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El reino sin rey

El vacío de poder y las pugnas provinciales.


El caso de las Provincias Internas a través de dos informes de Miguel Ramos Arizpe.

Por Alejandra Pinal Rodríguez


25 de mayo de 2015. Trabajo final

Introducción

La crisis de 1808 y la reacción novohispana


Nueva España, 1808:
[...] llegaron a México el 14 de julio las gacetas de Madrid con las humillantes renuncias de todos
los miembros de la familia real cediendo la corona a Napoleón [...]
[…] agitábanse los ánimos en el ayuntamiento de México, corporación que tenía apariencias de
autoridad popular y pretensiones, entonces nacidas, de representar […] a toda Nueva España por
ser la municipalidad de la capital. Eran, por otra parte, tales ideas la consecuencia del principio de
soberanía popular proclamado por la revolución, aceptado por la España misma en su tremenda
crisis […]. Acéfala la monarquía, preso y violentado el soberano legítimo, se adoptó esta ficción
para cubrir la menguada cabeza de Fernando VII [... y] se creyó [...] llegado el caso de [acudir] al
pueblo como fuente poder y de la autoridad, aunque velando sus miras con una ardorosa adhesión a
la causa monárquica. [...]1

Las Cortes Generales se organizaron en España para responder ante la imposición de un rey por
Napoleón Bonaparte. Según la teoría política radical roussoniana, la soberanía había vuelto al pueblo
por haberse roto el pacto con el rey: las Cortes, legítimas representantes del pueblo según el derecho
español, tomaron como su causa al gobierno y la guerra de independencia. En caso de que quisieran
conservar su independencia frente a Francia, a estos españoles sólo les quedó el reducto de la soberanía
popular, de otro modo, tomando la filosofía política absolutista, el acto impositivo hubiera sido
legítimo.
La convocatoria a Cortes no fue entonces ningún acto revolucionario e ilustrado, y mucho menos
fue un acto democrático. La Constitución gaditana fue el acto desesperado de un pueblo que veía
peligrar su libertad en manos del ejército francés.
Ni el liberalismo de John Locke o de John Stuart Mill, ni los preceptos radicales de Rousseau se
hallan presentes en la Constitución de Cádiz, cuya ciudadanía se relaciona con cuestiones de raza y

