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Caperucita roja

Autor: Charles Perrault

Había una vez una dulce niña que quería mucho a su madre y a su abuela.
Les ayudaba en todo lo que podía y como era tan buena el día de su
cumpleaños su abuela le regaló una caperuza roja. Como le gustaba tanto
e iba con ella a todas partes, pronto todos empezaron a llamarla
Caperucita roja.
Un día la abuela de Caperucita, que vivía en el bosque, enfermó y la
madre de Caperucita le pidió que le llevara una cesta con una torta y un
tarro de mantequilla. Caperucita aceptó encantada.
- Ten mucho cuidado Caperucita, y no te entretengas en el bosque.
- ¡Sí mamá!
La niña caminaba tranquilamente por el bosque cuando el lobo la vio y se acercó a ella.
- ¿Dónde vas Caperucita?
- A casa de mi abuelita a llevarle esta cesta con una torta y mantequilla.
- Yo también quería ir a verla…. así que, ¿por qué no hacemos una carrera? Tú ve por ese camino de aquí que
yo iré por este otro.
- ¡Vale!
El lobo mandó a Caperucita por el camino más largo y llegó antes que ella a casa de la abuelita. De modo que
se hizo pasar por la pequeña y llamó a la puerta. Aunque lo que no sabía es que un cazador lo había visto
llegar.
- ¿Quién es?, contestó la abuelita
- Soy yo, Caperucita - dijo el lobo
- Que bien hija mía. Pasa, pasa
El lobo entró, se abalanzó sobre la abuelita y se la comió de un bocado. Se puso su camisón y se metió en la
cama a esperar a que llegara Caperucita.
La pequeña se entretuvo en el bosque cogiendo avellanas y flores y por eso tardó en llegar un poco más. Al
llegar llamó a la puerta.
- ¿Quién es?, contestó el lobo tratando de afinar su voz
- Soy yo, Caperucita. Te traigo una torta y un tarrito de mantequilla.
- Qué bien hija mía. Pasa, pasa
Cuando Caperucita entró encontró diferente a la abuelita, aunque no supo bien porqué.
- ¡Abuelita, qué ojos más grandes tienes!
- Sí, son para verte mejor hija mía
- ¡Abuelita, qué orejas tan grandes tienes!
- Claro, son para oírte mejor…
- Pero abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- ¡¡Son para comerte mejor!!
En cuanto dijo esto el lobo se lanzó sobre Caperucita y se la comió también. Su estómago estaba tan lleno que
el lobo se quedó dormido.
En ese momento el cazador que lo había visto entrar en la casa de la abuelita comenzó a preocuparse. Había
pasado mucho rato y tratándose de un lobo…¡Dios sabía que podía haber pasado! De modo que entró dentro
de la casa. Cuando llegó allí y vio al lobo con la panza hinchada se imaginó lo ocurrido, así que cogió su
cuchillo y abrió la tripa del animal para sacar a Caperucita y su abuelita.
- Hay que darle un buen castigo a este lobo, pensó el cazador.
De modo que le llenó la tripa de piedras y se la volvió a coser. Cuando el lobo despertó de su siesta tenía
mucha sed y al acercarse al río, ¡zas! se cayó dentro y se ahogó.
Caperucita volvió a ver a su madre y su abuelita y desde entonces prometió hacer siempre caso a lo que le
dijera su madre.
El gato con botas
Autor: Charles Perrault

El hijo pequeño de un molinero se lamentaba de su


suerte, pues además de haberse quedado sin padre,
por toda herencia había recibido un gato gris.
-Si consigues unas botas y un sombrero para mí –le
dijo un día el gato a su sorprendido dueño-, verás en
poco tiempo todas las cosas que yo puedo hacer por
ti.
Con un saco y una zanahoria el gato preparó una
trampa y cogió un conejo gordo y orondo.

Después, se presentó ante el rey. –Majestad –le informó el


gato-, mi amo os envía este conejo, uno de los miles que
hay en sus campos.
Al monarca le parecía increíble lo bien que se expresaba un gato.
-¿cómo has dicho que se llama tu amo?

-¡El marques de carabás! –respondió con orgullo el gato.


