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Título: Actos abdicativos, renuncia a los derechos y "renuncia general de las leyes" en el nuevo Código
Autor: Ossola, Federico Alejandro
Publicado en: RCCyC 2016 (agosto), 17/08/2016, 167
Cita Online: AR/DOC/2310/2016
Sumario: I. Introducción. — II. El punto de partida: la multivocidad del término "renuncia" y la categoría de los
"actos abdicativos". — III. Metodología del Código Civil y Comercial. Los principales cambios. — IV. La
"renuncia general de las leyes". — V. Los lineamientos generales de la renuncia a los derechos. — VI. Colofón.
I. Introducción
La entrada en vigencia del Código Civil y Comercial ha provocado una verdadera revolución en la doctrina,
la jurisprudencia, en el ámbito académico y en el quehacer diario de todos los operadores del derecho. Se han
introducido importantísimas modificaciones, se han mantenido muchas de las soluciones anteriores, y se han
consolidado —normativamente— importantes criterios jurisprudenciales y doctrinarios sobre las más variadas
cuestiones. A un año de este histórico suceso, comienzan ya a vislumbrarse algunos criterios, en esta larga etapa
de construcción de un nuevo derecho que demandará un buen tiempo; en especial ante la existencia de normas
abiertas que imponen a los jueces —particularmente— sentar criterios, a la luz de esta nueva realidad, y en el
marco de una sociedad en cambio constante.
Uno de los tópicos que menos atención ha generado es el vinculado a la renuncia a los derechos, terreno en
el cual puede afirmarse que se han mantenido los lineamientos generales del Código Civil, sin perjuicio de
algunos cambios específicos consagrándose la irrenunciabilidad de ciertos derechos (por ej., la prohibición de la
renuncia anticipada de las defensas que puedan hacerse valer en juicio, art. 944 del CCyC); y de una
modificación verdaderamente trascendente, medular, que —por cierto— ha pasado algo desapercibida y que
constituye el cambio más importante: la consagración de la bilateralidad de la renuncia a los derechos, cuando
existe un beneficiario de dicho acto.
En estas breves líneas, analizamos (y sentamos posición) con relación a lo establecido en el art. 13 del
CCyC y las normas generales sobre renuncia, emplazadas ahora entre los arts. 944 a 949.
II. El punto de partida: la multivocidad del término "renuncia", y la categoría de los "actos abdicativos"
En el marco del Código Civil existía un profundo desorden en torno al concepto mismo de "renuncia",
empleándose diferentes vocablos, a veces con idéntico significado, y en otros casos en diversos sentidos. Los
más utilizados eran —en este orden— renunciar, abandonar y remitir. En tanto que —con bastante menor
manejo— también encontramos repudiar, perdonar, desprenderse, dispensar, dimitir, desistir, e incluso abdicar,
que es uno de los menos empleados. Curiosamente, condonar no aparece, sin perjuicio de que es comúnmente
empleado en el ámbito del derecho tributario.
Tal situación persiste en el CCyC, desde que al mantenerse la estructura del Código Civil, la renuncia a los
derechos no se circunscribe exclusivamente al acto jurídico unilateral y gratuito, mediante el cual su otorgante
tiene por fin inmediato la pérdida de un derecho del que es titular (o una facultad emergente del mismo),
produciendo su extinción. Comprende, por el contrario, una multiplicidad de actos (onerosos y gratuitos,
unilaterales y bilaterales), en los que está presente lo que entendemos como voluntad abdicativa.
a) La voluntad abdicativa. Existe una variedad de actos y situaciones, de diferente naturaleza, en los que
encontramos un hilo común. Entre otros: renuncia al derecho de crédito (o remisión de la deuda); donación;
abandono del derecho de dominio; extinción del contrato de trabajo por renuncia (o dimisión) del trabajador;
transacción; cesión de derechos; resolución contractual; desistimiento de la acción; desistimiento del derecho,
abandono en las obligaciones propter rem, etc. Se trata de escenarios claramente heterogéneos en los que están
implicados los más diversos derechos, y en donde los requisitos de procedencia y efectos tienen reglas propias.
A pesar de ello, en todos hay un único elemento común, que los aglutina: la presencia en sus otorgantes del
ánimo y la finalidad de abandonar una relación jurídica en la que se encuentren emplazados (sea como titulares
de derechos o también encontrándose gravados con deberes jurídicos a su cargo); también, la misma finalidad
en orden a desprenderse de un derecho, de una ventaja, de una facultad que les pertenece, y de la que disponen
resignándolos; ya sea por algo a cambio; o para obtener un beneficio; o sin recibir nada por aquello que dejan.
Es lo que nosotros denominamos la "voluntad abdicativa": una clara finalidad de abandono que coexiste e
interactúa, en aquellos actos diversos, con otras finalidades propias de cada acto. Se trata, en definitiva, de una
causa final compleja (1).
b) Los actos abdicativos. Así pues, y desde esta óptica, los actos abdicativos son aquellos actos jurídicos
cuyo agente tiene por fin inmediato la pérdida para sí de una relación jurídica en la que se encuentra emplazado

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(como titular de un derecho, o gravado con un deber jurídico), o de algún derecho o facultad emergente de ella,
y que puede producir o no su extinción, reciba o no algo a cambo.
Puede observarse que, en muchos casos, los autores y los jueces predican la existencia de "renuncias" en
situaciones que no son sino actos abdicativos, pero no renuncia en sentido estricto: en todos los indicados más
arriba, así como, por ej., en la rescisión (se la llama renuncia recíproca), o en la novación convencional (algunos
autores señalan que hay una suerte de renuncia de la primera obligación).
Pero bien visto el problema, emplazar a la "renuncia" como el paradigma de los actos de abandono importa
desnaturalizar la figura y asignarle una extensión que en rigor de verdad no tiene.
La categoría general es la de los actos abdicativos, y una de sus especies es la renuncia a los derechos.
Lo señalado se torna evidente cuando se hace referencia a "renuncias" que importan —por el
"renunciante"— el abandono de alguna situación jurídica en la que está implicado, pero no como sujeto activo,
sino como sujeto pasivo de deberes jurídicos.
Nosotros entendemos que cuadra distinguir dos situaciones.
Cuando dicho abandono se produce en violación de un mandato del ordenamiento, sustrayéndose el
otorgante de deberes jurídicos en los que reviste la condición de sujeto pasivo, no puede hacerse referencia
—con propiedad— a la existencia de voluntad abdicativa ni de renuncia, ya que, cabe reiterar, lo abdicable es
aquello que entraña un valor positivo para el otorgante. Por ende, estos actos de abandono (en sentido general
del término), deben ser considerados antijurídicos y, por ende, no producen los efectos queridos sino otros,
como por ejemplo su invalidez, la pérdida de ciertos derechos, o la responsabilidad por daños, entre muchos
otros. Ello ocurre, por ejemplo, en el caso del "abandono del hijo, dejándolo en un total estado de
desprotección", que es causal de privación de la responsabilidad parental (art. 700, inc. b], del CCyC), acto
evidentemente ilícito. Es evidente que en estos casos el acto no sólo importa para su otorgante la pérdida de las
ventajas que le pueda reportar la situación jurídica en la que está emplazado (los "derechos", en sentido muy
amplio, que emergen de ella), sino también sustraerse de manera incausada y contraria a derecho a los deberes
jurídicos que ella le impone, lo cual no puede ser —desde esta óptica— objeto de los actos abdicativos, y
tampoco integra el concepto que hemos adoptado.
