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APROXIMACIÓN A UNA TEORÍA DEL PODER CONSTITUYENTE

Quijada, Rodolfo
(C.I.: 5083706)
Universidad Central de Venezuela
Especialización en Derecho Constitucional
Mayo 2018

ALGUNAS EXPLICACIONES DEL PODER CONSTITUYENTE

Determinar qué es el poder constituyente no es una tarea fácil, es aún un problema


no resuelto en el Derecho Constitucional. No hay explicaciones homogéneas sobre su
significado y existe una gran variedad de teorías que lo explican basadas en modelos
históricos dispares de poder constituyente.
La Teoría del Poder Constituyente tiene el carácter de piedra angular para la ciencia
del derecho1, y se ha encargado de definir su objeto. Si el origen del ordenamiento jurídico
está desligado de la tradición y la moral, la doctrina del poder constituyente ha hecho
posible la fundamentación del sistema normativo positivo en sí mismo, en un principio con
dos componentes equilibrados entre sí: el poder constituyente, compuesto por la armónica
conjunción de la soberanía popular como principio político democrático y el principio de
supremacía constitucional. El fundamento del poder normativo no deriva ya de la historia o
de la religión, sino de la voluntad explícita de la comunidad organizada que se da a sí
misma una norma de obligatorio cumplimiento para todos y que estructura el ejercicio del
poder por parte de unos representantes que la propia comunidad designa para que les
gobierne. Esa voluntad es expresada a través del poder constituyente.
El Poder constituyente es aquel en virtud del cual un pueblo se da su primera Ley
política fundamental o modifica en aspectos esenciales su norma suprema preexistente. Es
la expresión del principio democrático que consagra la capacidad de autolegislación, la
facultad que tiene el pueblo de darse las normas que le regirán en su convivencia dentro de

1
Es considerado por varios autores como .el problema angular del derecho público., así tenemos lo dicho por NICOLÁS
PÉREZ SERRANO, El Poder Constituyente, Gráfica administrativa, Madrid, 1947, p 10., quién cita en este aspecto a
CARRÉ DE MALBERG, quién a su vez trae a colación las palabras de DUGUIT.

1
la sociedad inmerso en el marco de la democracia. GIANLUIGI PALOMBELLA2 se
manifiesta en este sentido, al afirmar que la fuente de la validez - eficacia de las
constituciones, la encuentra el Estado democrático constitucional, en el .profundo
presupuesto de consenso/disenso., en su presencia en el tejido jurídico, institucional.
Situados dentro de las coordenadas jurídicamente definidas de las democracias,
dentro de sus principios fundamentales y sus estándares jurídicos, normativos, el origen de
las constituciones y el reconocimiento de su validez y eficacia sólo es posible gracias al
principio de la aprobación popular.
Partiendo de las premisas esenciales que caracterizan al Estado Constitucional
podemos entonces acercarnos a la explicación del contenido de la Teoría del Poder
constituyente, ya que éste, como antes se ha dicho, se fundamenta en dos principios
básicos: uno jurídico, el de la supremacía constitucional que implica que la Constitución es
la ley de leyes, que obliga en igual medida a gobernantes y gobernados; y otro político
democrático, que faculta al pueblo como titular de la soberanía, en el ejercicio indiscutible
del poder constituyente, que es la génesis de la organización estatal, puesto que por
conducto suyo se elabora la estructura del Estado Constitucional a través de la
consolidación del texto normativo rector de la vida estatal. El origen de la Constitución es
esa decisión política fundamental que corresponde al soberano, y es origen también del
Estado constitucional y todas sus implicaciones para la vida social. Esa decisión política
fundamental se consolida a través del Poder constituyente.
Para dar un concepto jurídico de poder constituyente, algunos autores, como
ANTONIO NEGRI, le equiparan a la democracia. Ambos conceptos han tenido un
desarrollo paralelo, históricamente han evolucionado juntos, así entonces, el poder
constituyente no ha sido sólo considerado la .fuente omnipotente y expansiva que produce

2
Gianluigi Palombella, Constitución y Soberanía: Editorial: Comares , 2016; p. 35.

2
las normas constitucionales de todo ordenamiento jurídico., sino también el sujeto de esta
producción. Para Negri, el poder constituyente tiende a identificarse con el concepto mismo
de política, en la forma como ésta es entendida en una sociedad democrática, por tanto
“…para poder calificar jurídicamente, constitucionalmente, el poder constituyente,
nombastará con producir normas constitucionales, estructurar poderes constituidos, sino
sobre todo, ordenar el poder constituyente en cuanto sujeto, regular la política
democrática..”.3
El poder constituyente es en principio, aunque no sólo, un poder político existencial
y fáctico, que brota de la comunidad, la que decide darse una Constitución, constituir un
Estado o que asume transformar o sustituir el status quo imperante. Tal como lo señala
Vanossi4, todo poder constituyente cumple cualquiera de las dos siguientes funciones: ya
sea expresando un poder fundacional (creando el Estado) o a través del poder de revolución
(el cambio de formas del Estado). Los autores clásicos señalan que la validez jurídica del
poder constituyente no deriva del ordenamiento previo, sino que se trata de una “ruptura”
ideológica e institucional con las normas previas si es que éstas existen. No es en sus
inicios un acontecimiento jurídico sino político (algunos estudiosos afirman que en él hay
una conciencia ética orientadora y legitimadora) que termina expresándose jurídicamente.
En la perspectiva de la ciencia jurídica, el poder constituyente es la fuente de
producción de las normas constitucionales, la facultad de hacer una Constitución, de dictar
las normas fundamentales que organizan los poderes del Estado. Es el poder de instaurar un
nuevo ordenamiento jurídico, de regular las relaciones jurídicas en el seno de una
comunidad políticamente organizada.
Pero el poder constituyente tiene una doble dimensión que debe tomarse en cuenta,
la jurídica y la política, de cuyo equilibrio surge su estructura. Su fuerza política no puede
ser contrapuesta con el derecho, puesto que este se surte de la política para dar legitimidad
a su contenido.

3
ANTONIO NEGRI, El poder constituyente. Ensayo sobre las alternativas de la modernidad, traducción de Clara de
Marco, Libertarias / Prodhufi, Madrid, 1994, p. 17 y ss.
4
Jorge Reinaldo Vanossi, Estudios de teoría constitucional, México, UNAM, 2002, p. 241.

3
LUIS RECASÉNS SICHES señala en cuanto a la vinculación del derecho y la
política, que ambas disciplinas son inseparables en el curso vital de la realidad jurídica. La
reflexión crítica sobre las normas históricas y la elaboración de las pautas para el derecho
constituyente es cabalmente la esencia de la política.
Así, esta última puede ser considerada como la causa y el derecho como el efecto, la
política es el derecho como aspiración, el derecho es la política lograda.5

CRISIS DE LA TEORÍA DEL PODER CONSTITUYENTE

Un sector de la doctrina actual pregona la idea del poder constituyente como una
categoría histórica, por demás .agotada., lo consideran un concepto teóricamente
irrelevante, puesto que es una abstracción carente de todo referente. Los exponentes de esta
corriente son, entre otros, principalmente MARIO DOGLIANI6, en Italia y JUAN LUIS
REQUEJO PAGÉS en España. Para el italiano no es posible hablar de este poder dentro de
los regímenes constitucionales, puesto que se incurre en una incorrección, ya que se le
confundiría con el poder de revisión. Tal incorrección consiste en el empleo débil del poder
constituyente, no crudamente decisionista a lo SCHMITT y no radicalmente refundador del
orden civil, sino histórico-evolutivo, uso orientado a renegociar el pacto social en su
momento estipulado, sobre bases actuales: el uso débil permitiría el ejercicio de la libertad
de las generaciones presentes para diseñar un orden constitucional a la altura de su propia
sensibilidad, pero se trataría de un error.
En la misma dirección JUAN LUIS REQUEJO PÁGES, señala que en términos
positivistas el poder constituyente es innecesario e incluso perturbador, pues con él puede
llegar a atribuírsele el fundamento de validez de una norma que, por definición no precisa
fundamento alguno7. Por tanto el único poder al que es pertinente referirse es al poder
constituyente constituido, ya que este es el único que debe su condición a la propia
Constitución y actúa conforme con procedimientos constitucionales, aún cuando

5
LUIS RECASÉNS SICHES, El Poder Constituyente, su teoría aplicada al momento español. Ed. Javier Morata, Madrid,
1931, pp. 31-32.
6
MARIO DOGLIANI, Potere Costituente e revisione costituzionale nella lotta per la constituzione., en Zagrebelsky,
Gustavo et al, Il futuro della Costituzione, Einaudi, Torino, 1996, pp. 253-289.
7
JUAN LUIS REQUEJO PAGÉS, Las normas preconstitucionales y el mito del poder constituyente, ob. cit., p. 45.