-Amo –le dijo un día el gato con botas a su dueño-, de bes casarte con la hija del rey.
-¿Y cómo un pobre como yo podría casarse con una princesa?
-Sigue mis instrucciones.
Hoy a las doce en punto debes meterte en el río y estarte calladito. El chico no entendía nada, pero
obedeció.
El gato sabía que era costumbre del rey pasar todos los días a las doce en punto de la mañana en su
carroza por el puente que 0había sobre el río.
Cuando vio que aparecía el carruaje, el gato salió de su escondite gritando:
-¡Ayuda!¡Mi señor el marqués de carabás ha sido asaltado por unos ladrones!¡Han aprovechado que
se estaba bañando y le han robado hasta la ropa!
Al rey le faltó tiempo para reaccionar y mandar a sus servidores que vistieran con los más ricos
ropajes al marqués de Carabás.
Felices y contentos regresaron todos a palacio, donde el monarca decidió casarle con su única hija, la
princesa Florlinda.
Y así fue: el gato con botas, con su ingenio, consiguió hacer de su amo todo un príncipe.
Ya rey, el antiguo marqués nombró a su gato gran chambelán, que es, después de sus majestades,
quien más manda en el reino.

Fin
El duende de la tienda«»
Adaptación del original de Hans Christian Andersen
Hubo una vez, en un lejano lugar, un estudiante que vivía en una buhardilla alquilada a
un tendero. El tendero, dueño de la casa, tenía también allí su tienda y su morada,
junto a su mujer. Vivía además en la casa un pequeño duende al que el tendero
obsequiaba siempre en Nochebuena con papillas y manteca.

Cierto día el estudiante entró en la tienda para comprar una vela y queso para la cena, y observó que el
tendero envolvía el trozo de queso en un pedazo de papel en el que venía escrita una poesía: - ¿De dónde
habéis arrancado esta página, buen hombre? – Preguntó el estudiante. – Advierto con ello que el arte de la
poesía os resulta más ajeno que a esa vieja cuba.

El tendero se limitó a sonreír, pero su mujer, que tenía un pico de oro le explicó que procedía de un libro que
podría venderle por cinco chelines. - No tengo cinco chelines, pero puedo cambiarlo por el queso,- ofreció el
estudiante –Puedo comer pan sólo, pero no permitiría que un libro de poemas acabara como papel de
envolver.

El duende, molesto por la ofensa hecha al tende****rovechó la noche para tomar prestado el pico de oro de la
mujer de éste y colocarlo sobre la cuba para conocer su opinión al respecto: - ¿Es verdad que ni el tendero ni
tu sabéis lo que es la poesía? – Preguntó a la cuba. - ¡Qué disparate! Dentro de mí hay tanta que quedarías
abrumado

De la misma manera utilizó el duende el pico de oro de la tendera para hacer hablar y conocer la opinión de
todos los objetos que había en la trastienda. Y todos coincidieron en lo mismo (aunque no al mismo tiempo,
puesto que un pico de oro sólo se puede colocar en un objeto a la vez): - La cuba tiene razón

El duende estaba seguro de que la poesía formaba parte de la existencia del tendero y la cuba, puesto que
así lo creía la mayoría. Pero de todos modos, subió a la buhardilla del estudiante para cerciorarse. Atisbó por
el ojo de la cerradura y...descubrió al estudiante leyendo el libro en medio de una brillante luz que iluminaba
el árbol del conocimiento. Se oía una sugerente melodía y se respiraba paz.

Impresionado por la verdadera poesía, por la magia que emanaba el estudiante al gozar de ella, el duende
pensó en dejar al tendero y quedarse con el estudiante. Dio mil vueltas a la idea y al final decidió: - No hay
motivo para que abandone al tendero: aquí jamás tendré papillas y mantequilla. – Y a pesar de su decisión
acudía cada noche a escuchar poemas

Una noche, justo después de quedarse dormido, el duende oyó gritos procedentes de la calle: - ¡Fuego,
fuego! ¡Ayuda! Las llamas y el humo estaban cercanas, y en medio del pánico el tendero recogió el dinero de
la caja y su mujer se llevó las joyas en los bolsillos, pues ambos pensaron antes que nada en sus bienes más
preciados.