Los actos abdicativos, para ser tales, importan la pérdida de ventajas, derechos o facultades; y sólo podrán
comprender deberes jurídicos en los que se es sujeto pasivo cuando ello esté permitido por el ordenamiento.
Esto es: en el marco de la licitud. Ello ocurre, por ejemplo, en la resolución, en la rescisión, en la novación
convencional, en la renuncia al empleo o dimisión, en el ámbito de las relaciones de familia cuando los padres
biológicos entregan en adopción a su hijo (art. 607, inc. b], CCyC). Puede observarse que en todos estos casos
existe acto abdicativo, en los que también su otorgante quedará liberado de los deberes jurídicos que su
situación jurídica le impone en cuanto sujeto pasivo; pero ello en razón de haberse otorgado dicho acto en las
condiciones que establece la ley, o sea, en el ámbito de la licitud de las conductas.
Si bien no se encuentra expresamente consagrada en el CCyC, entendemos que nada obsta a predicarla, y
que reporta indudables beneficios, pues ajusta conceptualmente varias cuestiones, y permite evitar recurrentes
confusiones entre figuras que, teniendo naturaleza heterogénea, comparten este único elemento común: la ya
citada voluntad abdicativa.
Los principios generales que rigen todo acto abdicativo son: 1) libertad o renunciabilidad (salvo que una
norma lo prohíba, todos los derechos pueden ser abdicados); 2) informalidad; 3) interpretación estricta (no se
presumen); 4) retractabilidad. Por cierto que, en cada figura en particular, existen excepciones, reglas y
principios propios, pero —más allá de las diferencias, y que son importantes— todas son tributarias de la
categoría general. Así, por ej., la voluntad de novar no se presume, al igual que la voluntad de renunciar, o la de
transigir, siendo su interpretación, en todos los casos, restrictiva.
III. Metodología del Código Civil y Comercial. Los principales cambios
Además de lo dispuesto en el art. 13 del CCyC, en una sola sección se regula ahora la "Renuncia a los
derechos" en general, y la "Remisión de la deuda" en particular (arts. 944 a 954 del CCyC). Constituyen ellos el
epicentro de la problemática.
Cabe recordar que en el Código Civil, además de la norma "general" contenida en el art. 19, existían dos
Títulos diferenciados: el de "La renuncia de los derechos del acreedor" (arts. 868 a 875), y el de "La remisión de
la deuda" (arts. 876 a 887).
Sin perjuicio de las varias críticas que se le formularon a Vélez Sarsfield, y las profundas discusiones
respecto de si, en el primer título, había regulado sólo la renuncia a los derechos del acreedor (esto es,

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exclusivamente en el marco de las relaciones de obligación), o si se trataba de la renuncia a los derechos en


general (lo que era la opinión mayoritaria), y respecto de si la "remisión de la deuda" era algo diferente a la
"renuncia del crédito", lo cierto es que la nueva regulación no mejora la estructuración de ambas figuras.
La renuncia a los derechos constituye un modo general de extinción de cualquier derecho subjetivo o
facultad emanada de él (no sólo los obligacionales), que debió estar emplazado en un título final en la Parte
General, luego del Título V ("Transmisión de los derechos"), conjuntamente con otros modos extintivos: el caso
fortuito y la confusión (o consolidación).
Vale recordar que el Proyecto de 1936 constituye uno de los antecedentes más relevantes, y en el sentido
apuntado, debido a la inclusión de un capítulo dedicado exclusivamente a la renuncia de los derechos en
general, dentro de la Parte General. Ello acontece en el Libro Primero ("Parte General"), Sección 3ª ("De los
hechos y actos jurídicos"), Título VI, donde se regula in extenso y con depurada metodología y precisión
lingüística la "Extinción de las relaciones jurídicas". Los informantes del Proyecto advierten con exactitud que
"ni el Código que nos rige, ni el Anteproyecto, contienen este título que, sin embargo, es necesario. No basta
con legislar sobre los medios de extinguir los derechos creditorios y disponer aisladamente sobre casos
particulares, puesto que existen reglas generales para poner fin a todas las relaciones jurídicas, y la confusión,
como la renuncia y la imposibilidad, no pueden limitarse a ciertos géneros de aquellas" (2) .
En el Capítulo I ("Disposiciones generales"), reviste trascendencia el art. 216 proyectado: "Las relaciones
jurídicas se extinguen por los hechos o por los actos que este Código determine para cada caso en particular.
Cuando se trate de actos jurídicos destinados a producir tal efecto, se aplicará lo dispuesto en el Título II esta
sección".
De la lectura de la norma resulta que a los actos jurídicos que tengan por fin inmediato la extinción de las
relaciones jurídicas, les serán aplicables las normas del Título II (que establece los requisitos, condiciones de
validez y efectos de los actos jurídicos en general). No se trata sólo de "renuncia", sino de cualquier acto
abdicativo. Esta afirmación se encuentra corroborada por el Capítulo II del mismo título, que regula
exclusivamente la renuncia, en los arts. 219 a 221 (3).
En el informe, la Comisión critica acertadamente la propuesta del autor del anteproyecto: "Bibiloni ha
reunido en un solo título denominado 'De la remisión de la deuda', los artículos que Vélez incluyera en los XXI
y XXII, sección primera, de las obligaciones. En virtud del nuevo plan, la Comisión separa las normas propias
de la renuncia, para colocarlas en la Parte General, de manera que se trasladan aquí con algunos cambios, los
preceptos de los arts. 868, 869, 873, 874 y 875 del Código Civil" (4).
Sin embargo, en el CCyC se ha decidido mantener el método de Vélez en estas cuestiones, disponiéndose
tanto sobre la renuncia en general, y la remisión de la deuda, dentro del Capítulo referido a los "Otros modos de
extinción" de los Derechos Personales; pese a que claramente puede colegirse de la lectura del art. 944 (en el
que, incluso, se prohíbe una renuncia en particular que nada tiene que ver con las relaciones de obligación) y de
los siguientes, que las disposiciones exceden notablemente el marco de las Obligaciones.
IV. La "renuncia general de las leyes"
1. El texto del art. 13 del Código Civil y Comercial y su antecedente inmediato
En el art. 19 del Código Civil se disponía: "La renuncia general de las leyes no produce efecto alguno; pero
podrán renunciarse los derechos conferidos por ellas, con tal que sólo miren al interés individual y que no esté
prohibida su renuncia".
En el art. 13 del CCyC se establece: "Renuncia. Está prohibida la renuncia general de las leyes. Los efectos
de la ley pueden ser renunciados en el caso particular, excepto que el ordenamiento jurídico lo prohíba".
Puede observarse, a simple vista, que se ha mantenido la primera parte, y que con relación a la segunda, se
ha modificado la redacción, pero no la sustancia. Al respecto, señala Lorenzetti que "las leyes son obligatorias y
no es posible dejarlas sin efecto mediante una renuncia general. Es posible, en cambio, pactar una renuncia en
un caso, siempre que el ordenamiento jurídico no lo prohíba. En estos casos se aplica lo dispuesto en materia de
renuncia y remisión" (5).
