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Somos
ese automóvil en el tráfico con la capacidad de acelerar a 200 km/h, la mente de
millones de arquitectos que no tienen recursos ni espacio para construir o la
necesidad de preservar y respetar que se contrapone a las ganas de producir cosas
nuevas.
Una radicalización de esta utopías urbanas ha constituido, por un lado, una disciplina
encargada de la planeación racional de las ciudades, creando muchas definiciones de
la forma física de los espacios urbanos, ocasionando que las construcciones sociales
se hayan tenido que adaptar a espacios predeterminados; por otro lado, en nombre
de este ideal utópico, espejo de valores éticos y políticos, estas visiones son la
perfecta excusa para la segregación social y la discriminación.
En las últimas décadas, las utopías urbanas han confrontado nuevos retos en orden
de atender las dinámicas sociales, económicas, políticas y culturales, en donde la idea
de globalización enmarque la vida cotidiana.
¿Cómo reflexionar o por lo menos hacer honor a lo perdido sin ahogarnos en nostalgia
y evitar los prejuicios que entorpecen el cambio?
Nos enteramos como se financian estas obras, nos espantamos, sigue el ciclo, crece
el morbo, la belleza justifica lo que sea, nos olvidamos, deseamos, proyectamos…
¿Las obras similares cuentan historias parecidas? Difícil saberlo, la oferta responde a
la demanda. ¿Valdrá la pena imaginarlo?, ¿Juzgarlo? No lo sé.
¿Hubo engaño alguna vez? La revista gana, el público que pierde por un lado se
satisface por el otro, el show continúa, el flujo de recursos también. Las grandes
compañías se encargan de reducir absolutamente todo a un módulo repetitivo como
lo son los edificios residenciales actuales.
Jean Nouvel decretó que ser arquitecto en el siglo XX consistía en inventar lo real a
partir de la tabula rasa, mientras que, en el siglo XXI la práctica urbano arquitectónica
debería entregarse a manipular la realidad.