4
obviamente, la nueva Constitución obtenida de la actuación del poder constituyente
constituido, no pueda ser imputada a su voluntad, ni tampoco a la de la Constitución que lo
regula.
En el mismo sentido se ha expresado el argentino GENARO CARRIÓ 8, quién
señala que el concepto de poder constituyente originario no es una noción útil para la teoría
constitucional puesto que su pretendido uso como categoría normativa supera los límites
del lenguaje normativo, ya que al pretender justificar la reforma revolucionaria de normas
constitucionales apelando al poder constituyente se supera el concepto normativo de
competencia, como potestad o atribución, puesto que decir que el poder constituyente
originario tiene una competencia potencial e ilimitada desborda el propio significado del
término competencia. Sostiene también que su empleo responde a una tendencia
irreprimible de la razón, esto es, la búsqueda de lo incondicionado, de una fuente única,
ilimitada y suprema del ordenamiento jurídico y de toda justificación jurídica. Esto lo lleva
a afirmar que si bien el poder constituyente originario carece de utilidad teórica, está dotado
de un importante rol en la práctica, puesto que su titular es el pueblo, resulta una
construcción ideal para justificar la ideología democrática, lo cual es viable, pero su uso
ilimitado. por las mayorías puede conducir a la intolerable opresión de las minorías, por
ello para defender la ideología democrática resulta menos riesgoso el postulado de los
derechos humanos conjuntamente con el gobierno de las mayorías y las garantías para la
acción de las minorías.
Quienes se refieren al poder constituyente como el fin de una categoría, por
considerarlo agotado, se fundamentan como señala GIANLUIGI PALOMBELLA, en
afirmaciones que consideran que tradicionalmente se le diferencia del poder de revisión,
que es tan sólo un poder constituido y reglado; el poder constituyente se ofrece en cambio
con una dimensión fundacional y radical, libre en los fines y por tanto no limitable, de
manera que su propia admisión teórica presenta aspectos potencialmente reversivos, no
debería hablarse de él dentro de los regímenes constitucionales por la sencilla razón de que
no se podría hablar de él sin hacerlo de manera incorrecta; o sea, a costa de la indebida
confusión con el poder de revisión. Incorrectamente: el uso del concepto ignoraría la

8
GENARO CARRIÓ, Notas sobre Derecho y lenguaje, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1998, pp. 251-259.

5
realidad a la que civilizadamente hemos venido a parar, y en donde el poder constituyente
está agotado9. Ahora bien, esta afirmación no se puede considerar correcta, desde el punto
de vista jurídico, puesto que el poder constituyente es una fuente de producción de derecho
ya que de el provienen las normas constitucionales. Por tanto si aceptamos que está agotado
no podríamos pensar en lo sucesivo en otras constituciones, salvo el poder de reforma
constitucional que aparecería como única fuente residual, permitiendo de esta forma un
mínimo de reforma de la normas constitucionales, cuyo establecimiento esencial no podría
ser modificado.
Estas tesis son contradictorias y discutibles, puesto que valorativa e ideológicamente
parten de la idea del pueblo como una multitud naturalista. Y no son del todo coherentes
con la definición de validez de Constitución que adoptan, la cual viene en función sólo del
sujeto que la ha elaborado.
Reiteradamente hemos expresado que la noción de pueblo aceptable es
aquélla sinónimo de comunidad políticamente organizada, por tanto compartimos las
críticas de Palombella, ya que racionalmente no es admisible referirse al pueblo como una
reunión de sujetos sin una estructura previa y unos fines comunes. La tesis del pueblo como
naturaleza en estado puro es sólo una mitificación, del mismo modo que lo es la abstracta
elevación del pueblo a fuente última de sabiduría, verdad y orden. Se ha reconocido que la
noción de poder constituyente se refiere a aquel grupo de ciudadanos, formado en una
determinada estructura y distribución de intereses y en una comunidad cualificada.
Los argumentos que esgrimen estos autores se refieren, en primer lugar al hecho de
que el concepto tradicional de Constitución no contempla acto constituyente alguno y por
tanto no recurre a dicho poder. Esto es discutible, se tiende a desvincular el concepto de
Constitución del de poder constituyente, y sostienen que dicha categoría no es esencial para
el constitucionalismo, al tiempo que desplazan el peso del acento hacia la Constitución
como hecho social, como orden establecido e institucionalmente difuso.
Otro argumento se refiere a la independencia de la validez de las Constituciones de
los sujetos que la han elaborado, y se le hace descansar únicamente en los sucesivos
reconocimientos que remiten a una aceptación difusa y a la reiteración de prácticas de

9
GIANLUIGI PALOMBELLA, Constitución y Soberanía. ob. cit., pp. 13-14

6
racionalidad apropiadas para desarrollar los principios en ella contenidos. Este postulado
tiende a restar importancia, aun habiendo existido un acto constituyente, al eventual papel
residual atribuido al poder constituyente como fuente de validez de la Constitución, por
tanto la validez de la norma suprema no vendrá determinada por su origen en el poder
popular, sino por la aceptación social e institucionalmente viva que le brinde la
colectividad. El meollo del asunto estará en la manera como se entienda la relación entre
validez y eficacia, ya sea desde una perspectiva realista o desde una normativista en teoría
general del derecho. La solución defendida consiste en vincular validez a eficacia usando
como ligamen el reconocimiento. Esto no implica rechazar el argumento de la validez de la
Constitución, el cual es un problema de suma relevancia para la teoría jurídica. De lo que se
trata es de hacer hincapié en la importancia que tiene la apropiación de la Constitución
como un todo necesario, por parte del pueblo. Es decir, la apropiación histórica de la
Constitución, lo que se traduce en aceptar que la validez y la obligatoriedad de la norma
suprema no dependerán de la coincidencia de la filosofía actual de los miembros de la
sociedad con la defendida por los .padres de la Constitución ni de la persistencia del grupo
político y culturalmente hegemónico que favoreció el acuerdo de voluntades que
permitieron la redacción del texto. La validez de la Constitución es un problema jurídico
pero no solamente, sino también social y político. Esto lejos de explicar la irrelevancia de la
categoría del poder constituyente, lo que deja ver es la necesidad de una vía que permita en
todo momento la apropiación de la Constitución por la sociedad, así en caso de que esta
sufra una paulatina pérdida de validez, y se haga necesaria su modificación para adecuarla a
las nuevas circunstancias, se deberá recurrir al poder constituyente.
Otro argumento sostenido es la incompatibilidad existente entre el poder
constituyente y la constitución de los derechos. Si existen los derechos, no podrá hablarse
de poder constituyente, puesto que los derechos ya se encuentran afirmados, por tanto lo
necesario será un poder que los expanda, perfeccione o modifique su disciplina, que
transforme aspectos no inviolables de la Constitución, y el llamado a hacer esto, por
naturaleza es el poder de revisión. Ahora bien, si existe el poder constituyente, no podrá
hablarse de derechos, debido a que el único contenido posible actual del poder
constituyente sería la negación de los derechos, en tanto que si no los negase, en cuanto

7
núcleo inviolable de la Constitución, no sería poder constituyente, sino poder de reforma.
El poder constituyente permitiría el arbitrio de una amplia y mayoritaria facción política en
el contexto de una organización partidista, el cual es incompatible con el reconocimiento
del derecho y de la naturaleza universalista de los derechos, cosa que no toleraría el poder
de revisión.
Para hacer frente a estos señalamientos es preciso partir de la ubicación de la
categoría poder constituyente en el marco del Estado democrático actual, en el cual el
núcleo del ordenamiento jurídico es una Constitución, dada en un momento histórico
determinado, válida por tener un contenido pertinente con los valores del Estado que
organiza y por ser plausible con los fines que esa comunidad políticamente organizada se
ha propuesto. En este contexto el sentido de un pacto social se remite al texto constitucional
el cual le define orgánicamente y le dota de rigidez y de la protección-garantía de un
tribunal constitucional que cuida de su recta interpretación. El papel y el significado de la
voluntad popular se expresan de manera diferente, en la relación dinámica entre poder
constituyente y poderes constituidos.
Un pueblo libre y autónomo, que ha superado su estado natural a través de la
organización como una colectividad política, tiene el derecho y el deber, además de la
necesidad inicial, de dotarse de una Constitución apta para convertir en elementos
institucionales y positivos la creencia racional de la comunidad en principios fundamentales
de convivencia. Estamos sin lugar a dudas, en presencia de un poder constituyente, el cual
conforme con su naturaleza es el indicado para llevar a cabo esta misión, puesto que el
mero poder de revisión se agota en la modificación de algo preexistente. Así pues el poder
constituyente se “..configura intrínsecamente como una proyección de la comunidad, en el
sentido débil de conjunto social dotado de un mínimum de expectativas difusas…”10
Esta proyección que se plasma en el texto constitucional lleva implícita el
reconocimiento de los derechos inherentes al hombre, puesto que en la realización de la
libertad y de la igualdad de los individuos es que se materializa el cúmulo de derechos. No
puede llegarse a una organización política racional si no partimos del reconocimiento de
tales derechos en el texto constitucional, y allí lo relevante será la voluntad democrática de

10
G. PALOMBELLA, ob. cit., p. 25.

8
dotarse de medios que garanticen tales derechos, uno de estos será la imposibilidad de
legitimación de cualquier intento de desconocerlos o hacerlos ineficaces, basada, o bien en
el recurso del poder constituyente, o bien, en una vía fáctica que pretenda alterar la esencia
democrática de esa comunidad, el único recurso posible será el rechazo hacia ese intento y
por tanto el desconocimiento de la Constitución por esta vía surgida, la cual en definitiva no
tendrá el carácter de tal sino de ley fundamental, por no reconocer los derechos y al no
hacerse este reconocimiento, entonces, nos ubicamos fuera del contexto democrático, que
es el que hemos empleado como punto de arranque para nuestro razonamiento.
Si entendemos al poder constituyente como aquel que recoge y expresa las fuerzas,
o las necesidades, las convicciones colectivas en un determinado momento histórico,
capaces de traducirse en normas constitucionales, a través del llamamiento a la soberanía
popular, no en forma abstracta, sino como una concreta referencia a la estructura
organizativa en el ámbito sociológico, político, económico, de la voluntad constituyente.
No tendrá cabida aquí afirmar el agotamiento de tal poder, puesto que se admite que la
diferencia entre poder constituyente y poder de revisión descansa sobre una diversidad de
objeto, esto es, la modificación integral o la reforma parcial dentro del ámbito definido por
la Constitución; además de una diversidad de grado, el poder de revisión será más limitado
en comparación con el poder constituyente, puesto que el primero es un poder con un
campo de acción definido previamente. Entre ambos se dan estrechas y vitales relaciones,
por tanto no es lógico admitir que subsista el poder de revisión cuando el poder
constituyente haya desaparecido. La permanencia y continuidad del poder constituyente
han sido ya referidas como inherentes a su naturaleza, aceptamos pues que está presente en
una forma latente, pero no llega a desaparecer totalmente.
El fortalecimiento de las Constituciones es directamente proporcional con la
vitalidad, en términos de importancia, que estas representen para el titular del poder
constituyente, admitir tal vitalidad desemboca en reconocer que toda Constitución está
legítimamente expuesta al “riesgo” de ser reescrita, lo que obliga al sistema democrático a
traducir la validez de la Constitución en un incesante esfuerzo de producción de eficacia
que se traduzca en legitimación de la misma.