En nuestra opinión, si bien no se efectúa aquí explícita referencia al orden público como límite
infranqueable de toda renuncia al derecho, sí la hay en el art. 944, que establece dicho principio: todo derecho es
renunciable, en tanto y en cuanto la renuncia no esté prohibida y sólo afecte intereses privados. Ello comprende,
como bien se ha dicho, no sólo la renuncia a los derechos subjetivos, sino también "a intereses legítimos,
simples intereses de hecho, potestades o facultades" (6).
2. La cuestión de la renuncia general a las leyes

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La denominada "renuncia general a las leyes" excede notablemente el ámbito de los actos abdicativos, pues
importa la sustracción a la aplicación de la totalidad de un sistema legal, tanto en lo que respecta a los derechos
que reconoce como a los deberes jurídicos que impone. Por tales razones, se ha podido decir con razón que esta
cuestión "implicaría una evasión a la legalidad que no puede ser consentida por el derecho objetivo" (7). En
otros ordenamientos existen normas similares (8).
Es claro que la prohibición se justifica pues, como lo señala la Comisión que elaboró el Anteproyecto, "se
afectaría la obligatoriedad de la ley" (punto 6.6), constituyendo un Principio que no puede ser desconocido por
la legislación positiva, aun cuando luzca implícito en el ordenamiento.
En nuestra opinión, y si bien en nada se afecta la sustancia de la norma, estimamos impropio el uso del
vocablo renuncia para graficar tal situación, pues la renuncia tiene límites mucho más acotados.
Al respecto, De la Fuente señala en comentario al art. 19 del Código Civil —y en opinión que
compartimos— que hablar de "renuncia a las leyes" constituye un error, y que "la expresión es muy peligrosa
por cuanto se emplea el mismo término (renuncia) para nominar dos instituciones completamente distintas, y
que por cierto producen también efectos sustancialmente distintos: 1) la mal llamada renuncia a las leyes, que se
relaciona con la eficacia de las leyes frente a la voluntad de las personas, y 2) la renuncia de los derechos, como
acto de disposición de un bien que pertenece al renunciante" (9).
Es que, en definitiva, sólo es posible sustraerse a deberes jurídicos cuando la ley lo permite, mediando un
acto abdicativo que —como se ha indicado— no puede calificarse puramente como una "renuncia".
En razón de lo aquí expuesto, y a fin de evitar los equívocos conceptuales que hemos puesto de manifiesto
en orden al uso indiscriminado del vocablo "renuncia", entendemos que —con mayor propiedad— cabe
referirse a la figura como a la sustracción de la ley aplicable por acto voluntario, acto que se encuentra
absolutamente vedado por el ordenamiento y que, por ello, es nulo y de nulidad absoluta, sin producir efecto
alguno.
V. Los lineamientos generales de la renuncia a los derechos
Por cuestiones de espacio nos referimos aquí a lo que en nuestra opinión corresponde destacar respecto de
esta figura, dejando de lado —ex profeso— las cuestiones atinentes a la forma, interpretación y prueba de la
renuncia, y de ciertos efectos particulares (como el caso de la retractación), en donde se han mantenido las
mismas bases del Código Civil.
1. Concepto
Si bien no existe un concepto legal (tampoco lo había en el Código Civil), en función de lo dispuesto en los
arts. 944, 945 y 946 del CCyC, puede definirse a la renuncia de los derechos —a la luz de la normativa ahora
vigente— como el acto jurídico unilateral o bilateral, oneroso o gratuito, en el que su otorgante tiene por fin
inmediato la pérdida de un derecho del que es titular, o de un derecho o una facultad emergente del mismo,
produciendo su extinción.
Cabe aclarar que somos partidarios de un concepto mucho más reducido de renuncia de los derechos
(limitándolo exclusivamente a los actos unilaterales y gratuitos). Sin embargo, de lege data, la posición asumida
por el legislador es sumamente clara, y no deja resquicio alguno para la duda.
2. Caracterización
De modo esquemático podemos enunciar las siguientes notas distintivas de la renuncia a los derechos, en el
marco de la regulación legal que ahora impera:
1. Es un acto jurídico, motivo por el cual se trata de un acto voluntario, lícito, y que tiene el fin inmediato
recién descripto.
2).Es una especie de acto abdicativo, con un extenso contenido. Nada obsta a considerar —como ya se ha
señalado— que la categoría general de los actos abdicativos puede predicarse a la luz del CCyC.
3. La regla es que todos los derechos son renunciables (patrimoniales o extrapatrimoniales), salvo que exista
una prohibición legal, o se afecte el orden público (art. 944, CCyC).
4. Cuando se trata de derechos patrimoniales es, en principio, un acto de disposición, para el que incluso es
necesario conferir facultades expresas (art. 375, inc. i], CCyC), aunque puede haber renuncias (en los actos
onerosos) que constituyan actos de administración.
5. Puede ser unilateral o bilateral (art. 946, CCyC).
6. Puede ser oneroso o gratuito (art. 945, CCyC).

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7. Como regla, es no formal (art. 949, CCyC).


8. Es de interpretación estricta: por regla, no se presumen, aunque existen excepciones (art. 948, CCyC).
9. Es retractable, en las condiciones que fija la ley (art. 947, CCyC).
10. Puede ser otorgada por actos inter vivos o mortis causa mediante un legado de liberación (art. 2505,
CCyC).
11. Puede ser pura o condicional. Nada impide, en principio, que se otorgue una renuncia de derechos sujeta
a una condición suspensiva o resolutoria.
12. Generalmente la renuncia no tiene efectos traslativos. No cabe dudar de ello en la renuncia gratuita,
aunque en la "onerosa" (art. 945, CCyC) podría eventualmente producirse alguna transmisión de derechos, no
ya en razón de la "renuncia" individualmente considerada, sino en función del contenido complejo del negocio
jurídico de que se trate.
3. Renuncia a los derechos y "remisión de la deuda"
Entre los arts. 944 a 949 del CCyC se dispone sobre la renuncia de derechos en general; con posterioridad
(arts. 950 a 954), sobre la "remisión de la deuda", entendida ésta como la renuncia al crédito por la entrega
voluntaria por el acreedor al deudor del documento original en que consta la deuda. Sin perjuicio de esto último,
somos de la opinión de que la renuncia "al crédito" constituye el modo extintivo de las obligaciones, del cual la
"remisión de la deuda" (en sentido estricto) es una de las maneras de otorgarla.
4. El objeto de la renuncia a los derechos. El orden público como límite infranqueable
En el art. 944 del CCyC se dispone: "Toda persona puede renunciar a los derechos conferidos por la ley
cuando la renuncia no está prohibida y sólo afecta intereses privados. No se admite la renuncia anticipada de las
defensas que puedan hacerse valer en juicio". La solución replica, en lo sustancial, la del art. 872 del Código
Civil, con el agregado final.
Aquí el nudo del tema radica en la licitud de la renuncia; entran en juego los más importantes Principios
Generales del Derecho en orden a determinar qué puede ser abdicado, desde que rigiendo el Principio de
Libertad o Renunciabilidad, la cuestión gira fundamentalmente en torno al art. 19 de la Constitución Nacional, y
los arts. 279, 13 y 944 del CCyC. La regla, pues, se encuentra expresa en estas normas. Cuando de renuncia se
trata, su objeto pueden ser o bien Derechos Subjetivos, o bien diversas facultades o derechos emanados de
aquéllos, pertenezcan a su titular o al sujeto pasivo, si lo hay.
