Sei sulla pagina 1di 3

II Domingo de Pascua.

Mañana (B) Seminario San Antonio Abad


(08.04.2018) P. Ciro Quispe

VIDA EN SU NOMBRE
(Jn 20,19-31)

19
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por
miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos,
se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con ustedes». 20 Dicho
esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al
Señor. 21 Jesús les dijo otra vez: «La paz con ustedes. Como el Padre me envió,
también yo les envío». 22 Dicho esto, sopló y les dijo: «Reciban el Espíritu
Santo. 23 A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes
se los retengan, les quedan retenidos». 24 Tomás, uno de los Doce, llamado el
Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor». 25 Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la
señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi
mano en su costado, no creeré». 26 Ocho días después, estaban otra vez sus
discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las
puertas cerradas, y dijo: «La paz con ustedes». 27 Luego dice a Tomás: «Acerca
aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no
seas incrédulo sino creyente». 28 Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío».
29
Dijo Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto
y han creído». 30 Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos sig-
nos que no están escritos en este libro. 31 Éstos han sido escritos para que crean
que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su
nombre.

«Domingo» o «al atardecer de aquel día, el primero de la semana» (19a) fue el día en
que se apareció el Resucitado. El mismo día de aquel día que dividió la historia humana
y divina. Fue «Domingo» cuando el Señor resucitó al Nazareno y fue entonces «do-
mingo» cuando se anunció por primera vez la verdad que trasformó nuestra existencia:
«Hemos visto al Señor» (24c). Y fue «Domingo», ocho días después (26a), cuando el
Resucitado volvió a aparecer, solo por Tomás. Hará lo mismo con Pedro. Resucitará
solo por él. Resucitará para perdonarle, para que no cargue ese peso pesado, durante
toda la vida, de haber traicionado a su Maestro. ¡Bendita resurrección!
Desde aquel domingo, los cristianos hemos iniciado la Eucaristía o la Misa Domini-
cal, con las mismas palabras del Cristo Resucitado: «La paz este con ustedes»
(19c.21b.26c). Por eso, los primeros cristianos llamarón a aquel día: «el primer día de la
semana» (19); posteriormente se llamó: «el día del Señor» (Dies Domini). Aunque es el
día del Señor – como siempre sucede – los favorecidos son más bien los mismos cristia-
nos. En este día reciben el perdón de sus pecados (Jn 20,23). Ahora se entiende, enton-
ces, porque los primeros cristianos decían: «¡Sin el domingo no podemos vivir!». Así lo
dijo el cristiano Emérito al procónsul romano antes de morir, junto a 49 mártires en
Abitina (hoy Túnez), en los primeros años del cristianismo. Su delito de aquel hombre
fue: haber trasgredido un decreto del emperador Diocleciano y obedecer a las indicacio-
nes Señor. El Emperador Diocleciano había prohibido que los cristianos se reúnan para
celebrar el culto. Pero, «sin el domingo no podemos vivir». ¿Por qué? Porque allí se ob-
tiene el perdón de los pecados.

1
II Domingo de Pascua. Mañana (B) Seminario San Antonio Abad
(08.04.2018) P. Ciro Quispe

Dos evangelios en uno


En este domingo, aunque no aparezca en forma evidente a nuestra efímera mirada, se
narran dos apariciones. La primera cuando Tomás no se encuentra (19-25) y la segunda
cuando si se halla en aquella famosa y misteriosa habitación (26-31). Durante la primera
aparición, el Resucitado creó la primera comunidad cristiana por medio de su potencia
creadora, que es el Espíritu Santo (22b). Y durante la segunda, anunció el desafío de
creer en el Resucitado, pues en el por venir será sin apariciones corpóreas. Durante la
primera aparición, el Resucitado (de)mostró a sus apóstoles que Él no es un fantasma
sino sigue siendo hombre verdadero, a quien se puede ver, oír y tocar. Y durante la se-
gunda, dijo a la futura comunidad: «Dichosos los que no han visto y han creído» (29c).
Durante la primera aparición el Resucitado conce-dió una nueva potestad a sus apósto-
les: «A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan,
les quedan retenidos» (23). Y durante la segunda, toda la comunidad, junto con Tomás
prorrumpirá al unísono su primera profesión de fe: «Señor mío y Dios mío» (28b).
Aquí tenemos, misteriosamente, las dos eternas dimensiones de la Iglesia: la dimen-
sión celestial y la dimensión terrena, íntimamente vinculadas. Y los cristianos podemos,
también misteriosamente, participar de estas dos realidades como sucedió con aquella
primera y frágil comunidad cristiana. Misterio que se da en el Día el Señor.

