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Producción de textos- B

Historia y discurso. Algunas aclaraciones conceptuales. Apunte de cátedra

Historia y discurso. Algunas aclaraciones conceptuales

El presente apunte de Cátedra se ocupará de precisar y profundizar el estudio


de una de las categorías narratológicas – Historia y Discurso- que se encuentra
presente tanto en los relatos ficcionales como no ficcionales. Dicha categoría
comprende las dos dimensiones de las que se compone todo relato. Las mismas
son inescindibles en la totalidad discursiva, pero comportan diferencias
analíticas centrales al momento de observar la multiplicidad de aspectos,
posibilidades y competencias que intervienen en la construcción de un texto.

Muchos son los términos que se han empleado para definir estas dimensiones.
Anderson Imbert reconstruye la historia de los mismos, poniendo de manifiesto
que las diferencias son más terminológicas que conceptuales: aun cuando los
nombres cambien según la corriente teórica que los enuncie, siempre parecen
nombrar una misma cosa:

“Aristóteles, en la Poética, llamó “mythos” a la combinación


de los incidentes de una acción. Esa palabra, tal como la
empleó allí Aristóteles, ha sido traducida a las lenguas
modernas en el sentido de trama, argumento, asunto,
intriga, historia, etc. Los críticos formalistas de Rusia –V.
Schlovski V. Tomachevski y otros- la tradujeron con un
vocablo ruso que, traducido a su vez a nuestras lenguas, ha
dado “fábula”. Los mismos formalistas rusos tomaron otra
palabra para ellos extranjera –“sujet”, del francés- y la
opusieron a fábula. La “fábula” es lo que efectivamente
ocurrió; el “sujet” es la forma en que el lector toma
conocimiento de lo leído. La “fábula” es el orden lógico,
cronológico, de la secuencia de hechos: materia prima que
puede abstraerse. Se abstrae del “sujet”, que es la
composición artística del relato tal como aparecen los hechos
en la lectura”.1

Comencemos con algunas precisiones acerca de lo que denominamos como


Historia: definiremos la misma como el conjunto de acontecimientos que se
suceden de manera lógica (en tanto uno presupone la existencia del anterior y
condiciona la posibilidad del que lo sucede) y cronológica (en tanto se
despliegan con cierta temporalidad, de manera sucesiva). Toda acción se
desarrolla en un tiempo y espacio dado, y comprende el actuar de ciertos

1
Anderson Imbert, Enrique. “Apostillas: Traducción de términos” en: Teoría y técnica
del cuento. Buenos Aires: Marymar, 1979, p.p. 377-378.

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personajes o actores. Esos son los elementos que constituyen la historia: un


marco espacio-temporal, personajes, acciones: es puro acontecer y como tal,
responde a las siguientes preguntas: ¿Qué ocurre? ¿Cuándo, dónde? ¿Quiénes
participan? Tomemos como ejemplo el cuento “La madre de Ernesto”2;
ordenemos lo que ocurre a través de un conjunto acotado de enunciados: la
llegada de la madre al pueblo, la decisión de los amigos de Ernesto de ir a
consumar un encuentro con ella, la llegada al Alabama, la frustración del
encuentro íntimo: unas pocas acciones sin las cuales lo acontecido sería
cualitativamente distinto. Es decir, si la Madre no hubiera vuelto al pueblo, los
amigos de Ernesto no hubieran podido decidir ir a verla; si no hubieran ido, el
desenlace con la frustrada consumación no hubiera existido, etc.

Si hemos definido la Historia como acontecer, podríamos decir que el Discurso


hace referencia al modo en que se articulan esos acontecimientos en términos
textuales. Cuando un lector analiza el discurso, no ubica su mirada en lo que
acontece, sino en cómo se le dan a conocer esos acontecimientos a través del
texto. Las preguntas que competen al Discurso son las referidas a quién narra,
cuánto sabe y cuánto dice, cómo lo ordena, cómo lo valora; cuestiones que
podrían resumirse en un interrogante: ¿cómo se narra? Tal como lo expresara
T. Todorov:

La obra literaria ofrece dos aspectos: historia y discurso. La


“historia” evoca cierta realidad, acontecimientos que habrían
sucedido, personajes que se confunden con los de la vida real.
Esta misma historia podría haber sido referida por otros medios
(incluyendo el cine y el coloquio). Por otro lado tenemos el
“discurso”, o sea, la palabra real dirigida por el narrador al lector.
El narrador relata la historia y frente a él un lector la recibe. En
este nivel, lo que monta no son los acontecimientos referidos
sino el modo con que el narrador nos los hace conocer.3

