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CRISTINA RIVERA GARZA

LA FRONTERA MÁS DISTANTE

TUSQUETS
EDITORES
Autoetnografía con otro

I. Escena de arribo

El hombre nunca reveló su nombre. Tal vez no


lo sabía o tal vez decidió esconderlo. Tal vez nunca
se le ocurrió que alguien más querría enterarse.
Saber.
Apareció una mañana de invierno, recostado
sobre el césped congelado del patio trasero. Un leve
aroma de alcohol sobre sus labios.

[El aroma fue, desde el inicio, meramente imagi-


nario.]

Lo observé por mucho rato, estupefacta. Me había


detenido frente a la ventana sin intención alguna, a la
distraída, entreteniendo una taza de té caliente entre
las manos. Hacía eso con frecuencia. Pensaba en el in-
vierno, en los colores del invierno. Tenía frío. Evitaba
contestar llamadas por teléfono. Era domingo.
Seguramente por eso imaginé el olor a alcohol.
Seguramente por eso me fijé en el rosa pálido de los

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labios. Seguramente por eso me quedé inmóvil. Esta- II. Brevísima historia de la etnografía clásica
tua. Los domingos de invierno se prestan a eso.
1. Etnografía europea-norteamericana-inicios del siglo
Cuando abrió los ojos, sus ojos me abrieron. xx-primera guerra mundial. Características: el etnó-
grafo solitario. Objetividad. Complicidad con el co-
Las palabras que rodearon esa aparición fueron: lonialismo. Trabajo de campo en las periferias:
Grises. Cercados de pestañas. Llenos de viento. Gran- África, Asia, las Américas.
des. 2. Antropología modernista: de la posguerra hacia los
años setenta. Búsqueda de «leyes» y «estructuras»
Todo eso eran sus ojos. de la vida social. Realismo social.
3. La antropología con conciencia política: 1970-1980.
Quise salir corriendo. Quise darle la espalda. Quise Interpretación de las culturas. Críticas radicales:
ir de regreso. feminista, política, reflexiva. Mea culpa: los antro-
pólogos cuestionan su complicidad con procesos
[Estatua.] coloniales.

El hombre levantó una mano y, con las puntas de


los dedos tocándose las unas a las otras, se señaló la III. Lenguaje
boca abierta. Luego, con el dedo índice de la mano
derecha, se apuntó el estómago. No supe qué hacer; —Yo —le decía, señalándome el pecho.
cómo reaccionar. Seguramente mi falta de respuesta —Yo —repetía él, señalándome el pecho.
lo obligó a unir las palmas de sus manos y a colocar- —No, yo soy tu tú —le contestaba yo. Presa del ex-
las, en gesto de ruego o de devoción, justo bajo el trañamiento. Enfurruñada.
mentón. Su mismo centro. —Tú —concluía él, señalándose el pecho.
El hombre sabía de la necesidad y de la súplica,
no me quedó duda alguna al respecto.
IV. Algo indescriptible, algo transparente