1
Julio Zárate, “La guerra de independencia”, en Vicente Riva Palacio (director) et. al., México a través de los siglos.
Historia general y completa des desenvolvimiento social, político, religioso, artístico, militar, científico y literario de
México desde la antigüedad más remota hasta la época actual. 11ª ed., México, Editorial Cumbre, 1974, vol. 3, pp. 39-42.
1
respetabilidad, o sea, con la idea medieval del vecinazgo 2. Si bien todos los vecinos tenían derecho al
voto, no todos tenían derecho a ser votados. Existían múltiples filtros para los representantes, pensados
todos de tal modo que no llegarían a las Cortes personajes indeseados3. Asimismo, aunque los
americanos fueron considerados dentro de este nuevo proyecto, a ellos se les dio la mitad de
representantes que a la Península, esto en aras de que la metrópoli continuara ejerciendo su dominio
sobre América.4
En apoyo a este propósito, la cultura política de la época hacía que se escogiera para
representantes a las personas más ricas u honorables de las que se tuviera referencia, pues se creía que
sólo un personaje bien relacionado tendría fuerza suficiente para representar los intereses de los
representados. De esta forma, a las Cortes se presentaron un grupo de notables.5
América no tenía experiencias de representación, y tal como los liberales españoles, plutocráticos
y monárquicos (como revelaba el liberalismo de la época6), los novohispanos vieron una oportunidad
de mejorar sus condiciones de vida en medio de la ruptura7. Ante este contexto, resulta sumamente
dudoso que entre los liberales de ambas Españas hubiera alguno con tendencias democráticas o
republicanas8. Peor aún: es dudoso que el mismo Rousseau, en quien se inspiraban liberales
novohispanos y españoles para reclamar la soberanía del rey ausente9, pensara en la democracia tal
como la conocemos actualmente. En su Contrato social, Rousseau partía de una idea nociva del
hombre y del estado de naturaleza, en consecuencia, partía de una idea nociva también del pueblo; por
2
Cfr. Françoise Xavier Guerra “El soberano y su reino. Reflexiones sobre la génesis de la ciudadanía en América Latina”,
op. cit., p. 40, y Antonio Annino, “Ciudadanía versus gobernabilidad republicana en México. Los orígenes de un dilema” en
Hilda Sabato (coordinadora), Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina,
op. cit., p. 68. Cfr. también con Marcelo Carmagnani y Alicia Hernández Chávez, “La ciudadanía orgánica mexicana, 1850-
1910”, en Hilda Sabato (coordinadora), Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de
América Latina. México, El Colegio de México-Fondo de Cultura Económica-Fideicomiso Historia de la Américas, 2003,
p. 371-376.
3
Torcuato S. Di Tella, Política nacional y popular en México, 1820-1847, traducción de María Antonieta Bigorra. México,
Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 16 y ss. (Sección de Obras de Historia)
4
Manuel Chust, “Legislar y revolucionar. La trascendencia de los diputados novohispanos en las cortes hispanas”, en
Virginia Gudea (coordinadora), La independencia de México y el proceso autonomista novohispano 1808-1824. México,
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Lis Mora, pp. 29-32.
5
Juan Ortiz Escamilla, “Un gobierno popular para la Ciudad de México. El Ayuntamiento Constitucional de 1813-1814, en
Virginia Guedea, La independencia de México y el proceso autonomista novohispano, op. cit., p. 134.
6
Norberto Bobbio, Liberalismo y democracia. México, Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 32-39.
7
Beatriz Rojas, “Las ciudades novohispanas ante la crisis: entre la antigua y la nueva constitución, 1808-1814”, En:
Historia mexicana, vol. 58, Nº. 1, julio-septiembre 2008 (Ejemplar dedicado a: 1808: una coyuntura germinal), p.p. 308-
309.
8
Los liberales, desde su surgimiento hasta bien entrado el siglo XIX desconfiaron profundamente de la soberanía popular y
abogaban por el voto restringido. Vid Ibíd, p. 39.
9
Salvador Valencia Carmona, “Las primeras declaraciones de derechos y su proyección en México”, en Patricia Galeana
(coord.), El constitucionalismo mexicano. Influencias continentales y trasatlánticas. México, Siglo XXI Editores, Senado de
la República, Comisión Especial encargada de los festejos del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la
Revolución Mexicana, 2010, p. 97.
2
ello éste debía ceder su derecho soberano a aquel capacitado para ejercer el poder y conducir a la masa
hacia el bien común. Los capacitados eran algunos cuantos (los competentes, aristócratas alejados del
pueblo que rebozaba de estado de naturaleza, es decir, los ilustrados), los únicos que poseían la
capacidad de legislar. La voluntad general, un ente inmanente que sólo existía con la disposición del
pueblo entero para elegir un pacto político y que, sin embargo, no estaba en el pueblo, se materializaba
en la ley, único precepto a obedecer10. Este legalismo y el principio de soberanía cedida a los ilustrados
son los principios ideológicos que permitieron a la península reclamar la soberanía de España,
resistiendo así al golpe francés.
Ni la Constitución del 12, ni los liberales españoles o novohispanos, por muy radicales y
roussoneanos que fueran, pensaban en democracia, igualdad o independencia respecto a Fernando VII.
Se trataba de defender al reino ante la invasión y, en el caso de los americanos, de una urgencia por
hallar representatividad en la ruptura, de asegurarse una voz que hablara por la conservación de las
prerrogativas conservadas hasta entonces y, de ser posible, de una voz que lograra ampliar las ventajas
de una elite que se hallaba en pugna en dos frentes: al interior, en la lucha por los mercados recién
abiertos por las Reformas Borbónicas, y al exterior, frente a una metrópoli que, tras su quiebra, había
incrementado las peticiones económicas11. De esta forma, Miguel Ramos Arizpe, llamado “padre del
federalismo mexicano”12, fue elegido Diputado a Cortes en 1811, fue un abanderado doble: por una
parte, defendió los intereses de una oligarquía norteña que, vinculada con los poderes centrales,
necesitaba vigilar la permanencia de sus privilegios; por otra parte, representó, como se verá, a unos
pobladores que, abandonados por el centro13, habían desarrollado un grado de autonomía que les hacía
reclamar su independencia respecto a la Ciudad de México.