Las puertas cerradas


Después de más 60 u 70 años, Juan recuerda esta particularidad. Lo repite dos veces.
¿Por qué este detalle? Los apóstoles, días antes, prometieron defender al Maestro. Pedro
incluso prometió dar su vida por Él (Mc 14,31). Sin embargo, ahí los tenemos, encerra-
dos y miedosos. Pero el Resucitado no hurga en sus temores, como a veces hacemos no-
sotros, tampoco los reprocha ni les echa en cara su cobardía ni su pecado. El Resucitado
es superior a todo eso. Al contrario, quiere liberar al hombre de sus miedos y darle Vida
(Jn 20,31). El pecado te recluye. Cierra las puertas de tu corazón. El remordimiento ge-
nera temor y, cuidado, los tímidos no entrarán en la Jerusalén celestial (Ap 21,8). Hom-
bre pecador, deja entones que Cristo entre en tu vida. Tócale y escucha su perdón.

El perdón de los pecados


Los apóstoles, aquel día, no suplicaron misericordia, pero estaban muy necesitados de
ello. Y lo primero que Jesús hizo, apenas resucitado, antes de enviarles en misión, fue pre-
cisamente eso: perdonar sus pecados (23). Qué diferencia, con el humano cotidiano.
Cuando nosotros nos sentimos ofendidos, exigimos disculpas. Sino no llega, la indiferen-
cia se apodera de nosotros y nos domina. ¿Cómo habrían vivido aquellos pobres hombres
el resto de sus días, si Jesús no hubiera resucitado? ¿Si el Resucitado no les hubiera per-
donado? Pero la misericordia se dio; y una vez perdonados, justificados – como dirá san
Pablo –, no tendrán otra misión sino la de perdonar los pecados a los otros. Esta verdad, el
cristiano lo actualiza cotidianamente después de dos mil años: «Padre nuestro… perdona
nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden».

Tomás, Dídimo
Conocido como «el mellizo» (24). Pero, ¿mellizo de quién? Si repasamos las normas
de la retórica hebrea, tendríamos que buscar su «mellizo» ¡en el mismo texto! Este dis-
cípulo tenía un carácter decidido. Su vocación y compromiso inicial lo expresó sin titu-
beos. Cuando los otros no querían ir a Jerusalén, sabiendo lo que vendría, dijo
perentorio: «¡Vayamos también nosotros a morir con él!» (Jn 11,16). Sin embargo, así

2
II Domingo de Pascua. Mañana (B) Seminario San Antonio Abad
(08.04.2018) P. Ciro Quispe

como fue un impetuoso entusiasta, también su decepción conocía límites. Después del
Viernes Santo, se desilusionará de sí mismo y de la comunidad. Viendo aquella muerte,
dejará de con-fiar. Se asemejan, en muchas cosas, a nosotros. ¿Lo viste? La fe no surge
con uniformidad. Aquellos, los Diez, tuvieron la posibilidad de verlo, oírlo, tocarlo,
aquel día, al Resucitado. Y ellos le contaron entusiasmados a Tomás, pero él no les
creyó. Así de sencillo. La fe no es certeza sino confianza. No se basa en silogismos, es
aceptación del testimonio del otro – lo dice el catecismo. Y es verdad. Pero, ¿por qué no
lo convencieron? Quizás porque no estuvieron a la altura cuando transmitía aquella
única la verdad. También aquellas mujeres no estuvieron a la altura. Tampoco hoy,
hombres y mujeres, estamos a la altura justa para testificar al Resucitado. Y de ese tipo
de hombre y mujeres está compuesto la Iglesia. Otro misterio que nos precede.
Tomás tiene, sin embargo, un mérito. A pesar de todo, permaneció durante aquella
semana en la comunidad, en la Iglesia. No se fue. No se escapó. Algo que para algunos
nos es difícil. La Iglesia se presenta frágil y muchas veces contradictoria, muchos viendo
eso se van, otros se quedan. Misterio. Jesús, sin embargo, también resucitará por él. Pero,
este «pero» es importante. El Resucitado no se presentó a él sino en comunidad, dentro
de la primerísima Iglesia. Tomás es entonces uno de nosotros, o al revés. Cada uno puede
ser «mellizo» de él. A él, Jesús le mostró sus manos y su costado, al mismo tiempo que
le dijo: «Dichosos los que no han visto y han creído» (29b). Estos dichosos son, serán,
dice entonces Jesús, los mellizos de Tomás.

Potrebbero piacerti anche