Durante las tres primeras semanas el hombre se


movió con extrema lentitud por la casa. Cauteloso,

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como si acabara de salir de una larga convalecencia y pre por eso. Pronto, los días y sus horas, al menos las
no estuviera acostumbrado a su propio cuerpo, como que pasaba en casa, se me convirtieron en una pura
si se tratara de un adolescente o como si de verdad vi- observación. Ya de reojo o sin pudor alguno, ya con
niera, así lo presentía o lo imaginaba, de Las Afueras, método o por mera casualidad, lo veía hacer y desha-
el individuo mostraba un titubeo inusual que lo hacía cer, moverse, estarse quieto. Supongo que lo llamé el
bambolearse sobre el piso en lugar de caminar. Hu- Extraño porque lo que hacía, a pesar de reconocerlo,
biera sido fácil deducir que estaba ebrio si se le veía de me resultaba ajeno. Porque el hombre era mi Falta-de-
lejos. Pasaba, también, mucho tiempo inmóvil, mi- Comprensión. Porque era, en realidad, mi Falta.
rando el techo. Cuando se ponía en movimiento, si- Prefería la oscuridad, eso quedó claro desde el prin-
guiéndome con sus bamboleos de cuarto en cuarto, el cipio. Y prefería, también, los alimentos magros. De-
hombre miraba insistentemente, con bastante apre- testaba la sal. Me bastó con registrar la delgadez de su
hensión, detrás de las puertas, bajo los sillones de la cuerpo y la manera rápida, acaso desesperada, con que
sala, dentro de las esquinas (cuando él las miraba se colocaba las provisiones en la boca para saber
parecía que las esquinas tenían, efectivamente, un que comer era una actividad poco frecuente en su vida;
adentro). Parecía presentir la presencia de alguien una actividad que le redituaba, en todo caso, poco pla-
más. Parecía desconfiar. Tal vez por eso no hablaba. cer. Su escuálido cuerpo realzaba su actitud de hombre
Su silencio, interrumpido a veces por súbitas enun- en alerta continua. Cuando veía alguna sombra cerca
ciaciones incomprensibles, me complacía. No quería de las ventanas, cuyas cortinas él mismo se había encar-
saber porque sabía que, de saber, terminaría por abrirle gado de correr, aparecía un fulgor alarmado en su mira-
la puerta de la casa para que desapareciera de la misma da, entonces se retiraba, con la espalda encorvada, hacia
manera en que había llegado: de noche, anónimamen- otro lugar. La actitud del animal que huye. Eso parecía:
te, sin aviso. Además, su presencia, que asocié al frío y un animal que huye. Un animal que trata de evadir la
a la hambruna que el invierno desataba a veces en Las llegada puntual de su castigo. Esa clase de pena. Tenía
Afueras, no sólo me resultaba cómoda sino también la misma reacción frente a ruidos inusuales o movi-
(interesante. Aunque peligrosa, la estancia del hombre mientos que aún no me conocía del todo. A ratos, me
en mi casa atrajo, por primera vez, al enigma. En la ciu- resultaba fácil imaginar que lo perseguía la violencia.
dad, donde todo se sabía, donde nada podía ignorarse, El Extraño mostró, desde el inicio, gran interés
no había nada como el enigma para atizar la concien- por los aparatos domésticos. Entendía a la perfección
cia, los ojos, todos los sentidos. Nada como el enigma cuando le advertía que, por encontrarse contaminada,
para sentirse viva o para estar alerta. Lo observaba siem- no podía tomar agua del grifo, pero podía pasar una

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mañana entera investigando el funcionamiento de un das y comentadas por los «sujetos de estudio». El
exprimidor de frutas o el mecanismo secreto que pro- permiso de los participantes es esencial.
vocaba la expulsión del vapor en la plancha. Escuchaba 3. Autoridad y autenticidad etnográfica: identidad
música con los brazos sobre el pecho y los ojos cena- entre sujetos. Autoetnografía.
dos: un recogimiento de ciertos tintes religiosos. Pron-
to, sin embargo, la televisión desbancó a todo ello. La
televisión se convirtió en su pasión. Para ser más pre- VI. El viento de sus ojos impávidos me despeinaba
cisa: las imágenes de la televisión porque, tan pronto el cabello
como yo me alejaba, el Extraño se apresuraba a bajar
el volumen del aparato. Podía reír, gruñir, gritar, gemir -¿De dónde vienes? -le preguntaba de cuando en
por horas enteras frente a personas que, mudas, alza- cuando, como a la distraída, pero con un filo que yo
ban los brazos o movían los labios. En una ocasión, no conocía de mi propia voz-. ¿Cómo te llamas? -in-
al subir el volumen con ayuda del control remoto, el sistía a murmullos, apretando los dientes.
hombre se cubrió las orejas con ambas manos y, a sal-
tos rapidísimos, se arrinconó en el sofá. El temblor del -Dime algo -le pedía después, con una súplica
cuerpo lo hacía gimotear sin control. Desde ahí, aovi- que imaginaba parecida a la suya. El gesto. Ése era el
llado, con lágrimas en los ojos, hizo el gesto de la súpli- momento en que el viento de sus ojos impávidos me
ca otra vez. Algo indescriptible. Algo transparente. despeinaba el cabello.

