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lodrama —confiados en que la música, como en la Antigüedad, era indispensable para la puesta en
escena—, como de la tragedia, género este último en el cual Italia carecía de precedentes.
En resumen, el teatro setecentista italiano sigue dominado por un clasicismo formal que se reviste ahora
con fórmulas de pensamiento ligeramente aburguesadas. Sólo la comedia, por mano de Goldoni, consigue una
decisiva reorientación en el siglo XVIII, pues en realidad el resto de los géneros está llamado a responder,
únicamente, a su propio momento histórico, desapareciendo sin dejar mayor descendencia (aunque, por otra
parte, logró atraer —en el caso del melodrama y de la ópera— al público burgués italiano, que acudió a las
representac
La idea de la composición melodramática no era en modo alguno original en Italia, que había conocido
el género por medio de Rinuccini a principios del siglo XVII; pero sería el romano Pietro Trapassi, «Metastasio»
(1698-1782), el encargado de darle su forma definitiva. Como arcade, Metastasio estuvo convencido de que la
tragedia moderna, de inspiración clasicista, debía seguir en todo el modelo impuesto en la Grecia clásica, para lo
que defendió la idea de musicar las piezas según el gusto contemporáneo. Metastasio, que estuvo en contacto con
famosos cantantes y actores de la época, se inició en el género con Dido abandonada, que señalaría el camino a
seguir para sus sucesivos triunfos (Semírame, La clemencia de Tito, Aquiles en Sciros, etc.).
El éxito del melodrama de Metastasio estuvo claramente determinado por su inserción en su momento
histórico, cuyo gusto cifraba en la «emoción» —potenciada por la música— la clave de la estética burguesa; como
producción literaria —esto es, desgajado de su orquestación musical—, el melodrama pierde prácticamente todo
su sentido: el género gozó del favor del público porque reflejaba a la perfección el espíritu En este siglo XVIII, Italia
sigue sin lograr el molde de expresión dramática de corte nacional que se había empeñado en desarrollar desde los
inicios de la Edad Moderna; a grandes rasgos, el drama setecentista italiano insiste en la vía de producción
culta de la época. La sociedad que admiró a Metastasio —no sólo en Italia, sino también en el resto de Europa, y
especialmente en Francia— se caracterizaba por su concepto frívolo de la vida, hasta el punto de gustar del ropaje
graciosamente ficticio en que aparecía envuelto el sentimiento heroico.
Por su ajuste a un esquema melódico y métrico que recomendaba la precisión y la concisión, a la obra de
Metastasio se le debe la definitiva liquidación de los resabios barroquizantes que aún conservaba la Arcadia
italiana; su estilo elegante, armónico —quizás en exceso, en detrimento del contenido— y su encantador lirismo
pueden parecernos hoy artificiosos, pero no dejan en momento alguno de ser encantadores. En lo que se refiere a
los caracteres, su acercamiento a las fórmulas convencionales posibilitó cierta suavización del patetismo efectista
que impregnaba buena parte de la producción dramática contemporánea; su caracterización por