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JORGE O. TARELA

ADICCIONES:
LA FALTA DE SÍ
[CURSO]

SEGUIDO DE:

LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO


[TRES ENSAYOS Y UN CASO]

LO INASUMIBLE
[ENSAYO ACERCA DEL SUFRIMIENTO]

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Tarela, Jorge
Adicciones : la falta de sí. - 1a ed. -
Buenos Aires : Intervalo, 2009.
220 p. ; 20x14 cm.

ISBN 978-987-24824-0-4

1. Psicología. I. Título
CDD 150

Idea y diseño de tapa: Lucía Tarela

Cuidado de la edición: Graciela Martellanz y Guillermo Díaz.


© Ediciones Intervalo
Isbn 978-987-24824-0-4

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723


©Todos los derechos de la edición castellana pertenecen al autor:
Jorge Tarela - Av. Rivadavia 3132, Ciudad de Buenos Aires, CP1205

email: jorge.tarela@gmail.com / Mensajes: 15-5220-5141

La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada


por cualquier medio, incluyendo fotocopia o cualquier sistema de
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reservados. Cualquier utilización deberá ser previamente autorizada.

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A mis padres, a mis hijos.
Pues para quien escribe no hay unos sin los otros.

A Guillermo D. Díaz.
Amigo de prácticas, compañero en el discurso.

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ADICCIONES:
LA FALTA DE SÍ
[CURSO]

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ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

Yo describiría nuestra época actual como


la era de la irreverencia. Las causas de esta fundamental
transformación son las de la revolución política,
del levantamiento social, del escepticismo obligatorio en las ciencias.
La admiración —y mucho más la veneración— ha quedado anticuada.
Somos adictos a la envidia, a la denigración, a la nivelación por lo bajo. …
Que millones de personas lleven camisetas
con el número del dios del fútbol
o luzcan el peinado del cantante de moda
es lo contrario del discipulazgo.

Lecciones de los maestros


GEORGE STEINER

Presentación

Curso cuatrimestral, más me hubiese gustado llamarlo de-


curso, transcurso de cierto espacio de tiempo, esto dado el sen-
tido que le queremos imprimir y tal como lo hemos escrito en
el título, es decir un recorrido espacio-temporal que se origine
en la problemática de las «adicciones» hacia el gran tema contra-
riado por siempre en nuestro Occidente de «la falta de sí», con-
tando con la puntuación indicada por los dos puntos, que
bien podría expresar una orientación. O en otro sentido posi-
ble, complejizar el decurso de «la falta de sí» hoy, en nuestra
actualidad, de manera tal que encuentre su mejor apoyo mos-
trativo en el sugerente tema de las adicciones y entonces, el
signo dos puntos indicaría la razón de ser de «la falta de sí». Si

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ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

tomamos ambos recorridos, tendríamos que escribir en vez


de los dos puntos, algún otro signo que oriente doblemente a
esos dos términos, sin ordenarlos témporo-espacialmente, sin
jerarquizarlos, ese signo en el álgebra lacaniana es el losange, se
escribe: ◊
Para comenzar a considerar el amplio tema de las adiccio-
nes vamos a comenzar a delinear un concepto que no resulta
ajeno al campo de la práctica que nos involucra: la demanda de
tratamiento. Es el umbral mismo de la consulta. De esta forma
tendremos que situar no sólo al demandante sino también al
demandado, es decir no solo la conflictiva, la problemática del
llamado adicto con su entorno conyugal, familiar, vecinal, so-
cial, no sólo esto sino, además, el lugar o sitio en donde esa
problemática es presentada, que en general, es una institución
conformada a tal fin: la asistencia o atención del adicto. Las adiccio-
nes son en este sentido una problemática entroncada con lo
social en el sentido más amplio que se le pueda dar a ese térmi-
no. ¿Qué entenderemos entonces por demanda? Entraremos
de lleno en un campo que situaremos definido por una función.
En dicha función se localizan una serie de demandas contraria-
das, un verdadero enjambre de pedidos, de situaciones conflic-
tivas, irresolutas, urgentes, que difícilmente puedan desollarse
sin una suposición del campo en el que dicha función pueda llegar
a situarse, campo en donde nos encontraremos ubicados y
que es la condición de posibilidad para ese encuentro, aún antes de
establecerse el mismo.
Para leer así la demanda plural los implicaré en la lectura,
entre otras cuestiones, del concepto de pulsión, un concepto
tan caro al psicoanálisis. De lo que se arme y se desarrolle en
ese tratamiento de la demanda o del sujeto que allí se anude en

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PRESENTACIÓN

esa superficie pulsional, vamos a poder hacer interceder dos


vías de articulación. Hay una tercera, que se nos presentará
como la falta o la no articulación de estas dos variantes, de la
que no siempre hay que retroceder, aunque se trate de un campo
minado cuando se cruza con el de las adicciones, me refiero al
de las psicosis.

De las dos articulaciones posibles:


1. Por el lado del Deseo, camino más trillado, tomaremos
la vertiente freudiana del amor, de las relaciones amorosas, en
fin de la degradación erótica del consumo. Destaquemos que la de-
manda allí se torna mandato, es la vía más neurótica.
2. Por el lado de la Ley, en cambio, tenemos la voluntad del
hacer. La demanda se torna cuerpo, es la vía más perversa.
En ambos casos no estoy haciendo uso de las llamadas
posiciones subjetivas, sino de dos vías de la demanda (o de la
pulsión) en su articulación con un fin y con un objeto. Y si
bien estos dos desarrollos, el Deseo y la Ley, no son homogé-
neos, creo que el segundo, el de la Ley, nos llevará a entender
mejor la clínica actual y posiblemente también, nuestra posi-
ción al respecto, en la medida en que el trabajo con las adicio-
nes sea institucional, como suele serlo en la mayoría de los
tratamientos, dada las condiciones actuales de posibilidad y
viabilidad de la intervenciones complejas en el terreno de las
adicciones, sobre todo cuando se argumenta peligrosidad para
sí o para terceros.
El recurso a la demanda en este sentido es importante dado
que el tema de las adicciones es muy propicio para desarrollar-
lo, de hecho a veces está tan desdibujado que no es aprehensi-
ble, a veces está taponado, se complejiza, en fin, la demanda
siempre está sujeta a considerandos varios, y el tema de las

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ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

adicciones lo potencializa aún más. Pero estas dos articulacio-


nes se muestran, por ejemplo, en la temática del dolor y su
analgesia inasumible, mucho más que en la vía del placer y el
desenfreno, que es la figura por antonomasia en las experien-
cias de consumo adictivas. Otra temática renuente a conside-
rarse es el del tema del empuje al olvido, más significativo sin
lugar a dudas que el de la desvalorización de la vida del adicto.
Nombro esto porque dependerá fuertemente de la considera-
ción que se haga cuando se sitúe la demanda, aquella que sos-
tenga al tratante y al tratamiento. Es en función de lo que se
escuche en boca del tratante que se instalará dicha demanda.
Y rara vez se lo escuchará al tratante ⎯de hecho jamás al
inicio del tratamiento⎯ que aluda al desenfreno alocado o a la
desvalorización de su vida. Y si lo hiciera, lo hará en función
del otro, el que lo quiere. De su boca podrá escucharse, a con-
trapelo de su intención claro está, malentendido mediante, su
no querer saber nada de un dolor o su desprecio a una verdad
que se le olvida.
Por esto escribí como título del curso Adicciones, en plural,
porque nuestro trabajo apunta a singularizar ese plural, pero al
singularizarlo nos encontramos con un escollo, que es preci-
samente la Demanda. Puesto que es la demanda la que nos
impide pluralizar el escollo. Aunque luego hablemos de un
adicto no debemos olvidar, a costa de envolvernos en un dis-
curso que rechaza al sujeto, segregación mediante, que se trata
de una demanda no sin su sujeto, mal que le pese al tratante
que siempre querrá ocupar el centro de la cuestión, del meo-
llo.

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PRESENTACIÓN

Al desarrollar esta temática y para no caer en el desaliento


tedioso que procura el saber teórico, en su cualidad de abs-
tracto, haremos un recreo y discutiremos el armado argumen-
tal de dos películas que refieren a las adicciones.
«Trainspotting» y «Réquiem para un sueño», se los anticipo aho-
ra para que las ubiquen e invito abiertamente a quien quiera, a
tomar la palabra en relación a estas producciones audiovisua-
les sumamente ricas en ideas, contrastes, imágenes, relatos, y
sonido.

Al final de este recreo seguiremos de lleno con la segunda


parte cuyo título es La falta de sí. Está a continuación, en de-
curso, porque las adicciones se llevan bien con otras forma-
ciones reactivas tan comunes en el decir del adicto: la caída en
la culpa, la indiferencia con su angustia, los aportes de la ma-
nía, las actuaciones de las más variadas formas, entre otras. A
veces las consultas llegan cuando estas formaciones reactivas
se salen de madres, como se dice.
La falta ¿es el vacío? Se dice: ser una falta. ¿Se liga a una
deuda? Se dice: estar en falta. ¿Es en relación al otro, a lo social,
o a uno mismo? El otro y uno, los otros y uno ¿estas distincio-
nes nos permiten ubicar ese sí, que se escribe acentuado? Cuan-
do se habla de sí, de sí mismo, se habla de uno como siendo
otro, a lo sumo en tercera persona. Pero el sí, es algo absoluta-
mente heterogéneo tanto respecto al otro como respecto a
uno mismo.
La falta de sí, refiere a eso sumamente íntimo para el ha-
blante que se manifiesta en exterioridad consigo mismo. Toda
la historia de Occidente, en la medida que es la construcción
de una mismidad, de una egocentricidad, es la historia de un
rechazo, del rechazo de ese sí, que como tal configura una

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ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

falta en esa historia. Nada se puede construir partiendo de la


falta de sí: ésta parecería ser la verdad primera de Occidente.
En este punto las adicciones tienen algo para decir, o para
contradecir, intentaré cernirlo trabajando como les anticipé el
concepto de pulsión en Freud, desligado ahora del tema del
amor, el odio o la indiferencia. La sublimación, es el recorrido
posible, un decurso de la pulsión radicalmente distinto al de la
represión, tal como Freud lo articula en sus Escritos metapsi-
cológicos, o al de la negación, como lo trabajará más tarde.
Esto nos dará el tono a seguir.

Antes de terminar por hoy, en esta presentación, quiero refe-


rirme a precisar una definición que ya he criticado en otro
contexto pero que merece otra vuelta,hablando de la pulsión.
Me refiero a la definición misma de la adicción como falta de
dicción. Como luego se refiere esta dicción al decir ⎯lo habrán
leído: a-dicción⎯ el adicto se transforma en aquel que no dice.
Nada es más falso.

AD-DICCIÓN > AD DICTUS > DICTIO (DICHO)



DICERE (DECIR) > A-DICCIÓN (sic)

En rigor, etimológicamente, adicción viene del latín addictus,


así se denominaban a los esclavos que se entregaban, que se
adjudicaban o si quieren que se adjuntaban ⎯nosotros segui-
mos usando esa partícula ad⎯ a los soldados que regresaban
victoriosos de las campañas. Hoy en día, aunque en desuso, se
sigue llamando adicto a la persona agregada a otra para des-
empeñar algún cargo o misión, un adjunto.

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PRESENTACIÓN

El problema que quería plantear es respecto al dictus, que vie-


ne de dictio y refiere al dicho y no, como usualmente se repite,
al decir. Refiere al dicho en la medida en que todo dicho refiere
a algo que se ha declarado anteriormente, algo que se puede
retomar, volver a tomar. Fue dicho. Es la forma usual, tú lo has
dicho, no se lo hacemos decir sino que lo ha dicho. El adicto es
un inconsecuente, sin lugar a dudas, con sus dichos. Pero no
es que no dice, o que está imposibilitado de decir. El problema
no es ése, el problema es con su inconsecuencia respecto de lo
declarado, de lo dicho. Es harto común repetirles una frase
que han dicho y sin embargo no pueden hacer nada con ello,
como si no la hubieran dicho.
Decir, en cambio, viene del latín dicere, que es expresar por
algún medio una cosa. El adicto dice, y no sólo porque hable o
los demás hablen por él, el adicto dice porque allí no se ubica
el quid de su problema. El problema para el adicto está en su
dicho, puesto que no hay quién lo retome. El dicho tiene rela-
ción estricta con la verdad, que la dicen los niños, los locos
y… los adictos. La dicen a la verdad, la mediodicen articulaba
Lacan, como dicho, y no como decir, pues al decir la verdad
expresan nunca una cosa, sino una verdad. El problema en-
tonces es quién la escucha, quién la escucha si, precisamente,
hay falta de sí. Esa verdad queda eclipsada por el olvido, el
dolor queda analgesiado. De allí lo romano etimológicamente
hablando, el esclavo addictus, no tiene ⎯en ese derecho anti-
guo que es la base del derecho occidental⎯ propiedad alguna
en cuanto a sus declaraciones, a sus bienes, etc. No pueden
retomar sus dichos bienes. ¿Pero eso implica creer que los escla-
vos no decían o no podían decir? Bien, lo mismo hay que
aplicarlo a los llamados adictos en nuestra actualidad. Retoma-
remos estas consideraciones iniciales y las ampliaremos.

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Clase 1 ⎯ ¿De dónde se desprende la particularidad de la adicción? El marco
institucional del abordaje posible. ¿Cómo hacemos frente a las demandas contraria-
das? La relación entre la demanda y el amor. Connotaciones al mito griego del naci-
miento de la embriaguez.

Tenemos que enfrentarnos con un dilema básico que se


desprende de la aplicación generalizada del concepto de adic-
ción. Nombramos el valor que tiene la preposición ad en el
término adicción, connotándolo en los términos, por ejem-
plo adjunto, adjudicado, adherencia, en fin, aditamento, es decir: algo
que se le agrega a la conducta del individuo, vía compulsión o
impulsión.
Ahora bien, ¿tienen la suficiente práctica cómo para admi-
tir que la adicción y el consumo de sustancias no siempre van
juntos? ¿Se han topado con sujetos que son adictos, que pade-
cen una adicción según su padecer y que no consumen, o al
revés, con grandes consumidores que no son adictos, cosa
que se demuestra porque casi sin proponérselos abandonan
su práctica de consumo de un día para otro? Obviamente esto
no pretende desdecir que existe la conjunción plena o semi-
plena de la adicción y el consumo. He leído artículos dedica-
dos a las nuevas patologías, ⎯como se expresan⎯, que dan
cuenta hasta de una adicción anoréxica, puesto que la ano-
rexia, como todos nosotros, se instala en el mercado actual
globalizado y consumista y, por ende, la anorexia también con-
sume, para el caso consume nada.
La adicción, entonces, no debe necesariamente encararse
como consumo de algo, aunque se trate de un cierto pegoteo
que se adhiere a la vida misma del sujeto. De todas formas en
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CLASE 1ª

ese «algo» está la cuestión. De tal forma que, paradojalmente,


no podemos dejar de considerar a ese «algo» aún en los casos
en que la adicción sólo da cuentas de su ausencia, o peor, cuando
le damos estatuto privilegiado a ese «algo» omnipresente en el
consumo que se detalla, erando absolutamente al reseñarlo
porque no se trata de eso.
Creo que el contexto institucionalizante, social, incluso de
mercado, en que se aloja el problema de la adicciones como
estrago social, y que es el mismo terreno en dónde hoy por
hoy, reina el consumismo, no nos permite a nosotros, especia-
listas en el tema, trabajadores profesionales a los que se diri-
gen los pedidos de atención o asistencia, no nos permite de-
cía, tomar la suficiente distancia como para desconocer la im-
pregnación a la que estamos sometidos. Lo sepamos o no,
éste no es el problema, estamos ubicados allí, y desde allí enun-
ciamos y operamos. No podemos sacarnos este lastre tan fá-
cilmente. Muchas de las respuestas que obtenemos, están in-
mersas en este contexto. También los fracasos. A lo que apun-
to es que sin el contexto del abordaje institucional, nuestra
práctica poco sentido tendría y, al mismo tiempo, ese produc-
to de la práctica que dispensamos, por el mismo motivo, se
encuentra limitado, acotado. Es lo que sucede con toda prác-
tica profesional especializada, pero en esta materia, llamada
adicciones, no siempre el recorte es operativo, responde más
bien a una suerte de defensa, de impotencia ante el estrago.
Esta temática siempre me pareció ligada a un tema domi-
nante y complejo que sucintamente denomino: el tratamiento
de la Demanda. Voy a encararlo desde allí.
Se llama demanda a todo signo, inquietud, pedido, llamada,
súplica, exigencia, imperativo, etc. que requiere de una res-
puesta. Tan acuciante es el tema de la respuesta a la demanda

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ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

como la demanda misma, existiendo el caso en qué, aún no


obteniendo su respuesta, dicha demanda, ha sido respondida.
Hacemos esta apreciación porque toda demanda tiene un as-
pecto incondicional, es decir que toda demanda no puede no
ser respondida, la cuestión es que la respuesta no antecede a la
demanda, sino que forma parte intrínseca de ella, aunque el
demandante no lo sepa ni pueda saberlo.
Etimológicamente demandar es «encargar algo a alguien».
El alguien introduce no sólo el a quién se dirige la demanda
sino el quién la profesa. Esta doble cuestión refiere a la dimen-
sión social, relacional, vincular, institucional si quieren, de la
demanda. Sin esta dimensión diferencial de lugares, lo incon-
dicional de toda demanda se tornaría condición de existencia de la
demanda, cosa que no es así, las demandas circulan, nos en-
vuelven.
La vida de todo individuo social, está enjambrada de de-
mandas. Las hay de todo tipo. Basta escuchar el despliegue de
los acontecimientos de una vida para situar muchas deman-
das, incluso contrarias entre sí.
Tengan en mente el juego de los palitos chinos, conocido
también como Mikado. El juego se inicia con un jugador to-
mando el haz de varas en sus manos, y permitiendo que las
puntas toquen la superficie, dura, horizontal, lisa y plana don-
de se va a jugar. En seguida, se suelta el conjunto de palillos,
dejándolos caer al azar. Después de que todo movimiento haya
acabado, lo siguiente es recolectar pieza por pieza, esto sin
permitir movimiento alguno de otro u otros de los palitos que
no sea el intencionado a ser recogido; un solo intento por
cada jugador.
Pues bien, así se llega a un tratamiento, con un haz de
demandas que se encuentran haciendo topes unas con otras,

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CLASE 1ª

en un equilibrio inestable, en mayor o menor medida, después


de un momento crítico en donde se soltaron de su atadura. Lo
que quiero subrayar es que muchas de esas demandas están
contrariadas entre sí, y no se puede tomar una, sin que se mue-
van todas. Nos llegan continuamente no diría casos, sino si-
tuaciones, en donde lo que pide una madre, es lo contrario de
lo que a todas luces indica el sentido común, por ejemplo que
le encierren a su hijo lejos de ella, mientras que ese niño, ⎯lo
digo más allá de su edad⎯ no pide otra cosa que permanecer
junto a su madre, aunque todo el día se escabulla lejos de ella,
para ir a consumir. Está claro que en lo social, el enjambre de
demandas contrariadas se potencializa. Entonces aparece, sino
el sentido común, algún tipo de ordenamiento que condiciona
la práctica. No hay manera de evitarlo, estamos inmersos allí.
Pero en la Demanda misma, digo demanda haciendo abs-
tracción, como un modelo, la Demanda, en esa demanda ya
está el núcleo de esta contrariedad. Porque además del alguien
o del quién, está el algo, algo que se demanda y es este algo el que
introduce la noción de carencia como antecedencia lógica ⎯no
cronológica⎯ que se resuelve mediante el empuje al consu-
mo. Así, este algo que se demanda, o desde, o en función de
qué, se demanda, este algo o cosa se articula a toda la cadena
significante sobre la que se monta la demanda para viabilizar-
se. Se articula esta cosa o carencia de inicio, se articula aunque no
es articulable. La demanda se viabiliza mediante aquello en lo
que se sostiene el orden social, si quieren sitúen allí las pala-
bras, los mandatos, las ordenes, los mensajes, los códigos, etc.
En ese material se mueve la demanda pero porta, cada deman-
da, un algo que no está hecho de ese material. Ese algo a lo que
toda demanda apunta está articulado en ese material, que es la

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ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

materia prima de toda demanda, pero ese algo, no lo olviden,


no es articulable.
En la lengua francesa el término demandar es de uso mucho
más coloquial que en nuestra lengua, tal como nosotros usa-
mos el término pedir o por favor. Teniendo en mente esta con-
sideración, circula entre nosotros y con aceptación la fórmula
importada «toda demanda es demanda de amor». Tengamos en cuen-
ta que así como de amor también de odio y de indiferencia.
Todos estos referentes del algo quedan articulados en la deman-
da, aunque, repito, no son articulables en la dimensión lógica
del significante, y que se articule complejiza esta temática has-
ta el límite de confundir la carencia como antecedente lógico
con cierta falta estructural.
Sintetizando: en toda demanda hay que considerar un punto
irreductible, incondicionable, y sobre este punto irreductible
de toda demanda se engarzará la causa de la Ley. Esto lo ade-
lanto, luego lo trabajaremos más en detalle.

Ahora doy un salto y quiero detenerme, para seguir con el


tema de las adicciones y el consumo, en el mito griego del
nacimiento de la embriaguez, por decirlo de una manera fres-
ca. Hace unos diez años escribí un texto sobre el alcoholismo,
se llama La degradación del alcoholismo, allí situé este relato que
pertenece a un capítulo del libro «Las coacciones del deseo. Antro-
pología del sexo y el género en la antigua Grecia». El capítulo es «La
risa de las oprimidas» de John Winkler. Es el mito de base que
explicaba el origen del festival que se reiteraba cada año en la
antigua Grecia. Se llamaba a esta fiesta Haloa, era un festival
ático que se corresponde con el corte de la vid y la cata del
vino que ya había sido reservado. En esa festividad se presen-
taban preponderantemente imágenes vergonzosas de genita-

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CLASE 1ª

les masculinos, acerca de las cuales los partícipes proferían


que eran un símbolo de la generación humana, dado que Dio-
nysos les había dado el vino como una droga tonificante que
estimularía el coito. El mito aclara que Dionysos se lo había
entregado a Icario, a quien algunos pastores mataron porque
desconocían cómo los afectaría el beber vino. Luego estos
pastores enloquecieron por haber obrado insolentemente con-
tra Dionysos mismo. ¿En qué consistía su locura? Percibían la
imagen misma de su vergüenza, es decir se descontrolaban
hasta mostrarse ante otros en estado de erección. Esto culmi-
nó cuando recibieron un oráculo que les dijo que recuperarían
la cordura cuando hicieran y erigieran genitales de arcilla. Una
vez que hubieron hecho esto, se liberaron de su problema.
Este festival entonces es una conmemoración de su experien-
cia. Esa festividad era llamada Haloa a causa del fruto de Dio-
nysos, ya que aloáy son los brotes de la vid.
Pero además de este festival de hombres había ese mismo
día una ceremonia femenina que se celebraba en Eleusis, en la
cual había muchas bromas y burlas. Allí las mujeres hacían por
su cuenta una procesión y estaban en libertad de decir todo lo
que querían; y, efectivamente, se decían unas a otras las cosas
más vergonzosas. Las sacerdotisas se acercaban furtivamente
a las mujeres y les susurraban en los oídos ⎯como si fuera un
secreto⎯ recomendaciones a favor del adulterio. Todas las
mujeres se expresaban unas a otras cosas vergonzosas e irre-
verentes. Transportaban además imágenes indecentes de ge-
nitales masculinos y femeninos. Se les proporcionaba vino en
abundancia y las mesas estaban cubiertas con todos los ali-
mentos de la tierra y el mar, excepto algunos. En las mesas
había también genitales de ambos sexos hechos de masa.

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ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

Winkler comenta que parecía como si, en medio del llu-


vioso invierno griego, los hombres y las mujeres, separados
unos de otras, tuvieran que realizar un rito conmemorativo
representando algunos temas del sexo y el género. Los hom-
bres celebraban al vino y sus poderes de estimulación, contan-
do la historia de cuán sorprendidos se sintieron al principio,
cuando descubrieron que les provocaba erecciones. La idea de
que posiblemente iban a quedar inmovilizados de manera per-
manente en esa situación vergonzosa los impulsó a matar a
Icario. Nótese cómo esa situación vergonzosa se relaciona a
los efectos de la ingesta y a la ausencia de todo objeto o cosa,
⎯el algo de la demanda que decíamos⎯, que amerite esa si-
tuación comprometida y vergonzosa. Sigue Winkler:
La significación de los falos transportados en los desfiles
locales de las Dionisías rurales, según esta historia, refie-
re a la gratitud por haberse librado de un estado de sati-
riasis permanente. Es de imaginar que había una mezcla
de sensaciones respecto de esto: el vino es apreciado
como un tónico sexual, pero no sin el recordatorio de
los ritmos de la vida y el cuidado que los hombres debe-
rían tener para no ser dominados por sus propios miem-
bros más bajos.

El ritmo es precisamente aquello que en la satisfacción etí-


lica se descalabra y no puede encausarse de modo alguno, llá-
mese manía o descontrol. Winkler dice que:

... no se nos explica por qué las mujeres de Eleusis trans-


portaban imágenes de genitales masculinos y femeninos.
Pero la fenomenología de la fiesta como un momento de
alegre liberación sexual es bastante clara. Cuando las sa-
cerdotisas circulaban a través de la multitud y susurra-

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CLASE 1ª

ban consejos sobre el adulterio, la coacción más estricta


de las mujeres ⎯raíz de toda la angustia masculina me-
diterránea respecto de las esposas⎯ se quebraba. Su jue-
go con la idea del adulterio es, no obstante, un poco
circunspecto, no proclamado desde los tejados. Uno pue-
de imaginarse sonrisas perspicaces, miradas brillantes, tal
vez uno que otro sonrojo. Más intrigantes son los genita-
les de pastelería sobre la mesa. Es de presumir que se los
comían, y si era así, podemos preguntarnos con qué rela-
midas, qué pellizcos y mordiscos, qué gestos con la co-
mida y las propuestas de compartirla. Algo de ese com-
portamiento, además de la indecencia verbal, ha choca-
do al escolasta, que considera todo el asunto como des-
vergonzado.

Y, por ende, carente de justificación o explicación alguna.


Entonces digamos que, mientras los hombres en la festivi-
dad se avergüenzan pero necesitan el tónico y lo buscan y lo
prefieren entre amigos, dando claras señales de control y po-
tencia, ⎯que sabemos lo que dura⎯, las mujeres en su festivi-
dad complementaria se refugian en el susurro, en el secreto de
liberación, alabando la impotencia y la angustia del partenaire.
Mientras ellos festejan culpables maníacamente, ellas festejan
en la intimidad y con gratitud. Estos dos festejos enlazados al
mito del descubrimiento de los efectos del vino, festejos a la
par y decididamente genéricos, pensamos que bien pueden
estar representando esa misma separación y partición de dos
modalidades de la vida erótica según la posición del deseante:
una masculina, otra femenina. El referente en ambas es el falo
como común denominador y en clara oposición con los efec-
tos del vino, que se anota como un referente a veces aliado, a
veces enemigo.

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ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

En el artículo de mi autoría agregaba:

La relación en ambas escenas entre los falos y el vino, es


clara muestra de una satisfacción que requiere de un
objeto, si se permite el oxímoron, no objetivable, o di-
cho de otra manera, ambas escenas festejan la posibili-
dad de objetar los lazos legales establecidos: haciendo
presencia de lo que debe permanecer oculto.

Por hoy, dejo aquí resaltándoles otra vez esa contrariedad


y ese algo, esa cosa, que circula permanentemente sin poder
establecerse objetivamente de qué se trata, que adjuntamos a
toda demanda, y que articula la adicción y el consumo en la
hipótesis de que son articulables.

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Clase 2 ⎯ Psicopatología de la vida adictiva. Condicionamientos al amor, las rela-
ciones de pareja y a la amistad bajo efecto de consumo. La clínica llamada diferencial y
el lazo social. Discriminación del punto irreductible de toda demanda y su ligamen al
objeto de la Ley.

Una hipótesis básica para dar cuenta de los efectos del


consumo tóxico, es que dicho efecto consistiría en borrar,
suprimir, debilitar transitoriamente las barreras que denomi-
namos como el temor, la turbación, la vergüenza, el pudor, el
asco, etc. Sintetizando, el sujeto bajo efectos de consumo tóxico,
es capaz de realizar acciones que de otra forma no realizaría.
El problema se sitúa en el instante mismo en que el sujeto,
liberado de dichas amarras, se ve impulsado a realizar determi-
nadas acciones, pero su organismo no le responde, precisa-
mente por los efectos colaterales de ese mismo consumo. Se
declara impotente en el instante mismo de su máxima poten-
cia. La cuestión es más compleja, este resumen no puede acla-
rar muchas circunstancias, pero es un posible punto de parti-
da, así lo fue y lo sigue siendo para diversas teorías.
Si leen el artículo de Abraham, que retomo en mi ensayo
citado la vez anterior, esta consigna apenas está modificada
por algunos matices psicoanalíticos. Por ello me pareció inte-
resante retomar el tema a la altura del texto de Víctor Tausk,
un texto temprano, de 1913 que se titula: «Consideraciones sobre
la psicología del delirio de acción de los alcohólicos.»
A Tausk lo que le interesa fundamentalmente es conside-
rar lo que él denomina el problema psicológico del alcoholismo.
Tausk fue médico psiquiatra, abogado, escritor y psicoanalista.
Como psiquiatra tuvo oportunidad de trabajar en distintas clí-
nicas prestigiosas en donde tomó contacto terapéutico con

-25-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

enfermos psiquiátricos y alcohólicos crónicos. Les leo una


magnífica descripción de su autoría:

«Los estados de confusión son lo dominante en la mani-


festación de la mayoría de las intoxicaciones. Se caracte-
rizan esencialmente por la desorientación en el tiempo y
en el espacio, por el desconocimiento del medio. Ade-
más, como característica secundaria de las psicosis «tóxi-
cas» los clínicos han señalado ideas persecutorias; toman-
do en consideración alucinaciones en casi todos los ca-
sos (pero no indican la relación entre este fenómeno y el
de la confusión), y también el miedo, como fenómeno
dominante en periodos de crisis. En la psicosis por co-
caína es común observar efectos particulares, donde pre-
dominan el delirio de persecución y las paréstesis visua-
les (bola de vidrio, macroscopía) lo mismo que en las
grandes psicosis alcohólicas [observamos]: la alusinosis,
cuyos rasgos esenciales son el miedo, las alucinaciones
fantásticas, el delirium tremens con desorientación total,
alucinaciones en todos los dominios sensoriales y el ca-
racterístico delirio de acción»

Tienen aquí una excelente descripción psiquiátrica de los


fenómenos clínicos más destacados de las intoxicaciones cró-
nicas. Algunas seguramente nos resultarán poco conocidas en
la clínica que practicamos, en donde se trata de afecciones a lo
sumo agudas. Muchas de las que están así descriptas, gracias a
la actuación temprana de diversos psicofármacos, hoy en día
son poco frecuentes de observar. ¿Alguno de ustedes ha reco-
nocido en algún paciente el característico delirio de acción? Bási-
camente se trata de una idea persistente, certera, de que deben

-26-
CLASE 2ª

terminar un tipo de tarea o trabajo, obligándose tras diversos


esfuerzos para lograrlo, haciendo movimientos bruscos y pre-
cipitados. Por ejemplo: apilar ropa, que en el delirio se torna
en una apabullante cantidad de ropa, sin saber cómo esa ropa
llegó, ni quién la había acercado, pero lo que sí se impone es
un terminar de apilar toda la ropa. Todo parece marchar bien,
pero la cantidad de ropa no disminuye nunca, la sensación de
una impotencia incomprensible crece y al mismo tiempo la
sensación de que la cantidad de ropa va en aumento. Esto
sigue así, in crescendo.
Tausk apunta en su escrito a considerar una analogía entre
este delirio de acción y los sueños, particularmente un sueño
típico, el sueño de actividad. En estos sueños el contenido
evidente es la realización de una tarea, conocida o habitual
para el soñante, cuyo resultado final nunca es el deseado. La
atención está concentrada en la actividad, quisiera el soñante
realizarla pero ofrece tal vez un interés menor en función de la
finalidad perseguida, se presenta indefectiblemente una demo-
ra.
La situación afectiva está ligeramente teñida de ansiedad,
poca angustia, sensación de terminación del trabajo y a su vez
la prosecución del mismo en otra tarea, hay desconcierto, no
se adelanta nada, no puede desligarse, así sigue. Esto es similar
a lo que ocurre en el delirio de acción en donde el enfermo
emprende una ocupación cualquiera con el mejor humor, se-
guro de sí mismo, contento de no ver ninguna dificultad y al
cabo de un momento el trabajo no avanza más: o bien cree
que la tarea emprendida se alarga demasiado, o bien se presen-
ta como una prueba de fuerza la que no es capaz de soportar,
con gran sorpresa de su parte. Se apura, se agota hasta utilizar
todas sus reservas, siente exactamente la sensación de resis-

-27-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

tencia física, y la angustia que genera tal proceso nunca llega a


grados extremos.
Tanto como en el delirio, en el sueño se desprende una
sensación de impotencia. Tausk liga está impotencia en el su-
jeto a un valor psíquico del goce sexual, a una brutal sensuali-
dad, a una falta de respeto erótico y moral con respecto al
sexo opuesto. Más que considerar el hecho evidente de una
impotencia física como causa, Tausk considera, en cambio,
una perturbación en las relaciones con el otro sexo, tal vez
alguna decepción, exagerado miedo a los efectos de una en-
fermedad venérea, la pérdida del cariño conyugal, olvido de
respeto mutuo, etc. Subraya que en todos los casos los efectos
del tóxico cumplen una doble función, proveen la suficiente
insensibilidad para olvidar el dolor por lo que el sujeto experi-
menta y, al mismo tiempo, le suministran un sucedáneo del
goce.
En ningún momento sostiene su interpretación en la posi-
bilidad del autoerotismo, es más, señala que la masturbación
es muy frecuente en las psicosis no toxicas, por así decir, más
no en los estados de alucinación o de delirium tremens de los
alcohólicos. El delirio de acción en la interpretación de Tausk,
debe considerárselo como un deseo de realización del coito y,
tal como ocurre en el sueño de actividad, el delirante alcohó-
lico se representa realizando ese deseo que no puede satisfa-
cer completamente en estado normal de vigilia y del que es
absolutamente incapaz de llevar a cabo en estado de intoxica-
ción. En otro contexto he discutido estas interpretaciones pero
no es el caso ahora, no las comparto, lo que quiero subrayar es
que el sujeto en estos delirios o en aquellos sueños se encuen-
tra en esa situación paradójica que lo declara liberado pero impo-
tente. Lo que me interesa resaltar por ende, es aquello que per-

-28-
CLASE 2ª

mite considerar tanto la estructura del sueño como la del deli-


rio, como semejantes o análogas en el punto en donde se re-
conoce una potencia impotente o una impotencia potente. No es tan
fácil admitir que la estructura del sueño y la del delirio sean las
mismas. Pero es cierto que muchos psiquiatras han considera-
do los delirios y las alucinaciones que se producen bajo efecto
tóxico como sueños: Delirios y alucinaciones oniroides los llaman
diferenciándolos de los otros. La consideración no es tanto la
de homologar ambos fenómenos sino la de establecer la rela-
ción con su sujeto.
Lo que se desprende del trabajo de Tausk en los análisis
que él emprende, es una consideración clínica esencial. Que si
vamos a hablar de represión y sublimación como destinos
posibles de la pulsión, en ambos casos y aún en los casos en
que estos mecanismos funcionan mal pero funcionan, o en
los casos que hay retornos o fallas de estos destinos, en estos
casos nos encontramos ante sujetos no psicóticos. Es decir,
sujetos en donde la falta de sí está taponada, contrarrestada,
obturada, etc. o dicho al revés, en donde la inexistencia del
Otro tiene un matiz preponderante, por lo que nos topamos
con la misma raíz del miedo, del temor, de la vergüenza, del
pudor, es decir allí donde falta el Otro.
De aquí que tanto en el sueño de actividad como en el
delirio de acción lo que se destaca es que el sujeto no deje de
realizar el trabajo que realiza, o aún más, que el sujeto detecte que
es imposible dejar de realizar ese trabajo, aún en la máxima impoten-
cia. Se trata de un deseo de trabajo, no de empleo, sino de trabajo,
y qué réditos sacaría el sujeto de este trabajo no se sabe, pero
lo que queda claro es que de ese rédito poco o nada sabe el
mismo sujeto.

