la leche de los senos como de un manantial, por mirarte y sentirte a mi lado y tenerte en la risa de oro y la voz de cristal. Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal, porque tu ser pasara sin pena al lado mío y saliera en la estrofa -limpio de todo mal-.
Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría
amarte, amarte como nadie supo jamás! Morir y todavía amarte más. Y todavía amarte más y más.
Ángela adónica
Hoy me he tendido junto a una joven pura
como a la orilla de un océano blanco, como en el centro de una ardiente estrella de lento espacio.
De su mirada largamente verde
la luz caía como un agua seca, en transparentes y profundos círculos de fresca fuerza.
Su pecho como un fuego de dos llamas
ardía en dos regiones levantado, y en doble río llegaba a sus pies, grandes y claros.
Un clima de oro maduraba apenas
las diurnas longitudes de su cuerpo llenándolo de frutas extendidas y oculto fuego.