10
Buena parte de lo que afirmo, nacido de una lectura completa y razonada de Rousseau, se halla contenido en esta cita: “Se
sigue […] que la voluntad general es siempre recta y tiende a la unidad pública; pero no que las deliberaciones del pueblo
ofrezcan siempre la misma rectitud. […] Nunca se corrompe al pueblo, pero con frecuencia se le engaña […] Hay, con
frecuencia, bastante diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general. Esta no tiene en cuenta sino el interés
común; la otra se refiere al interés privado, y no es sino una suma de voluntades particulares” Jean Jacques Rousseau,
Contrato social. Prólogo de Manuel Tuñón de Lara, traducción de Fernando de los Ríos, 11ª ed., México, Espasa Calpe,
2000, p. 60 (Colección Austral).
11
Vid Carlos Marichal, “La bancarrota del virreinato: finanzas, guerra y política en la Nueva España: 1770-1808”, Josefina
Zoraida Vázquez (coord.), Interpretaciones del siglo XVIII mexicano. El impacto de las Reformas Borbónicas. México, Nueva
Imagen, 1992, pp. 153-186.
12
Fréderique Langue, Los señores de Zacatecas. Una aristocracia minera del siglo XVIII novohispano, p. 412.
13
María del Carmen Velázquez, Establecimiento y pérdida del Septentrión de Nueva España, op. cit., p. 223.
3
Miguel Ramos Arizpe, diputado
Sacerdote y abogado, Miguel Ramos Arizpe fue hijo de una sociedad de transición e inconformidad. En
la Nueva España la situación política y económica era cada vez más tensa debido a las pugnas entre los
oligarcas que, a causa de la afectación de sus intereses económicos, se hallaban en franca
inconformidad con la monarquía reformadora14, siempre necesitada de fondos. Contra dichos grupos,
cuyo centro se hallaba en los almacenes de la Ciudad de México, estaba un grupo oligarquías
regionales que deseaban desatarse del yugo del centro.
Miguel Ramos Arizpe había nacido y crecido con los resentimientos de estos grupos inconformes
con los monopolios y el dominio central, por tanto, era un candidato perfecto para profesar ideas
liberales e ilustradas: las primeras contra el dominio comercial de la Ciudad, y las segundas contra la
opresión peninsular, pensada como opresión en tanto que era el ente legitimador de las violencias del
centro contra las Provincias Internas, asimismo, como el organismo operador de las restricciones
comerciales que impedían a la Nueva España comerciar con extranjeros, justamente quienes podían
ofrecer a los norteños una salida de la constante escasez y carestía a la que estaban sujetos dada la
distancia y el dominio comercial de los almaceneros del centro.
Teniendo fe en las leyes como único precepto a obedecer, emocionado, quizá, por la apertura
liberal del gobierno gaditano, Miguel Ramos Arizpe fue uno de los más radicales representantes
americanos reunidos en Cádiz: pertenecía al ala autonomista-liberal, no independentista o democrática
[éstas posturas ni siquiera existían entre los diputados], dirigida por José Miguel Gaudí y Alcocer15.
Ramos Arizpe, representante de Coahuila, catedrático de derecho canónigo y civil en Monterrey,
doctor en teología16, oidor en la Audiencia de 1810, juró ser diputado el 21 de marzo de 181117. Fue
encarcelado tras el regreso de Fernando VII de 1814 hasta 1814, junto con Gaudí y Alcocer, por las
sospechas de conexión con los movimientos independentistas en América que sus filiaciones
autonomistas levantaban18.