-29-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

Se puede llegar a decir por ejemplo, que este trabajo que


el sujeto realiza es por amor al Otro. ¿A qué Otro? Al Otro
de la demanda. Con toda la ambigüedad de la frase. Al que se
demanda o el que demanda. Ahí hay una relación estricta
entre la demanda y el amor, lo nombré la vez pasada, el
Otro puede demandar al sujeto algo mediante una exigencia
de trabajo, entonces el Otro me ama porque le trabajo. O
bien el trabajo es una forma en la que se reconoce como
amado en función de su esfuerzo.
Tausk señala al pasar que su experiencia como psiquiatra le
ha enseñado que los alcohólicos delirantes pertenecen en aplas-
tante mayoría a la clase obrera, es decir personas en donde su
empleo es prácticamente la única expresión de la sublimación
de la función sexual. Y nosotros por nuestra experiencia sabe-
mos lo que sucede cuando alguien pierde su empleo en un país
signado por la desocupación. Debemos sumar a la hipótesis
de trabajo sublimante, algún tipo de agravio a nivel amoroso
que dejaría al sujeto en su única condición de mero trabajador,
luego trabajador consumidor intoxicado. Podemos ir más le-
jos, debemos potencializar estos hechos, decíamos, al desocu-
pado que sólo encontraría una pobrísima sublimación en la
calle, en la esquina, etc.
Hay que precisar entonces que el objeto de la demanda,
cuando no es una demanda alocada, cuando es una demanda
entronizada en una ley, es un objeto que deberá resignar cier-
tas cualidades objetivas, para no chocar de lleno con esa ley.
Pero en esa ley no encontrará jamás la respuesta objetiva a su
razón de demanda. Es en la vía de esa ley en donde la deman-
da deberá alojar un objeto del cual la ley no suministrará infor-
mación alguna, salvo la de indicar qué es lo que se debe hacer o
bien hasta donde se puede hacer lo que se hará. Pues ya vere-
-30-
CLASE 2ª

mos que a esa ley no le corresponde objeto alguno. Es decir


que cuando hablemos del objeto de la demanda, el objeto del
amor, el objeto de la ley, estamos hablando de cierta similitud
en lo que refiere a ese objeto, similitud no igualdad.
Ninguno de los ejemplos que nombra Tausk nos permiten
suponer que se trate de un objeto determinado, siempre per-
manece indeterminado, sin embargo el escrito de Tausk dará
cuenta en función de una pregunta sobre la filogénesis del
símbolo onírico trabajar, en particular la referencia a un traba-
jo de Sperber, (que Lacan también recomienda, titulado «De
la influencia de los factores sexuales en el origen y el desarro-
llo del lenguaje»,), en donde se demuestra cómo el material
con el que el sujeto cuenta, para dar cuenta de este objeto
indeterminado, no es otro más que el significante (el signifi-
cante y no la significación) y la acción que éste introduce, que
es una acción paradojal, pues cuando más libre el sujeto del
significante está para accionar, más impotente se muestra ante
la no determinación determinada de ese objeto. Es en el seno
de este material y de esta paradoja del goce en donde el avance
del consumo tóxico genera las situaciones que Tausk señala.
Tal como en el mito griego que señalamos la vez pasada
que intenta señalar una salida en función de una potencia con-
trolable, (el falo como símbolo de esa potencia), en estricta
oposición a los efectos procurados por el tóxico, que poten-
cian sin control o que controlan sin potencia, los ejemplos de
los sueños de actividad o los del delirio de acción subrayan
esta idea de que el trabajo sostiene un sentido que de otra
forma se derrumba. Esto explica además, en parte, por qué la
mayoría de nuestros pacientes abandonan el tratamiento cuan-
do logran conseguir un empleo más o menos estable, sin omi-

-31-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

tir por ello la excusa que dicha acción les provee y que en
muchos casos se les vuelve en contra.
Vamos a continuar las próximas dos clases con las dos
películas que les nombré, lo que nos permitirá un panorama
más amplio de ejemplos puntuales entrelazados con historias
ricas en contenidos.

-32-
Clase 3 ⎯ Trainspotting. Ubicación y análisis de la problemática adictiva en
este filme destacado.

Vamos a considerar la presentación de dos películas. Hoy


comenzaremos por «Trainspotting» que es una película británica
de 1996 dirigida por Danny Boyle y basada en la novela ho-
mónima escrita por Irvine Welsh. Nos concentraremos en el
personaje principal Mark Renton, (Ewan McGregor) un esco-
cés heroinómano. La próxima seguiremos con «Réquiem para
un sueño.»
El objetivo final es crear una suerte de entrecruce entre las
posiciones de los personajes centrales de cada película.
Comencemos por «Trainspotting». El argumento es senci-
llo. Se trata de la historia de un joven que, atrapado en un
consumo adictivo de heroína, intenta con todas sus fuerzas
salir de ese estado y pasar a otro. Es una historia de pasaje. En
este pasaje tanto el filme como también la novela, (que no
coinciden absolutamente, veremos en qué) destacan un rasgo
basado en lo impulsivo, en un hacer esforzado, en un esforzar-
se. Sabemos que esta lógica, en un sentido fenomenológico, se
encuentra basada en un erotismo que denominamos anal, y la
película cala hondo en ese sentido, recuerden la escena pop en
el retrete del baño de la peor cantina de Escocia, agreguen,
además, los reiterados comentarios soeces, groseros, displi-
centes.
Por mi parte, prefiero situar al personaje en un «soy, no
pienso» dada esa elección forzada entre un «no soy o no pienso»
que Lacan sostiene, por ejemplo en el trimestre inicial de su
Seminario «Lógica del fantasma». Parece contradictorio, en prin-
cipio, pensar ese erotismo, tan congruente con la neurosis lla-

-33-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

mada obsesiva, situándola en un Soy y en un No pienso, pero así


lo hace Lacan. Veremos a qué nos conduce esta corrección.
El personaje se ubica en un Soy, que no refiere tanto a una
identidad definida que a todas luces se observa cómo rechaza
y hasta con cierto cinismo. El Soy refiere a ese «ser eso» que
Freud ubica en su segunda tópica, en el Ello: el Ello es, Soy ello.
El Pienso, en cambio, hay que ubicarlo respectivamente en la
primera tópica, en el Inconciente: allí donde se piensa, en el
inconciente, no se es. Si trasladamos esto al personaje, feno-
menológicamente un ser pensante, destacadamente muy pen-
sante, obsesivamente pensante, podemos suponer que lo que
él coloca en primer plano es su pensamiento, pues bien no, lo
que está en primer plano es el control de ese pensamiento,
porque todo el mundo cree que el pensamiento es un bien que
se posee y el obsesivo, además, supone poder controlarlo. Pues
bien, esos pensamientos jamás le abrirán la puerta al incon-
ciente, son pensamientos llamémoslos, falsos. Hay un Yo, un
yo soy, que intenta alojarse en algún lugar, que aspira a obtener
su carta de triunfo, despojándose del pensamiento en la medi-
da que intenta controlarlo. ¿Qué obtiene? Una ampliación del
dominio que intenta controlar, un yo soy que le impide soste-
ner que exista algo que quede por fuera de esa ampliación,
algo que no se incluya en ese dominio. La premisa que se ins-
tala es que no hay fuera de ese todo, que no hay fuera de esa am-
pliación. Si es que hay un más allá, se torna inalcanzable, im-
posible, desvalorizable, en fin, nombres que sitúan ese más
allá.
Recuerden en este punto lo que situamos respecto de la
demanda, no es que no se ubique allí una demanda porque eso
es inalcanzable, imposible, desvalorizable, lo que pasa es que
todo aquello más allá se transforma en una mierda, entonces se

-34-
CLASE 3ª

demandará eso ¿para qué demandar eso si es mierda..?, para


seguir ampliando el dominio, puesto que el límite de ese domi-
nio sitúa ese imposible del más allá. A este empuje al imposi-
ble, este deseo de lo imposible, deseo que se puede nombrar
en el sentido erótico como anal, expulsivo y retentivo, ambi-
valente, lo situamos respecto de un «Soy, no pienso». Un egoís-
mo en estos términos: Yo soy.
Lo importante es situar esa ampliación como un intento
de pasaje, como un esfuerzo, como un intento de sustraer va-
lor de verdad a lo que se ubica más allá, en el fuera que no hay. Y
no es que la verdad sea algo, sino que brinda un valor, como se
dice, un valor agregado. El ejemplo a tener en mente podría
ser el de la mercadería en depósito, retenida o impedida de
circular en el mercado, que incrementa su valor. ¿Cuál valor?
El de uso obviamente no, porque está retenida, inhibida de
circular. Se trata del valor de cambio. Si algo está más allá, inal-
canzable, tiene valor de cambio, pero no de uso. Esta distin-
ción operativa, valor de cambio por sobre el valor de uso, es lo
que se observa continuamente en la película como si se tratara
de un ideal cínico. Aparece en la predisposición a lo ilegal como
lo contrario al uso común, lo turbio como lo opuesto a lo
despejado o transparente de las relaciones «normales». Son
imágenes degradadas, según un punto de vista exterior, que
no pueden ser asumidas por el personaje en cuestión, porque
para él lo que realmente importa es el valor de cambio, no el
de uso: hay allí en juego un valor de verdad, no de saber. El saber
de los especialistas, eso pertenece al mercado del saber. Al
personaje le incumbe la ampliación, cierto empuje a ese impo-
sible, la ampliación del dominio del Yo soy que controla. In-
sisto, desde un punto de vista exterior al personaje se lo puede
clasificar como un psicópata, antisocial, delincuente, y mucho

-35-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

más. Pero desde el punto de vista del personaje la lógica im-


perante es otra. Sobre este ítem volveremos a lo largo del cur-
so, considero que es un punto nodal y donde se empantanan
muchos tratamientos posibles, puesto que roza la moral de las
buenas costumbres, como se dice.
Este empuje a su vez se entrecruza con la demanda en el
Otro, que es más entendible que decir demanda del Otro, pon-
gan allí como imagen de ese Otro a la madre del personaje si
quieren, es una madre muy particular, en la película no la con-
sideran demasiado salvo en las escenas en donde ella junto
con su esposo (dado que no se lo aprecia como padre) inten-
tan poner cierto orden a la situación del consumo, encerrán-
do a su hijo cada vez más, hasta situarlo en su dormitorio bajo
llave. Esto es un detalle a tener en cuenta: ese encierro, similar
al que nos solicitan muchos familiares respecto del adicto en
consideración, apreciando ese encierro como una solución
posible, en algunos casos como la única posible, esa tentativa
de encierro como salida se observa bien en esa escena de la
película.
Esa demanda se encuentra taponada, obturada ⎯desde el
punto de vista del personaje⎯ porque es desde ese Otro des-
de donde la respuesta le aparece y como mensaje invertido:
donde el Yo soy auspiciaba la ampliación y el máximo domi-
nio, llegando como dijimos a límites insospechados, surge como
respuesta desde el Otro la posibilidad de encierro. Pide am-
pliación, obtiene encierro.
Preguntémonos: ¿qué es lo que brinda sentido a ese em-
puje, a esa fuga, a la construcción de un mundo sin afuera? El
dolor es lo que brinda sentido. Pero al dolor se lo puede anal-
gesiar, y ahí tienen una de las funciones del consumo, sostiene
analgésicamente al dolor, lo hace asumible en su inasumibili-

-36-
CLASE 3ª

dad. Este punto también lo trabajaremos luego, por ahora les


pido que consideren que el personaje encuentra ese dolor y lo
ubica a lo largo y ancho de toda su joven existencia.
En este punto la historia tiene un corte, no sé si lo precisa-
ron, el personaje se da cuenta, se anoticia en un momento
determinado, que el dolor se puede ir, como si él creyera que
el dolor es eterno. En rigor el dolor se hace sentido, el dolor
va al lugar del sentido. Mark llega a precisar: «Cuando desapa-
rece el dolor empieza la batalla», y la resultante o conclusión es
«querer encontrar algo nuevo».
El personaje intenta irse, de hecho se va a Londres, y allí
progresa en lo suyo, trabaja, ahorra, se desengancha del con-
sumo. Hasta que algo de lo que dejó retorna, se trata de sus
amistades que le siguen pisada. Es interesante precisar cómo
el personaje se reubica rápidamente en un fantasma, que no
podemos decir que haya desaparecido, en un fantasma de ser
pisoteado, ser cagado, etc. La amistad aparece como la figura
de cierta endogamia que no cede. Esto continúa hasta que
debe volver a su pueblo al enterarse del fallecimiento de un
amigo de consumo. Es la escena de la toxoplasmosis, funda-
mentada en un regalo que este amigo fallecido le quiso hacer a
su amada, quiso regalarle un gato a ella porque ella había teni-
do un hijo. Regalo rechazado claro está, más que regalo una
mierda (aunque sabemos según Freud que en todo regalo fun-
ciona la ecuación) pero en este caso digamos, tan mierda, que
funciona como un rechazo brutal. ¡Hay cosas que no se pue-
den aceptar! Pero el amigo se lo queda al regalo, al gato y
como era portador de H.I.V., además descuidado y abandóni-
co, los excrementos del gato en su cuarto –la imagen del cuar-
to vacío con un colchón en el piso⎯ fueron el foco de esa
enfermedad, inicio del fatal desenlace. Allí en ese retorno de

-37-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ.

lo mismo, Mark comienza a consumir nuevamente, y comien-


za a gestarse, no en él que se presenta como una víctima según
su fantasma, comienzan a darle forma al «chiste final», como
lo llaman. Una tranza que es un fiasco que resulta conveniente
sólo para ellos. Es muy divertido. Y cuando todos duermen, él
se retira con el dinero, se va, se exilia definitivamente. Esto lo
trabajaremos luego, necesito precisar algunos tópicos, por ahora
subrayo, deteniéndome en esto:
1⎯ El valor de la mirada, por eso usé esa frase, «cuando
todos duermen», es decir cuando los ojos están cerrados, la
mirada que se nos presentará suplementando a la pulsión anal,
tan trabajada por Freud.
2⎯ La salida en la vía del exilio y el atravesamiento de ese
imposible sin afuera, como un acto final, el «chiste final» como
lo sitúan en el filme.

-38-
Clase 4 ⎯ Réquiem para un sueño. Ubicación y análisis de la problemática
adictiva y social en este filme destacado. Analogías y diferencias entre los personajes de
los dos filmes tratados: Mark y Harry.

Seguiremos con el segundo filme «Réquiem para un sueño»


que elegimos, en la idea de entrecruzar en el análisis a los dos
personajes centrales de cada filme aunque en el Réquiem… se
trate de un cuarteto de personajes anudados. Anudar cuatro
siempre manifiesta una potencia, otro ejemplo está en lo que
sucede con la música de este filme, cuya base compositiva re-
fiere con éxito a un cuarteto de cuerdas quien brindará ese
sostén musical.
«Réquiem para un sueño», es el segundo y controversial filme
de Darren Aronofsky del año 2000, con música de Clint Man-
sell (ejecutada destacadamente por el Kronos Quartet) sus
personajes son Sara Goldfarb (en la personificación de Ellen
Burstyn, quien ganó varios premios por su actuación), Harry
(Jared Leto), Marion (Jennifer Connelly), Tyronne C. Love
(Marlon Wayans). Nos concentraremos en el personaje de
Harry, un cocainómano.
El comienzo está situado en la casa de la madre de Harry,
la señora Goldfarb. Harry precisa del televisor para empeñar-
lo. El diálogo se sostiene en un clima de culpabilidad mutua
entre madre e hijo, «¿Es esto lo que quieres tú? ¿Acaso esto es
verdad?», no hay intercambio de nada, nótese la ubicación de
cada personaje en compartimentos estancos, sin conexión,
salvo en lo que se oye. Esto se repite en el filme como un
recurso, por ejemplo se particiona la pantalla muchas veces,
en el intento mediático de problematizar la relación entre dos,
entre uno y el otro, aunque en rigor son dos unos, nunca son
-39-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

dos, se trata de uno y el uno. Lo que fluye es el sonido, eso no


encuentra topes y la película es admirable en este punto, el
sonido, la música, los ruidos están integrados, no forman par-
te de un sostén, de un telón, no es música de fondo, está abso-
lutamente articulado. La música del compositor Clint Mansell
ganó muchos premios, la banda de sonido es sumamente re-
comendable. Pero lo importante es la integración que se logra
con la música, en función de esta partición permanente entre
los personajes.
La película tiene tres episodios, verano, otoño e invierno.
Va en picada, de lo cálido a lo frío. Del intentar juntarse a la
soledad. Harry necesita del otro, del partenaire, en esta necesi-
dad primero se sitúa a la madre, de donde Harry se prende, o
cómo se dice, de dónde cuelga, porque Harry vive «colgado» y
cuando está colgado, es decir, cuando menos distancia refiere
a su partenaire, o mejor dicho a ese fantasma, es allí en donde
tiene sus ideas maravillosas, salvadoras. Allí donde Harry pien-
sa, allí donde su pensamiento, sus ideas hablan por él, allí Ha-
rry no es, sino que está «colgado». ¿De dónde se cuelga? De lo
que se supone que el Otro quiere de él, en suma, que triunfe.
Hay situada una demanda con matices de necesidad, el Otro
quiere, quiere más que lo que le demanda.
«Pienso, no soy», es la alternativa que triunfa en Harry. Harry
es un impostor, no porque mienta, sino porque su posición es
la de causar en el otro. Y tampoco se trata de que él no lo sepa,
puesto que se trata de una verdad que Harry designa. Por esto
es muy importante esa fantasía diurna de Harry, la fantasía del
muelle, porque allí es un pienso el que triunfa, es un pensar
inconciente, Harry se deja llevar en esta fantasía diurna, casi
un sueño en vigilia. Se explica en parte en la segunda escena, la
de la torre del edificio, desde donde se ve el mar, allí donde

-40-
CLASE 4ª

pasan horas con su novia, allí se ve el muelle y la gran antena


del fondo que aparecen insertados como elementos en la fan-
tasía. Ellos están por encima, al borde del peligro, se divierten
inocentemente, Harry la lleva, la conduce. Pero Harry tiene
un plan, lo ha pensado, se lo comunica a su novia. «¿Cuál es la
ventaja?», le interroga su novia, no hay respuesta. La ventaja,
agregamos nosotros, es un pienso, puesto que en ese pienso no
se impone un soy. Es la clásica elección forzada, fuera de trans-
ferencia claro está, pero es así como comienzan muchos aná-
lisis, adecuadamente a lo que Freud esperaba de su dispositivo
al operar con la asociación libre, un pienso libre de ser. ¿Qué suce-
de en Harry con sus sensaciones, con sus sentimientos, con su
sentir? Sucede lo mismo que con su cuerpo, se integran a ese
pienso y queda por así decir, inmovilizado, demorado allí. El
cuerpo será un cuerpo hecho de pensamiento. Esto introduce
a la necesidad en el Otro, es decir que el Otro sea quien haga lo
que hay que hacer, Harry le presta ideas, tiene ideas, él causa, el
otro las ejecuta.
Él está allí, en ese pensamiento, pero ¿en dónde verdade-
ramente está? El sujeto se encuentra chupado, absorbido en
ese contexto, casi sin límites en ese mar de culpabilidad sin
responsable. La pulsión que domina es la oral. Parece que nada
se sustrae a la circulación, todo es permutable, intercambiable,
nada es propio. Es el mundo de la equivalencia. Lo que queda
sustraído es el patrón, lo que permite medir, sacar conclusio-
nes, etc. Todo vale, es decir no hay valor que no sea valor de
uso.
Reitero, allí está el valor de esta fantasía, primero en un
ensueño, el ve el muelle, allí su novia que se da vuelta y lo mira,
corre va a abrazarla, y cuando lo logra… un ruido lo vuelve a
la realidad como se dice, ¿cuál realidad?, la de la espera. Llegó

-41-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

su amigo con la mercancía, Harry tiene esa fantasía mientras


espera que el otro haga. El ruido es importante, les dije que es
lo que atraviesa esos encierros del pensamiento, lo que coper-
tenece a otros espacios, otros tiempos. En fin, el corte a esa
suerte de autismo del pienso, no soy.
La cosa funciona, hay ganancias. Son buenos momentos,
de felicidad, de pasión, viento en popa, el clímax del verano.
«Voy a sacarte los ojos», le dice a su novia. Es un signo de
amor. Quiere hacerle un regalo a su madre, él la quiere. Va a
visitarla porque de hecho la tiene abandonada. Le dice que
está de novio y que trabaja de «distribuidor». La madre lo feli-
cita, recuerda a su novia, era de su pago, de donde ellos vie-
nen, de Manhattan Beach, un pueblo ribereño, a orillas del
mar. Pero la madre sólo quiere una cosa, que Harry sea feliz y
que le dé un nieto, recuerda al esposo, el padre de Harry, él se
pondría contento sabiendo cómo Harry cuida de su madre.
Destaco simplemente cómo en ese diálogo de sordos algo
circula bajo la forma de «El fin sobre los medios», como si lo
importante fuese lograrlo, más no importa cómo, con que
costos, qué sacrificios. Lo que se denomina sobre-adaptación.
Esto produce un afecto, es decir algo que no se traduce a nivel
del pensamiento, que no hay palabras para traducirlo, eso irrum-
pe y el consumo, es la función del consumo en este caso, lo
«ahoga», creo que es el término más adecuado, ahoga a esa
sensación, a ese afecto que surge, lo hace olvidar.
Y bien, ¿qué es un Réquiem? Composición musical para la
misa de difuntos, lo que se escucha mientras los deudos lloran
a sus muertos. ¿Por qué tendría que haber música en esa oca-
sión, qué función cumple esa música? Las críticas de esta pelí-
cula ponen el acento en el sueño, el sueño que se muere. En
absoluto se muere, por eso el réquiem, para disimular, para

-42-
CLASE 4ª

ahogar ese afecto, que es lo que no puede morir, lo que no se


puede olvidar. Un réquiem perdura, como ese sonido que atra-
viesa todas las paredes, lo invade todo, como la conciencia de
culpabilidad, a la que Freud llegó a nombrar como triunfando
en lo inconciente, es decir el reino del pienso.
Pero a todo verano le llega su otoño. Se declara una guerra
de narcos en la que ellos quedan inmersos. Comienzan las pe-
sadillas, toma conciencia de su infección, de su cuerpo, nada
hace. Le dicen que es suya la culpa por el faltante, nada hace.
No quiere poner su cuerpo, sólo piensa, que la tarea la haga
otro, él a lo sumo, acompaña. Necesita dinero, así como antes
se lo quitaba a su madre ahora se lo quita a su pareja, sabiendo
cuál es el costo, surgen los celos fundados pero impedidos de
fundamentos. «Eres un perdedor» le dicen, pero la pregunta
es ¿qué tiene para perder? Surge un nuevo plan alternativo: la
búsqueda del preciado bien, del calor en Florida, la salida a
otro estado, pero recordemos que no hay particiones. Se está
hundiendo, es el final, no es el fin, es el final. Tal como cuando
termina un capítulo, la novela sigue. Le explota la infección, le
amputan el brazo, vuelve a tener la fantasía, ahora en un sue-
ño, él corre, ¿hacia dónde?, hacia su amada que desaparece, no
la encuentra, se cae del muelle. Otra vez un ruido, una voz, él
no la escucha, el otro sí, en el caso es la enfermera, él gritó el
nombre de su amada mientras dormía, pequeño sonambulis-
mo. Pero resulta que él ya se había despedido de ella diciéndo-
le que volvería. La película termina con sendas posiciones fe-
tales de cada personaje, lo que acentúa que el sueño ⎯o me-
jor, el dormir⎯ continúa. Música de réquiem.

Articulemos las posiciones de los dos personajes centrales


en ambas películas desde nuestro análisis: Mark y Harry. Am-

-43-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

bos consumidores con claras características adictivas, funda-


mentalmente uno de heroína en la Escocia de los 80, el otro
de cocaína en las cercanías de Nueva York por los 90. Consu-
midores adictos pero no de igual forma. Consideremos, por
ejemplo, el problema del límite al consumo, cómo se estructu-
ra. En Mark lo consideramos como un todo que no tiene fuera, en
Harry como un todo que no tiene dentro. Ambas carencias, la de
fuera o la de dentro, ponen en juego una posición subjetiva en
relación a lo que se espera de ellos (vía demanda o necesidad),
pues ellos son, en tanto hijos, la esperanza de su Otro.
Piensen en las madres de estos personajes, muy particula-
res ambas. Mark no puede considerar siquiera lo que esperan
de él, de hecho la novela aclara que su madre pone su mirada
en él como hijo, cuando fallece su hermano mayor, que había
nacido con problemas neurológicos. Cuando esta madre se
queda sin el hijo que tantas dedicaciones requiere, posa su
mirada en Mark, como si hasta ese momento hubiera sido un
hijo sin madre. No importa tanto si esto coincide o no con la
situación específica, pues esto es lo que dice Mark en la novela
cuando se enfrenta con un Psi, como él lo llama. Como esta
situación no está contemplada en la película, tampoco hay lu-
gar para la historia de su hermano, ven qué importante es lo
que se dice ¡hasta en el guión de la película eso funciona aun-
que esté ausente! Pongan ahí, si quieren, el tema del duelo por
un hijo y esa mirada omnipresente a partir del momento en
que un hijo muere para esa madre. Harry en cambio depende
de una madre que ha enviudado y que no deja de tener rela-
ción a esa falta, una madre que prefiere no ver, sometida al
mundo del espectáculo, allí donde parece no compadecer pér-
dida alguna. Una madre sin falta, taponada, que tiene a su es-

-44-
CLASE 4ª

poso en sus labios permanentemente. Una madre sin hijo. Por


supuesto, son figuras descriptivas estructuralmente hablando.
Desde el punto de vista de la demanda que circula, en Mark
la demanda es del Otro –demanda de característica anal, Deman-
da en el Otro, habíamos dicho⎯ demanda de ser algo en su
deseo, no un objeto, pero el caso es que si su Otro se lo de-
mandara, ¿cómo podría él no quedar expuesto, en esa lógica, a
ser un desecho, a ocupar el lugar de ese hermano enfermo? El
corte que adviene, en conectividad con esa demanda, no pue-
de constituirse sino como un corte ambivalente. En cambio
Harry se posiciona respecto de una Necesidad del Otro, allí se
ubica entrampado, pues lo que necesita su Otro lo será res-
pecto de una falta en la que él no puede ser sino para su Otro.
Por ejemplo ¿qué lugar puede ocupar él en la fantasía del ves-
tido rojo de su madre, el vestido que ya no le cierra más, el que
usaba antes de ser madre, el que produce una necesidad irre-
frenable de adelgazar? Allí no hay lugar para Harry. O cuando
su novia le reclama que haga algo en vez de quedarse drogán-
dose con ella, que haga algo, pero no sabe qué. Esta es la im-
posibilidad, porque no hay salida a esta necesidad en el Otro,
sea lo que sea, viene del Otro, le resulta ajena aunque acucian-
te, es endogámica.
En Mark aparece como dijimos el dolor. En Harry apare-
ce el cuerpo. El dolor sentido, el cuerpo sentido. El problema
es cuando ese sentido, pierde sentido. La función del consu-
mo es la de sostener ese sentido, analgeciando el dolor, olvi-
dando el cuerpo. Se sostiene el sentido, hablo del sentido, no
de la significación. Cuando el dolor cesa ⎯en este caso es el
dolor de la abstinencia⎯ cuando el cuerpo se cura ⎯en este
caso es el cuerpo orgánico⎯ puede surgir una presencia que es
intolerable, que no circula, que no tiene sustitutos posibles:

-45-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

para Mark será la mirada, para Harry lo invocante. Lo intole-


rable de un corte en relación a estos objetos, que solicitarán
un acto del sujeto en tanto significante. En ese punto los títu-
los de las películas sitúan un nombre para ese goce que no
caduca, que no cae. Para Mark ese corte es lo contrario de la
significación de Trainspotting, del juego de mirar, aunque hay
algo del transporte, de la circulación, del pasaje como decía-
mos. Para Harry será lo opuesto a la significación de un Ré-
quiem…, a un espectáculo, que sostiene sin querer o que pone
en juego una pérdida. El sujeto tiene sus razones para acceder
o para no ceder a ese goce.

Ese goce se relaciona a lo que da sentido a la vida de esos


sujetos. Está en juego, como trabajaremos más adelante, un
concernimiento de características éticas.
Lo seguiremos trabajando dije, porque antes tenemos que
ir precisando algunos tópicos, consolidando nuestra argumen-
tación, porque hemos dicho muchas cosas fenomenológicas,
que tendremos que retomar y no sólo en el sentido aclarato-
rio, sino como advertimos al comenzar este curso, retomar
haciendo decurso.

-46-
Clase 5 ⎯ En qué se relacionan la demanda y la pulsión. El Yo cuando es
objeto y el lugar del objeto de la Ley. Las diversas respuestas del adicto a la problemá-
tica.

Cuando Freud en «Más allá del principio del placer» separa


⎯como necesidad ficcional⎯ una capa exterior protectora
de otra capa interna, bajo la premisa de que «la tarea de prote-
gerse contra los estímulos es más importante que recibirlos»,
se topa con un tema que merece, siguiendo la metáfora, un
profundo tratamiento. Puesto que este tema involucra a la te-
sis kantiana de las formas transcendentales según la cual se
establece al tiempo y al espacio como formas a priori necesa-
rias al pensamiento y por ende, no pensables por el pensa-
miento mismo. Respecto a este punto, en forma contraria a
esta tesis, Freud sostiene que hay procesos anímicos incons-
cientes que son a-temporales, a-espaciales, es decir que no se
ordenan témporo-espacialmente y que el tiempo-espacio ⎯es
decir los a priori⎯ no los altera en nada. Lo que Freud defien-
de contrariamente a la tesis kantiana es que:

⎯Si hay un fin de la pulsión es «la restauración de un


estado anterior de las cosas».
⎯Si hay restauración, ésta es siempre parcial, es decir
refiere a una restauración irrealizable, fragmentaria.
⎯Si se refiere al fin, éste se presenta inhibido.
⎯En lo que respecta al objeto de la pulsión, éste no es
objetivable y refiere a ese estado nombrado como «ante-
rior de las cosas».

En este punto debemos rescatar un valor ineludible para


todo proceso anímico inconsciente: la definición de que se
-47-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

trata de pensamientos no localizables dentro del espacio-tiem-


po, es decir no intuibles o bajo algún proceso de la intuición
más allá del pensamiento. Que dichos pensamientos incon-
cientes no son referenciales entre sí (relativos al antes-des-
pués, adentro-afuera) e instituyen, cada vez que se articulan,
una falta en la medida en que destotalizan al sistema que quiere
englobarlos, a todo universo al que no dejan de pertenecer.
Introducen cada vez, repetidamente, un olvido que impide la
constitución de un ser con atributos de coherente, cerrado,
consistente, compacto.
Contrariamente a Kant, el pensamiento inconsciente en-
tonces no tiene a priori, es decir que se sostiene de una nada
cada vez, se apoya en el olvido. Esto hay que resaltarlo, se apo-
yan en un elemento que no es homogéneo a sí mismo. Por
ejemplo:

⎯Si el pensamiento requiere de un Yo ubicable en


tanto ser, en el pensamiento inconsciente entonces ubica-
remos nada de ese Yo, por ende ubicaremos un no-ser
inreferenciable, un pienso, no soy.
⎯Si la estofa del pensamiento es significante, el so-
porte del pensamiento inconsciente entonces, no es signi-
ficante.
⎯Si la función del pensamiento inconciente es repre-
sentar representaciones, entonces al menos hay una re-
presentación imposible de representarse, una representa-
ción olvidada de sí para las otras representaciones.

Por lo tanto Freud necesita oponer, conforme a las resul-


tantes de su experiencia, a las formas transcendentales o a prio-
ri del pensamiento kantiano, un objeto, una nada, una falta,

-48-
CLASE 5ª

una pérdida ⎯luego precisaremos mejor estas distinciones.


Necesita situar una fractura, una escisión en ese pensamiento
inconsciente, algo inaccesible para el sujeto en cuestión, es
decir para el sujeto del inconsciente. Algo que resulta inaccesi-
ble, absolutamente contrario a toda forma transcendental, in-
tuitiva. Más que un a priori, un ex priori, más que un anteceden-
te, un excedente.
En términos pulsionales, podríamos situar un límite, una
acefalía, una pérdida de apoyo, una escisión de arranque, una
satisfacción o goce inaccesible, por siempre perdido y jamás
reencontrado. En este punto es preciso percatarnos de algo
esencial en este tema, algo difícil de asir: que en todos estos
tópicos lo que siempre triunfa o se destaca es lo no idéntico a sí.
Es decir que ninguna satisfacción o goce de la vida pueden
situarse en este punto como idéntico a esta pérdida. No hay
identidad posible: es una pura diferencia consigo mismo. El objeto
de la pulsión en este punto, es lo más variable, pues conserva
consigo la marca de esta diferencia y no puede restaurar más
que esta pérdida, nunca jamás su identidad, nunca ese «estado
anterior de las cosas», y en este punto vale pensar en una po-
sibilidad que nuestra lengua nos brinda en el futuro anterior:
habrá sido.

Retomemos en este punto el valor que le dimos al objeto


de la demanda, en la medida en que reconocíamos que lo in-
condicional de toda demanda refería a un objeto que está arti-
culado aunque no es articulable. Este objeto puesto en fun-
ción en la demanda propone y delimita este mismo problema
que Freud nos presentaba, pues no hay referente que pueda
refugiarse allí, sin embargo se demanda y se lo demanda. Y no
es que dicha demanda no pueda encontrar satisfacción, sino

-49-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

que la pregunta es cómo logra dicha satisfacción, entendiendo


que implica una pérdida del referente, que no es lo mismo que
indiferenciación.
Estamos pues en el meollo de la función de la demanda en
su entrecruce con la pulsión, en el empuje que manifiesta por
abrir permanentemente una fractura, una fisura. Una cuestión
práctica es preguntarnos si nosotros vamos a cerrar a estas
fracturas, a estas fisuras. Si vamos a operar en la orientación de
imprimirles una identidad que no hay.
Si lo haremos, entonces seremos kantianos mal que nos
pese. En este punto les propongo que lean en sentido oblicuo,
la «Crítica de la razón práctica» el texto de Kant, pues allí po-
drán situar a un objeto específico de la aporía kantiana, el ob-
jeto de la ley en su relación con las máximas y con la voz de la
conciencia.
En cambio, si no vamos a cerrar, si pergeñamos en el ca-
mino de esa fractura, de esa irrealización del descubrimiento
freudiano, entonces deberemos situarnos en el decurso de su
objeto, en determinarlo en una satisfacción cernida, en su par-
cialidad, en su imposible restauración, en su final inhibido.
La pregunta será por el sujeto de esta pulsión o de la de-
manda en su relación al objeto en cuestión. En fin, la pregunta
se orientará por las vicisitudes de esta pulsión o de aquella
demanda. Por eso insistimos tanto en el sujeto que se despeja
de la dos posiciones posibles entre un pienso, no soy y un soy, no
pienso. Allí está la segunda vuelta freudiana, su segunda tópica,
no intentando armar un Yo que se había desvanecido en el
pienso inconciente, sino reubicándolo dada esa falta en ser in-
conciente en un soy cuya estofa no es el pensamiento, fuera de
toda identidad posible, porque Freud siempre supo que la iden-
tidad es de pensamiento. Entonces, la relación del sujeto con

-50-
CLASE 5ª

el objeto, no puede situarse en una relación de tipo vincular


que no contemple la fractura, el quiasma, o en términos acor-
des a nuestra temática, la fisura. Allí conviene ubicar un signo
algebraico opuesto al signo igual, que en el álgebra de Lacan se
escribe rombo.

= | ◊

Basta considerar la permutación, la variación que se produce


cuando, siguiendo el desfiladero incesante por el que es con-
ducido alguien fiel a su deseo, arremete una demanda que lo
conduce vaya uno a saber dónde. Si el sujeto pretende que
dicha demanda sea consecuente con su deseo, sabiendo ⎯o
no⎯ que no podrá encontrar respuesta a dicha demanda, en-
tonces se separa de sí mismo, se desprende de lo más íntimo
de su ser, rehusa de sí. ¿Qué le sucede? Tienen así presentada
a una de las figuras de la falta de sí, la más paradigmática: el
fuera de sí. Se dirá de ese sujeto que está fuera de sí. Una fractu-
ra expuesta. No estoy hablando de un fuera de control, estoy
hablando de un fuera de sí, de alguien que fue conducido a lo
peor, es decir a las antípodas de su más preciado bien, condu-
cido por una demanda que seguramente desconoce pero que
podrá situar como siendo consecuente con su historia.
Si quieren indagar en esto, en todo personaje trágico siempre
hay un punto localizable de este fuera de sí. Por ejemplo Sygne
de Coûfontaine en la trilogía trágica de Paul Claudel que Lacan
trabaja detalladamente en su Seminario Nº 8 «La transferen-
cia…». Encontrarán allí la imagen de Sygne de Coûfontaine,

-51-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

llevada hasta la destrucción de lo más íntimo de sí, por haber


sido arrancada totalmente a todas sus ataduras de palabra y de
fe. Ella es demandada a renunciar, renunciar a aquello en lo
que ella ha comprometido todas sus fuerzas, renunciar a lo
que ella ha ligado toda su vida. Lo que está en juego para Syg-
ne de Coûfontaine, lo que le es impuesto no es simplemente
del orden de la fuerza y de la coerción. Le es impuesto com-
prometerse, y libremente, en la ley del matrimonio, con aquel
a quien ella llama el maldito. Hay en juego una Versagung, un
rehusamiento del que ella no puede desligarse y concomitante
a esto el fuera de sí, que Claudel figura en un tic del personaje:
Sygne gesticula involutariamente un no permanente.

Menos problemática es la figura de la sublimación, pero ab-


solutamente concurrente con lo que hemos dicho: la sublima-
ción ⎯al contrario que la represión, el otro destino de la pul-
sión según Freud⎯ no se refugia sino en el recorrido mismo
y al mismo tiempo no hay quien pueda nombrarse sin cerrar o
limitar ese recorrido. Queda recortada esa acefalia en recono-
cimiento de una satisfacción que se realizó en el recorrido
mismo, recorrido limitado pero no trunco. Retomaremos este
destino pulsional, el de la sublimación, porque en más de una
ocasión, Lacan supo reubicarla en la obra de Freud, en donde
aparece localizada por primera vez, aunque en una forma des-
pojada, paupérrima si la comparamos con el concepto de re-
presión.
Para cerrar, porque puede parecer que nos alejamos de nues-
tro tema central, digamos que en función de la figura del adic-
to, por su impostura, se muestra el réquiem de esta problemá-
tica: no poder soportar la falta de sí, garantizándose el ser para

-52-
CLASE 5ª

sí, en función de alguna variante. Nombramos algunas, entre


otras posibles:

⎯La imposibilidad de olvido de un dolor.


⎯El fracaso constitutivo de una respuesta fantasmáti-
ca.
⎯No estar a la altura ética de un deseo que lo habita.
⎯Pretender ser autónomo y, al mismo tiempo, no
prescindir de una demanda.
⎯Rebajamiento de la ley a un mandato, culpa que de-
prime pero que no angustia.

-53-
Clase 6 ⎯ El narcisismo deja lugar a la sublimación. De la existencia de un
rehusamiento como ruptura de la promesa en la historia del adicto.

Intentaremos abordar oblícuamente el concepto de subli-


mación, es la forma que más conviene hacerlo. En primer lu-
gar vamos a trabajar la postulación de Freud en su trabajo «Lo
inconsciente», específicamente su capítulo III subtitulado «Senti-
mientos inconcientes» en donde propone una escisión en el in-
consciente:

«Opino, en verdad, que la oposición entre conciente


e inconciente carece de toda pertinencia respecto de
la pulsión. Una pulsión nunca puede pasar a ser ob-
jeto de la conciencia sólo puede serlo la representa-
ción que es su representante. Ahora bien, tampoco en
el interior de lo inconciente puede estar representa-
da si no es por la representación. Si la pulsión no se
adhiriera a una representación ni saliera a la luz como
un estado afectivo, nada podríamos saber de ella.
Entonces, cada vez que pese a eso hablamos de una
moción pulsional inconciente o de una moción pul-
sional reprimida, no es sino por un inofensivo des-
cuido de la expresión.»

