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Primera escena

La Última cena

En verdad os digo que uno de vosotros me ha de entregar. JUAN: Maestro, ¿seré yo por desgracia ese miserable que tú dices? NARRADOR:
Jesús respondió sencillamente: JESUS: Tú, no eres. NARRADOR: Después pregunto Pedro: PEDRO: ¿Soy yo acaso? ¿Acaso me cabe a
mí esta desgracia? ¿Seré yo ese infame? NARRADOR: Judas hundido en su venganza, comía y callaba, Jesús continuo: JESUS: El que mete
conmigo la mano en el plato ese es el que me entregara. NARRADOR: Al decir Jesús estas palabras, se hallaban en el plato las manos de
tres discípulos. Los tres se miraron absortos; pero en ese momento una sola frente se ruborizo; la de judas Iscariote. NARRADOR: Cristo
contemplo un momento la turbación del traidor y el asombro de los leales, y dijo con su bondad nunca desmentida: JESUS: El hijo del
hombre ha de ser entregado, como está escrito; pero hay de aquel por quien seré entregado; ¡más le valiera no haber nacido! NARRADOR:
Todas las miradas se fijaron en el traidor Judas, porque era el único que no había dirigido ninguna pregunta a Jesús. El Iscariote conoció
que era preciso decir algo que dejara satisfechas aquellas miradas que encerraban una reconvención muda. Revistiose la serenidad e
incorporándose sobre la mesa, pregunto con voz entera: JUDAS: ¿Soy yo por ventura, Maestro? NARRADOR: El nazareno detuvo un
momento su dulce mirada en la ceñuda y amenazadora frente de su discípulo. En sus ojos dulces y amorosos apareció una lágrima y conque
voz resonó hasta en lo más recóndito de las almas de sus discípulos, dijo sencillamente: JESUS: Tú lo has dicho, judas tú eres. NARRADOR:
Y Jesús entrego al traidor un trozo de pan, símbolo de la reconciliación. EntonEntonces judas arrojándolo con fuerza al suelosalió
precipitadamente de la sala, arrancándose los cabellos y gritando: JUDAS: ¡Soy un miserable! ¡Soy un miserable! ¡Soy un miserable!
NARRADOR: Hubo un momento de pausa. Aquella escena conmovió a los discípulos. Jesús, tranquilo, y olvidando el peligro que le
anunciaba la rabia de Judas, partió el pan y distribuyéndole entre sus discípulos les dijo: JESUS: Tomad y comed esto es mi cuerpo.
NARRADOR: Después Jesús tomo el cáliz, aplico a él sus labios y lo entrego a los discípulos diciendo: JESUS: Tomad y bebed todos de él
porque esta es mi sangre del nuevo testamento que será derramada para el perdón de los pecados. NARRADOR: Los discípulos bebieron.
Cuando terminaron Jesús hizo una segunda libación, ofreciéndoles después el cáliz a sus discípulos. Jesús entonces bajo de la mesa y,
quitándose el manto que embarazaba sus brazos, se encamino con paso tranquilo a un extremo de la sala en donde veiase una toalla
de lienzo, dos ánforas de cobre y un lebrillo del mismo metal. Dos criados de Heli entregaron la toalla a Jesús, que se la ciño a la cintura,
dejando un extremo colgando como un delantal. El nazareno se acercó a Pedro, y dijo: JESUS: Amado Pedro, voy a lavarte los pies.
NARRADOR: Pedro le contesto: PEDRO: ¿Qué tú me vas a lavar los pies, maestro…?

NARRADOR: Y Jesús le contesto: JESUS: Cuando el espíritu Santo, mande la luz de la inteligencia sabrás porque hago esto. El que no me
obedezca será excluido del número de mis ovejas. NARRADOR: Pedro, que amaba a Cristo entrañablemente, se dejó lavar los pies,
Jesús lavó uno por uno los pies de sus discípulos. Luego, dejando el lienzo en su sitio y colocando el manto gris sobre sus hombros, volvió a
sentarse en la mesa y dijo de este modo: JESUS: Amados míos, lo que yo he hecho con vosotros debéis hacerlo con vuestros hermanos para
ganar el reino de los cielos. En verdad os digo: el ciervo no es mayor que su señor ni el enviado es mayor que aquel que lo envió: si esto hacéis
comprenderéis la necesidad que tiene el hombre de humillarse ante sus semejantes por pequeños que sean, bienaventurados seréis si así
lo hicisteis. Hijos míos, aun permaneceré algunas horas con vosotros; mas luego me buscareis y no me encontrareis, porque donde yo voy
vosotros no podéis venir. Un mandamiento nuevo os doy no lo olvidéis nunca: amaos los unos a los otros como yo os he amado. No separéis de
vuestro corazón la caridad, que en eso os conoceré desde arriba por mis discípulos jamás deis entrada en vuestro corazón a la avaricia: tratad
a los demás hombres como queréis que ellos os traten, sed siempre hermanos todos. NARRADOR: Jesús se detuvo, inclino su radiosa frente
sobre el pecho y un suspiro se escapó de sus labios. Pedro cuyo carácter era noble e impetuoso no estaba conforme con la separación que
acababa de anunciarle el maestro, aprovechando aquella corta pausa, exclamo

PEDRO: Señor, has dicho que donde tú vas no puedo seguirte. ¿Por qué no puedo seguirte yo? Mi vida es tuya, dispón de ella, no creas que temo
al peligro. ¿Qué mayor gloria que morir por ti? NARRADOR: Jesús contemplo con amorosa mirada a Pedro y le dijo, enviándole una sonrisa
llena de ternura. JESUS: ¿Qué tu vida darás por mí? En verdad te digo que no cantara el gallo esta noche sin que me hayas negado tres veces.
La paz os dejo y la paz os doy. No se turbe nuestro corazón ni se acobardéis. Todos vosotros amados discípulos míos, padeceréis mucho
esta noche por mí porque está escrito: Heriré al pastor las ovejas mi muerte está cercana pero cuando resucite os ensenare el camino.
NARRADOR: La tristeza de los discípulos era inmensa. Jesús padre amoroso veía aproximarse el instante terrible de la separación y las
lágrimas asomaban a sus ojos. Por fin un esfuerzo y, levantándose del lecho dijo a sus discípulos con voz entera: JESUS: Vamos, la hora
se aproxima

