Sei sulla pagina 1di 8

:: portada :: América Latina y Caribe ::

14-05-2018
Entrevista con el escritor y político Sergio Ramírez sobre Nicaragua
"El estallido se volvió masivo porque el miedo se rompió"
Alejandro Ferrari
Brecha

Mientras el régimen de Daniel Ortega reprimía salvajemente el masivo levantamiento estudiantil, el


más conocido escritor nicaragüense recibía en Madrid el premio Cervantes. Entre las creencias de
este hijo de alcalde y de directora de escuela, está que "la literatura es parte integral de la vida y
del mundo". Alejado hace tiempo de las aguas de la política, cree también que la herencia del
sandinismo es clave para el futuro de su país. A su regreso a Managua, este privilegiado actor y
espectador, evoca para Brecha distintos aspectos de su oficio y nos brinda su mirada política sobre
el actual despertar popular, cuya efervescencia lo transporta a aquella revolución de la que fue
protagonista hace casi cuarenta años.

—Cuando se cumplían 20 años del inicio de la revolución sandinista escribió sus memorias en 'Adiós
muchachos'.

—No quería contar la historia de la revolución, sino mi historia en la revolución desde una
perspectiva sentimental: por qué entré en ella, cómo me comprometí, cómo se comprometió mi
familia, cómo mi mujer cosía los uniformes de los guerrilleros en una máquina de coser en Costa
Rica, cómo mis hijos fueron a alfabetizar, cómo fueron a la guerra. Quería contar esa historia
sentimental y la articulé como si se tratara de un relato con las técnicas de una novela, sin serla.
Quería que fuera un relato, una narración, no un libro didáctico, no enseñarle a la gente qué
valiente que fui yo o qué canalla fueron los demás. En este libro no quería poner canallas. Siempre
me ha repugnado ese término de disidente, no me avengo con ese término. No creo que fuera un
libro vengativo. Habían pasado muchas cosas dentro del Frente Sandinista, ciertamente, pero sólo
quería contar cómo era mi historia, tal como la viví. Mi punto de vista.

—En medio de la efervescencia de aquella revolución, ¿no se vislumbraba que había cosas que no
funcionaban?

—Nosotros creíamos que todo era posible. Es que si no, no hubiera sido una revolución. La
revolución es la creencia en la posibilidad ilimitada de las cosas y eso es lo que había. Además, no
hay que olvidar que se trataba de una revolución juvenil. El promedio de edad de los protagonistas
debe de haber sido de unos 25 años. Yo era de los veteranos porque tenía un poco más de 30. Sin
esta pasión juvenil no hubiera habido nada en ningún campo y menos en el de la cultura. Esta frase
que ya se ha vuelto manida de "asaltar el cielo" era real entonces. Todos los caminos estaban
abiertos aunque no tuviéramos puestos los pies sobre la realidad porque si en una revolución todo
el mundo pone los pies sobre la realidad, la revolución se detiene. Revolución y realidad nada
tienen que ver, son términos contradictorios.

—¿Qué hizo caer a este proyecto?

—Hay un defecto de origen cuando se pone en marcha una revolución y es pensar que dure

page 1 / 8
eternamente y que es contradictoria con una alternancia política en el poder. Creo que una
revolución puede establecer las líneas maestras de una sociedad y el partido que hizo esa
revolución no estar siempre en el poder. Pero pensar que para mantener la revolución hay que
estar siempre en el poder es lo que lleva al desgaste, al deterioro y al desastre, que es lo que
ocurrió en los noventa aquí. Los gobiernos de Violeta (Chamorro), de (Arnoldo) Alemán y de
(Enrique) Bolaños no se explican sin la revolución; aquí hubo democracia alternativa porque, a
pesar de todo, la revolución la estableció. La revolución no fue lo que nosotros queríamos que
fuera, sino lo que la realidad dictó que fuera. Nosotros queríamos un partido hegemónico para
siempre y la realidad dijo que no, que la salida tenía que ser democrática y terminó siendo
democrática al grado de que perdimos las elecciones. Esa es la gran herencia de la revolución para
mí. Y que hay que restablecer esa herencia democrática que se ha perdido ahora. El que hizo la
democracia verdadera en Nicaragua es el sandinismo.

—¿Qué es para usted, hoy, el sandinismo?

