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Jugando a las casitas

Los rincones vacíos de la casa ya desmantelada guardaban olores que


hacía tiempo había olvidado. La cocina olía a las lentejas que habían
comido religiosamente todos los lunes durante años; aquel dormitorio
sombrío guardaba el olor a sexo de algunas mañanas de domingo y al
abrir la puerta del cuarto del fondo le pareció sentir el aroma agridulce
del bebé después de una calurosa noche de verano. La chica de la
inmobiliaria sin preguntar nada la miró con aquel gesto de cansancio que
ya era habitual y al cerrar la puerta le tendió un papel con la nueva
dirección y solo dijo: Hasta mañana.

Publicado por Lolah en 12:30 No hay comentarios:


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Etiquetas: microrrelato
DOMINGO, 20 DE FEBRERO DE 2011
La última prueba
No sé como tuve fuerzas para arrastrar el cuerpo y cubrir el
agujero, Nadia pesaba más de lo que su poca estatura y su
delgadez hacían pensar, o quizás era yo, que a estas alturas
estaba al borde del agotamiento. Aun así pude hacer el trabajo
medianamente bien y hasta pensé clavar una cruz con su nombre
sobre el montón de tierra que ahora era su tumba, al fin y al cabo
ella se había portado muy bien conmigo y hasta se puede decir
que en algún momento habíamos sido casi amigas.
No sentí remordimientos, ella habría hecho lo mismo, eran las
reglas.
Me esperaba la fama y un millón de euros.
Publicado por Lolah en 10:29 11 comentarios:
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Etiquetas: microrrelato
VIERNES, 21 DE ENERO DE 2011
El prisionero. (Cuento medieval)
Cada tarde subo a la torre más alta del castillo donde él está
encerrado desde hace ya cinco años. La escalera es empinada y
parece que está tapizada de recuerdos de aquel tiempo cada vez
más lejano. Cuando llego a la sala redonda donde él me espera mi
respiración es fatigosa; aquella juventud que parecía eterna
empieza a abandonarme, él, sin embargo, sigue igual que aquel
día en que nos separamos, solo en sus ojos se adivina el paso del
tiempo, la soledad, la esperanza vencida.

Siempre fuimos buenos compañeros, el mundo parecía creado


para nosotros, nuestro pequeño reino era fértil, frondoso; los
frutos y los animales estaban al alcance de la mano, y nosotros no
dudábamos en cogerlos. Él me acompañaba en mis partidas de
caza aunque no disfrutaba como yo la emoción de cabalgar tras la
presa, la excitante proximidad del peligro al enfrentarme cara a
cara a una fiera. Mientras yo me entregaba a aquellas fiestas de
sangre y carne palpitante él se recreaba en la belleza que nos
rodeaba, en el agua que corría por todas partes, en los prados
cubiertos de hierba fresca. Y los dos reíamos sabiéndonos dueños
de todo aquello.

Él prefería la poesía, los libros; en nuestro castillo encontraban


abrigo todos los poetas, todos los juglares que cantaban a mujeres
imposibles, reinas crueles y distantes que se apoderaban del alma
de los hombres. Yo sabía que él esperaba a una mujer así,
soñadora y altiva, el ser más bello sobre la tierra. Yo me
conformaba con el amor efímero de las muchachas hermosas que
poblaban nuestro reino.

Tuvimos algunas aventuras compartidas, fueron las más dulces,


las más apasionadas, amar a la misma mujer nos unía más, nos
hacía más fuertes aún. Pero pronto uno de los dos se cansaba y el
otro no tardaba en seguirlo, había tantas cosas fuera, tantas
promesas, tanta vida por delante.

Pero un día llegó ella. Fue una mañana de invierno, fría como un
cuchillo pero luminosa y alegre como aquella mujer que nos
llegaba como un regalo. Era alta, el pelo oscuro y abundante le
cubría la espalda, su piel era clara pero se notaba acostumbrada al
aire libre, la boca roja, amplia, reidora, las manos fuertes, los ojos
del color de la miel eran dulces y acariciantes, pero a veces se
asomaba a ellos un fuego que calcinaba todo lo que se ponía a su
alcance.

Y nosotros estábamos allí, frente a ella, jóvenes, alegres,


soñadores, creyéndonos los amos del mundo. Pero inermes ante
aquel fuego, ante aquel huracán de belleza, ante aquella mujer que
nos miraba sonriendo desde la altura de su caballo de azabache.