NARRADOR: Jesús y sus discípulos salieron de Jerusalén por la puerta Doria, y cruzando el torrente cedrón, tomaron el angosto sendero que
conduce al monte de los olivos. Serían las diez de la noche. El viento soplaba frio, impetuoso, como bronco lamento de la naturaleza,
quebrándose en las rocas del valle de los cedros. Los búhos entonaban su letrico canto desde el sepulcro de los profetas. La luna, triste y pálida
como nunca, comenzaba a elevar a su frente por las espaldas del monte negro. Espesos nubarrones recorrían el cielo anunciando una
próxima tempestad. Habían caminado como unos mil pasos del torrente cedrón cuando Jesús se detuvo delante de una granja llamada
Getsemaní, entonces Jesús dijo: JESUS: Simón, Bartolomé, Tadeo, Felipe, tomas, Andrés, mateo y Santiago el menor; quedaos aquí en este
cercado: yo voy a orar allí (y extendió el brazo en dirección del monte). NARRADOR: Después repuso. JESUS: Velad y orad a fin de no caer
en tentación, y vosotros, pedro, Santiago y juan seguidme. NARRADOR: Jesús seguido de sus tres discípulos favoritos, entro por un
agujero que había en la tapia de tierra que cercaba el jardín. Después caminaron como unos sesenta pasos. Un rayo de luna cayó sobre la
frente del maestro. El galileo volvió a detenerse, y dijo:

Vosotros que habéis seguido por todas partes, vosotros solo podéis ver mi debilidad sin dudar. Esperadme aquí en estos olivos, los más
viejos del monte, os servirán esta noche de tienda. NARRADOR: Los apóstoles preguntaban: APOSTOLES: Pues que, ¿nos dejas señor?
NARRADOR: Jesús extendió el brazo en dirección a una gruta cuya entrada se hallaba medio oculta por la maleza. JESUS: Yo voy allí.
NARRADOR: Jesús oraba con la frente hundida en el polvo cuando resonó en los ámbitos de las grutas, el sonido de una trompeta. Las
bóvedas se estremecieron, cuando el eco de la trompeta se perdió en los ámbitos de la gruta, se oyó una voz poderosa que decía: ANGEL
MALO: Hijo de los hombres, escuchen la voz del que tiene la llave de la eternidad; oíd la palabra de aquel que enfrenta la furia de los mares
y torna en céfiro blando el devastador aliento del huracán; escuchad el acento del que da la luz el sol fruto de los campos, aroma a las flores; oíd la
palabra del ser infinito que presta llamas al infierno y poder a la muerte, y si existe bajo la azul inmensidad una criatura que quiera morir por el
género humano, si hay un hombre que se atreva a soportar la muerte más dolorosa que sufrió ser alguno desde el justo Abel hasta el
presente, si hay una criatura que quiera aparecer ante la presencia de Dios, que corresponda, el eterno lo espera. JESUS: Señor, mi cuerpo
se halla dispuesto al sacrificio perezca mi carne en pedazos, si mi dolorosa muerte ha de salvar al género humano.

NARRADOR: Entonces la bóveda de la gruta se abrió como para dar paso a las palabras del futuro mártir. Un rayo de luz esplendorosa descendió
de los cielos. Aquella luz baño con sus divinos rayos el cuerpo de Jesús que permanecía orando con el rostro en pesado a la tierra. Aquel rayo de
luz celestial lleno de valor el corazón de Jesús. Se puso en pie y dijo con tranquilo acento: JESUS: Cúmplase lo que de arriba emana: estoy
dispuesto. NARRADOR: Entonces se abrió la tierra y se apareció en la gruta el arcángel tentador llevaba el traje blanco de los esenios y la sonrisa
irónica de los réprobos brillaba en sus labios. ANGEL MALO: Aquí estamos, por segunda vez venimos a ofrecerte nuestra protección: tu hora
se aproxima ¿estas resuelto a morir por salvar las iniquidades del género humano? NARRADOR: Respondió tranquilamente. JESUS: Si, mi
sangre lavara el pecado nefando de la humanidad y su cruz será la llave de la redención. ANGEL MALO: ¿Vas a echar sobre tus hombros el
crimen de Caín? JESUS: Si, cargare con todos los crímenes de la humanidad. ANGEL MALO: Escucha pues la sangrienta historia de esa
raza que quieres salvar con tu sangre inocente y dime después si es digna de tan heroico sacrificio.

Crucemos sin detenernos por un inmenso mar de sangre que cubren las gigantescas olas del diluvio universal y toda la historia está llena de
crímenes, tentaciones, homicidios, robos, adulterios, guerras y odios. La sangre de los hombres ha ensuciado todos los lugares de la tierra con
la tuya ¡oh Jesús! Manchara en breve la cumbre del Gólgota y, ¿por esa raza dncestuosos, de fratricidas, de verdugos y designios vas a
sacrificarte? (sueltan una terrible carcajada). NARRADOR: En la frente de Jesús broto una gota de sudor aquella gota era roja, el nazareno estaba
sudando sangre, alzo los ojos al cielo y juntando las manos en ademan suplicante murmuro esta frase: JESUS: ¡Dios mío, cúmplase tu voluntad
señor! Hágase como deseas! ANGELES MALOS: ¿Y no desprecias a esa raza? UNA VOZ SONORA: Jerusalén, Jerusalén, prepárate a
presenciar la muerte del justo. Su dolor será inmenso, su agonía dolorosa, su muerte cruel, pero su sangre purificara el género humano.
NARRADOR: Jesús callo de rodillas y se puso a orar. Una tercera gota de sudor de sangre mancho su frente. La bóveda de la gruta volvió
a abrirse. La cruz del cielo baño por segunda vez el cuerpo del mártir. ANGELES BUENOS: Tu dolor sublime, tu sangre dará la paz al
universo. ¡Gloria a Jesús en la tierra! ¡Gloria al señor en los cielos! (Aquí se entona un canto)