Esto: La imagen de una palmera casi vencida por


V. La etnografía posmoderna el aire violento del huracán. Un día gris. Un día tre-
mendamente gris. Un día de invierno.
1. Crisis de representación 1986-1990: movimiento
reflexivo/narrativo. Teorías de raza, clase, género.
Desplaza la centralidad del concepto «cultura». Se VII. El cine, el colonialismo y la antropología na-
cuestiona en qué consiste el «trabajo de campo». cieron al mismo tiempo (I)
Poesía y política como inseparables.
2. La actualidad posmoderna: se reemplazan teorías Robert Flaherty, Nanook of the North, 1922.
locales por universales. Escribir etnografía es un Blanco y negro. La tundra, abierta. El viento sobre
proceso participativo y consciente. Etnografías leí- ella, a través de ella. El silencio del hielo. En 1920, el

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antropólogo Robert Flaherty viajó hacia la tundra Writing ethnography offers the author the oppor-
canadiense para estudiar la cultura de los esquimales y, tunity to reencounter the other «safely,» to find mea-
al intentar registrar esa experiencia en imágenes, Fla- ning in the chaos of lived experience through retros-
herty propició el nacimiento oficial del cine documen- pectively ordering the past. It is a kind of proustian
tal. Con el tiempo se ha llegado a saber que, aunque quest in which the ethnographer seeks meaning in
Nanook of the North fue presentada como dirigida, events whose significance was elusive while they were
producida y fotografiada por Flaherty, los respon- being lived.
sables de muchas de las imágenes del documental Dorinne Kindo, «Dissolution and Reconstitution of
fueron los esquimales mismos. Nanook, por otra par- Self. Implications for Anthropological Epistemology».
te, posaba.
La etnografia taxidérmica expresa el deseo de algu-
nos estudiosos por hacer que parezca vivo lo que está IX. El día n.° 11 el hombre se cortó las uñas
muerto. El cine y el colonialismo y la antropología
nacieron al mismo tiempo. Había tomado un baño en el quinto día de su
estancia, pero se había negado a usar el cortauñas, hu-
yendo de él tan pronto como yo lo blandía frente a
VIII. Cita textual en dos idiomas [traducción de la su rostro. Sólo aceptó utilizar el instrumento hasta
autora] que, después de recorrer por enésima vez todos los
cuartos del departamento, se convenció de que no
Escribir etnografia le ofrece al autor la oportunidad había ni habría nadie más en los alrededores. Le tomó
de reencontrarse con el otro de manera «segura», así una tarde entera cortarse las uñas de las manos. Una
como de hallar significado en el caos de la experien- más, cortarse todas las de los pies. Al terminar, corrió
cia vivida a través de la reordenación del pasado. Es feliz hacia mí y, con los mansos gestos de un animal
una especie de odisea proustiana en la cual el etnó- doméstico, posó su mano sobre mi cabello.
grafo trata de encontrar significado en eventos cuya
importancia era más bien elusiva en el momento en
que se estaban viviendo. X. El día n.° 24 el hombre sonrió
Dorinne Kindo, «Disolución y reconstitución del Yo.
Implicaciones para una epistemología antropológica». Lo de antes había sido una casualidad del rostro,
una descompostura de los labios, un tic. Pero el día

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n.° 24, mientras le pintaba la boca y le ponía másca- Se me había olvidado todo esto:
ra negra sobre las pestañas, el hombre sonrió. Un 1. El peso de otro cuerpo sobre el cuerpo propio -la
miércoles por la tarde. Un día de frío inusual. Todo inmovilidad que esto produce, el principio de
esto frente a un espejo. asfixia, la claustrofobia. El impulso de correr.
2. La univocidad de la penetración -la manera en
que el pene erecto, súbitamente sólido, aparente-
XI. El día n.° 38 el hombre conoció el dinero mente indestructible, abre lo que tiene que ser
abierto. El impulso de correr.
La primera vez que tocó una moneda lo hizo con 3. La respiración. El impulso.
suavidad. Junto a su piel, vuelta casi blanca, casi trans- 4. Las resonancias más personales del sonido. Más
parente, debido a la falta de luz, la moneda brillaba allá del lenguaje. Más allá de la palabra. El ruido
como si fuera oro. Oro puro. Pesaba mucho. Daba la del interior. El (im)pulso.
apariencia de pesar mucho. 5. El sabor. El pulso.
Y se colocó la moneda sobre los labios, sobre 6. El pulso. La agitación.
el pecho. Sobre el sexo. Entonces volvió a reír. Y rió
otra vez. Marlos Riggs, Tongues United, 1989. Antropología
y cine del propio cuerpo.