Iba de paso, había un rey que la haría reina de un país grande y


lejano, le esperaba la riqueza y el poder, alguien le iba a entregar el
mundo encerrado en un anillo de oro. Pero no tenía prisa y, como
una niña que encuentra un juguete inesperado, se adueñó de
nuestro pequeño reino, y de nosotros.
Nos rendimos sin luchar, la reconocimos como dueño y señor de
nuestras vidas.

Él le escribía poesías en las que ella era el sol, el agua, un ángel o


una rosa. Ella las escuchaba sonriendo, ensayando su papel de
reina distante aunque a veces el fuego de sus ojos se velaba tras
una humedad cálida y llena de ternura. Leían juntos aquellos
libros donde se contaban aventuras de caballeros y princesas
imposibles. Ellos soñaban y reían juntos, eran cómplices y
compañeros de juegos, se emocionaban mirando a las estrellas o
jugaban al escondite en aquel castillo donde nunca se oyeron
tantas risas.

Yo la llevaba de caza o a cabalgar a través de aquellas tierras


heladas, nunca más acogedoras que entonces. Ella galopaba junto
a mi, su orgullo y su fuerza no le permitían quedarse atrás, su
cuerpo tan bello, tan apetecible, escondía una fuerza que ninguna
mujer tuvo jamás. Cuando después de una carrera a través de los
bosques yo me tendía exhausto a la orilla de un río, ella se
acostaba junto a mi, tranquila y satisfecha, me miraba con sus ojos
burlones y me ofrecía esa boca jugosa por la que yo habría sido
capaz de matar.

Creo que los tres fuimos felices durante aquel invierno, al menos
nosotros dos lo éramos. Por la noche, cuando ella se quedaba
dormida en el enorme lecho que compartíamos, él y yo nos
mirábamos y, sin palabras, sabíamos que estábamos de acuerdo,
que era ella la mujer que siempre habíamos deseado, la que nos
mantendría siempre unidos. Velábamos juntos su sueño mirando
incrédulos aquella carne blanca y acogedora, aquella boca
entreabierta, aquel milagro hecho mujer para nosotros. Si, él y yo
fuimos felices aquel invierno frío, y en algún momento llegamos a
pensar que ella también lo era, que le bastaba ser nuestra reina, la
soberana de aquel pequeño mundo.

Pero la primavera le recordó todo lo que esperaba al final del


camino, ella no había nacido para vivir en castillos de juguete, por
grandes que fuesen, y nuestro amor pesaba tan poco en la balanza
frente al poder y la riqueza que una mañana retomó el camino
como si solo hubiera pasado una noche con nosotros.

El último beso, ya con el horizonte en la mirada, puso entre ella y


nosotros toda la distancia en un instante. Se marchó como había
llegado, alta, fuerte, sonriente, blanca y morena en su caballo de
azabache.

Y nosotros allí, en medio del camino, viendo alejarse a aquella


mujer que ni una sola vez volvió la cabeza.

Ya nada fue igual, él no volvió a salir de caza conmigo, ni entendía


que yo lo hiciera, para mi también era doloroso, pero aún me
sentía joven y vigoroso, no podía dejar que ella se llevase mi vida,
el mundo estaba lleno de muchachas hermosas, el bosque lleno de
ciervos y jabalíes.

Él me miraba con desprecio, recorría una y otra vez el castillo


como buscando el rastro de su olor, el sonido de sus pasos,
prohibió la entrada a sus amigos poetas, apenas comía ni dormía.

Una noche apiló en el patio todos los libros que había leído con
ella, todas las poesías que le había escrito, todos los sueños que
había concebido en sus brazos y encendió una hoguera inmensa.
La noche se volvió blanca y ardiente, como ella. Creo que él pensó
que aquella luz llegaría a esos ojos de miel y fuego. Nunca supimos
si ella volvió a pensar en nosotros.

Al día siguiente me dijo que se iba a encerrar en la torre más alta


del castillo, que solo volvería a la vida cuando la viese llegar en
aquel caballo negro. Me pidió que cerrase la puerta desde fuera y
que solo yo fuera su guardián. Su abandono me dolió más que el
de ella, él era mi amigo, mi compañero desde que nací, el sirviente
más fiel y el amo más dulce.

Durante cinco años he subido cada tarde a llevarle alimento y a


intentar hacerle sonreír con mis historias. Aún no sé cómo pasa los
días en aquella habitación casi vacía, cada vez que abro la puerta lo
encuentro en el banco de piedra junto a la ventana, mirando al
horizonte y sonriendo.

En este tiempo ha habido algunas mujeres en mi vida, dos veces


subí entusiasmado a pedirle que abandonase su encierro para
compartir conmigo el amor que creía haber encontrado de nuevo.
Él siempre se negó a seguirme, sin conocerlas sabía que esas
mujeres no podían ser como ella.

