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Traducción Literaria y su Edición
Cronograma
18.00 hs.
18.10 hs.
18.40 hs.
19.10 hs.
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Breve reseña de los participantes
Anahí Mallol nació en La Plata, Argentina, en mayo del 68. Publicó siete libros
de poemas, Postdata (1998), Polaroid (2001), Óleo sobre lienzo (2004), Zoo
(2009), Querida Alicia (2012), Como un iceberg (2013), Una ciudad (2016)y los
libros de ensayo El poema y su doble (2003), y La poesía argentina entre dos
siglos: 1990-2010. Hacia una nueva lírica (2016). También ha publicado
poemas en diversas antologías del país y del extranjero. Poemas suyos han
sido traducidos al inglés, al alemán, al francés, al portugués y al italiano.
Colabora con revistas de poesía y de crítica literaria nacionales e
internacionales con poemas, artículos de crítica, traducciones. Forma parte del
consejo de redacción de la revista EXTRA. Revista de poesía y traducción.
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Barrios editoriales1
por Damián Tabarovsky (Perfil, Cultura/opinión 06/05/18)
En los años 90, Marc Augé propuso el concepto de “no lugares” como un modo de
pensar la posmodernidad. Por “no lugares” entendía a los shoppings, los aeropuertos,
las estaciones de servicios con cafetería y minishop incluidos, etc. Es decir, lugares sin
identidad, pero a la vez fácilmente reconocibles, sin historia, cómodos. Sin gracia pero
a la vez de fácil interpretación (nadie se pierde en una estación de servicio). Esos no
lugares se definen también por su carácter global: están en todas las ciudades,
idénticos a sí mismos. Los shoppings son iguales en Bombay y en Buenos Aires. Esos
“no lugares” borran las huellas de la densidad histórica de cada lugar, de su identidad,
de su tradición. Augé extraía la conclusión de que los “no lugares” son una buena
metáfora de la vida contemporánea, de la globalización.
Ahora bien, al mismo tiempo que esos “no lugares”, comenzó a darse un fenómeno
inverso, o tal vez complementario (saber si son fenómenos inversos o
complementarios es el dato crucial). Este fenómeno inverso o complementario es el
surgimiento en muchas ciudades –entre ellas Buenos Aires– de barrios o zonas que se
llaman a sí mismos “Soho”. Primero fue el Soho de Londres, luego el Soho de Nueva
York, luego en todo Estados Unidos, y en Europa, zonas parecidas. En el México DF
son La Condesa y la Colonia Roma, en Buenos Aires obviamente es Palermo, etc.
Estas zonas se presentan como lo contrario de los “no lugares”: en vez de ser fríos
son cálidos, en vez de ser impersonales son personalizados, en vez de ser estándares
se presentan como artesanales. Casi que podríamos decir que si las estaciones de
servicio son “no lugares”, los Soho son “sobrelugares”: lugares sobrecargados con un
exceso de personalidad, de subjetividad, de sensibilidad. Son lugares que se
presentan como una defensa del valor de lo único, de la singularidad, de lo artesanal,
contra lo estándar, lo mainstream y lo global. Pero a la vez que se exhiben como lo
opuesto a lo industrial y lo global, están en todas las ciudades y en todas las ciudades
son parecidos. El Soho porteño se parece mucho a la Condesa en el DF, que se
parece mucho a Chelsea en Nueva York, etc., etc. Todo ocurre como si hubiera, en
términos urbanos, un doble fenómeno: de un lado los “no lugares”, globales e
impersonales, y del otro, los “sobrelugares”, definidos por su sobreidentidad, pero al
mismo tiempo iguales en todos lados.
Pues: ¿qué son los “sobrelugares” en relación con los “no lugares”? ¿Son lo opuesto
o su complemento? ¿Los Soho son lo opuesto o el complemento ideal del shopping?
¿Son el escalón más alto de la cadena? (vender lo mainstream como único y
especial).
Pasemos ahora a lo nuestro, a la literatura y la edición. ¿Ocurre algo similar en el
ecosistema editorial? Al mismo tiempo que en los últimos años –o décadas– ocurrió un
tremendo y trágico proceso de concentración editorial, surgieron en casi todos lados,
por supuesto también en la Argentina, un gran número de pequeñas editoriales, de
editoriales independientes, quizás como nunca antes. ¿Son los grandes grupos
multinacionales los “no lugares” de la edición? ¿Y son las editoriales independientes
como el Soho? Esa es la pregunta que cualquiera a quien le interese la edición
independiente debería hacerse a diario. Es preferible quebrar a convertirse en Soho.
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http://www.perfil.com/noticias/columnistas/barrios-editoriales.phtml
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que cierta topografía del mundo moderno (del mundo moderno urbano) puede
aplicarse al “campo” editorial. Así, hay grupos editoriales multinacionales (o grupos
concentrados de la publicación de libros, como yo los llamo) que funcionarían como
los no lugares propuestos en su momento por Marc Augé (los shoppings, los
aeropuertos, las estaciones de servicio con café y minishop, y yo agregaría las ferias
internacionales del libro: lugares sin identidad pero a la vez fácilmente reconocibles,
sin historia, confortables y de carácter global, metáforas casi puras de la
globalización), y pequeñas editoriales independientes que vendrían a ser los Sohos, o
zonas dentro de la urbanización de la edición, “sobrelugares” por oposición.