9
EL PODER CONSTITUYENTE COMO CATEGORÍA NECESARIA EN EL
ESTADO DEMOCRÁTICO

La naturaleza del poder constituyente tiene dos vertientes, una jurídica y otra
política, las cuales convergen como bases sobre las que se sustenta este poder, y por lo
tanto es relevante su existencia en ambas áreas del conocimiento.
El ejercicio del poder constituyente representa el respeto y la tutela del principio
democrático de dotarse de un ordenamiento jurídico, de la autolegislación. En esto se
diferencia de la imposición por medios de fuerza de una Constitución, por parte de un
grupo que bien por detentar el poder fáctico, o bien, por contar con una mayoría
circunstancial, pretendan hacer prevalecer sus ideas por vías distintas de la convicción
popular respecto a la validez y eficacia del programa político que proclaman. Aún cuando
la proposición de un texto constitucional pueda depender de acciones de fuerza y de
cambios de hecho por obra de unos pocos, no puede ser esta fuente, contingente y
arbitraria, donde los principios democráticos del Estado actual encuentren la legitimidad,
los fundamentos racionales que justifiquen la norma suprema. Esta fuente sólo se
encontrará, en el contexto democrático, en el esencial presupuesto de consenso disenso, en
su presencia en el tejido jurídico, institucional y moral de una sociedad, no prosperan en
este lenguaje las Constituciones a la medida de ordenamientos impuestos por la fuerza.
Además si nos ubicamos en las .coordenadas jurídicamente definidas de la
democracia, dentro de sus principios fundamentales y sus estándares jurídicos, normativos,
tampoco será admisible aceptar coherentemente que la Constitución puedan nacer y
adquirir validez y eficacia sin conexión alguna con el principio del reconocimiento popular
y de la facultad del pueblo de autorregulación jurídica.
En esta perspectiva el poder constituyente es más que una fuerza extrajurídica, o
sólo sociológico-política, es un concepto jurídico cuyo contenido está determinado por las
características democráticas de los ordenamientos.
Por tanto el poder constituyente pertenece al pueblo, así las cosas, todo acto que no
se pueda catalogar como expresión de la autoregulación popular, aún teniendo pretensiones
constituyentes, no forma parte del ejercicio de este poder. Es precisamente aquí cuando la

10
noción de poder constituyente se hace más restringida y específica, desde el punto de vista
jurídico y también político.
El hecho de dar una Constitución puede no corresponder al ejercicio del poder
constituyente, ejercicio que sólo se puede definir como el darse una Constitución.
La noción se hace más restringida ya que la actuación del poder constituyente
deberá corresponderse sustancialmente con las aspiraciones e interés11 del pueblo. En
términos de JOSÉ JUAN GONZÁLEZ ENCINAR12, esto significa que dicho poder deberá
adecuarse a la validez material del derecho, a las objetivaciones históricas que se van
introduciendo en la conciencia jurídica general.
El sujeto constituyente o la fuente de producción de la Constitución es una categoría
jurídica, y no simple hecho que se disipa y desaparece una vez que la Constitución es
reconocida. Esta nace jurídicamente al ser reconocida, no antes. La fuente de producción de
una Constitución sólo es aquella que puede ejercitar un poder constituyente, ya que ella es
la titular y la única que puede disponer. Esta fuente en democracia es el pueblo.
Históricamente se han dado situaciones en las que diferentes sujetos han asumido
las funciones constituyentes por vías fácticas, pero no a todo acto de fuerza se le puede
atribuir un resultado constituyente. El arbitrio que caracteriza estos hechos debe ser
precisamente el punto que permita diferenciarlos del poder constituyente. Este puede y
debe ser elaborado en una forma diferente, no como espectro del decisionismo, sino como
la única fuente que la teoría jurídica y política puedan reconocer como legítima artífice de
una Constitución.
La juridificación del poder constituyente contribuye decisivamente al
fortalecimiento de la democracia, ya que a través de la previsión en forma de normas, de los
mecanismos pacíficos y racionales para que el pueblo adopte, de conformidad con sus

11
El constitucionalismo se emancipa del dominio del poder constituyente soberano, pero no por esto renuncia a dotar de
significado y de grandes objetivos de fondo a la concreta vía de las democracias contemporáneas. Se opone al mito
democrático revolucionario del poder constituyente los valores de la estabilidad, del equilibrio, del límite con la finalidad
de garantizar los mismos derechos de los ciudadanos, pero no por ello pierde del todo su carácter directivo fundamental
para el futuro, y no por esto se reduce a mera obra de registro del resultado del libre desarrollo de la negociación entre las
fuerzas políticas y entre los intereses sociales.. MAURICIO FIORAVANTI, Constitución. De la antigüedad a nuestros
días, Traducción de Manuel Martínez Neira, Trotta, Madrid, 2001. p. 163.
12
JOSÉ JUAN GONZÁLEZ ENCINAR, .La Constitución y su reforma., en Revista Española de Derecho Constitucional,
núm. 17 (1986), p. 36 y ss.

11
circunstancias, el orden político y jurídico que le sea apropiado a sus fines esenciales,
garantiza la prevalencia de su voluntad en el marco del Estado, por encima de cualquier
intento extraño a los canales de participación democrática.
En este mismo orden de ideas NEGRI13 sostiene que el poder constituyente y sus
efectos existen, y realiza las siguientes preguntas ¿cómo y dónde hacer que entren en acción?
¿Cómo puede quedar comprendido el poder constituyente en un dispositivo jurídico? Este autor
establece una relación íntima entre poder constituyente y democracia. Desde su punto de
vista, la activación permanente del mismo por la multitud supone el máximo ejercicio
posible de democracia. De ahí que desde sus orígenes se hayan llevado a cabo tanto
acciones políticas como argumentaciones jurídicas para neutralizarlo y absorberlo por el
poder constituido y la máquina de la representación. Desde las propuestas que consideran al
poder constituyente como exógeno respecto de la Constitución, de Jellinek y Kelsen, según
las cuales una vez el poder constituyente cumple su función se desvanece tanto
políticamente como jurídicamente; pasando por el inmanentismo de Rawls, Lasalle, Heller,
Weber o Schmitt según los cuales el poder constituyente queda asimilado dentro de la
lógica de lo constituido; hasta las tesis institucionalistas como las de Mortati que entienden
que el constituyente no es un poder fáctico sino que está integrado en el derecho
constituido. Todas estas concepciones se enmarcan dentro del paradigma constitucionalista
que tiene por fin apaciguar y equilibrar el poder constituyente dentro del marco de la
Constitución mixta, esto es, de la mediación de y en la desigualdad por lo que no podemos
hablar de un paradigma democrático. El constitucionalismo, en tanto intento de
juridificación del poder constituyente, supone una constante referencia al tiempo
transcurrido, a lo consolidado, al sostenimiento del status quo. Por el contrario, el poder
constituyente es revolución constante, resistencia, creación, crítica, disenso, pluralidad,
democracia absoluta, tiempo futuro. Trazando una línea que pasa por Maquiavelo, Spinoza,
Marx y Foucault, Negri considera que esos conceptos son la potencia ontológica del poder
constituyente. De ahí que Negri proponga una nueva racionalidad del poder constituyente
basada en cinco elementos: 1) su propia ilimitación; 2) la infinidad del proceso (en contra
de las teorías contractualistas); 3) la igualdad como base del proceso en el que la multitud

13
ANTONIO NEGRI, El poder constituyente. Op. Cit. p. 17 y ss.

12
puede actuar libremente; 4) la multiplicidad, la diversidad, contra la uniformidad; 5) la
cooperación de las singularidades contra el mando alienador y negador de la creatividad
humana.
“…El problema será única y exclusivamente el siguiente: controlar la
irreductibilidad del hecho constituyente, de sus efectos, de los valores que
expresa. Tres son entonces las soluciones propuestas: a decir de unos, el poder
constituyente es transcendente respecto al sistema del poder constituido, su
dinámica es impuesta al sistema desde fuera; a decir de otro grupo de juristas, ese
poder es, por el contrario, inmanente, su presencia es íntima, su acción es la de un
fundamento; por último, un tercer grupo de juristas considera que la fuente que
constituye el poder constituyente no es ni transcendente ni inmanente, sino
integrada, coextensiva, sincrónica respecto al sistema constitucional positivo…”

Esta estas posiciones pueden ir de un mínimo a un máximo, determinando efectos


jurídicos y constitucionales singulares y diversos, tal como se observa en la Figura N° 1.
•El poderconstituyente (El Ser histórico o sociológico) es asumido como un
Transcendente: hecho que precede al ordenamiento constitucional pero que luego se opone
respecto al sistema del al mismo en la medida en que permanece históricamente externo y sólo
puede ser cualificado por el poder constituido (Deber Ser Jurídico)
poder constituido, su
•El punto de vista de la soberanía se impone contra el de la democracia, la
dinámica es impuesta al transcendencia del poder constituyente es su negación
sistema desde fuera •Kelsen y Jellinek

•Se trata de la reabsorción del poder constituyente en el derecho constituido


a través de una máquina de varios estadios que, sometiendo a un proceso
de inmanentización al sistema el poder constituyente, elimina su
Inmanente: originariedad creativa.
su presencia es íntima, •Aquí el proceso del poder constituyente se torna endógeno, interno
respecto al desarrollo constitucional. Inicialmente, el poder constituyente
su acción es la de imprime su dinamismo al sistema constitucional, para luego ser reformado a
un fundamento su vez por la constitución.El poder constituyente es absorbido por la
constitución.
• Rawls , Ferdinand Lassalle, Hermann Heller.

