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y continúa los postulados clasicistas heredados.

Por ello, sólo puede definirse como intento dtrágicos


(Polinice, Merope, Antígona, Agamenón, Bruto, etc.); otras veces echó mano de asuntos modernos cuyo
planteamiento se prestaba a la solución trágica —incluso temas ya usados por otros tragediógrafos—: Filippo
(sobre Felipe II y el príncipe don Carlos, tema del que también se sirviera Schiller), La conjuración de los Pazzi,
etc. En todas ellas se advierte su esfuerzo de composición —su sometimiento a una normativa extraña en ocaPor
otra parte, el acompañamiento musical es decisivo en la representación del teatro italiano contemporáneo: Italia
es la cuna de la ópera, exportada como producción más influyente al resto de las literaturas europeas. Pero,
literariamente hablando, pocas de las piezas musicadas de este siglo XVIII merecen ser reseñadas, si dejamos aparte
la obra de Metastasio, el más influyente de los dramaturgos italianos contemporáneos —aunque no por ello el de
mayor valía—. También en el siglo XVIII tomo forma como género la ópera bufa; se trata de una derivación del
melodrama que abandona los temas heroicos y cultos para tomar asuntos propios de la comedia popular,
hermanando música y humor. Frente a ella, el drama culto siguió lastrado por el peso del «arcadismo»: los
arcades potenciaron el cultivo tanto del mesiones al asunto— y su recurrencia a frecuentes apriorismos teóricos:
así, dispone la acción de forma sencilla y esquemática, haciendo participar en ella al menor número posible dee
renovación teatral la obra de Goldoni, que se aparta conscientemente de tal influencia para modelar su comedia
según el estilo popular.

lodrama —confiados en que la música, como en la Antigüedad, era indispensable para la puesta en
escena—, como de la tragedia, género este último en el cual Italia carecía de precedentes.

En resumen, el teatro setecentista italiano sigue dominado por un clasicismo formal que se reviste ahora
con fórmulas de pensamiento ligeramente aburguesadas. Sólo la comedia, por mano de Goldoni, consigue una
decisiva reorientación en el siglo XVIII, pues en realidad el resto de los géneros está llamado a responder,
únicamente, a su propio momento histórico, desapareciendo sin dejar mayor descendencia (aunque, por otra
parte, logró atraer —en el caso del melodrama y de la ópera— al público burgués italiano, que acudió a las
representac

La idea de la composición melodramática no era en modo alguno original en Italia, que había conocido
el género por medio de Rinuccini a principios del siglo XVII; pero sería el romano Pietro Trapassi, «Metastasio»
(1698-1782), el encargado de darle su forma definitiva. Como arcade, Metastasio estuvo convencido de que la
tragedia moderna, de inspiración clasicista, debía seguir en todo el modelo impuesto en la Grecia clásica, para lo
que defendió la idea de musicar las piezas según el gusto contemporáneo. Metastasio, que estuvo en contacto con
famosos cantantes y actores de la época, se inició en el género con Dido abandonada, que señalaría el camino a
seguir para sus sucesivos triunfos (Semírame, La clemencia de Tito, Aquiles en Sciros, etc.).

El éxito del melodrama de Metastasio estuvo claramente determinado por su inserción en su momento
histórico, cuyo gusto cifraba en la «emoción» —potenciada por la música— la clave de la estética burguesa; como
producción literaria —esto es, desgajado de su orquestación musical—, el melodrama pierde prácticamente todo
su sentido: el género gozó del favor del público porque reflejaba a la perfección el espíritu En este siglo XVIII, Italia
sigue sin lograr el molde de expresión dramática de corte nacional que se había empeñado en desarrollar desde los
inicios de la Edad Moderna; a grandes rasgos, el drama setecentista italiano insiste en la vía de producción
culta de la época. La sociedad que admiró a Metastasio —no sólo en Italia, sino también en el resto de Europa, y
especialmente en Francia— se caracterizaba por su concepto frívolo de la vida, hasta el punto de gustar del ropaje
graciosamente ficticio en que aparecía envuelto el sentimiento heroico.
Por su ajuste a un esquema melódico y métrico que recomendaba la precisión y la concisión, a la obra de
Metastasio se le debe la definitiva liquidación de los resabios barroquizantes que aún conservaba la Arcadia
italiana; su estilo elegante, armónico —quizás en exceso, en detrimento del contenido— y su encantador lirismo
pueden parecernos hoy artificiosos, pero no dejan en momento alguno de ser encantadores. En lo que se refiere a
los caracteres, su acercamiento a las fórmulas convencionales posibilitó cierta suavización del patetismo efectista
que impregnaba buena parte de la producción dramática contemporánea; su caracterización por

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