Y por cierto: ¿cuál es el barrio (porque como bien decís Soho también puede
entenderse como barrio, y ya con eso le quitamos el 99% de su tonto glamour) de
Mardulce, Damián?
Volvamos: ¿llegar a más y más lectores está por encima de cómo llego a esos lectores
(condiciones), con qué llego a esos lectores (¿dá lo mismo cualquier libro y cualquier
tipo de libro?), dónde llego a esos lectores (cadenas, grandes superficies, librerías
independientes, ferias, eventos, venta directa) y cuánto resigno de mi propia ideología
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y estrategia editoriales para llegar a esos lectores, Damián? ¿Es lo mismo lectores que
lecturas? ¿Por qué y de dónde el ansia (y no me refiero al ansia que encubre
vagamente el afán de beneficios de un grupo inversionista)? ¿El crecimiento puede ser
exponencial “siempre”? ¿Estamos solos? ¿Y el Estado? ¿El Estado no debería
garantizar y coadyuvar con la diversidad de agentes, la circulación de la suma de
pequeñas tiradas no necesariamente impresas en el mismo lugar físico (coedición
estratégica en el país de los casi 3 millones de km cuadrados), las traducciones
nacionales, los circuitos alternativos de difusión y distribución, por no hablar de discutir
y reescribir leyes vigentes desde la última dictadura, o resucitar e insuflar vida a los
tristemente fantasmáticos proyectos de un Instituto del Libro o de una ley nacional de
protección de la traducción autoral y los traductores, o de quitar el IVA a las materias
primas del libro, algo que quizás muy a nuestro pesar nos obliga a reconocer que no
hemos tenido hasta ahora un solo gobierno donde alguna de estas cosas haya sido
prioridad? ¿Cambia lo que estaría bien como política de Estado si lo impulsan, incluso
sui generis, personas o grupos de personas interrelacionadas en un campo, o en la
zona de un campo, a pesar de las tensiones propias internas? ¿Por qué pedirle a todo
que se vuelva una empresa en el primer sentido que nos viene a la mente cuando la
edición debería (poder) ser también y antes que ninguna otra cosa, quizás, una
empresa en el sentido de una aventura?
Damián, trato de no entender del todo el final de tu nota, cuando decís eso de que es
preferible quebrar a convertirse en Soho. Hago el esfuerzo y trato de no entender lo
errado que es eso desde un punto de vista estratégico. ¿Por qué no decir lo contrario,
algo así como que es preferible volver o ir al barrio antes que quebrar (donde quebrar
es claramente un fracaso, un estándar propio de la dinámica de los grupos
concentrados de la publicación de libros)? No necesitamos menos editoriales, de la
misma forma que tampoco necesitamos editoriales cada vez más grandes,
monstruosas, acaparadoras, competitivas; lo que necesitamos, creo, son cada vez
más editoriales del tamaño y la dinámica propios y que puedan y quieran tener,
diversas, interrelacionadas y solidarias. Y creo también que en el fondo hay muchas
editoriales, muchas pequeñas editoriales independientes, Damián, que quizás dirían
conmigo que justamente lo preferible es quedarse pequeño con cierto dominio del
timón del proyecto (como si no sobraran ejemplos de los contrario en la historia de la
edición, y particularmente en la nuestra), microscópico incluso pero con conocimiento
de la zona propia y con una marca distintiva (catálogo incluido, aún si crece a un ritmo
de 1 título por cada estación del año); eso, antes que devenir algo que tiene un no
adelante que te define.
Porque ya hay suficiente empresa donde publicar por publicar es la norma (y esto,
llamativamente, vale tanto para PRH/GP como para Dunken y el resto de imprentas
disfrazadas de editoriales), donde los libros tienen una vida útil prefijada y se saldan
cuando no directamente se destruyen y se juega y especula perversamente con su
desaparición, donde no hay (tiempo para la) relación personal con los autores, donde
el dinero tienta como adelanto pero a largo plazo se descubre improductivo y hasta
con un ribete de engaño o estafa (de exclusividad, de cantidad, de plazo, de relación
recursos/honorarios, etc). En lugar de un no que te define, Damián, un gesto
propositivo: mantenerse pequeño o acorde a la estructura posible y necesaria (y hasta
deseable, ¿por qué no? ¿O acaso este tipo de deseo puede ser cuestionado? ¿Desde
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qué lugar?), continuar editando por gusto (y también por negocio, vamos, pero como
complemento de lo anterior, siempre a la sombra de), forjar relaciones personales
fuertes, hacer libros diferentes en todos los sentidos (diversidad textual pero también
objetual), capaces de esperar a los lectores que siempre llegan “tarde”, y, sobre todo,
alimentar algo que excede a cada proyecto editorial individual: porque hay
independencia pero esa independencia es siempre una interdependencia con pares.
En los barrios también se forman lectores, Damián, y no son pocos. Es un trabajo lento
pero seguro, y sostenido, que bien vale el esfuerzo.