•Este punto de vista ha sido sostenido sobre todo por las grandes escuelas
Integrado: institucionalistas del siglo XX.
•El hecho normativo se ve arrancado de su inesencialidad y de las
constitutivo, coextensivo y características consuetudinarias y orgánicas con las que era reconocido por
sincrónico respecto al la tradición, para ser entendido en cambio en términos que −entre un
máximo y un mínimo− lo conciben como una actividad de cuyo desarrollo
derecho constituido emana el ordenamiento.
,
Figura N° 1
Tres soluciones propuestas al Poder Constituyente
(Fuente: Elaboración propia a partir de NEGRI)

13
UN SIGNIFICADO CULTURAL DEL
PODER CONSTITUYENTE
Si entendemos la teoría de la Constitución como una ciencia de la cultura en donde
las perspectivas evolutivas de tiempo y espacio son fundamentales para comprender lo qué
es el Derecho Constitucional de nuestros días y, asumimos que existe para la interpretación
de la Constitución, una suerte de “sociedad abierta de los intérpretes de la Constitución”, el
poder constituyente no puede por nuestro nivel de desarrollo humano más que ser un
concepto democrático y revolucionario, en donde el pueblo es el sujeto titular del mismo.
Debe advertirse que el concepto de “pueblo” no se agota en la representación política, en la
que sólo algunos toman decisiones por otros; tampoco se identifica el pueblo con su sentido
natural o étnico. La idea de pueblo tiene un sentido político es decir, un grupo de hombres
que es consciente del mismo como magnitud política y que entra en la historia actuando
como tal sin importar si pertenecen o no a la misma etnia. En la historia política, el pueblo
ha sido, por ejemplo, el tercer estado o la burguesía –durante la Revolución francesa– el
proletariado en la teoría política del marxismo, los hombres de la Reforma en la
elaboración de la Constitución mexicana de 1857, o los caudillos, sus seguidores y
simpatizantes activos en la redacción de la Constitución mexicana de 1917, o lo patriotas en
las constituciones venezolanas. En nuestra época y desde una perspectiva democrática y
revolucionaria, el pueblo debe comprender a la mayoría de los individuos que representan
los diversos sectores sociales e ideológicos de una sociedad y que están comprometidos con
una idea de transformación e inauguración de un nuevo régimen político, económico y
social.
En los párrafos precedentes observamos que muchas preguntas son generadas por la
actuación del poder constituyente, por ejemplo, si esa magnitud política puede sustraerse a
procedimientos y formas de encauzamiento o, si una vez desempeñado su papel desaparece.
En cuanto a la primera se señala que el poder constituyente no está obligado a seguir
formas previas previstas en la Constitución o en el orden que pretende destruir o sustituir,
puede buscar y crear sus propias formas de manifestarse, aunque la conciencia de nuestra
época exigiría formas y procedimientos de expresión democráticos y abiertos. Sobre si el
poder constituyente desaparece una vez concluida su función, debe indicarse que si

14
atendemos a lo que es (una magnitud política consciente de su fuerza política real), no
puede ser reducido jurídicamente a la nada una vez que ha actuado; es y sigue actuando
como magnitud y fuerza. Si a la Constitución elaborada por ese poder constituyente le
faltan las convicciones jurídicas y políticas vivas de la comunidad, esta entraría en un
proceso de erosión. Por ello, el poder constituyente no puede desaparecer, es atemporal y
puede manifestarse para eliminar la Constitución o para vaciarla de contenidos. Es
adecuado por tanto, establecer en la Constitución procedimientos democráticos de
actuación del poder constituyente, al igual y obvio es decirlo, que procedimientos y
competencias democráticas de los poderes constituidos, aunque se advierte que como
magnitud y fuerza política puede no atenderlos.
Una vía para que el poder constituyente no se manifieste en su radicalidad
revolucionaria y sin atentar al poder constituido consiste en que éste último tenga las
formas y los procedimientos más abiertos y democráticos de actuación. Esto es, las
instituciones constituidas están obligadas a profundizar en los procedimientos democráticos
a fin de que éstos sean más participativos y deliberativos; se debe lograr también que la
transparencia y la rendición de cuentas sean una realidad al igual que los mecanismos de
supremacía y de control de constitucionalidad. Si la Constitución creada por el poder
constituyente y los aplicadores de la misma, no profundizan contenidos democráticos y
garantes de los derechos fundamentales, ésta no tardará en ser sustituida por otra, mediante
la presencia de un poder constituyente que vulnerará cualquier forma de actuación y
procedimiento previamente establecido. En otras palabras, la contención revolucionaria del
poder constituyente se logra manteniendo en los poderes constituidos la radicalidad
democrática: si la legitimidad democrática es mantenida socialmente puede limitar las
expresiones revolucionarias y radicales del poder constituyente, aunque otra forma de ver
lo expuesto, implicaría decir, que una legitimidad democrática viva y real no es más que
una manifestación permanente del poder constituyente. No obstante, el poder constituyente
no puede ser una magnitud arbitraria porque por un lado, la voluntad y fin del constituyente
es la de expresarse en una nueva organización jurídica del poder político, lo que entraña la
idea de realización para el orden, esto es, una delimitación del ejercicio arbitrario del poder.
Y por otro, porque el pueblo o la nación sujeto del poder constituyente no es sólo la adición

15
de voluntades particulares arbitrarias sino es una voluntad común que pretende configurar
de una nueva manera la dirección de la vida pública. El propio poder constituyente debe
atender a los principios jurídicos suprapositivos que preceden a todo derecho escrito porque
en ellos reside su fundamento de legitimidad. Si se prescindiera de estos principios éticos o
extrajurídicos, el fundamento de la obligación jurídica posterior sería inexistente.
Los principios extrajurídicos están vinculados al contexto cultural y al desarrollo de
cada sociedad en lo particular, forman parte de la conciencia ética y moral de los
ciudadanos, son lo que éstos estiman como valioso y como justo y es capaz de movilizarlos
como magnitud política o, como dice Häberle14: “…la vinculación a un determinado
estadio de desarrollo cultural crea 'realidades' e 'idealidades' para las que no resulta
adecuada la teoría de la mera 'autoobligación' subjetiva y la 'autolimitación' voluntarista. La
'internalización' intensiva de determinados valores fundamentales como los 'derechos
humanos', la 'paz', etc…”, que se revela en los elementos textuales de los preámbulos como
el 'propósito', la 'conciencia', 'animados por la voluntad', se convierte en algo objetivo, en
determinantes culturales”.

LAS PARADOJAS DEL PODER CONSTITUYENTE


y EL FALLO Nº 17 DEL 19/1/99
DE LA CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

Resulta una constante común en casi todas las sociedades organizadas del planeta
que cíclicamente sus estructuras políticas imperantes sufran mutaciones cada 40 o 50 años.
Tal realidad es perfectamente evidenciable en la historia republicana de Venezuela, en
donde no solo se da esa particularidad traslativa sino que además paradójicamente siempre
se acude al uso reiterado del vocablo o voz “revolución” para gestar esos cambios.
La crisis histórica del sistema democrático centralizado de los Partidos Políticos,
con convulsionadas manifestaciones y signos impactantes de envilecimiento, como fue el
famoso “Caracazo” de 1989, y posteriormente dos intentonas golpistas, en fechas 04 de

14Peter Häberle, El Estado Constitucional, México, UNAM, 2001, pp. 129-139; Ernst Wolfgang Böckenförde, Estudios
sobre el Estado de Derecho y la democracia, Madrid, Trotta, 2000, pp. 159-180. y José Antonio Estévez Araujo, La
Constitución como proceso y la desobediencia civil, Madrid, Trotta, 1994, pp. 41-89.

16
febrero de 1992, y 27 de noviembre del mismo año, emergieron múltiples propuestas que
exaltaban la inexorable imperatividad de la realización de una Constituyente como única
vía o camino para modificar las desvirtuadas estructuras ideológicas existentes, y
reformular las bases de una nueva organización jurídico político estatal, sin embargo,
nuevamente la resistencia política de quienes para ese entonces controlaban el Congreso de
la República, como órgano legislativo de índole federal, frustraron y desatendieron los
deseos y anhelos de cambio.
No fue sino hasta el año de 1998, cuando se retomó el tema de la necesidad de
cambio a través de la convocatoria de una Constituyente, en ese entonces, en pleno proceso
electoral de la palestra política, lo cual fue el emblema principal de las promesa electoral,
del para ese momento candidato presidencial Hugo Chávez Frías, quien catalizó ese
descontento popular logrando obtener una de las votaciones electorales más significativas
de este período democrático.
Como era lógico, de manera casi inmediata, al saberse los comicios electorales de
las elecciones de 1998, con el resultado favorable para el candidato Hugo Chávez, se
planteó una acrisolada discusión y dialéctica post eleccionaria, en torno a la manera o
forma de como se llevaría a cabo la convocatoria a una Constituyente Nacional, ya que
dicho mecanismo no estaba expresamente previsto en la Constitución de la República de
Venezuela, vigente para ese momento. Sin embargo, una vez electo presidente Hugo
Chávez, surgió la polémica ante la propuesta esgrimida por éste como tesis central, que se
podría convocar a una Constituyente Nacional para que se redactase un nueva Constitución,
por vía del ejercicio del poder soberano que descansa en el pueblo, por conducto de un
referendo popular de amplia base, generando una ruptura bajo justificación
“revolucionaria” con el régimen jurídico, político y socioeconómico preexistente, bajo el
alegato que ya no se adecuaba a las expectativas o aspiraciones de la población, por lo cual
aparentemente según su criterio, se había producido una pérdida de legitimidad del texto
Constitucional de 1961, desconociendo las fórmulas previstas y preestablecidas de
modificación que contenía dicho texto fundamental. En efecto, el régimen constitucional
vigente para ese entonces, sólo podría modificarse a través de las unívocas fórmulas
previstas en la redacción de su propio texto, es decir, mediante el uso de la llamada