Y el duende...corrió escaleras arriba hacia la buhardilla, tomó el libro de poesía y se subió al tejado para estar
a salvo. Cuando los vecinos del pueblo apagaron el fuego, que resultó ser en la casa de al lado, y el duende
se tranquilizó y sintió el libro intacto en su regazo, se dio cuenta de dónde estaba su corazón en realidad

Y mirando desde allí al estudiante asomado a la ventana, y al tendero en la calle contemplando los restos del
incendio, pensó para sus adentros: - No puedo escoger entre ambos, debo quedarme con el tendero, por las
papillas. Y en esto se comportó como un auténtico ser humano: todos procuramos estar bien con el
tendero...por las papillas!
Las habichuelas mágicas
Hans Christian Andersen
Periquín vivía con su madre, que era viuda, en una cabaña del bosque. Como con el
tiempo fue empeorando la situación familiar, la madre determinó mandar a Periquín a
la ciudad, para que allí intentase vender la única vaca que poseían. El niño se puso en
camino, llevando atado con una cuerda al animal, y se encontró con un hombre que
llevaba un saquito de habichuelas.
-Son maravillosas -explicó aquel hombre-. Si te gustan, te las daré a cambio de la
vaca.
Así lo hizo Periquín, y volvió muy contento a su casa. Pero la viuda, disgustada al ver
la necedad del muchacho, cogió las habichuelas y las arrojó a la calle. Después se
puso a llorar.
Cuando se levantó Periquín al día siguiente, fue grande su sorpresa al ver que las
habichuelas habían crecido tanto durante la noche, que las ramas se perdían de vista. Se puso Periquín a trepar por la
planta, y sube que sube, llegó a un país desconocido.
Entró en un castillo y vio a un malvado gigante que tenía una gallina que ponía un huevo de oro cada vez que él se lo
mandaba. Esperó el niño a que el gigante se durmiera, y tomando la gallina, escapó con ella. Llegó a las ramas de las
habichuelas, y descolgándose, tocó el suelo y entró en la cabaña.
La madre se puso muy contenta. Y así fueron vendiendo los huevos de oro, y con su producto vivieron tranquilos mucho
tiempo, hasta que la gallina se murió y Periquín tuvo que trepar por la planta otra vez, dirigiéndose al castillo del gigante.
Se escondió tras una cortina y pudo observar cómo el dueño del castillo iba contando monedas de oro que sacaba de un
bolsón de cuero.
En cuanto se durmió el gigante, salió Periquín y, recogiendo el talego de oro, echó a correr hacia la planta gigantesca y
bajó a su casa. Así la viuda y su hijo tuvieron dinero para ir viviendo mucho tiempo.
Sin embargo, llegó un día en que el bolsón de cuero del dinero quedó completamente vacío. Se cogió Periquín por tercera
vez a las ramas de la planta, y fue escalándolas hasta llegar a la cima. Entonces vio al ogro guardar en un cajón una cajita
que, cada vez que se levantaba la tapa, dejaba caer una moneda de oro.
Cuando el gigante salió de la estancia, cogió el niño la cajita prodigiosa y se la guardó. Desde su escondite vio Periquín
que el gigante se tumbaba en un sofá, y un arpa, oh maravilla!, tocaba sola, sin que mano alguna pulsara sus cuerdas, una
delicada música. El gigante, mientras escuchaba aquella melodía, fue cayendo en el sueño poco a poco.
Apenas le vio así Periquín, cogió el arpa y echó a correr. Pero el arpa estaba encantada y, al ser tomada por Periquín,
empezó a gritar:
-¡Eh, señor amo, despierte usted, que me roban!
Se despertó sobresaltado el gigante y empezaron a llegar de nuevo desde la calle los gritos acusadores:
-¡Señor amo, que me roban!
Viendo lo que ocurría, el gigante salió en persecución de Periquín. Resonaban a espaldas del niño pasos del gigante,
cuando, ya cogido a las ramas empezaba a bajar. Se daba mucha prisa, pero, al mirar hacia la altura, vio que también el
gigante descendía hacia él. No había tiempo que perder, y así que gritó Periquín a su madre, que estaba en casa
preparando la comida:
-¡Madre, tráigame el hacha en seguida, que me persigue el gigante!
Acudió la madre con el hacha, y Periquín, de un certero golpe, cortó el tronco de la trágica habichuela. Al caer, el gigante
se estrelló, pagando así sus fechorías, y Periquín y su madre vivieron felices con el producto de la cajita que, al abrirse,
dejaba caer una moneda de oro.

