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Estos grupos, aparte de la violencia que ejercen contra sus víctimas, tienen
como uno de sus efectos la invisibilización y acoso a aquellos proyectos que
están dando respuesta a las necesidades de la clase trabajadora desde una
perspectiva progresista. Y es que es curioso, como a pesar de su discurso
victimista, esta no-tan-nueva ultraderecha goza de la complicidad mediática y
una gran impunidad por sus actos xenófobos tanto desde las instituciones
como en las calles. Curiosos rebeldes que cuentan con el apoyo de quienes
siempre han defendido al gran capital. Aquí, de nuevo, ambas caras del
fascismo coinciden.
No nos dejemos engañar por su juego del poli bueno y poli malo. Ni fascismo
liberal disfrazado de democracia ni fascismo nacional socialista bien vestido y
disfrazado de solidaridad obrera. Ante eso, recuperemos la mejor tradición de
lucha por nuestros derechos, por los derechos de la clase obrera, de los
pueblos que luchan por su liberación, de las mujeres. La mejor tradición de
apoyo mutuo y solidaridad internacionalista. Con propuestas claras, que
defiendan hoy y ahora a las capas de la población más afectada por este
sistema capitalista neoliberal, desde las trincheras de las necesidades de la
vida cotidiana, y contra una UE profundamente antidemocrática y represiva.
Una UE, que, sin embargo, se sigue defendiendo, por aquellos quienes la
respaldan, como el muro de contención de la extrema derecha mientras aplica,
institucionaliza y legitima su mismo programa, por un lado, y persigue y
criminaliza la resistencia de corte progresista. No sabemos si la Unión Europea
quiere blanquear el fascismo, pero lo que está claro es que quiere imponernos
un fascismo blanqueado, de mil caras, irreconocible, casi hasta con pinta de
demócrata.