17
Enmienda o de la Reforma Total o General de la Constitución; mecanismos establecidos en
sus preceptos 245 y 246, concebidos como vehículos insoslayables para que los
legisladores adapten dicho instrumento jurídico a las nuevas realidades o necesidades de la
población, lo cual era un camino de tránsito necesario, ya que esa Carta Fundamental de
1961 presentaba cierta rigidez, al detentar una disposición sin precedentes en nuestra
historia normativa constitucional venezolana, como lo era su precepto 250, referido a la
“Inviolabilidad de la Constitución”, especie de blindaje en contra cualquier acto o actuación
contraria al contenido de la ley fundamental.
Vista esta situación: ¿Dónde estaba el Poder constituyente en la Constitución de
1961 de acuerdo a lo supra explanado: era transcendente respecto al sistema del poder
constituido, era inmanente o era integrado? De acuerdo a los artículos 245, 246 y 250, sólo
y unívocamente era viable o posible modificar el texto constitucional; ya que de no ser así,
se estaría configurando un rompimiento del hilo constitucional, por un acto susceptible de
ser declarado jurisdiccionalmente nulo por Inconstitucional; aunado al hecho que
legitimaría a cualquier ciudadano común, a levantarse por cualquier medio, inclusive la
fuerza, contra dicha actuación o acto lesionante, en procura del restablecimiento efectivo
del enunciado constitucional.
También es de recordar que de acuerdo a la exposición de Motivos de la
Constitución de la República de Venezuela (1961), la Comisión Redactora de dicho texto
se planteó desde las discusiones iniciales, el problema de ungir al texto fundamental de una
cierta rigidez, para evitar en lo posible, la facilidad de efectuar múltiples reformas que no
conllevaren cambios substanciales en las instituciones, y pudiesen dar
“…la desfavorable impresión de mudanza permanente y de inestabilidad jurídica,
en virtud que era preciso dedicar una solución que pudiera evitar la facilidad
tradicional para hacer reformas, pero que al mismo tiempo sorteara el peligro de
las acciones violentas que son corolarios casi obligados de las constituciones
demasiado rígidas. Es sabido que la flexibilidad de una Constitución presupone
para su justificación, un pueblo sostenedor de tradiciones y por ello, no proclive a
los continuos cambios, porque de otra manera la ley fundamental no sería sino un
juguete de los grupos inquietos e irresponsables y es sabido también que una
Constitución demasiado rígida no se justifica sino en aquellos países donde se
quiere evitar la derrota de la garantía contra lo que se ha llamado tiranía de la
mayoría...”

18
Así, el Poder Constituyente aparentemente fue reducido y regulado temporal y
espacialmente a norma de producción del derecho, interiorizado en el poder constituido: su
expansividad se revelaría únicamente como norma interpretativa, como control de
constitucionalidad, como actividad de revisión constitucional; eventualmente, una pálida
reproducción del mismo podrá ser encomendada a actividades referendarias,
reglamentarias, etc. Con intermitencias, dentro de límites y procedimientos bien definidos.
Así mismo, el poder constituyente se vió absorbido por la máquina de la representación12. El
carácter ilimitado de la expresión constituyente se ve limitado en su génesis toda vez que es
sometido a las reglas y a la extensión relativa del sufragio. Todo esto desde el punto de vista
objetivo: un fortísimo instrumental jurídico recubrió y desnaturalizó el poder constituyente.
Visto de esta manera, la decisión del 19 de enero de 1999, bajo ponencia de
Humberto la Roche, en relación con el uso de la noción de poder constituyente por la Corte
para construir el argumento que justifique su decisión, nos dice EDUARDO PIACENZA15
que esta argumentación exhibe fallas capitales, “no es que sea un argumentación débil, es
que es imposible”;
“…Cuando el cuerpo electoral modifica mediante referendo la Constitución,
como en este caso, que modifica los procedimientos fijados en ella para
reformarla, lo hace en ejercicio de una competencia constituyente originaria. Pero
quien ejerce este tipo de competencia, justamente por ser una competencia
constituyente originaria, no está sometido a la Constitución y por tanto, tampoco
a su artículo 250.. Existen aquí dos premisas que sustentan el argumento, la
primera: cuando el cuerpo electoral modifica la Constitución mediante referendo
ejerce una competencia constituyente originaria y la segunda: el ejercicio de una
competencia constituyente originaria no está sometido a la Constitución. Las
paradojas señaladas invalidan el tramo final de argumentación de la Corte, pues la
primera premisa no puede figurar como admitida en ninguna sentencia de la
Corte, porque .Si se aceptara esa premisa, no habría en realidad, ni Corte ni
sentencias de la Corte. Si las mismas palabras las dijera un particular, tendríamos
un argumento; si las dice la Corte, no. Porque argumentar supone que quien lo
hace presente sus premisas como algo aceptable, y la Corte no puede, sin dejar de
ser Corte, hacerlo. Un argumento que contiene una premisa imposible de aceptar
por quien lo hace no es en verdad un argumento…”

Así, para poder aplicar la noción de poder constituyente originario es necesaria la


condición de inexistencia de un orden jurídico considerado como válido. Aceptar como

15
EDUARDO PIACENZA, Sobre el uso de la noción de poder constituyente originario en el fallo nº 17 del 19/1/99 de la
CSJ: Algunos materiales para su discusión académica; En INTERPRETACIÓN JURÍDICA Y ARGUMENTACIÓN
(y otros ensayos filosóficos)Compiladores: Corina Yoris y Arturo Serrano Universidad Metropolitana Caracas, Venezuela,
2015; pp. 160 y ss

19
verdadero el enunciado «hay un orden jurídico» impide que el predicado «está dotado de un
poder constituyente originario» tenga en la misma situación referencia alguna. Si no hay
orden jurídico previo no puede haber Corte Suprema de Justicia, si hay poder constituyente
originario no puede haber ni Corte ni decisiones, y si hay Corte y decisiones no puede
haber poder constituyente originario. El autor dice que esta es la primera .paradoja
pragmática en la que incurre la sentencia de la Corte Suprema, la segunda se genera cuando
la decisión pretende darle un fundamento constitucional, refiriéndose al preámbulo de la
Constitución y a sus artículos 4 y 50, esto es, que presupone la validez del orden jurídico a
su reconocimiento de un poder constituyente originario. Como se ha dicho antes, si se
reconoce la existencia de este poder, es imposible aceptar aquel fundamento.
La Corte no escudriñó cuál teoría del Constituyente estaba inmersa en la cultura
jurídico-política en la Constitución de 1961, por lo que no podía reconocer la existencia de
un poder constituyente originario e ilimitado sin desconocer la vigencia de la Constitución
que le daba respaldo a todo el ordenamiento jurídico y a su existencia como máximo
tribunal de la República, por el contrario, si reconocía .como hizo- la vigencia del sistema
jurídico y de la Constitución como norma suprema no podía vulnerarla haciendo uso a la
noción ilimitada del poder constituyente originario.

LA CONSTITUCIÓN DE 1999 Y LA DIALÉCTICA DEL PODER


CONSTITUYENTE

Anteriormente se reflejó que la a construcción teórica del poder de reforma, o poder


constituyente constituido, circunscribió cualquier tipo de modificación constitucional al
marco limitado del poder político organizado. La Constitución dejaba de tener su fuente
originaria legitimadora en el poder constituyente democrático, se convertía, como diría
Lasalle, en papel mojado, una Constitución meramente nominal en la que lo material
quedaba relegado a una mera declaración de intenciones. Así, el poder de reforma o
constituyente constituido queda marginado impidiéndose que los poderes constituidos
puedan modificar la Constitución por su cuenta sin contar con la ciudadanía.
La rigidez constitucional es entendida no como un método de congelación de la
Constitución sino como una técnica en la que para cualquier modificación de la misma se

20
habrá de pasar única y exclusivamente por la activación del poder constituyente. Asimismo,
la ciudadanía tiene capacidad de iniciativa directa tanto para enmendar y reformar una parte
en concreto de la Constitución como para convocar una Asamblea Constituyente (Artículo
347). Se consagra de este modo un modelo de democracia participativa en el que se regulan
mecanismos de control y legitimidad del poder constituyente que son en muchos casos
vinculantes16. Se consagra de este modo un modelo de democracia participativa en el que se
regulan mecanismos de control y legitimidad del poder constituyente que son en muchos
casos vinculantes.
En suma, el poder constituyente no queda absorbido por la máquina de la
representación si bien no se niega en modo alguno el sistema representativo. El poder
constituyente está permanentemente activo creando nuevas respuestas. No obstante, y en
contra de la postura de Negri, ut supra, no se trata de crear una relación de oposición entre
poder constituyente y constituido sino de complementación dialéctica. En otras palabras, no
es cuestión de hacer desaparecer al poder constituyente dejando independiente y libre de
control al poder constituido, o viceversa, sino que el poder constituido tenga una relación
constante de guía, orientación y rendición de cuentas con el constituyente. El poder popular
resulta de una combinación entre democracia directa y órganos representativos.
En el sentido señalado, la transformación dialéctica del enlace representante-
representado supone a nuestro juicio no solo una opción con un diseño viable sino un
avance de notable importancia que vendría a solucionar, de momento, la crisis inherente al
concepto de poder constituyente y a su relación turbulenta con lo constituido.17

16
El libre desarrollo de la personalidad al que se hace referencia en los artículos 20, 102 y 299 de la Constitución de la
República Bolivariana de Venezuela, se vincula al ejercicio de la soberanía popular (artículo 62) concretándose los
mecanismos que la posibilitan en su artículo 70: la elección de cargos públicos, el referendo, la consulta popular, la
revocatoria del mandato, las iniciativas legislativa, constitucional y constituyente, el cabildo abierto y la asamblea de
ciudadanos y ciudadanas cuyas decisiones serán de carácter vinculante, entre otros; y en lo social y económico, las
instancias de atención ciudadana, la autogestión, la cogestión, las cooperativas en todas sus formas incluyendo las de
carácter financiero, las cajas de ahorro, la empresa comunitaria y demás formas asociativas guiadas por los valores de la
mutua cooperación y la solidaridad. Viciano, Roberto (2006) “La columna vertebral de la revolución: el fenómeno
participativo en la Venezuela bolivariana”, en J. Torres Venezuela, a contracorriente. Barcelona: Icaria.
17
Harnecker, Marta (2007) “Notas para un debate sobre el poder constituyente y poder constituido”, en M. Harnecker
El sistema político yugoslavo. Buscando un camino alternativo al sistema representativo burgués y al sistema estatista
soviético. Caracas: Centro Internacional Miranda.