XII. El día n.° 38 el hombre tocó el otro cuerpo


XIII. Lenguaje bis
Se me había olvidado el placer. Este tipo de pla-
cer. Lo que pasa cuando los dedos de otras manos - Tú -pronunció hacia la mitad del invierno.
-dedos que no sé qué están sintiendo- se posan -con - Tú -dijo, señalándose el esternón. Luego se colo-
su propia temperatura, su propio exilio, sus propias có tras de mí y empezó a arrancarme las ropas. Sus
terminales nerviosas- sobre la piel. Dentro. gemidos en la parte posterior del cuello. Sus mordi-
das sobre los hombros. Su saliva sobre las vértebras de
Barbara Myer Hoff, Number our Days, 1978; In Her la espalda. Su placer.
Own Time, 1986: Antropología de lo que está alrede- - Tú -susurró-. Tú.
dor, dentro del contexto mismo de la antropóloga. La respiración.
Todavía era el día n.° 38.

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Pude haber dicho: Y si tuviera a uno en mi casa,
¿qué?
XIV. El cine, el colonialismo y la antropología na- Pude haber dicho: Y a ti qué te importa.
cieron al mismo tiempo (II) Pude haber dicho: ¿A poco a ti no te gustaría tener
uno?
Margareth Mead, Bathing Babies in Three Cultures, Pude haber soltado una carcajada.
1952.
Blanco y negro. Producida, dirigida y narrada por Pero dije:
Margareth Mead, este temprano ejemplo del cine -iCómo crees! -de esa manera veloz, inmediata,
etnográfico muestra todo lo que la antropóloga vio y que se utiliza en nuestra cultura para tratar de encubrir
todo lo que ella interpretó acerca de las maneras en la culpa que produce la mentira, sin lograrlo del todo
que tres mujeres de lugares con culturas distintas -un y, de hecho, consiguiendo sólo el objetivo contrario,
poblado de Balí; Iatmul de Sepik en Nueva Guinea, y es decir, reproducir la culpa y la mentira y la inme-
los Estados Unidos en 1950- bañan a sus bebés. Una diatez con que se unen ambas. Lo dije, de cualquier
visión comparativa. modo, tan convincentemente que a punto estuve de
creerlo yo misma mientras ella seguía pelando la
La etnografía taxidérmica expresa el deseo de algu- naranja con suma lentitud, de una forma casi ritual,
nos estudiosos por hacer que parezca vivo lo que está produciendo una larga tira de, más o menos, un cen-
muerto. El cine y el colonialismo y la antropología tímetro de ancho que, conforme la naranja dejaba al
nacieron al mismo tiempo. descubierto sus apretados gajos, caía hacia el suelo
como caen las cosas sólidas, siempre en la gravedad.
Una sola tira. Una tira que llenaba la habitación de ese
XV. Antropología y contexto aroma punzante, ligero, adolescente casi. Las naranjas.
Ah, las naranjas en invierno, su única compensación.
-No me digas que tienes a uno en tu casa -dijo - Las muchachas han empezado a decir cosas -hizo
mientras pelaba una naranja y, más que mirarme, me una pausa y, buscando la mirada que yo mantenía
auscultaba con los ojos redondos y negros y llenos de sobre el fruto, continuó: -ya sabes.
pesar o de nada. Había alarma en su voz, ciertamen- - ¿Qué cosas? -pregunté sin en realidad querer
te, pero también curiosidad, travesura, perversión. hacerlo y, por lo mismo, porque había sido una reac-
Ganas de saber y ganas de vigilar. ción automática, ella me miró como si estuviera justo