FIN
El patito feo
Autor: Hans Christian Andersen

Todos esperaban en la granja el gran acontecimiento. El nacimiento


de los polluelos de mamá pata. Llevaba días empollándolos y
podían llegar en cualquier momento.
El día más caluroso del verano mamá pata escuchó de
repente…¡cuac, cuac! y vio al levantarse cómo uno por uno
empezaban a romper el cascarón. Bueno, todos menos uno.
- ¡Eso es un huevo de pavo!, le dijo una pata vieja a mamá pata.
- No importa, le daré un poco más de calor para que salga.

Pero cuando por fin salió resultó que ser un pato totalmente
diferente al resto. Era grande y feo, y no parecía un pavo. El resto de animales del corral no tardaron en fijarse
en su aspecto y comenzaron a reírse de él.

- ¡Feo, feo, eres muy feo!, le cantaban


Su madre lo defendía pero pasado el tiempo ya no supo qué decir. Los patos le daban picotazos, los pavos le
perseguían y las gallinas se burlaban de él. Al final su propia madre acabó convencida de que era un pato feo y
tonto.
- ¡Vete, no quiero que estés aquí!
El pobre patito se sintió muy triste al oír esas palabras y escapó corriendo de allí ante el rechazo de todos.
Acabó en una ciénaga donde conoció a dos gansos silvestres que a pesar de su fealdad, quisieron ser sus
amigos, pero un día aparecieron allí unos cazadores y acabaron repentinamente con ellos. De hecho, a punto
estuvo el patito de correr la misma suerte de no ser porque los perros lo vieron y decidieron no morderle.
- ¡Soy tan feo que ni siquiera los perros me muerden!- pensó el pobre patito.
Continuó su viaje y acabó en la casa de una mujer anciana que vivía con un gato y una gallina. Pero como no
fue capaz de poner huevos también tuvo que abandonar aquel lugar. El pobre sentía que no valía para nada.
Un atardecer de otoño estaba mirando al cielo cuando contempló una bandada de pájaros grandes que le dejó
con la boca abierta. Él no lo sabía, pero no eran pájaros, sino cisnes.
- ¡Qué grandes son! ¡Y qué blancos! Sus plumas parecen nieve .
Deseó con todas sus fuerzas ser uno de ellos, pero abrió los ojos y se dio cuenta de que seguía siendo un
animalucho feo.
Tras el otoño, llegó el frío invierno y el patito pasó muchas calamidades. Un día de mucho frío se metió en el
estanque y se quedó helado. Gracias a que pasó por allí un campesino, rompió el frío hielo y se lo llevó a su
casa el patito siguió vivo. Estando allí vio que se le acercaban unos niños y creyó que iban a hacerle daño por
ser un pato tan feo, así que se asustó y causó un revuelo terrible hasta que logró escaparse de allí.
El resto del invierno fue duro para el pobre patito. Sólo, muerto de frío y a menudo muerto de hambre también.
Pero a pesar de todo logró sobrevivir y por fin llegó la primavera.
Una tarde en la que el sol empezaba a calentar decidió acudir al parque para contemplar las flores, que
comenzaban a llenarlo todo. Allí vio en el estanque dos de aquellos pájaros grandes y blancos y majestuosos
que había visto una vez hace tiempo. Volvió a quedarse hechizado mirándolos, pero esta vez tuvo el valor de
acercarse a ellos.
Voló hasta donde estaban y entonces, algo llamó su atención en su reflejo. ¿Dónde estaba la imagen del pato
grande y feo que era? ¡En su lugar había un cisne! Entonces eso quería decir que… ¡se había convertido en
cisne! O mejor dicho, siempre lo había sido.
Desde aquel día el patito tuvo toda la felicidad que hasta entonces la vida le había negado y aunque escuchó
muchos elogios alabando su belleza, él nunca acabó de acostumbrarse.

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