21
OTRA PARADOJA DEL PODER CONSTITUYENTE
EN EL DECRETO N° 2.830 DE FECHA 01 DE MAYO DE 2017:
EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA CONVOCA A UNA ASAMBLEA
NACIONAL CONSTITUYENTE

Si el Ejecutivo pretendió que el Decreto justificara racionalmente al pueblo como


Poder Constituyente Originario, ante todo aquél que la escuche o la lea; esto quiere decir,
que sea comprensible y explicable a partir de su propia estructura lógico formal y de sus
fundamentos de hecho y derecho; significa una adecuada y suficiente motivación del
mismo, tal como lo exige un Debido Proceso y lo establece nuestra norma constitucional y
los stándares mínimos de derechos fundamentales, reconocidos por la mayoría de
declaraciones de derechos humanos y pactos internacionales.
En ese orden de ideas, en la presente sección nos aproximaremos con los conceptos
teóricos y técnicos esenciales, que nos ayuden a detectar si la decisión del Ejecutivo en el
Decreto es lógica, es decir si se corresponde lógicamente con las premisas que se proponen
como su sustento en un primer nivel denominado Justificación Interna, y otro segundo
nivel denominado Justificación Externa, que tiene que ver con la corrección o
fundamentación racional del contenido de las premisas usadas en la justificación interna18.
De acuerdo con la lectura del Decreto N° 2.830, las premisas menores (o
fundamentos de hecho) establecidas en el mismo son las circunstancias sociales, políticas y
económicas actuales, en las que “… severas amenazas internas y externas de factores
antidemocráticos y de marcada postura antipatria…”, se ciernen sobre el orden
constitucional establecido; y las premisas mayores (o fundamentos de derecho) del Decreto
N° 2.830 es, en primer lugar, el artículo 348 de la Constitución de la República Bolivariana
de Venezuela, en concordancia con los artículos 70, 236 numeral 1 y 347 ejusdem.
En esta tarea, el Ejecutivo intenta hacer uso del SILOGISMO como estructura
mínima de razonamiento lógico-formal, para lograr la JUSTIFICACION INTERNA o
lógica de su decisión de “…convocar una ASAMBLEA NACIONAL CONSTITUYENTE,
tomando como fundamento el proceso popular constituyente, Legado del Comandante

18 ALEXY, Robert: TEORIA DE LA ARGUMENTACION JURIDICA, Palestra Editores, Lima, 2010, pp. 306.

22
Hugo Chávez, y la Constitución pionera y fundacional de 1999, para que nuestro pueblo,
como Poder Constituyente Originario, exprese su férrea voluntad y máxima garantía de
defensa de los sagrados derechos y logros sociales conquistados…” (subrayado nuestro).

I
De las premisas menores (o fundamentos de hecho)
De lo anterior se evidencia que el término “severas amenazas internas y externas”
sintetiza el conjunto de circunstancias que justifican el acto (la convocatoria a una
ASAMBLEA NACIONAL CONSTITUYENTE ). Sin embargo, en el Decreto estas amenazas
en ninguna parte están enumeradas de forma sintética y sistemática, así como tampoco se
hace referencia a la seguridad ciudadana establecida en el artículo 55
de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, el cual establece que:
Toda persona tiene derecho a la protección por parte del Estado a través de los órganos de
seguridad ciudadana regulados por ley, frente a situaciones que constituyan amenaza,
vulnerabilidad o riesgo para la integridad física de las personas, sus propiedades, el
disfrute de sus derechos y el cumplimiento de sus deberes.
La participación de los ciudadanos y ciudadanas en los programas destinados a la
prevención, seguridad ciudadana y administración de emergencias será regulada por una
ley especial.
Los cuerpos de seguridad del Estado respetarán la dignidad y los derechos humanos de
todas las personas. El uso de armas o sustancias tóxicas por parte del funcionariado
policial y de seguridad estará limitado por principios de necesidad, conveniencia,
oportunidad y proporcionalidad, conforme a la ley. (Subrayado nuestro)

Tampoco hace referencia sobre la seguridad de la Nación establecida en la LEY


ORGÁNICA DE SEGURIDAD DE LA NACIÓN (Gaceta Oficial Número: 37.594 del 18-
12-02), la cual dictamina:
Seguridad de la Nación
Artículo 2.
La seguridad de la Nación está fundamentada en el desarrollo integral, y es la condición,
estado o situación que garantiza el goce y ejercicio de los derechos y garantías en los
ámbitos económico, social, político, cultural, geográfico, ambiental y militar de los
principios y valores constitucionales por la población, las instituciones y cada una de las
personas que conforman el Estado y la sociedad, con proyección generacional, dentro de
un sistema democrático, participativo y protagónico, libre de amenazas a su sobrevivencia,
su soberanía y a la integridad de su territorio y demás espacios geográficos.
(…Omisis…)
Zonas de Seguridad
Artículo 47. Se entiende por Zonas de Seguridad, los espacios del territorio nacional, que
por su importancia estratégica, características y elementos que los conforman, están
sujetos a regulación especial, en cuanto a las personas, bienes y actividades que ahí se
encuentren, con la finalidad de garantizar la protección de estas zonas ante peligros o

23
amenazas internas o externas. El Reglamento respectivo regulará todo lo referente a la
materia.
(…Omisis…)
Zona de Seguridad Fronteriza
Artículo 49.
A los efectos de esta Ley, se entiende por Zona de Seguridad Fronteriza, un área
delimitada que comprende una franja de seguridad de fronteras, así como una extensión
variable del territorio nacional, adyacente al límite político territorial de la República,
sujeta a regulación especial que estimule el desarrollo integral, con la finalidad de
resguardar las fronteras y controlar la presencia y actividades de personas nacionales y
extranjeras, quienes desde esos espacios geográficos, pudieran representar potenciales
amenazas que afecten la integridad territorial y por ende la seguridad de la Nación.

En este mismo orden de ideas, en el Decreto se estipula que las severas amenazas
internas y externas se ciernen sobre el orden constitucional, sin determinar lo que
constituye tal amenaza, tales como por ejemplo la de disidentes violentos o grupos
terroristas o las amenazas potenciales al desorden social que surgen de programas extremos
contra ciertos grupos de la sociedad, tales como grupos étnicos particulares (generalmente
llamados "discursos de odio") u otros países ("propaganda de guerra"); y lo más importante
a considerar es el tipo y el alcance de la amenaza percibida contra la violación de los
derechos humanos y civiles de libertad de conciencia, de expresión, de asociación y de
reunión.
Dadas estas imprecisiones acudiremos al Diccionario de la Real Academia de la
Lengua Española ( RAE 2001), libro al cual debemos referirnos cuando queremos saber
fundadamente, en nuestra lengua española, el origen de una palabra o concepto, el cual
señala que Amenaza se define como: i) Acción de amenazar; ii) Dicho o hecho con que se
amenaza y iii). Delito consistente en intimidar a alguien con el anuncio de la provocación
de un mal grave para él o su familia. Ahora bien, Amenazar, verbo proveniente del
concepto de amenaza se define como: i) Dar a entender con actos o palabras que se
quiere hacer algún mal a alguien y ii). Dar indicios de estar inminente algo malo o
desagradable.
De esta primera aproximación podemos deducir claramente lo siguiente: primero,
que para que exista la amenaza debe haber una voluntad o un actor que está dispuesto a
llevarla a cabo; segundo, que ese actor considera en ese acto producir un daño a otro actor,
o al menos mostrar la intención de hacerlo; y tercero, que la amenaza no es banal sino

24
que tiene la intención de hacer o provocar un mal o daño grave, para el otro actor y actores
relacionados con él, lo suficientemente seria que se pueda percibir como una intimidación.
La Declaración de Bridgetown, adoptada en la Asamblea General de Junio del 2002
por la Organización de los Estados Americanos (OEA), reconoce los siguientes tres grupos
de amenazas:
1. Las amenazas relacionadas con la seguridad convencional o defensa clásica,
lo relativo al empleo de fuerzas militares en sentido tradicional de defensa,
contra la agresión externa de un Estado. Este grupo incluiría las disputas
territoriales, la agresión armada, la proliferación de armas de destrucción
masiva, entre otras.
2. Las amenazas a la seguridad: afectan de forma importante los niveles de
seguridad de los Estados. Su tratamiento es a través del fortalecimiento de la
democracia, de la gobernabilidad y del desarrollo económico y social. Como
ejemplo: la pobreza extrema, la inestabilidad económica, la fragilidad de los
gobiernos democráticos, los abusos contra los Derechos Humanos, las
enfermedades endémicas, los desastres naturales, entre otros.
3. Las amenazas no tradicionales a la seguridad, se originan en actores no-
estatales pero que constituyen un peligro que expone al Estado, a sus
instituciones y a la ciudadanía a grandes riesgos, como, por ejemplo: el
terrorismo, el narcotráfico, la corrupción, el tráfico ilícito de armas, los
niveles elevados de violencia e inseguridad pública.
Según nuestro Consejo de Defensa de la Nación (CODENA) las amenazas serían:
 Pobreza extrema
 Latifundio (inequidad en la Tenencia de tierra)
 Dependencia Agroalimentaria
 Corrupción
 Exclusión social
 Narcotráfico y crimen organizado
 Violencia social
 Confrontación entre Estados

25
 Intervención militar
 Golpes de estado, subversión, separatismo, conflicto regional
Ahora bien, el término “amenazas internas y externas” también podría encontrarse
disgregadas en los discursos del presidente y demás voceros de la iniciativa, enumeradas en
los considerandos de los sucesivos decretos de estado de excepción y emergencia
económica promulgados hasta el presente.
Paso a enumerar, grosso modo, en particular las circunstancias políticas:
 La hostilidad de sectores privados de la economía nacional e internacional;
 El desconocimiento por parte de los partidos políticos opositores que hacen
mayoría en la Asamblea Nacional de los restantes poderes públicos y sus
reiterados intentos por defenestrarlos;
 La injerencia del gobierno de EE.UU. y otros países en la vida nacional;
 y, por último, la existencia de grupos criminales y paramilitares vinculados a
los mencionados factores de oposición, tanto externos como internos.
De todo lo anterior, del Decreto se desprende que la situación ante la cual quiere
responder la medida, es decir, la severas amenazas internas y externas, puede definirse
como de hostilidad sobre el orden constitucional y a los poderes establecidos, sin
determinar los actores (activos) dispuestos a llevarla a cabo, sin clasificar ni precisar la
magnitud de los actos de agresión, llevados a cabo por esos actores, que en adelante
pueden ser calificados como enemigos o como sujetos fuera-de-ley, en contra de otro actor
(pasivo) y actores (pasivos) relacionados con ellos y los cuales tampoco son determinados.
Respecto a la marcada postura antipatria de los actores agresores, debemos
referirnos al concepto de Patria19, de lo cual Cabanellas nos dice que es:
Lugar, ciudad o nación en que se nace. El conjunto sagrado de la tierra, la
historia, la vida presente y las nobles aspiraciones del país y del pueblo al que nos
unen el nacimiento o la sangre de los padres. Políticamente, sinónimo de nación.

