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De la conciencia de sí mismo.

P. 25 – El hecho de que el hombre pueda tener una representación de su yo le


realza infinitamente por encima de todos los demás seres que viven sobre la
tierra. Gracias a ello es el hombre una persona, y por virtud de la unidad de la
conciencia en medio de todos los cambios que pueden afectarle es una y la
misma persona, esto es, un ser totalmente distinto, por su rango y dignidad, de
las cosas, como son los animales irracionales, con los que se puede hacer y
deshacer a capricho. Y es así, incluso cuando no es capaz todavía de expresar el
yo, porque sin embargo, lo piensa [gracias al entendimiento].

Del egoísmo.
P. 27 – Desde el día que el hombre empieza a expresarse diciendo yo, saca a
relucir su querido yo allí donde puede […].
El egoísmo puede encerrar tres clases de arrogancia: a) las del entendimiento, b)
las del gusto y c) las del interés práctico.
a) El egoísta lógico tiene por innecesario contrastar el propio juicio apelando al
entendimiento de los demás, exactamente como si no necesitase para nada de
esta piedra de toque. Pero es tan cierto que no podemos prescindir de este medio
para asegurarnos de la verdad de nuestros juicios, que acaso es ésta la razón más
importante por la que el público docto clama tan insistentemente por la libertad
de imprenta; porque cuando se rehúsa ésta, se nos sustrae al par un gran medio
de contrastar la rectitud de nuestros propios juicios y quedamos entregados al
error.
P. 26-29 –[…] es un atrevimiento hacer en público una afirmación que pugne
con la opinión general, incluso de los inteligentes. Esta manifestación del
egoísmo es lo que se llama la paradoja. […] A lo paradójico se opone lo vulgar,
que tiene a su lado la opinión general. Pero en lo vulgar hay tan poca seguridad
como en lo paradójico, si no todavía menos, porque lo vulgar adormece,
mientras que lo paradójico despierta la mente y la hace atender e indagar, lo cual
conduce frecuentemente a descubrir.
b) El egoísta estético es aquel al que le basta su propio gusto, por malos que los
demás puedan encontrar o por mucho que puedan censurar o hasta ridiculizar sus
versos, cuadros, música, etc. Este egoísta se priva a sí mismo de progresar y
mejorar, aislándose con su propio juicio, aplaudiéndose a sí mismo y buscando
sólo en sí la piedra de toque de lo bello en el arte.
c) Finalmente, el egoísta moral es aquel que reduce todos los fines a sí mismo,
que no ve más provecho que el que hay en lo que le aprovecha, y que incluso
eudomonista pone meramente en el provecho y en la propia felicidad, no en la
idea del deber, el supremo fundamento determinante de su voluntad. Pues como
cada hombre se hace un concepto distinto de lo que considera como felicidad, es
justamente el egoísmo quien llega a no tener una piedra de toque del verdadero
concepto del deber, la cual ha de ser un principio de validez universal. Todos los
eudemonistas son, por ende, egoístas prácticos.
Al egoísmo sólo puede oponérsele el pluralismo, esto es, aquel modo de pensar
que consiste en no considerarse ni conducirse como encerrado en el propio yo el
mundo entero, sino como un simple ciudadano del mundo.

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