La posibilidad, en tanto requisito del objeto, hace a la existencia misma del derecho que se pretende
renunciar. Por ende, "no es dable renunciar a un derecho que no existe ni siquiera potencialmente" (10), desde
que no se puede renunciar lo que no se tiene, y tampoco a los derechos que ya se han extinguido por otra causa.
Distinto es el caso de los derechos "eventuales o condicionales" (que estaban contemplados en el art. 872 del
Código Civil, y que deben entenderse comprendidos en el CCyC), que sí pueden ser objeto de una renuncia, ya
que se trata de derechos existentes (aunque en tales condiciones), y no de meras hipótesis o probabilidades.
La casuística es inagotable, y no existe un "catálogo" de derechos irrenunciables, sino que en cada caso
concreto se va disponiendo sobre las situaciones particulares. Llambías (11) propone una clara pauta
interpretativa: a) son renunciables los derechos instituidos en beneficio del interés particular de su titular, lo que
en ciertos casos así se encuentra consagrado, para despejar las dudas que pudieran presentarse (12); b) son
irrenunciables los derechos instituidos en resguardo del orden público (13); c) en caso de duda acerca de la
finalidad de su institución, ha de estimarse que el derecho es renunciable.
5. Imperatividad e irrenunciabilidad
Cuando una ley es de orden público, ella es imperativa, esto es, de derecho forzoso, inderogable por
voluntad de las partes. Pero debe distinguirse entre imperatividad de las normas e irrenunciabilidad de los
derechos (14) . Sobre esa base, es posible entonces distinguir entre orden público absoluto, cuando a la
imperatividad de la ley se le suma la irrenunciabilidad del derecho, del orden público relativo, en los casos en
que la existencia de leyes imperativas no impide la renuncia de los derechos que han sido adquiridos (como el
derecho a los alimentos ya devengados, a la prescripción ya ganada, o a los derechos del consumidor ya
incorporados a su patrimonio).
6. Especies (onerosa y gratuita)
En el marco del texto del Código Civil (arts. 868 a 872, inclusive), nos habíamos pronunciado por la
gratuidad de la renuncia a los derechos, en el sentido de que su otorgante no recibe contraprestación alguna a
cambio del acto que otorga. La letra de la ley era diferente, y señalábamos al respecto que cuando existía alguna

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contraprestación "a cambio" de la renuncia, en rigor de verdad se estaba frente a otro acto abdicativo, pero no
ante una renuncia de derechos stricto sensu (15) . Se afirmaba que "una renuncia onerosa es renuncia de nombre,
pues si media un precio se tiene un cambio" (16).
La cuestión también se vincula con la naturaleza jurídica de la renuncia: si es unilateral en todos los casos,
mal podría postularse la existencia de renuncias onerosas; en cambio, si se considera bilateral, nada obstaría a
afirmar lo señalado. Por ello, los partidarios de la unilateralidad de la renuncia señalaban que "de ser onerosa, la
renuncia sólo tiene de tal su nombre, pues si media un precio o una contraprestación pierde su tipicidad, que es
la de ser un acto jurídico unilateral" (17).
En el CCyC se ha mantenido la concepción amplia del instituto, previéndose la existencia de renuncias
onerosas y gratuitas.
Debe aclararse, empero, que la renuncia gratuita puede o no constituir una liberalidad. Es de suma
importancia aclarar que no es de la esencia de la renuncia a los derechos la intención de beneficiar a un sujeto
(cuando éste existe); aunque en ciertos casos pueda presentarse este ánimo (por ej., en la quita que un acreedor
consiente en el concurso del deudor, donde lejos se está de querer beneficiarlo).
7. La modificación más importante: la bilateralidad de la renuncia cuando existe un beneficiario
Esta cuestión era sumamente discutida en el Código Civil, en donde la doctrina se pronunciaba
mayoritariamente por la unilateralidad. En el art. 946 del CCyC ahora se dispone: "La aceptación de la renuncia
por el beneficiario causa la extinción del derecho".
Así, cuando la renuncia tiene un beneficiario directo (y ello es de especial importancia en el ámbito de las
relaciones de obligación), es necesaria su aceptación para que el derecho se extinga. Siendo que esto último es
el efecto propio de la renuncia, no cabe dudar de su bilateralidad. La letra de la ley es clara, y no es posible otra
interpretación.
Se trata, pues, de un contrato extintivo y, por ende, emplazado en el art. 957 del CCyC. Wayar, partidario de
la bilateralidad en el marco del Código Civil, señalaba que la declaración del acreedor renunciante constituye
una oferta contractual y, por lo tanto, es necesario no confundir la retractación de la oferta de renunciar con la
retractación de una renuncia ya concretada, porque esta hipótesis no es posible en nuestro derecho. Así, el
sistema es congruente: si es aceptada, queda cerrado el contrato, y no es posible la retractación; por el contrario,
si es retractada antes de la aceptación, el contrato no se ha formado y la oferta queda sin efecto (18). Tal es la
única interpretación que cabe postular ante lo terminante de la nueva normativa.
Por ende, la aceptación por el beneficiario es aquí un requisito de eficacia del acto mismo, sin la cual no hay
renuncia, desde que es necesario —como en todo contrato— el concurso de las voluntades del renunciante y el
beneficiario (en las obligaciones, el acreedor y el deudor respectivamente). En nuestra opinión, produce efectos
desde que dicha aceptación es formulada y, en el caso de ser notificada al renunciante, desde su expedición o
envío (19), y sin posibilidades de que el aceptante pueda retractarse de la aceptación. Esta cuestión no sólo no
está permitida por la legislación, sino que además va en contra de la teoría de los actos propios, importando ello
generar una situación reñida con el sentido común, además de improbable.
8. Nuestra postura. Acto jurídico unilateral. Inconveniencia de la reforma
En el marco del Código Civil, cuya oscura redacción (en los arts. 868 y 875) brindaba argumentos para
ambas posturas (la unilateralidad y la bilateralidad), nos habíamos pronunciado decididamente por la
unilateralidad de toda renuncia de derechos, exista o no beneficiario, y en particular referencia a las relaciones
de obligación (20).
La reforma ha adoptado el criterio inverso. Pese a ello, ponemos de manifiesto las razones que nos llevan a
seguir postulando la unilateralidad (y, por ende, la necesidad de modificar la solución legal), no sólo porque
—entendemos— responde a la esencia misma de la figura, sino porque la bilateralidad presenta situaciones de
dificultosa resolución en los casos concretos, que no serán pocos.
1. Si bien puede existir en la renuncia de los derechos el ánimo de beneficiar a alguna persona (en el caso
particular del crédito, en relación al deudor), su causa final concreta y específica, en cuanto acto abdicativo, no
es la intención de liberalidad (el animus donandi), sino la pérdida del derecho; sin perjuicio, claro está, de que
también pueda existir en su otorgante esta otra finalidad, pero que de todas maneras no es suficiente para
considerar que se trata de una donación (la donación importa transferencia de un derecho, lo que no sucede en la
renuncia).
Prueba de ello es la denominada remisión forzosa, como ocurre en el derecho concursal. Como se ha dicho,
la construcción que impugnamos "no tiene en cuenta que, en materia de renuncia de derechos y,

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específicamente, de remisión de deuda, no se trata de atribuir al deudor ningún derecho, sino de extinguir la
obligación" (21).
