Sei sulla pagina 1di 3

Nuestro llamado a la misión

Y les dijo: Id por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura. Marcos 16.15

Todos somos llamados por Dios para cumplir sus propósitos en este mundo. Su Palabra nos enseña
que “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el
propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Ti.
1:9). El apóstol Pablo escribió a su hijo en la fe Timoteo exhortando a dar testimonio de nuestro
Señor, quién nos salvó y llamo con llamamiento santo, según sus propósitos.

El llamado y la misión son temas muy relevantes en la vida cristiana. Un creyente que sólo busca
reconocimientos y descuida su responsabilidad como hijo de Dios, no ha comprendido su razón de
ser sobre esta tierra. La doctrina sin el servicio, es conocimiento vacío (1 Co. 8:1). Debemos aprender
a vivir en Cristo, debemos conocer las doctrinas fundamentales de la Biblia, pero también debemos
conocer nuestro llamado y propósito de parte de Dios. Cada creyente debe encontrar su lugar en la
gran obra del Señor, realizar su tarea con diligencia absoluta y disfrutar la experiencia de un
sacerdocio santo. ¡Somos llamados a amar, perdonar, orar, ser tiernos unos con otros, ser amigos y
discípulos, a llevar las cargas unos de los otros, a predicar las buenas nuevas de salvación, llevando
esperanza hasta que El venga!

Dios nos llama a todos a ser salvos, a vivir vidas santas, a ser útiles a los demás y a ocuparnos en
otras muchas áreas que son comunes para todos los creyentes. Sin embargo, existe un llamado
específico para cada cristiano, que tiene que ver muy particularmente con los planes de Dios para esa
persona. Descubrir ese llamado personal y vivir para cumplirlo, es una de las más agradables tareas
que le ha sido dada a un hombre o una mujer. Veamos algunas de las características del llamado de
Dios para poder discernirlo en nuestras vidas.

El llamado de Dios es claro -El apóstol Pablo asegura que el Espíritu habla “claramente” (1 Ti. 4:1).
“Dios no es Dios de confusión” (1 Co. 14:33). Cuando el Señor se dirige a alguien para indicarle su
plan, lo hace de tal manera que a la persona no le queden dudas de lo que Dios le está pidiendo que
haga. Puede que el individuo en concreto le cueste asimilar lo que está ocurriendo, pero Dios garantiza
que no quede ambigua su elección y propósito. Los ejemplos bíblicos así lo confirman. Abraham no
tuvo dudas de que Dios le estaba indicando Su voluntad y llamado: “Por la fe Abraham, siendo
llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde
iba” (He. 11:8). Moisés tuvo todas las evidencias de que quien lo llamaba era Dios (Ex. 4:28-31). Los
discípulos fueron llamados claramente por Jesús, de forma que ninguno dudara de la tarea a la cual
era llamado (Mt. 10:1,5-10). Dios, sin dudas, llama de tal manera que es imposible no entenderlo.

El llamado de Dios es un acto soberano de su gracia- Dios llama a un creyente por su gracia
soberana. Nadie reúne las condiciones para ser llamado por méritos propios. Ni siquiera a Pablo, que
ha sido el genio teológico más grande de todos los tiempos, se atrevió a presumir de sus capacidades
y servicio. Él expresó con sincera modestia: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia
no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia
de Dios conmigo” (1 Co. 15:10). Esa comprensión de la gracia de Dios, eligiendo a un creyente para
una tarea determinada, es el pasaporte para entrar en un servicio abnegado, con plena certidumbre de
que nuestra debilidad innata no va a impedir que hagamos nuestra parte con éxito.

El llamado de Dios puede ser resistido -Dios puede fijar sus ojos en una persona, llamarla por su
nombre para un servicio determinado y, sin embargo, ese individuo puede resistir su designio. Jonás
resistió el llamado de Dios en un primer intento: “Vino palabra de Jehová a Jonás hijo de Amitai,
diciendo: Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha subido su
maldad delante de mí. Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió
a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella para irse con
ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová” (Jon. 1:1-3). También la fraternidad con las cosas de
esta vida, puede llegar a estorbar la aceptación de un llamado de Dios: “El que fue sembrado entre
espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la
palabra, y se hace infructuosa” (Mt. 13:22). La apostasía es evidencia de que el llamado de Dios
puede ser desechado: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos
apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Ti. 4:1).

El llamado de Dios es permanente-El llamamiento de Dios es firme; Él no cambia de idea: “Porque


irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Ro. 11:29). Además, el llamamiento de Dios
es confiable; él estará con el que es llamado (Mt. 28:20). Juan Wesley, quien ha sido uno de los más
grandes paladines del evangelio, pudo decir en su lecho de muerte: “Lo mejor de todo es que Dios ha
estado con nosotros”. El recuerdo de la compañía de Dios durante tantas batallas, era lo más
sobresaliente que venía a la mente de este veterano de mil batallas. A Dios gracias que su llamamiento
es firme, perdura aunque cambien los modos y los sistemas: “La fidelidad de Jehová es para siempre.
Aleluya” (Sal. 117:2b).