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frente a Ishi o a Nanook o a la madre balinesa que se va a compartir entre el antropólogo y el sujeto de
baria a su bebé. Me miró, quiero decir, con ese tipo de estudio.
condescendencia, con esa clase de suspicaz distancia. Plantean que la antropología feminista no ha
-¿Cómo que qué cosas? -exclamó, exasperada. Lue- contribuido en nada a la etnografia experimental y
go, casi de inmediato también, se calmó-. Sería horri- literaria.
ble, lo sabes ¿verdad? Sería simplemente espantoso. El argumento de Mary Louise Pratts: toda etnogra-
Entonces abrió la naranja y, con un diestro movi- fia forma parte de un sistema retórico. En las etno-
miento de sus dedos, arrancó el primer gajo. Una gota
de almíbar, una gota de algo que parecía ser, desde la
grafías, por ejemplo, existe la convención de «la esce- 1
na de arribo» -el momento clave de la llegada del <----
lejanía, dulcísimo, escurrió por el dorso de su mano. antropólogo al lugar exótico.
Sobre su piel.
-Sí -alcancé a susurrar-. Lo sé.
XVII. Analfabetismo
En algún lado, una palmera. El viento a través. Al-
rededor. El viento. Se acercaba a mi escritorio y, asomando su cabeza
por encima de mi hombro, intentaba espiar lo que
Cuando terminó de pelar la naranja me ofreció escribía sobre los renglones negros de la hoja de
uno de sus gajos e, imperturbable ante mi rechazo, mi libreta. Mi conducta era, en ese entonces, inusual:
como si ni siquiera lo hubiera notado, lo colocó entre en lugar de cerrarla, le sonreía y la acercaba aún más a
sus dientes tan blancos. El proceso de la trituración. su rostro. Mientras hacía eso -abrir la libreta de par en
par, mostrarla- me preguntaba si lo habría hecho,
si me habría atrevido a hacerlo, en caso de que él
XVI. James Clifford, et al., Escribir cultura, 1986 hubiera sabido leer. Me preguntaba si su intromisión
me habría provocado tanto gusto, tanta risa. Así me di
Los ensayos sugieren que la antropología es una cuenta de que confiaba en su ignorancia tanto como
forma de escribir, de narrar, de hacer literatura, sobre en la mía. Su ignorancia me impedía sentir temor o
la representación del otro. montar resistencia. Su ignorancia era la mitad de nues-
El trabajo de campo y el texto que surge de este tra salvación. La otra mitad era la ignorancia mía.
encuentro es una negociación, a través de la cual se
llega a un acuerdo sobre «el poder textual» y cómo

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XVIII. La vigilancia de la puerta semiabierta, con la mano alrededor de la
perilla. Desde ahí observé su ir y venir por la sala,
La Mujer de la Naranja tocó a mi puerta un miér- la escandalosa manera en que husmeaba los rincones,
coles por la tarde. Acababa de llegar del claustro los ángulos, las ventanas.
donde realizaba mis estudios antropológicos y traía, -Estoy cansada -le dije, porque no encontré otra
debido a eso, la vista cansada y el humor maltrecho. cosa que mencionar. Porque era verdad, además.
Había tomado ya un vaso de agua y me había quitado La mujer se sentó a mi lado y colocó una mano
el abrigo y los zapatos. Había estirado el cuello. sobre mi rodilla.
Cuando escuché los golpecitos sobre la puerta tuve la
intención de correr para ponerlo sobre aviso. Así lo
hice. Recorrí toda la casa hasta dar con él. Él me miró XIX. El cine, el colonialismo y la antropología na-
con el viento ese que me movía los cabellos antes cieron al mismo tiempo (III)
de salir a toda prisa, pero encorvado, hacia el clóset de
mi recámara. Un animal que huye. Un animal que Ishi, the Last Yahi, 1967.
espera el castigo. En agosto de 1911, Ishi, el último sobreviviente de
- Te extrañará mi visita -afirmó ella apenas abrí la los yahi, dejó atrás las lomas cerca de Monte Lassen,
puerta. el área donde su tribu se había escondido por unos
- Así es -le contesté de inmediato, sin invitarla a cuarenta años aproximadamente. De 1911 a 1916, año
pasar, visiblemente alarmada-. ¿Sucede algo? en que murió de turberculosis, Ishi vivió en el Museo
Pensé que me contestaría. Pensé que inventaría de Antropología de la Universidad de California en
algo para justificar su presencia. Pensé que, al menos, San Francisco, compartiendo información de su cultu-
pediría permiso para introducirse en mi espacio. Pero ra y su lenguaje con los antropólogos Alfred Kroeber
la mujer entró y recorrió la sala con una libertad que y Theodore T. Waterman, así como con el cirujano
yo no le había otorgado. Saxton T. Pope. Durante esos años, Ishi participó en
- Como no te dejas ver mucho a últimas fechas, las grabaciones de mitos yahi, canciones y narrativas
pensé que sería una buena idea visitarte -murmuró históricas, las cuales forman parte de esta película
entre dientes mientras se quitaba los guantes y se des- etnográfica en blanco y negro.
enrollaba la bufanda-. Pensé que acaso necesitaras
hablar con alguien de confianza. La etnografia taxidérmica expresa el deseo de algu-
Su aparición me dejó sin movimiento a un lado nos estudiosos por hacer que parezca vivo lo que está