Estas afirmaciones pueden trasladarse a todos los derechos en general: quien renuncia lo hace con el ánimo
de perder el derecho (o alguna de sus facultades) que se encuentra emplazado en el ámbito de sus intereses
jurídicos; conlleve ello o no la extinción (en sentido estricto) de tal derecho; con prescindencia de la intención
de beneficiar a persona alguna (sin perjuicio de que ella eventualmente exista); y sin que anide en la intención
del agente una posterior atribución del derecho renunciado a otra persona, en razón del mismo acto (aunque ello
pueda producirse por imperio de la ley).
2. Es que, en definitiva, la renuncia del derecho es el reverso del contenido del derecho subjetivo: si éste
permite obrar y exigir para la satisfacción de los intereses jurídicos, a la inversa, la facultad de disponer implica
la posibilidad de deshacerse de él.
Por ello, se ha señalado con razón que la realidad es que la renuncia constituye más bien una facultad ínsita
en un particular derecho, accionando la cual se realiza el ejercicio del derecho, por decirlo así, en una dirección
opuesta. El intérprete no puede efectuar una valoración general de la cuestión y sólo puede constatar la
existencia, en la fattispecie considerada, de una facultad de renuncia en cabeza de su titular (22).
3. No responde a la naturaleza de las cosas y del hombre afirmar que necesita del consentimiento de otro
sujeto quien quiere desprenderse de algo que tiene y que exclusivamente le reporta beneficios o ventajas, sin
gravarlo con un concreto deber frente al otro con quien se encuentra vinculado en la relación jurídica, más allá
de los que le corresponden en cuanto instrumentos tendientes a hacer efectivo su derecho (los deberes
accesorios de conducta).
La obligación (individualmente considerada) continúa existiendo en su exclusivo interés, y con
prescindencia de la presencia de otras obligaciones que pudieran emanar de la misma causa fuente, y que se
encuentren —por tal razón— vinculadas, en compleja interacción. Esta última circunstancia podrá justificar, en
ciertos casos, la necesidad del concurso de voluntades para los casos de rescisión o transacción, actos
abdicativos diferentes a la renuncia.
Sin embargo, aquí no se trata de estos supuestos, sino de considerar el derecho subjetivo de crédito (o
cualquier otro derecho relativo) en su individualidad; y en tales circunstancias, constituye un evidente exceso la
exigencia del necesario consentimiento de "la otra parte", del eventual "beneficiario" (cuando es que existe) para
poder abandonar el derecho.
Como bien dice Zannoni, el crédito constituye un derecho subjetivo que se asienta en un interés: la
expectativa de prestación, agregando con cita en Betti que quien indica que "de igual modo que, en general, la
satisfacción de un interés típico constituye la función económico-social del derecho subjetivo privado, la
satisfacción de la expectativa del acreedor, es la función económico-social del derecho de obligación" (23).
Por ello mal, puede postularse que el deudor cuente con un derecho tal que defina la situación: si acepta la
renuncia, la obligación queda extinguida; en caso contrario, no. Tal afirmación es errónea, e impone al acreedor
continuar vinculado como titular de un derecho que no quiere más, que no le importa más, que desea abandonar,
y que ha sido instituido en su único y exclusivo interés (24) .
Llambías, por el contrario, señala que "los favores no se imponen a quien no quiere recibirlos (arg. art.
1792), por respeto a la dignidad de la persona humana, que resultaría avasallada si tuviera que soportar, en
contradicción con su íntimo sentir, la recepción de un beneficio que, en estas condiciones dejaría de serlo, para
convertirse en una mortificación" (25).
En nuestra opinión, ello importa desnaturalizar a la obligación, colocando al interés del deudor (de liberarse)
en un mismo rango que el interés del acreedor (de hacer efectivo su crédito); o más bien en un rango superior,
ya que se atribuye al deudor la potestad de decidir si quiere o no liberarse.
Como dicen Pizarro y Vallespinos, de aceptar tal situación "estaríamos dando primacía a la posición jurídica
pasiva por sobre la activa, lo cual no condice con la realidad", pues el deudor está sometido al poder del
acreedor y no a la inversa (26). Es que el acreedor que renuncia, en definitiva, no puede ser forzado a aceptar el
pago (27) (luce absurdo un juicio de consignación ante tal situación).
4. No cabe negar el profundo contenido moral del derecho de crédito en lo que respecta al deudor, y que
tiene sus concretas manifestaciones en el ámbito de las relaciones jurídicas, en el sentido de que el buen deudor
quiere honrar sus deudas y liberarse, con independencia de que conoce que en caso de incumplir el acreedor
podrá hacer uso de su poder de agresión patrimonial.
El débito, elemento integrante del vínculo jurídico, es "la deuda entendida como deber (deber-ser) del

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deudor de realizar o de adoptar un determinado comportamiento", cuya distinción de la responsabilidad permite


profundizar en el concepto y en las características de la relación obligatoria (28).
Constituye un "estado de 'presión psicológica (stato di pressione psicologica)' en el cual el obligado se
encuentra bajo el efecto de la gravitación del ordenamiento jurídico y de su conciencia moral, con
independencia de toda idea de coacción" (29).
La consideración de esta situación es la que justifica los "derechos" que el deudor tiene para liberarse,
incluso por la vía coactiva. Se trata, en definitiva, del reconocimiento de que los derechos subjetivos son
protagonizados por personas, que son sus titulares, y el ordenamiento no puede olvidar o relegar tal
circunstancia detrás de los intereses patrimoniales.
Ahora bien: en nuestro tema, estimamos desacertado dar preeminencia a la dignidad del deudor por sobre el
derecho de abandono del acreedor, que no conlleva ningún perjuicio jurídico para el deudor, para justificar que
es necesario contar con su consentimiento a fin de que la renuncia quede configurada.
Ello distorsiona el concepto y la esencia misma de la relación jurídica obligatoria, instituida de manera
primordial en orden a la protección de los intereses jurídicos del acreedor, o su titular (si se tratare de otro
derecho relativo). Cabe traer las palabras de Galli, quien sostiene un argumento irrefutable en favor de la
unilateralidad: "Si oponemos a la libertad de renunciar por parte del acreedor, la libertad de no aceptar la
renuncia por parte del deudor, no parece jurídico considerar que no exista renuncia por falta de concurrencia de
la adhesión del deudor" (30).
5. La bilateralidad de la renuncia golpea los cimientos de la obligación, porque no sólo constituye una
reprochable limitación de la libertad del acreedor (quien, en expresión poco académica, no quiere tener más su
crédito, por la razón que sea); sino que coloca al deudor en una posición de poder tal frente al acreedor que
quiebra el delicado equilibrio que debe existir entre ambas situaciones jurídicas, producto de una multiplicidad
de factores que se colocan de cada lado; uno de los cuales adquiere un peso inusitado y puede terminar por atar
al acreedor a la exclusiva voluntad del deudor, cuando la situación es la inversa: por definición —y el concepto
viene del derecho romano— es el deudor quien está sometido al poder jurídico del acreedor, sin perjuicio de los
derechos y facultades que el primero puede invocar y ejercer.