Segunda parte NARRADOR: Retrocedamos algunas horas. Tomemos la narración desde el momento que judas arrojando el pan que
Jesús le había entregado salió desesperadamente del cenáculo arrancándose los cabellos y gritando soy un miserable como hemos dicho
la casa de Heli solo distanciaba unos 200 pasos del palacio de Anas, donde se habían reunido los jueces para esperar al traidor en el
vestíbulo se hallaban algunos soldados calentándose alrededor de un ancho bracero. Se hallaba un largo corredor alumbrando con telas
resinosas colocadas en unas abrazaderas de hierro en las paredes. Después, alzando una pesada de paño de tiro, se entraba en el salón de
ceremonias del pontífice Anas. Judas echando sobre el banco, se mordía los labios de rabia hasta por fin se bajó del banco y, dirigiéndose al
Malco le dijo: JUDAS: Ya es hora, vamos. NARRADOR: Malco entro en el salón y dijo a Anas: MALCO: Judas dice que ya es el momento.
ANCIANOS: Atenle y vayan por él. MALCO: Voy a atarte. JUDAS: ¿A mí? MALCO: ¡Si, a ti! ¿Qué te extraña? JUDAS: Eso es faltar al
trato, eso es una traición. MALCO: ¡He! Menos voces, mi ilustre amo, no falta a lo prometido. Te he dicho que cuando Jesús de nazareth este en
nuestro poder serás libre, pero hasta entonces tu no respondes de él. NARRADOR: Judas conociendo que toda resistencia sería inútil, se
detiene. Pues ya algunos comenzaban a amenazarle con las lanzas se dejó atar. La nocturna partida que llevaba la vergonzosa comisión de
prender a prender, salió del palacio de Anas. Delante iba judas atado y Malco llevando cogido el cabo de los cordones con la mano derecha.
Después seguían cuatro criados del pontífice con antorchas encendidas y fuertes garrotes en la mano. CENTURION: ¿Qué sucede? JUDAS: Allí
veo al hombre a quien buscamos, desatadme, para que puede acercadme a él. CENTURION: Pero allí veo a dos hombres ¿Quién de ellos
es? JUDAS: Aquel quien yo de un beso en la mejilla ese es, aprendedle. NARRADOR: Malco desato a judas y este avanzo algunos pasos.
Jesús se levantó como para esperarle. El apóstol traidor llego hasta donde estaba su maestro y le dijo con acento cariñoso. JUDAS: Dios te
guarde maestro. JESUS: Amigo, ¿a qué has venido? NARRADOR: Judas rodeo con sus brazos el cuello de Jesús y estampo un beso
cariñoso en la mejilla de aquel, a quien acababa de vender tan miserablemente. JESUS: Judas, ¿con beso entregas al hijo del hombre

NARRADOR: Jesús viendo el tropel que se acercaba, pregunto con cariñoso acento: JESUS: ¿A quién buscáis? NARRADOR: Malco y
algunos ancianos le contestaron. MALCO: A Jesús el nazareno. NARRADOR: Dijo con majestad cristo, avanzando un paso. JESUS: Yo soy.
NARRADOR: los soldados retrocedieron como si aquella voz le hubiera herido mortalmente en el pecho. JESUS: ¿A quién buscáis? MALCO:
A Jesús de Nazareth. NARRADOR: Jesús avanzo otro paso y dijo: JESUS: Os he dicho que yo soy, si me buscan a mí, dejad a estos.
NARRADOR: En este momento, Malco con los cordeles en la mano izquierda se acercó a Jesús y él puso la mano izquierda en el hombro.
Pedro no pudo soportar el atrevimiento de aquel miserable y sacando la espada, asesto una terrible cuchillada a Malco. Algunos
soldados apelaron a la fuga, temiendo, sin duda que los demás tomaran parte en la refriega. El centurión romano desnudo la espada y dijo con toda
la fuerza de sus pulmones. CENTURION: Sois soldados de tiberio y huir delante de un hombre ¡cobardes! ¡Hay de aquel que no cumpla con su
deber! La pena de muerte caerá sobre sus espaldas.

NARRADOR: Esta amenaza detuvo a los fugitivos, que se agruparon alrededor del centurión. Mientras tanto, Jesús había dicho a pedro: JESUS:
Vuelve tu espada a la vaina, el cáliz que me ha dado mi Padre acaso no lo he de beber, además recuerda que el que a hierro mata a hierro muere.
NARRADOR: Después se inclinó al suelo, puso su mano sobre la herida de Malco y le dijo: JESUS: Levántate. Como a un ladrón me
habéis venido a aprehenderme con espadas y con palos, y cuando estaba con vosotros ensenando en el templo, no me aprehendías. Mas es
preciso que se cumplan las escrituras