Ahora bien, al intentar establecer precisiones y límites al concepto de patria, entran


en juego nociones ideológicas y políticas que, incluso, pueden modificarse con los años. De
acuerdo a ciertas posturas, la patria siempre está asociada a un Estado nación; esto es lo

19
Cabanellas de Torres, Guillermo: Diccionario Jurídico Elemental EDITORIAL HELIASTA S.R.L..
Edición 2006

26
mismo que decir que el territorio de la propia nación está fuertemente vinculado con todos
los valores de la patria20.
Pero estas nociones olvidan que la patria la conforman las personas que en ella
viven y que sin personas no hay patria. Por tanto,
“…el patriotismo debe expresarse sobre todo en el cuidado y el bienestar de las personas
que conforman una nación. Entender así la patria es consecuente con la prioridad que tiene
la persona humana en la concepción cristiana de la vida. Y ello cambia la noción de lo que
es patriótico. Y lo será todo lo que colabora para que un pueblo tenga vida y vida en
abundancia; por el contrario, será antipatriótico todo aquel acto que atente contra la vida
de un pueblo…”21

Tiene la patria su teología, como su teoría política y jurídica. En esto el cristianismo


ha superado al mundo clásico, por cuanto los valores sobrenaturales superan a los
meramente humanos y naturales. Así, León XIII enseñaba que el amor patrio no es
obligación impuesta por la ley positiva, sino deber de la ley natural que ha de ser uno de
nuestros principales afectos, que ha de llevarnos a defender el suelo natal hasta rendir la
vida22.
El autor Argotti23 expresa que el valor ético del patriotismo no consiste en defender
la patria “por la defensa en sí misma”, sino cuando dicho patriotismo tenga un fin moral en
sí mismo, el cual consiste, por ejemplo, en la lucha por la reinvindicación de los derechos
del pueblo soberano, tal como lo expuso Bolívar al señalar los objetivos de servir la
gloriosa carrera de las armas en función del pueblo: “…Yo sigo la carrera gloriosa de las
armas sólo por obtener el honor que ellas dan; por libertar a mi patria; y por merecer las
bendiciones de los pueblos…”24
Sin embargo, los personeros del gobierno promueven el patriotismo con valores
bolivarianos, al afirmar que:
No se es patriota por capricho, porque retóricamente se proclame esa condición.
Se es en condiciones en que es notable la diferencia con aquellos a los que el concepto no
parece importarles y lo desprecian. La diferencia entre ser patriota y no serlo está en los
hechos. En el comportamiento cotidiano. En la manera como se asumen ciertos valores. Es

20
https://definicion.de/patria/
21
http://uca.edu.sv/noticias/texto-555
22 https://revistas.upb.edu.co/index.php/upb/article/viewFile/3759/3351
23 Argotti Córcega, Hugo: Ética del Libertador Simón Bolívar, Edición Monte Ávila 2012
24 Carta escrita desde Mompox el 9 de febrero de 1815 a su amigo el Letrado Pedro Gual

27
lo que definió con claridad en su extraordinaria intervención en la OEA la canciller Delcy
Rodríguez. O se está de acuerdo con los valores que ella exaltó, que no son otros que los
bolivarianos -compartidos por la mayoría de los venezolanos-, o con los antivalores que
denunció con lucidez y coraje. El dilema, a la luz de los hechos y de la actual realidad, es
categórico: Patria o antipatria.25

Visto lo anterior, estamos ante un concepto difuso, de carácter moral e ideológico y


que en el Decreto no identifica y menos determina cuál sector de los actores agresivos
(activos) es antipatria y en qué grado sus actos de agresión quebrantan el orden
constitucional, manifestando más bien una retórica en la concepción sobre la estructura de
la realidad en base a la ontología polar nación-antinación o antipatria y de marcada
tendencia segregacionista.

II
De las premisas menores (o fundamentos de hecho)
Un proceso constituyente está en el origen de todo sistema verdaderamente
democrático y tiene como fin una nueva constitución adaptada a las necesidades actuales de
la población. El Proceso Constituyente, por definición, es general y amplio, con carácter
deliberativo e inclusivo, y tiene como objetivo obtener una legitimidad democrática lo más
amplia posible. Por ello, debe brindar a toda la ciudadanía las mayores opciones posibles
para participar libre y democráticamente en todo el proceso, ya sea optando a candidato a la
Asamblea Constituyente, influyendo en la elaboración de la nueva constitución o
participando en la ratificación definitiva del texto constitucional.
Visto de esta manera en el plano temporal, un proceso constituyente constaría de las
siguientes etapas que pasamos a describir ordenadas cronológicamente:

25 Rangel, José Vicente; Resumen Latinoamericano/ 18 de mayo 2016


http://www.resumenlatinoamericano.org/2016/05/18/patria-o-antipatria

28
Fase pre-constituyente
En la fase pre-constituyente, la ciudadanía despierta del letargo. En ella, los ciudadanos más
activos manifiestan y transmiten la necesidad de implementar cambios en la organización
política. En esta fase de concienciación pública, además de explicarse las causas del
descontento, deben contemplarse las características y la naturaleza del proceso que se
pretende iniciar así como sus pilares.

Fase decisoria / Activación del proceso


Cuando buena parte de la sociedad adquiere un determinado nivel de conciencia sobre la
necesidad de establecer profundas reformas en el sistema político vigente de un país, sus
ciudadanos toman la decisión de promoverlas a través de un acto formal y específico con
características procedimentales consensuadas.

Fase de desarrollo del proceso constituyente


La fase de desarrollo del proceso constituyente es la más compleja. Establece un periodo
de debate donde los ciudadanos y los actores políticos reflexionen, deliberen y discutan
sobre las principales cuestiones a la hora de configurar esta nueva estructura político-
jurídica y sobre las diferentes metodologías para llevar a cabo los cambios deseados.

Visto lo anterior y con apoyo en el criterio sistémico de interpretación, la Fase


decisoria/Activación del proceso del proceso constituyente estaría conformado de
acuerdo con la interpretación conjunta de los artículos constitucionales 348 y 347, en
concordancia con el artículo 5 de la Constitución, norma que, extrañamente, no es
invocada en el Decreto, tal como se muestra en la siguiente Figura N° 1:

El pueblo es el titular
Artículo Artículo de la soberanía y es
5 347 depositario del poder
constituyente

Artículo
•Alude al poder 348
•Proceso
originario
•Iniciativa de constituyente
•Convocar una convocatoria a
Asamblea la asamblea
Nacional nacional
Constituyente constituyente Fase de desarrollo
del proceso
Artículo constituyente
347

Figura N° 1
De acuerdo con la Figura N° 1, se establece lo siguiente:

29
 El artículo 348 solo puede interpretarse luego de la interpretación del artículo 347.
Esto es lógico pues el artículo 348 es una norma procedimental que regula el
ejercicio del artículo 347. Es decir, el artículo 348 regula el procedimiento a través
del cual podrá solicitarse al pueblo que ejerza el derecho declarado en el artículo
347, es el pueblo quien “puede convocar una asamblea nacional constituyente”.
 Por lo tanto, el orden de los artículos responde a una clara decisión de la
Constitución: otorgarle prioridad al artículo 347 sobre el artículo 348. Así, el
artículo 347 regula quién convoca la asamblea nacional constituyente, y el artículo
348 regula el procedimiento para llevar a cabo esa convocatoria. Así, el artículo
347, al declarar el derecho del pueblo a convocar la asamblea nacional
constituyente, parte del artículo 5 de la Constitución, que declara al pueblo como
titular intransferible de la soberanía.
 Mientras que el artículo 347 regula la convocatoria de la asamblea nacional
constituyente, el artículo 348 regula la “iniciativa” para tal convocatoria, o sea, la
competencia para solicitar esa convocatoria. La diferencia entre “convocatoria” o
ejercicio de un derecho, y la “iniciativa” para esa convocatoria, o lo que es igual, la
solicitud para que tal derecho sea ejercido, fue claramente tratada por la doctrina
venezolana con ocasión al proceso constituyente de 199926.

Visto de esta manera, es evidente que el Decreto confunde la “iniciativa” con la


“convocatoria” y no analiza cuál es la interpretación dada al artículo 348. En todo caso, se
parte de la interpretación según la cual dicho artículo, al otorgar a la Presidencia de la
República en Consejo de Ministros la competencia para adoptar la iniciativa de convocar a
la asamblea nacional constituyente, le permite decidir directamente la convocatoria de esa
asamblea sin necesidad de consulta popular, lo que indica que tal interpretación del artículo
348 constitucional es errada, pues ignora la interpretación del artículo 347, en concordancia
con el artículo 5 de la Constitución, por lo tanto, el Decreto N° 2.830 interpretó
erradamente el artículo 348 de la Constitución, al considerar que la “iniciativa para la
convocatoria” de la asamblea nacional constituyente equivale al derecho a convocar tal
asamblea.