Si, en definitiva, el deber jurídico del deudor (y la conducta que debe asumir en consecuencia) se encuentra
orientado a la satisfacción de un interés del acreedor; y ello constituye "un carácter fisonómico de la obligación
que reviste notable importancia para la individuación de ésta en el ámbito de la categoría de deber jurídico", y si
todo ello "debe valer no sólo para el nacimiento, sino para toda la vida de la relación obligatoria", sin que la
obligación pueda mantenerse viva cuando el interés desaparezca (31), luce desacertado conferirle al deudor la
facultad de decidir que la obligación no quede extinguida, cuando —nada más y nada menos— ha desaparecido
el interés del acreedor en el cumplimiento, al renunciar el Derecho Subjetivo del que es titular.
6. Estas afirmaciones adquieren mayor peso si se toma en cuenta la enorme proliferación de las obligaciones
de resultado, en donde lo preponderante es el interés del acreedor, lo que permite "contemplar la relación
obligatoria, no exclusivamente desde la perspectiva del deber, cuyo cumplimiento libera al deudor, sino desde la
más amplia (que no contradice la anterior) de resultado de satisfacción del interés del acreedor" (32).
7. La exigencia de la aceptación como elemento constitutivo del acto, determinante de su validez, podría
también provocar inseguridad jurídica en orden a la titularidad del derecho abdicado.
8. Además, y pese a que la intención de renunciar no se presume, existen casos en los que median renuncias
tácitas. En estos supuestos, basta la sola manifestación de voluntad del renunciante. La situación expuesta
llevaría a concluir algo que es insostenible: la naturaleza de la renuncia podría quedar definida por la forma del
acto. Si es tácita, no existen obstáculos para considerar la existencia de renuncias unilaterales; pero si es
expresa, debe ser bilateral. La forma de un acto no puede definir su naturaleza jurídica.
9. Algunas situaciones que podrán plantearse sin respuestas satisfactorias. La misión de los jueces
Existen algunos supuestos en los que, en razón de la bilateralidad que se ha consagrado, se plantean serias
dudas, y dan lugar a situaciones paradojales.
Piénsese, por ejemplo, en el caso (bastante improbable en los hechos, por cierto) de que el acreedor hubiera
formulado la renuncia, el deudor no la hubiera aceptado, y acto seguido hubiera promovido juicio de
consignación. ¿Podría de manera coactiva el deudor obligar al acreedor a recibir el pago? ¿El acreedor debería
cargar con las costas de un proceso judicial porque "no quiso" recibir el pago, luego de insistentes ofertas reales
de cumplimiento por el deudor, quien se oponía a la renuncia efectuada? Existe alguna opinión en tal sentido
(33).

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Por otro lado, también resulta irrazonable que en el caso de obligaciones de sujetos indeterminados, el
acreedor o titular se vea obligado a esperar hasta que la otra parte aparezca para formular la aceptación, y así
entonces concretar la renuncia (34).
La exigencia de la aceptación como elemento constitutivo del acto, determinante de su validez, también
provoca inseguridad jurídica en orden a la titularidad del derecho abdicado. Repásese en quien, habiendo
renunciado su derecho (sin que hubiera mediado la aceptación), otorga luego diversos actos en consonancia con
dicha renuncia y a consecuencia de ella. Podría válidamente preguntarse si esa persona sigue siendo o no el
titular, en razón de que no lo habría perdido, ya que aún no operó su extinción.
Asimismo, y si con posterioridad a estos actos, el beneficiario de la renuncia no la aceptara, difícil también
sería establecer con claridad los derechos de terceros que hubieran contratado con el renunciante ex post facto, o
que eventualmente hubieran adquirido algún derecho en razón de dicha renuncia; sin perjuicio de la fuerte
protección que se brinda a los terceros adquirentes de buena fe y a título oneroso, no es lo mismo para los
adquirentes a título gratuito.
Igualmente, el criterio de interpretación estricta en el ámbito de la renuncia tiene también su fundamento en
la unilateralidad del acto. Como bien lo señala Orgaz, quien sostiene que la renuncia es un acto unilateral, en los
de esta categoría "la declaración o expresión de voluntad debe ser inequívoca, de suerte que pueda ser conocida
sin error por aquellos a quienes se dirija o puedan prevalerse de ella. Cuando la declaración es equívoca, carece
de eficacia". Agrega el citado jurista que en los actos bilaterales, "en cambio, el principio es el de que, si la
manifestación de voluntad es susceptible de diversos sentidos, esta circunstancia no basta para hacerla ineficaz y
aquélla debe entenderse del modo que objetivamente sea más conforme a las circunstancias del caso y a las
legítimas previsiones de los demás interesados" (35).
Asimismo, y cuando media desistimiento del derecho en el ámbito de un proceso judicial, la nueva norma
sustancial (que es la que debe imperar) impone la aceptación del beneficiario como un requisito ineludible, ya
que la aceptación causa la extinción del derecho, lo que no sucede antes, quedando la cuestión en el limbo, en el
marco de una oferta contractual no aceptada. La situación podría plantearse ante un demandado que, sabedor de
que ganará el juicio, decide seguirlo hasta la sentencia, con todo el dispendio jurisdiccional inútil, además de las
costas que se seguirían devengando. Lo propio en el caso de un demandado rebelde, donde la ausencia de
aceptación no podrá consumar el desistimiento del derecho. En estos casos, no le quedará otra opción al actor
que desistir de la acción, aunque debe recordarse que el demandado podría oponerse; por lo cual queda
encerrado en un callejón sin salida.
Es por demás evidente que ante estas situaciones, y otras similares, serán los jueces quienes deberán valorar
las circunstancias que presente el caso concreto, muy especialmente a la luz de los Principios de Buena Fe (art.
9 del Código), y del Ejercicio Regular de los Derechos (art. 10 del Código), a fin de evitar situaciones injustas y
distorsivas.
Ante ello, no dudamos de que en ciertos casos será viable, incluso, rechazar la oposición del beneficiario de
la renuncia, si es que no existen razones plausibles y plenamente justificadas que demuestren la regularidad de
su conducta.
10. Efectos de la renuncia
La renuncia de los derechos invariablemente trae aparejada su pérdida para el titular, con prescindencia de
que se produzca o no la extinción del objeto. El derecho renunciado, una vez aceptada la renuncia, queda pues
extinguido (art. 946, CCyC).
Pueden darse casos en los que de la renuncia, además de la pérdida, también se produzca la extinción del
objeto, como ocurre en las Obligaciones. Pero en otros supuestos, y si bien la renuncia produce la pérdida (su
efecto constante), desde la "perspectiva objetiva" se produce una modificación de la situación jurídica del
objeto. Es el del abandono del dominio, en donde la cosa (el objeto) sigue existiendo pero en una nueva
situación jurídica, habiéndose producido la mutación (modificación) por la renuncia: ahora es una res nullius.
Ahora bien, si se contempla el problema desde la perspectiva de la relación jurídica, no puede dudarse de
que la renuncia produce su extinción.
No tiene efectos traslativos. La renuncia no produce transmisión de derechos alguna, sin perjuicio de que en
ciertos casos (los menos) un tercero pueda adquirir algún derecho en función de tal situación.