El llamado de Dios es oportuno- El sabio Dios llama a una persona siempre en el tiempo correcto
(Gá. 4:4). El llamamiento de Moisés, por ejemplo, tardó 80 años, sin embargo, el llamamiento de
Sansón o de Juan el Bautista fue desde antes que nacieran. No hay esquemas, no hay fórmulas con
Dios, sólo principios eternos. Él es el que llama, y lo hace en su justo momento, a partir de su
omnisciencia y sabiduría. Dios no sólo llama en el tiempo oportuno, también llama a la persona
correcta según sus designios (Gá. 2:8). En esto Dios suele sorprender tanto a la persona que llama,
como a los que observan desde afuera, pues por alguna extraña razón el Señor usa gente que en
apariencia no son las adecuadas. Dios rechaza nuestras excusas y nos da una perspectiva diferente.
Pablo así lo confirma: “Sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y
lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado
escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.
Más por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación,
santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (1 Co.
1:27-31).

“Todavía está por verse lo que Dios puede hacer con, por y a través de una persona enteramente
consagrada a él” (Dwight L. Moody).

La misión es la consumación del llamado. Es el llamado lo que nos inicia en un proyecto de vida
específico de parte de Dios, pero es la misión lo que lleva a cabo el cumplimiento de ese llamado.
Por tanto, el llamado de Dios es apenas el comienzo de una extraordinaria aventura de servicio; la
misión es la realización y consumación de aquello a que hemos sido llamados. Se espera de nosotros
que vinculemos el llamado con la misión. Lamentablemente muchos han sido llamados por Dios,
pero la tarea espiritual que realizan no es exactamente la que Dios les dijo que hicieran. Es cierto que
en la mayoría de las ocasiones hay un proceso entre el llamado de Dios y el inicio posible de la misión.
Durante ese proceso Dios nos madura y nos enseña lecciones y verdades que necesitaremos para
afrontar con victoria la misión. Sin embargo, algunos creyentes se sienten tan a gusto en el proceso,
o son tan temerosos, que no entran en la misión. Dios al que llama, capacita, no hay que temer a nada:
“el que comenzó la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6b). Si hemos sido
llamados, involucrémonos en el plan de Dios mediante la misión, teniendo algunas actitudes
fundamentales como:

OBEDIENCIA - La mejor manera de cumplir el llamado de Dios es obedeciéndolo al pie de la letra.


Cuando nos adentramos en la misión, la obediencia es consumada (Stg. 1:23-25). Esta obediencia no
es para una etapa de nuestra existencia, sino para el resto de nuestras vidas terrenales. De hecho, no
hay obediencia completa hasta que no terminemos la misión y la misión de Dios, es una obra de toda
la vida. Debemos perseverar en el llamado, a través de la misión, hasta recibir la recompensa: “Al
que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones” (Ap. 2:26).

ESFORZARSE - El esfuerzo en la misión está determinado por la pasión del creyente, no por las
circunstancias. Pablo predicó en toda Asia persuadiendo a cientos de personas a creer en el evangelio
y no se había inventado ni siquiera la imprenta. Solo la pasión por el llamado y la obediencia esforzada
en la misión, puede lograr semejante hazaña: “Así continuó por espacio de dos años, de manera que
todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús” (Hch. 19:10).
El esfuerzo en la misión también está determinado por la comprensión de la tarea. Cuando se conoce
lo que implica ser cristiano y hacer la obra de Dios, generalmente se hace más. Somos la sal de la
tierra y la luz de este mundo. Comprendamos la gran tarea por hacer. Vale con recordar la exhortación
paulina: “Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios” (1 Ts. 5:6). El
esfuerzo en la misión está igualmente determinado por el grado de compromiso que el creyente tenga
con Jesucristo. Cuanta más comunión haya, mayor será la intensidad del servicio. El sencillo secreto
de un ministerio vivo, agudo, se halla simplemente en la relación de amor de ese creyente con Dios.

REGOCIJARSE - La misión de Dios debe realizarse con alegría: “Servid a Jehová con alegría; venid
ante su presencia con regocijo” (Sal. 100:2). No una alegría efímera, limitada a las escasas horas de
ministración ante otros, sino un gozo permanente que prevalezca en todas las áreas de la vida. La
Biblia es prolija en textos que exhortan a un regocijo permanente, entre los que han sido llamados a
servir al Señor (Sal. 40:6; 70:4; 107:42). La alegría es como las vigas que dan soporte a la misión
(Neh. 8:10). La carga del servicio es imposible de sobrellevar sin el gozo del Señor.

ESTIMULAR Y APOYAR A OTROS - Nuestra misión es gregaria, inclusiva, es una obra de


equipo donde todos somos parte de un todo. Somos llamados a estimular a nuestros consiervos en la
misión (1 Ts. 5:11). A apoyar espiritual, emocional y económicamente a nuestros hermanos (1 Co.
9:7). Y a asociarnos con los que han decidido vivir como nosotros (Ro. 12:16). La misión general de
la iglesia se cumplirá a partir del esfuerzo gregario de los creyentes, de permanecer en unidad y como
consecuencia, de cumplir su misión individual a la luz de la expectativa de Dios a través de Su
Palabra.

Corren tiempos finales para la iglesia. La inminente venida de Cristo está a las puertas, por lo que
debemos apresurarnos con la cosecha. Los campos están listos y Dios sigue llamando a los que
quieren trabajar por y para él. Aceptemos el llamado, involucrémonos en la misión. Sirvamos a Dios
con un espíritu renovado. Dios está llamando al pueblo santo a un servicio de proporciones
sobrenaturales, pero éste debe responder con valentía a la voz del Señor. No hay atajos, ni caminos
fáciles, la misión es difícil y los desafíos que aguardan en el camino son formidables, más nuestro
Dios estará con nosotros. No habrá dificultad que nos pueda vencer, si asidos de la gracia de Dios
marchamos.
Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en toda tierra. Por
tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo,
y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo
estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Mateo 28.18-20

Potrebbero piacerti anche