NARRADOR: Retrocedamos. El sol acababa de nacer, sus purísimos rayos caían como una lluvia de oro sobre los mármoles bruñidos de la
ciudadela Antonia y la cilíndrica Torre de David. Poncio Pilato se paseaba inquieto, en esto abriose una puerta y apareció una mujer joven y
hermosa… PONCIO: ¿Eres tu Claudia? ¿A qué debo la fortuna de verte tan temprano?, (Poncio toma una de las manos de su esposa)
estas conmovida, pálida ¿Qué tienes? CLAUDIA: ¡Ah! Poncio he tenido un sueño horrible, espantoso, pero lo más particular, lo más extraño es
que he soñado despierta. PILATOS: Desecha tus temores, esposa mía (sonriendo) yo bien sé que esta triste ciudad de Jerusalén no es
muy de tu agrado, pero ¿Qué quieres? Tu pariente Tiberio dice que necesita un hombre como yo, represente en Israel y es preciso conformarse
a vivir en este desierto hasta el día que se apiade de nosotros. CLAUDIA: No es eso, Poncio. Lo que en este momento me sobresalta, lo que me
aflige, es un sacrilegio, un desicio, una cosa horrible, espantosa, que van a cometer los sacerdotes y que no quiero que tú sanciones con
tu aprobación. PILATOS: Claudia mía, tus palabras me admiran; te ruego, pues, que te expliques
CLAUDIA: ¿Conoces tú a Jesús Nazareno? PILATOS: ¡Ah! sí, ese galileo que recorre las tribus curando enfermos, ese hombre extraordinario
que predica una ley nueva, el que dice que los hombres son hermanos, que el ultimo será el primero en el reino de su padre y que se yo
cuantas cosas más. Cuyo significado no comprendo, pero ¿Qué tiene que ver ese hombre con tu sobresalto? CLAUDIA: Pues bien, Jesús ha
sido preso esta noche por tus soldados y jamás hombre alguno se visto tan cruelmente maltratado. ¿Desde cuándo los hijos de Tiberio
escupen al rostro y arrancan las barbas de sus indefensos prisioneros? PILATOS: ¿Cómo sabes tú eso? ¿Acaso has salido de la ciudadela?
CLAUDIA: No, ya te he dicho que he tenido un sueño horrible (Pilato sonríe). CLAUDIA: ¿Dudas de mis palabras? PILATOS: No creo en los
sueños, querida Claudia. CLAUDIA: Yo he visto a través de las paredes de mi recamara una horda de hombres feroces que armados de lanzas
y palos saltan por la puerta de las aguas a las doce estos hombres de consejo. Llegaron al monte de los olivos. Allí estaba Jesús orando,
como de costumbre. Al verle se arrojaron sobre el cómo lobos hambrientos, Jesús con su inquebrantable mansedumbre, se dejó atar las
manos a la espalda luego le condujeron a la ciudad a la casa del pontífice por el camino, las burlas sangrientas, los crueles golpes se
prodigaron con un lujo criminal. Jesús lo sufría todo, diciendo con su dulcísima voz “perdónalos, Padre mío, no saben lo que hacen”. ¡Poncio,
Poncio! ¡En Jerusalén va a cometerse un crimen espantoso. La sangre del inocente Galileo caerá sobre tu nombre, mancillándole eterna tu eres
juez romano, solo tú tienes derecho de vida y muerte sobre los judíos; yo vengo a rogarte que no seas cómplice de tan nefasto crimen. PILATOS:
Desecha tus temores. Tú lo has dicho, todo eso no es otra cosa que un sueño, pero si este sueño fuera una realidad, te juro que yo defenderé a
Jesús para que no haya conspiración contra Tiberio. CLAUDIA: No olvides que tengo tu palabra. PILATOS: Confía la sentencia de Jesús, si
no resulta enemigo del imperio, no se firmara, y en prueba de ello te entrego mi anillo. NARRADOR: Pilatos se quita una gruesa sortija del dedo,
en cuya piedra se hallaba grabada la cabeza de Tiberio y un águila con las alas desplegadas y se la entregó a su esposa. PILATOS:
¿Estas contenta? CLAUDIA: ¡Oh si Poncio mío, estoy contenta! Porque voy a evitarte una infamia… NARRADOR: Claudia observando que
su esposo sonreís, continuo… CLAUDIA: ¿Dudas todavía de la realidad de mis sueños? PILATOS: Siempre has tenido una imaginación
sonadora. NARRADOR: Apenas Poncio Pilato acaba de decir estas palabras cuando Cayo Appio, centurión de la guardia pretoriana,
entro en el camarín. Cayo Appio era español, como Pilato y los dos hijos de Tarragona. El gobernador tenía en Cayo un amigo leal y un
súbdito fiel. PONCIO: ¿Qué ocurre Cayo?

CENTURION: Señor, los sacerdotes te traen un reo para que lo juzgues. CLAUDIA: Ese que viene es Jesús nazareno; mi sueño era una
revelación. NARRADOR: En este momento llegaron hasta el cuarto las confusas voces del pueblo, que pedía justicia desde la plaza. PONCIO:
¡Cayo! Abre todas las puertas del palacio. ¡Que entren esas hienas! NARRADOR: Cayo corrió a ejecutar las ordenes de su señor, Claudia
salió de la recamara, pero ante recordó a su esposo que él había dado su palabra de respetar la vida de Jesús, pocos momentos después volvió a
aparecer Cayo Appio, los gritos continuaban con doble furia. CENTURION: Los jueces del sanedrín, los sacerdotes y los fariseos, se niegan a
entrar en el palacio; porque no quieren manchar su conciencia entrando en el día de Pascua en la casa de un hombre que adora a los dioses del
Olimpo. PONCIO: Miserables hipócritas ¡Raza despreciable y vil!, que toca las trompetas para dar un miserable denario de cobre al
menesteroso, y roba en silencio un talento hebreo al que no tiene. NARRADOR: Como en ese momento los gritos de ¡justicia, que
salga el gobernador! ¡Que se asome Poncio Pilatos! Llegaban con fuerzas a sus oídos, continuo: PONCIO: Está bien, ya ellos no quieren venir
hasta mí, yo iré hasta ellos, Cayo, forma mi guardia pretoriana en las gradas del palacio, mi trono ambulante bajo el primer pórtico, y pon dos
portaestandartes; al pie de esos perros rabiosos.

