicho modo de producción provoca

hasta llegar a la realidad actual de lo que somos como individuos y como sociedad.

Todo ese recorrido histórico que hace el profesor Martínez Peláez nos permite

comprender el porqué somos lo que somos actualmente. Lo que Guatemala es hoy


día, no es producto del azar o la casualidad o los dioses, etc; sino que es la

consecuencia directa de lo que conquistadores y conquistados proyectaron a través

de sus particulares relaciones de producción que estaban, a su vez, condicionadas

por el modo de producción prevaleciente. Guatemala es un país injusto y desigual,

porque esas fueron las bases sobre las que se construyó como tal. Y todo este

análisis es posible hacerlo gracias al método marxista en el que se apoya don

Severo Martínez. Así que un buen ejemplo de cómo se puede aplicar el pensamiento de

Marx para comprender lo que el mundo es en el presente, es el libro de don Severo Martí-

nez Peláez, el que debería ser lectura obligatoria para los todos los que deseen, con sincera

honestidad, comprender nuestra realidad. Una mirada rigurosa a las mal llamadas

democracias latinoamericanas concluiría que salvo unos poquísimos casos: Cuba,

Venezuela, ahora Bolivia y Ecuador, en el resto lo que tenemos son regímenes oligárquicos

vestidos con los ropajes externos de la democracia. Oligárquicos porque, fiel a la definición

aristotélica, son “gobiernos de los pocos en beneficio de los ricos” que, como lo recuerda

Aristóteles, siempre son una minoría. El lenguaje político contemporáneo, producto de la

dominación cultural e ideológica del imperialismo, intenta disimular tan flagrante traición a

los ideales democráticos mediante un ejercicio de prestidigitación gracias al cual una

democracia se define por su sensata “gobernanza”, eufemismo con el que se designan las

artes, artificios y artimañas del político “prudente y responsable” que gobierna en

consonancia con los deseos de los mercados. Buena gobernanza, por lo tanto, es la de Lula,

quien con sus políticas hizo posible que el capital bancario obtuviera en los últimos años las

mayores tasas de rentabilidad de toda su historia; o la de Concertación chilena, que


continuó y profundizó la política económica de Pinochet convirtiendo a Chile en uno de los

países más injustos de América Latina. Mala gobernanza, en cambio, es la de Chávez, que

erradicó el analfabetismo; o la de Evo Morales, que cumplió con su promesa electoral de

nacionalizar los hidrocarburos bolivianos.

El discurso de Friedman y los monetaristas, que había comenzado como una

exaltación de la sabiduría económica y política del mercado en tanto mecanismo

automático y pre-político capaz de generar crecimiento y equidad distributiva remata en

una virulenta ofensiva anti-estatista precisamente en momentos en que las clases y grupos

subalternos pugnaban por una profundización de la democracia. La acogida de esta nueva

ortodoxia ha sido impresionante: abrazada públicamente por presidentes y ministros, y

saludada por la gran prensa y los medios de comunicación de masas como el tardío

advenimiento de la verdad revelada, no es casual que sus propuestas hayan articulado la

respuesta conservadora más seria experimentada por el capitalismo a escala internacional

desde 1929. La restauración del “darwinismo social” y la declarada intención de

desmantelar al Estado keynesiano –agudizando el sufrimiento de las víctimas del mercado y

produciendo, además, el “vaciamiento” práctico de sus instituciones democráticas expresan

estridentemente la vocación autoritaria que se anida en sus aparentemente inocuas ideas

económicas. En realidad, el reverso del liberalismo económico es el despotismo político, y

la historia contemporánea provee evidencias irrebatibles al respecto. El monetarismo

desemboca, tarde o temprano, en forma más o menos violenta, en la restauración

reaccionaria.
CONCLUSCIÓN

Los capítulos leídos constituyen una elaboración en torno al problema del

autoritarismo. La lucha por la democracia en América Latina, es decir, la conquista de la

igualdad, la libertad y la participación ciudadana, es insostenible al margen de una lucha

contra el despotismo del capital. Más democracia implica, necesariamente, menos

capitalismo. El neoliberalismo remata en una concepción y una práctica profundamente

autoritaria en la gestión de la cosa pública. Por eso el dilema neoliberal no es entre estado y

mercado, sino entre democracia y mercado. Y sus representantes no vacilan en sacrificar la

primera en aras del segundo.

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