La distinción adentro-afuera carece de fundamento res-


pecto de la pulsión, cuya estructura es significante, aunque no
sólo significante, lo hemos precisado en función de la deman-
da, más sí significativamente, de aquí el señalamiento de Freud,
no todo en la pulsión es representante, es el modo que en-
cuentra la pulsión para peticionar. Ya no se trata entonces de
-54-
CLASE 6ª

considerar cómo un momento supremo esperado y por venir,


la castración, unifique las diversas pulsiones bajo un fin geni-
tal, sino, por el contrario, que la castración de la que se trata, es
decir la articulación de eso mal llamado instinto con el lengua-
je, que la castración formule a la pulsión con sus característi-
cas propias: parcial, con fines inhibidos, variancia objetal, en-
tre otros atributos. En fin, para ser breves y mantener una
lógica acorde es preciso establecer a la castración como pri-
mera, luego la pulsión.
Lacan nombró esta escisión inconciente que Freud antici-
paba con el nombre de separtición, en su Seminario Nº 10, La
angustia:

«La ‘separtición’ fundamental, no separación sino


«partición en el interior», he aquí lo que se encuen-
tra, desde el origen y desde el nivel de la pulsión
oral, inscripto en lo que será la estructuración del
deseo».

Se trata de ubicar un objeto que no se corresponda ni con


la Madre ni con el Niño, se trata de una partición separada en ese
erróneamente llamado interior. El primer paso, desde el nivel
oral, desde una secuencia lógica, no arma un exterior, carece
de límite exterior. Así refiere Lacan al armado de la estructura
del deseo, el encuentro con un interior en separtición, es decir
que no tiene afuera. Para Freud, era importante sostener un
interior separado del exterior, de allí que escriba que hay que
considerar la expresión contradictoria como inofensiva. He
aquí eso kantiano en Freud, eso que no deja de responder a un
imaginario intuitivo aunque postule un corte del que se espera
tenga consecuencias, a contrapelo de esa intuición.

-55-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

De hecho, esta intervención a nivel de lo que llama su pri-


mera tópica trajo consecuencias tales como por ejemplo, en la
corriente llamada kleiniana, imaginarizando ese interior. Otro
ejemplo dentro de otro contexto histórico, fue la interpreta-
ción de las resistencias internas del yo ⎯ese yo siempre tan
elusivo como defendible⎯ hasta llegar, es otro ejemplo, a los
trabajos más tardíos de Lacan en donde postula a la feminidad
como un sin-afuera. Son derivados posibles de la considera-
ción a la separtición, con mayor o menor grado de participación
de una imaginarización intuitiva que siempre presente nos hace
difícil la aprehensión de una topología desprendida de ciertos
a-priori.
Tanto en el artículo citado como en el conjunto de los
llamados Escritos metapsicológicos, Freud apuesta una vez más a
considerar la represión como el mecanismo que sostiene al
panorama pulsional, pero no olvidemos en este punto, que
Freud también consideró a la sublimación como destino posi-
ble. Desde este punto de vista la sublimación en cuanto consi-
dera a la pulsión definida en una meta inhibida, cuya satisfac-
ción se aloja en esa inhibición, nos brinda una consideración
más oportuna. Porque se trata en la sublimación tanto más del
valor de un recorrido pulsional, de la satisfacción del recorrer
esa experiencia, experiencia que no tiene otra meta que su pro-
pia satisfacción, una experiencia obliterada en su fin. ¿En dón-
de recae esta tachadura del fin, de la finalidad, esta suerte de
inutilidad, en dónde recae sino en el objeto de la pulsión que,
dada la sublimación, no se localiza tan fácilmente? Pero la su-
blimación obliga a leer objeto y no, como se observa en la re-
presión, a leer otra cosa en su lugar, por ejemplo falta de objeto.
O mejor para combinar ambas cuestiones: allí donde la repre-
-56-
CLASE 6ª

sión considera el estatuto de la falta de objeto acentuando la


noción de falta, la sublimación considera al objeto como falta,
considera al objeto en su propia dimensión, acentúa la noción
de objeto, la problematiza en grado sumo.
Por ejemplo, acentuando al objeto en separtición, la subli-
mación nos obliga a leer un objeto no idéntico a sí mismo, con-
cernido en un corte que impide acceder a toda posible pleni-
tud ⎯en el sentido de consistencia, pero también en el senti-
do de completud⎯ a toda plenitud del ámbito en donde se
desarrolla dicha sublimación, pero también permitiéndonos
leer un efecto de ese corte en el sujeto que dicha sublimación
sostiene como agente.
Es porque el sí mismo, es decir lo más intimo del sujeto, está
absolutamente intrincado con la idea del narcisismo, con el
amarse a sí mismo, que se le problematiza a Freud la idea de
considerar a esa intimidad como no estando dentro, siguiendo
un modelo intuitivo de espacialidad. Llega incluso a postular a
la feminidad como siendo estrictamente narcisista, poseedora
de una encantadora inaccesibilidad, o sólo accesible indirecta-
mente. Sabemos que Freud abordó tardíamente a la femini-
dad. Mucho antes se topó con las psicosis, observando que el
desmoronamiento en las psicosis necesitaba de un trabajo de
reconstrucción no sólo del mundo sino del yo, pero ¿desde
dónde se impondría esa reconstrucción en las psicosis sino
desde la imponderable megalomanía? Una teoría del narcisis-
mo se hacía más que necesaria para la teoría analítica, pero
Freud tuvo la precaución de no menoscabar sus descubrimien-
tos, y simplemente escribió, como su título lo indica clara-
mente una, «Introducción del narcisismo», es decir ⎯y hay
que subrayarlo⎯ se limitó a introducir ese concepto en su
teoría. Lamentablemente, algunos leyeron que Freud recono-

-57-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

cía al viejo Yo en el narcisismo recolocándolo en su justo lu-


gar, en el centro del centro, en el interior del interior. No era
esa la idea de Freud, en absoluto, no se trataba de ingresar un
retroceso teórico para avanzar, no es ese el objetivo, había que
introducirlo, era necesario, no se podía negar ese escollo. Pero
en ningún momento Freud consideró que es el narcisismo la
sede del sí mismo, el corazón de lo más intimo del sujeto.
¿Qué es lo que se ama cuando se ama a sí mismo?, ¿se ama
al narcisismo? Estas preguntas tienen relación con la anterior,
¿cuál es la dimensión del objeto que la sublimación nos permi-
te considerar? Desarrollémoslo.

Lacan rescató de Freud el término Versagung, que tradujo


de diversas formas, elijo estas: ruptura de promesa, rehusamiento en
lo concerniente al dicho. Cuando un sujeto se encuentra en la en-
crucijada de sacrificar su más preciado bien, el principio ético
que le resulta más caro, rompe con su promesa más intima, se
traiciona a sí, queda en un estado fuera de sí, queda en claro que
a lo que renuncia no es al narcisismo, a su Yo más interior,
sino que renuncia a lo más propio de sí del cual su narcisismo
y su Yo, quedan despojados. Es lo más propio ⎯aunque re-
sulte paradojalmente lo más impropio de sí⎯ lo que queda
fuera (es el ejemplo que citamos de Sygne de Coûfontaine y su
tic, en la trilogía de Paul Claudel ejemplo fiel de que quien está
fuera de sí está con su falta, está despojado de su más precioso
bien).
Y suelen ser mujeres aquellas que la historia o los relatos
adjudican tener este mérito. ¿Por qué? ¿Porque son narcisis-
tas?, en absoluto. Arriesgo mi hipótesis: tal vez porque en la
feminidad se encuentre una vía de acceso rápida a lo que lla-
maré la no identidad consigo mismo. La feminidad está más cerca

-58-
CLASE 6ª

de esa identificación. Freud insta a considerar, hablando del


narcisismo y del amor, que lo que amamos en el objeto es a
«nosotros mismos», y ¿qué somos nosotros mismos sino esa
no identidad, sea propia o impropia?
La consideración a la Versagung en tanto ruptura de promesa,
puede ser leída entonces como goce de la ruptura de la identidad,
máximo distanciamiento con aquello que se sostuvo como
idéntico a sí, corte con ese objeto congruente al sostén de la
demanda en tanto incondicional, puro sentido que determina
a lo real de ese sujeto, sentido «ex-sistente» a lo real. De alguna
forma se trata de la verdad del sujeto en cuanto sostén del
sentido de su existir.

Esto puede considerarse siguiendo el caso de la feminidad


en su no identidad consigo mismo, pero además puede consi-
derarse el ejemplo del problema del límite o limitación de la
Historia, es decir el desarrollo de una historia cuando se en-
cuentra concernida por una lógica que encuentra su razón en
el hecho de que el significante se autolimita a sí mismo. No es
lo mismo situar alguna significación que se retroalimenta de la
premisa represión, autogestionando una falta que impulsa siem-
pre a nuevas significaciones, que situar el sentido, nunca sujeto
a represión alguna. La historia, toda historia, tiene sentido, y
también significación. Podría intentarse agotar toda significa-
ción de la historia en un proceso dialéctico, pero el sentido
subsiste: en el punto en que alguien se despoja de todas sus
vestiduras, cual capas de la cebolla, el sentido de su ser se man-
tiene incólume, los adictos son un buen ejemplo de este des-
pojamiento.
No considerar la autolimitación que impone la lógica deri-
vada de la acción del significante en su axioma de base que le
-59-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

impide significarse a sí mismo, no considerar esto es negar


aquel corte primero o separtición. Y lo contrario es afirmar que
hay seres que carecen de límite externo, eso demuestra la His-
toria cuando se busca en ella una verdad, demuestra que no
hay límite externo en la vía del significante, o bien la Historia
se autolimita o bien se extiende sin fin.

-60-
Clase 7 ⎯ Del sentido que no afloja, que no se diluye en el recorrido de los efectos
del consumo.

Resumamos hasta aquí: realizamos un escueto recorrido


en relación al tema de la sublimación para reconsiderar la po-
sibilidad de negar la carencia de ese límite externo: lo encon-
tramos en las lecturas que sostienen que no hay más allá, que
no hay idealización, que no hay fuera de sí, y por ende, el narci-
sismo toma consistencia basándose en identificaciones que
niegan o rechazan esa no identidad consigo mismo. Hablantes que
son lo que son, son una nada o algo. Pero lo son. Rechazan el
goce de la ruptura de la identidad, goce que intenté graficar siguien-
do la experiencia de la sublimación, goce de la obliteración,
del sentido, en la medida en que no lo confundamos con la
significación –es decir un goce que se sostiene únicamente de
la referencia al goce fálico⎯ ni lo confundamos con los apor-
tes que llegan desde Otro lugar.

Aquí me detengo hoy para considerar un recodo, de ma-


nera tal que podamos trabajar un concepto de Giles Deleuze
de su texto «Lógica del sentido» en unos de sus capítulos o series
⎯como bien las llama⎯, es la serie 22º subtitulada Porcelana y
volcán, que bien podría subtitularse Del alcoholismo. El texto de
Deleuze aborda la cuestión del sentido, en este caso bajo la
paradoja de la fragilidad y lo incandescente, no sosteniendo su
paradoja en la potencia fálica, en la significación.

El concepto que trabaja Deleuze es el de dureza del presente


como el sitio en donde se entrecruzan dos series desplegadas
que se anudan en el sentido. Para ejemplificar estas dos series
Deleuze contrapone a dos autores a los que se conoce más
-61-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

por su alcoholismo que por sus obras, Francis Scott Fitzgerald


y Malcolm Lowry. Del primero recorta esta frase:

«Evidentemente, toda la vida es un proceso de de-


molición», otra traducción dice «Sin duda que la vida
entera es un proceso de quebrantamiento».

Es la frase inicial de su cuento The Crack-up, El derrumbe.


Este proceso de demolición, «evidentemente, sin duda», como
nos hace saber su autor, da cuenta de una grieta, de un de-
rrumbe, que no es ni interior ni exterior al sujeto, está en una
frontera sin dudas, pero de difícil localización témporo-espa-
cial, es única. El texto da cuenta no de la grieta, que ya existe
cuando el autor escribe su cuento con claras características
autobiográficas ⎯y si bien siempre no estuvo allí esa grieta, es
difícil considerar que no haya estado en forma incipiente o
agazapada. El cuento no da cuenta de la grieta sino de los
efectos derivados de la existencia de dicha grieta.
El texto comienza así, después de este párrafo lo que vie-
ne son vueltas a este asunto, desarrollos argumentativos:

«Sin duda que la vida entera es un proceso de que-


brantamiento, pero los golpes que desempeñan la
parte dramática del trabajo —los grandes y repenti-
nos golpes que vienen, o parecieran venir, del exte-
rior—, los que uno recuerda y lo hacen culpar a las co-
sas, y de los cuales, en los momentos de debilidad,
se habla a los amigos, no muestran sus efectos de
inmediato. Hay otro tipo de golpe que viene de aden-
tro y que uno no siente hasta que es ya demasiado tarde
-62-
CLASE 7ª

para impedirlo, hasta que comprende positivamente


que de algún modo no volverá a ser el mismo. El
primer tipo de quebrantamiento parece ocurrir rápido;
el segundo ocurre casi sin que uno lo sepa, pero se le
percibe en realidad muy de repente.» [Subrayado nues-
tro]

Son dos instantes del acontecimiento, el que uno recuerda


⎯se localiza⎯ y el que se siente; el que ocurre rápido ⎯es
decir se toma el tiempo⎯ y el que ocurre de repente,
atemporalmente. Luego pareciera haber una eterna actualiza-
ción de este efecto.

De Malcolm Lowry trabaja su novela Bajo el volcán, y desta-


ca Deleuze como rasgo, un cierto empuje a una identificación
petrificante, destacándose nuevamente el tiempo presente, in-
mutable, no cíclico, reiterante. Al respecto de la novela hay
una versión en cine, el guion que utiliza de Guy Gallo no es
fiel al argumento pero la actuación del actor Albert Finney,
que hace el personaje central, un cónsul británico borracho, es
por momentos sorprendente.
La dureza del presente no tiene relación, dice Deleuze,
con la historia, con el exterior ⎯nosotros diremos con la sig-
nificación⎯ que siempre está allí, posibilitada o no. Cuando la
grieta se produce ⎯hay varias maneras, locura, suicidio, dro-
gas, alcohol⎯ hubo algo que quedó fuera, «ex» y desde allí,
desde ese rechazo llamado grieta, surge un derecho
imprescriptible. Dice Deleuze que a nosotros, los pensadores,
los especialistas, nos queda hablar sobre eso, porque perma-

-63-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

necemos en la orilla de dicha grieta. Es importante y honesta


esta aclaración, no podríamos aunque quisiéramos situarnos
más allá de esa orilla, de esa frontera, ¿pero acaso desconoce
Deleuze, como buen pensador que es, que existe una expe-
riencia fiel al armado de un dispositivo, el psicoanálisis, que
nos involucra en tanto analizantes en un decir, que nos impide
quedarnos agazapados en la orilla, que nos empuja a no per-
manecer allí bajo los efectos repetitivos de ese rechazo, y por
ende relanza permanentemente un recorrido a realizarse des-
de allí? Pero en fin, Deleuze no es analista ni podemos pedirle
que considere estas cuestiones desde ese discurso, lo que es
importante señalar es que se trata de experiencias ligadas a una
práctica, de allí su consonancia con las nuestras, reitero son
experiencias ligadas a dispositivos.
Sigamos con el texto de Deleuze, le queda entonces la
posibilidad de postular que, en cambio, ellos ⎯es decir los
que padecen de ese rechazo⎯ nos hablen ⎯cuando pueden,
caso omiso, nos muestren⎯ la verdad eterna de esa grieta, de
ese «ex».
Como pensador, Deleuze elucubra que el alcoholismo no
se presenta como la búsqueda de un placer, sino de un efecto.
El efecto-satisfacción que consiste en un endurecimiento del pre-
sente: el hallazgo de la dureza del presente.

Es interesante que encuentre en los dos autores citados


una similitud que da coherencia a la hipótesis cuando en la
obra del primero nunca hay personajes ebrios, mientras que
en la del segundo sólo se trata de ellos. Recordemos que se
trata del sentido, es decir de un efecto endurecido. No se trata al
parecer de una significación detenida, sino más bien, de una
suspensión de los efectos de la significación o mejor, como si

-64-
CLASE 7ª

la significación, ⎯al menos en este recorte del efecto⎯ haya


sido cancelada o suprimida.

Deleuze, del alcohólico agudo fitzgeraldiano comenta que


se destaca el pretérito perfecto (he habido) y lo liga a una
función de pertenencia desalojada de presente, (por ejemplo
en la frase «Desde aquel día no he sido capaz de despedir a un sirvien-
te»). Es decir, he sido capaz, ya no.
En el alcohólico crónico lowryano, en cambio, se destaca
el futuro perfecto (habré habido) que queda ligado a una fun-
ción de pérdida desalojada en el presente.
Por ejemplo: su esposa le pide al personaje central, el lla-
mado Cónsul, que resuelvan un problema después, en otro
momento cuando él esté sobrio. No es cualquier problema, es
la posibilidad de retomar sus vidas juntas, ella acaba de regre-
sar después de irse casi un año. El motivo de la separación, los
efectos del consumo de su esposo que hacen imposible una
vida conyugal sensata. En todo ese tiempo de separación, él
no hace más que pensar en ella, daría todo por estar con ella.
Pero cuando ella retorna él no reacciona, casi como si ella
no hubiese regresado, como si se tratara de un fantasma. Ella
le suplica que se vayan lejos, pero como él está ebrio, de hecho
cuando ella llega es temprano y lo encuentra en un bar, en una
cantina, entonces ella le pide que lo consideren después, cuan-
do él esté sobrio, porque es un tema necesario de tratar pero
delicado. Él considera esta frase, «después, cuando estés sobrio»,
como una injuria, comienza a rumiar en su pensamiento, les
leo:
«… ¡como si ahora no estuviese sobrio! Sin embar-
go en la acusación había una esquiva sutileza que
aún se le escapaba. Pues no estaba sobrio. ¡No, no lo

-65-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

estaba; en este preciso momento no lo estaba! Pero,


¿qué tenía que ver eso con lo que había ocurrido un
minuto antes o hace media hora, ¿y qué derecho te-
nía ella para suponerlo, para suponer que no estaba
sobrio ahora, o que en uno o dos días iba a estar
sobrio, lo cual era peor? Y aunque no estuviese so-
brio ahora, ¿por qué artes fabulosas, sólo compara-
bles, por cierto, con los caminos y esferas de la sa-
grada Cábala, habría podido volver a encontrarse en
ese estado al que antes había llegado brevemente sólo
una vez esa misma mañana, ese estado en el que
solo él podía, según ella, ‘enfrentarse a la situación’,
ese estado fugaz y precioso, tan difícil de mantener,
de ebriedad, en que sólo él estaba sobrio…»

Sigue, el pensamiento, es un laberinto y se entrecruzan


literariamente voces que no se corresponden, que discrepan
entre sí. Como si la función de la pérdida no funcionara en el
presente, pero algo de lo perdido se podría ubicar o en el
pasado o en el futuro. El habré habido, que recorta Deleuze,
nuestro futuro perfecto, denota una acción futura ocurrida
con anterioridad a otra también futura. El después y el antes
quedan trastocados en un después que es anterior o en un
antes que es posterior. Ubiquen es ese tiempo-espacio una
función cancelada o suprimida, entonces se comprende mejor
el estado de ebriedad en que él, sin apoyo en esa función, está
sobrio. Estado de petrificación del presente, dice Deleuze.

Si articulamos las dos posiciones que Deleuze recorta nos


quedará una forma doblemente ligada, en donde localizamos
un pasado que se anoticia de la falta con un futuro imposibili-
-66-
CLASE 7ª

tado de pertenencia. Un he habido faltar con un habré habido


pertenecer. Queda esa dureza del presente, lo que queda suspen-
dido en esa grieta atemporal, apropiación sin pertenencia y a
pura pérdida. Queda esa deuda remarcada en el verbo auxiliar,
el verbo haber, cuestión no sólo de gramática. Ya subrayamos
cómo, con Freud, la pulsión y la gramática van juntas. Seguire-
mos pesquisando la articulación entre esta cuestión de la deu-
da y la culpa. El haber culpógeno en donde precisaremos cómo
una conciencia que sólo está segura de su propia culpa siem-
pre es deudora, o aún más, morosa. Se trata de la conciencia
culpable de sí, la conciencia moral. Por allí seguiremos.

-67-
Clase 8 ⎯ Del sujeto moderno, autónomo en la dominancia de la ley moral.

Articularemos algunos temas ligados al concepto moder-


no de autonomía ⎯auto: que refiere a sí⎯ los temas son la
ley, la demanda, la culpa, la deuda, entre otros. Todos temas
que se enlazan con la temática del superyó, tópica que se des-
ligó rápidamente del consumo aditivo en la medida en que se
favoreció el trabajo sobre una supuesta falta de límites, en mi-
ras a un no reconocimiento de lo legal, desestimación de la
autoridad, carencia de padre, entre otros. Sabemos por nues-
tra experiencia que estos planteamientos no conducen a de-
masiado, es decir nos condicionan a ser expertos en una orto-
pedia, en una educación, meros auxiliares del poder judicial.
Esto por sí sólo merece que retomemos la cuestión, que nos
reubiquemos, es lo que genera la intención de estas clases.
Eso que denominamos a grandes rasgos conciencia mo-
ral, es decir aquella conciencia que responde al sentido de re-
conocimiento del bien y del mal, de lo bueno y lo malo, es una
conciencia que sólo está segura ⎯incertidumbre o certeza
mediante⎯ segura de su propia culpa: es deudora, o aún más,
es morosa. Es, ante todo, una conciencia culpable de sí. La
conciencia que se puede tener de la ley en tanto ley moral
refiere a estas características kantianas, que resumo así:

⎯ Que la ley es universal y conducente al trato de la ex-


cepción como condición.
⎯ Que siempre utiliza un lenguaje prescriptivo.
⎯ Que se expresa en forma imperativa.

-68-
CLASE 8ª

Estas son algunas características, pero sólo tenemos con-


ciencia de esta ley moral en la medida que tenemos conciencia
de la transgresión de esta misma ley.
En síntesis, la conciencia moral reina en un mundo abso-
lutamente paradojal: ¿no les resuena esta característica en cada
demanda que recibimos en el lugar que ocupamos en tanto se
nos supone «expertos» en adicciones?

Cuál es la médula de este asunto: básicamente lo que en-


tiendo como el verdadero descubrimiento kantiano: que el
objeto de la ley moral es incognoscible, es un objeto que ope-
ra sin darse a conocer, y que, por ende, la conciencia moral
desconoce. A partir de este descubrimiento surge, en absoluta
concordancia, otro objeto que tal vez siempre estuvo allí, pero
no de esta forma, y que resulta ser aquello por lo cual somos
todos kantianos y que denominamos en forma vulgar la voz de
la conciencia. Este objeto llegó a desarrollarse en otras versiones
prácticas como por ejemplo el panóptico, es decir la vigilancia
como modulación del castigo. Y si bien nada sabemos de este
objeto de la ley y, por el contrario, mucho padecemos
subjetivamente por lo que concierne a esa voz interior, ambas
cuestiones nos determinan como sujetos modernos, como
sujetos éticos, es decir concernidos por un deseo que denomi-
namos inconsciente. La entrada al mundo moderno, al mun-
do de la representación, al de la razón ilustrada, es por la vía de
esta ley, coordenadas que Kant estableció. No es posible pen-
sar ninguna autonomía del sujeto, ninguna precisión del sujeto
ético moderno, sino aclaramos en qué consiste dicha ley mo-
ral.
El sujeto moderno, el sujeto autónomo no es ajeno a la ley
moral, y su conciencia desconoce el objeto que más le con-

-69-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

cierne en tanto conciencia moral. Se define así el mundo de


los fines, más no el mundo de las causas. Las demandas que
nos llegan en tanto estamos ubicados en ese lugar supuesto,
en general tienen esta forma: he aquí un sujeto que no se com-
porta acorde a sus fines ¿es autónomo, es moderno, puede
tratárselo como tal? En fin, ¿es corregible? Nos demandan
que lo enderecemos, que lo eduquemos, que lo adaptemos
acorde a la ley pero ⎯toda la cuestión está en este pero⎯
desconociendo su deseo. Otra vez la paradoja, puesto que la
vía de la ley se corresponde con el sujeto ético ⎯que desco-
noce como recién apuntamos, al objeto de esta ley⎯ debería-
mos desconocer el deseo que es causado y a su vez le otorga
estatuto ético, pero en este punto trataríamos entonces no a
un sujeto ético, sino a un sujeto fuera de ese estatuto. No se
puede considerar una ética sin esa dimensión del deseo, que el
psicoanálisis supo localizar como inconciente.

Dijimos que una de las características de la ley es su univer-


salidad. La ley no contempla excepciones. No debe haber ex-
cepciones en la ley, la ley es ejemplar y es de aplicación para
todos. Esta vía, indefectiblemente, nos conduce al tema tan
vapuleado de la falta de límites. El sujeto autónomo ¿tiene
límites? Me refiero a su accionar práctico, puesto que si se es
autónomo debería ser absolutamente libre en su decisión ante
la ley. Pero resulta que frente a la ley (que es universal) la puer-
ta que deberá abrirse en función de su decisión, esa puerta
jamás será la suya. Tema kafkiano si es que lo hay. Al subordi-
narse a la ley el sujeto autónomo queda subsumido en una
burocracia eterna, ¿y su deseo? La otra opción es considerarse
como una excepción, convertirse él mismo en una suerte de

-70-
CLASE 8ª

apático. Dentro del todo que se construye según la ley, el sujeto


decide ser una excepción: así comienza «Trainspotting»:

«Elige la vida, un empleo. Elige una carrera, una fa-


milia, una TV inmensa, elige un lavarropas, autos,
CD y abrelatas eléctricos. Elige la buena salud y el
colesterol bajo, las hipotecas a plazo fijo y pregúntate
quién mierda eres un domingo temprano. Elige sen-
tarte a mirar programas que te vuelven estúpido
mientras comes comida basura. Elige pudrirte en un
hogar miserable, siendo una vergüenza para los mal-
criados que has creado para reemplazarte. Elige tu
futuro. Elige la vida. ¿Pero por qué querría eso? Eli-
jo no elegir la vida. Elijo otra cosa. ¿Las razones? No
hay razones, ¿quién las necesita si hay heroína?»

En la novela original de donde se extrajo el guión para la


película esto no figura del mismo modo, hay que buscarlo den-
tro del contexto en que el personaje central Mark Renton dia-
loga internamente con su Psi, y sugiere:

«Elige la vida. Elige pagar hipotecas; elige lavado-


ras; elige coches; elige sentarte en un sofá a ver con-
cursos que embotan la mente y aplastan el espíritu,
atiborrándote la boca de puta comida basura. Elige
pudrirte en vida, meándote y cagándote en una resi-
dencia, convertido en una puta vergüenza total para
los niñatos egoístas y hechos polvo que has traído al
mundo. Elige la vida.

-71-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

Pues bien, yo elijo no elegir la vida. Si los muy cabrones


no pueden soportarlo, ése es su puto problema… sólo
pretendo continuar así hasta el final del camino...»

Pero entonces el sujeto queda constituido fuera de ese con-


junto que en función de la ley arma: el sujeto se descuenta de
ese todo, el mundo pasa a ser el mundo para los otros, un
mundo sin razones, el mundo de los cabrones, de los «care-
tas», como en la novela se nombra y en el filme se disuelve. Se
trata del establecimiento del sí mismo como una excepción al
todo que así ⎯tal vez sólo así⎯ se configura. Mismidad y
totalidad correlacionadas en su forma de origen. En este pun-
to la función del consumo es la de construir una ley sin fisuras,
porque si el sujeto es la corroboración de que la ley universal
no está completa, dada la excepción que es el sujeto mismo,
será en esa fisura misma donde se aloje el sujeto en tanto ex-
cepción, desconociendo, función del consumo mediante, la fisura
en la ley.

Otra forma de enfrentar esta cuestión es la del intento por


completar a la ley universal cuya falta se encuentra localizada
en la ausencia de un objeto cognoscible para la ley. El sujeto se
ubicaría allí en el lugar de ese imposible para la ley, completán-
dola, saldando esa falta de la ley. De esta forma denuncia esta
incompletud. Esta opción es la más considerada en los textos
en la teoría, como si cuando el sujeto va al lugar del objeto
imposible, cuando ejerce en sus actos la denuncia de esta fisu-
ra ⎯en nuestro caso función del consumo mediante⎯ se hace
más cómoda nuestra permanencia en ese lugar, podemos tra-
bajar en esa situación más relajados. No creo que sea así, ya

-72-
CLASE 8ª

hemos indicado los límites de esta creencia sostenida en esa


identidad con el objeto.

Pero retomemos, por ahora, el caso de la excepción, cuan-


do el sujeto se ubica por fuera del para todos de la ley, o al
menos así lo pretende en su constitución. Es esperable que
advenga en la historia de ese sujeto, ligado a un consumo que
funciona como parche de esa ley, es esperable un hecho en su
historia, suerte de acto ético o con características éticas que
destrone esta lógica. «Trainspotting» en este punto es ejemplar:
el sujeto se ve llevado a acometer una traición que lo expulsa al
exilio. Volvemos nuevamente al tema de la Versagung, de la rup-
tura de la promesa, lo que el personaje central decide hacer,
queda escrito como un acto en donde se rompe con la inercia
que hasta ese momento la película describe como la vida de
Mark. En su acto de traición deja de ser la excepción a la ley
para configurarse como alguien más en los términos de esa
ley. Uno más, es decir, enfrentado en función de su decisión
ética a una fisura en la ley, a una falla constituyente e inherente
al todo de esa ley. Es el lema que se escucha al finalizar la
película, que es el reverso del lema del comienzo, no en su
contenido que es el mismo sino en el punto en donde el que
habla dice:

«Voy a ser igual que vosotros, voy a elegir la vida»

¿Pero quién habla? El lema lo pronuncia una voz en off


que la versión doblada responde a la voz del personaje central,
quien efectivamente pronuncia ese lema en la novela de don-
de se extrajo el guión. Pero ¿cómo puede sonar la voz de la

-73-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ.

conciencia para otro que no sea el que la padece?, ¿quién efecti-


vamente podría pronunciar esa máxima? Lo que hay que res-
catar entonces es la tachadura a esa posición de excepción,
una versagung. Porque esa tachadura queda inscripta en la trai-
ción, que es para el sujeto un punto de real: de allí en más lo
que se denomina el exilio es un puro afuera dentro del todo
que configura la ley ⎯la ley con fisura, es decir la ley moral. A
partir de allí tenemos el ser uno más con un real en juego, un
sujeto ético y con un nuevo vínculo posible a la vida. Un sin-
gular en lo universal de la ley.

-74-
Clase 9 — La demanda en el mundo del espectáculo y la dominancia de la mirada.

Retomo la consideración que comenzamos a trabajar la


vez pasada sobre la conciencia moral pero ahora no centrán-
dome en la autonomía del sujeto sino en la temática de la de-
manda, es decir en aquella característica de la ley que hemos
determinado en su forma imperativa. Por ejemplo, la voz de la
conciencia, cómo se dice, habla en segunda persona, incerti-
dumbre mediante: Tú debes. También aparece, en una forma
más certera, no desde el interior aparente, sino desde el exte-
rior real, en tercera persona: Él debe.

En Freud, la pulsión responde según una fórmula que se


sostiene en el límite de lo mental-somático:

«nos aparece como un concepto fronterizo entre lo


anímico y lo somático, como un representante psí-
quico de los estímulos que provienen del interior
del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de
exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a
consecuencia de una trabazón con lo corporal».

Se nos presenta otra vez el problema del límite, interior-


exterior, dentro-fuera, una suerte de pasaje conectivo entre
dos mundos distinguibles, lo corporal-somático y lo anímico-
mental y una exigencia de trabajo, traducida por Lacan como
demanda a secas. La pulsión es esa exigencia, esa demanda de
articulación de dos mundos heterogéneos.

Una escenografía mediática posible de esta definición con-


ceptual freudiana la podemos apreciar, es decir ver y escuchar
-75-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ.

en el «Réquiem para un sueño», cada vez que se intenta dar cuenta


de un acto del consumo, entonces aparece un ojo en primer
plano, junto a diversos sonidos de succión. Intentemos des-
plegar esto sin olvidarnos —o teniendo en mente— que cuan-
do se habla de pulsión hablamos de demanda. Argumentaré
en dos tiempos, primero en un ejemplo renacentista, después
retomando la película.

-76-
CLASE 9ª

Si tomamos una pintura renacentista como «Susana y los


viejos» de Artemisa Gentileschi, notaremos que Susana aparece
semidesnuda, sorteando la censura de la época que prohibía
todo desnudo femenino. Aparece semidesnuda para nosotros
que la vemos, pero ella no sabe que la estamos mirando. Ella es
vista, pero no es su intención exhibirse y de hecho, los viejos
que sí desean verla, no pueden hacerlo en absoluto desde la
posición en que están ubicados en el cuadro, hay una serie de
dificultades según el armado de la escena, que les impiden ver
a los viejos lo que nosotros sí vemos.
Esto se debe a que el cuadro renacentista no se arma en
función de nosotros que lo miramos, sino, en cambio, se arma en
función de una lógica interna, de una composición interna a la
que nosotros asistimos, pero que en ningún caso depende del
ojo de un supuesto observador externo, se organiza en fun-
ción de un punto, llamémoslo provisoriamente, interno. Si eli-
jo este cuadro es precisamente porque esta lógica interna está
sostenida en un gesto que es el del susurro, que trasluce una
indecencia, lo que se interpreta tanto en los gestos de los vie-
jos como en esa suerte de defensa corporal de Susana, que no
quiere oír lo que le dicen: obscenidades, trampas, que se loca-
lizan en un fuera de la ley —divina en el ejemplo— a la que
Susana quiere someterse aún a costa de perder su vida y sus
apariencias. La historia de Susana es una historia bíblica que la
artista reinterpreta en un contexto determinado.
Pero un cuadro se ve, no se escucha y esa es la aporía de
este cuadro: conectar la exigencia de lo invocante con lo cor-
poral en una imagen pictórica. Lo que se le exige a Susana,
considerada por esos viejos como objeto seducible, es conec-
tar la exigencia entre dos campos heterogéneos. Lo que le de-
mandan a Susana —la acción transgrediente que ella no acep-

-77-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

tará a pesar de la coacción— enmascara dos espacios incom-


patibles: la ley divina a la que Susana se somete y la ley huma-
na, representada por los viejos que son, además, jueces.

Volvamos a la secuencia de imágenes del «Réquiem...» que


citamos. Sonido e imagen en función de una demanda, de una
acción transgrediente en el interior del personaje en cuestión,
y aunque el ojo es siempre el mismo en toda la película, los
personajes que lo portan son distintos, y no se trata de lo que
miramos sino de un ojo que nos mira mientras lo miramos y
escuchamos. La exigencia es la de acomodar un cuerpo, repre-
sentado por ese ojo y esa pupila, a una afectación. Este aco-
modamiento no escatima esa demanda, procura calmarla a
esa exigencia, en términos de amor, de trabajo, de olvido, de
dolor.
Esta relación bajo exigencia de trabajo está íntimamente
ligada o conectada a la demanda: esta demanda representante
—como la designó Freud— pone en juego todo el conjunto
significante articulado a un objeto que se desconoce, que se
ignora. Si Freud apostó, como Kant, a una función sintética,

-78-
CLASE 9ª

por ejemplo el Yo, para unificar estos dos campos heterogé-


neos, esta solución ⎯hay que remarcar esta contradicción in-
trínseca— quedó destronada en los textos que consideramos,
llamados metapsicológicos. Hubo que cambiar el enfoque del
Yo a la Pulsión para encontrarle una coherencia a la práctica.
Es un problema práctico.
Es más adecuado partir de estas hipótesis, caso omiso lo
que se desvirtúa es la práctica misma. Por ejemplo: no es que
haya una realidad, sino que llegamos a constituirla. No es que
hay un cuerpo, sino que llegamos a tenerlo. No se trata de que
una ley preexistente vincule aquella realidad con ese cuerpo,
sino que llegamos a sentir dicha articulación, como sentido
que luego no podremos hacer prescindir de cierta lógica ra-
cionalista.
Inscriban allí todas las variables posibles, sin olvidarse de
una lógica de constitución interna, como sucede en el cuadro
renacentista, es decir no con ayuda de elementos externos,
pues hacer eso es hacer psicología, una ciencia que debe respon-
der por lo que en principio decíamos en referencia al descu-
brimiento kantiano.
Entonces primero está la pulsión, es decir la demanda, luego
la ley, y luego el objeto imposible, en tanto la ley no tiene
objeto. Dada la pulsión, encontramos a esta ley como fisurada,
agrietada. No hay ley preestablecida alguna, la pulsión la en-
cuentra al encontrar esa misma fisura interna a la ley, por eso
la pulsión no es un instinto, es decir que no se ajusta a ningún
pattern. Un paso más: allí donde la demanda encuentra a su ley,
encuentra la norma de su objeto, de su fin: será ese un en-
cuentro siempre fallido. Y una forma de evitar este encuentro
fallido, que nos hace distinguibles unos a los otros, que nos
desiguala en ese fallo tan subjetivamente particular, una forma

-79-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

de evitarlo es mediante el olvido o la analgesia, función del


consumo concomitante.
Desde una supuesta falta de demanda, lo que se pretende
como una anulación de toda exigencia impuesta desde el con-
texto, desde lo social, se consolidan como adictos o consumi-
dores. Por ejemplo lo que muestra «Trainspotting», mediante
esas escenas en donde todos consumen en grupo, unos con
otros. Clima trágico, puesto que, allí en donde están unos con
otros cada quien se olvida del otro, se enajenan agrupándose.
La película aprovecha esa cuestión para graficarla con un gol-
pe bajo, nos enfrenta a la muerte de un bebé, un ser absoluta-
mente desvalido, que fallece en función del olvido al que es
sometido. El bebé es presentado como una excepción en ese
grupo, excepción a los otros que quedan así en posición de
similitud entre ellos, de igualación entre ellos ante ese bebé y
su mirada, con todo lo que eso implica.