NARRADOR: Cayo obedeció a su señor, aquellos soldados, graves amenazadores con la piel de leopardo sobre las espaldas, de
bruñida coraza y el estandarte con el águila imperial, inspiraban respeto. Pronto cundió la noticia de que el juez romano iba a representarse.
Jesús mientras tanto, se hallaba en la mitad de la plaza, sufriendo los insultos y los golpes del populacho. Por fin apareció Pilato bajo los pórticos
de su palacio, sentado. En rico sillón de oro, que conducían cuatro esclavos. Poncio Pilatos extendió por la plaza un pequeño bastón de oro
que llevaba en la mano, como indicando que quería hablar. Un silencio profundo se extendió por la plaza. El gobernador abarco con una mirada de
desprecio aquella muchedumbre y luego dirigiéndose otro de compasión al reo. Dijo con voz eterna y sonora: PONCIO: Pueblo que vienes a
interrumpir el dulce sueno de la mañana a tu juez, ¿Qué quieres? PUEBLO: ¡Justicia! ¡La cruz para Jesús nazareno! (exclamaron mil voces a un
tiempo) PONCIO: ¿De qué delito acusáis a este hombre? Pero os prevengo que no quiero que habléis todos a la vez, que tome uno de vosotros la
palabra y los demás que guarden silencio. NARRADOR: Entre los sacerdotes hubo un momento de vacilación, buscando el que debía exponer
ante el juez los crímenes imaginarios del Nazareno. Por fin eligieron al hombre que se prestó a tan degradante comisión. ANAS: Juez
romano, el pueblo pide justicia y la espera de ti, porque solo tú tienes derecho de vida y muerte sobre los súbditos del ilustre Tiberio. Este hombre
es el hijo del carpintero José y de María, todos le conocemos perfectamente. Dice sin embargo, que es el Rey de Judá, hijo de Dios y que se yo
cuantos sacrilegios más, que no son decorosos recordar. Hace tres años que recorre las tribus embaucando a las gentes sencillas, no respeta
la ley de nuestros mayores y cura en sábado las dolencias del prójimo. Esto como vez merece la muerte, y eso espera de ti el pueblo que
llena la plaza. PONCIO: Si Jesús no ha cometido más crímenes que los que acaban de relatar, yo, que represento a Roma, no le hallo culpa
suficiente para castigarle. CAIFAS: Es un malhechor, un conspirador, un blasfemo, (acercándose a las gradas) si no fuera un criminal no te lo
hubiéramos traído. PONCIO: Si ese hombre peco contra vuestra ley, juzgadle vosotros ¿Qué tiene que ver Roma con vuestras cuestiones
religiosas? Os tolera vuestro templo, os permite que recéis en vuestras sinagogas, y nada más juzgadle vosotros. CAIFAS: La pena de muerte
bien lo sabes, Pilatos os la habéis reservado vosotros como derecho de conquista, nosotros no podemos sentenciar a Jesús y su delito merece
la muerte. PONCIO: Pues bien, acusadle de crímenes que merezcan la cruz; estoy dispuesto a oírlos hablad, pero todo lo que me habéis
dicho no vale ni siquiera la pena de que mis soldados permanezcan con la lanza en el hombro un cuarto de hora. CAIFAS: Pilatos, con lo que te
hemos dicho de sobra, tienes para sentenciar a Jesús. Recuerda que tiberio ha declarado reos de muerte en cruz afrentosa a todos los
hechiceros y este hombre cura endemoniados y hace otros miles de sortilegios. ¿No falta a lo que tu señor prescribe? PILATOS: Cayo, que hagan
subir al pretorio a Jesús. CENTURION: Marco trae acá a ese hombre.

MARCO: Pilatos mi señor, te espera… sigue mis pasos. NARRADOR: Jesús siguió al mensajero con paso tranquilo Poncio estuvo
contemplando algunos segundos la mansedumbre del Nazareno. En los divinos ojos de Jesús, habla tal bondad que el juez romano no pudo
menos que murmurar en voz baja… PONCIO: (Diciendo en voz baja) este hombre no puede ser criminal, lleva escrito en el rostro la belleza de su
alma. (Dirigiéndose a Jesús) ¿Eres tu rey de los judíos? JESUS: ¿Dices eso por ti mismo o te lo ha dicho otro de mí? NARRADOR: Pilatos
medito un momento porque la voz de Jesús había producido en su alma una dulce sensación… PILATOS: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación y
los pontífices te han puesto en mis manos. ¿Qué has hecho para que deseen tu muerte con tan tenaz empeño? JESUS: Mi reino no es de este
mundo: no debe pues, inspirar recelo a tu señor, si de este mundo fuera, mis ministros pelearían para que no fuera entregado a los judíos.
PONCIO: ¿Eres tu rey? JESUS: Tú dices que lo soy, yo para eso nací: más vengo a reinar en el corazón de los justos, a transmitirles la luz
divina de la gracia y de la verdad. Todo aquel que ame la verdad, que escuche mi voz. PONCIO: ¿Pero? ¿Qué verdad es esa de la que
me hablas? NARRADOR: Jesús no respondió. Entonces el juez romano, dirigiéndose al pueblo, dijo levantando la voz:
PONCIO: Ningún delito encuentro en este hombre. NARRADOR: La opinión de Pilatos irrito a los fariseos, que comenzaron de nuevo a
lanzar maldiciones. CAIFAS: Medita lo que dices, Jesús ha ejercido en Galilea toda clase de sacrilegios. PILATOS: ¿Es galileo Jesús? CAIFAS:
Si, de Nazaret. PONCIO: Pues entonces llevadle a Herodes, tetrarca de Galilea, que se halla en su palacio de Jerusalén con motivo de
las fiestas de Pascua; que le juzgue el, decídselo de mi parte. NARRADOR: Herodes Antipas, el matador del Bautista, se hallaba en este
palacio cuando uno de sus servidores fue a decirle que Pilato, el juez romano, él enviaba a Jesús nazareno para que le juzgara. Herodes tenía
vivos deseos de conocer a Jesús, cuya fama había llegado a sus oídos. Mando que le introdujeran al reo y a sus acusadores a su
presencia. El galileo, que durante la noche anterior y parte de la mañana no había levantado sus ojos del suelo, sin abandonar ni un
solo momento su admirable mansedumbre, tan pronto como vio delante de el al asesino del Bautista fijo en el su mirada llena de
reconvención. Herodes mantuvo aquella mirada por un momento y luego dijo: HERODES: No podéis pensaros respetables sacerdotes, lo que os
agradezco el que me presentáis a este hombre; hace tiempo que la fama de sus milagros resuena en mis oídos y deseo vivamente ver por
mis propios ojos uno de esos prodigios que trae alborotados a los sencillos habitantes de Zabulón. Acércate, profeta y no temas, y puesto de los
prodigios están en tus manos, muéstrame tus habilidades. Confunde mi poca fe. Vamos haz un milagro