—El sandinismo es una fuerza latente que quedó soterrada en la sociedad. Nació de un ideal, que
es el ideal de Sandino, que está basada en principios muy simples: soberanía, democracia, justicia
económica. Eso está en todos sus escritos. Hay sandinismos de muy distintos apellidos. Está el
oficial que para mí no es sandinismo y hay otros sandinismos escondidos. En el futuro, Nicaragua
tiene que contar siempre con el sandinismo. No es que llegará un momento en el que desaparecerá
como si nunca hubiera existido. No. El sandinismo es trascendental. Un día se va a recomponer con
nuevos rostros, una nueva dinámica, ideas nuevas y va a seguir siendo una fuerza en la sociedad.

—¿Percibe encrucijadas de las izquierdas en América Latina, en los análisis que se hacen, por
ejemplo, sobre Venezuela?

—Los gobiernos de (Nicolás) Maduro y de Ortega son gobiernos que no representan lo que yo
considero la izquierda. En primer lugar porque sin ética no hay izquierda. Yo sigo reconociéndome
como un hombre de izquierda y sin ética no vamos a ninguna parte, nos confundimos con todos los
demás. Lo que me aflige de América Latina es todo este caso Odebrecht, que es una matriz de la
corrupción que logra corromper a gobernantes de derecha y de izquierda, sobrepasa los límites
ideológicos. Y esto es un mal: para volver a ser izquierda hay que volver a la raíz ética. Porque sin
sensibilidad ética no hay sensibilidad por los pobres.

—Yendo a la realidad presente, ¿cree que los jóvenes que se han alzado en Nicaragua tienen la
fuerza organizativa necesaria para enfrentar una situación política como la actual?

—Los estallidos espontáneos no tienen organicidad y esto es natural. Estos muchachos no han
logrado consolidar, todavía, una dirigencia única y una representación política. Y no digo esto como
crítica ni como defecto, sino para subrayar que la pureza misma del movimiento lleva a esa
desarticulación. El estallido se volvió masivo porque había un cansancio de la población de años de
mentiras, engaños, represión, de silencio impuesto, y los muchachos salieron a la calle y la gente
los acompañó y de repente la represión cayó sobre ellos, multiplicó la reacción popular y todo el

page 2 / 8
mundo se volvió a ver las caras y se dijeron: mira, no tenemos miedo. El miedo había desaparecido.
Yo estaba en España entonces, pero he visto muchos videos, escuchado muchos testimonios, y me
sorprendía ver que la gente decía: "Yo me llamo fulano de tal". Y da la cara y da su opinión, muy
valiente. Eso era impensable, porque alguien podía perder su trabajo, lo perdía la mujer, le
quitaban la beca al hijo o se le dificultaba un trámite administrativo. A un pequeño empresario que
opinaba de política le caía al día siguiente la Dirección General de Ingresos para hacerle una
auditoría. Ese miedo se rompió y eso es lo que provocó un cambio radical en el país: se ha creado
un nuevo sentido de ciudadanía, que además está en la calle. Porque una de las consignas del
régimen era que la calle es del pueblo, el pueblo oficial, y al que quería salir a protestar le caían a
garrotazos. Ahora la calle es compartida. Los muchachos pagaron una cuota altísima de 60
muertos, pero se ganaron ese derecho y sin ellos no habría aquí esa posibilidad que el país tiene
ahora de encontrar el camino perdido de la democracia. El país está en deuda con ellos. No importa
que ellos, por el momento, no resulten bien articulados. Eso, estoy seguro y tengo la esperanza, lo
van a lograr, van a organizar su representatividad.

—Usted conoce muy bien al tándem Ortega-Murillo. ¿Cree que están ganando tiempo? ¿Qué
opciones tienen?

—A mí me parece que el régimen ha recibido un tiro en el codillo. Podrán correr algún tiempo, pero
nuestro país tiene que cambiar. La alternativa que tiene Ortega y su esposa es abrirse a la
democracia, ellos mismos, y ser parte del cambio democrático o salir, hacer mutis por el foro. El
país ya no puede vivir como ha vivido hasta ahora, sin el reclamo por la democracia, por elecciones
libres, por libertades públicas, por libertades de expresión. Eso ya no va a volver para atrás, nadie
va a querer volver a vivir como en la situación anterior.

—¿Se vislumbra quiénes son las personas concretas que puedan asumir la responsabilidad histórica
de un cambio?

—Hay una mesa de diálogo organizada por gente que será muy representativa, gente valiosa que
no ha estado en la escena política, que pertenece a la sociedad civil. En Nicaragua hay gente muy
preparada, muy talentosa, muy sagaz, que puede asumir un liderazgo del país. Lo que pasa es que
todo esto estaba enterrado, pero la gente está allí y me parece, por otra parte, que los liderazgos
suelen surgir de esta manera. Para que el país quede en manos de una generación más joven y
haya un relevo que hasta ahora no se ha dado.