Tampoco tiene efectos retroactivos, ni puede tenerlos (36). Cuando las leyes establecen el efecto ex tunc, lo
hacen por una necesidad ineludible que reposa sobre una ficción que el derecho estima justa: aun cuando en el
mundo de los hechos, en la fenomenología de las cosas, haya existido la relación jurídica, por cuestiones de
orden, seguridad y necesidad se establece que debe considerarse al derecho "como si no hubiese existido". En el
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ámbito de la renuncia de los derechos no se presenta esta necesidad, por lo que no cabe dudar de que sus efectos
se producen hacia el futuro, desde que el acto es otorgado, sea unilateral o bilateral. Por ende, se considera que
el renunciante ha sido titular del derecho, hasta el momento mismo en que se perfecciona la renuncia.
En relación con la extensión de la renuncia, rige, claro está, el principio de Interpretación Estricta, que
impera en orden al objeto de todo acto abdicativo. Sin perjuicio de lo expuesto, lo cierto es que ella comprende
todos sus accesorios, como podrían ser las fianzas, hipotecas, intereses, etc. Ello es una derivación lógica de lo
consagrado en los arts. 856 y 857 del CCyC.
VI. Colofón
Tanto en la renuncia "general" a las leyes como en la renuncia a los derechos se han mantenido los
lineamientos generales del Código Civil, por lo cual se mantienen los mismos criterios y (también) las
discusiones existentes en el marco de la legislación anterior.
La única modificación, y trascendental, ha sido la de consagrar de manera explícita la bilateralidad de la
renuncia cuando existe un beneficiario. Como se ha visto, la solución es inconveniente, y propugnamos su
modificación, consagrándose la unilateralidad de toda renuncia a los derechos.
(1) Hemos desarrollado la cuestión con mayor extensión en OSSOLA, Federico A., Tratado de la renuncia
de los derechos y las obligaciones, LA LEY, Buenos Aires, 2012.
(2) Reforma del Código Civil — I. Antecedentes — II. Informe — III. Proyecto, 1936, ps. 25/26. Lo
resaltado nos pertenece.
(3) Art. 219: "Toda persona capaz de hacer o aceptar donaciones, podrá renunciar a título gratuito, cualquier
derecho que sólo afecte a su interés individual, siempre que no medie una prohibición de la ley. No se juzgará
renuncia, la que se hiciere a cambio de una ventaja cualquiera. En este caso, regirán los preceptos sobre
contratos a título oneroso. Cuando la renuncia se efectuare con ánimo de beneficiar a otro, será donación o
legado, según corresponda".Art. 220: "La renuncia no está sujeta a formalidad alguna y puede hacerse aún
tácitamente, cuando la ley no exija una declaración expresa. La voluntad de renunciar no se presume, y la
interpretación de los actos que induzcan a reconocerla, debe ser restrictiva".Art. 221: "La renuncia puede
retratarse mientras no haya sido aceptada por la persona favorecida, salvo los derechos adquiridos por tercero
durante el intervalo, a consecuencia de ella".
(4) Reforma del Código Civil — I. Antecedentes — II. Informe — III. Proyecto, 1936, p. 26. Lo resaltado
nos pertenece.
(5) LORENZETTI, Ricardo L., en Código Civil y Comercial de la Nación comentado, t. I,
Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2014, p. 71.
(6) TOBÍAS, José W., en Alterini, Jorge H. (dir.), Código Civil y Comercial comentado. Tratado exegético,
t. I, LA LEY, Buenos Aires, 2016, p. 101.
(7) BUSSO, Eduardo B., Código Civil anotado, t. I, Ediar, Buenos Aires, 1944, p. 181.
(8) Así, en el Código Civil español se dispone: "La exclusión voluntaria de la ley aplicable y la renuncia a
los derechos en ella reconocidos sólo serán válidas cuando no contraríen el interés o el orden público o
perjudiquen a terceros" (art. 6º, inc. 2º). En el Código Civil uruguayo se establece que "la renuncia general de
las leyes no surtirá efecto alguno. Tampoco surtirá efecto la renuncia especial de las leyes prohibitivas: lo hecho
contra éstas será nulo, si en las mismas no se dispone lo contrario".
(9) DE LA FUENTE, Horacio H., Orden público, Astrea, Buenos Aires, 2003, p. 67.
(10) LLAMBÍAS, Jorge J., Tratado de Derecho Civil. Obligaciones, t. III, Perrot, Buenos Aires, 1973, p.
160.
(11) DE LA FUENTE, Horacio H., Orden público, ob. cit., p. 157.
(12) Entre otros: Los Derechos Personalísimos, pero sólo si el acto no es contrario a la ley, la moral o las
buenas costumbres (art. 55), y en las condiciones fijadas en las normas concordantes. Si el contrato de locación
carece de plazo, se considera celebrado por dos años, pero el locatario puede renunciar a este plazo si está en la
tenencia de la cosa (art. 1198). El beneficio de división en la fianza (art. 1589). La herencia (arts. 2286 y ss.). El
legatario puede renunciar al legado en tanto no lo haya aceptado (art. 2521). El acreedor puede renunciar a su
privilegio o postergarlo, salvo el privilegio del crédito laboral (art. 2575).
(13) Enunciamos algunos de ellos, haciendo presente que en algunos casos la irrenunciabilidad es absoluta,
y en otros es relativa (bajo ciertas condiciones, puede renunciarse el derecho): los bienes públicos son
inenajenables y, por ende, no pueden ser renunciados o abandonados (art. 237). La renuncia de cualquiera de los

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cónyuges a la facultad de pedir el divorcio (art. 436). La obligación de prestar alimentos (art. 539), salvo los
devengados y no percibidos (art. 540). El derecho a reclamar la filiación o de impugnarla (art. 576). Las
acciones de estado de familia (art. 712). La renuncia anticipada de las defensas que puedan hacerse valer en
juicio (art. 944). En los Contratos celebrados por adhesión a cláusulas generales predispuestas, se tienen por no
escritas las cláusulas que importan renuncia o restricción a los derechos del adherente, o amplían derechos del
predisponente que resultan de normas supletorias (art. 988, inc. b]). La herencia futura, en los términos del art.
1010. El derecho a revocar la aceptación en los contratos celebrados fuera de los establecimientos comerciales y
a distancia (art. 1110). Toda cláusula que dispensa o limita la responsabilidad prevista para los daños que
comprometen la solidez de una obra realizada en inmueble destinada a larga duración o que la hacen impropia
para su destino, se tiene por no escrita (art. 1276). En el contrato de agencia, se prohíbe al agente desistir de la
cobranza de un crédito del empresario en forma total o parcial (art. 1485). En el contrato de arbitraje no se
puede renunciar a la impugnación judicial del laudo definitivo que fuera contrario al ordenamiento jurídico (art.
1656). En el fideicomiso, el contrato no puede dispensar al fiduciario de la obligación de rendir cuentas, ni de la
culpa o dolo en que puedan incurrir él o sus dependientes, ni de la prohibición de adquirir para sí los bienes
fideicomitidos (art. 1676). Son inválidas las cláusulas que eximen o limitan la obligación de indemnizar cuando
afectan derechos indisponibles, atentan contra la buena fe, las buenas costumbres o leyes imperativas, o son
abusivas. Son también inválidas si liberan anticipadamente, en forma total o parcial, del daño sufrido por dolo
del deudor o de las personas por las cuales debe responder (art. 1743). Los derechos reales se extinguen por el
abandono (art. 1907). La posesión y la tenencia se extinguen por el "abandono expreso y voluntario de la cosa"
(art. 1931, inc. d]). El condómino no puede renunciar a ejercer la acción de partición por tiempo indeterminado
(art. 1999). El condómino no puede liberarse mediante la abdicación del derecho sobre el muro elevado o
enterrado si mantiene su derecho sobre el muro de cerramiento (art. 2028). En el usufructo, si se constituye por
testamento, quien ha sido designado usufructuario está obligado a inventariar y determinar el estado del objeto,
en escritura pública, no pudiendo ser dispensado (art. 2137). La herencia es renunciable, pero no la futura (arts.
