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Fecha: 26/06/17
Informe de lectura: Escena de escritura, escena de lectura
Esta construcción de una imagen de escritor conjuga una ideología literaria con
una ética de la escritura que compromete la estética del escritor y que lleva a
convertirse en una moral del estilo y de la forma. La poesía aborda esta flexión
autorreferencial desde la construcción de una auténtica “escena de la escritura”
como motivo tópico de la tradición a partir de sus ingredientes fundamentales: el
quién, el cómo, el dónde, el cuándo.
Todo texto articula el mundo de la obra con el mundo del lector, es el escenario
donde se hace posible la conjunción de ambos mundos (intenso y extenso), pero
que siempre lo trasciende hacía otros contextos. El texto impone una forma y se
ofrece como garante para que le lector complete, comparta y elabore desde allí
su propia forma. El yo en este sentido es una puesta en escena para la mirada
del otro, su historia tiene sentido en tanto es reconocible por el lector. Este
proceso de identificación se acentúa cuando se suma a una “ilusión
autobiográfica”, planteando el argumento el argumento del desarrollo de un
individuo con el que el lector puede identificarse, convirtiendo al poema en un
incidente de su propio desarrollo. De esta manera la poesía resulta autoficcional
tanto para el autor como para el lector, y no tanto por lo que en ella ocurre, sino
por lo que significa. Lo autobiográfico ha comenzado a inundar no sólo los
géneros literarios, la televisión, el cine, etc, hay un estallido del yo y en torno al
cuerpo. La autobiografía es una construcción, una versión que uno hace, el autor
juega con su propio yo.
En el poema la atracción del lector al lugar del poeta viene dada por la
contundencia relacional de la deixis, la cual es un lazo fantasmal que liga los
nombres a un yo y opera este encuentro de dos subjetividades. Este momento
hermenéutico del encuentro con ese otro real es lo que llamamos “la escena de
la lectura”, aunque solo trazado como imagen deseada en el poema, el lector.
De esta manera se da lugar al lector cómplice, el cual llega a ser coparticipe y
copadeciente de la experiencia por la que pasa el creador. La posición-sujeto
tanto en el lector como en el autor es una figuración ficcional, imagen acariciada
y edificada por ese autor implícito a quien hacemos responsable de las
orientaciones ideológicas del poema. En este contexto el autor no hablará por sí
mismo sino por el imaginario social y cultural y los problemas que está viviendo,
no hay que separar los textos de las realidades en las que aparecen.