NARRADOR: Jesús dirigió una mirada de compasión al tetrarca y guardo silencio. HERODES: ¿Eres mudo por ventura? ¿Por qué no
hablas? ¿Por qué no me confundes? Asómate a esa ventana, desde donde se ve la cilíndrica torre de David, y dile que te salude.
NARRADOR: Jesús guardo silencio, despreciando las exigencias de Herodes. HERODES: ¿Olvidas que soy el tetrarca de Galilea… (Exclamo
Herodes lleno de cólera) y que tu silencio puede costarte caro? La muerte…. NARRADOR: El nazareno sonrió dulcemente. HERODES:
¡Miserable! Desprecias mis amenazas, ¿estás loco? Haz un prodigio o de lo contrario, el rigor de mi cólera caerá sobre tu cabeza.
NARRADOR: El mártir permaneció impasible y mudo con la mirada fija en el rostro del tetrarca. Hubo un momento de pausa. Herodes
continúo: HERODES: Hago mal en irritarme contigo. Sin duda, ilustre rey me cree inferior a tu persona y me desprecias. Es justo, pero
debo advertirte que yo, no solamente me hallo dispuesto a perdonarte y aclamarte por mi señor sino que prometo adorarte como a un Dios si logras
resucitar a tu noble abuelo David. NARRADOR: Jesús nada respondió. Entonces Caifás, avanzo unos pasos y colocándose junto al reo,
exclamo: CAIFAS: Ilustre tetrarca, este hombre es un embaucador; tú le ofreces una corona por un milagro y no lo hace.

HERODES: ¡Bah! ¿Para qué necesita Jesús la corona? ¿No la lleva de espinas sobre la frente? ¿Qué falta le hace el cetro? ¿No lo tiene de
cana entre sus manos? Solo le falta la túnica blanca de los reyes de teatro. ¡Esaú! Dadle a Jesús nazareno la túnica y llevadle a Pilatos
para que coloque en sus hombros el manto purpura de los emperadores. NARRADOR: Después bajando del trono, abandono la sala de
la justicia, mandando que se llevaran a aquel hombre. Pilato se creyó libre del grave compromiso de sentenciar a Jesús. Cuando oyó
pronunciar su nombre en la plaza y con disgusto y asombro vio que le traían por segunda vez a Jesús. Cayo Appio entro a decirle que un
criado de Herodes deseaba hablarle. CENTURION: Señor un criado de Herodes quiere hablarte. PILATOS: ¿Qué quieren de mí esos furiosos?
CENTURION: El tetrarca te envía a Jesús. PILATOS: ¿Por qué no lo juzga? ¿Por qué no lo sentencia? CENTURION: Sin duda, no le encuentra
delito de ello. PILATOS: Está bien, que entre ese hombre. NARRADOR: Poco después, el criado de Herodes se hallaba en presencia del
gobernador. ESAU: Mi amo me envía para decirte que te agradece el que le hallas enviado a Jesús nazareno, y que desde ese momento, te ruega
des al olvido todo lo pasado y le reconozcas como un amigo y súbdito fiel y leal de Augusto Tiberio.

PILATOS: Di a tu amo que puede contar desde ahora con mi amistad como conto en otro tiempo y que me sentiré muy honrado, si me cuenta entre
el número de sus amigos. Pero, ¿Por qué vuelve a remitirme a Jesús? ¿Por qué no le juzga? ¿Por qué no le juzga el, siendo galileo? ESAU:
Porque mi amo cree que ese hombre, más que un criminal es un loco. PUEBLO: ¡Pilato! ¡Que salga el gobernador! ¡Que sentencie al galileo,
la cruz para el nazareno! (gritaban la alborotada muchedumbre desde la plaza desgraciadamente). NARRADOR: Poncio se estremeció,
aquellos gritos levantaban un eco doloroso en su conciencia. Ya lo hemos dicho: Pilato era débil y su debilidad iba mancharle con un borrón
indeleble. PILATOS: ¡Oh! Esas hienas acabaran por devorar al indefenso cordero que ha caído en sus manos. NARRADOR: Y diciendo esto se
encamino a la azotea de su palacio desde donde hablaba con su pueblo. PILATOS: ¡Israelitas! ¿Qué queréis de mí? PUEBLO: ¡La muerte,
el Gólgota, la cruz para el nazareno, la cruz para ese hombre! PILATOS: Me habéis presentado a ese hombre como pervertidor del pueblo y ved
que preguntado yo delante de vosotros y no halle en el culpa alguna de aquellas que le acusáis; os remití a Herodes y tampoco el tetrarca le
cree culpable si nada se ha probado que merezca la muerte, ¿Por qué le queréis matar así?, le soltare después de haberle azotado. Cayo:
haz azotar al nazareno