2286 y sigtes.). Es irrenunciable la porción legítima de una sucesión aún no abierta (art. 2449). La facultad de
revocar el testamento o modificar sus disposiciones es irrenunciable e irrestringible (art. 2511). La prescripción
no acontecida, pero sí la ya ganada (art. 2535). Las partes no pueden renunciar ni alterar las disposiciones
legales sobre caducidad establecidas en materia sustraída a su disponibilidad (art. 2571). El privilegio del
crédito laboral no es renunciable en la ejecución individual, ni postergable (art. 2575). Los derechos del
consumidor (cuyo epicentro es el art. 37 de la ley 24.240). Los derechos del trabajador, en los términos y con
los alcances de los arts. 12, 15 y 112 de la ley 20.744. Los beneficios de la Seguridad Social (art. 14 bis de la
CN).
(14) DE LA FUENTE, Horacio H., Orden público, ob. cit., ps. 77/78.
(15) OSSOLA, Federico A., Tratado de la renuncia de los derechos y las obligaciones, ob. cit., t. I, ps. 327
y sigtes.
(16) COLMO, Alfredo, De las obligaciones en general, Librería y Casa Editora de Jesús Menéndez, Buenos
Aires, 1920, p. 602.
(17) PIZARRO, Ramón D. — VALLESPINOS, Carlos G., Instituciones de Derecho Privado —
Obligaciones, t. III, Hammurabi, Buenos Aires, 1999, p. 568.
(18) WAYAR, Ernesto C., Derecho Civil — Obligaciones, t. II, LexisNexis, Buenos Aires, 1997, ps.
769/770.
(19) TRIGO REPRESAS, Félix A., en Cazeaux, Pedro N — Trigo Represas, Félix A., Derecho de las
obligaciones, t. III, 3ª ed., Platense, La Plata, 1991, p. 597.
(20) OSSOLA, Federico A., Tratado de la renuncia de los derechos y las obligaciones, ob. cit., t. I, ps. 295
y sigtes.
(21) PIZARRO, Ramón D. — VALLESPINOS, Carlos G., Instituciones de Derecho Privado —
Obligaciones, ob. cit., t. III, p. 567.
(22) COPPOLA, Cristina, La rinunzia ai diritti futuri, Giuffrè, Milano, 2005, p. 67.
(23) ZANNONI, Eduardo A., Elementos de la obligación, Astrea, Buenos Aires, 1996, p. 94.
(24) Colmo formula una observación similar, señalando que "lo único en juego es la situación del
renunciante y no la del posible beneficiario" (Colmo, Alfredo, De las obligaciones en general, ob. cit., p. 598).
(25) LLAMBÍAS, Jorge J., Tratado de Derecho Civil. Obligaciones, ob. cit., t. III, p. 146. Algo similar dice
Savigny: se trata de "casos muy raros", por ejemplo, "cuando en un combate de generosidad, de delicadeza o de
orgullo, el acreedor quiere hacer remisión de la deuda y el deudor se rehúsa a aceptar esta remisión"

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(SAVIGNY, M. F. C., Sistema del Derecho Romano actual, trad. de Jacinto Mesía y Manuel Poley, t. III, 2ª ed.,
Centro Editorial de Góngora, Madrid, p. 356). Debe aclararse que, como antes lo señalamos, para el jurista la
solución es, o bien novar la obligación efectuando un "contrato" de remisión de la deuda al "nuevo deudor",
aunque de todas maneras el acreedor no podría ser obligado a aceptar el depósito que el deudor efectuara. En el
derecho español, Santos Morón indica que "en cualquier caso, aunque nos parece indudable que el deudor no
tiene un derecho subjetivo al cumplimiento, pensamos que sí puede tener un "interés jurídicamente relevante"
en que la obligación no se extinga mediante la condonación" (SANTOS MORÓN, María José, Algunas
consideraciones en torno a la condonación de la deuda. El problema de la forma del negocio, ADC, 1997, p.
1681). También Larenz se pronuncia en sentido análogo, apuntando que "es sorprendente que la ley exija para la
renuncia eficaz de un crédito que sea hecha en un contrato. Pero lo ha hecho con sólido fundamento. Al pronto
ello demuestra que el crédito no es derecho de soberanía, en virtud del cual el deudor estaría sometido
unilateralmente a la voluntad del titular del crédito, sino un vínculo ético: una facultad que es de otra persona en
el reverso de la obligación. El acreedor no puede liberar al deudor de su obligación sin el consentimiento del
mismo, ya que el primero no puede, naturalmente, sobreponerse a la posible voluntad del deudor de cumplir su
obligación" (LARENZ, Karl, Derecho de Obligaciones, t. I, Revista de Derecho Privado, Madrid, 1952, ps.
439/440).
(26) PIZARRO, Ramón D. — VALLESPINOS, Carlos G., Instituciones de Derecho Privado —
Obligaciones, ob. cit., t. III, p. 567.
(27) LESSONA, Silvio, "Essai d'une théorie générale de la renonciation en droit civil", RTDC 1912 377.
(28) DÍEZ-PICAZO, Luis, Fundamentos del Derecho Civil patrimonial, t. II, 5ª ed., Civitas, Madrid, 1996,
ps. 61/62.
(29) CAZEAUX Pedro N. — TRIGO REPRESAS, Félix A., Derecho de las Obligaciones, ob. cit., t. I, p.
24.
(30) SALVAT, Raymundo M. — GALLI, Enrique V., Tratado de Derecho Civil argentino — Obligaciones
en General, t. III, Ediar, Buenos Aires, 1956, p. 321.
(31) GIORGIANNI, Michele, La obligación (la Parte General de las Obligaciones), trad. de Evelio Verdera
y Tuells, Bosch, Barcelona, 1958, ps. 64 y 65.
(32) MORALES MORENO, Antonio M., La modernización del Derecho de Obligaciones,
Thomson-Civitas, Navarra, 2006, p. 21.
(33) BOFFI BOGGERO, Luis María, Tratado de las Obligaciones, t. IV, Astrea, Buenos Aires, 1977, p.
545.
(34) PIZARRO, Ramón D. — VALLESPINOS, Carlos G., Instituciones de Derecho Privado —
Obligaciones, ob. cit., t. III, p. 566.
(35) ORGAZ, Alfredo, Hechos y actos o negocios jurídicos, Víctor P. de Zavalía, Buenos Aires, 1963, p.
76.
(36) Conf. ENNECCERUS, Ludwig — KIPP, Theodor — WOLFF, Martin, Tratado de Derecho Civil —
Parte General, 13ª revisión por Hans Carl Nipperdey, trad. de la 39ª ed. alemana por Blas Pérez González y José
Alguer, t. I, vol. 2, Bosch, Barcelona, p. 36.

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