Mark, el personaje principal de la película, tuvo un herma-


no discapacitado, la película borra toda mención al mismo, la
novela no. Allí se cuenta que ese hermano ocupaba el centro
de atención de su familia, cuando falleció este hermano Mark
pasó a ser quien ocupó ese lugar, ¿pero qué implica ocupar un
lugar que queda vacante? Sabemos, además, que el inicio del
consumo del personaje surge en ese momento, concuerda con
este episodio cuando él pasó a ocupar el lugar de un desvalido.
¿Qué hay en ese lugar, qué genera ese lugar? En principio ano-
temos que hacia allí se dirige una mirada.
De hecho el término trainspotting refiere a mirar. Es una
forma fútil de pasar el tiempo mirando pasar los trenes y ano-
tando o recordando algunas características. Desde ya que el
término refiere, en la novela y en la película, a una significa-

-80-
CLASE 9ª

ción compleja, pero nunca se desliga de este mirar obsoleto,


aún en el caso cuando se hace referencia al argot escocés, en
donde el término significa: «buscar una vena para inyectarse droga».
Consideremos que, ante esa mirada, la que surge hacia un lu-
gar ocupado por un desvalido, hermano discapacitado o pos-
teriormente un bebé, ante esa mirada no hay motivo para la
vergüenza, el pudor, o el temor. Como si el quién de esa mirada
y por ende el deseo que encausa a esa mirada, no existiesen
para el que ocupa ese lugar. La historia de Mark da cuentas
que, ante la muerte de aquel que ocupaba ese lugar, el destina-
tario a quien apunta esa mirada, él se encuentra precipitado a
ocupar ese sitio, quedando atrapado, transportado a ese lugar,
desde donde es mirado. Bajo efecto de esa mirada, Mark co-
mienza a consumir, la función de ese consumo intenta paliar
entonces, acomodar esa exigencia, analgesiar ese dolor, esa
demanda en el Otro. Habíamos dicho que pareciera que para
Mark hay un dolor que no cesa, que permanece como sentido.

Retomo en este punto, algo que cité cuando trabajamos el


filme sin desarrollarlo en ese momento: cuando llegue el ins-
tante de la traición que posibilitará establecer una salida a esta
encrucijada, Mark Renton aprovechará ese tiempo en que to-
dos los amigos estarán dormidos, drogados, con los ojos cerrados,
para tomar su envión. Noten que uno de sus amigos, el amigo
más querido de Mark, tal vez el más desvalido de ese grupo, el
que menos recursos manifiesta, aquel que luego Mark com-
placerá con un obsequio, este amigo ve lo que sucede pero
prefiere no mirar, haciéndose el dormido.

Todo ver a uno mismo, que la gramática obliga a desdo-


blar y decir como verse a sí mismo, pero preferimos decir ver a

-81-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

sí mismo —si se nos permite—, no refiere a otro, a un desde el


Otro, desde el que uno —o sí— mira. Otro no es uno mismo
o sí mismo. Sabemos que Freud denominó a esta instancia
autoerotismo. De nuevo el auto: En «Pulsiones y sus destinos»,
cuando enfoca el tema desde el par exhibicionismo-voyerismo,
alude a un proceso lógico en donde anota como autoerotismo
el verse a sí mismo en su miembro sexual. Para Lacan esto equivale
a faltar a sí, puesto que el cuerpo propio equivale al objeto que
en el caso es el que ve a sí. No es que falta el otro, falta el sí, hay
falta de sí, ¡salvo que consideremos al sí, al sí mismo, como el
miembro sexual! Eso tendría repercusiones. ¿Por qué auto en-
tonces? Aún no hay «nuevo sujeto» como dirá inmediatamente
Freud en el texto. Es cierto que esto es complejo, una forma
de trabajarlo es que no se trata en esta cuestión del auto de
faltar al otro, tanto en el sentido de hacerle falta o en el de estarle
en falta sino que se trata de una falta respecto al sí.
En esta secuencia de la pulsión escópica o de la mirada, el
instante de máxima igualdad o de no diferencia con el otro —
por ejemplo con los amigos en el acto de consumir— coinci-
de con la realización del fantasma del desvalimiento, ese fan-
tasma en ese instante se hace real, estableciéndose una falta de
sí que no nos permite descifrar que el «nuevo sujeto» pueda ser
entendido como el Yo del narcisismo. ¿Hay alguien más des-
valido que el que se hace cuidar por un desvalido, generando el
imposible de invertir los roles? Cuidar lo decimos en el senti-
do escópico, mirar, ver a sí mismo en el lugar del desvalido,
faltar a sí. ¿Qué Yo se aloja allí, qué nuevo sujeto? Está presen-
te, en cambio, y destacadamente, el dominio de la pulsióncomo
empuje de una exigencia de trabajo, la presencia de una de-
manda por articular dos heterogeneidades, la mirada y lo otro

-82-
CLASE 9ª

que no es esa mirada, o si prefieren la mirada y lo mirado, lo


retomaremos en las próximas clases.

Para terminar por hoy: no se trata tanto de considerar la


adición como problemática ante la ley, de una complicación por
revelarse ante la ley, como podríamos interpretar determina-
das demandas que nos llegan o incluso como pretenden inter-
pretar ciertas secuencias de «Trainspotting». Se trata en cambio
de una posibilidad de revelarse, que sabemos además desarro-
llada como una posibilidad por siempre fallida. Se trata de un
basamento pulposo que da forma a la ley bajo el imperio del
significante y en el laberinto de las normas —así pueden expli-
car también por qué tantas demandas llegan mediatizadas bajo
orden judicial y hasta, por qué incluso, somos nosotros mis-
mos los que ante determinadas demandas propiciamos este
mal escape— y, en cambio, en pocos casos, poquísimos, se
trata de una demanda que intenta forjar a la ley allí donde ésta
se fisura en relación al objeto imposible.

-83-
Clase 10 — La falta, el faltar. Faltar al Otro, faltar a sí. Freud y Sartre.

«Imaginemos que yo haya llegado, por celos, por in-


terés, por vicio, a pegar mi oreja a una puerta, a mi-
rar por el agujero de una cerradura... Yo soy mis
actos y por eso mismo conllevan su total gratifica-
ción. Esto significa que, detrás de esa puerta, se ofrece
un espectáculo ‘que ver’, una conversación que es-
cuchar. La puerta y la cerradura son a la vez instru-
mentos y obstáculos. El fin justifica los medios que,
sin ese fin, no tienen importancia»…

«Pero he aquí [mientras miro por el agujero de la


cerradura] que yo oigo pasos en el pasillo: se me
mira. Soy invadido en mi ser y surgen modificacio-
nes esenciales en mi estructura. La vergüenza reve-
la, me revela, la mirada de otro y a mí mismo al
término de esa mirada. Me percato por la vergüenza
de mi situación de mirado».

Esto que les leí está extraído del texto tal vez más famoso
de Jean Paul Sartre, «El ser y la nada», en su primera parte, el
capítulo intitulado «La mirada». Subrayemos una vez más, aho-
ra en el ejemplo que citamos, cómo se suplementan la mirada
con el ruido es decir, con lo invocante. Que si bien todo ruido
no es invocante es cierto, pero no es el caso del ejemplo
sartreano, digamos que poseen características fenomenológi-
cas similares. Y Sartre las pone en relieve en su trabajo,
denostándolas con muchísimas características existenciales.

-84-
CLASE 10ª

El adicto nos cuenta historias, escenas en donde su actuar


revela un fin específico en una situación determinada, básica-
mente conseguir su droga, consumirla. No revela, no puede
revelar, que en esa situación él es mirado. Tampoco puede
decir algo sobre los ruidos o voces si advienen. Ambas cues-
tiones pertenecen al ámbito de las tonterías que se dicen, del
relleno de las habladurías, de lo verdaderamente insignificante
para el que está hablando, comentándonos su desgraciada vida
de adicto o consumidor, sus pormenores diarios. Pero no es
así para quien escucha, sobre todo si tiene en mente estos
ítems no revelables. Ambos filmes que compartimos y que
seguimos analizando, nos brindan muchos ejemplos al respec-
to, simplemente basta con sostener la pregunta sobre la mira-
da o lo invocante para que surjan preguntas varias, tales como,
¿a esa escena en donde todos consumen, qué mirada la con-
templa?, ¿a ese corte en la secuencia, indicado por un cambio
de escena, que ruido o efecto musical le corresponde y a cuen-
ta de qué se presenta? Estos ejercicios son los que sostienen a
la dirección del filme, no son meramente casuales, aunque si
azarosos.
Decíamos que en la mirada el acento no está en ser mirado
por alguien, no es la cuestión saber quién mira ⎯Sartre diría
que es mirado probablemente por otro. Entonces lo que no de-
bemos hacer es perder de vista esa mirada, aunque se escape el
alguien. Supongamos que se trata de que el adicto es visto, o se
da a ver, o es pura mostración, que a veces entremezcla sus
acciones con hazañas en formas disparatadas, peligrosas, vio-
lentas, pero también entremezcla sus acciones con situaciones
similares al del ejemplo sartreano, algo que se lee habitual-
mente como intentar llegar al límite de la situación. Se aprecia

-85-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

lo que estamos rescatando o subrayando: que es mirado, tal como


el vicioso del ejemplo sartreano.

La mirada no se liga a ninguna forma en particular. No hay


ojos para esa mirada, aunque tal vez los hubiera. La mirada
como objeto remite al sujeto a sí, no lo remite hacia otro. La
mirada y el otro que me mira, no hacen Uno. Implica una
elección forzada. O tengo la mirada o tengo al otro que me
mira. Si eligen la mirada tienen ahí la típica escena de la esqui-
na, de la junta, del consumo compartido. Todos ahí, dándose
a ver. Tal como si se realizara una escena cinematográfica pero
sin cámaras, sin registro, pero tal como una escena que está
siendo filmada, hay una mirada.
Este tipo de camaradería posee ciertos rasgos que mere-
cen la pena ser considerados. Más que sostener al ideal de la
amistad ⎯cosa harto improbable dado los efectos nocivos
que conlleva dicha práctica⎯ el camarada, el vecino más que
ser otro distinguible es un doble, es alguien más o menos, poco
importa, lo que realmente acontece es que es funcional al asun-
to. ¿A qué asunto? Al del tiempo. Porque más que perpetuar al
tiempo como tiempo perdido, esa camaradería sostiene un ale-
targamiento, una suspensión, un entreacto.
Trainspotting, el término con el que se titula la película, es
un término que refiere a un pasatiempo típicamente inglés,
ligado a los ferrocarriles, en donde se cuenta, se clasifica, se
cronometriza el paso de las formaciones, las características de
las mismas, sin ningún afán utilitarista, por el sólo hecho de
hacer trainspotting. Una mirada es lo que los unifica en tiempo y
espacio a los integrantes de ese pasatiempo inútil, fútil, una
verdadera pérdida de tiempo.

-86-
CLASE 10ª

Tanto en este pasatiempo como en la junta de la esquina, o


del bar, o donde sea, se organiza un campo social en donde
cada integrante se identifica con su prójimo en ese hacer, ubi-
cándolos dentro o fuera de un mundo que a su vez lo ha ena-
jenado, según el considerando de cada cual. Y en ese transcu-
rrir, en ese pasatiempo, no hay vergüenza, ni orgullo, ni pudor,
ni asco, ni moral. La masa anula, no a los integrantes, sino a
estas mal llamadas barreras.
Dada esta elección forzada, o la mirada o el otro, estamos
en el punto en donde elijo la mirada, tratemos entonces de
situar esta consideración: dada esta mirada, se hace faltar al
Otro. Podemos decir también, pero noten cómo esta frase se
dificulta en su transmisión, podemos decir: faltar al Otro, ese
Otro que existe probablemente según Sartre o a ese Otro que
existe idealmente según Freud. No es lo mismo lo probable que
lo ideal.

En Sartre lo probable del otro está en estricta relación con


lo vulnerable, no es que esa mirada o ese ruido hacen percibir
que haya alguien mirando o escuchando, sino el hecho de ser
vulnerable, es decir, que hay un cuerpo que puede ser herido,
que ocupa un lugar y un espacio. Nuevamente entonces los a
priori de Kant en escena, limitados a una probabilidad: El Otro
existe como probable.
En la obra de Freud lo ideal ocupa un lugar escabroso por
más de un motivo, para este punto es conveniente releer, por
ejemplo, el famoso capítulo VII del texto de Freud titulado
«Psicología de las masas y análisis del yo», pues allí se encuen-
tra la misma fórmula de Sartre pero trabajada no en función
del vicioso sino en función de la masa, del grupo sosteniendo
otros aspectos menos fenomenológicos: sobre todo el ideal

-87-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

del yo, el yo, el objeto. Allí Freud propone otra elección forza-
da. Que el objeto se ponga en el lugar del ideal del yo o en el lugar del yo.
Ahora bien, tengamos presente en esa lectura la función
de las pulsiones que Freud denomina de meta inhibida, recor-
dando lo que dijimos de ellas situándolas como el verdadero
prototipo de toda pulsión y en estricta relación con la subli-
mación. Porque si se trata de la mirada o de la voz, como
siendo el objeto que está en juego, no es tan sencillo definir el
esquema de Freud sobre todo en lo que atañe a la considera-
ción que le impregna de objeto exterior. Ya lo dijimos, hay un
problema con cierta noción del límite, un problema de índole
topológico a reconsiderar.

Por ejemplo, tomando el esquema del capítulo siguiente,


del capítulo VIII del mismo texto de Freud, el lugar del objeto
exterior en Freud refiere al líder o al hipnotizador. Pero si lo
combinamos con el ejemplo sartreano, allí debemos ubicar a
la mirada, porque no es la mirada que nos mira en cuanto
procede del líder o del hipnotizador ⎯podría serlo pero no
en este ejemplo⎯ sino la mirada como objeto. Lo dijimos al
comienzo, no importa la mirada de quién, y al no importar el
acento recae sobre la mirada, no sobre el otro que mira.

-88-
CLASE 10ª

La mirada como objeto en el esquema de Freud ¿podría


no ser exterior?, tengan en mente a la voz de la conciencia, el
objeto exterior sería la mirada de la conciencia, el ángel de la guar-
da de los relatos infantiles, sin lo angelical, claro está. De ser
así estamos en el campo de la mirada ⎯o de la voz⎯ que
domina a la escena hipnótica o a la masa. Ya no podríamos
considerarla ligeramente como exterior. ¿Qué lugar queda para
el líder o para el hipnotizador?

En Freud siempre hay vestigios de ese lugar tercero en


todos sus esquemas, tiene sus razones, en este momento no
coinciden con las que proseguimos nosotros. Digamos que es
un error absolutamente propiciador. Lo mismo sucede con el
texto de Sartre, ambos dan en la tecla, luego tienen que ubi-
carlo en sus razonamientos, no siempre encaja, pero el mérito
de haberlo señalado es importante y hay que rescatarlo.
Pero hagamos el rodeo de precisar ese valor del tercero,
en el caso de la masa el líder o en la hipnosis el hipnotizador,
son terceros en cuanto intervienen en la dupla Yo-objeto como
se introduce en el esquema. Vayamos por un instante a otro
texto de Freud «El chiste y sus relación con lo inconsciente» en el
punto en donde se trabaja la pulla indecente. Estamos cote-
jando dos textos de Freud separados por diez años, entre ellos
se encuentran ubicados los escritos metapsicológicos que nos da-
ban el pie a nuestra argumentación.
En «El chiste…» Freud sitúa una meta, un fin, un cierto
objetivo en el placer de ver desnudado lo sexual, dada esta meta
o aquel objetivo deja constancia de todos los impedimentos
reales por conseguirla. Surge así como necesario la
implementación de diversos recorridos en donde se obtienen
los llamados placeres parciales –parciales en el sentido que no

-89-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

logran obtener la meta primera, que se contentan con me-


nos⎯ surge también ante los impedimentos reales cierta fle-
xibilidad del referente hacia dónde se dirige esa meta –dado
que no se lo lograría con ese objeto, tal vez con otro sí, aunque
no sea lo mismo⎯ y, por último, ante esos impedimentos
aprovechar la presencia de un tercero, más que como obstáculo
como propiciador. Consideramos que el impedimento real lo es
en tanto que es imposible lograr dicha meta, caso omiso caere-
mos en la torpeza de creer que el impedimento es una prohibi-
ción. Para ser más taxativos diremos que no hay manera posi-
ble de ver desnudado lo sexual, de allí que el rodeo es absolu-
tamente necesario, que lo parcial es ineludible, que el referente
nunca lo es. Pero queda el tercero que Freud destaca, averigüe-
mos ahora el porqué de esta necesidad lógica.
Es muy interesante al respecto detenerse e indagar el des-
pliegue que introduce Freud para separar en cuanto procedi-
miento a la pulla del chiste obsceno. Diferencia tres niveles.

1. El acto o descarga directa, sin rodeos. Es un nivel míti-


co, puesto que en este nivel el sujeto desconoce o rechaza las
barreras que le dan existencia en tanto sujeto a la ley. Es lo que
antes anotamos como imposible.
2. La pulla se realiza entre dos, el hombre y la mujer. Dado
el impedimento constatable, a la manera de un dique o defen-
sa, hay que superarlo mediante ciertos rodeos e indirectas.
3. El chiste obsceno que introduce la presencia de un ter-
cero a quien se dirige el dicho, este tercero es el que sanciona
al chiste en cuanto tal. Y es tan importante esta presencia del
tercero que el avance de los modos culturales hizo posible
que, sólo en ausencia de las mujeres, que son el motor del
asunto, el que sanciona el chiste jamás es a quien se dirige.

-90-
CLASE 10ª

Noten que el avance, la progresión es hacia una mayor


insusceptibilidad. Del acto impulsivo sin rodeos, Freud avanza
hacia la constatación de un valor cultural con ausencia-pre-
sencia de las mujeres en ese sitio, sea la taberna o el club de
hombres. Ahí está el valor de ese tercero como un valor sim-
bólico, en función de una presencia-ausencia. Luego esta di-
mensión del tercero se hace ineludible. El Otro existe en su
valor simbólico.
Pero la mirada o la voz en cuanto que ocupan aquel lugar
de objeto exterior, reemplazando al tercero, sea líder o hipno-
tizador, al tercero entre los yoes masificados y un ideal del yo,
no pueden ser solamente comprendidos en un valor de con-
senso simbólico comprobable, por ende eso que en el esque-
ma se grafica como ideal del yo, también queda trastocado.
Si le quitamos prioridad a la presencia del tercero en su
valor simbólico, ¿qué queda de la relación a los diques cultura-
les? Pero también, ¿qué queda de la presencia probable del
otro siempre sujeta a la vulnerabilidad corporal?

De esta forma podemos ahora reconsiderar las


mostraciones de los adictos en este punto, sin tener que remi-
tirnos a una falta de barreras o a una carencia de noción de
peligrosidad para sí o para terceros. Se trata entonces de una
restitución de estos objetos ⎯la voz o la mirada⎯ en el cam-
po de este Otro, sea el social, el cultural, el probable, el kantia-
no. Seguiremos por esta vía cuya articulación a la sublimación
es determinante. Además notaremos que en esas dos pulsio-
nes ⎯la invocante y la escópica ⎯permiten escudriñar un
mensaje de vuelta sobre el sujeto que allí se desprende, torsión
que no permite construir ninguna identidad social, más aún

-91-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

que rompe con toda identidad. Notaremos que así, en cam-


bio, surge un sujeto sin relación al Otro, surge así un Otro que
no existe ni como ideal ⎯al decir de Freud⎯, ni como pro-
bable ⎯al decir de Sartre. En este punto hay que establecer
que no se tratará de placer ⎯el placer de ver o de oír⎯, ni
tampoco de la angustia existencial que referencia el punto
máximo de vulnerabilidad corporal de todo ser humano.

-92-
Clase 11 ⎯ Lo inasumible. Introducción al llamado «empuje al olvido», el reque-
rimiento analgésico.

Seguimos con las consideraciones sobre el objeto mirada


y el objeto voz. Entramos en el recodo final. En esta clase me
detendré en el ya citado de Sartre «El ser y la nada», pero en su
capítulo segundo, subtitulado «la actitud hacia los otros». La próxi-
ma seguiré con un texto de mi autoría «Lo inasumible» en don-
de continuaré con la temática que en esta clase intentaré co-
menzar a desplegar.

Si para Sartre en el inicio, en una primera actitud, está el


amor, el lenguaje y por ende, el masoquismo ⎯noten nueva-
mente la similitud con los lineamientos trazados por Freud ⎯
esto lo es en la medida que pueda constituirse un fracaso posi-
ble que permita, en menor o mayor medida, adoptar una se-
gunda actitud, lógicamente posterior, que Sartre designará con
estos nombres: la indiferencia, el deseo, el odio, el sadismo.
Son relaciones de orden lógico no cronológico. Aunque a Sartre
no parezca importarle tanto esta disquisición, a nosotros sí,
porque seguimos la vía del descubrimiento freudiano.
Vamos al argumento de Sartre. Encuentro al prójimo, al
otro en la medida en que me mira, soy objeto de esa mirada.
Pero, de intentar encontrar allí una identidad posible, una iden-
tidad basada en ser el objeto de esa mirada, tenemos un pri-
mer escollo, pues ¿cómo ser idéntico a un objeto? En este
punto habíamos avanzado diciendo que no se trata de identi-
dad sino de otra cosa, de identificación. En ese objeto, refugio
imposible de toda identidad, se inscribe un rasgo al cual ano-

-93-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

tar el principio de una identificación o, si lo prefieren, más


acorde al decir sartreano, un intento de identidad como fraca-
so. Caso omiso… no encontrarán en Sartre el caso omiso.
Sartre sólo toma la vía de este fracaso y dice: «Dado el fracaso
entonces intento…», la frase sigue pero me detengo ahí. Pregun-
témonos ¿quién intenta dado el fracaso del intento de identi-
dad? Vale preguntarse esto, porque en ese fracaso de la identi-
dad hay falta de sí. El que toma las riendas, el que intenta, no
puede ser el mismo que dice «entonces yo intento», y no pon-
gan allí al Yo del narcisismo o imaginarizán todo el recorrido
venidero, perdiendo el valor de la novedad freudiana.
Sigue Sartre: «Dado el fracaso entonces intento volverme delibera-
damente hacia el otro y mirarlo: quiero admirar la mirada del otro». Esa
es la novedad, mirar la mirada, en este segundo momento no se
trata de refugiarse en el fracaso, en una no-identidad con el
objeto que no soy en cuanto soy mirado. Hay una torsión,
ahora se trata de mirar la mirada, es decir que se trata de la
mirada en cuanto objeto y no del objeto de la mirada. ¿Qué
introduce esta novedad, esta torsión que se inicia en un tiem-
po anterior dado el fracaso de la identidad?
Contesta Sartre: «Desde el momento en que inicio este
recorrido por el cual miro a la mirada, esa mirada se desvanece
y no veo más que los ojos. No puedo mirar la mirada sin dejar
de ver lo que desde esa mirada acontece.» Es la opción alie-
nante forzada: o la mirada como objeto o lo otro como objeto
de la mirada. No hay otra opción. Pero además nos preguntá-
bamos por el quién, ese que surge al intentar salir del fracaso
identitario sólo consiguiendo entrar en una alienación.

-94-
CLASE 11ª

Pues bien, ésta es la verdad fracasada del «Réquiem para


un sueño» desde el punto de vista del personaje que tomamos
como central, Harry. Recordarán lo que citamos de la fantasía
de Harry, aparece en dos ocasiones, primero como ensueño
diurno y luego se reitera en un sueño. El hecho de que se
repita, induce a considerar eso como una insistencia, y en esa
insistencia se introduce una vez más un fracaso en cuanto ver-
dad, una no-identidad que se repite, porque paradojalmente lo
que se repite siempre introduce una diferencia, diferencia que
se sostiene en una no-identidad.

-95-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ.

Vean la imagen de la publicidad original en donde hay un


fotograma de esa fantasía por debajo y encima la imagen del
ojo.

Abajo tenemos la mirada en cuanto es la que mira ese ho-


rizonte o nos obliga a nosotros, los que miramos esa publici-
dad, a ubicarnos en el lugar desde donde se sostiene, si se
puede decir así, esa mirada. Arriba el ojo, precisamente el ojo
que se mira al querer mirar la mirada, según el ejemplo sartreano,
porque es muy difícil sostener a la mirada como objeto sin
engarzarlo en algún punto de origen, de inicio. Lo mismo su-
cede con la voz, es innegable que tiene origen. Para la mirada
ese origen se sitúa, imaginariamente, en el ojo, o mejor, en la
pupila. De paso verifiquen si no es ése uno de los ojos de la
actriz principal, que escenifica a la novia de Harry, la misma
que, además, se aprovecha en la parte de abajo del afiche, para
tapar el punto de fuga, en el centro del muelle, esta coinciden-
cia ya es una interpretación. La misma persona, el mismo otro
ubicado en los polos de la alienación. Harry o tiene la mirada
o tiene al otro (sea como mancha o como ojo). Arriba domina
el ojo, abajo la mirada.

Vamos despacio. ¿Qué muestra esa fantasía según la ima-


gen mediática?: el mar, el océano, una forma posible de la
inmensidad de esa mirada ajustada a la línea del horizonte. Es
bastante común esa atracción por mirar hacia el mar, hacia ese
horizonte. Podemos deducir que Harry y su amada son de un
pueblo ribereño ⎯la madre de Harry al recordarla los ubica
allí⎯ por eso, entre otras cosas, van a la azotea del gran edifi-
cio cuando comienza la película, van a ver el mar desde allí
porque ya no viven en aquel sitio ribereño. El muelle del sue-

-96-
CLASE 11ª

ño tal vez remita a ese sitio infantil en donde lo envolvente


marítimo cifró un destino para Harry: la amada aparece como
una mancha en esa vastedad del límite del horizonte en donde
se introduce el muelle, ella se ubica opacando el punto exacto
en donde se encuentra, según la construcción aplanada de las
tres dimensiones, el punto de fuga. Si ustedes trazaran dos
líneas rectas siguiendo los laterales del muelle, éstas se cruzan
en un solo punto cuya ubicación quedará oculta por la silueta
de la mujer, precisamente por su cabeza, ⎯a la altura de sus
ojos debería ser para el caso en que coincida con la altura de
los ojos de quien mira, insisto que no sabemos quién. Aunque
la fantasía quiera alojar allí al personaje fantaseador, es decir
Harry, nosotros nos abstenemos de otorgarle crédito a esa
incidencia. Lo que si se observa es que ella, porque es ella, no
es cualquiera ⎯ya lo verificaremos ⎯ está mirando hacia ese
punto de fuga que organiza ⎯geométricamente hablando ⎯
la imagen. Esta imagen tiene un punto de organización exter-
no, se sostiene en una composición distinta al del cuadro
renacentista de Susana y los viejos. Ella mira hacia allí, hacia ese
punto de fuga, ocultándole u opacándole eso al que mira hacia
allí o al que la mira a ella, recuerden la opción alienante.

Sugiere Sartre:

«parece que mi propósito [el del sujeto que intenta


superar el fracaso inicial]... ha sido alcanzado, pues-
to que poseo el ser que tiene la clave de mi objetivi-
dad y que puedo hacerle experimentar mi libertad
de mil maneras. Pero en realidad, todo se ha hundi-
do.»

-97-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

Mejor dicho imposible. Al fracaso inicial, al de la no-iden-


tidad, se lo supera ingresando en un verdadero atolladero. En
la pretensión de querer encontrar el ser en una identidad, o
encuentro un objeto ⎯la mirada⎯ o encuentro al ojo. Esquicia
del fundamento. Debo elegir: el ojo o la mirada. ¿Quién debe
elegir? Está claro en la publicidad, debo elegir o arriba o abajo.
En el medio el Réquiem. Está claro que más que un final o un
réquiem por un sueño, lo que nos presentan es que hay que
elegir. Por esto habíamos dicho que más que el final por un
sueño, tenemos aquí el mismísimo despertar, o en términos
sartreanos lo que ocurre después de la segunda actitud del ser
o la nada.
¿Qué le ocurre a Harry entonces en la vigilia?, le ocurre
que elige mirar la mirada, es decir la indiferencia hacia el otro
diría Sartre. El ojo representa esa indiferencia, el ojo que se
cierra, si me permiten la expresión, la ceguera, ese ojo que
tantas veces aparece en la película, y que es siempre el mismo,
no sólo por economía de recursos, insisto, eso es una inter-
pretación del director.
El otro, diría Sartre, queda reducido a una mera función de
soporte, apenas una opacidad, indiferente en la indiferencia.
Así nos ubican en el dispositivo. Me refiero al lugar en dónde
nos ubican cuando tenemos oportunidad de encontrarlos, en
el marco de un tratamiento posible. Nos ubican en el lugar del
soporte de ese dispositivo, pero con total indiferencia. Esto es
un señalamiento para que no se lo crean, porque nadie – nadie
es el verdadero nombre del quién ⎯ nadie es el soporte de
ningún dispositivo, esto que acontece hay que leerlo transfe-
rencia mediante, no somos ojos pupilantes o soportes creíbles
para una mirada, pero allí nos quieren ubicar. Aunque a veces,

-98-
CLASE 11ª

relaciones institucionales mediante, tendemos también a pre-


tender ubicarnos ahí, en el lugar de ese soporte, en cuanto
especialistas, sea por vulnerabilidad sartreana o por idealidad
freudiana como decíamos la clase pasada.

Trabajamos el ensueño cuando presentamos al «Requiem…»,


allí ubicamos el valor de esa fantasía, él ve el muelle, allí su
novia que se da vuelta y lo mira, corre, va a abrazarla, y cuando
está lográndolo… un ruido lo saca de allí. Harry tiene ese en-
sueño mientras espera que el otro, su amigo, haga el trabajo
que él planificó. El ruido es importante, es invocante, en el
ejemplo sartreano también lo localizamos aunque Sartre no lo
considere tanto, porque le interesa como a Harry el desplie-
gue de lo escópico, de la mirada. Harry, a diferencia del vicioso
sartreano, no deja de estar en el campo de la mirada, es indife-
rente para con el ojo que lo mira, para con el ruido que advie-
ne. Suspende momentáneamente el espiar por el ojo de la ce-
rradura de su fantasía. Sigue esperando.
Pero esta fantasía aparece en una segunda oportunidad en
el filme, esta vez en un sueño. Se trata nuevamente de la mis-
ma imagen, el mar, el muelle, el punto oculto. El fantaseador
corre, quiere atrapar a ese punto, volverlo hacía sí, quiere ubi-
carse en ese punto para que lo miren. El propósito tal vez es
dejar de mirar para ser mirado. Es una opción.
Luego nos enteramos que Harry mientras dormía, segu-
ramente bajo el efecto sedante de la anestesia, que perdura en
sus efectos después de ser aplicada para afrontar la cruenta
operación de amputación de su brazo infectado, nos entera-
mos que él pronunciaba sonámbulicamente un nombre: Ma-
rion, el nombre de su amada, en donde resuena en nuestro
castellano la palabra Mar.

-99-
Clase 12⎯ Lo inasumible. Las causas del dolor. El dolor como Uno. Sentido y dolor
de existir.

Cumplo con lo que prometí abordando ahora el texto «Lo


inasumible», una sección del mismo en lo referente a la temá-
tica del dolor en la medida en que, así como el ejemplo del
cuerpo de la clase anterior, el dolor encaja al sentido.

Bien conocida y lapidaria es la clasificación que Freud hace


en el «Malestar de la cultura», respecto de tres posibles causas del
sufrimiento, según de dónde provengan: del cuerpo propio,
del mundo exterior, del vínculo con otros. Es un esquema
tripartito. Se trata sin más, de un montaje explicativo. El sufri-
miento queda considerado como una respuesta a lo cambian-
te, una resistencia a lo inasumible. Pero, esta es la cuestión,
nada dice de la asumibilidad que también le compete y por la
que se manifiesta aquello inasumible. Tengan en cuenta que
sin ese grado de asumibilidad no hay forma de anoticiar al
sujeto sea del cuerpo propio ⎯destinado a la ruina y a la diso-
lución⎯ sea del mundo exterior ⎯furia hiperpotente,
despiadada y destructora⎯ o sea del vínculo con otros ⎯pa-
radigmáticamente el más doloroso dada la vía del
odioenamoramiento.
Como deslizando lo inasumible de esos sufrimientos a lo
inasible que resulta del cambio más o menos abrupto de las
condiciones anteriores al cataclismo, a la putrefacción, al des-
amor, entre otras condiciones, esta clasificación freudiana peca
de romántica en la medida en que queda enraizada con el
fatalismo del destino.

-100-
CLASE 12ª

Consideremos el hecho de lo que sucede cuando se pro-


duce sufrimiento desde dos o más formas de esa clasificación
citada. Esto nos permitirá preguntarnos: ¿es que pueden co-
existir varios de esos sufrimientos al unísono, en el mismo
tiempo y lugar? Lacan subrayó durante el seminario «La identi-
ficación” ⎯poniéndolo a la cuenta de un descubrimiento reali-
zado por el psicoanálisis⎯ que nunca se sufren dos dolores a
la vez, indicando allí la supremacía del dolor incluso por sobre
otro dolor concomitante. Del dolor siempre hay Uno. Se pue-
de incluso dividir el campo en dos: el campo propio del dolor
y lo otro, lo que no es dolor, lo que puede hacer doler: el
cuerpo propio, el mundo exterior, los vínculos odioamorosos.
Entonces más que señal de ese otro campo el dolor se confi-
gura como señal de erotismo, en la medida que se fundamente al
erotismo como esa función que ampara a la falta de sí, mal
llamado a veces como citamos, autoerotismo, porque de lo
que se trata es de subrayar la falta de sí en ese dolor. El dolor
como Uno hace faltar a lo que hace doler. No es el dolor un
faltar al Otro, como inapropiadamente expresa el término auto,
sino que es falta de sí mismo. No es que falta el mundo exte-
rior, el cuerpo propio, o el vínculo con otros a ese dolor. El
dolor entonces remite a la falta de sí, falta en donde lo otro
⎯cuerpo propio, mundo exterior, lo vincular⎯ encuentra su
sostén de existencia.
Pero tengamos en cuenta que a contrapelo de la clasifica-
ción freudiana recién citada que se corresponde con «El males-
tar en la cultura» se encuentran otras consideraciones de Freud
dispersas en su obra. Sus primerísimas consideraciones en su
«Proyecto de psicología…» respecto del dolor están en la línea de
subrayar lo indiscutible del dolor en cuanto poseedor de esa
cualidad particular que lo incluye por antonomasia dentro del

-101-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

campo del displacer. La vivencia de dolor se contrapone a la


vivencia de satisfacción, punto destacado en la construcción
de la teoría del sistema psíquico al que Freud apunta. Pero esta
simple oposición primera a los fines de la construcción, no se
sostendrá por mucho tiempo, salvo como dicotomía. En «In-
troducción del narcisismo» por ejemplo ⎯y no es la primera vez,
sino que resulta ser la más evidente⎯ ya está el indicio de lo
que taladrará todo el sistema en su «Más allá del principio del
placer». Freud comienza a explorar ese contrasentido por el
cual

«la persona afligida por un dolor orgánico y por sen-


saciones penosas, resigna su interés por todas las
cosas del mundo exterior que no se relacionen con
su sufrimiento».

En esa resignación se puede leer una nota de asumibilidad, a


la que no se puede responder del mismo modo, tal como su-
cedía con relación a las cosas del mundo o al cuerpo propio o
a los vínculos odioamorosos, imperativamente inobjetables
hasta ese momento de la resignación. Hacia el final de su obra
puede leerse siguiendo esta misma orientación, este párrafo
que pertenece a «Inhibición, síntoma y angustia»:

«El paso del dolor corporal al dolor anímico corres-


ponde a una mudanza de investidura narcisística en
investidura de objeto»

Destaquemos nuevamente el problema: ¿Hay un pase del


dolor, un intercambio o mudanza, hay Uno por Otro? El nivel
elevado de las proporciones de investidura es lo que permite

-102-
CLASE 12ª

la mudanza, ahora bien, este nivel elevado se lleva bien con la


hipótesis de la sensación de displacer en oposición al placer,
pero no con la hipótesis de un más allá, indicada por Freud en
su texto.
Entonces en la obra de Freud existe un tratamiento con-
ceptual del dolor que a diferencia del tratamiento de la satis-
facción ⎯planteado como su opacado reverso⎯ no se rela-
ciona con el deseo, motor del aparato psíquico. En este punto
es necesaria una corrección. Consideraremos que cuando en
la obra de Lacan se formula el dolor de existir ⎯término que
no tiene parangón en la obra freudiana⎯ lo que se establece o
restablece, lo que se reformula o reforma es una relación del
deseo con el existir ⎯y, por ende, con la no-existencia⎯ y en
esta articulación hay una implicación del dolor, del sufrir y del
sufrimiento en las vías del deseo y no sólo como terminará
imponiendo Freud, con su trípode dolor, duelo y angustia (no-
temos que muy poco trabajado por sus seguidores). En el dolor
de existir no sólo se anota la vertiente del objeto ⎯o la falta del
objeto⎯ sino una cierta relación con el sujeto, relación de
pérdida cuyo cuestionamiento se hace esperar.

Cuando trabajamos los filmes de referencias colocamos


del lado del sentido al cuerpo y al dolor. Respecto del dolor
nos preguntamos qué era lo que brinda sentido a ese empuje,
a esa fuga, a la construcción de un mundo sin afuera, desde el
punto de vista del personaje principal Mark, en Trainspotting, y
decíamos que el dolor es lo que brinda sentido. Pero también
decíamos que al dolor se lo puede analgesiar, es una de las
funciones del consumo, sostiene analgésicamente al dolor, lo
hace asumible en su inasumibilidad. El personaje encuentra
ese dolor de existir y lo ubica a lo largo y ancho de toda su

-103-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

joven vida. Cada vez que alguien o incluso él mismo, por que-
rer su bien, en el intento desintoxicante, le quita ese efecto de
analgesia, el dolor se hace insoportable, al punto tal de hacerle
creer al sujeto que ese dolor es eterno e inagotable. ¿Cuál do-
lor? El dolor de existir, en la medida que no conjuga con un
deseo que no sea el del Otro.
Recordarán que dimos cuenta de ese lugar vacante dejado
por su hermano discapacitado duplicado en la muerte de ese
bebé, imagen del desvalimiento. Pues bien, a ese lugar se dirige
la mirada del Otro, causa del deseo que se le supone. Ese de-
seo, en la medida en que se entrelaza a un duelo irrealizable
por alguien que por vivir como vivió, por vivir sin poder dejar
huellas, ese deseo encuentra dificultada su tramitación hacia la
muerte. Seguimos hablando del existir y su concomitante do-
lor. Mark padece por ser convocado a ese lugar, o si quieren a
ligar ese deseo a aquella existencia. Allí comienza a analgesiar
ese dolor, es la función del consumo. La salida la dijimos, tiene
características éticas, puesto que se trata de un dolor que le
brinda ese sentido a su vida. Tendrá pues que acometer ese
acto que le posibilite un lugar fuera de ese todo configurado
por ese deseo. Allí termina la película, comienza el exilio de
Mark, el exilio de ese lugar o de esa vida. Un sin-sentido, una
privación a ese todo, Versagung que desencaja a la función
analgesiante del dolor.