14
David A. Brading, Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810), traducción de Roberto Gómez Ciriza.
México, Fondo de Cultura Económica, 1993, pp. 69-71 (Sección Obras de Historia).
15
Manuel Chust, “Legislar y revolucionar. La trascendencia de los diputados novohispanos en las cortes hispanas”, op. cit.,
pp. 7 y 27.
16
O sea, perteneciente a una elite. Un grado universitario era sumamente costoso.
17
Ídem.
18
Ídem. También Vito Alesio Robles en “Introducción” a Miguel Ramos Arizpe, Discursos, memorias e informes, nota
bibliográfica y acotaciones de Vito Alessio Robles. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1994, p. XXIII, y
Juan Domingo Vidagras del Moral, “Introducción” a Miguel Ramos Arizpe, “Memoria sobre las provincias de Sonora,
Sinaloa y las Californias”, introducción y notas por Juan Domingo Vidagras del Moral, en Estudios de historia
novohispana. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1994, vol. 14, p. 182, disponible en:
http://www.ejournal.unam.mx/ehn/ehn14/EHN01408.pdf .
4
Legó un par de las representaciones de las Provincias Internas en Cádiz, aquí analizadas. En
ambas es notorio el fondo común de las ideas que movieron la pluma del sacerdote y abogado: un
compromiso político que le hacía representar, a cualquier costo, incluso la cárcel, los intereses de sus
electores. Se trataba pues de filiaciones rousonianas en tanto ilustradas, ideología que permitía pensar
tanto en la representación como en la libertad de los americanos y su igualdad ante la ley española.
En ambos informes, Ramos Arizpe denunció el abandono en que se encontraban las Provincias
Internas, el despotismo al que estaban sometidos sus pobladores a causa de tener gobiernos militares19,
de los intereses particulares en los jueces y autoridades civiles y eclesiásticas que someten a la
infelicidad a los gobernados: la promesa real, de llevar a la felicidad a sus súbditos, ha sido rota en esas
lejanas tierras.20 Se queja de que las autoridades, por demás inconvenientes por tratarse de militares y
de gente que se preocupa por sus intereses y no por el bien común, se hallan a grandes distancias, por lo
que quienes las requieren tenían que correr con los gastos y peligros del viaje, asimismo, se queja de la
falta de ayuntamientos que representen los intereses de los gobernados, cosa que para él no es un
privilegio, tal como lo dictaba el derecho del Antiguo Régimen; para él la representación es un derecho,
ganado por los propios preceptos que gobernaban a las cortes gaditanas en la crisis.
La igualdad de derechos ciudadanos fue para Arizpe, como para los diputados americanos, una as
bajo la manga: proclamadas las ideas ilustradas por una monarquía en agonía, estos liberales emplearon
los mismos argumentos para defender sus derechos de representación. Defendieron, algunos con más
encono y otros moderadamente, los derechos de las castas a la representación, pero no por las castas
mismas, que, gracias a los preceptos ilustrados no eran despreciados por ellos por ser hijos de África
como era en el caso español21. Para los americanos las castas tenían derecho al voto no sólo por la
ideología ilustrada que sustentaba la igualdad de derechos entre América y España, sino también
porque, de ser aceptada la igualdad, dado que los representantes se elegían en función de criterios de
número de ciudadanos, América tendría más representantes que la península, logrando así sus deseos
de autonomismo. No se discutía, pues, en Cádiz el gobierno americano como la cuestión americana, es
decir, la preocupación giraba no en tanto las reformas gubernativas, sino en el mantener bajo sujeción a
las tierras que ya se levantaban proclamando independencia o autonomismo.