Claramente, todo relato responde a la pregunta ¿qué ocurre? y ¿cómo llegamos


a conocer lo que ocurre? Volvamos sobre el cuento de Abelardo Castillo,
establecimos qué ocurre allí. Pudimos abstraerlo en un conjunto de acciones
más o menos detalladas. Ahora bien, la experiencia de lectura no se agota en el
reconocimiento de las acciones que componen la historia. De hecho, con esas
mismas acciones, se podría haber escrito otro cuento, podrían haber sido
organizadas, referidas, montadas, de cualquier otra manera. Lo que opera allí,

2
Castillo, Abelardo: “La Madre de Ernesto”, en Castillo Abelardo, “Cuentos completos”
Alfaguara, 2003.
3
Anderson Imbert, Enrique. “Apostillas: Traducción de términos” en: Teoría y técnica
del cuento. Buenos Aires: Marymar, 1979, p.p. 377-378.
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en el montaje, es el discurso. Es en el tratamiento de esa historia donde se


descubren los matices más ricos del cuento y su efecto de lectura: ese narrador
que nos la refiere, como una historia pasada, nos permite en tanto lectores
comprender que la significación de esos acontecimientos está orientada a la
condición de madre de la mujer, y a los juicios de valor que se establecen en
torno a su profesión. Por ello, que el relato concluya en su imagen cerrándose
el desabillé, significa una clausura análoga a la posibilidad de leerla más como
prostituta que como madre. No se imponen a la lectura interrogantes sobre qué
piensa Ernesto de su madre, o cómo es la relación entre Ernesto y los amigos,
por citar dos posibilidades. La atención está puesta sobre el binomio madre-
prostituta, y no sobre cualquier otro eje lógicamente desplegable de las
acciones de la historia.

En las primeras líneas de este escrito hemos presentado ambas dimensiones


(Historia y Discurso) como inescindibles. Y lo son, precisamente, porque no
existe la Historia definida en su totalidad por fuera del Discurso. Existe sí la
posibilidad de abstraerla analíticamente, de separarlas teóricamente, para
poder desnaturalizar el montaje, dejando ver cómo operan en él un conjunto de
decisiones referentes al orden en que aparecen los acontecimientos (que no
necesariamente coincide con el de la historia), a la focalización desde la cual se
construyen, al punto de vista que adopta la voz narrativa, a la forma en que el
espacio es descrito y el tiempo enunciado.

Retornemos una vez más a “La madre de Ernesto”: el narrador es uno de los
personajes, por lo cual no podemos enterarnos de nada que no lo haya
involucrado. La historia de la Madre, cómo piensa ella su llegada al pueblo, si
Ernesto sabe o no sobre su profesión, son elementos que, por la forma de
organizar el discurso, aparecen velados al lector. Allí se construye la posibilidad
de que en ese relato tengan lugar los prejuicios sobre la prostitución. Si la
historia nos hubiera sido referida por la madre, probablemente no existirían
tales prejuicios, sino un conjunto de conflictos propios de su distancia con el
hijo, de sus preocupaciones en torno a él, etc. A su vez, el binomio madre-
prostituta permanece activo durante todo el cuento por la decisión de respetar
el orden de los acontecimientos de la historia. También podría haber sido
modificado: ¿Qué ocurriría si los lectores nos enteráramos en primera instancia
del último acontecimiento cronológico: que el encuentro no se consuma?
Hubiéramos conocido a la mujer primero como madre, luego como prostituta.
Los hechos no varían, lo que cambia es el efecto de lectura. Y con él, la
significación de la historia.

En el conjunto Historia y Discurso no hay una dimensión que se subordine a la


otra. Ambas están recíprocamente determinadas y un buen relato es aquel que

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expresa “una compleja interacción de cuatro órdenes: la historia y su


organización, el discurso y la suya”4. Los enfoques que priorizan, o bien el
contenido o bien la forma, no pueden dar cuenta de la complejidad que
involucra un texto: la efectividad del relato no descansa en una historia lo
suficientemente excepcional, más allá de su tratamiento discursivo, ni en un
exceso de formalismos donde la historia deje de aparecer como eje
acontecimental. Es, en el tejido complejo que se articula en torno a ambas
dimensiones, donde se juega la efectividad de un buen relato.

Profesora Julieta Sanders


Licenciada Ana Balut
Profesor Luis Maggiori
Ayudante Alumno Paula Phillips

4
Giardinelli, Mempo: “Así se escribe un cuento. Historia, preceptiva y las ideas de
veinte grandes cuentistas”. Buenos Aires, Capital Intelectual, 2012.
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