La próxima reunión será entonces la de cierre del curso.


Tendremos que extendernos en dos considerandos. Cerrar este
tema que venimos trabajando y retomar las claves, por así de-
cir, los nudos del problema que el decurso fue marcando.

-104-
Clase 13⎯ Importancia del intervalo, la fisura. El fantasma como razón exterior.
Duelo y contemporaneidad. Cuerpo sentido.

Todos los críticos y los historiadores del arte participan de


la idea de nombrar a la obra de Édouard Manet como el um-

-105-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

bral de la entrada al arte del siglo XX. La dificultad radica en


acordar la ubicación de cuál obra en particular de su inmenso
catálogo indicaría el punto entre un antes y un después. Ya
ubicamos esta dificultad de ubicar un límite preciso. Pero en
este caso la cuestión ⎯según los críticos⎯ se ubicaría en una
de dos pinturas del extenso catálogo de Manet. Es interesante
esta opinión dividida, porque en esta búsqueda de la precisión,
adviene lo que nos permite discernir a la necesariedad de la
repetición en la trama histórica, como el modo en que se in-
troduce esa delimitación. Pues de hecho no alcanza con situar
un rasgo en una Obra, que tal vez apareció en forma casual o
azarosa, sino que es importante situar una repetición que dará
cuenta de que dicho rasgo está introducido, que hay una ela-
boración, una insistencia. Estas dos obras que los críticos se-
ñalan son Olimpia y Cristo con ángeles, datadas en 1864 aproxi-
madamente, un poco menos de un año de diferencia entre
ambas. La primera causó una fuerte impresión y un gran re-
vuelo, otra vez un desnudo como el de Susana, la segunda
⎯en la que los detendré⎯ no causó tanto revuelo, pues se
sabe que no se pintó para iglesia alguna y de hecho hoy perte-
nece a una colección privada.
Se trata de la mostración del cuerpo yaciente, del cadáver
de Cristo junto al de dos ángeles. Cristo muerto, por lo tanto
todavía no como «Hijo de Dios», pero además, Cristo todavía
no resucitado, es decir el cuerpo muerto de un simple mortal.
Casi en un cono de sombra envolvente, la figura de dos ánge-
les en contrapunto, manifestando sentimientos humanos, tal
como lo denotan sus ojos llorosos, dolientes. El cuerpo de
Cristo iluminado de una forma muy particular ¿da cuentas de
la finitud mortal del cuerpo que poseemos o del tránsito a

-106-
CLASE 13ª

cierta resurrección en espera? ¿Da cuentas del Dios muerto o


del hombre que se resiste a descreer en la muerte?
Este cuerpo así expresado es el índice de lo que estando
vivo o muerto concierne al arte del siglo XX, y no sólo al arte,
hay una pregunta sobre ese límite, presentándolo como muer-
te en vida, como vida muerta, interrogando lo que da sustento
a la vida o a la muerte. Cuestión más acuciante si se trata del
ser hablante y sexuado, si se trata de lo que genéricamente
hablando se denomina el hombre.
En la imagen de ese cuerpo hay una incógnita que Manet
nos presenta, sin lugar a dudas no es un error. Es la cicatriz
que dejó el lanzadero al ser aplicado, incrustado sobre el lado
izquierdo, el lado del corazón, cuando toda la narración histó-
rica y bíblica la presentan afectando el lado inverso. Este corte
puede ser importante dado que, en el rito o en la forma de
castigo llamada crucifixión, el acto de introducir el lanzadero
indica el final, proponiendo un pasaje o una continuidad en
función de un intervalo, un antes o después del suplicio. La
cicatriz es la marca de esa imposibilidad de situar ese límite. Es
una herida fatal enseñada a ser aplicada a la mayoría de los
soldados de aquel entonces. Siempre es del lado derecho del
supliciado. El Sudario de Turín documenta que en el caso de
Cristo también fue así, no hubo variantes, no hay contradic-
ción en los Evangelios tampoco.
Hay entonces ese intersticio, intervalo, entredicho por qué
no, que no responde a una ley de composición interna para la
lógica de esa historia como decíamos, introduce un exterior
que posibilita un corte. Forma parte del suplicio, es el final del
suplicio. Forma parte del final de la vida del crucificado o, tal
vez, forma parte del inicio de su muerte, éstas ya son formas
de complejizar ese límite.

-107-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ.

Esto lo hemos expresado a lo largo de este decurso en


numerosas cuestiones que se transforman así en nudos que
hacen a la cuestión, por ejemplo en los tópicos referidos a:

–La ley y su fisura.


–El objeto de la demanda en el campo del significante.
–Lo auto o lo otro, en el erotismo.
–El dolor en el placer.

En Lo inasumible tomo el ejemplo de un pensador llamado


Maurice Blanchot, en su escrito titulado «La razón de Sade»,
cuando toca el tema de la apatía de algunos libertinos, en su
consideración por sus víctimas. Allí llega Blanchot a situar la
siguiente aporía: dice que el objetivo de todo libertino es el de
consolidar el goce de su insensibilidad. Consideren que allí donde
el libertino, aquel que es capaz de realizar el peor de los críme-
nes, logra su obra máxima, se enfrenta con el punto máximo
de su insensibilidad. Esto abre la puerta a considerar el tema
del agente de ese goce en la medida en que consideremos la
no identidad que se desarrolla en esa discontinuidad: el liberti-
no realiza su acto justo cuando más insensible es. Es decir que
no realiza su acto en el punto ápice de su sensibilidad, que es el
foco hacia donde lo lleva la voluptuosidad. Tal como el alco-
hólico, allí donde más liberado, más impotente, el libertino se
topa con su aporía.
Tenemos diversos ejemplos, el del crucificado antes o des-
pués de recibir el lanzadero, el libertino antes o después de su
acto perverso. ¿Qué sostiene la continuidad entre el antes y el
después, como nombrar al agente de esa situación? Pues bien,
la respuesta que introdujo el psicoanálisis fue el fantasma. El

-108-
CLASE 13ª

fantasma es esa razón ⎯siguiendo al título de Blanchot⎯ que


se introduce desde afuera, desde otra lógica, que sutura esa
discontinuidad.

Y el sujeto bajo efecto del consumo, antes y después, pro-


ducto de esa discontinuidad, ¿cómo sostiene ese acto, aquel
olvido, cómo puede retomar este hecho o ese dicho ⎯como
decíamos al iniciar este curso⎯, sino con su fantasma y dada
sus vicisitudes?
¿Qué función asume lo inasumible?: éste es el aporisma
que resuelve el fantasma, fracaso exitoso o éxito fracasado.
Pero en ese fantasma no hay quien puede nombrarse Yo, lo
que no impide articular un sujeto como absolutamente opues-
to al objeto, absolutamente discordante, heterogéneo al obje-
to que le incumbe, a su sí más extimio como decíamos, a su
núcleo del ser. Es importante acordar que ese sujeto está im-
posibilitado en su razón fantasmática tanto de unificarse a sí,
de identificarse con ese ser de víctima o victimario, como de
nombrarse mediante un signo cualquiera, aunque más no sea
el que le quita la vida, por así decir. El crucificado, por ejem-
plo, podría ser un nombre posible, y la marca que porta el que
recibe este nombre está inscripta en esa cicatriz, la estocada
final en el cuerpo, el fin del dolor. Pero Manet la dibuja en
espejo, de derecha a izquierda. Interroga ese nombre en esa
marca de esa manera y nos toma a nosotros, los que miramos
ese cuadro como un posible espejo desde donde se refleja esa
virtualidad, puesto que es en el espejo en donde lo que está a la
derecha queda a la izquierda del que mira. Es un enigma, no-
sotros miramos a Él, o él se mira a través de nosotros.
Lo que se transmite en ese juego de miradas es un cuerpo
que tiene una consistencia muy particular, de hecho dijimos

-109-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

inaugura lo moderno de ese cuerpo con todo lo que implica


para el siglo XX esa presencia. Un cuerpo, un dolor, un existir,
una forma de vida dada una razón externa en el fantasma.

Espero que a esta altura del decurso, en su momento con-


clusivo, estén acostumbrados a tomar el conjunto de estas re-
flexiones sin dejar de lado el referente de nuestro tema que
fuimos conduciendo desde la problemática de las adicciones
hacia una consideración a la falta de sí. Por ejemplo, entrecrucen
a estas reflexiones con las adicciones, las que sean, o el consu-
mo de alguna sustancia, luego verifiquen si cumple o no una
función de suplemento o complemento a este fantasma en
vías de constituirse, o a punto de constituirse, o en imposibili-
dad de constituirse como tal.

Y hemos destacado en las dos películas de base, cómo en


la historia de cada personaje, la vía de esta constitución estaba
impedida, cercenada, coartada a nivel de lo que se denomina
sus antecesores. Consideramos a la muerte de un hijo en una,
del esposo en la otra, siempre una muerte en el horizonte de la
madre de cada personaje central. Una muerte y su tramita-
ción, lo que se denomina un duelo, la prefiguración de una
pérdida. El personaje es un crucificado, si me permiten la ex-
presión, lo digo para anudarlo con la obra de Manet, no como
respuesta desde un contexto cristianizado que de hecho tam-
bién habría que considerar.

En el cuadro de Manet: ¿Por qué lloran esos ángeles?, ¿qué


les duele, qué duelo tratan? ¿Puede un ángel perder? Agreguen
a este estatuto de la pérdida en juego para estos dos ángeles las
preguntas que formulamos al comenzar esta clase, puesto que

-110-
CLASE 13ª

se trata de Cristo muerto todavía no resucitado. Esos ángeles


acompañan en el cuadro tanto al que mira como al que es
mirado, pero en ambos casos, en el instante que la pintura
establece, son esos ángeles los que hacen el duelo, quiero decir
los únicos que estarían en condiciones de hacer ese duelo en la
medida en que no entran en esa dialéctica especular. Ellos son
los que sostienen con todo el dolor que habría en juego, la
escena que se monta. Así están ubicados, en la penumbra, fue-
ra de la luz, y de la mirada que cunde. Y ante la imposibilidad
de resolver efectivamente si miramos o somos mirados, se
deduce que son ellos los que están en verdadera condición de
hacer ese duelo, que son ellos los verdaderos dolosos. Y los
ángeles, se sabe, no tienen sexo. Su cuerpo, en este caso afec-
tado, es el mensaje y el mensajero de ese estado. En nuestra
actualidad, según Manet, son ellos los encargados de cicatrizar
las heridas, de permitir el tránsito de muerto a resucitado, son
los fantasmas que introducen la hipótesis de la continuidad en
ese tránsito. Son ellos los que prefiguran la pérdida, los encar-
gados de una tramitación, cumpliendo el rol que, hemos veri-
ficado, está impedido de concretarse para los personajes de
cada película de referencia.

Por ende el consumo acaso, ¿no se relaciona íntimamente


con esa tramitación impedida? Impedida, imposibilitada, coar-
tada en su fin, dedúzcase lo pertinente según cada caso, sin
olvidarnos de situarlos en nuestra contemporaneidad, tal como
Manet hace. Permítanme una aclaración, cuando digo trami-
tación no apunto a una resolución específica del conflicto,
indico simplemente una errancia para su tramitación. El con-
sumo surge en función de ese goce, es decir dado ese goce de

-111-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ.

la obturación, del cual nadie puede responsabilizarse. En el


caso de Mark, lo dijimos nombrándolo como una imposibili-
dad de situar un fuera a ese todo, no hay más allá. En el caso de
Harry como una imposibilidad de situar en ese todo un dentro,
una falta, una carencia. En el primero el final se indica con un
exilio, es el nombre de esa salida a un todo sin fuera. Ya lo
trabajamos. En el segundo aparecen esas figuraciones de posi-
ciones fetales, un alojamiento en el dentro de ese todo, como
si un feto formara parte de ese interior, de ese todo,
descompletándolo. Es una imagen, acurrucados, con el pulgar
en la boca, imagen discordante con la del Cristo de Manet, a
un paso, pero todavía no, del regazo de su Padre.

Dediquemos un instante último a considerar esta situa-


ción en el «Réquiem…». La cuestión es cómo buscar la salida
por dentro sin la función del consumo, sostén del olvido del
cuerpo, tal como lo patentiza Harry, amputación de su miem-
bro mediante. Imagínense que en esa película el brazo prime-
ro infectado luego amputado no es el mismo, derecho e iz-
quierdo se intercambian. No es así, pero podría serlo perfec-
tamente puesto que no hay registro de ese cuerpo hasta que
duele. El director podría haberse inspirado en este cuadro de
Manet. Digo que no hay registro porque lo que duele no es la
infección del brazo ⎯o el lanzadero en la Historia bíblica.
Harry podrá darles cuenta del dolor del brazo amputado, por-
que para ese dolor su consumo no bastará, dado que su fun-
ción, la del consumo, está basado en un olvido, un olvido que
apunta a cierta falta que no es la suya, una falta dentro de ese
todo que no se la considera en cuanto tal.

-112-
CLASE 13ª

Habíamos dicho que Harry nombra en su fantasía ⎯al


finalizar el filme⎯ a su amada. Sueña que él corre por ese
muelle hacia ese punto de fuga interno-externo al cuadro, pero
ella desaparece, luego él se cae, tropieza caminando hacia atrás.
Se cae adentro podríamos decir, se hunde. En rigor no hay
salida hacia dentro, por ello irrumpe la voz, el llamado. No hay
lugar para esa voz, puesto que no se ubica dentro o fuera, esa
voz es real. Mal denominada alucinación motriz, pequeño so-
nambulismo. «La llamaremos» le dice la enfermera puesto que
escuchó cómo Harry la nombraba mientras dormía y él, an-
gustiado le responde que no, que no vendrá. Situamos ante-
riormente que Harry en esa elección forzada entre el ojo y la
mirada, elige la mirada. Ahora podemos decir, con el apoyo
del cuadro de Manet que prefiere seguir siendo sostenido por
el ángel de la mirada. Así se ve Harry siendo él el crucificado,
el sacrificante. ¿Y el cuerpo, y el dolor? No creemos que Ha-
rry pueda dejar su consumo después de lo que le ocurrió, en
absoluto, esa función de sacrificio en el olvido puede seguir,
no encontró su límite. La amputación no es un acto para ese
sujeto, es un tropiezo más. Harry no ubica una ética que le
concierna según su deseo.
En fin, esto ya son presagios, una pregunta más práctica
podría ser cómo nos ubicamos en ese cuadro para que adven-
ga ese límite, cómo lo propiciamos antes de que sea demasia-
do tarde. Cómo propiciamos una salida a esos acting, así los
llamamos, cómo invitamos al sujeto a salir de esa escena cuan-
do lo que domina es la búsqueda de un dentro a ese todo, un
interior a esa escena. Hay que intentar localizar un bastidor, tal
como una escena en la escena, un recoveco inútil en función a
esa escena, algo descuidado en el montaje, algo no calculado
en la escenografía, un descuido. No busquen eso en el filme,

-113-
ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ

no lo encontrarán. Tan sólo aparece el sonido, los ruidos, las


particiones de la pantalla, esos trucos cinematográficos que se
presentan como siendo ajenos a la trama, pero que indiscuti-
blemente forman parte de su presentación según la interpre-
tación del director. Pero Harry de eso nada sabe, ¿puede sa-
ber?, tal como los pliegues de las sábanas en donde reposa
Cristo, tal como esa faja que le cubre su desnudez ubicable en
el centro del cuadro, tal como ese piso de tierra y piedras en
donde se apoya su pie, todos esos trucos nos ocultan un saber
que no se sabe, pero aún así opera.

Para cerrar quiero agradecerles su presencia y espero ha-


ber estado a la altura del decurso transmitiéndoles la impor-
tancia de estos rodeos, aún para el caso de una temática tan
álgida como lo son las problemáticas de las adicciones hoy en
día.

-114-
LA DEGRADACIÓN DEL
ALCOHOLISMO
[TRES ENSAYOS Y UN CASO]

-115-
-116-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO
TRES ENSAYOS Y UN CASO (1)

Introducción

Este libro se compone de tres ensayos y un caso articula-


do, dando lugar a una serie forjada en ese «tres más uno». Se
sostiene en una producción, dado el trabajo por años en una
práctica de consultorio cernida por los relatos de sujetos en
donde el alcohol, el brebaje, su consumo, sus efectos, han con-
figurado un mapa, una historia, un decir hartos complejos. Y
si el tema que nos ocupa es el alcoholismo, no lo será menos
su crítica fundamentada en lo que hemos designado como su
degradación: el trato que le dispensamos desde nuestros prejui-
cios, desde nuestra ciencia, desde nuestra moral y desde la éti-
ca que nos concierne. ¿Existe eso que llamamos humanidad sin
ninguna referencia al uso del alcohol, en cualquiera de sus for-
mas? El consumo o la apropiación del alcohol entonces debe
ser la enunciación de una función tan propia a la humanidad
como la función de la palabra misma. Llamativo es que siem-

1-Estos ensayos fueron publicados en forma parcial, divididos en seccio-


nes no relacionadas, en «Psicoanálisis y el hospital» Nº 14 Nov. 1998, Nº
16 Nov. 1999, Nº 22 Nov. 2002.

-117-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

pre se la haya evitado tentadoramente en su designación de


función. Y creemos que hay en esa evitación fascinada el nudo,
no sólo de lo que se quiere evitar, sino la esencia de la evita-
ción misma. En la escoria de su prohibición es posible encon-
trar el fundamento mismo de su promoción: es que la argu-
mentación que lo rechaza como veneno del cuerpo es la mis-
ma que lo posibilita como remedio del alma. Hasta qué punto
en nuestra función de autor y por esta serie de ensayos noso-
tros lo volveremos, una vez más, a degradar, aún no lo sabe-
mos. Pero lo que sí sabemos ⎯en cambio⎯ es que hay tareas
del autor que son de su competencia, fundamentalmente la
crítica y la construcción de su decir. Intentaremos entonces,
persuadir al lector en procura de un trabajo que lo deje tomar
como incauto, y que lo inicie en su próxima crítica y construc-
ción respecto del tema.
Intentamos pues, diseñar una orientación respecto del tema,
una disposición a nuestra lectura en la medida en que retorna
sobre aquello mismo que denominaremos la consideración freu-
diana respecto del objeto. ¿Es el brebaje alcohólico un objeto?,
¿hay una disciplina cuyo objeto considere al alcoholismo como
suyo y propio, inherente a su asunto? ¿Hay una objeción que
el alcoholismo haga propia y constitutiva de su función? Esas
son algunas preguntas que socavan los ensayos siguientes; sus
inestables equilibrios validan pues la pertinencia de las mis-
mas.

-118-
ENSAYO 1º

ENSAYO 1: LAS VERTIENTES Y


CONSIDERACIONES AL TRATAMIENTO DEL
ALCOHOLISMO

El tratamiento de pacientes alcohólicos, como cualquier


tipo de tratamiento, no queda exento de consideraciones clí-
nicas, éticas y de cierta lógica que conduce la práctica. Contar
con estos parámetros, es decir, no descontarlos de la cuenta
que hacen contar, introduce en el caso particular ⎯sea de
pacientes alcohólicos o no⎯ una puesta al día constante de
las implicancias tanto teóricas como técnicas que se deducen
de dichos tratamientos. Es una obviedad que, tanto la investi-
gación como el tratamiento están regidos por principios éti-
cos fundamentales que, teniendo en cuenta los avances tecno-
lógicos y científicos de los últimos años, se hace imperioso
conceptualizar2

2- Hay toda una nueva tendencia situada en el entrecruzamiento de la


aplicación médica en tratamientos diversos con la responsabilidad del
médico practicante, tendencia llamada bioética, que sintetiza sus princi-
pios básicos en cuatro puntos bien definidos designados como principios
éticos fundamentales: 1. Principio de beneficencia: que establece la obli-
gación del practicante de hacer el bien extremando los beneficios y mini-
mizando los riesgos del paciente. 2. Principio de no maleficencia: que
establece la obligación de no hacer el daño a los pacientes respetando el
orden psíquico de éstos. 3. Principio de justicia: que exige tratar a todos
los pacientes con igual consideración y respeto en el orden social, es decir
establecer el respeto a la igualdad de oportunidades. 4. Principio de auto-
nomía: que defiende la capacidad del paciente para evaluar y tomar deci-
siones acerca de todo aquello que afecta a su modo de vida es decir cons-
tituir el llevar a cabo las decisiones del paciente sin restricciones, a menos
que produzca perjuicios a terceros. Si bien estos principios no admiten

-119-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

Todo profesional ⎯para el caso, médico o psicólogo⎯


asume voluntaria y públicamente ejercer acorde a una ética de
máximos. Podrá ofertar, mas no demandar, sobre aquello que
atañe a lo personal o íntimo del paciente. En cuanto a su título
profesional, que es ante todo un título social, queda por ello
obligado ⎯como todo ciudadano⎯ a respetar una ética de mí-
nimos, exigible para todos en la medida en que se impone en el
vivir en sociedad. ¿Cuál es el supuesto cuya enunciación evoca
esta ética?, ¿acaso no existe una verdadera política de la oferta
⎯adecuada a la sociedad de mercado⎯ que no sólo prescin-
de de la ética recién explicitada, sino que es solidaria de su
inadecuación en la práctica diaria? Pasemos a revisar desde
este punto de vista las consideraciones que hacen al tratamiento
posible del alcoholismo, con el riesgo que supone hablar de
una clínica sin el anudamiento al caso por caso, es decir: gene-
ralizando lo particular.

O fracaso, o éxito

En primer lugar se considera al alcoholismo como una


patología psiquiátrica haciendo caso omiso de una considera-
ción paradigmática en cuanto que la medicina restringe el con-

jerarquización puede establecerse una categorización entre aquellos que


representan a una ética de mínimos ⎯civil, colectiva, exigible a todo ciu-
dadano⎯ y entre aquellos que representan a una ética de máximos ⎯per-
sonal, que se oferta o propone y que domina el ámbito de lo privado. (Ver
Hellín, T. «Bioética, drogadicción y Sida» en Avances en toxicomanías y
alcoholismo Univ. De Alcalá.1996).
-120-
ENSAYO 1º

cepto de toda enfermedad al axioma diagnóstico-tratamiento. En


otros términos, el alcoholismo es presentado como una en-
fermedad, aunque en cuanto tal no puede incluir una supuesta
cura o tratamiento cuyo horizonte sea el del éxito o el del
fracaso. En segundo lugar, para dar consistencia al posible tra-
tamiento es necesario inscribir al paciente en un reconocimiento
de su enfermedad ⎯lo que alude a un encare moral del asun-
to3 ¾ y dejar expuesto el dilema de la oferta que se confunde
con una demanda neta del médico excluida de la ética que
antes citamos y que corresponde ser encausada. El tratamien-
to posible, para que advenga al éxito, comienza por un fraude
con implicancias netamente éticas. El practicante se las arregla
⎯si es que puede⎯ para inscribir al alcoholismo4 como una

3 -Al respecto la cuestión de la supuesta personalidad psicopática que fue


llevada a los límites de otra supuesta personalidad sociopática, aparece
como una respuesta de inconsistente en el tratamiento en cuanto no cuen-
ta con ningún aval de reconocimiento por parte del paciente (véase, entre
otros Negrete, J. «Factores Socio-culturales en el alcoholismo» en Acta
Psiquiátrica y Psicológica De América Latina V.19 Nº 3, 1973 P. 220) Nada
claro e impreciso resulta deducir, a su vez, de la supuesta personalidad del
alcohólico las complicaciones psiquiátricas del alcoholismo (ver el artícu-
lo de De la Serna en Avances en toxicomanías y alcoholismo, Univ. De Alcalá,1996)
como tampoco puede establecerse una causalidad directa entre agresivi-
dad y alcoholismo (ver Balvuena A. «Alcoholismo y criminalidad» en
Avances en toxicomanías y alcoholismo, Univ. De Alcalá, 1996).
4 -El término alcoholismo se aplica a una patología muy amplia y, al
mismo tiempo se lo intenta acotar en un enfoque multidisciplinario. Lo
que el término intenta abrochar cada vez, se disuelve rápidamente en el
intento de pluralización del abordaje terapéutico. La cuestión del
alcoholismo parece ser la de un término al que se lo intenta apropiar

-121-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

enfermedad5 que ni contempla el axioma mínimo de defini-


ción, ni contempla los principios básicos de la ética que sostie-
ne a ese tipo de tratamiento. De aquí surge una imposibilidad
que deviene, a corto plazo, como impotencia en el accionar
del tratamiento mismo. No falta mucho para entender las ra-
zones por las que se le achacará al paciente aquello que esa
impotencia demuestra. La salida a este atolladero será moral:
el paciente resultará ser el responsable ⎯dado sus actos⎯ en
la medida que el practicante lo rechace por la impotencia mis-

desde una teoría de la generalización (véase: Adis Castro, G. «Salud


Mental Y Alcoholismo» en Acta Psiquiátrica y Psicológica De América Latina
V.20 Nª.2, 1974 P.142, también Mariategui, J. «Investigación
Epidemiológica Del Alcoholismo En América Latina» en. Acta Psiquiátrica
Y Psicológica De América Latina V.20 Nª.2, 1974 P. 86).

5 -«El concepto de enfermedad en alcoholismo« es un trabajo meritorio al respecto.


Su autor arranca separando, dentro de la psiquiatría, aquellas problemáticas
en donde se ha avanzado en la definición de una enfermedad propiamente
dicha. El alcoholismo es un terreno donde se ha avanzado mucho. Después
de leer a Jellinek acuerda en la orientación propuesta por éste y acepta
ligar el concepto de enfermedad sólo cuando puede constatarse cierta
adaptación del metabolismo celular, cierta tolerancia tisular aumentada
más el síndrome de privación, de lo que se desprende que no todo
alcohólico queda circunscripto por este concepto de enfermedad. Queda
claro entonces que el aumento de la ingestión de etanol no constituye
ningún deseo impetuoso por la sustancia -de hecho nunca se demostró la
existencia de alcoholismo en animales- como tampoco existe un
fundamento racional para conectar las anomalías enzimáticas con ese deseo.
El autor demuestra además que no puede exponerse que el concepto de
adicción sea una explicación completa. Así, el autor se desliza por la
alternativa de considerar a cierto alcoholismo como una enfermedad
crónica con dependencia física más incapacidad para detener la ingesta de
alcohol -incapacidad también denominada pérdida de control- e incapacidad
de abstenerse. Marconi logra en este artículo circunscribir al síndrome
-122-
ENSAYO 1º

ma del tratamiento que lleva a cabo, desconociendo la imposi-


bilidad intrínseca que orientaba esa cura6.
Hay una lógica de estos tipos de tratamientos basada en
este par de oposición éxito-fracaso. Desde esta lógica se im-
pone una casuística al ritmo periódico de las ingestas alcohóli-
cas, es decir, a la intoxicación. Se considera que este ritmo
impulsivo apunta a un éxito ⎯a veces llamado beneficio⎯ que
así resulta para el alcohólico: por ejemplo, el alcohólico triunfa
allí en donde intenta hacer algo con su depresión. Siempre se
sostuvo y con diferentes razones y argumentaciones que el

alcohólico como enfermedad ante lo cual se queda con una porción


reducida del campo del alcoholismo. En otros términos no todo
alcoholismo se integra al concepto de enfermedad, diríamos más, casi
nada de alcoholismo hay en su concepto de enfermedad crónica alcohólica.
Marconi es paradigmático en esto, realza que no existe relación entre
dependencia física e ingestión compulsiva de alcohol, lo subraya
indicándolos como fenómenos disociados, la privación de alcohol en los
alcohólicos no siempre es causa ni de dependencia física, ni de compulsión
a la ingesta (véase: Marconi, J. «El Concepto De Enfermedad En
alcoholismo» en Acta Psiquiátrica y Psicológica De América Latina V.11 Nª.4,
1965 P. 330)

6 -Véase, por ejemplo, el artículo de Menéndez en donde se observa


críticamente desde esta posición del discurso médico cómo se deja caer el
problema en manos de Alcohólicos Anónimos u otros grupos similares.
Lo que el discurso médico no puede apropiar para sí, lo rechaza
desconociéndolo. Este acto de impotencia es el envés de lo que no se
resuelve en los límites de una imposibilidad (Menéndez, E. «El Proceso
De Alcoholización En América Latina (Segunda Parte)» en Acta Psiquiátrica
y Psicológica De América Latina V.30 Nº.1, 1984 P. 29)
-123-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

par alcoholismo-depresión van de la mano7. La intoxicación


alcohólica deja en suspenso para el alcohólico su cuota depre-
siva. La falta de alcohol deviene para el alcohólico esa resul-
tante de fracaso ⎯sostenido, resentido, amplificado en todo
su cuerpo⎯ que llaman depresión, en miras a cierto oscuran-
tismo. Pero el alcohólico es aquel que decide ⎯en esto radica
su acto⎯ hacer algo con ese dolor depresivo. Llamarlo hoy
en día dolor no resta impregnancia al dicho depresión y, aún
así, con esto se intenta ignorar al acto mismo por el que el
sujeto intenta fugar de ese dolor. El alcoholismo supone ⎯y
la experiencia alcohólica es este saber⎯ que hay de un supri-
mir a este dolor, que hay de un remediar esta circunstancia y
hasta tal punto lo supone que la armonía de algunos alcohóli-
cos con su pareja satisfacción es vista como modelo envidia-
ble de relación8.
Pero desde el punto de vista médico, a esa depresión le
conviene un tratamiento cuya esperanza esta cifrada en la ac-
ción de algún que otro psicofármaco. ¿Qué deja de lado esa

7 - El agregado «manía» está en estricta relación con esto: dipsomanía,


oinomanía, alcoholomanía. La manía está en cierta coyuntura con la de-
presión (véase: Freda, H. «Ponencia» en Jornadas sobre toxicomanía y alcoho-
lismo, Correo del G.E.M. Número 21, Julio de 1993).
8 -Este punto es retomado críticamente en el Ensayo 3º.
-124-
ENSAYO 1º

posible sustitución psicofarmacológica? Ni más ni menos que


el acto mismo del alcohólico, su decisión más extimia9, preci-
samente aquello mismo que se le demanda que olvide, al re-
cordarle que su posición es la de enfermo, objeto del saber
médico. El médico lo toma como objeto, al alcohólico, de un
discurso que intenta prescindir del efecto sujeto constituido
en aquel acto que se desconoce a sí mismo, tal como todo
acto10 . Del sujeto, alcohólico (si se permite el exabrupto pre-
dicativo) deberemos pues, ocuparnos. Y para ello, necesitare-
mos retomar tanto las consideraciones éticas como las mora-
les. A la decisión del alcohólico, se le contrapone el principio
de autonomía incluido en esas causas éticas máximas desde el
punto de vista bioético, salvo cuando su accionar, mas no su
decisión, pone en riesgo a terceros o a sí. La famosa grandio-
sidad reactiva del alcohólico, es decir, el reverso de su depre-
sión, hace el tramado en borde de la ingesta alcohólica, éxito o
fracaso.
Desde el punto de vista dependencia-abstinencia del tóxi-

9 -Decisión conjugable a cierta afánisis que abole al sujeto y a la evacua-


ción del goce. Hay entonces que separar a esta decisión del uso del pro-
ducto que aspira al olvido del olvido (véase: Lecoeur, B. «Ponencia» en
Jornadas sobre toxicomanía y alcoholismo, Correo del G.E.M. Número 21 Julio de
1993 )

10 -¿Por qué se establece el beber alcohol como un acto social en donde


lo patológico sería lo solitario? La depresión, en cambio, no mantiene
relación alguna con lo social, entonces es el lazo al otro lo que se desprende
como afectado (vease: Negrete, J. «Alcohol Y Transito» en Acta Psiquiátrica
y Psicológica De América Latina V.20 Nº.2, 1974, P. 132)

-125-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

co, la moral entra también en juego11: toda abstinencia condu-


ce al alcohólico a su depresión y toda dependencia (salvo la
psicofarmacológica, según el médico, transitoria), lo conduce
al reverso, la grandiosidad reactiva, suerte de efecto maníaco.
Así el circuito doble se cierra: de la dependencia-grandiosidad
⎯del lado del éxito⎯ a la abstinencia-depresión ⎯del lado
del fracaso. Del fracaso al éxito y viceversa, reiteración circular
episódica. La vida del alcohólico, tanto para él como para el
médico está comprendida en esa dialéctica de oposición de
éxito o fracaso. Cuando se triunfa no se fracasa, intervalo
mediante, cuando se fracasa nada hay del éxito.

11 -¿En qué se sostiene la abstinencia como un bien moral, siempre prefe-


rible para el prójimo? Al alcoholismo se lo prefiere mantener como de-
pendiente, aunque más no sea de la abstinencia. Pero esta abstinencia ¿no
consolida cierto uso político y social de la dependencia, cierto poder? La
abstinencia es el nombre de la eficiencia en el tratamiento médico-moral del alcoholismo.
Es necesario pues al tratamiento, que la abstinencia se haga eterna, caso
omiso, el tratamiento deviene ineficiente (véase Miguez, H. «Tratamien-
to del Alcoholismo. Estudio de la eficacia de cuatro orientaciones tera-
péuticas» en Acta Psiquiátrica y Psicológica De América Latina V.27 Nº 2,
1981, P.146). Sin embargo Marconi sostiene que pensar al alcoholismo
como incapacidad de abstenerse no conduce a demasiado, la propuesta de
Marconi se apoya en la afirmación de que el exceso (maníaco) alcohólico
no siempre está en oposición a la depresión que se supone de base (véase
Marconi op. cit.)
-126-
ENSAYO 1º

No hay fracaso sin éxito

Este impasse lógico sin salida nos conduce a otra parte, y es


la que sostiene al psicoanálisis desde sus comienzos, que pue-
den situarse en el artículo de Abraham «Las relaciones psico-
lógicas entre la sexualidad y el alcoholismo»12 que apunta a
establecer una relación, a veces de sentido, entre el efecto tóxico
y la pulsión sexual. Así el efecto tóxico anularía la represión y
debilitaría la sublimación, entendidas ambas como destinos
posibles de la pulsión. Estas barreras necesarias se presentan
improcedentes en la embriaguez y en los efectos posteriores
nocivos a la ingesta. Pero, además, una crónica intoxicación
alcohólica reduce la real capacidad sexual, hace del alcohólico
un impotente en el mismo instante en que la pulsión se desata
de sus ataduras ⎯represión y sublimación⎯ he aquí una jus-
tificación de la celotipia delirante de los alcohólicos. De la mis-
ma forma que alguien defiende sus síntomas, el alcohólico de-
fiende a su alcoholismo y en esto hay un factor individual, una
diferencia, una realización subjetiva. Es entonces el alcohólico el
que construye su alcoholismo. Este alcoholismo se presenta no como
un síntoma para el alcohólico en la medida en que lo repre-
senta para otro. Es esta representación la que pone en escena
la relación que sostiene el lazo ⎯homosexual⎯ en el alcohó-
lico. Allí donde el sujeto fracasa, colocando a su alcohol en el
lugar de la relación, allí también triunfa haciendo caso omiso a
su división, rechazando su subjetivización en la medida que es
algo: un ser alcohólico.

12 -Abraham, K. En Psicoanálisis clínico. Ed Paidós. Bs. As., 1980, P. 60.


-127-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

Sólo le queda una eterna repetición que no introduce dife-


rencia alguna, que no descompleta. Más que repetición enton-
ces, reiteración del acto que desconoce. Es por allí en donde el
psicoanálisis intentará maniobrar, colocando entre el ser y su
predicación una falta, que puede escribirse: ser, alcohólico.
En este punto nos vemos llevado a la consideración freudiana
del alcoholismo13. Aquí nos detenemos por ahora remarcan-
do que esta consideración se deduce de otra lógica distinta a la
que tomamos al comenzar este artículo, que más que criticar la
posición de los que la sostienen procuró marcar los impasses en
los que deriva.

13 -Un texto como el de Freda, H. («El alcoholismo freudiano» en Sujeto,


goce y modernidad II, Atuel, Bs. As. 1994) puede precisar en este sentido dos
preguntas muy pertinentes a la cuestión clínica: ¿el alcoholismo o el acto
de beber pertenecen al registro del amor o al registro de la satisfacción?,
¿se trata de un acto donde la elección del sujeto se impone, comandada
por la determinación? El texto de Freud en cuestión que trabajaremos en
el tercer ensayo es posterior al de Abraham (aproximadamente un año), en
este sentido Freud intentaba producir un efecto de enseñanza sobre sus
colegas de la Sociedad. Digamos que desde el año 1905 el tema es puesto
en cuestión, y no sólo Abraham tomó la posta.
-128-
ENSAYO 2: SABER HACER DEL OLVIDO UN
REMEDIO A LA VERDAD

En el ensayo anterior llegamos al punto en que se conside-


raba la opción misma de un rastreo del alcoholismo como
temática propiamente psicoanalítica, es decir, como temática
que no descuide su propia orientación al abordar la cuestión
propia del alcoholismo. En este ensayo intentaremos funda-
mentar esta consideración, teniendo en cuenta los desvíos
contingentes que se producen a partir de un efecto de la ense-
ñanza freudiana a sus colegas de la Sociedad, como también las
alteraciones en la transmisión de lo tóxico en el psicoanálisis.
Adelantamos que al considerar la sustancia alcohólica como
phármakon introducimos una diferencia entre los efectos del
alcohol y los de las otras drogas, ⎯cuestión que en este libro
no desarrollaremos⎯ pues consideramos que no hemos des-
pejado aún lo suficiente esta diferencia.

La verdad olvidada

Para Freud14 la idea delirante o extravío psicótico contiene


un fragmento de verdad olvidada. Nos interesa particularmente esta
noción de la verdad en tanto olvidada.