III
De la conclusión del silogismo

26
Escarrá, Carlos, Proceso político y constituyente: papeles constituyentes, Caracas, 1999, pp. 39 y ss.

30
De todo lo anterior se desprende la decisión establecida en el Decreto de
“…convocar una ASAMBLEA NACIONAL CONSTITUYENTE, tomando como fundamento
el proceso popular constituyente, no proviene de las premisas menores y mayores supra
señaladas ya que las primeras son imprecisas por su carácter ideológico, y las segundas son
erradas, incurriendo en un argumento falaz para lograr que se acepte una conclusión
apelando a las emociones del pueblo o de la mayoría, quienes independientemente de las
razones aducidas (o sin ellas) se persuaden de aceptarla.
Estamos en presencia de una Falacia de atinencia del tipo ad populum, cuya
incorrección o invalidez está en que la conexión entre las premisas y conclusión no es
lógicamente adecuada, no es pertinente, y la conclusión no se sigue o infiere de las
premisas, pero, como toda falacia formal, se vuelven "convincentes", porque debido a la
multifuncionalidad y emotividad del lenguaje, se logra una conexión psicológica entre las
premisas y la conclusión como válida a pesar de que no proviene de esas premisas.
Por lo tanto el Decreto está infestado de un error del razonamiento y, por lo tanto,
de la argumentación, lo cual lo hace nulo de nulidad total.
INTERPRETACIÓN POLITICO CONTEXTUAL (Semiótica)
El Decreto convoca una ASAMBLEA NACIONAL CONSTITUYENTE, “… tomando
como fundamento el proceso popular constituyente, Legado del Comandante Hugo Chávez, y la
Constitución pionera y fundacional de 1999, para que nuestro pueblo, como Poder Constituyente
Originario, exprese su férrea voluntad y máxima garantía de defensa de los sagrados derechos y
logros sociales conquistados…”(Subrayado nuestro)
De acuerdo con Piacenza27, el Decreto incurre sin dificultad en las “paradojas
pragmáticas” cuando pretende aplicar –y más aún, defender un orden juridicopolítico
basado en una Constitución- y simultáneamente apela a la noción de poder constituyente
originario (que presupone la inexistencia de tal orden).
En este sentido realizamos la pregunta al estilo del autor citado: ¿en qué medida el
papel que desempeña la noción de poder constituyente originario presente en el Decreto
afecta el valor de su decisión?

27
PIACENZA, EDUARDO: INTERPRETACIÓN JURÍDICA Y ARGUMENTACIÓN (y otros ensayos filosóficos) Universidad
Metropolitana Caracas, Venezuela, 2015

31
De acuerdo con el planteamiento de Piacenza , el uso en un discurso del concepto de
poder constituyente originario no es un puro sinsentido, ya que, intenta justificar, sobre la
base de premisas provenientes en parte de la misma Constitución, artículo 348, en
concordancia con los artículos 70, 236 numeral 1 y 347 , una conclusión que le atribuye al
cuerpo Ejecutivo una competencia constituyente originaria, produce una situación
pragmáticamente paradójica, con lo cual es suficiente para descalificar dicho discurso
desde el punto de vista argumentativo. Pues para que pueda reconocerse en alguna situación
una competencia constituyente originaria es preciso que no se tenga por válido ningún
orden jurídico; pero, sin orden jurídico válido, no hay poder Ejecutivo, ni órganos
jurisdiccionales ni derecho positivo.
Este tipo de planteamiento argumentativo acaba con la intención político discursivo
del proceso revolucionario que establece:
El poder constituyente luego de poner en vigencia una nueva constitución ya no
entra en letargo ni en hibernación, porque teniendo la soberanía en su ser (Art.5º
CRBV), el pueblo continua ejerciendo en todo momento su poder soberano, de
modo que el poder constituyente originario no está nunca en un estado de letargo
sino que permanece permanentemente activado.
Parece que la memoria de algunos reaccionarios académicos, abogados
desprevenidos y políticos ignaros, no les da para recordar la constituyente
educativa, la constituyente económica, la constituyente universitaria, pero
además, el Proceso Constituyente que forma parte del Plan de la Nación para el
período 2013-2019.
En el 2012, no era llamar a una Asamblea Constituyente para reformar la Carta
Magna; el presidente Hugo Chávez decidió darle el nombre de Constituyente al
proceso que consistía en "jornadas de debate del proyecto de la patria", en las que
invitó a los sectores que "no son revolucionarios", a que participaran en el plan
socialista. Informó además el comandante Hugo Chávez, que ese proyecto seria
presentado ante la Asamblea Nacional, y dijo: "Vamos a utilizar el término
constituyente, vamos a comenzar a utilizarlo porque es parte del proceso
constituyente".
Llamar a un proceso constituyente, no necesariamente debe entenderse que es
para transformar el Estado, crear un nuevo orden jurídico o redactar una nueva
Constitución, es para la puesta en marcha, en escena de actores que intervienen en
campos de fuerzas, en escenarios sociales, culturales y políticos en un momento
histórico transformativo de la República.
Convocar a un proceso constituyente es activar un conjunto complejo de acciones,
organizaciones, conductas, creencias, desplegadas con permanencia en el tiempo,
para enfrentar situaciones de opresión, explotación, alienación o exclusión a las
que puede ser sometido un actor colectivo, no es más que una acción colectiva con
estabilidad en el tiempo y alto grado de organización orientada hacia la
transformación social o de alguna de sus esferas; una respuesta a las tensiones o
contradicciones especificas de la sociedad, de una comunidad. No es más que el

32
portador del sentido histórico y es el principal agente de cambio y transformación
social de un pueblo.28
Visto de esta manera, el aporte en este sentido del escrito de Piacenza basándose en
la obra de CARRIÓ29, hace evidente las falacias de las intenciones de facto del
pensamiento antes transcrito y la ilegitimidad del Decreto N° 2.830, pues desconoce el
derecho exclusivo del pueblo venezolano de decidir si quiere o no convocar a la asamblea
nacional constituyente. Por el contrario, el Decreto considera que la Presidencia de la
República en Consejo de Ministros puede imponerse al pueblo la decisión de convocar la
constituyente. Pues ello es lo que hace tal Decreto: impone al pueblo la convocatoria de la
constituyente, impidiéndole decidir si en efecto quiere o no acudir a tal mecanismo.
CONCLUSIONES
El ejercicio del poder constituyente, se fundamenta en dos principios básicos: uno
jurídico, el de la supremacía constitucional que implica que la Constitución es la ley de
leyes, que obliga en igual medida a gobernantes y gobernados; y otro político democrático,
que faculta al pueblo como titular de la soberanía, en el ejercicio indiscutible del poder
constituyente, que es la génesis de la organización estatal, puesto que por conducto suyo se
elabora la estructura del Estado Constitucional a través de la consolidación del texto
normativo rector de la vida estatal.
Sin indagar la teoría del poder constituyente en la constitución de 1961, la
experiencia constituyente venezolana de 1999 se desarrolló mediante un proceso de origen
jurídico muy dudoso, que desconoció la regulación constitucional vigente para la época,
que surgió de la interpretación que se hizo de una sentencia del máximo tribunal, sentencia
que no era lo suficientemente clara para defender el valor de la Constitución como norma
suprema y de todas sus implicaciones, entre ellas la de la rigidez constitucional, y que
desde el punto de vista formal también era cuestionable en razón de la competencia de la
Sala Político Administrativa para hacer interpretación constitucional, y que además incurría
en imprecisión al dejar una serie de vías, no definidas y por tanto no conocidas, para que si
una vez consultado el pueblo sobre la convocatoria a una asamblea constituyente, éste
expresaba una opinión afirmativa, el órgano competente dentro del Estado debía diseñar los

28
http://euclidesquevedoubv.blogspot.com/
29 CARRIÓ, G. R., Notas sobre derecho y lenguaje (Buenos Aires: Abledo-Perrot, 1990

33
mecanismos para la convocatoria a la asamblea que elaboraría la nueva Constitución.
La interpretación constitucional no es un acto puntual, sin conexión con la historia,
que se agota en la búsqueda de la norma que subjetivamente parece la más apropiada
conforme a las expectativas creadas. En las constituciones basadas en principios, la
interpretación es la actividad que relaciona un pasado constitucional asumido como un
valor y un futuro que se presenta como problema para resolver en una solución de
continuidad. Por tanto las decisiones de interpretación deben partir del análisis de los
valores consagrados a lo largo de la tradición constitucional de cada Estado en particular, y
encaminarse a la luz de los principios constitucionales, que a su vez son alimentados por la
conciencia histórico-constitucional.
El problema medular a resolver en el inicio del proceso de 1999 era precisamente
ese, determinar con claridad que no existía en la Constitución de 1961 órgano alguno con
competencia para hacer una nueva Constitución que hiciera perder vigencia a la norma
máxima, sino que sólo se regulaba los mecanismos de enmienda y reforma constitucional
en el articulado de la Constitución vigente y que por tanto, en pleno respeto por la rigidez
constitucional no era posible contemplar una vía alterna no constitucional, para hacer una
nueva Constitución, pues la voluntad del pueblo venezolano había sido en la historia
contemporánea de fuerte talante democrático y de reconocimiento de la Constitución como
norma suprema bajo la cual se había desarrollado un Estado de derecho, con algunas
deficiencias, pero suficientemente garante del pluralismo político y de la democracia como
sistema.
El Estado constitucional contemporáneo se libera del dominio del recurso continuo
al poder constituyente soberano, absoluto e ilimitado, pero no por esto renuncia a dotar de
significado y de grandes objetivos de fondo a la democracia. En este contexto se oponen al
mito democrático revolucionario del poder constituyente ilimitado y todopoderoso, los
valores de la estabilidad, el equilibrio, y de los límites con la finalidad de garantizar los
derechos de los ciudadanos.
El ejercicio del poder constituyente representa el respeto y la tutela del principio
democrático de dotarse de un ordenamiento jurídico, de la autolegislación. En esto se
diferencia de la imposición por medios de fuerza de una Constitución, por parte de un

34
grupo que bien por detentar el poder fáctico, o bien, por contar con una mayoría
circunstancial, pretendan hacer prevalecer sus ideas por vías distintas de la convicción
popular respecto a la validez y eficacia del programa político que proclaman. Aún cuando
la proposición de un texto constitucional pueda depender de acciones de fuerza y de
cambios de hecho por obra de unos pocos, no puede ser esta fuente, contingente y
arbitraria, donde los principios democráticos del Estado actual encuentren la legitimidad,
los fundamentos racionales que justifiquen la norma suprema.
Esta fuente sólo se encontrará, en el contexto democrático, en el esencial
presupuesto de consenso-disenso, en su presencia en el tejido jurídico, institucional y moral
de una sociedad, no prosperan en este lenguaje las Constituciones a la medida de
ordenamientos impuestos por la fuerza.

35

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