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Pero un día llegó ella. Fue una mañana de invierno, fría como un
cuchillo pero luminosa y alegre como aquella mujer que nos
llegaba como un regalo. Era alta, el pelo oscuro y abundante le
cubría la espalda, su piel era clara pero se notaba acostumbrada al
aire libre, la boca roja, amplia, reidora, las manos fuertes, los ojos
del color de la miel eran dulces y acariciantes, pero a veces se
asomaba a ellos un fuego que calcinaba todo lo que se ponía a su
alcance.
Creo que los tres fuimos felices durante aquel invierno, al menos
nosotros dos lo éramos. Por la noche, cuando ella se quedaba
dormida en el enorme lecho que compartíamos, él y yo nos
mirábamos y, sin palabras, sabíamos que estábamos de acuerdo,
que era ella la mujer que siempre habíamos deseado, la que nos
mantendría siempre unidos. Velábamos juntos su sueño mirando
incrédulos aquella carne blanca y acogedora, aquella boca
entreabierta, aquel milagro hecho mujer para nosotros. Si, él y yo
fuimos felices aquel invierno frío, y en algún momento llegamos a
pensar que ella también lo era, que le bastaba ser nuestra reina, la
soberana de aquel pequeño mundo.
Una noche apiló en el patio todos los libros que había leído con
ella, todas las poesías que le había escrito, todos los sueños que
había concebido en sus brazos y encendió una hoguera inmensa.
La noche se volvió blanca y ardiente, como ella. Creo que él pensó
que aquella luz llegaría a esos ojos de miel y fuego. Nunca supimos
si ella volvió a pensar en nosotros.
Juan miró a su madre. Todavía era la misma mujer bella y fuerte que
recordaba. Su pelo seguía siendo negro y largo, su boca grande reía como
siempre y sus manos lo acariciaban con la misma ternura que había echado de
menos durante tanto tiempo…Pero algo había cambiado en sus ojos, su mirada
ya no era alegre y despreocupada, ahora tenía una sombra de miedo que él no
había visto nunca, una sombra ligera pero oscura que lo cambiaba todo.
Su padre llegó como siempre a las dos y media. Los dos se abrazaron con el
afecto y la timidez que siempre hubo entre ellos, pero Juan descubrió un
nuevo malestar, una nueva barrera hecha quizás de vergüenza, quizás de un
involuntario rechazo.
Pero ahora el pan ya no sabía igual (su madre le dijo que la panadería había
cerrado hacía cinco meses), Pedro escuchaba una música estridente que
llenaba el aire y lo volvía extraño y duro, algunos muebles habían sido
cambiados de sitio y él ya no podía moverse entre ellos con los ojos cerrados,
como hacía para sentirse mejor cuando se desesperaba en su pequeña
habitación blanca y vacía como una caja que él había llenado de las miradas,
de los sabores, de los olores de las voces; de todo lo que lo había mantenido
vivo y sano.
Estaba perdido, triste, cansado; sentía que estaba en un sitio que ya no era el
suyo, que su familia le resultaba desconocida, pero sobre todo que durante
aquellos dos largos, eternos, terribles y dulces años, había vivido en una
mentira, una mentira que ahora era la única verdad, el único lugar donde
quería vivir.
Cuando se echó en la cama, ya sabía que el olor de las sábanas no sería el que
él recordaba, esperaba ya aquel olor agrio y húmedo y sabía sobre todo que
quería volver a su verdadero mundo.
La prima cosa che Giovanni disse dopo aver abbracciato la sua famigia fu:
“Niente è cambiato, tutto é come prima”...Quante volte aveva ripetuto queste
parole! Quante volte aveva immaginato questo momento!
Ma di seguito cominció a rendersi conto di alcuni cambiamenti: Anna non era
piú l’innocente bambina di due anni fa, adesso una leggera ombra macchiava
le sue palpebre e le labbra avevano un fulgore certamente artificiale. Pietro
invece si era scurito, nella sua faccia apparivano le ombre di una barba ancora
non sviluppata ma inesorabile.