—A la par del descontento popular que se ha expresado en multitudinarias marchas pacíficas, ¿no
aparecen también el fantasma de la guerra y el miedo a confrontaciones duraderas?

—Gracias a Dios que no queremos una confrontación. No me gustaría ver a los estudiantes
agredidos sacando fusiles AK y disparándole a la policía, porque entonces volvemos a la guerra, a
más muertos.

page 3 / 8
El gran crimen que ha habido aquí es matar a estudiantes indefensos, porque ellos no estaban
declarándole una guerra al gobierno, sino realizando una protesta cívica. Esa es una gran ventaja
que tenemos, la de no querer otra guerra. Pero para eso hay que hacer un cambio profundo, que
haya una verdadera democracia, una salida con elecciones verdaderamente libres, y lo primero de
todo es que se haga una investigación a fondo de estos crímenes y se castigue a los responsables.
Sin eso, no va a haber paz en las conciencias de la gente y eso es muy peligroso.

—¿Cómo percibe la repercusión o la solidaridad de otros gobiernos, de otras izquierdas acerca de


esta situación?

—Por primera vez ha habido una exposición masiva de la situación del país en el mundo, como no
ocurría hace muchísimos años. Lo que pasa es que delante de la situación de Nicaragua ha estado
siempre este stream cover de Venezuela. La gente miraba a Venezuela y Nicaragua estaba detrás.
Esta cortina se ha roto y entonces Nicaragua está en primer plano. Todo el mundo está claro en que
no hay democracia, que hubo una represión criminal y que esto tiene que tener una solución.
Quizás no se ha llegado todavía a una acción internacional suficiente, que no quiere decir
intervención. Y yo soy el primero en rechazar cualquier tipo de intervención política o de otro tipo.
Pero que haya atención sobre el país me parece muy importante.

—¿Qué rol tienen los intelectuales y los artistas en esta coyuntura?

—Si me preguntas por nombres como Carlos Mejía Godoy, Enrique Mejía, Ernesto Cardenal,
Gioconda Belli, todos estamos del lado del cambio democrático, del lado de los muchachos en la
calle. Aquí no hay excepciones. La gente que realmente representa a la cultura, la literatura, el arte
del país, está donde debe estar, como estuvo con la revolución en la década del 80. Hoy le escribía
un mensaje a Luis Enrique Mejía Godoy diciéndole: quién iba a decir que en nuestras vidas íbamos
a ver dos despertares populares, cuando hay muchos que se mueren sin ver ninguno. Y eso es lo
que verdaderamente siento, que esto es un nuevo despertar.

—¿Cómo fueron sus comienzos como escritor? ¿Tuvo maestros?

—Comencé a escribir cuentos, sin pensar que alguna vez iba a ser novelista. En aquel tiempo el
oficio de cuentista tenía mucho prestigio, en las librerías había libros de cuentos y se podían
publicar. No como hoy que si un joven va a un editor le dice: no, libro de cuentos no, tráeme una
novela. Esta es la tendencia de hoy día, desgraciadamente. Entonces yo quería ser cuentista y me
entrené para escribir cuentos cortos leyendo, por tanto, cuentistas. Y empecé por Anton Chéjov,
O’Henry y fue fundamental para mí Horacio Quiroga, que se leía mucho entonces. Yo lo sigo
admirando muchísimo y hay cuentos suyos, como "La gallina degollada", que los puedo recitar de
memoria. Y leía, claro, a Edgard Allan Poe, a Ambrose Bierce, a Guy de Maupassant. Después entré,
un poco más tarde, cuando me iba acercando a los 20 años, a leer a Juan Rulfo, que fue para mí un
gran descubrimiento; a Cortázar y a Borges. Esa fue mi formación entre mi adolescencia y mi
primera juventud.

page 4 / 8
—¿Cómo percibe las conexiones de la literatura con la realidad?

—Es lo que quise reafirmar en mi discurso al recibir el premio Cervantes (véase recuadro), esa
conexión entre quien escribe y quien ve, quien escribe entre cuatro paredes, pero sube o baja la
persiana. Eso ha sido fundamental siempre, desde entonces, desde que tenía 20 años y comencé a
ver la literatura como parte integral de la vida y del mundo. Y no es que crea que eso sea esencial
para ser buen escritor. Se puede ser buen escritor con las ventanas bajas. Esto no tiene que ver con
la calidad de la literatura, tiene que ver con la percepción que cada quien tiene de la literatura.

—¿No corre riesgos la literatura de ser manipulada?

