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La salud pública como obligación moral

Federico Tobari

Se equivocan quienes afirman que en Argentina “la salud no le importa a nadie” dado que ni
plataformas políticas ni discursos electorales levantan la problemática sanitaria. Por el contrario, la
salud constituye una de las mayores preocupaciones de los argentinos. Prueba de ello es que,
cuando son interrogados al respecto, las personas privilegian su salud a su economía.

Esta situación paradojal donde una prioridad de las personas permanece ausente del discurso
político se explica porque hemos dejado que nuestra salud se constituya en un problema individual.
Algo que cada uno debe resolver por su cuenta, utilizando los recursos de que dispone (dinero,
cobertura de una obra social o prepaga, contactos o paciencia. En conclusión, los argentinos
privilegiamos nuestra salud pero nos hemos vuelto indiferentes frente a la salud del otro.

Podemos entenderlo usando las categorías propuestas por Albert Hirschman en su libro “Salida, voz
y lealtad” (1970). Según el autor, quien dentro de un conjunto social se ve afectado por una situación
desventajosa (como tener que hacer fila desde la cinco de la mañana para ser atendido en un
hospital público) puede optar por buscar una solución individual (salida) o puede alzar su voz para
pelear por los derechos del conjunto. A mayores niveles de lealtad habrá menor frecuencia de salida
y más fuerte se oirá la voz de quienes luchen por una situación mejor. En el extremo opuesto, a
menores niveles de lealtad, más personas buscarán soluciones individuales descomprometiéndose
con el destino del conjunto. Cuando los sectores medios y altos encuentran una salida y dejan de
usar los servicios públicos estos se convierten en “pobres servicios para pobres”.

Como en aquellos versos de Martin Niemoller (que atribuíamos a Bertolt


Brecht)…”Primero se llevaron a los comunistas,
pero a mí no me importó porque yo no lo era…
y concluye…”Ahora están golpeando nuestras puertas”. En este caso la primera salida fue de los
asalariados que accedieron a obras sociales y se desentendieron del destino de la salud pública. La
segunda fue cuando se separó a los empleados de mayores ingresos en obras sociales de
dirección. La tercera salida sucedió cuando permitimos que los trabajadores lleven sus aportes
salariales de la obra social a una prepaga.
La solución al deterioro del sistema de salud es moral. Frenar la salida es una obligación moral de
todos, pero más que nada de los dirigentes quienes deberían predicar su lealtad con el ejemplo. Así
es en otros países. Por ejemplo, cuando un miembro de la familia real holandesa tiene un problema
de salud acude al Hospital de Bronovo y cuando el Rey Juan Carlos de España tuvo que operarse
también lo hizo en un servicio Público. En Uruguay cuando se implementó el Sistema Nacional
Integrado de Salud –SNIS-(a los memoriosos ese nombre puede recordarles un destino sanitario que
quisimos pero no pudimos construir) las autoridades nacionales de salud decidieron afiliarse al
sistema público en lugar de optar por una mutual.

El día que nuestros presidentes, ministros, senadores y diputados asuman el compromiso moral de
usar solo los servicios públicos de salud probablemente acaben las filas, los madrugones y la falta
de insumos. Mientras eso no suceda la premisa imperante en nuestro sistema de salud continuará
siendo “sálvese quien pueda”.
i
Asesor regional para América Latina y el Caribe del Fondo de Población de las Naciones Unidas.

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