Ahora subo a decirle que mañana me caso con alguien a quien ni


siquiera conozco, los años pasan y nuestro pequeño reino necesita
un heredero.

Ya imagino su cara de victoria, su sonrisa burlona cuando yo


también me declare vencido. Yo bajaré a seguir llevando el peso de
mi vida. Sin sueños, sin alegría, sin canciones, sin aquellos ojos de
fuego y miel, sin aquella boca que encendía mi sed...y sin mi
corazón que seguirá para siempre encerrado en la torre más alta
del castillo.

Esperándola, siempre esperándola.


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Etiquetas: cuento
MARTES, 11 DE ENERO DE 2011
Todo sigue igual
Lo primero que dijo Juan después de abrazar a su familia fue: “No ha
cambiado nada, todo sigue igual”… !Cuántas veces había repetido estas
palabras! ¡Cuántas veces había imaginado este momento!

Pero enseguida empezó a notar algunos cambios: Ana ya no era la niña


inocente de dos años atrás, ahora una ligera sombra manchaba sus párpados y
los labios tenían un brillo ciertamente artificial; Pedro, en cambio, se había
oscurecido y en su rostro aparecía la sombra de una barba aún sin desarrollar
pero ya inexorable.

Juan miró a su madre. Todavía era la misma mujer bella y fuerte que
recordaba. Su pelo seguía siendo negro y largo, su boca grande reía como
siempre y sus manos lo acariciaban con la misma ternura que había echado de
menos durante tanto tiempo…Pero algo había cambiado en sus ojos, su mirada
ya no era alegre y despreocupada, ahora tenía una sombra de miedo que él no
había visto nunca, una sombra ligera pero oscura que lo cambiaba todo.

Su padre llegó como siempre a las dos y media. Los dos se abrazaron con el
afecto y la timidez que siempre hubo entre ellos, pero Juan descubrió un
nuevo malestar, una nueva barrera hecha quizás de vergüenza, quizás de un
involuntario rechazo.

A estas transformaciones se añadieron otras, más sutiles pero no menos


penosas; las costumbres eran las mismas, pero Juan las encontraba falsas,
teatrales, como si su familia representase unos papeles establecidos con la
intención de mantenerlo en esa casa, en aquel mundo que había sido el
escenario de todos sus pensamientos y de sus sueños, en aquellas habitaciones
que había recorrido cada día de aquellos dos años de inmovilidad, de casi
muerte.

Pero ahora el pan ya no sabía igual (su madre le dijo que la panadería había
cerrado hacía cinco meses), Pedro escuchaba una música estridente que
llenaba el aire y lo volvía extraño y duro, algunos muebles habían sido
cambiados de sitio y él ya no podía moverse entre ellos con los ojos cerrados,
como hacía para sentirse mejor cuando se desesperaba en su pequeña
habitación blanca y vacía como una caja que él había llenado de las miradas,
de los sabores, de los olores de las voces; de todo lo que lo había mantenido
vivo y sano.

Estaba perdido, triste, cansado; sentía que estaba en un sitio que ya no era el
suyo, que su familia le resultaba desconocida, pero sobre todo que durante
aquellos dos largos, eternos, terribles y dulces años, había vivido en una
mentira, una mentira que ahora era la única verdad, el único lugar donde
quería vivir.

Cuando se echó en la cama, ya sabía que el olor de las sábanas no sería el que
él recordaba, esperaba ya aquel olor agrio y húmedo y sabía sobre todo que
quería volver a su verdadero mundo.

Se levantó de madrugada, escribió algunas palabras para su madre y salió.

Como de costumbre, miró a la derecha para cruzar la calzada pero no vio un


coche que llegaba por la izquierda. Cuando cayó sobre el pavimento ya estaba
muerto.

Solamente un mes antes habían cambiado el sentido de la marcha.

Publicado por Lolah en 12:07 6 comentarios:


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Etiquetas: cuento
Tutto è come prima
Este cuento lo escribí como un ejercicio para mi clase de italiano (lo pongo
para presumir de mi italiano) la traducción al español, en la próxima
entrada)