PILATOS: ¡Sacerdotes de Jerusalén! ¡pu3blo de Israel! Pongan atención a mis palabras. Ustedes me han traído a este Jesús de Nazareth; lo
acusan de alborotar al pueblo. Sin embargo, yo no he encontrado ningún delito en él. Lo envíe al rey Herodes; y el tampoco encontró
ningún delito en él. Por consiguiente, me veo obligado a dejarlo en libertad. CAIFAS: ¡Te equivocas Pilatos! Si tú lo dejas en libertad, no
eres amigo de Cesar. Este hombre, Jesús de Nazareth lleva ya tres años alborotando al pueblo; miles de personas lo siguen, miles de
personas estas de parte de él. Y hace algunos días, esa gente, aquí en Jerusalén, acaba de proclamarlo Rey de los judíos. Pusieron sus mantos
en el camino, cortaron ramos de los árboles y lo proclamaron rey de Israel, rey de los judíos. Y en el imperio romano, no puede haber dos reyes; o
el Cesar de Roma, o Jesús de Nazareth Rey de los judíos. Y si te pones de parte de Jesús de Nazareth, estarás en contra del cesar de
Roma; y él te condenara como enemigo suyo. PILATOS: Entonces, ¿Qué quieren que haga con Jesús de Nazareth, rey de los judíos? CAIFAS:
Crucifícalo, yo Caifás con la autoridad que tengo, proclamo que no tenemos más rey que el Cesar. ¡A Jesús crucifícalo! LEPROSO: ¡No
hagas eso Pilatos! ¡Jesús de Nazareth es inocente de toda culpa! El cura a los enfermos, y ayuda a los pobres; él hace milagros a favor de
los ciegos, de los paralíticos, a favor de los leprosos. Miren: yo era un leproso; desde que era un niño, mi cuerpo estaba lleno de lepra. Y
Jesús de Nazareth hizo unmilagro, y me curo: vean mi piel, vean mi cuerpo, vean mis manos, vean mi cara; ya no tengo lepra. ¿Es
esto un delito? ¿Vas a condenar a Jesús de Nazareth, por haberme curado de mi lepra? Jesús de Nazareth es inocente, Pilatos. ¡Déjalo en
libertad! CAIFAS: ¡Cállense la boca! ¡Usted no tiene derecho a hablar delante de las autoridades! Es cierto que Jesús de Nazareth curo
a muchos enfermos; es cierto que dio vista a los ciegos, que abrió los oídos a los sordos, que soltó la lengua a los mudos. Es cierto que curo
a paralíticos y leprosos como usted. Pero todo eso lo hizo no por el poder de Dios, sino por el poder del demonio, de belcebú, príncipe de
los demonios. Y por eso debe morir Jesús, porque esta poseído por el espíritu de satanás. FARISEO: Pilatos, en nombre de la ley de Moisés,
en nombre de la ley de nuestros padres, pido que Jesús de Nazareth sea crucificado. Yo soy fariseo, hijo de fariseos, conozco la ley y soy
guardián de la ley. Este hombre, Jesús de Nazareth ha violado la ley del sábado, haciendo curaciones en el día del sábado; ha ido en contra
de las costumbres de nuestros mayores que nos obligan al ayuno y a la penitencia, porque el Jesús de Nazareth, se ha dedicado a comer y a beber
en compañía de los publicanos y los pecadores que están fuera de la ley. Y si algunos de los de aquí presentes declara inocente a Jesús de
Nazareth, se hará cómplice de él; estará en contra de la ley de Moisés, de las leyes del Sinaí. ¡Pido en, nombre de la ley de Moisés que Jesús de
Nazareth sea crucificado! ESCRIBA: Pilatos en nombre de las tradiciones más sagradas. Crucifica a Jesús de Nazareth. Jesús de Nazareth ha
violado las escrituras y la tradición de los judíos, yo soy escriba, y conozco bien lar tradición de nuestros mayores. Y este hombre Jesús de
Nazareth, ha despreciado la alianza de nuestro padre Jacob, por querer establecer una nueva alianza con Dios. ¿A nombre de quién? ¿Qué acaso
Jesús de Nazareth, es más grande que nuestro padre Jacob?, ha despreciado los sacrificios deltemplo de Jerusalén, diciendo que se
puede rendir culto a Dios en cualquier lugar profano. Más aun, se ha atrevido a decir que destruyamos el templo de Jerusalén, porque
él es capaz de reconstruirlo en tres días. Si en tres días, cuando nuestros antepasados tardaron más de 40 años en construirlo. ¿No es esto
una blasfemia? ¿No es esto una violación a las tradiciones más sagradas de nuestro pueblo, de nuestra raza? Pilatos si nos condenas a muerte a
Jesús de Nazareth, estarás violando las tradiciones de nuestro pueblo judío, del pueblo de Israel. PILATOS: Repito que no he encontrado en
él, delito alguno. Miren, les propongo lo siguiente: es costumbre que en la fiesta de la pascua se deje en libertad a un prisionero. Tenemos a
un hombre llamado Barrabas que fue hecho prisionero, por ser asaltante en los caminos. Escojan ustedes; ¿a quién quieren que deje en
libertad, a Barrabás o Jesús de Nazareth? PUEBLO: Deja libre a Barrabas, ¡condena a muerte a Jesús de Nazareth! PILATOS: Repito que no he
encontrado ningún delito en Jesús de Nazareth. PUEBLO: Crucifícalo, ¡que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
PILATOS: (Mientras se lava las manos) yo no me hago responsable de la muerte de este hombre. Allá ustedes. ¡Ustedes responderán por la
sangre derramada de Jesús de Nazareth! PUEBLO: Crucifícalo, ¡que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos! SOLDADO:
Jesús de Nazareth ha sido condenado a morir en la cruz. La sentencia debe cumplirse de inmediato ¡pongámono en marcha SOLDADO 2:
Conforme a la ley romana, el condenado a morir en la cruz, debe cargar con su cruz, ¡aquí está tu cruz Jesús de Nazareth! ¡Cárgala sobre tus
hombros! ANAS: Conforme a las leyes judías, debías morir apedreado, o arrojado desde lo alto del templo, Jesús de Nazareth. Pero vas a morir
conforme a las leyes romanas: morirás crucificado. Es la ley romana la que te juzga y la que te condena. Será la ley romana y las autoridades
romanas las que se manchen con tu sangre, debo estar limpio de toda mancha para poder ofrecer los sacrificios en el templo de Jerusalén
para estas fiestas de pascua. En esta forma, yo quedo limpio de tu sangre, Jesús de Nazareth, porque eres juzgado y condenado no por la ley
judía sino por las leyes romanas, ¡carga tu cruz Jesús de Nazareth! ¡Carga tu cruz romana que me deja limpio de toda mancha! ESCRIBA:
Según las sagradas escrituras, el Mesías debía salvar a Israel; hacer de Israel la nación más poderosa del mundo. ¿No que tú eras el Mesías,
Jesús de Nazareth? ¿No que eras el enviado de Dios? Quisiste ser el Mesías, de los pobres, ¡pues carga tu cruz, Jesús de Nazareth! ¡Carga tu
cruz Mesías de los ciegos, Mesías de los pobres, Mesías de los leprosos! ¡Carga tu cruz Mesías de los pecadores! FARISEO 2: ¡Carga tu cruz,
Jesús de Nazareth! Tú dijiste que nosotros los fariseos le impedimos al pueblo el camino al cielo; pues carga tu cruz, camino del infierno. Tú
dijiste que nosotros los fariseos hacíamos de nuestros discípulos, discípulos del demonio, ¡pues carga tú Cruz abandonado de todos los
discípulos! Tú dijiste que nosotros los fariseos estábamos ciegos y que éramos guías ciegos: pues abre bien los ojos para no caer por el
camino, con tu cura a cuestas. Tunos llamaste a los fariseos, malditos e hijos del pecado; carga ahora con tu cruz de pecador y asesino. Tú nos
dijiste a los fariseos que estábamos sucios y corrompidos en nuestro interior, pues procura no ensuciarnos ahora con tu sangre de
condenado a muerte. Tú nos llamaste a los fariseos, sepulcros blanqueados llenos de corrupción y podredumbre: ¡mírate ahora como estas,
lleno de saliva que te arrojan los soldados, lleno de tierra, de sangre, lleno de muerte! Tu nos llamaste a los fariseos asesinos de profetas;
¡pues carga tu cruz Jesús de Nazareth; carga tu cruz de asaltante, de asesino. Jesús de Nazareth; ahora estas pagando todas las injurias que
nos dijiste a nosotros, los fariseos del pueblo de Israel. SOLDADO 2: La sentencia de muerte se debe de cumplir ¡Adelante hacia el calvario!