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muerto. El cine y el colonialismo y la antropología públicos para los otros, ciertamente, pero sobre todo
nacieron al mismo tiempo. para nosotros mismos. La melancolía, el luto que
empezaba a guardar por nuestra privacidad fenecida,
sin embargo, no me quitaba la curiosidad. Quería verlo
)0C. El fin del mundo privado afuera de mí. Quería conocer esa distancia.
Y así fue. Lo vi. Iba a mi lado pero no cerca de mí.
Era domingo cuando lo llevé conmigo al cine. Iba a mi lado, pero dentro de él mismo, amarrado a
Tenía ganas de divertirme, es cierto, pero también que- su visión de la ciudad, a su propio asombro. Desatado
ría ver su reacción. Me intrigaba su relación con la en realidad. Miraba con avidez, como si lo tocara
imagen, su resistencia al sonido, su posición como es- todo con los ojos. Como si todo lo tocado produjera
pectador. Además, necesitaba aire. Quería verlo en placer. Chocaba con los otros transeúntes, los miraba
otros contextos. Quería volverlo real. La sala del cine y, justo como un salvaje, justo como un caníbal, los
ofrecía la protección de la oscuridad, la posibilidad consumía en el momento mismo de la súbita contem-
casi segura del anonimato. Si en algún lado el Extraño plación. Un gajo de naranja entre los dientes blanquí-
y yo íbamos a pasar desapercibidos sería únicamente simos. Una gota de almíbar sobre la piel. Caminaba
en el cine. Ese gran teatro. aprisa, respiraba a borbotones, sonreía con facilidad.
Lo maquillé como lo había hecho algunas veces La emoción lo embargaba. La emoción lo destruía. Ya
antes, en privado, frente al espejo del bario. ¿Cuántas en el cine, se le dificultó guardar silencio, estarse quie-
veces habíamos casi muerto de risa mientras jugá- to. Cuando se levantó la cortina y apareció la prime-
bamos el juego del lenguaje? ¿Cuántas veces nos había- ra imagen su inmovilidad fue, sin embargo, total. Una
mos enfurruñado debido a las equivocaciones de los parálisis casi religiosa lo mantuvo clavado en su asien-
señalamientos del Yo y el Tú? ¿Cuántas veces había- to hasta que pasaron los créditos.
mos guardado silencio, impávidos frente a nuestros - Yo -susurró él al final, con el rostro impávido,
propios reflejos, nuestras probabilidades? Cuando, al señalándose el pecho.
final del ritual, le coloqué el brillo sobre los labios - Tú -alcancé a balbucear antes de que se encen-
sentí una melancolía casi biológica: todo eso se termi- dieran las luces.
1 naba. Lo sabía. Lo sabía yo y lo sabía mi cuerpo. Todo
nuestro mundo privado llegaba a su fin. Y aun así, aun Tenía la cara de una mujer triste. Ese rictus.
sabiéndolo, aun padeciéndolo de antemano, continué
con el proceso. Ahora, afuera, los dos nos volveríamos

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XXI. Mujer traducida: el libro procesual horas nocturnas que la investigación no tenía que ser
ni rígida ni solemne ni aburrida. Me dijeron, sin la
Leí Translated Woman. Crossing the Border with jerga de los tiempos que vuelve incomprensible a casi
Esperanza's Story muchos años atrás y en estado de cualquier cosa, que los libros o son dialógicos o no
puro fervor. Me preparaba entonces para los exáme- son o son otra cosa. Me gritaron en todos los tonos
nes de mis estudios antropológicos y, consecuente- posibTes que el yo (ese yo tan vilipendiado por los
mente, revisaba, más por obligación que por placer, expertos, aunque no sólo por ellos, más puros y con-
al menos tres libros a la semana sobre el tema que me vencionales) tenía su lugar, un lugar riguroso y no
ocupaba: la alteridad. Las múltiples formas de escri- sentimental, un lugar cognoscente y cognitivo, en
birla. Padecerla. Salvarla. Leía, por supuesto, todo lo páginas destinadas a investigar el presente y el pasa-
que se hubiera publicado sobre este tema, pero tam- do de un contexto. Con capítulos que partían de la
bién revisaba las publicaciones de otras disciplinas historia misma de Esperanza (dividida en secciones
científicas e, incluso, cualquier otra cosa que las com- dedicadas al coraje y a la redención) y luego condu-
binara a todas o que se atravesara por mi camino. Así cían hasta la antropóloga reflexiva que supo, y quiso,
llegó a mi casa Esperanza, el sujeto, esa marchanta de dar la cara, las dos me mostraron lo que es un libro
una ciudad anodina y, con ella, Ruth Behar, la auto- procesual. Esperanza y Ruth pusieron de manifiesto
etnógrafa. El otro sujeto. Un libro del siglo pasado. lo que la inteligencia abierta-al-otro puede hacer:
Un libro como una eternidad. Algo humano. Eran abrir ventanas.
como las nueve de la noche cuando tomé el libro y Y herir.
algo así como las tres de la mañana cuando, en estado
de perplejidad y gusto y total incredulidad, encendí la
computadora que utilizaba entonces, y me dispuse a XXII. Hambrientas, vengativas, eficaces
escribir una carta emocionada, tartamuda, gustosa,
celebratoria, larguísima, para una autora que, un Sabía, por supuesto, que era una posibilidad. La ciu-
siglo antes, había tenido a bien conversar con otra dad no era muy grande y, en los fines de semana del
mujer y registrar, de manera por demás compleja, la invierno, era casi natural o casi mandatario ir al cine.
información y los huecos de información de sus plá- Pudimos haber ido al lago, supongo. O esperar hasta la
ticas. Nunca, por supuesto, envié la misiva, pero función de la medianoche. O no ir a ningún lado, per-
recuerdo haber visto ese amanecer con otros ojos. manecer juntos, dentro de la casa, día tras día, noche
Ruth y Esperanza me enseñaron en esas cuantas tras noche, para siempre. Había escuchado que algunas