La prima cosa che Giovanni disse dopo aver abbracciato la sua famigia fu:
“Niente è cambiato, tutto é come prima”...Quante volte aveva ripetuto queste
parole! Quante volte aveva immaginato questo momento!
Ma di seguito cominció a rendersi conto di alcuni cambiamenti: Anna non era
piú l’innocente bambina di due anni fa, adesso una leggera ombra macchiava
le sue palpebre e le labbra avevano un fulgore certamente artificiale. Pietro
invece si era scurito, nella sua faccia apparivano le ombre di una barba ancora
non sviluppata ma inesorabile.
Giovanni guardò la mamma.Era ancora la stessa donna bella e forte che
ricordava. I suio capelli continuavano ad essere neri e lunghi, la bocca grande
rideva come sempre e le sue mani lo accarezzavano con la stessa tenerezza
che gli era mancata per tanto tempo...Ma nei suoi occhi qualcosa era cambiata:
il suo sguardo non era più allegro e spensierato, ora c’èra un’ ombra di paura
che Giovanni non aveva mai visto, un’ombra leggera ma buia che cambiava
tutto.
Il padre arrivó come di solito alle due e mezza.I due si abracciarono con
l’affetto e la timidezza che c’era sempre stata tra di loro, ma Giovanni scoprì
un nuovo imbarazzo, una nuova barriera forse fatta di vergogna, forse di
involontario rifiuto.
A tutte queste transformazioni si aggiunsero altre, più sottili ma non meno
penose; le abitudini erano le stesse, ma Giovanni le trovava finte, teatrali,
come se la sua famiglia giocasse un ruolo stabilito con lo scopo di trattenerlo
in quella casa, in quel mondo che era stato lo scenario di tutti i suoi pensieri,
dei suoi sogni, in quelle stanze che aveva percorso ogni giorno in quei due
anni d’immobilitá, di quasi morte.
Ma adesso il pane non aveva il sapore di prima ( la mamma gli disse che il
panificio era chiuso da cinque mesi), Pietro ascoltava una musica stridente
che riempiva l’aria e la faceva diventare strana e dura, certi mobili erano
stati mossi e lui già non poteva muoversi a occhi chiusi, come faceva per
sentirsi meglio quando era disperato nella sua piccola stanza vuota e bianca,
come una scatola, che lui aveva riempito degli sguardi, dei sapori, degli
odori, delle voci; di tutto quello que l’aveva mantenuto vivo e sano.
Era perduto, triste, stanco, sentiva che stava in un luogo que non era ormai
suo, che i suoi gli erano sconosciuti, ma soprattutto che per quei due lunghi,
eterni, terribili e dolci anni, aveva visuto una bugia, una bugia che adesso era
la sola veritá, l’unico posto dove voleva vivere.
Quando si distesse nel letto Giovanni sapeva che l’odore delle lenzuola non
sarebbe stato quello che ricordava, sperava giá quell’odore agro ed umido, e
sapeva soltanto que voleva tornare al suo mondo vero.
Al alba si alzò, scrisse qualche parola per la mamma e uscì. Come di solito
guardò a destra per attraversare la strada, ma non vide una macchina che
arrivava dalla sinistra. Cuando cadde sul pavimento era già morto. Soltanto un
mese prima era stato cambiato il senso di marcia in quella strada.

Publicado por Lolah en 12:03 3 comentarios:


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Etiquetas: cuento, italiano
DOMINGO, 2 DE ENERO DE 2011
Historia de un hombre que se fue

Él se marcho en busca de una vida mejor, ella no supo cómo pedirle que se
quedara.
Antes de irse, él le dijo que escribiría, que le mandaría dinero, que volvería.
Ella se quedó sola en aquel pueblo, con sus siete hijos y con una esperanza
demasiado pequeña.
El viaje fue muy largo, muy triste. Cuando bajó del barco y vio aquel mundo
nuevo, él supo que nunca volvería atrás.
Ella no sabía leer, tampoco hubo nada que leer. No llegó dinero y ella
alimentó a sus hijos con su trabajo, con su miedo, con su soledad.
Después de cinco años él encontró otra mujer, tuvo otros hijos, construyó otra
casa y otros sueños.
Después de cinco años, ella se vistió de luto, olvidó las promesas, enterró la
esperanza y borró aquel nombre de su boca.
Él nunca volvió y nadie quiso recordarlo.
Nadie, nunca, me habló de mi abuelo. Ésta es solo una historia inventada.
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Etiquetas: realidad inventada
MIÉRCOLES, 29 DE DICIEMBRE DE 2010
Todo un hombre
Trepé al castaño y observé sin pestañear, ellos estaban tumbados en un
pequeño claro al que yo iba a menudo para sentirme solo y libre. Estaban
muy juntos y reían como mi hermana y yo cuando poníamos en marcha
alguna travesura; mientras él la acariciaba por debajo de la camiseta, ella
jugueteaba con su pelo rizado de una manera que yo conocía bien. Algo
me obligó a volver a casa sin ver como acababa todo aquello.
Aquella noche, al darme las buenas noches, ella me revolvió los rizos.
Me sentí todo un hombre.

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