Jesús muere en la Cruz.

Muerte descendimiento y sepultura de Jesús. Aparece juan Evangelista pidiéndole a Jesús ser custodiado de su Madre y Jesús nos hace hijos de
María. Aparecen fariseos, escribas burlándose del poder atribuido a Jesús. También salen a escena los ladrones, uno exigiéndole que muestre su
poder y el otro ganándose el cielo. Intervienen en el acto: JUAN EVANGELISTA. JESUS. ANAS. LADRON MALO. ESCRIBA 1.
FARISEO 1. SOLDADO 10. Padre nuestro… Gloria… JUAN EVANGELISTA: Maestro, aquí esta juan. Tu discípulo amado; aquí está
también tu Madre María. Maestro: una cosa te pido. Te la suplico de todo corazón; pase lo que pase, no permitas que ella se quede sola en la
vida. Perdió a su esposo José, está a punto de perderte a ti, su único hijo, no hay nadie que vele por ella, ¿Quién la acompañara en su vejez?
Maestro permíteme el que la pueda acompañar, velar por ella todo el resto de sus días.

JESUS: Mujer, ahí tienes a tu hijo, ahí tienes a tu Madre. ANAS: Habitantes de Jerusalén, contemplen a Jesús de Nazareth en la cruz, salvo a
otros, pero el mismo no puede salvarse. Si acaso es el Rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él. FARISEO 1: Si al Cristo, al Rey de
Israel lo viéramos ahora bajar de la Cruz entonces si creeríamos. ¿Puso su confianza en Dios? Pues que Dios lo salve ahora si de veras lo quiere,
Jesús muchas veces se proclamó hijo de Dios, y nombro a Dios como si fuera su Padre. MAL LADRON: Si tú eres el Cristo, ¡Sálvate a ti
mismo y sálvanos también a nosotros! BUEN LADRON: Ni tu que estas bajo el mismo suplicio ¿tienes temor de Dios? Nosotros con toda
razón estamos sufriendo el justo castigo de lo que hemos hecho, pero este hombre nada malo ha hecho. JESUS: En verdad te digo, que hoy
estarás conmigo en el paraíso. ANAS: ¡Baja de la cruz, Jesús de Nazareth! Para que creamos en ti. ¡Anda, baja de la Cruz! JESUS: Eloi, Eloi,
Lamma Sabactani… Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? ESCRIBA 1: Oigan todos, este hombre está llamando a Elías.
FARISEO 2: ¡Déjalo! Vamos a ver si Elías viene a salvarlo. JESUS: Tengo sed. (Un soldado corre a mojar un trapo en un jarro con vinagre; lo
pone en la punta de la lanza y lo acerca a los labios de Jesús. Jesús lo prueba)

JESUS: Todo se ha cumplido. ¡Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu! (Jesús muere) TODOS: ¡Está temblando! ¡Está
temblando! SOLDADO: Verdaderamente este hombre era inocente. ¡Era el Hijo de Dios!

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