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mujeres muy testarudas o convencidas habían logrado, Asentí con la cabeza sin dar la cara. El hombre
en ciertas ocasiones y en lugares no muy lejanos a la olía a miedo, a brillo de labios, a pestañas postizas.
ciudad donde vivía, hacer algo así: vivir encerradas pero - El castigo -dijo otra-. ¿Sabes cuál es el castigo
con otro por muchos arios, toda una vida incluso. Si por lo que has hecho?
no lo hice así fue porque quería que me descubrieran, Volví a asentir, esta vez viéndolas de frente.
esto también lo supongo. No tengo alternativa. Con - Sí. Lo sé -repetí. Pensé en la palmera que, en
toda seguridad quería que me vieran. Cuando, a poco algún lado del mundo, se combaba bajo el poderoso
rato de haber regresado a casa, recibí la llamada de la viento del huracán. Un día gris. Un día frío. Luego vi
Mujer de la Naranja, no me sorprendí. Tampoco le sus ojos y el viento, ese viento, despeinó mis cabellos.
temí. - Y aun así... -su estupor era tanto que no pudo
-Te vimos hoy -dijo. Luego, como yo no contes- terminar la oración.
tara nada, añadió-. Nos estuviste mintiendo. - Aun así -dije, tratando de quitarme los cabellos
En ese mismo instante veía al Extraño que, postra- de los ojos, mintiendo. No lo sabía en realidad. Nun-
do cerca de mi ventana, inmóvil como antes frente a ca había querido saberlo. Había escuchado, porque eso
la pantalla, observaba el mundo. El mundo, afuera, era irremediable, todos los rumores al respecto, pero
estaba cubierto por una ligerísima capa de hielo. siempre me negué a saber. A saber eso. Cuando las
- Sí -acepté en voz muy baja. progenitoras contaban, como era su costumbre, esas
- Pero cómo pudiste... -balbuceó la otra. Luego, historias macabras, pensaba que era mejor no saber.
ante mi silencio, colgó. Pensaba que, de saberlo, nunca lograría tener la valen-
Fui hacia él y lo abracé. Así estuvimos por mucho tía necesaria o el arrojo suficiente. Pensaba que, si no
rato, observando el mundo, abrazados. Y así nos en- sabía, entonces, llegado el caso, me atrevería. Desde
contraron ellas cuando, a patadas, derribaron la puer- entonces estuve del lado de la ignorancia y la defen-
ta del apartamento. dí llamándola el enigma. Pero ahora la ignorancia me
Su alharaca no nos separó. Al contrario. Su llegada fustigaba y la verdad, la verdad que me negué a acep-
nos obligó a abrazarnos más fuerte, con más temor. tar desde el principio, se reía de mí. Se vengaba.
Yo me acurruqué dentro de su pecho. Él, a ratos, hizo Lo demás aconteció demasiado rápido. Una de ellas
lo mismo. empezó a tomar fotografias del Extraño, de los dos
Finalmente una de ellas lo dijo: juntos, abrazados, mientras las otras buscaban pruebas
- Debiste haber informado de este hallazgo, do de su estancia en mi casa. Ropa. Videos. Notas. Men-
sabías? sajes. Cualquier cosa. Parecían criminales, aunque en

