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Hay mucho escrito sobre emociones e inteligencia emocional para la vida personal y
social. No obstante, es habitual que no sepamos qué es gestionar las emociones.
Entendemos que es importante el balance emocional-corporal-racional, aunque no
sabemos qué es ni cómo hacerlo.
Cuando digo “stop a esa intensidad emocional que me hace mal” permito que la mente
tome mejores decisiones y mi acción sea más efectiva. Las emociones en sí mismas
tienen el poder de descentrarnos con su alta intensidad. Una vez que dejamos ir la
emoción quedan los sentimientos estables que impulsan nuestra conducta sustentable
en el tiempo.
Por ejemplo, el entusiasmo te puede llevar a decir cosas o a hacer compromisos que
después, en la calma del silencio o la soledad, se te pueden aparecer como
desproporcionados, maníacos y exaltados. ¿En qué estaba que dije eso?
O la culpa. Nos podemos sentir las personas más despreciables por una intensidad
emocional puntual y exagerada, por ejemplo, cuando un hijo te dice “te odio” cuando
le pones un límite. Si nos enganchamos con la intensidad de la emoción y con el deseo
de ser queridos, relajaremos el límite, el hijo te sonreirá y le harás un daño al
confirmarle que eres manipulable por un ataque de culpa. Un padre-madre centrado
sabe que los hijos requieren pequeñas frustraciones y límites para aprender las normas
de convivencia, más allá de cualquier pena o culpa emocional de corto plazo.