14 - Por ej: Freud, S. «Moisés y la religión monoteísta» En Obras Completas


de S. Freud. Vol. xxiii . Amorrortu Ed. Bs. As. 1980; P. 82.
-129-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

Freud consideró su estudio a la histeria con Breuer15 bajo


una hipótesis que rezaba: «la histeria padece por la mayor par-
te [sobre todo] de reminiscencias», es decir, que sufre o pade-
ce por algo que no se termina de olvidar, que se lo rememora,
que compulsiona el recuerdo y es en el síntoma donde se por-
ta esa verdad no olvidada. Si la idea delirante es un trozo de
verdad olvidada, el síntoma es su reverso, un trozo de verdad no
olvidada. Pero la pregunta es cómo leemos esta cuestión, de
qué se trata, dónde poner el acento, pues estamos indiscuti-
blemente en el espacio de la verdad en relación al olvido. Es más,
verdad como lo opuesto a olvido. Verdad como «falta de olvi-
do», y dado que olvidar es esencialmente ser, por consiguien-
te, verdad es «falta de ser».
Ha dicho Lacan:

«¿Qué es el amor de la verdad? Algo que se burla de


la falta de ser de la verdad. Podríamos llamar de otra
manera a esta falta de ser ⎯falta de olvido, que nos
recuerdan las formaciones del inconsciente. No es
nada del orden del ser, de un ser pleno, de ningún
modo. ¿Qué es ese deseo indestructible del que ha-
bla Freud como conclusión de las últimas líneas de
su Traumdeutung? ¿Qué es ese deseo que nada pue-
de cambiar, ni doblegar, mientras que todo cambia?
La falta de olvido es lo mismo que la falta de ser,
puesto que ser no es más que olvidar. El amor de la ver-

15 -Freud, S. y Breuer, J. «Estudios sobre la histeria» Comunicación


preliminar. En Obras Completas de S. Freud..Vol. II. Amorrortu Ed. Bs. As.
1980; P. 33.
-130-
ENSAYO 2º

dad es el amor de esa debilidad a la que le hemos


levantado el velo, es el amor de lo que la verdad
esconde y que se llama castración»16.

Esta conclusión de Lacan retoma el instante inicial de Freud.


Y si hay que volver a retomarlo es en función de un dominio del
olvido sobre la verdad. La verdad esconde la castración, por ende,
el extravío psicótico o la idea delirante, ⎯y por extensión toda
idea⎯ pretende hacer olvido a esta verdad. La histérica, si se
establece que sufre por sus reminiscencias, da lugar a eso inol-
vidable bajo la forma de la memoria del olvido, resto positivo
de una marca significante, escritura a descifrar. Suele oponerse
recuerdo a olvido, ⎯donde lo que queda desplazado es la ver-
dad por el recuerdo⎯ y por esto mismo se lee la frase de
Freud en el sentido de querer anular ese sufrimiento cuya cau-
sa son las reminiscencias, haciendo olvidar definitivamente esa
memoria del olvido, permitiendo «ser dicho» lo que no se puede
olvidar; ser dicho es una forma de ser al fin de cuentas. Se
pretende encausar el rememorar ⎯en el mejor de los casos,

16 -Lacan, J. «El Seminario» Nº 17. Ed. Paidós. Bs. As. 1992; P. 55. En
otra edición se lee: «El amor a la verdad es algo que se origina en esa falta
de ser de la verdad, esta falta de ser que también podríamos llamar esa
falta de olvido. Lo que se nos presenta en las formaciones del inconciente,
no es nada que sea del orden del ser, de un ser pleno de ninguna manera.
¿Qué es ese deseo indestructible del que habla Freud al finalizar las últi-
mas líneas de su Traumdeutung? ¿Qué es ese deseo que nada puede cambiar
ni doblegar cuando todo cambia? Esa falta de olvido, es lo mismo que esa
falta de ser, porque ser no es otra cosa que olvidar. Este amor a la verdad, es
este amor a esta debilidad, esta debilidad de la que supimos levantar el
velo. Es eso que la verdad esconde y que se llama la castración«. (Versión
Inédita, subrayado nuestro)

-131-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

pues a veces ni se espera a la rememoración, se la solicita con


un proceder anamnésico⎯ con cierta reconstrucción a partir
de lo recordado.
En el olvido se lee la potencialidad de la cura, más no en el
síntoma, o a la inversa, si la histérica sufre de una verdad que
no se olvida, su síntoma es esa verdad, ¡anular pues el síntoma!
Y el phármakon es otra forma de lograr olvido, que se compor-
ta a la manera de un filtro. Pero aún, antes de ensayar una
conjetura, un rodeo más.

La verdad, ¿olvidada?

Parece entonces definirse un trazo distintivo entre la ver-


dad no olvidada del síntoma, y la verdad olvidada en la idea
delirante. Pero cuando Lacan trabaja un surgimiento del deli-
rio, según el material disponible de y sobre Schreber, hablará
de ideas hipnopómpicas como signos primeros de lo que dará
lugar después a un empuje, que no será un empuje al olvido
sino a la verdad, la verdad de la existencia del sujeto que lo
sostiene, lo invade, incluso lo desgarra por todas partes. Por
eso, en Schreber, a falta de poder ser el falo que falta a la
madre, le queda la solución de ser la mujer que falta a los hom-
bres. Este empuje no está orientado a ningún olvido.

«La homosexualidad, supuesta determinante de la


psicosis paranoica, es propiamente un síntoma arti-
culado en su proceso. Ese proceso está iniciado des-
de hace mucho tiempo en el momento en que su
primer signo aparece en Schreber bajo el aspecto de
una de esas ideas hipnopómpicas, que en su fragili-

-132-
ENSAYO 2º

dad nos presentan especies de tomografías del yo,


idea cuya función imaginaria nos es suficientemente
indicada en su forma: que sería bello ser una mujer
que está sufriendo el acoplamiento»17.

Por ende, la idea delirante más que ocultar una verdad,


empuja a ella. Entonces, ¿qué se proclama en el phármakon
cuando por sus efectos se piensa en la posibilidad de un empuje
al olvido, y mucho más aún cuando es este empuje al olvido el
que se quiere sostener como verdadero en el sujeto en la me-
dida en que le procura un saber hacer olvidar?
En primer lugar el saber también tiene relación con el ol-
vido, aún más es el nombre lacaniano del olvido18. Por eso se puede
conjugar verdad y saber en el lugar de verdad y olvido.
En segundo lugar, la concepción médica de las sustancias
tóxicas sirvieron como saber hacer para desviar la enseñanza de
Freud y procurar un olvido-saber a la verdad en juego. En esta
concepción se trata precisamente de un hacer olvidar como cura
o remedio. Un remedio a la verdad es una forma de saber
hacer con el olvido.
En tercer lugar y como señala Le Poulichet19 no son sólo
los médicos sino también los pacientes los que evocan esta
posibilidad del phármakon: el phármakon protege contra la ver-
dad. Al punto tal que, a veces, el uso que hacen del phármakon

17 - Lacan, J. «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de


la psicosis».En Escritos 2. Siglo xxi Ed. Bs. As.,1985. P. 526.
18 -Allouch, J. «El sexo de la verdad». Edelp. Córdoba, 1999.
19 -Le Poulichet, S. «Psicoanálisis y toxicomanías2. Amorrortu Ed. Bs.
As. 1980.
-133-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

rivaliza con la autoridad médica: por ejemplo, no se atienden


pacientes cuando éstos se «automedican» con phármakon, se
dice que «están bajo efecto», se los desintoxica primero. Pero
así retorna lo que se quiere prescindir: ¿no se dice que los
borrachos suelen decir la verdad? Lo que no se dice es que no
la escuchan cuando la profieren, ésta es la forma de protegerse.
En este sentido se instala siempre algo del orden de una falla,
de una esquizia entre la verdad y el olvido, y es en esa falla
donde parece operar los efectos del phármakon.

Entre dos hitos: «la verdad era dicha» o «la dicha era
verdad»

Esta falla entre verdad y olvido tiene dos aristas: del lado
del olvido es imposible de olvidar, del lado de la verdad es lo
que se implica en la castración.
Respecto de la primera arista o borde de esa falla, la pato-
logía de la acción del alcohol muestra en el síndrome de Korsa-
koff un trastorno amnésico persistente, el sujeto se mantiene
en relación a un olvido que se pretende, a su vez, olvidado. El caso no
es si puede o no recordar, el caso es que su verdad no tiene
más retorno. Un consultante que padecía este síndrome, que
no tenía relación actual con el alcohol pero que durante mu-
cho tiempo sí lo tuvo, decía recordar cómo se llamaba, dónde
vivía y que el alcohol por su consumo lo había llevado a perder
todo. Si bien era enviado a la consulta porque sus allegados lo
notaban muy irritado, su problemática era el padecimiento de
un insomnio crónico y lo que él denominaba «ser estéril».
Ambas problemáticas estuvieron ligadas en cuanto efecto, al
consumo excesivo y por mucho tiempo, en precarias condi-

-134-
ENSAYO 2º

ciones de vida. Su insomnio aparece como consecuencia de


los dichos de un médico que le explica que su impotencia
⎯según los dichos del paciente: esterilidad⎯ no tiene solu-
ción, que no hay nada más que hacer. Entonces dejó de rela-
cionarse absolutamente con mujeres, incrementó el consumo
a grados insostenibles, y se dejó caer en el descontrol hasta
que le impusieron una desintoxicación y una abstinencia que
él supo sostener hasta la fecha de la consulta. Junto con esta
abstinencia le procuraron un lugar donde poder estar y medi-
cación para lograr dormir. Pero luego él se procuró la forma
de conseguir estos fármacos y autosuministráselos. Esto hizo
deteriorar su relación con el dormir y su insomnio se hizo
crónico. Al momento de las entrevistas casi no dormía, no
recordaba, decía no tener pasado. Se hacía colgar unos pape-
les en sus bolsillos que funcionan como imperativos. Casi nada
de verdad, sólo ⎯y esto hay que subrayarlo pues es lo único
que queda⎯ un “ser estéril». Este olvido del olvido aún constitu-
ye un poco de ser, lo que justifica considerar esta arista de la
falla orientada hacia el ser y pensar la orientación contraria en
relación a una destitución del ser20. Si el phármakon ⎯en nues-
tra viñeta alcohol no sin psicofármacos⎯ posibilita y redobla
la apuesta al olvido, hasta sostenerlo como una suerte de olvi-
do logrado, ese resto de ser, ese poco de atributo restante,
indica que el problema psicológico aún subsiste.

20 -Le Poulichet lo trabaja desde la vertiente del cuerpo-narcisismo. Op.


cit.
-135-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

Los rastros de la enseñanza freudiana

Decimos el problema psicológico para destacar el problema tal


como lo subraya Tausk21 y para volver al inicio de este ensayo
en donde intentábamos seguir sosteniendo los desvíos con-
tingentes que se producen a partir de un efecto de la enseñan-
za freudiana a sus colegas de la Sociedad. Y Tausk es uno en
los que hace eco esta cuestión22.
El caso es que el alcoholismo en sujetos con estructura
psicótica no responde de manera similar como en sujetos con
estructuras no-psicóticas. Así, los casos que presenta Tausk,
dada la presencia de delirios y alucinaciones con alcoholismo,
son rastreados a la luz del componente activo del deseo, establecien-
do una oposición impotencia-trabajo, aclarando que el com-
plejo de impotencia es homogéneo a la abstinencia y que la faz
de autoerotismo ⎯faltarse a sí mismo23⎯ aparecen con un ras-
go distintivo a lo que sucede en las psicosis. Nuestra intención

21 -Tausk, V. «Consideraciones sobre la psicología del delirio de acción


de los alcohólicos». En Obras Psicoanalíticas. Ed. Morel. Bs.As. 1977.
22 -El caso Tausk como analista y discípulo fue paradigmático porque
cuando en él hacía eco la consideración freudiana, para Freud esto tenía el
valor de un retorno ominoso, que es una forma de constatar lo extimio en
toda transmisión.
23 -«Este es el verdadero sentido, el sentido más profundo a darle al tér-
mino autoerotismo -le falta a uno el sí mismo, por así decir, por completo.
No es el mundo exterior lo que le falta a uno, como se suele decir
inapropiadamente, sino uno mismo». Lacan, J. «Seminario 10» Clase del
23 de Enero de 1963. Ed. Paidos. Bs. As, 2006.

-136-
ENSAYO 2º

es provocar una lectura del texto de Tausk en función del efecto


de enseñanza freudiana: el phármakon si es propuesto como
un filtro de olvido en relación a la verdad, en estructuras no-
psicóticas aparece como la protección de un narcisismo abso-
luto contra la falta de ser, aparece a la manera de los estados
hipnoides, en donde tenemos pues el tagtraume, el sueño diurno,
o los estados hipnoides predisponentes como cuerpo extraño
tóxico, como falla entre verdad y olvido. Ésta es la enseñanza
freudiana en esta vertiente y que Tausk lleva al límite en su
descripción del delirio de actividad, sosteniendo que los delirios y
alucinaciones en alcohólicos se sostienen en una faz onírica,
precisamente porque se trata de sujetos no-psicóticos. Allí el
phármakon que se sostiene en esa falla entre verdad y olvido
se orienta hacia ese trabajo imposible de saber hacer olvidar.
En cambio, en las psicosis esta falla en sí misma ostentaría no
una orientación simbólica sino una detención real24. Lacan decía
estados hipnopómpicos y no hipnoides, en los primeros sig-
nos ⎯y no significantes⎯ del delirio en las psicosis.
Tausk lleva al límite esta consideración freudiana, como
también lo hicieron algunos psiquiatras designando al delirio

24 - Esta línea de diferenciación también se encuentra en Le Poulichet


cuando separa suplencia de suplente, más no cuando los cruza. Op.cit. «Su-
plencia y suplemento son los dos nombres que elijo para designar dos ejes
principales de esos montajes. Esbozaré de ellos ciertas características que,
ya, han podido orientar mi práctica. Si bien este recorte proporciona una
línea de referencia, no traza empero dos círculos cerrados ni dos cuadros
fijos. La dimensión de la suplencia y la del suplemento pueden comuni-
carse entre sí y no se excluyen«. Hay apartados en el texto en donde esta
supuesta comunicación no logra sostenerse.
-137-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

del alcohólico como delirio onírico25. Pensamos en una puesta al


límite en el sentido de no sostener esta diferencia diagnóstica
en donde se apoya el delirio o la alucinación, destacando un
rasgo que no coincide con la suposición de psicosis para todo
sujeto del delirio o de la alucinación.

25 -Por ejemplo: Las locuras tóxicas de Magnan, las intoxicaciones cróni-


cas de Kraepelin, entre otras. Al respecto puede también considerarse el
texto tal vez inaugural al respecto, de Charles Lasegue «El delirio alcohó-
lico no es un delirio, sino un sueño» (Editorial Polemos. Bs. As.,1998).
Diferenciar estructuralmente el contenido de un sueño y el de un delirio,
necesita de una escucha -de una lectura- que permita escribir esa diferen-
cia no sólo en términos descriptivos, sino operacionales.

-138-
CASO: «SER UN BASTÓN»

Consideraciones iniciales

Arsenio comenzó su relación al alcohol en la adolescencia.


En esa época trataba meramente de encontrar un estímulo
que le permita sostenerse en un nuevo vínculo social, desinhi-
biéndose. La relación entre las ingestas y las «conquistas»26 de
las mujeres estaba estrictamente enlazada en el hecho de po-
der estimularse. Así se inicia para él un camino presuntamente
exogámico, buscar por fuera de lo que hasta ese momento era
su mundo ⎯su familia constituida de una forma particular en
cuanto a las responsabilidades⎯ es decir, inventar un lugar
más allá de esos vínculos. Sin embargo, su escenario no se
despojará de algunos referentes simbólicos que lo embrollan.
Estas relaciones incipientes que comienzan en la adolescencia,
entonces, quedan encriptadas en un rasgo: «chupar» al parte-
naire, absorberlo hasta el hastío.
En esta línea relatará un sueño que posee cierto matiz des-
agradable. La escena del sueño transcurre siendo él adolecen-
te, unos 17 o 18 años.

«Mi esposa [sic] está con otro hombre, me está enga-


ñando, se va con éste».

De las glosas del sueño se desprende un rasgo común en-


tre él y el hombre del sueño: son «quita mujeres», se las arreba-

26 -Los entrecomillados destacan efectos significantes del decir de Arse-


nio.
-139-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

tan a sus respectivos esposos, se trata entonces, de mujeres


casadas. Arsenio en la actualidad tiene una relación conyugal
que se sostiene a pesar de cierta distancia sostenida por su
parte. Cuando él decidió separarse de su mujer, hace de esto
unos diez años antes de comenzar su tratamiento, su esposa
quedó embarazada por tercera vez. Él «acompañó» este em-
barazo para luego irse, pero ¿adónde? Esta pregunta sólo la
responderá de una forma muy particular: «me fui para poder
volver». Entonces no quedará en cuestión el adónde irse sino el
desde dónde volver.
Esta serie de conquistas de mujeres casadas ⎯con la ex-
cepción de su esposa, que se sostiene en otra vía en cuanto
elección⎯ marca los hitos de su vida. Hitos en donde se des-
taca el intentar desplazar a los respectivos esposos, romper los
matrimonios existentes, apoderarse de estas mujeres para lue-
go dejarlas, tras una repentina pérdida del sentido que sostenía
a este empuje chupador.
Con su esposa, en cambio, manifiesta un no poder dejarla,
ella «siempre esta ahí». Este decir le permitirá compararla con
su madre, ambas se llaman igual. Sin embargo, su madre no
siempre estuvo a su lado siendo él niño. Hijo de padres sepa-
rados a raíz de un engaño amoroso, su madre era la «engaña-
dora». A partir del descubrimiento in situ de este engaño, por
parte de su esposo ⎯padre de Arsenio⎯ , éste no le permitió
a su mujer volver a ver a sus hijos. Arsenio, que si bien desde
antes de este episodio estaba al cuidado de unas tías maternas,
quedó marcado por las consecuencias de este episodio nove-
lesco, si bien dice conocerlo no por él mismo, sino por los
dichos en que le relataron ese episodio. Arsenio comenzó a
manifestar al poco tiempo de esta separación una dolencia
que localiza en su tórax, una asfixia o impedimento al respirar,

-140-
CASO

que se fue agudizando con el correr del tiempo. Este signo


acompañado de estado angustioso es para él algo de lo que
nada puede decir salvo mostrarlo o describirlo pobremente.
Arsenio da cuenta de un cambio negativo en su relación al
alcohol a partir de un desencadenante: Su «hijo del medio», a
los 16 años, cursó un episodio delirante que dio curso al des-
encadenamiento de una psicosis. Desde este momento sus
ingestas aumentaron en frecuencia y en cantidad. Su función
de padre ⎯hasta ese momento no asumida en la práctica⎯ se
puso en cuestión. Su vida se complicó, perdió trabajos, su medio
de subsistencia empobreció, a punto tal que volvió a su casa
con su mujer, después de varios años de un alejamiento relati-
vo en convivencia con varias parejas. Emprendió un negocio
que no funcionó, poco a poco se fue «encerrando», encontró
un refugio transitorio en un «boliche», donde recurría cons-
tantemente y se embriagaba. Perdió todo control. A tal punto
llegó su deterioro que le recomendaron irse lejos para recupe-
rarse, optó por la casa de un hermano, en un sitio distante,
donde inició tratamiento en Alcohólicos Anónimos. Pero allí
se reencontró con su hermano también alcohólico, que tam-
bién vive con una mujer con la que no tiene buena relación.
No soportó este espejo. Decidió volver, ⎯si es que se había
ido, dado que en estas reiteradas idas y vueltas no se anota
repetición alguna, o bien, nadie lleva la cuenta, es decir: no se
inscribe diferencia alguna.

Inicio del tratamiento

Es en este momento que inicia su tratamiento en cuyas


primeras entrevistas me toma como alguien que «debe» ayu-
darlo. Dando lugar a esta demanda, sin embargo, le respondí

-141-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

que «nadie» está en la posición de deber ayudarlo. Esta inter-


vención produjo un efecto de desamparo y al mismo tiempo
le permitió desplegar ciertos afectos en relación a mi persona.
Si bien él no toleró demasiado ese desamparo le permitió pre-
guntarse por su posición frente a esa dependencia abusiva al otro.
Cierta vez concurre en un estado agitado, nervioso. Había
tenido una conversación con su jefe laboral, éste le comentó
sobre el decir de otras personas que aludían a que no era bien
visto el hecho de que lo tuviese como empleado al mismo
Arsenio. Esto le produjo un gran desasosiego. Habrá que es-
perar otro acontecimiento posterior para dilucidar los efectos
de esta desapropiación del decir en boca de alguien, encargado de
transmitir lo que otro dice. En este caso sólo se constató un
alto grado de ansiedad que promovió una interconsulta con
un médico que recomendó una internación de tipo sedativa
por 24 o 48 horas.
Después de esta breve internación se introduce en su de-
cir y como síntoma recurrente, ese dolor en el tórax existente
desde su infancia. Al explicitarlo, lo sintetiza en el siguiente
decir: «no pude hacer pecho a esa situación». Relata que, con-
comitante a ese estado, se le presenta un impulso a movilizar-
se, algo así como un cierto apresuramiento por movilizarse,
caminar, trotar, correr. Relata entonces una pesadilla que pa-
dece insistentemente desde hace mucho tiempo, si bien no
puede precisar desde cuando.

«Alguien me quiere agarrar, corro, me escapo, hasta


llegar a agitarme, comienzo a ahogarme, y cuando
más me ahogo más presiento que seré atrapado»

-142-
CASO

Despierta angustiado y en un estado de agitación; le hacen


notar que durante la pesadilla grita su nombre, él no se escu-
cha gritarlo. De su nombre, aclara que también es el nombre
de su tío, hermano de su madre. Esta pesadilla manifiesta para
él exactamente la sensación displacentera de su síntoma, aun-
que agrega dos circunstancias, el hecho de que alguien quiera
atraparlo, y el grito en el que se pronuncia su nombre.27 Esta
pesadilla se reitera sin demasiadas modificaciones, a veces des-
pierta sin gritar, o al menos no se lo hacen notar. Esta cues-
tión del nombre le da pie para relatar que al nacer fue su ma-
dre quien pidió que lo llamen Santiago, pero al inscribirlo en el
registro civil su padre «olvidó» este nombre y como estaba en
compañía de su cuñado le puso a su hijo el nombre de éste en
primer lugar y el suyo propio a continuación.
Así se inicia un trabajo de construcción de sus anteceden-
tes, comenzó a preguntar a sus parientes sobre estas cuestio-
nes, nunca antes por él abordadas sistemáticamente. El caso
es que ese tío que tiene su nombre, es el mismo con quien
vivió desde pequeño, aún antes de la separación de sus padres.
Casado, este tío materno, mantenía relaciones con su cuñada,
hermana de su esposa. Arsenio entonces fue cuidado de niño
por sus tres tías, como él las llama: La esposa de su tío mater-
no ⎯tía política⎯ la hermana de ésta, amante de su tío ⎯tía
postiza⎯ la hija de ésta última, algo mayor que él, tía-prima,
en la medida en que aparece la posibilidad de ser hija de su tío,
no reconocida. En esta abundancia de mujeres, todas en rela-
ción a este tío, que se llama como él, se le brinda la ocasión de

27 -Vale preguntarse en este caso de sonambulismo motor limitado, ¿quién


grita ese nombre?

-143-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

interpretar esa pesadilla en estos términos «ellas me quieren


atrapar». Relata un episodio con uno de sus amoríos en donde
su partenaire queda embaraza y se propone un aborto. Él se
emparenta en ese rasgo adúltero a su tío, pues casi siempre
ambos tuvieron más de una mujer, pero se le escapa una dife-
rencia, sus mujeres son casadas, las de su tío no, lo suyo se
sostiene en cierto cuarteto formado por su mujer, la mujer de
otro, este otro y él. En cambio, esta «tía» amante de su tío, es la
que ocupa para Arsenio un lugar importante en su historia
infantil, es la que verdaderamente reemplazó a su madre des-
pués de la separación.
Este trabajo de reconstitución de su historia familiar poco
a poco cercena el lugar de su padre. Su padre al momento de
separarse e impedir que su madre vea a su familia, efectuó un
cambio de posición que lo ligó definitivamente a esa misma
familia que no es la suya sino políticamente. La madre de Ar-
senio, después de esa ruptura con su esposo, quedó por fuera
de su propia familia, jamás perdonada por su actuar. Al falle-
cer ese tío materno, el padre de Arsenio ocupó ese lugar va-
cante en esta familia, pasó a ser el referente masculino de to-
das esas mujeres enlutadas.
La imagen primera que Arsenio tiene de su padre, ubicada
inmediatamente después de la separación, es la de un padre
con un pie enyesado, apoyado en un bastón. Este «quebranto»
fue a causa de haberse caído del techo al descubrir que su
mujer le engañaba con otro en su propia casa, situación que
pudo descubrir desde la altura de ese techo en el que estaba
ubicado, haciendo un trabajo.
Pero el bastón en esa imagen es leído por Arsenio como un
apoyo necesario, y comenta que él también necesita apoyo,
pero algo más. Así relata que tiempo después de casarse, su

-144-
CASO

madre le reclama a su padre la parte que le corresponde de los


bienes ⎯concretamente su casa⎯ pero su padre, ya enfermo
y anciano, no acepta ceder y decide morir allí, en defensa de su
bien. La alternativa o solución que se encuentra para lograr tal
objetivo defensivo es que Arsenio venda su propia casa, para
que ese dinero pase a manos de su madre y, a la vez, que su
padre ponga su casa a nombre de Arsenio. Arsenio se muda a
la casa de su padre, lugar en el que nunca había vivido, con
toda su familia. El caso es que este padre tuvo, después de
aquel accidente en su pierna varios inconvenientes que le lle-
varon a una amputación de ese miembro. El bastón se hizo
parte de él y cobró una dimensión más que necesaria. Esto le
obliga a reflexionar sobre su padre. Dice que tuvo las suficien-
tes «bolas» como para sobrellevar esa situación. Para cuando
su padre falleció, sucedieron una suerte de circunstancias por
lo que tuvo primero que poner su casa a nombre de una tía y
luego colocarla como «bien de familia», sin por eso dejar de
denominar esa casa como «la de su padre». Este recorrido se
cierra cuando se le escapa, retomando su decir, que «nadie es un
bastón de nadie», para encontrarse frente a ese mensaje inverti-
do, en donde pudo escuchar que entre «ser un bastón» o «tenerlo
como apoyo necesario», se abre toda una diferencia ubicada entre
serlo y tenerlo.

Consideraciones al fin

Fue días después de un «día del padre» en donde hace la


consideración de su situación actual: puede retomar la cues-
tión como padre de sus hijos y no solamente como hijo de su
padre, poniéndose a prueba en relación a su hijo más peque-
ño, en el cual puede leer la necesidad de un tener un apoyo sin

-145-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

serlo. Su alcoholismo pasó en este período a un consumo mí-


nimo y esporádico, al desprenderse cierto lugar de «comodi-
dad» que dijo encontrar en cierto boliche o taberna.
Bastó un tenue hilo de luz para encontrarse ante su som-
bra en ese recinto oscuro y húmedo. Este poco de luz, le hizo
asociar su boliche con la caverna platónica, en donde las som-
bras tenues no se olvidan de la función de pantalla que todo
cuerpo reclama. Una cifra escondida en su apellido, que tam-
bién es el nombre de un árbol, al poder leer ese conjunto de
letras, lo situó como ese cuerpo de madera olvidado entre la
luz y la sombra, el bastón de su padre, y no como él venía soste-
niendo, que estaba solitario en las sombras, desconociendo
que, para dar existencia a esa sombra, siempre hace falta luz.
Entre la luz y la sombra, una pantalla: su apellido en cuanto
nombre, puede así nombrase para él contando con una dife-
rencia respecto del nombre de su padre, cifrado oculto a su
lectura y, además, impedido de leerse en tanto identificado
como mero hijo. «Ser un bastón» ⎯después aparecerán otros
objetos de madera⎯ es un fantasma que tapona la castración
del Otro a la vez que la demuestra, desde dónde el sujeto recla-
ma al Otro su necesidad de apoyo, para ignorar así que esa
necesidad es del Otro: ser el bastón implica esa dependencia al
Otro, tal como se lo instituye en esta operación, configurando
un lugar que le permite al sujeto solicitar al otro que lo apoye
a él, casi imperativamente, caso omiso retorna esa dependen-
cia en forma invertida: es el Otro quien lo necesita según os-
curos motivos.
Arsenio como sujeto se ubica en el lugar de objeto para
este Otro, es la cara imaginaria del fantasma, función de pan-
talla al deseo de este Otro, que se torna así demanda leída en la

-146-
CASO

cifra de su apellido, ⎯que lamentablemente no podemos es-


cribir aquí⎯ en donde se retoma la cuestión paterna.
De su síntoma puede leerse ese goce asfixiante, que recru-
decía siendo niño ante el recordatorio de la ausencia de su
madre, dejándolo ante ese conglomerado femenino, de donde
se rescata esa desapropiación del decir en boca de alguien,
encargado de transmitir lo que otro dice, para el caso su ma-
dre, dado el impedimento. Esta modalidad de transmitir lo
que otro dice, (mensaje sin mensajero como se pretende), está
en la raíz de su desresponsabilidad, reproduce una voz muda
⎯la de su madre⎯ y oculta otra atronadora, ⎯en relación
estricta con su tío materno⎯ omnipresentes ambos en el dis-
curso de sus tías maternas y en ese grito que no se oye en el
umbral de la pesadilla.
El alcoholismo en Arsenio funcionó en tanto le procura-
ba, frente a una problemática diversa y a la vez entrecruzada,
la medida de un olvido, un refugio a su ser, un seguir chupado y
chupando esa conquista de su exilio en el deseo del Otro. En fin,
simplemente un lugar y un tiempo sin su sujeto, sin cortes o
diferencias, sin antes, sin después, sin dónde volver y sin adón-
de irse. Esta función del tóxico en la economía psíquica per-
dió su estatuto de tal, cuando la consideración del sujeto sobre
sí se modificó cediendo su parte de goce o de verdad en el
asunto.

-147-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

ENSAYO 3: LA OBJECIÓN
DEL ALCOHOLISMO

Retomaremos una vez más la consideración freudiana del


alcoholismo, que describimos como un efecto de enseñanza
sobre sus colegas, cuya consideración comienza aproximada-
mente en 1905. Freud despliega sucintamente esta considera-
ción en sus «Contribuciones a la psicología erótica»28. Un poco
más de diez años separan al primero de los tres ensayos res-
pecto del último, conformando esas contribuciones. Los dos
primeros ensayos a su vez, pueden integrarse en uno solo, así
lo hace Freud sintetizando al primer ensayo ⎯ «Sobre un tipo
particular de elección de objeto en el hombre»⎯ en un párra-
fo del segundo ⎯ «Sobre la más generalizada degradación de
la vida erótica»29, síntesis que no evita la lectura del primero de
la serie. Es que estos dos ensayos están dedicados al tema de la
impotencia, masculina. Que Freud haya insertado en el título
del primer ensayo una atribución específica al hombre no es la
manera conveniente de precisar la cuestión, pues no se trata
de una cuestión de género, sino de posición respecto del parte-

28 -Freud, S. «Contribuciones a la psicología del amor I, II, III» En Obras


Completas de S. Freud. Vol. XI . Amorrortu Ed. Bs. As. 1980; P. 155, 169,
185 respectivamente.
29 -Freud, S. «Contribuciones a la psicología del amor I, II» En Obras
Completas de S. Freud. Vol. XI. Amorrortu Ed. Bs. As. 1980; P. 155, 169
respectivamente
-148-
ENSAYO 3º

naire y el mismo Freud lo muestra tiempo después en la des-


cripción de la posición que mantenía una joven homosexual30.
De esa posición Freud revela a la impotencia como efecto
esperable, y a la vez, liga una «necesidad de degradación del
objeto sexual» en forma indisoluble a la posición de elección.
El segundo ensayo a su vez queda ligado al tercero ⎯más
tardío31 en la medida en que Freud sostiene para la posición
femenina cuyo efecto es la frigidez, ya no la degradación del
objeto sino el sostener cierto secreto respecto del objeto sexual
como condición.
Es en el segundo ensayo32 ⎯en donde se lee el término
degradación como en el título de este ensayo⎯ más precisa-
mente en su punto tres33, Freud argumenta sobre una implica-
ción no directa entre el registro de la satisfacción y el registro
del amor o de lo erótico, y es en esa argumentación en donde
cunde el ejemplo del alcoholismo. Freud sostiene, con todo
rigor, cómo la insatisfacción acrecienta el valor erótico para
luego preguntarse si lo inverso responde de igual manera, es
decir cómo la satisfacción no decrecienta el valor erótico en

30 -Freud, S. «Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad feme-


nina» En Obras Completas de S. Freud. Vol. XVIII. Amorrortu Ed. Bs.As.
1980; P. 137.
31 -Freud, S. «El tabú de la virginidad» En Obras Completas de S. Freud.
Vol. XI. Amorrortu Ed. Bs. As. 1980; P. 185.
32 -Freud, S.: «Contribuciones a la psicología del amor II» En Obras Com-
pletas de S. Freud. Vol. XI. Amorrortu Ed. Bs. As. 1980; P. 169.
33 -Freud, S.: «Contribuciones a la psicología del amor II» En Obras Com-
pletas de S. Freud. Vol. XI. Amorrortu Ed. Bs. As. 1980; P. 181.
-149-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

igual proporción. Es para dar cuenta de esta implicación no


directamente proporcional entre ambas relaciones, que Freud
acude a «la relación del bebedor con el vino». Las consecuen-
cias de este ejemplo en la enseñanza son ese efecto ⎯o defec-
to⎯ que intentamos señalar. Rápidamente en la lectura, el vino
para el bebedor toma las características de un objeto para la
vida erótica. El vino es el objeto del bebedor, su pareja, su
partenaire, el otro de su matrimonio en todo envidiable. ¿Es
esto lo que intenta mostrar Freud?, ¿es para esto que articula
este ejemplo en su argumentación?, ¿no se observa que leer
esto de esta forma introduce un objeto a salvo de toda degradación
para la posición masculina ⎯que es lo opuesto de la demos-
tración freudiana⎯ a la vez que procura una satisfacción que
Freud llama tóxica ⎯diferenciándola de una satisfacción que
no lo es? ¿Acaso este modelo de lectura no propicia un envés
freudiano, más que acentuar la consideración del autor?
La consideración freudiana de este ejemplo en la argumen-
tación que viene sosteniendo tiene para nosotros otro valor.
No se trata tanto del vino como un otro objeto erótico sino
de acentuar «esa pareja satisfacción tóxica», sin posible «insipi-
dez», cuyo hábito estrecha cada vez más a la relación bebedor-
vino. El ejemplo viene a la cuenta de que en toda satisfacción
hay un resto que es tóxico respecto de la relación satisfacción-
valor erótico, y que eso tóxico se relaciona con el objeto en
cuanto sexual y contingente a la satisfacción.
Lo que prosigue al ejemplo, guiado por la pregunta «¿por
qué es tan diversa la relación del amante con el objeto?», da
cuentas que nada del orden de la degradación o del secreto respec-
to del objeto recaen sobre el trato al vino, lo que dobla la
apuesta freudiana de subrayar otra cosa que al vino del alcohó-
lico tal como un partenaire. El trato degradante o secreto del

-150-
ENSAYO 3º

alcohólico con su consumo recaen no sobre el contingente


objeto vino, sino sobre la relación ⎯que no existe⎯ llámenla
tentación, impulsión o lazo enfermizo, o sobre el sujeto que
así se sostiene. La consideración freudiana es sostener eso tóxi-
co en una relación tan interior como exterior al sujeto. Esto
no coincide necesariamente con homologar al tóxico con el
objeto.
Puede entenderse nuestro título «la degradación del alcoholis-
mo» como una forma de delatar que, si algo se degrada es a
condición de tomarlo como objeto y a expensas del descono-
cimiento de la consideración freudiana, que justamente subra-
ya el valor de oposición: el bebedor no degrada ni intenta cosa
similar respecto al brebajo, tampoco necesita una reglamenta-
ción que le impida consumirlo, pues de esa forma su bebida
no deja de ser lo que es para él. Es este asunto, sin lugar a
dudas, la consideración freudiana respecto al objeto que cuen-
ta para el psicoanálisis, el punto de máxima oscilación en la
enseñanza freudiana, el signo de la herencia que nos legó en
cuanto psicoanalistas y que algunos pocos ⎯como en el ejem-
plo de Tausk⎯ pudieron sostener al límite en vida de Freud.
En otros términos, al considerar como un objeto el vino, el
alcohol o la bebida de consumo que fuera, lo que se desatien-
de es el valor del objeto freudiano, y por ende, como conse-
cuencia, la relación del alcohólico con su bebida pierde ese
lazo erótico que Freud intenta sostener. Se degrada, entonces,
al alcoholismo quitándole su dignidad erótica: así avanzó la

-151-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

medicalización como tratamiento y la moralización como ten-


dencia salvadora34.
Se observan las consecuencias sobre la apreciación del al-
coholismo que tienden un arco que se tensa desde la opción
de considerar al alcohol como un mero objeto para la satisfac-
ción en un alcoholismo sin valor erótico, hasta la considera-
ción al alcoholismo como una relación que no existe entre
dos, para un sujeto que degrada o mantiene en secreto pade-
ciendo para sí ser objeto de esa relación.

El problema del partenaire

Hablar del partenaire del alcohólico es un verdadero con-


trasentido, y por varios motivos. Sea porque tomar al alcohó-
lico en su faz de amante no embriagado deja de lado la consi-
deración del tema central, sea porque considerar al brebaje
como un partenaire es meramente considerarlo como un obje-
to.

34 -Hay un lapsus de escritura que Freud describe en Psicopatología de la


vida cotidiana y que acentúa ese valor (Freud, S. Capítulo 6. En Obras
Completas de S. Freud. Vol. VI. Amorrortu Ed. Bs. As. 1980; P. 121-2) «Un
médico ha examinado a un niño, y ahora redacta para éste la receta, en la
que se incluye «alcohol». Mientras lo hace, la madre lo fatiga con pregun-
tas tontas y ociosas. El médico se propone interiormente no enojarse por
ello, y consigue realizar ese designio; empero, mientras era perturbado
cometió un desliz en la escritura. En la receta se lee en lugar de «alcohol»,
«achol». [Aproximadamente {en griego clásico}, «sin cólera».]» Hoy en día
se intenta no recetar alcohol a menores, y para la alcohólera -según el médi-
co- nada mejor que abstinencia, agonistas, coadyuvantes...