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realidad parecían una horda de salvajes. Hambrientas, nogal ahora desnudo, a un lado del camino de pie-
vengativas, eficaces. Las mujeres se movían por el redu- dras que, ondulante, aproximaba a los visitantes hasta
cido estrecho del departamento y, con su hacer presu- mi puerta. Ahí estaba: era una ligera imperfección en
roso, lo reducían aún más. Pronto no quedó nada la consistencia del pasto. Algo que sólo un buen
intacto. Pronto, lo codificaron todo. Lo primero que observador habría detectado.
guardaron en una gran bolsa de lona fueron los apun-
tes que escribía en la libreta de los renglones negros.
- ¿Adónde lo llevarán? -pregunté cuando, esposa- XXIII. El castigo
do y con el gesto aquel, indescriptible y transparente
a la vez, el Extraño era conducido rumbo a la puerta. Sólo supe que sabía leer mucho tiempo después,
- Adonde los llevamos a todos -dijo la Mujer de cuando la normalidad volvió a instalarse en mi casa.
la Naranja haciéndome un guiño. Iba a preguntar qué Cuando volví a caminar largas distancias enmudeci-
lugar era ése, pero en el último momento supe que ha- das. Cuando regresé al jardín trasero a preparar la tierra
cer esa pregunta sería incluso más incriminatorio que para las hortalizas del verano. Fue entonces que, lim-
haberle abierto las puertas de mi casa. Supe que, en piando el sofá donde alguna vez se había acurrucado,
lugar de hacer ese gesto transparente e indescriptible paralizado por el puro terror ante el sonido, descubrí
que tan bien le conocía, el gesto que había sido, de la hoja de papel. Le había pertenecido, sin duda, a mi
hecho, la llave con la que entró en mi casa, lo dejaría libreta de los renglones negros.
ir. Supe que, de haber sabido que las cosas eran así,
que esto pasaba siempre, nunca habría tenido el arro- Decía: El castigo es esto: esto.
jo y la torpeza de abrir la puerta.
- ¿Y tiene que ser así? -dije, ensayando un último La letra irregular del alfabeto reciente o del que
recurso. Implorando en realidad. huye. Un animal de Las Afueras. Un caníbal.
- Tú sabes que sí.
Cuando terminó el operativo me preparé un té y, Todo siguió su ritmo después. Después de mi lec-
con él entre las manos, me aproximé a la ventana. tura. Volví a trabajar con ahínco, con disciplina, con
Estuve ahí largo rato. Si no hubiera quedado traza gusto incluso. Volví a reunirme con las muchachas que
alguna de la silueta de su cuerpo sobre el pasto hela- decían cosas-ya-sabes-qué-cosas en lugares semioscuros
do, me habría convencido de que el Extraño había donde desgajábamos naranjas y fumábamos cigarrillos
sido un hecho imaginario. Pero ahí estaba, junto al azules. Esperaba el verano como ellas; los pocos días

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del verano. Algo. Volví a usar la misma taza de té. De
vez en cuando leía la carta que, a escondidas de mí,
había escrito el hombre en alguno de los pocos La etnografia taxidérmica expresa el deseo de algu-
momentos en que yo no lo veía. Decía sólo una cosa. nos estudiosos por hacer que parezca vivo lo que está
Decía: el castigo es esto: esto. muerto. El cine y el colonialismo y la antropología
nacieron al mismo tiempo.
Tautológico.

)0(IV. Retro-traducción

Beacon Press reeditó Translated Woman arios des-


pués, algo más bien raro en textos «académicos», y el
libro, según cuenta una de sus autoras, no sólo encon-
tró su camino filera de las universidades y hacia luga-
res tan impensables como las celdas de ciertas cárceles
anónimas, sino que también se adaptó al teatro. El
libro, después, hizo el viaje de regreso del inglés, al que
fue traducido, hacia el español, la lengua «original». Se
trató, sin duda alguna, de una retro-traducción—el
regreso a un origen que era, desde el inicio, el falso ini-
cio. El regreso como la trayectoria de lo que, final-
mente, se va, disfrazándose. Un significado con alas.

XXV. Museo de Antropología de la Universidad de


California en San Francisco, 1911-1916

Ishi, a veces, ve por la ventana. Así.


[Película etnográfica en blanco y negro.]

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