Giovanni guardò la mamma.Era ancora la stessa donna bella e forte che
ricordava. I suio capelli continuavano ad essere neri e lunghi, la bocca grande
rideva come sempre e le sue mani lo accarezzavano con la stessa tenerezza
che gli era mancata per tanto tempo...Ma nei suoi occhi qualcosa era cambiata:
il suo sguardo non era più allegro e spensierato, ora c’èra un’ ombra di paura
che Giovanni non aveva mai visto, un’ombra leggera ma buia che cambiava
tutto.
Il padre arrivó come di solito alle due e mezza.I due si abracciarono con
l’affetto e la timidezza che c’era sempre stata tra di loro, ma Giovanni scoprì
un nuovo imbarazzo, una nuova barriera forse fatta di vergogna, forse di
involontario rifiuto.
A tutte queste transformazioni si aggiunsero altre, più sottili ma non meno
penose; le abitudini erano le stesse, ma Giovanni le trovava finte, teatrali,
come se la sua famiglia giocasse un ruolo stabilito con lo scopo di trattenerlo
in quella casa, in quel mondo che era stato lo scenario di tutti i suoi pensieri,
dei suoi sogni, in quelle stanze che aveva percorso ogni giorno in quei due
anni d’immobilitá, di quasi morte.
Ma adesso il pane non aveva il sapore di prima ( la mamma gli disse che il
panificio era chiuso da cinque mesi), Pietro ascoltava una musica stridente
che riempiva l’aria e la faceva diventare strana e dura, certi mobili erano
stati mossi e lui già non poteva muoversi a occhi chiusi, come faceva per
sentirsi meglio quando era disperato nella sua piccola stanza vuota e bianca,
come una scatola, che lui aveva riempito degli sguardi, dei sapori, degli
odori, delle voci; di tutto quello que l’aveva mantenuto vivo e sano.
Era perduto, triste, stanco, sentiva che stava in un luogo que non era ormai
suo, che i suoi gli erano sconosciuti, ma soprattutto che per quei due lunghi,
eterni, terribili e dolci anni, aveva visuto una bugia, una bugia che adesso era
la sola veritá, l’unico posto dove voleva vivere.
Quando si distesse nel letto Giovanni sapeva che l’odore delle lenzuola non
sarebbe stato quello che ricordava, sperava giá quell’odore agro ed umido, e
sapeva soltanto que voleva tornare al suo mondo vero.
Al alba si alzò, scrisse qualche parola per la mamma e uscì. Come di solito
guardò a destra per attraversare la strada, ma non vide una macchina che
arrivava dalla sinistra. Cuando cadde sul pavimento era già morto. Soltanto un
mese prima era stato cambiato il senso di marcia in quella strada.
Él se marcho en busca de una vida mejor, ella no supo cómo pedirle que se
quedara.
Antes de irse, él le dijo que escribiría, que le mandaría dinero, que volvería.
Ella se quedó sola en aquel pueblo, con sus siete hijos y con una esperanza
demasiado pequeña.
El viaje fue muy largo, muy triste. Cuando bajó del barco y vio aquel mundo
nuevo, él supo que nunca volvería atrás.
Ella no sabía leer, tampoco hubo nada que leer. No llegó dinero y ella
alimentó a sus hijos con su trabajo, con su miedo, con su soledad.
Después de cinco años él encontró otra mujer, tuvo otros hijos, construyó otra
casa y otros sueños.
Después de cinco años, ella se vistió de luto, olvidó las promesas, enterró la
esperanza y borró aquel nombre de su boca.
Él nunca volvió y nadie quiso recordarlo.
Nadie, nunca, me habló de mi abuelo. Ésta es solo una historia inventada.
Publicado por Lolah en 7:56 15 comentarios:
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Etiquetas: realidad inventada
MIÉRCOLES, 29 DE DICIEMBRE DE 2010
Todo un hombre
Trepé al castaño y observé sin pestañear, ellos estaban tumbados en un
pequeño claro al que yo iba a menudo para sentirme solo y libre. Estaban
muy juntos y reían como mi hermana y yo cuando poníamos en marcha
alguna travesura; mientras él la acariciaba por debajo de la camiseta, ella
jugueteaba con su pelo rizado de una manera que yo conocía bien. Algo
me obligó a volver a casa sin ver como acababa todo aquello.
Aquella noche, al darme las buenas noches, ella me revolvió los rizos.
Me sentí todo un hombre.