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8 de junio de 2017

El forzado igualitarismo establecido en el


lenguaje
Algunas precisiones sobre el buen uso de los géneros en el idioma español, las
imposiciones de un género nuevo y el error pretender un igualitarismo confuso y
forzado.

Imagen Google

Por Dante Galdona

Al calor de las discusiones sobre la capacidad de la lengua de ejercer violencia, hay algunas
consideraciones que quienes trabajan con ella debieran tener. No estaría mal para periodistas y
comunicadores darse una vuelta por algún libro de gramática de la lengua castellana antes de salir a
defenestrar a alguien que sólo hace un uso correcto del idioma.

Quien cree ejercer una defensa del género femenino cuando asume que el español es un idioma
sexista, quizá tenga buenas intenciones, pero de alguna manera está buscando problemas donde no
los hay. Hay miles de hombres matando con sus manos, pero ninguno lo ha hecho, hasta ahora, con
palabras. Es posible que esa energía loable esté siendo mal direccionada.

Mientras acusan al macho que dice “la cliente” y le dan lecciones de género y se internan en
disputas del tipo “vos fomentás los estereotipos de género” y “la violencia machista mata”, hay
violentos que quizá no digan una sola palabra mientras le clavan un cuchillo a su mujer. A esos tipos
el lenguaje no les hace mella. Bien lo saben las miles de víctimas que no hay en el diccionario
palabra que frene la ira incontenible de su homicida, el atroz golpe recurrente que una y otra vez,
comienza en la nada y termina en su cara.

Pasa que están malgastando la energía, el lenguaje no mata. Quizá lastime, pero eso, en este
estado de las cosas, lamentablemente es materia que se puede dejar para más adelante, a razón de
las urgencias: dos mujeres muertas por día. Y contra eso, las palabras no alcanzan. No alcanzan
para salvar, ni para consolar. Tampoco para matar.
Mientras tanto hay quienes ya no saben cómo hablar, porque hay reglas en el lenguaje que parecen
volver violentas a las personas por el mero hecho de atenerse a ellas.
Así, es un violento quien utiliza el género neutro.

Es un violento quien aprendió que los participios activos, por derivar de verbos, no tienen género,
son indeterminados.

Es un violento quien no tiene en su costumbre decir “las y los…”, asumiendo, como indican las reglas
del buen uso del idioma, que en español existe el artículo neutro. Y neutro significa, en este caso,
que no tiene género, que no es ni masculino ni femenino.

Así, hay quienes se debaten entre usar los participios activos o algún engendro que no incomode a
nadie, pero que no existe en castellano.

Para no ser machista, se debe usar “clienta”, “gerenta”, porque hay quienes establecieron nuevas
reglas para tildar de sexista el participio activo, que no tiene género, como los verbos.

La Real Academia Española no contribuye a la claridad y generalmente borra con el codo lo que
escribe con la mano, aceptando barbarismos con la excusa de que su uso lo justifica.

Claro que el lenguaje evoluciona y es saludable que lo haga. Pero una cosa es aceptar elementos
nuevos en su constitución y otra transgredir leyes ya escritas y consensuadas.

El participio activo deriva del verbo. El participio activo del verbo “ser” es “ente”, el que tiene entidad.
Por lo tanto, a aquella persona que es sujeto activo de la acción que indica el verbo,
independientemente de su propio género como persona, se la nombra con ese verbo con el sufijo
“nte”. Quien “preside” es “presidente”, quien “gerencia” es “gerente”, quien “estudia” es “estudiante”,
quien “gobierna” es “gobernante”.

No decimos que una persona es “independienta”, ni “estudianta”, pero algunos caprichos han
permeado y términos como “gerenta” o “clienta” parecen ser la forma que conforma, aunque se
cometa barbarismo y muchas mujeres caigan muertas bajo la mano hostil de su “atacante”.

El error radica, fundamentalmente, en que quienes atacan el uso sexista del lenguaje confunden el
género de las personas de carne y hueso con el de las palabras. Los sustantivos sí tienen género.
Pero no hay ninguna regla que indique que el sustantivo debe poseer el mismo género que el
colectivo de personas que éste engloba y tampoco hay una preponderancia de sustantivos de
género masculino.

Es largo el listado de profesiones u oficios cuyos sustantivos son de género femenino y las personas
que ejercen esas profesiones u oficios son únicamente hombres, o cuyo sustantivo indeterminado es
el femenino: “futbolista”, y todos los “deportistas”, “seminarista”, “oculista”, “analista”, y sigue la lista.

Nadie dice, por citar un ejemplo, que el lenguaje es “sexisto”, porque todo lo que suena femenino
está bien y todo lo que suena masculino es satanismo antiprogresista.

De este modo, el hombre no es “periodisto”, es “periodista” aunque sea hombre, y ahí no parece
haber violencia de género a la inversa.

Hay hombres de dudosa hombría a quienes se les dice “machistas” pero no “machistos”.

No hay “dentistos”, ni “artistos”, “ni plateístos”, hay gente de dudoso progresismo, que se dicen
progresistas, y mientras esta gente da muerte al macho en la lucha semántica, miles de mujeres
siguen muriendo por su ignorancia.

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