-152-
ENSAYO 3º

Suele decirse ligeramente que no hay sujeto alcohólico, pero


el problema de esta afirmación se encuentra en cierta enun-
ciación que recita: «no hay sujeto». A veces descontando ex-
plícitamente esta enunciación se aclara que hay un lugar don-
de el alcoholismo derrama sus efectos35. ¿Pero quién hace de
ese lugar su sitio, denunciando una faz sintomática?: el alcohó-
lico jamás, su partenaire en muchos casos, sus familiares cerca-
nos y lejanos, a veces.
Para nosotros, que ponemos el acento en la perspectiva de la
satisfacción más que en la perspectiva del objeto, declarar al
brebaje como partenaire sólo confunde las cosas, intención que
no fue la de Freud, sino un límite en su enseñanza, por sobre
todo a quienes intentaba formar, la llamada primera genera-
ción. El historial que presentamos en el capítulo anterior es
contundente en este punto: la posición de Arsenio respecto a
las mujeres puede ser leída sin ambages siguiendo la descrip-
ción de Freud en su primer ensayo ya comentado, se trata de
«un tipo de elección particular en el hombre», pero y en cam-
bio, su alcoholismo cuya función relativa giró desde un ali-
ciente propiciatorio hasta una fuga culpógena, se mantuvo
como función de forma asintótica, sin ocupar jamás, ni borrar
o sustituir el lugar del partenaire. Por esto cuando decimos que
la degradación no recae sobre el consumo es para acentuar,
una vez más, que no hay objeto alcohólico o tóxico y para
subrayar en esa misma negatividad el punto del sujeto. Entonces si
dejamos de lado esta cuestión problematizante del objeto y
aceptamos freudianamente la consideración de la satisfacción

35 -Al respecto el artículo de Altomare, D., en Diario Pagina 12 (del 7/


12/2000) es interesante, aunque se sostiene en lo que nosotros no acorda-
mos.

-153-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

en juego respecto de lo contingente del objeto, lo que aparece


es una consideración al sujeto (y agregar aquí «alcohólico» no sólo
es exabrupto, es denigrar la función u objetalizarla). Es cierto
que de los efectos de esa satisfacción, el partenaire en muchos
casos o sus familiares cercanos y lejanos, saben algo y a veces
saben mucho, padecen sin resaca los efectos conductuales del
alcoholizado, ocupando ellos ese lugar no con su cuerpo, más
sí con su alma. Decimos con su alma pues en este punto el
amor cuenta, como también la subjetividad en la demanda:
son las tangenciales del alcoholismo, siempre tan oportunas en todo
tratamiento que suele quedarse allí, lo que no es poco si es en
relación a una demanda que se sostenga.
¿Pero no es oportuno denunciar que siempre que se traba-
ja esta cuestión del partenaire del alcoholismo se ejemplifica
con alcoholismos cuyos sujetos están en posición masculina
con elección de objeto? El alcoholismo en otras posiciones
sin duda está mucho menos estudiado, declarado e investiga-
do: no se quiere saber al respecto. Pero si retomamos la conside-
ración freudiana en el tercer ensayo señalado, titulado por Freud
«El tabú de la virginidad», escrito después del 1913, podrá ras-
trearse una investigación que se desprende del segundo ensa-
yo, con relación al trato que le dispensan las mujeres al objeto
y sus circunstancias, que «lo mantienen en secreto hasta con
sus padres», «que pierden valor para ellas si otros se enteran»,
«relaciones ilícitas»36, etc. Entonces y otra vez, si considera-
mos al objeto como contingente, el tinte de secreto o incluso
prohibido moralmente, se puede ligar a la faz de la satisfacción
en ciernes, podemos tal como hicimos con la degradación en

36 -Freud, S. «El tabú de la virginidad» En Obras Completas de S. Freud.


Vol. XI . Amorrortu Ed. Bs. As. 1980; P. 198.
-154-
ENSAYO 3º

la posición masculina, remarcar que es así lo que se desprende


en casos de mujeres alcohólicas respecto del trato que le dis-
pensan a sus ingestas. Decimos mujeres para acentuar que se
trata de una otra posición, puesto que respecto al alcoholis-
mo, su secreto, su «tomar» a escondidas, a «solas», su proteger-
se del asedio moral, dan cuenta de una satisfacción de la que
nada se dice o bien de la que se dice nada. En estos casos toda
la posible psicología del partenaire se derrumba como si tal cosa.
Este tipo de alcoholismo es una verdadera objeción al sostén
de todo lazo social, es el goce en el desierto, otra satisfacción.
El mito griego que quiere dar cuenta del origen del vino, de su
descubrimiento, separa muy bien al menos dos posiciones, dedi-
quémosle un recodo.

El mito griego de los efectos del consumo

En el capítulo «La risa de las oprimidas»37 John J. Winkler


retoma este mito en función del festival que año tras año daba
en caer:

La Haloa es un festival ático que comprende miste-


rios de Deméter, Core y Dioniso para el corte de la
vid y la cata del vino que ya ha sido reservado. Se
presentan preponderantemente imágenes vergonzo-

37 -Winkler, J. «Las coacciones del deseo. Antropología del sexo y el


género en la antigua grecia«. Ed. Manantial, Bs.As. 1994
-155-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

sas de genitales masculinos, acerca de las cuales di-


cen que son un símbolo de la generación humana,
dado que Dioniso nos dio el vino como una droga
tonificante que estimularía el coito. Se lo había dado
a Icario, a quien algunos pastores mataron realmen-
te porque no se dieron cuenta de cómo los afectaría
beber vino. Luego enloquecieron por haber obrado
insolentemente contra Dioniso mismo. Vueltos com-
pletamente locos al percibir la imagen misma de su
vergüenza, recibieron un oráculo que les dijo que
recuperarían la cordura cuando hicieran y erigieran
genitales de arcilla. Una vez que hubieron hecho esto,
se liberaron de su problema. Este festival es una
conmemoración de su experiencia.

En este día hay también una ceremonia femenina


que se celebra en Eleusis, en la cual hay muchas bro-
mas y burlas. Allí, las mujeres hacen por su cuenta
una procesión y están en libertad de decir todo lo
que quieran; y, efectivamente, se dicen unas a otras
las cosas más vergonzosas. Las sacerdotisas se acer-
can furtivamente a las mujeres y les susurran en los
oídos ⎯como si fuera un secreto⎯ recomendacio-
nes a favor del adulterio. Todas las mujeres se expre-
san unas a otras cosas vergonzosas e irreverentes.
Transportan imágenes indecentes de genitales mas-
culinos y femeninos. Se les proporciona vino en abun-
dancia y las mesas están cubiertas con todos los ali-
mentos de la tierra y el mar, excepto los que están
prohibidos en el relato místico, es decir, la granada,
-156-
ENSAYO 3º

la manzana, las aves domésticas, los huevos y, de las


criaturas marinas, el salmonete, el erathynos [un pez
hermafrodita], el cola negra, el langostino y el ca-
zón. Los arcontes ponen las mesas y las dejan aden-
tro para las mujeres, y ellos se van y esperan afuera,
mostrando a todos los habitantes que los distintos
tipos de alimentos domésticos fueron descubiertos
por ellos [los eleusinos] y compartidos con toda la
humanidad . En las mesas hay también genitales de
ambos sexos hechos de masa. Es llamada Haloa a
causa del fruto de Dioniso, ya que aloáy son los bro-
tes de la vid.

Winkler comenta que:

«parece como si, en medio del lluvioso invierno, los


hombres y las mujeres, separados unos de otras, tu-
vieran que realizar un rito conmemorativo represen-
tando algunos temas del sexo y el género. Los hom-
bres celebraban al vino y sus poderes de estimula-
ción, contando la historia de cuán sorprendidos se
sintieron al principio, cuando descubrieron que les
provocaba erecciones. La idea de que posiblemente
iban a quedar inmovilizados de manera permanente
en esa situación vergonzosa los impulsó a matar a
Icario y a asaltar y probablemente violar, al propio
Dioniso»

-157-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

Nótese cómo esa situación vergonzosa se relaciona a los


efectos de la ingesta y a la ausencia de todo objeto que amerite
esa situación comprometida y vergonzosa. Sigue Winkler:

«La significación de los falos transportados en los


desfiles locales de las Dionisias rurales, según esta
historia, es la gratitud por haberse librado de un es-
tado de satiriasis permanente. Es de imaginar que
había una mezcla de sensaciones respecto de esto: el
vino es apreciado como un tónico sexual, pero no
sin el recordatorio de los ritmos de la vida y el cui-
dado que los hombres deberían tener para no ser
dominados por sus propios miembros más bajos. La
combinación de hilaridad y arrepentimiento no es
diferente de la mixture, en Las Adonias, de duelo y
parranda».

El ritmo es precisamente aquello que en la satisfacción etí-


lica se descalabra y no puede encausarse de modo alguno, llá-
mese manía o descontrol. Agrega Winkler:

«No se nos explica por qué las mujeres de Eleusis


transportaban imágenes de genitales masculinos y
femeninos. Pero la fenomenología de la fiesta como
un momento de alegre liberación sexual es bastante
clara. Cuando las sacerdotisas circulaban a través de
la multitud y susurraban consejos sobre el adulterio,
la coacción más estricta de las mujeres ⎯raíz de toda
la angustia masculina mediterránea respecto de las
esposas⎯ se quebraba. Su juego con la idea del adul-

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ENSAYO 3º

terio es, no obstante, un poco circunspecto, no pro-


clamado desde los tejados. Uno puede imaginarse
sonrisas perspicaces, miradas brillantes, tal vez uno
que otro sonrojo. Más intrigantes son los genitales
de pastelería sobre la mesa. Es de presumir que se
los comían, y si era así, podemos preguntarnos con
qué relamidas, qué pellizcos y mordiscos, qué ges-
tos con la comida y las propuestas de compartirla.
Algo de ese comportamiento, además de la indecen-
cia verbal, ha chocado al escolasta, que considera
todo el asunto como desvergonzado».

Entonces mientras unos se avergüenzan pero necesitan al


tónico y lo buscan y prefieren en masa, dando claras señales
de control y potencia, otras se refugian en el susurro, en el
secreto de liberación, alabando la impotencia y la angustia del
otro. Mientras unos festejan culpables maníacamente, otras
festejan en la intimidad y con gratitud. Estos dos festejos en-
lazados al mito del descubrimiento de los efectos satisfacto-
rios del vino, festejos a la par y decididamente genéricos, pen-
samos que bien pueden estar representando esa misma sepa-
ración y partición de dos modalidades de la vida erótica según
la posición del deseante: una masculina, otra femenina. El re-
ferente en ambas es el falo como común denominador y en
clara oposición con el vino, que se anota como un referente a
veces aliado, a veces enemigo.
La relación en ambas escenas entre los falos y el vino, es
clara muestra de una satisfacción que requiere de un objeto si
se permite el oxímoron, no objetivable, o dicho de otra mane-
ra, ambas escenas festejan la posibilidad de objetar los lazos

-159-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

legales establecidos: haciendo presencia de lo que debe per-


manecer oculto: lo íntimo.

Melancólica celotipia

Freud trabajó sucintamente el delirio de celos, tanto en el


hombre como en la mujer, como una contradicción del sujeto
en la frase «yo amo» inconciente, tras una repulsa a la homose-
xualidad base de sostén de todo lazo38. Esa contradicción re-
saltada en la frase «No yo amo» sofocada interiormente, can-
celada adentro ⎯según las metáforas que Freud utilizaba⎯
retorna desde afuera, bajo la forma de un delirio cuyo conte-
nido es la certeza de que su partenaire es efectivamente él o la
que ama al varón o a las mujeres según el caso. Que se trate
gramaticalmente de una contradicción a nivel del sujeto de la
frase, es lo que permite a Freud articular la gramática con lo
pulsional.
Cuando en el artículo «Duelo y melancolía»39 Freud consi-
dere a la borrachera alcohólica con talante alegre como una
respuesta maníaca del sujeto, tomará la vía tóxica como una
cancelación de unos gastos de represión. En este punto Freud

38 -Freud, S. «Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente»


En Obras Completas de S. Freud. Vol. XII . Amorrortu Ed. Bs. As. 1980; P.
59 y sig.
39 -Freud, S. «Duelo y melancolía» En Obras Completas de S. Freud. Vol.
XIV. Amorrortu Ed. Bs. As. 1980; P. 251.
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ENSAYO 3º

retoma sin explicitarlo su consideración gramatical de la pul-


sión (toma las quejas del melancólico como reproches40) pero
sitúa también una consideración narcisista del dolor por lo
que no ha sido simbolizado, allí también entonces la cancela-
ción tóxica maníaca.
La conjunción a veces evidente entre delirio de celos y
delirio melancólico es bastante común41. El caso que mencio-
na y trabaja Luis Salomone42 donde se relaciona la «función
del vino» en un sujeto, función que varía entre la culpa y la
impotencia, relata cómo, desde un trabajo sostenido en la trans-
ferencia al analista, se logra hacerle ceder al sujeto un lugar de
manto cancelatorio tóxico. En esa narración del caso se ubi-
can esos dos delirios en acto en lo que se lee como una estruc-
tura neurótica ⎯deseante obsesivo⎯ que permite nombrar-
los mediante la combinatoria que denominamos melancólica ce-
lotipia. Salomone destaca esa culpa de base cuya herencia arcai-
ca Freud supo articular como falta primordial y en el caso
Arsenio se articulaba a ese pecado original de su «engañadora»
madre.
Pero no nos olvidemos, aún a falta de material, que en
casos de psicosis ⎯aún menos sabemos sobre su articulación
a la perversión⎯ la impronta del tóxico no funciona siempre
como cancelación sino a veces como supresión de aquello que

40 -Freud, S. «Duelo y melancolía» En Obras Completas de S. Freud. Vol.


XIV. Amorrortu Ed. Bs. As. 1980; P. 246.
41 -En el caso que trabajamos, Arsenio manifestó actitudes celotípicas
con casi todas sus amantes sumamente entremezcladas con sus «bajones»,
a causa de su extraña conmiseración.
42 -Salomone, L. «La función del alcohol. Un alcohólico empedernido»
en Más allá de las drogas, estudios psicoanalíticos. Plural Editores, Bs. As. 2000.
-161-
LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO

se carece o inexiste. No se trata de falta o culpa en la psicosis,


se trata del agujero de eso mismo, de su inexistencia. No se
trata a veces de miseria neurótica embadurnada con alcohol,
sino de increencia psicótica encolada por cierta función del
tóxico. Hay que operar en la cura haciendo valer estas diferen-
cias diagnósticas presuntivas.

¿Cuál es la objeción del alcoholismo?

Esa cancelación ⎯siempre tóxica para Freud, lo que no


implica que sea tóxica porque existe la ingesta o la absorción
de algún tóxico⎯ es retomada en el dispositivo analítico, puesta
en desgaste por la asociación y el compromiso de intentar
decirlo todo por parte del analizante. Esa cancelación bordea
la falla en su intento de taponarla. El dispositivo, en cambio,
orienta el decir hacia el dicho, la puesta en acto de un límite. Si
llamamos a ese límite significación ⎯lo que implica necesaria-
mente sostener la función fálica⎯ en el límite mismo de esa
significación hay pues aquello mismo que se intenta taponar
mediante una significación. La función del alcohol se sitúa en
ese preciso lugar, en el lugar donde hay un límite a la significa-
ción: el alcoholismo objeta a esa significación a ultranza. Objeta me-
diante una significación a la significación, como si esta última
fuera posible en su límite mismo.
Que a esta objeción se la objete43, es decir, que se la sos-
tenga en su valor de objeto y no en su valor de significante,

43 -Respecto del duelo Ferreyra escribió: «Cuando se produce esa pérdida


como real para un sujeto, sucede algo muy importante: hay una objeción.
El sujeto se encuentra en un posición donde va a objetar el uso de la
palabra objeto, el sujeto objeta toda el sistema significante». Ferreyra, N.
«Trauma, duelo y tiempo». Kliné Ed. Bs. As. 2000.
-162-
ENSAYO 3º

homologa entonces la función del alcohol con el límite mis-


mo de la función de significación, es decir, con la función
fálica. Allí, donde se fracasa, función fálica mediante, el sujeto
retoma otra función que triunfa. El alcoholismo tapona ⎯y al
taponar triunfa fracasando⎯ objetando lo que el análisis con-
sidera como un fin, más no como un final ⎯siempre subjeti-
vo⎯ y que denominamos la inexistencia del Otro. Objetar
esta inexistencia es un no querer saber nada de eso, pero, al
mismo tiempo, es un refugio para el sujeto que se interpone al
sin límite de la significación mediante una pareja satisfacción.
El alcoholismo es el reverso en este punto de toda religión,
que aspira a esa significación ilimitada para no querer saber
nada del deseo del Otro. Ahora bien, el dispositivo analítico
tampoco es una religión, no se refugia en lo ilimitado, pero
intenta descontar en esa objeción ⎯por un acto propio⎯ un
poco de goce anudado a ese objeto.
Ésta es la objeción del alcoholismo respecto del camino
elegido por el sujeto y que llamamos cancelación, pues respecto
a la supresión ⎯también tóxica⎯ no hay posibilidad real de
objetar aquello mismo que no se sostiene simbólicamente.
Es por esto que subrayamos en los ejemplos y de diversa
manera, como es necesaria la degradación del alcoholismo en
miras a no querer saber nada sobre esta objeción.

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LO INASUMIBLE
[ENSAYO ACERCA DEL SUFRIMIENTO]

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LO INASUMIBLE

Introducción

Ensayo acerca del sufrimiento bien podría ser el epígrafe que, a


manera de resumen, declare el motivo y el objeto de este es-
crito. Si el sufrimiento es el tema de este ensayo, excusa que
invita a la lectura del mismo, de vez en cuando, dejará vacante
su lugar de único referente ⎯tal como el atractor de un torbe-
llino, siempre vacío y absorbente⎯ para alojar allí a otras ex-
cusas, tan comprometidas en aclarar el asunto como el tema
mismo, tan olvidadas de sus vecindades conceptuales como
airosas de sí. Es que un ensayo es una serie de materias que se
encadenan y esa seriación es tan válida como lo que intenta
cernir. Tratándose del sufrimiento, esa inasumible asumibilidad,
nada mejor que el encadenamiento, el tour ⎯incluso el turis-
mo aventurero⎯, el orbitar, el tempo del esparcimiento, todas
características que se pueden apreciar, en mayor o menor me-
dida en casi todo ensayo y ⎯sobremanera⎯ en la ensayística
conjetural.

Al escribir inasumible asumibilidad situamos el momento de


nuestra deuda con Emmanuel Levinas, en particular con su
escrito «El sufrimiento inútil»1 que tomaremos como guía de lec-
tura para este ensayo. Es sabido que en un ensayo, por la ac-
ción de escribir, queda concernida la función del autor pero
1 - Levinas, E. «El sufrimiento inútil» en Entre Nosotros. Ensayos para
pensar en otro. Pre-textos, Valencia, 1993. También en Sobre Excesos y
Exabruptos Nº 14. Diciembre de 2003. Inédita. Versión digital en:
www.vivilibros.com.ar/excesos
-167-
LO INASUMIBLE.

también ⎯o en mayor medida dado la función del recorrido


que propone⎯, lo que queda afectado es la función del lector, y
aquí la referencia a la deuda es necesaria. Un ensayo bien po-
dría situarse como una lectura autorizada, en la medida en que
proporciona una transmisión que hace pasar de una lectura a
otra, produciendo diferencia, aún en el plagiar. Es el ensayo
mismo el que proporciona la referencia en donde él cree sos-
tenerse ⎯y esto es válido aún cuando nada sepa él de su refe-
rencia, existente en el acto del olvido sancionado tras lo que el
autor escribió. Transforma el ensayo, esa referencia, en un decir
que autoriza a la escritura misma, aunque ésta venga cronológica-
mente después. Así, un ensayo autoriza a su decir ⎯no al de la
referencia en que se apoya⎯ porque hay del escrito y del resto.
Tal vez por este indicio se pueda rescatar el valor que tiene
todo ensayo, ⎯y por extensión, todo escrito⎯ para decir so-
bre el sufrimiento en la medida nos percatemos que de ese
sufrimiento nada se puede decir asumiblemente hablando. En-
tonces, reforcemos la validez de aquel rodeo que primero agre-
gamos a la cuenta del estilo ensayístico y ahora participamos a
todo escrito, validándolo como imprescindible. ¿O acaso no
es ⎯ha sido y será⎯ imprescindible escribir acerca del sufri-
miento? Pues bien, ensayémoslo...

-168-
1 ⎯ Modalidades

Encarar la problemática del sufrimiento dada su inasumi-


ble asumibilidad, implica apuntar al modo mismo del sufrir, a
su modalidad. No se trata tanto de conocer el aspecto cuantita-
tivo del sufrir, su demasía insoportable con la que se identifica
frecuentemente, ni tampoco su faz cualitativa, eso que siem-
pre conlleva de perturbación en cuanto tal; no se trata, en
suma, de esa perturbación en exceso del dolor sufrido, ni de lo que
se rechaza por ello, ni tampoco de ese rechazo mismo. Se trata
de la modalidad del sufrimiento en cuanto insoportable o im-
posible de soportar. No hay dónde, ni con qué, ni cómo, ni
cuándo hacerlo soportable. Es la forma de lo informe, alojado
en un lugar sin sitio, fuera del tiempo y de toda duración, ins-
tante o conclusión. Apuntamos al más allá de toda contradic-
ción final, punto en donde Levinas lo interroga, haciendo ex-
plícito un salto que va del dolor al mal, campos que, cabe con-
signar, no son necesariamente establecidos como superpues-
tos. Apuntamos a la dolencia del sufrimiento, al límite de la
pasividad extrema, es decir no sólo la faz de dolor o de mal.
Esta dolencia está comprometida en un exceso y en una per-
turbación que se proclaman como suplemento, y no como com-
plemento. No genera una pasividad que pueda encuadrarse
únicamente como el reverso de una actividad clausurada o
dominada: es un suplemento que nada suple.
Bien conocida y lapidaria es la clasificación que Freud hace2
respecto de tres posibles causas del sufrimiento, según de dónde

2 - Freud, S. «El malestar en la cultura» Obras completas T.XXI.Amorrortu


Editores, Bs. As. 1978.
-169-
LO INASUMIBLE

provengan: del cuerpo propio, del mundo exterior, del víncu-


lo con otros. Es un esquema tripartito que poco aclara sobre
el objeto del psicoanálisis en la medida en que considera una
partición ajena al dispositivo que lo funda. Se trata sin más, de
un montaje explicativo. Lo que nos interesa puntuar en ese
montaje es cómo contrasta aquello que surge de lo cambiante,
respecto de lo que perdura y permanece. De este modo el
sufrimiento queda considerado como una respuesta a lo cam-
biante, una resistencia a lo inasumible, pero nada dice de la
asumibilidad que también le compete y por la que se manifies-
ta aquello inasumible. Asumibilidad que así permite anoticiar
al sujeto sea del cuerpo propio ⎯destinado a la ruina y a la
disolución⎯ sea del exterior ⎯furia hiperpotente, despiadada
y destructora⎯ sea del vínculo con otros ⎯paradigmática-
mente el más doloroso dada la vía del odioenamoramiento.
Como deslizando lo inasumible de esos sufrimientos a lo inasi-
ble que resulta del cambio más o menos abrupto de las condi-
ciones anteriores al cataclismo, a la putrefacción, al desamor,
entre otras condiciones, esta clasificación freudiana peca de
romántica, enraizada con el fatalismo del destino. Previsible
civilizadamente, rasgo de malestar más que de inhabitabilidad.
Pero no trataremos en este ensayo de esas formas de la
clasificación posible, aunque tengamos que consignarlas. Tra-
taremos sobre un modo que esté más cercano a la verdad que a
un saber consecuente. Por ejemplo: consideremos el hecho
de lo que sucede cuando se produce sufrimiento desde dos o
más formas de esa clasificación citada, esto nos permite pre-
guntarnos: ¿es que pueden coexistir varios de esos sufrimien-
tos al unísono, en el mismo tiempo y lugar? Lacan subrayó3

3- Lacan, J. Seminario La identificación. Inédito. Clase del 28/02/1962.

-170-
MODALIDADES

⎯poniéndolo a la cuenta de un descubrimiento realizado por


el psicoanálisis⎯ que nunca se sufren dos dolores a la vez,
indicando allí la supremacía de un dolor incluso por sobre
otro dolor concomitante. Del dolor siempre hay uno. Se puede
incluso particionar al campo en dos: el dolor y lo otro, inclu-
yendo en éste último al cuerpo propio, al mundo exterior, a
los vínculos. Entonces más que señal de esa partición, de lo otro
fuera del dolor, el dolor se configura como una señal de erotis-
mo, en la medida se fundamente al erotismo como esa fun-
ción que ampara de sí, mal llamado a veces, autoerotismo,
porque de lo que se trata de subrayar es que falte de sí. No es de
lo otro que falta, como inapropiadamente expresa el término
auto ⎯que hace de uno mismo otro⎯ sino que falte de sí mis-
mo4. El dolor es señal de falta de sí, falta en donde lo otro ⎯cuer-
po propio, mundo exterior, lo vincular⎯ encuentra su sostén
de existencia semblanteada. Retomaremos esta consideración
más adelante.

A contrapelo de la clasificación freudiana recién citada se


encuentran otras consideraciones de Freud dispersas en su obra.
Sus primerísimas consideraciones5 respecto del dolor están en
la línea de subrayar lo indiscutible del dolor en cuanto poseedor
de esa cualidad particular que lo incluye por antonomasia den-
tro del campo del displacer. La vivencia de dolor se contrapo-
ne a la vivencia de satisfacción, punto destacado en la cons-
trucción de la teoría del sistema psíquico al que se apunta.

4 -Además puede cotejarse: Lacan, J. Seminario La angustia. Inédito. Cla-


se del 23/01/1963
5- Freud, S. «Proyecto de psicología». Obras completas T.I.Amorrortu Edi-
tores, 1978
-171-
LO INASUMIBLE

Pero esta simple oposición primera a los fines de la construc-


ción, no se sostendrá por mucho tiempo, salvo como dicoto-
mía. En Introducción del narcisismo6 ⎯y no es la primera vez, sino
que resulta ser la más evidente⎯ ya está el indicio de lo que
taladrará todo el sistema en su Más allá del principio del placer7.
Freud comienza a explorar ese contrasentido por el cual

«La persona afligida por un dolor orgánico y por


sensaciones penosas, resigna su interés por todas las
cosas del mundo exterior que no se relacionen con
su sufrimiento».

En esa resignación se puede leer la nota de asumibilidad, a la


que no se puede responder del mismo modo, tal como suce-
día con relación a las cosas del mundo, imperativamente
inobjetables hasta ese momento de la resignación. Hacia el
final de su obra puede leerse en la misma orientación:

«El paso del dolor corporal al dolor anímico corres-


ponde a una mudanza de investidura narcisística en
investidura de objeto»8.

Pero ¿Hay un pase del dolor, un intercambio o mudanza,


hay uno por otro? El nivel elevado de las proporciones de

6- Freud, S. «Introducción del narcisismo». Obras completas T.XIV.


Amorrortu Editores, Bs. As. 1978
7- Freud, S. «Más allá del principio del placer». Obras completas T. XVIII.
Amorrortu Editores Bs. As. 1978
8- Freud, S. «Inhibición, síntoma y angustia». Obras completas T.XX.
Amorrortu Editores, Bs. As. 1978
-172-
MODALIDADES

investidura es lo que permite la mudanza, ahora bien, este ni-


vel elevado se lleva bien con la hipótesis de la sensación de
displacer en oposición al placer, pero no con la hipótesis de
un más allá.
En la obra de Freud existe un tratamiento conceptual del
dolor que a diferencia del tratamiento de la satisfacción ⎯plan-
teado como su opacado reverso⎯ no se relaciona con el de-
seo, motor del aparato psíquico. En este punto es necesaria
una corrección. Consideraremos que cuando en la obra de
Lacan se formula el dolor de existir ⎯término que no tiene pa-
rangón en la obra freudiana⎯ lo que se establece o restablece,
lo que se reformula o reforma es una relación del deseo con el
existir ⎯y, por ende, con la no⎯existencia⎯ y en esta articu-
lación hay una implicación del dolor, del sufrir y del sufrimien-
to en las vías del deseo y no sólo como terminará imponiendo
Freud, con su trípode dolor, duelo y angustia (notemos que
muy poco trabajado por sus seguidores). En el dolor de existir
no sólo se anota la vertiente del objeto ⎯o la falta del obje-
to⎯ sino una cierta relación con el sujeto, relación de pérdida
cuyo cuestionamiento se hace esperar.

El texto de Lacan más indicado para trabajar la temática


del dolor es «Kant con Sade»9, no siendo la única referencia en
su obra, pero sí la más comprometida en la alusión. Cuando
introduce el tema del dolor lo hace colocándolo del lado del
placer, lo que implica que arranca en el punto límite en donde
Freud se detuvo, rompiendo la dicotomía que opone el placer
al dolor. Indica, al pasar, la experiencia fisiológica que demos-

9- Lacan, J. «Kant con Sade». Escritos 2. Siglo XXI, Bs. As. 1992
-173-
LO INASUMIBLE

tró que el ciclo del dolor es más largo en todos sus aspectos
que el placer. El motivo fisiológico aludido es que bastaría una
estimulación para provocar el dolor en el punto en donde el
placer concluye. Lo que le permite decir a Lacan que por más
prolongado que se lo suponga al dolor tiene, como el placer,
un término no motivado por razón fisiológica alguna. A ese
límite del dolor y del placer, Lacan lo denomina desvanecimiento
del sujeto. La puesta en forma de ese límite que es el desvaneci-
miento del sujeto supera tanto al dolor como al placer ubicán-
dose en un dominio nuevo y ajeno para ambos. Allí se detuvo
Freud señalando ese límite, considerando por vez primera a
ese dominio, a ese más allá. Tal vez haya sido su kantismo, el
que le impidió superarlo, pero para hacer justicia digamos que
será su sadeanismo el que le permitió señalarlo. Sadeanismo
de Freud siempre en clara desventaja respecto a su kantismo,
aclaremos que no por ello entendemos que ese kantismo sea
homologable al de toda la moralina imperante. De aquí la im-
portancia del texto de Lacan, no tanto por la cita a Kant sino,
contrariamente, por extraer de Sade este valor de suplemento.
Y Lacan no fue el único en este intento del siglo XX. Si
tomamos, entre tantos en ese intento, la pista trazada por
Blanchot en su texto «La razón de Sade»10 ⎯subráyese como
insiste esta razón⎯ notaremos que está implicado en un rodeo
similar al planteamiento freudiano, y se detiene allí donde La-
can arranca. Blanchot llega a reconocer que los libertinos

10- Blanchot. M. «La razón de Sade». Sobre Excesos y Exabruptos Nº 15.


Revista digital.www.clinex.com.ar
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MODALIDADES

«han aniquilado en ellos toda capacidad de placer.


Por eso llegan a espantosas anomalías, sino la me-
diocridad de las voluptuosidades normales les bas-
taría»

Así queda planteado el límite del placer/dolor de las medio-


cridades normales, para dar lugar al señalamiento de su supera-
ción:

«Pero se han hecho insensibles: pretenden gozar de


su insensibilidad, de esta sensibilidad negada, y se
vuelven feroces. La crueldad [que ejercitan los liber-
tinos] no es más que la negación de sí llevada tan
lejos que se transforma en una explosión destruc-
tora; la insensibilidad se convierte en estremecimiento
de todo el ser»

Y remata esta hipótesis citando el texto mismo de Sade:

«el alma pasa a una especie de apatía que se


metamorfosea de inmediato en placeres mil veces
más divinos que aquellos que les procurarían las
debilidades».

La superación del placer se indica mediante una paradoja


que se nombra como goce de su insensibilidad. Ahora bien si se lo
denomina goce es porque se distingue del placer (o del dolor),
la insensibilidad es marca de una superación llamada apatía,
índice de un estremecimiento del ser y de una negación de sí.
De esta forma Blanchot señala esta conjunción de negación
-175-
LO INASUMIBLE

de sí, ⎯preferiremos hablar de olvido de sí⎯ como la máxima


alteración que coincide con el goce del libertino, ¿pero de qué
libertino habla si ese goce va de la mano con el olvido de sí?
Blanchot supera el límite del placer/dolor, lo nombra sin des-
pejarlo, leyendo ahí la apatía sadeana pero se le pierde el refe-
rente o el agente de ese goce, debe combinar paradójicamente
al libertino en el olvido de sí, que es otro nombre de ese límite,
que anteriormente enunciamos y que el dolor señala
eróticamente como falta de sí, empuje de esa falta más que de
sí.
Retomemos, en ese punto Lacan indicaba el desvanecimiento
del sujeto. El goce entonces, campo más allá del dominio en
donde el placer y el dolor se oponen en convivencia, implica
desvanecimiento del sujeto, el olvido de sí. El goce entonces
nos plantea el problema de su localización, puesto que no hay
quien asumirlo pueda: éste es el punto en donde la teoría kantiana
retrocede, no puede nombrar a el quién de esa referencia, debe
escamotearle a Dios ⎯el Gran referente último de ese Quién⎯
toda participación posible en este embrollo, no es posible el
olvido de sí en Dios. Se retomará este ítem más adelante.

«Sin duda el cristianismo educó a los hombres a ser


pocos quisquillosos del lado del goce de Dios»

Esta sentencia de Lacan en su texto, coloca a Kant del


lado educado. En cambio, puede localizarse en Sade el térmi-
no «Ser-supremo-en-maldad», como una forma de no evadir
el tema respecto del quién se trataría.
Se desvanece el sujeto ⎯subrayamos⎯ es decir no se des-
vanece el placer o el dolor, ¿pero qué razón permite la conjun-
ción entre el desvanecimiento y la continuidad, allí donde se
-176-
MODALIDADES

nombra al quién del asunto? Esa razón según Lacan es el fantas-


ma, que no se encuentra indicado en el texto de Blanchot,
porque la razón para Blanchot es otra, es el escrito, lo dice el
epígrafe de su texto «Ensayo del crimen moral al que se llega por
escrito». Y si bien hay coalescencia entre escritura y fantasma,
en Blanchot, éste último término no se encuentra, y sí, en
cambio, lo localizamos en Lacan quien especifica que es la
intervención del fantasma lo que permite sostener al placer/
dolor. El fantasma es el sitio en donde ese sujeto desvanecido
se refugia y en cuanto al placer/dolor será ese fantasma quien
lo haga propio para el deseo. El placer/dolor ⎯ese cómplice
del desfalleciente según Lacan⎯, estaría simplemente fuera
del juego en el tiempo mismo del goce, si el fantasma no inter-
viniese para sostenerlo. Y en esto Lacan sigue a Freud, quien
sistematizó un fantasma recurrente, aquel referido como «Soy
pegado...»11 más allá de todo placer y dolor. Se corrobora en-
tonces una cercanía entre Blanchot y Freud, siguiendo este
criterio de lectura, en donde se señala sin superarse el límite
del placer/dolor. De hecho Blanchot sugiere que «el funda-
mento de tantos crímenes imperfectos es un crimen imposi-
ble» y la construcción del fantasma en Freud apunta exacta-
mente a ese imposible ⎯contorneado por la construcción del
fantasma⎯ que vamos a poder situar sólo siguiendo la ense-
ñanza de Lacan.

11 - Freud, S. «Pegan a un niño». Obras completas T.XVII. Amorrortu Edi-


tores, Bs. As. 1978
-177-
LO INASUMIBLE

Efectivamente, siguiendo esa enseñanza, más precisamen-


te haciendo una lectura parcial de un texto inmenso como
«Kant con Sade»12, podemos desprender que la constitución del
fantasma da el cifrado de la razón que sostiene la relación que
no existe entre el victimario y su víctima. Y por partida doble,
es decir, para cuando el sujeto en ese fantasma se ubica como
provocado o como provocador, que es lo mismo que decir
como agente de trabajo o como trabajo causado desde el agente.
En el primer caso no hay lugar de provocado (o de víctima
si se mal prefiere), que no sea del lado del Otro, es decir, del
lado en donde la mismidad propia de ese sujeto está alienada,
fuera de sí. La causa de ese sujeto del que se trata quedará
articulada por partida doble, sea en función de una voluntad
que será de goce y supuesta al partenaire de ese sujeto provoca-
do, sea por un fantasma absolutamente impuro hecho de dis-
curso inconciente. El victimario si se hace uno con aquella
voluntad de goce no resultará sujeto sino objeto de esa volun-
tad, a la manera de un instrumento. La víctima existe como
desvaneciente, su verdad está en sus sueños y su fantasma in-
conciente. La construcción freudiana ejemplificada con «soy
⎯sujeto⎯ pegado...» va al grano de esa imposibilidad.
Pero también está el caso del sujeto que no se engaña con
su fantasma, que lo desprende ⎯siempre mediando algún tipo
de tratamiento o experiencia sobre sí, al caso anterior descripto.
Así el sujeto logra encausarse en un deseo cuya causa no sea
ninguna voluntad sino, precisamente, una causa de sí, que lo
sujeta como tal, quedando aquella voluntad indicada como
moral. Nadie llamaría victimaria a esa voluntad aunque mu-

12 - Lacan, J. «Kant con Sade». Escritos 2. Siglo XXI, 1992. Bs. As. 1992
-178-
MODALIDADES

chos se la carguen encima, actitud hipócrita como ninguna


otra, incluso paradigma de hipocresía. La razón se hace prác-
tica ⎯diría Kant⎯ y el objeto se escamotea. Respecto de este
sujeto puede achacársele su ser de víctima o de victimario,
pero y en ambos casos de sí, es decir de ningún Otro, en la
medida en que al menos un objeto le indique que no hay de
ese Otro, impidiéndole el acoplamiento o su integración como
producto. Es el caso que Lacan reconoce dudosamente en la
vida de Sade, vida depurada del fantasma que el mismo Sade
desplegó en su Obra, aunque vida con límite, indica Lacan,
sujeta más a la ley que al deseo. El caso inverso, sin dudas,
puede establecerse en la vida de Kant, cuya Obra no hace más
que desplegar la versión patológica del sujeto sometido a la
voluntad moral en perfecta coalescencia con su Otro y sin
probabilidad siquiera de hacerle decir a su Otro ⎯tratamiento
mediante⎯ el malentendido que lo funda. De hecho para ese
momento del espíritu, tal como Hegel lo consideró llamándo-
lo concepción moral del mundo, es Job, ese texto bíblico, el paradig-
ma de ese espíritu. Retomaremos esta consideración al finali-
zar este ensayo, desde una vertiente más teodiceal.
En estas dos opciones, entonces, la de un fantasma incon-
ciente o la de un fantasma desprendido, ejemplificadas en la
vida de Kant y en la de Sade, la relación víctima-victimario,
entendidas como relaciones recíprocas, como parejas estable-
cidas, no encuentran un sustento apropiado y quedan ligadas
al imaginario que las conforma en el dúo que aparentan. Basta
ubicarse por partida doble en cada posición para indicar que
sólo es un imaginario la creencia de dicha relación.