19
Rousseau dice que el gobierno por la fuerza es despotismo. Vid J. J. Rousseau, Contrato social, op. cit., pp. 40-41.
20
“si es que las quiere hacer felices [a las personas que pueblan esas regiones], como tiene prometido [S. M.] a las que las
habitan”, dice Ramos Arizpe en “Memoria presentada a las Cortes de Cádiz”, en Miguel Ramos Arizpe, Discursos,
memorias e informes, op. cit., p. 32. Lo cual, según Rousseau, hace que se rompa el pacto político. Vid Ibíd, 153-157.
21
Constitución política de la monarquía española. Promulgada en Cádiz a 19 de marzo de 1812”, Título II, Capítulo IV,
Artículo 18, disponible en: http://www.constitucion.es/otras_constituciones/espana/1812.html.
5
Ramos Arizpe narra en ambos informes una historia de dominio y sujeción de unos pobladores
que retrata como buenos, leales y trabajadores, a los que opone a un gobierno tirano, injusto, lejano y
mezquino22. Y, aunque hay un recurso retórico muy claro, Ramos Arizpe habla de una realidad
novohispana: el olvido y abandono de las Provincias, el clientelismo, favoritismo y falta de
representación de intereses que no fueran los del centro caracterizó a su época. Es obvio que sus
peticiones (un ayuntamiento, un puerto, promoción al comercio, el traslado a Coahuila de la capital
gubernativa de las Provincias, independencia política respecto al centro, un sistema de justicia
eficiente, una diputación para Sonora y Sinaloa, entre otras peticiones) obedecían la tónica borbónica y
a la oportunidad de representación abierta por la convocatoria a Cortes23, y apuntaban hacia el
beneficio de los grupos de poder que se desarrollaban en el norte novohispano.
Esta tónica es acentuada en el segundo informe (“Memoria sobre las provincias de Sonora…”),
donde no sólo habla de José de Gálvez como el gran reformador que haría libre a las provincias, sino
que tiene además como característica peculiar el haber sido escrito tras su encarcelamiento y durante la
restauración liberal española. Es comprensible, pues, el tono radicalizado que sigue este segundo
informe respecto al primero, en el que el tono de petición se basa en el derecho soberano de los
españoles americanos, mientras que el segundo despunta contra una monarquía que rompe su promesa
de cuidar a sus gobernados al permitir la tiranía de la milicia y los monopolios del centro. Sin embargo,
a pesar del palpable tono de arrebato, Ramos Arizpe sigue presentándose como monárquico y
respetuoso de las leyes, mismas que pide que se respeten.
No es posible saber si dichas tendencias promonarquistas eran reales o si eran un recurso
discursivo para lograr mediante la ley, y no mediante la guerra, las exigencias novohispanas. Lo cierto
es que años más tarde el sacerdote se unió al gobierno independiente, hecho que igualmente pudo ser
movido por convicción real o por un deseo acomodaticio. Ante la duda, sólo quedan sus escritos, donde
si bien hay autonomismo, cierto liberalismo económico e ilustración 24, no hay ideas independentistas
en ningún caso. Reforzando esta noción se halla el hecho de que el hombre era legalista, eclesiástico,
teólogo (la rebelión contra la monarquía era una rebelión contra los deseos divinos) y jurista; lo único
que deseaba, tanto él como sus representados, era que las Provincias Internas se sacudieran del yugo
22
Por ejemplo, vid Miguel Ramos Arizpe, “Memoria presentada a las Cortes de Cádiz”, en Miguel Ramos Arizpe,
Discursos, memorias e informes, op. cit., p. 32-43 y Miguel Ramos Arizpe, “Memoria sobre las provincias de Sonora,
Sinaloa y las Californias”, pp. 192-195.
23
Beatriz Rojas, “Las ciudades novohispanas ante la crisis: entre la antigua y la nueva constitución, 1808-1814”, op. cit., p.
297.
24
Tanto cuando habla de “españoles” al referirse a los pobladores del norte, que dudosamente serían tales, como cuando
pide educación, representación ciudadana, igualdad de derechos para España y América. Vid
6
del centro, este es el propósito que trasluce al aglutinar sus peticiones, el que se subraya cuando se lee
el endiosamiento del Gálvez que odiaban los almaceneros por la misma razón por la que los norteños lo
proclamaban: la degradación del poder político y económico ejercido por los comerciantes del centro.
Ramos Arizpe no cuestiona, ni siquiera en su enconado segundo informe, a la autoridad;
cuestiona a las autoridades. No va contra la monarquía, sino contra el descuido en que ha tenido ésta a
su reino, sometido a la tiranía de autoridades militares, preocupadas por su bien y no por el del reino.
Tratando de conseguir esa atención es que Ramos emplea sus recursos retóricos haciendo de las
desérticas tierras del norte hermosas tierras prometidas en el papel, a sus pocos pobladores los más
fieles, trabajadores, españoles y nobles, y su lenguaje se justifica no sólo por sus legítimas peticiones
sino también por su formación retórica como abogado.
Siendo legalista, ilustrado, liberal oligárquico-monárquico, Ramos Arizpe defendió a capa y
espada, con base en la propia ley gaditana, los intereses de las oligarquías que dominaban su región25.
El diputado era ajeno a los movimientos independentistas, emergentes del centro de la Nueva
España, donde el encono no se hallaba contra las autoridades, sino contra la autoridad, contra la propia
monarquía que mediante su reformismo aplastaba los beneficios hasta entonces ganados 26. El norte, en
cambio, lucharía contra estos independentistas si, a cambio de ello, la Corona vigilaba por su libertad,
propiedad e interés.

Conclusión

25
Fréderique Langue, Los señores de Zacatecas. Una aristocracia minera del siglo XVIII novohispano, p. 412.
26
David A. Brading, Mineros y comerciantes en el México borbónico, p. 40 y ss.
7

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