—En la primera mitad del siglo XX en América Latina, fue bastante panfletaria, porque cuando uno
lee esa literatura regionalista, indigenista, vernáculo-socialista, se da cuenta de cómo la retórica
política está metida dentro de la trama novelesca; algo que desde entonces, con ojo crítico, me
pareció completamente innecesario. Si el novelista no es capaz de ofrecer en un párrafo una
descripción de la realidad tal como la ve y provocar en el lector el sentimiento que sea, de
adhesión, de conmiseración, de piedad, de rechazo, por el efecto mismo de la exposición de la
trama a través de las palabras, si no logra eso y tiene que agregar un párrafo retórico o dar una
explicación ideológico-política, ya eso se sale del parámetro de lo que es la narración y pasa al
campo del panfleto. Y aquí vuelvo a insistir. Puede haber una excelente novela que no tenga nada
que ver con lo que está sucediendo puertas afuera. Yo creo, sin embargo, que a pesar de que uno
quiera tomar distancia -y esto tiene que ver mucho con el concepto estético- la realidad siempre
está golpeando la puerta y a veces de ser un simple trasfondo, o un mero escenario, se termina
convirtiendo en personaje, se termina metiendo dentro de la novela. Y a mí siempre me gusta la
anormalidad constante de América Latina.

—¿Y cómo entra en la literatura esta anormalidad?

—Por ejemplo, en el Cono Sur, a finales del siglo pasado, el fenómeno que hubo fue de
desaparecidos. Tú puedes decir: en Uruguay hubo tantos desaparecidos, tantos en Argentina,
tantos en Chile. Esa es una cifra.

Pero yo, si soy un novelista, lo que voy a buscar es a un desaparecido, a una familia de
desaparecidos cuya vida cambió por el hecho de que un día le llevaron a su muchacho y nunca
volvió a aparecer, porque le abrieron el vientre a una muchacha para sacarle al hijo. Eso es algo
que para mí va a dar a las aguas de la novela porque me está atrayendo a contar las cosas que
para mí constituyen la esencia de esa anormalidad. Yo vivo en una región que está llena de este
tipo de fenómenos, como pandillas juveniles que se matan unas a otras, que asesinan, que
extorsionan; carteles del narcotráfico, los Zetas, gente que emigra a los Estados Unidos y perece en
el camino a través de México o, a lo mejor, llega al desierto de Arizona. Esas son vidas en
movimiento y a mí me parece que donde bulle la vida está la literatura.

page 5 / 8
—Ha sido el primer centroamericano en recibir el premio Cervantes. ¿Cómo se reconoce
Centroamérica desde fuera a partir de su literatura?

—Centroamérica es un ideal cultural. Entre sus países hay conexiones culturales, una identidad que
hace que sea más fácil reconocerse en la cultura que en ningún otro campo. A pesar de que
durante el período colonial fuimos una sola entidad política y fracasó el intento de federación
republicana después de la independencia, vino una gran fragmentación pero no en la expresión
cultural y literaria. Creo, por ejemplo, que un guatemalteco se siente muy cómodo siendo
compatriota de Rubén Darío como un nicaragüense se siente muy cómodo siéndolo de Miguel Ángel
Asturias. Son figuras que unen, que por su propia atracción fijan un denominador común. Pero
estamos incomunicados con otras partes de América Latina. Me piden que mencione a cinco
escritores bolivianos jóvenes, pues yo, desgraciadamente, no pasaría de dos, a pesar de que puedo
decir que soy un especialista porque soy un lector ávido. O si me preguntan por alguien de
Paraguay o de Uruguay. Me costaría muchísimo. América Latina sigue siendo un fantasma.
Hablamos de América Latina, pero hay muchas América Latina, muchas literaturas. Y claro, cómo
vamos a despreciar ese gran denominador común que es la lengua. Si voy a una librería de
Montevideo y compro un libro de un escritor uruguayo, me meto en ese mundo que para mí no es
ajeno, porque está dentro de mi propia tradición lingüística y literaria. El Río de la Plata tiene sus
propias características de expresión literaria. Hay una América Latina del Río de la Plata, otra
América Latina andina, otra del Caribe, otra de Centroamérica y otra América Latina que está
dentro de los Estados Unidos, que es más extraña todavía y más novedosa, porque hay una lengua
y literatura nuevas, que se escriben en Arizona, en Texas, en California, en Florida.