-179-
2 ⎯Formalidades

«Padecer el padecer» es la forma por la que Levinas intenta


asir la ecuación en donde tanto el sufrimiento como la pasivi-
dad se empastan. Por este sesgo, además, Levinas intenta plan-
tear la cuestión del mal. La formalidad del sufrir se emparenta
con una posición pasiva y con una intención maligna, un cri-
sol compositivo en distancia oposicional con toda actividad y
toda benignidad. Pero Levinas nos advierte, desde el arranque
mismo de su artículo, que sostener un pensamiento sobre la
temática del sufrimiento basado únicamente en oposiciones
tales como actividad-pasividad, bien-mal rápidamente se ob-
tura. El padecer, por ejemplo, no es un reverso simple de una
actividad, puesto que es sumamente receptivo en su pasividad.
Esta inevitabilidad de la actividad, aún en la pasividad extrema,
nos podría conducir, tal como ocurrió en Freud, en sostener
la idea de una actividad primaria, originaria, sea en el movi-
miento, la fuga, la búsqueda, la acción, el motor, en fin, los
considerandos que se tornan básicos desde la hipótesis de una
actividad primera. Sabemos que esta idea fue refutada por Freud
mismo y es llamativo observar que no ha sido refutada por
observaciones de raigambre clínica. Tal como el principio de
la inercia en física, que no es un observable demostrable en la
cotidianidad, la superación de la actividad como principio pri-
mario requiere de construcciones que remitan a otra cosa que
los observables ⎯o los escuchables⎯ imaginarios.
Levinas, por ende, se abstendrá de este recurso al par con-
tradictorio explicativo, apelando a la modalidad del sufrimiento,
que rápidamente queda ligada a lo abrumante de lo pasivo y de
lo malicioso, aclarando además que ni lo pasivo ni el mal, po-

-180-
FORMALIDADES

drían explicarse apelándose mutuamente. Sin embargo, Levi-


nas establece una conjunción entre la pasividad y el mal en el
espacio del sufrimiento, que brinda consistencia al sufrir: en
esa conjunción por el lado de la pasividad coloca la identidad
con la Cosa, con el eso eres, del que nos anoticia el sufrimiento;
y por el lado del mal en esa conjunción, ubica la identidad con lo
abyecto, lo dispensable, incluso lo inútil, aquello que no sirve
para nada. Doble identidad reforzada que se sostiene dada la
conjunción, en el límite mismo con una identificación imposi-
ble de realizarse, un refugio donde el tiempo no fuga, una
acogida del ser en donde no hay estar.

Freud trabaja esta oposición o contradicción en su texto


Pulsiones y destinos de pulsión13. La primera referencia ⎯no la
única⎯ la refiere al par de opuestos sadismo⎯masoquismo.
Siendo a esta altura de su obra el sadismo lo originario, Freud
escribe tres momentos (pegar–pegarse-ser pegado) en donde
se soslaya gramaticalmente cómo el verbo en voz activa antes
de mudarse a la voz pasiva, requiere de una voz media. Aquí la
voz es gramatical y además, se encuentra sujeta a una construc-
ción que supone a la actividad del sadismo como original, es
decir se supone una acción fundante dirigida a un objeto. A
esta acción Freud no deja de destacarla especialmente, su meta
es la humillación, el sojuzgamiento y, también, el infringir do-
lor. Es la introducción del dolor como meta de la acción, do-
lor que se opone al placer, lo que se vislumbra como inadecua-
do en los explicandos porque gozar del dolor surge después y

13- Freud, S. «Pulsiones y destinos de pulsión». Obras completas T.XIV.


Amorrortu Editores, Bs. As. 1978
-181-
LO INASUMIBLE

por ende, a destiempo, de una identificación con el objeto de


la acción. Vale la aclaración puesto que a ese objeto, al que se
le imprime la acción de infligirle dolor, es decir el objeto del
sadismo, sabe del dolor en cuanto está ubicado como objeto de
ese accionar. ¿Va de suyo entonces, que al dejar de ser objeto,
al ser tomado por una identificación que recaerá sobre el suje-
to del sadismo, el dolor se haga sujeto? Y recordemos que
Freud ya se ha percatado de esto anteriormente, es decir que
la inadecuación del explicando no es ajena al conocimiento de
Freud, por ejemplo cuando situaba:

«El niño sádico no toma en cuenta el infligir dolo-


res, ni se lo propone»14.

Freud no puede no considerar al dolor ⎯o al sufrir, al


humillar, etc.⎯ no como un dato de principio, sino como
aquello que llega por añadidura. Y aquí surge un problema a
resolver. No es tanto la meta sino el objeto ⎯en el sentido de
contrario al sujeto⎯ lo que impide el cierre formal de la hipó-
tesis. ¿Cuál es el objeto en el sadismo? ¿Puede gozar un obje-
to? Está claro que no se trata de placer, ni del placer en el
dolor, se trata de un más allá de ese placer-dolor. Hay una
satisfacción que no se contenta sino del recorrido pulsional
mismo ⎯de la pulsión sádica/masoquista en el ejemplo⎯ que
Freud anota en la vía de las voces gramaticales.

14 - Freud, S. «Tres ensayos de teoría sexual». Obras completas T.VII.


Amorrortu Editores, Bs.As. 1978

-182-
FORMALIDADES

Una de las propuestas de El antiedipo15 es colocar como


acto princeps no al intercambio sino a la inscripción. La deuda
original es entendida como inscripción primordial y no como
un medio indirecto solidario del intercambio, que deja de ser
lo original en toda civilización. Mauss, el pionero en este tipo
de interpretación estructural, parece haber dejado abierta la
cuestión con una pregunta del tipo: ¿es anterior la deuda ⎯ló-
gicamente hablando⎯ con respecto al intercambio o no es
más que un modo de intercambio, un medio al servicio del
intercambio? El estructuralismo entendió que el intercambio
es el acto fundante y encontró en la lingüística y en las leyes
que la dominan un aliado formidable, pero ¿acaso el deseo es
aliado del intercambio, aunque se deslice en los mares de la
metáfora y la metonimia? He aquí que estamos situados entre
lo que permite el funcionamiento y el funcionamiento mismo.
Los autores de El antiedipo fundamentan el escollo, el modo
cambista de toda psicología y proponen que lo esencial no es
el intercambio y la circulación (que más bien dependen de la
inscripción), sino la inscripción misma.
Nuestro caso es: ¿cómo, dada la inscripción, el dolor se
hace lugar? En este sentido la etnología debe ceder su razona-
miento a una construcción que no se corresponde con ella.
En ese contexto aparece situado la lectura del gran texto de
Nietzsche, La genealogía de la moral16, sobre todo su segunda
disertación en donde el concepto de deuda en la relación acree-
dor-deudor no permite desviarse respecto del dolor ⎯o del
placer⎯ en juego, formalizando una contradicción con el con-

15 -Deleuze G., Guatari F. «El antiedipo». Paidós. Bs. As. 1985.


16 -Nietzsche F. «La genealogía de la moral». Alianza Ed. Madrid, 1972

-183-
LO INASUMIBLE

cepto de interés tomado a la inglesa. En esta interpretación


nietzscheana se trata de enderezar al hombre, formarlo según
una relación en donde la deuda es el efecto primario de la
inscripción. De allí se desprende la implicancia del dolor como
sinónimo de pago de una deuda. La ecuación daño-dolor no
tiene nada de cambista según esta lectura, es simplemente deuda
a la cuenta de un goce más allá de todo placer-dolor.
Al contrario de esta interpretación nietzscheana, toda con-
cepción basada en el intercambio ⎯la de la antropología
estructuralista por ejemplo⎯ resulta coalescente con un prin-
cipio basado en la significación. Es decir, que para que el inter-
cambio exista es necesario crear una moneda común, un pa-
trón. La memoria y el significado son solidarios con el inter-
cambio y el objeto de todo intercambio es siempre materia
opinable. Cabe destacar que el terreno mixto de la verdad y
del olvido le es ajeno, tanto a la memoria ⎯que necesita repu-
diar al olvido⎯ como al significado ⎯coagulante de toda ver-
dad. Es con relación a la deuda, y no con el intercambio, en
donde se establece una verdad, en función de la cual no hay
olvido posible.
En el interesante estudio de uno de los autores de El
antiedipo sobre Nietzsche17 cuando éste se detiene precisamente
en La genealogía de la moral puede leerse una orientación precisa
respecto del sin-sentido en la obra de Nietzsche. Es allí donde el
tema del olvido toma una intensidad tal que llega a considerar-
se como absolutamente necesario tanto para el placer como
para el dolor. El olvido y el sin-sentido se van aunando a lo

17 -Deleuze G. «Nietzche y la filosofía». en el Punto IV. Anagrama, Bar-


celona, 1986.
-184-
FORMALIDADES

largo de todo el ensayo, que no es más que un recorrido sobre


el armado y la constitución de la civilización europea.
Se subraya allí una hipótesis básica de Nietzsche en donde
queda deducido que hay un plano del sujeto que es omitido en
toda psicología. Es el hecho de que exista una certeza funda-
mental para toda alma. Si bien algunos traducen más correcta-
mente en vez de certeza, certidumbre fundamental, preferi-
mos pensar a esta certeza tal como un axioma de base. La hi-
pótesis es la siguiente: ella, el alma, posee en su propio sujeto algo18.
Es en esta diferencia establecida entre el alma y su sujeto
⎯diferencia en general omitida por la psicología⎯ y que pre-
ferimos situar entre el sujeto y su objeto, a condición de que se
entienda no un sujeto psicológico sino uno tachado; tachado,
es decir, sujeto de una inscripción.
Esta hipótesis está puesta a jugar a lo largo de toda la obra
nietzscheana, dando lugar a una diferencia basada en un sin-
sentido, axiomática fundante, una inscripción ajustada a una
relación en acto entre dos heterogeneidades que así se establece.
No hay goce sin esta condición primera, por ende todo dolor-
placer son secundarios respecto a esta condición. Todo placer
o dolor sin son sentidos es porque encuentran su sentido pro-
pio a posteriori y bajo el sustento de este axioma primario en
donde la inscripción toma lugar. No hay intercambio posible
entre el alma y su sujeto (o entre el sujeto tachado y el objeto)
ya que no hay moneda de cambio posible. Tan sólo una posi-
bilidad de deuda en una inscripción que funcione, imposibili-
dad de olvido mediante, en el pleno sin-sentido, haciendo va-
ler una diferencia, un héteros. En la consideración nietzscheana

18- Nietzsche F. «Más allá del bien y del mal». Aforismo 287. Ed. Alianza.
Madrid, 1972.
-185-
LO INASUMIBLE

toda la existencia tendrá un sentido en cuanto el dolor o el


placer también lo tengan, así ambos tendrán como presupuesto
el hecho de sostener la verdad del sin-sentido.

Levinas se ve conducido en su artículo19 a fundar una dife-


rencia fundamental de donde arrancar los supuestos. Esa dife-
rencia que funciona a la manera de un axioma, tiene la particu-
laridad de ser una diferencia de orden ético. Su línea
argumentativa, una vez que arriba al sufrimiento como un puro
padecer, es la constatación de la existencia de un No que según
su referente es la misma negatividad del mal, un No que es
negativo hasta el sinsentido. Este «No sinsentido» es absoluta-
mente inútil, es para nada. Este criterio resulta inconciliable
con la hipótesis de toda voluntad de poder, en el sentido de
que no hay poder que se constituya formalmente como inútil.
Las lecturas que se hacen de la obra nietzscheana en la medida
en que desconocen el sostén de una verdad del sin-sentido
como decíamos, se ven conducidas a darle contenido a la vo-
luntad de poder, y a ese contenido es difícil no impregnarlo con
sentido. La argumentación de Levinas apunta a las ciencias
médicas justamente porque allí la relación poder-saber es pa-
radigmática. A su vez las ciencias médicas ⎯y en la medida en
que todo sufrimiento, todo dolor, sostienen una demanda de
analgesia⎯ son receptivas de ⎯al menos⎯ un pequeño senti-
do: sea éste posibilidad de curación, ayuda o petición de auxi-
lio, salvación, etc.
Esta vía de la demanda de analgesia en la argumentación

19- Levinas, E. Artículo citado.

-186-
FORMALIDADES

de Levinas (derivada tanto de la existencia del dolor puro en


las crónicas médicas, tanto de las enfermedades dolorosas de
los seres psíquicamente desheredados, marginados, etc.) bien
puede ligarse a una voluntad de poder, pero Levinas advierte:

«Puede que esa mala voluntad no sea sino el precio


que ocasionalmente se paga por el elevado pensa-
miento de una civilización de la que se exige alimen-
tar a los hombres y aliviar sus sufrimientos».

Al No sinsentido no le corresponde una voluntad de poder sino


que, y sin querer ser correspondida, le corresponde una vo-
luntad que no desentienda a lo inasumible de ese No sinsentido.
Hay dos alternativas, alternativas que no se desprenden de una
disposición lógica, reiteramos, sino de una ética. Una apuntará
en la vía de la analgesia, la otra en la vía de la inasumibilidad. Cuan-
do la vía de la analgesia se integra a un orden y a un sentido,
indisoluble de la demanda en que se sostiene dicha vía y en la
medida toda demanda es contingente con la posibilidad de
una curación, la decisión ética que le concierne se entremezcla
con el nudo mismo de la subjetividad humana, que Levinas
distingue a su vez como el sufrimiento en otro y del sufrimien-
to en mí.
Pero ¿qué sucede cuando esta vía de la analgesia no es la
elegida en prima facie, o al menos no se configura como la vía
por antonomasia? Lo que sucede es que no habrá compromi-
so sostenible en la vía del sentido y, en cambio, podrá inscri-
birse un trayecto en la vía de la asunción de lo inasumible, es decir
un trayecto que despeje la inasumibilidad. Insistimos que este
punto concierne a una decisión ética y no a otra cosa, y toda-

-187-
LO INASUMIBLE

vía no aclaramos a quién compete esa decisión ética. No es


que se trate en esa decisión de un rechazo a esa demanda de
analgesia, sino y contrariamente, de hacerle un lugar a la inasu-
mibilidad. De hecho Levinas nos recuerda que el siglo XX, tal
vez más que cualquier otro siglo, en su interés de asumirse en
la posición estricta de responder a la demanda de analgesia
con todas las armas disponibles, llegó a intentar suprimir en su
existencia misma a esa demanda. La respuesta fue ⎯y sigue
siendo⎯ abrumante: aún en la suposición del éxito total de
eliminación de esa demanda, lo inasumible del sufrimiento se
mantuvo y se mantiene intacto, sea en Mí ⎯propiciador de la
analgesia absoluta⎯ sea en el Dios oscuro que me interroga
sobre los motivos del Gran sacrificio dispensado al otro. El
siglo XX también dio a luz, a contrapelo de toda analgesia del
sufrimiento, cuestión que Levinas no observa, un discurso que
opera sin rechazar esta función de la inasumibilidad, en la
medida logre adecuarse al agente de ese nuevo discurso con-
cernido en aquella disyunción ética. Lacan denominó a ese
discurso como el sostén de la función del psicoanalista. Esta
novedad implica anoticiarnos de una voluntad que no sea de
poder. ¿Cómo se puede dar cuenta de esta voluntad?: tal vez
ésta sea la pregunta ética por antonomasia.

-188-
3 ⎯ Malignidades

El libro de Job20 es tal vez la primera teodicea escrita. Lue-


go, todas las teodiceas escritas ⎯hasta Leibniz⎯ no dejaron
de incluirse a gusto en el terreno de las teologías. Con Leibniz
la pretensión de inclusión pasó a ser metafísica. En la metafí-
sica inaugurada por Descartes se establece claramente la prio-
ridad de darles lugar al tratado de cuestiones como la necesi-
dad, la libertad y el origen del mal que subordinan a los que los
teólogos sostenían con los títulos de pecado original, la gracia
y la predestinación. El acento queda del lado del nuevo hom-
bre ⎯forclusión de la verdad mediante. En palabras del mis-
mo Leibniz21:

«...los que pensamos que todo ser procede de Dios,


¿dónde encontraremos el origen del mal? La respues-
ta es, que debe buscarse en la naturaleza ideal de la
criatura, en tanto que esta naturaleza se halla ence-
rrada en las verdades eternas que están en el enten-
dimiento de Dios, independientemente de su volun-
tad.»

Fue Kant, quien incluyó a la fe y a la razón, que habían


quedado separadas en dos campos distintos dentro de una
misma disciplina por la operación recién detallada, demostran-
do que están sostenidas por el mismo a-priori desde entonces

20- «El libro de Job». La Biblia. Versión Reina-Valera, 1909


21 -Leibniz, G. «Teodicea. Ensayos sobre la bondad de Dios, la libertad
del hombre y el origen del mal». Sitio web: www.elaleph.com
-189-
LO INASUMIBLE.

necesario, el de la conciencia moral y la ley de la moralidad,


que en nuestro ensayo ya expusimos ser simplemente una ver-
sión de la voluntad del Otro, aceptable en función de los postu-
lados de toda razón práctica, en donde se ubica el sujeto lla-
mado patológico, es decir el sujeto en su estado de exilio para
con su causa.
Otra forma de considerar lo anterior es darle permanente
actualidad al Libro de Job, tal como un escrito que sabe tocar
la medula central de un tema que nos viene esperando desde
siempre. Así el Libro de Job está escrito para nosotros, los que
no lo hemos leído aún. Hay infinidad de lecturas del Libro de
Job tal como si existiese un libro de Job para todo intento
teodiceal, y también existiese otro para los que intentaron jus-
tificar por todos los medios la Omnipotencia de Dios, como
habría otro para los que argumentaron que no hay disidencia
entre la fe por el Todopoderoso y el trozo de razón que Él
mismo legó a la humanidad, como también existiese otro a
partir de Kant, que consideró a la impenetrabilidad del senti-
do del mundo de manera tal que estaríamos obligados a con-
fiarlo todo al criterio de la conciencia moral. De esta forma
hay todavía otros Libros de Job que esperan aún su turno de
existir.
Es cierto que con Kant, en cualquiera de las dos anteriores
consideraciones, se impone un límite, y los autores posterio-
res no dejamos de escribir en función de ese límite. Pero es
cierto, de igual modo, que el siglo XX propuso en acto el fin
de todos esas Teodiceas, tal como sostiene Levinas. La pre-
sencia del Dios oscuro, ⎯que es la mismísima contracara de
esa voluntad moral tan kantiana⎯, se inaugura en aquel ins-
tante del invento kantiano y vivió latente durante mucho tiem-
po. Y aún así, hoy por hoy se la considera viva a esa voluntad,

-190-
MALIGNIDADES

puesto que seguimos siendo kantianos hasta los huesos. Pero


nos resulta innegable la imposición del horror desproporcio-
nado del siglo pasado, el horror generado del sufrimiento por
el sufrimiento, más allá de todo intento explicativo teodiceo.

El texto de Pedro Fernández Liria,22 recoge el pensamien-


to de muchos postkantianos, del siglo XX, que no pueden
salir del escollo ⎯el mismo Fernández Liria lo padece aún
cuando logra criticar con aciertos algunos problemas localiza-
dos en los autores que cita. Y desde el inicio de su trabajo
escrito se considera que en uno u otro momento de su desa-
rrollo, la metafísica se ha venido a estrellar con este problema:
cómo ubicar el mal en Dios. Y así ubica al Libro de Job, como

«el documento más extraordinario de la antigua ‘sa-


biduría’ del Oriente Próximo»

aduciendo que es una interpelación en la que un occiden-


tal puede reconocer insospechadamente la especificidad mis-
ma de su concepción de la moral, en la que pueden ser identi-
ficadas las condiciones bajo las cuales la moral es pensada en
Occidente y cita entonces el ensayo de Kant, «Sobre el fracaso de
todo ensayo filosófico en la Teodicea» como el límite mismo en don-
de esta concepción moral es desplegada y considerada. Levinas
hace en su escrito una consideración similar. Es decir que en-

22- Fernández Liria, P. «Reflexiones sobre Job. En torno al problema


del mal, el sufrimiento del justo y la Teodicea». En LOGOS. Anales del
Seminario de Metafísica. Vol. 38 Servicio de Publicaciones de la Universidad
Complutense, Madrid, 2005.
-191-
LO INASUMIBLE

tienden que el Libro de Job fue leído hasta que Kant en su


lectura introdujo la medida justa de la interpretación que le
cabe a todo Occidente. La pregunta es qué lugar le daremos
en el Libro de Job, dada esta interpretación del límite, a lo que
sucedió después, sobre todo en el siglo XX. Acaso es la muer-
te de Occidente lo que se insinúa más allá de ese límite. Agota-
da la lectura del Libro de Job, ¿ya no hay para Occidente fuen-
te de la que beber? Considero que esto es confundir el límite
con el fin, siendo el límite la interpretación kantiana. Si bien
para nosotros este límite Kant lo lee parcialmente, no por ello
deja de marcarlo, de indicarlo. En este sentido hay fuente de la
que beber aún, puesto que el franqueamiento del fantasma que rea-
liza Job es una suerte de invitación para cada lector, así como
lo es, por otros motivos, la obra de Sade, tan monótona en sus
desatinos injuriantes como la prédica de Job.
Job es el encargado de interpelar a Dios no en función de
una falta de fe sino, y por el contrario, por un exceso de fe que va
más allá de toda apariencia de discurso ⎯apariencia claramente
sostenida en los diversos argumentos de los tres interlocutores
que increpan a Job. La certidumbre ⎯inefable y firme⎯ de
Job, es que Dios no puede faltarse a sí mismo. Esta certeza de Job
no cede hasta el final mismo de la interpelación y sólo cede en
un momento especial, al final de su vida. Si interpretamos fal-
tar en un sentido moral, es necesario ⎯kantianamente ha-
blando⎯ imponerle a la certidumbre el hecho de que Dios no
debe faltar a sí mismo. Pero Kant argumenta que esto no es un
problema de fe, puesto que la fe misma se sostiene de una ley
moral que es para todos e incluye a Dios mismo ya que él no
puede ni debe eludirla ni elidirla. Para esta ley no hay excep-
ción a la falta, por ende la fe y la falta de fe son secundarias en

-192-
MALIGNIDADES

importancia a la existencia de esta ley. La fe y la razón son


funciones subordinadas a esta Ley.

Según Job puede considerarse, según su certidumbre mo-


ral, que todos puedan faltar a sí mismos, pero Dios, en cambio
no debe, puesto que si así fuese ya nada tiene sentido moral-
mente hablando. Se encuentra aquí en forma resumida la máxi-
ma kantiana que por tiro de elevación se deposita sobre el
Mismísimo, punto de tensión máxima en su imposibilidad.
De hecho, en el Libro de Job, ¿en qué momento se co-
mienza a oír la voz del Todopoderoso, la voz de Yahvé, «desde
la tormenta» diciendo:

«¿Quién es éste que denigra mis designios con pala-


bras sin sentido?»

¿De qué trata la alocución de Yahvé, a qué apunta si es que


apunta a algo? Hay que destacar que apunta a casi todo, pero
jamás apunta a la obligación contraída que él mismo ha esta-
blecido y pactado y que se pretende debe respetar y hacer
respetar. ¿Es entonces acaso que Job pide a Dios que le de-
fienda contra Dios mismo? En absoluto, simplemente se es-
fuerza en demandarle que sea respetuoso con aquello que sos-
tiene, según la certidumbre de Job, a toda la vida misma. En
todo caso, le demanda a Dios que él se defienda de él mismo,
que no se contradiga locamente, que haga regir su ley inclu-
yéndose en ella. Sino ¿cómo iba a poder seguir confiando Job,
aunque quisiera hacerlo, en un Dios que falta a sí mismo, insis-
tiendo otra vez en el sentido moral del término?
Ante esta cuestión, la alocución de Yahvé en la parte final
del texto, paradojalmente profundiza el abismo que Job quiere

-193-
LO INASUMIBLE

salvar mediante su súplica demandante, sin por ello darles la


razón a sus tres interlocutores, pero ahora bien, en ningún
sentido esto significa que Job pueda acallar o suspender su
conciencia moral, que permanece incólume, al decir de Kant.
En este punto se hace necesario para Kant y para los kantia-
nos que esta conciencia siga siendo lo único de lo que a Job no le
está dado dudar. Es sólo que, ahora, esta conciencia moral ya no
constituye un argumento posible contra Dios, sino simple-
mente su sostén. De algún modo, Dios la ha bendecido al
bendecir a Job por ser el único en haber hablado de él recta-
mente ⎯otra vez, en sentido moral. Job sólo ha dicho lo que
le dictaba su conciencia. Como supo ver Kant, Job no somete
su conciencia moral a una fe que le viene exigida desde fuera,
sino que, al contrario, funda su fe sobre su conciencia de la ley
moral, inventa así una conciencia de la que no debe dudar.
Seguimos estando, como hemos dicho, en los límites de la
interpretación kantiana. Hay siempre que recordar y tener pre-
sente que «es a Dios a quien Job recurre y contra Dios mis-
mo». Es a Dios, y no a sí mismo, a quien Job defiende contra
la única perspectiva perceptible de su Dios, dicho en otros
términos, lo único que le importa es en qué se sostiene Dios y
que no hay simulacro o apariencia posible que den cuenta de
que a su Dios no le falta ese sostén. La piedad de Job ya no se
basa en el intercambio justo y la retribución, no es cambista o
interesada en un exterior, está apoyada en una voz que supo
escuchar desde su interior, que le habla en segunda persona:
Tú debes luego él debe… en el sentido moral, en el sentido de una
deuda impagable. Éste es el aspecto positivo de la interpreta-
ción kantiana, la existencia de un punto o consideración ante
el cual no se puede dudar y desde el cual es posible construir
un mundo, un Dios y un Otro. Es decir, una garantía.

-194-
MALIGNIDADES

Estas líneas en absoluto pretenden menoscabar el trabajo


de Fernández Liria. Intentamos destacar en él la línea que es-
tando subrayada no puede superarse porque para nosotros si
la alocución de Yahvé incursiona en la misma orientación de
Job, prosigue la marcha iniciada por su certidumbre, profun-
diza el abismo que Job sin saberlo comenzó a cavar, y esto
sucede porque la alocución de Yahvé apunta precisamente a
destacar el faltar a sí mismo. Pero la falta de Job no es el tema,
puesto que él sí tiene donde apoyarse y jamás le faltó ese apo-
yo, en las buenas y en las malas, entonces de lo que se trata es
de una falta que se corresponda con aquel en donde Job se
sostiene. Job no tiene dificultad de inculparse, pero sabe, se-
gún su certidumbre, que Él –su Dios⎯ no debe hacer lo mis-
mo. Job sabe que la realidad aparente de sus interlocutores no
responde a lo real que su certidumbre apunta. La dificultad
estriba entonces en que nadie puede, al hablar, faltar a sí mis-
mo, y ahora no en un sentido moral sino en el sentido de que
cuando alguien dice sobre sí, por el hecho de estar hablando al
decir, no puede faltar al mismo tiempo. Pero bien puede hacer
falta al decir, y así lo hace Yahvé una y varias veces cuando
articula por ejemplo, el «¿Tú dónde estabas cuando yo hacía
tal cosa?». Ese tú apunta a Job, que obviamente no podía estar
allí, en el origen de las cosas, del tiempo, del espacio, de la vida,
del lenguaje, en el origen del origen. Pero ⎯y por esta misma
consideración⎯, tampoco podía estar allí aquel que le habla a
Job, pues ¿dónde estaba el Creador en el instante mismo de la
Creación? Es necesario pero es imposible, que en el momento
de la Creación se distinga el Creador de lo creado. En el
mismísimo instante de su creación, el creador falta a sí mismo.
Dios es la causa de todo pero no es causa de sí mismo, tal como el

-195-
LO INASUMIBLE

cristianismo teológico quiso sostener, pues lo contrario es su-


poner que hay Otro Dios para ese mismo Dios, y esa antece-
dencia sigue así al infinito sin toparse con un punto original de
origen. Yahvé intenta mostrar en acto que eso que Job intenta
taponar con su demanda es un imposible, un imposible más
real que el de sus interlocutores. Lo real de lo simbólico que se
increpa. Y es cierto que ese real aparece en la conciencia tapo-
nado como un imperativo. Eso lo señala Kant, suponiendo
que en esa terceridad a la que alude la segunda persona, (es
decir intercambiando «a posteriori» Él dijo con un tú debes...) y
que sólo Job supo sostener hasta las últimas consecuencias
indica la verdad primera en cuanto indubitable.

Entonces, ante esta vorágine de imposibles que Yahvé le


increpa al terrenal Job, éste apenas responde con una pregun-
ta:

«¿Quién es [ahora] el que oscurece el consejo sin


ciencia?»

Y se remite a considerar a su Dios como el que todo lo


puede. Exactamente, dado que no hay Otro del Otro, o lo que
es lo mismo, Dios puede faltar a sí mismo, entonces hay que
encontrar el sostén del decir en la palabra dicha y no en un lugar
externo a ella. Job toca por fin, gracias al auxilio de esta exhor-
tación, el límite mismo de la verdad de la castración, sinsentido
de todo sufrimiento. Si Kant en cambio, privilegia ese límite
en un a-priori, una forma intuitiva que garantiza no toparse
con esa falta, por ejemplo cuando formula:

-196-
MALIGNIDADES

«La ley moral aparece a nuestros ojos como honesta,


estimable y digna de respeto»

Hay que considerar esta fórmula tal como cuando Job le


responde a Yahvé:

«De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven».

Es decir que si bien la intuición se lleva bien con lo escópico,


hay un resto que se desconsidera pues no hay manera alguna
de comprender, de intuir lo que Dios intenta transmitir, en
acto, de su castración. Esa transmisión siempre está impedida,
taponada menos por el sentido o que por la significación. Es
el verdadero escollo de la respuesta de Yahvé. No es por la vía
de la significación ni por la del sentido, puesto que significa-
ción conduce a «menospreciar toda cosa alta» por otra más
alta aún, puesto que el sentido es impotente frente al sufri-
miento por el sufrimiento mismo, esto está dicho en las pala-
bras de Yahvé, pero al decirlo y por decirlo se eclipsa tras el
decir. Pero fue dicho, Job se lo hizo decir, es su mérito, y a
partir de ese momento Job no es el mismo que era, su sufri-
miento y padecer resultan inasumibles para él porque remiten
a esa falta de sí , o son asumibles en la medida hagan justicia a
esta verdad inasumible de la castración del Otro. El Otro de
Job se mostró en su incompletitud consistente, o en su incon-
sistente completitud.
O, lo que es lo mismo, hay un sujeto cuya causa hace falta
de sí, sujeto que sólo a través de esta causa se relaciona con ese
Otro ahora descompleto o inconsistente. De allí en más, todo
lo que Job no es ni tiene ⎯recordemos que se le ha quitado
todo bien posible, salvo su vida y su certeza íntima⎯ se dupli-

-197-
LO INASUMIBLE.

ca y mucho más, un nuevo valor por fuera del valor se hace


patente.

Job, las teodiceas, el kantismo, la destrucción de todo esto


en las formas que han adoptado el sufrimiento y su mal en el
siglo XX, son respuestas posibles, más o menos apropiadas, a
la inasumibilidad que se impone en todo dolor. Lo de Job, en
cambio, no es una respuesta, de allí que la siga promoviendo.
El libro de Job es una mostración de la asumibilidad cuando de lo
inasumible se trata, es una versión del cómo se puede dar cuenta
de esa voluntad no como voluntad de goce ni como voluntad
moral, ⎯y con este punto cerrábamos los apartados anterio-
res, en función de una pregunta ética ineludible.

-198-
ÍNDICE DE
NOMBRE PROPIOS
Y
OBRAS REFERENCIADAS

-199-
Abraham, K. ....25, 127, 128
Las relaciones psicológicas entre la sexualidad... ....127
Adis Castro, G.
Salud Mental y Alcoholismo ....122
Altomare, D. ....153
Allouch, J.
El sexo de la verdad ....133

Balvuena, A.
Alcoholismo y criminalidad ....121
Blanchot, M. ....174, 175, 177
La razón de Sade ....108, 174
Breuer, J. ....130

Claudel, Paul ....52, 58


trilogía ....52

De la Serna, I ....122
Deleuze, G. ....64, 67, 184
Lógica del sentido
Serie 22 ....61
Nietzche y la filosofía ....184
Deleuze, G. y Guatari, F.
El antiedipo ....183, 182, 184
Descartes, R. ....189

-200-
Fernández Liria, P. ....191, 195
Reflexiones sobre Job... ....191
Ferreyra, N. ....162
Trauma, duelo y tiempo ....162
Freda, H. ....124
El alcoholismo freudiano ....128
Freud, S.
....38, 41, 43, 48, 50, 52, 58, 59, 67, 75, 79, 87,
93, 103, 129, 131, 133, 148, 149, 151, 153, 154, 160, 162, 169,
171, 173, 180, 181

Contribuciones a la psicología del amor ....148, 149


Duelo y melancolía ....160
El chiste y sus relación con lo inconsciente ....89
El malestar en la cultura ....101, 169
El tabú de la virginidad ....149, 154
Escritos metapsicológicos ....14, 56
Estudios sobre la histeria ....130
Inhibición, síntoma y angustia ....102, 172
Introducción del narcisismo ....58, 102, 172
Lo inconciente
cap III ....54
Malestar de la cultura ....100
Más allá del bien y del mal ....185
Más allá del principio del placer ....47, 102, 172
Moisés y la religión monoteísta ....129
Pegan a un niño ....177
Proyecto de psicología ....101, 171

-201-
Freud, S.
Psicología de las masas y análisis del yo
Cáp. 7 ....88
Cáp. 8 ....88
Psicopatología de la vida cotidiana ....152
Pulsiones y destinos de pulsión ....82,181
Sobre la más generalizada degradación... ....148
Sobre la psicogénesis de un caso
de homosexualidad ....149
Sobre un caso de paranoia ... ....160
Sobre un tipo particular de elección de objeto... ....148
Tres ensayos de teoría sexual ....182

Gentileschi, (Artemisa).
Susana y los viejos ....77, 97, 106

Hegel, G.W.F. ....179


Hellín, T.
Bioética, drogadicción y Sida ....120

Jellinek, E ....122
Job ....189, 190, 192, 193, 194, 195, 197

Kafka, F. ....71
Kant, I.
....48, 49, 50, 69, 79, 87, 91, 174, 176, 179, 189,
190, 191, 192, 194, 196
Crítica de la razón práctica ....50
Klein, M. ....56
Kraepelin, E ....138

-202-
Lacan, J.
....15, 51, 52, 56, 58, 82, 103, 130, 132, 137, 170,
171, 173, 177, 179
De una cuestión preliminar a todo tratamiento...133
Kant con Sade ....173, 178
Sem. 10 La angustia ....55, 136, 171
Sem. 9 La identificación ....101, 171
Sem. 8 La transferencia ....52
Sem. 14 Lógica del fantasma ....33
Seminario 17 El envés ....131
Lasegue, Ch. ....138
El delirio alcohólico no es un delirio... ....138
Le Poulichet, S. ....133, 135, 137
Psicoanálisis y toxicomanías ....133
Lecoeur, B. ....125
Leibniz, G. ....189
Teodicea. Ensayos sobre la bondad de Dios, ... ....189
Levinas, E. ....167, 169, 180, 186, 187, 188
El sufrimiento inútil ....167
Lowry, M. ....62, 65
Bajo el volcan ....63

Magnan, V ....138
Manet, É. ....105, 107, 109, 110, 111
Cristo con ángeles ....106
Olimpia ....106

-203-
Marconi, J. ....126
El Concepto de Enfermedad en alcoholismo ....123
Mariategui, J.
Investigación Epidemiológica Del Alcoholismo ....122
Mauss, Marcel ....183
Menéndez, E.
El Proceso De Alcoholización ....123
Miguez, H.
Tratamiento Del Alcoholismo ....126

Negrete, J.
Alcohol y Transito ....125
Factores Socio-culturales en el alcohol ....121
Nietzsche, F. ....183, 184, 185
La genealogía de la moral ....183, 184

Réquiem para un sueño ....13, 39, 76, 78


Harry, (Personaje central del «Requiem...»)
....39, 40, 42, 43, 44, 45, 95, 96, 98, 99, 112, 113

Sade, Marqués de ....174, 175, 176, 179


Salomone, Luis ....161
La función del alcohol... ....161

-204-
Sartre, J. ....85, 87, 88, 93, 98
El ser y la nada
La actitud hacia los otros ....93
La mirada ....84
Scott Fitzgerald, F. ....62, 65
El derrumbe ....62
Schreber, D.. ....132
Sperber, H
De la influencia de los factores sexuales en el or ....31
Steiner, G.
Lecciones de los maestros. ....9

Tausk, V. ....25, 28, 30, 136, 137, 151


Consideraciones sobre la psicología ....25, 136
Trainspoitting ....13, 33, 71, 73, 80, 83, 86
Mark Renton (Personaje central de «Trainspoitting»)
....33, 37, 43, 44, 45, 71, 73, 80, 81, 103, 104

Winkler, J. ....155, 157, 158


Las coacciones del deseo. Antropología del sexo y
La risa de las oprimidas ....20, 22, 155

-205-
-206-
ÍNDICE GENERAL

ADICCIONES: LA FALTA DE SÍ
Curso................................................ Pág. 9

LA DEGRADACIÓN DEL ALCOHOLISMO


Tres ensayos y un caso clínico ...... Pág. 117

LO INASUMIBLE
Ensayo acerca del sufrimiento ...... Pág. 167

ÍNDICES
Nombres propios y Obras ...... Pág. 200

-207-

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