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Optimismo cristiano

"Las circunstancias pueden romper los huesos de un hombre; pero nunca fue demostrado
que estas deban romper el optimismo de un hombre" Chesterton

La palabra optimismo viene del latín optimum (“lo mejor”) y la Real Academia
Española (RAE) la define como la “Propensión a ver y juzgar las cosas en su
aspecto más favorable.”
La anterior definición es muy clara y concreta, pero cómo puede el hombre de hoy ser
optimista, cómo podemos ver “lo mejor” en un mundo que está sumido en una profunda
crisis.
Por un lado tenemos las continuas crisis económicas que se suceden unas tras otra, por el
otro tenemos el colapso de los recursos con los que cuenta el hombre para su desarrollo,
a ello hay que agregarle el cambio climático causado en gran parte por la actividad humana
y por último y más grave es la crisis del hombre, la disfuncionalidad del individuo que genera
familias disfuncionales que sales a la calle a sumarse a esa enorme masa amorfa y
disfuncional llamada sociedad.
Resulta difícil ver las noticias y no deprimirse; ni hablar del tráfico y del diario ajetreo que
nos genera estrés, entonces ¿cómo podemos ser optimistas? That is the question.
Un optimismo verdadero, un optimismo cristiano está lejos de la ingenuidad, no es un cerrar
los ojos a la realidad, no es sacar el dolor o el sufrimiento de nuestras vidas, por el contrario
es hacer vida ese dolor y ese sufrimiento que son nuestros compañeros inevitables en
nuestro viaje por el espacio y el tiempo.
El cristiano para ser optimista debe ver el mundo no con sus propios ojos, sino con los ojos
de Dios. Prueba de ello es la lucha vana de la humanidad por sacar el dolor, el sufrimiento
y la muerte, ésta es la promesa incumplida que el hombre de hoy heredó de la modernidad,
un mundo feliz, lleno de hombres infelice.
Está bien luchar, es correcto y es cristiano, lo que hemos equivocado es el fin de nuestra
lucha, la vida del hombre no es “lo mejor” cuando no hay dolor ni sufrimiento, sino por el
contrario la vida es mejor porque tenemos dolor y sufrimiento, por dos razones, la primera
porque nos hace más humanos y la segunda porque le dan un sentido a nuestras vidas,
además de ser inevitables.
El secreto del optimismo cristiano es la visión sobrenatural de la vida entera, con sus
alegrías y sus tristezas, es dejar de gastar nuestras vidas en afanes estériles, dejar de lado
esa autosufiencia que es fruto de la soberbía y volver la cara a Dios misericordioso, es decir
con todo nuestro ser “Todo lo puedo en aquel que me fortalece” (Fil 4-13).
Es darnos cuenta que los milagros no se dan en las cosas que nos rodean, sino en nuestro
corazón, por eso habremos de pedirle a Dios no que cambie nuestra realidad, sino que
cambien nuestro corazón. Como lo afirmó San Josemaría: “Antes eras pesimista, indeciso
y apático. Ahora te has transformado totalmente: te sientes audaz, optimista, seguro de ti
mismo..., porque al fin te has decidido a buscar tu apoyo sólo en Dios.” (Surco, 426).
Guillermo Hernández Lee
gmo.hdzlee@gmail.com

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