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El proceso laboral surgió a inicios del siglo XX para garantizar las normas del naciente Derecho
del Trabajo, para lo cual se requería un proceso que contemplase menores gastos judiciales,
mayor sencillez para la defensa del trabajador, rapidez y celeridad en los actos procesales y
una intervención del juez en la búsqueda de la “verdad material”173. En la Nueva Ley Procesal
del Trabajo se reconoce como principio esencial la oralidad, que a su vez, comenta Vinatea,
activa los otros principios, en tanto
“… no es posible entender la inmediación (cercanía del juez con las partes) sin oralidad y no es
posible entender la inmediación sin la concentración, que no es otra cosa que centralizar en
etapas específicas las actuaciones más importantes del proceso. De modo que se debe hacer
uso de la oralidad y la inmediación como herramientas de percepción de los hechos, pruebas y
materias sobre las que el juez se debe pronunciar”174. Pero no sólo propugna la agilidad del
esquema procesal sino que la Nueva Ley Procesal del Trabajo también promueve la igualdad
sustancial, particularmente a través de normas que reducen la carga probatoria del trabajador.
A través de este marco, el principio de veracidad y la verdad material tendrán mayor vigencia.