—Además de la escritura su mundo ha incorporado otros proyectos en su trabajo, como el festival


Centroamérica Cuenta. (1)

—Tienen mucho que ver con tu pregunta anterior. Qué es Centroamérica y cómo se reconoce desde
fuera. Pues yo quisiera que se reconociera mejor y por eso existe Centroamérica Cuenta, que es un
viaje de ida y vuelta. Traemos escritores latinoamericanos, de otras lenguas, para que se
encuentren con los escritores centroamericanos que no conocen; y que ellos se encuentren con
escritores que pertenecen a otros territorios. Esto va a dar más frutos de los que ha dado hasta
ahora, hacer que la literatura centroamericana salga de sus fronteras.

—La revolución sandinista dio un empuje a la cultura en general, especialmente a la literatura.


¿Cuáles fueron los frutos?

—El primer fruto fue que el sandinismo no buscó jamás establecer una literatura oficial, tampoco
procuró establecer una línea estética de creación literaria ni artística; nunca se buscó proclamar
una especie de realismo sandinista o algo parecido, sino que hubo una libertad creadora muy
diversa. Esto le dio a la revolución una sensibilidad diferente y un carácter de rescate de la cultura,
de articularla: promover el teatro, el cine, con las uñas ¿no?, porque no dejamos de ser un país muy
pobre. Hubo, por primera vez, el Instituto Nicaragüense de Cine, la Editorial Nueva Nicaragua,
compañías de teatro apoyadas por el Estado, se hizo una discográfica nacional, que nunca se había
soñado con eso aquí. Todos esos fueron impulsos que le dieron un perfil a la revolución. Después
eso, obviamente, se perdió, desgraciadamente. Los gobiernos que vinieron o no tuvieron políticas

page 6 / 8
culturales o fueron débiles esas políticas y hoy, este gobierno, no tiene ninguna política cultural.
Hay una característica que no hay que olvidar y es que los que entramos a la revolución siendo
escritores o artistas seguimos comportándonos, además de las responsabilidades que teníamos en
el campo político, como escritores; el caso de Ernesto Cardenal, el caso mío, que llegamos a tener
responsabilidades importantes, pero, sin dejar de ver el mundo y la revolución como actores, nunca
dejamos de ser escritores prestados a la revolución.

* Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942) es escritor, periodista, político y abogado. Fue
vicepresidente de Nicaragua entre 1985 y 1990. Publicó su primer cuento, "El estudiante", en 1960.
Su obra literaria abarca más de una treintena de libros, entre novelas, cuentos, libros de
testimonios, ensayos y recopilaciones. Su primera novela, Tiempo de fulgor, apareció en 1970 y a
ella le siguieron diez más, la última Ya nadie llora por mí (2017). Desde 2004 dirige la revista
cultural centroamericana Carátula. En 2013 fundó el festival literario Centroamérica Cuenta. Ha
sido profesor invitado en diversas universidades y recibido múltiples premios y reconocimientos. El
Cervantes fue el último.

Nota

1) Posteriormente a esta entrevista el comité organizador decidió suspender la sexta edición del
festival, a celebrarse en mayo, ante "la situación de crisis e incertidumbre que atraviesa
Nicaragua".

Fragmento de "Adiós muchachos" (1999)

"Una marea revuelta al pie de mi ventana"

"No empuñé armas en la revolución, no llevé nunca uniforme militar, ni me encuentro al borde del
olvido por demasiado viejo, ni nadie me está disputando con otro libro los hechos vividos. Es más,
la revolución se ha quedado sin cronistas en este fin de siglo de sueños rotos, después de que tuvo
tantos en los años en que estremecía al mundo.

Un olvido injusto. En los recuentos de los acontecimientos que hoy se hacen del siglo XX, falta la
revolución sandinista. Porque se pasmó y no cambió en fin de cuentas la historia, como nosotros
creíamos que iba a cambiarla, o porque hoy parece a muchos que no valió la pena, un empeño que
se quedó en una gran frustración y un formidable desencanto. O porque fue malversada."

page 7 / 8
(Fragmentos de su oratoria al recibir el premio Cervantes)

La anormalidad constante

"A ese paisaje iluminado y a la vez lleno de sombras, desolado y a la vez lleno de voces recurro,
dominado por la curiosidad y el asombro, en busca de sus rincones ocultos y de los humildes
personajes que lo pueblan, cada uno cargando a cuestas sus pequeñas historias, y me seduce
verlos caminar, sin ser advertidos, o sin advertirlo, hacia las fauces que los engullen, víctimas
tantas veces del poder arbitrario que trastoca sus vidas, el poder demagógico que divide, separa,
enfrenta, atropella. Ese poder que no lleva en su naturaleza ni la compasión ni la justicia y se
impone por tanto con desmesura, cinismo y crueldad."

https://brecha.com.uy/

page 8 / 8

Potrebbero piacerti anche