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Enfoques Teóricos para la Investigación

Arqueológica
TOMO I

EVOLUCIÓN Y DIFUSIÓN
CULTURAL
Enfoques Teóricos para la Investigación
Arqueológica
TOMO I

EVOLUCIÓN Y DIFUSIÓN
CULTURAL

Betty J. Meggers

Biblioteca Abya-Yala
Nº 57

EDICIONES
ABYA-YALA
1998
Evolución y Difusión Cultural
Enfoques Teóricos para la Investigación Arqueológica
Betty J. Meggers
Tomo I

Edición: Ediciones ABYA-YALA


12 de Octubre 14-30 y Wilson
Casilla 17-12-719
Teléfono: 562-633 / 506-247
Fax” (593-2) 506-255
E-mail: abyayala@abyayala.org.ec
editoria@abyayala.org.ec
Quito-Ecuador

Colección: Biblioteca Abya-Yala # 57

Autoedición Aby-Yala Editing


Quito-Ecuador

Impresión: Docutech
Quito-Ecuador

ISBN: 9978-04-323-3

Impreso en Quito-Ecuador, 1998


INDICE

Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

I. Evolución

1. Explicando el Curso de los Eventos Humanos . . . . . . . . . . . . . . . . 29

“Explaining the course of human events.” How Humans Adapt: A


Biocultural Odyssey, Donald J. Ortner, ed., pp. 163-183. Washington
DC, Smithsonian Institution Press. 1983.

2. Enfoque Teórico para la Evaluación de


Restos Arqueológicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53

“Theoretical approach to interpretation.” Meggers, Betty J.,


Clifford Evans y Emilio Estrada, Formative Cultures of Coastal
Ecuador: The Valdivia and Machalilla Phases, pp. 5-9. Smithsonian
Contributions to Anthropology 1. 1965.

3. La Ley de la Evolución Cultural como una Herramienta


Práctica de Investigación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65

“The law of cultural evolution as a practical research tool.” Essays


in the Science of Culture, Gertrude Dole y Robert Carneiro, eds.,
pp. 302-316. New York, Crowell. 1960.
4. El Significado de la Difusión como Factor de Evolución . . . . . . . 83

“El significado de la difusión como factor de evolución.” Revista


Chungará 14:81-90. 1985.

5. Conexiones y Convergencias Culturales Norte y


Sud Americanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99

“North and South American cultural connections and convergences.”


Prehistoric Man in the New World, Jesse D. Jennings y Edward Norbeck,
eds., pp. 511-526. Chicago, University of Chicago Press. 1964.

6. La Evolución del Estado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117

“Comment.” The Origins and Development of the Andean State,


Jonathan Haas, Shelia Pozorski y Thomas Pozorski, eds., pp. 158-160.
Cambridge, Cambridge University Press. 1987.

II. Difusión

7. Especulaciones sobre Rutas Tempranas de Difusión de la


Cerámica entre Sur y Mesoamérica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123

“Speculations on early pottery diffusion routes between South and


Middle America” (with Clifford Evans). Biotropica 1:20-27. 1969.

8. Contactos entre las Culturas Prehistóricas de Mesoamérica y la


Costa del Ecuador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139

“Mesoamerica and Ecuador” (with Clifford Evans). Handbook of


Middle American Indians, Robert Wauchope, ed., Vol. 4, pp. 243-263.
Austin, University of Texas Press. 1966.
9. Origen Transpacífico de la Cerámica de la Fase Valdivia de la
Costa del Ecuador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177

“Transpacific origin of Valdivia Phase pottery on coastal Ecuador” (with


Clifford Evans). 36º Congreso Internacional de Americanistas, Actas y
Memorias 1:63-67. Sevilla. 1966.

10. El Origen Transpacífico de la Cerámica Valdivia:


Una Revaluación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187

“El origen transpacífico de la cerámica Valdivia: una revaluación.”


Boletín del Museo Chileno de Arte Precolombino 2:9-31. 1987.

11. Origen Transpacífico de la Civilización Mesoamericana:


Una Reseña Preliminar de la Evidencia y sus
Implicaciones Teóricas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227

“The transpacific origin of Mesoamerican civilization: A preliminary


review of the evidence and its theoretical implications.” American
Anthropologist 77:141-161. 1975.

12. Evidencia Arqueológica de Contactos desde Asia . . . . . . . . . . . . 271

“Contacts from Asia.” The Quest for America, Geoffrey Ashe and
Others, pp. 239-259. London, Pall Mall Press. 1971.
PREFACIO

Los artículos aquí incluidos han sido publicados durante el lapso de


unos 35 baños. Cuando Leslie White despertó mi interés por la teoría de la
evolución cultural en la segunda mitad de la década de los cuarenta, éste era
un tema controversial entre los antropólogos. Aunque la teoría difusionista
tenía mayor acogida, se la aceptó como la explicación de semejanzas sola-
mente al interior de los continentes. Los contactos transpacíficos se recha-
zaron definitivamente. Estas actitudes negativas se mantienen en vigor.
Entre los biólogos por el contrario, la aplicación al desarrollo de la
cultura, de las reglas de la evolución general, se encuentra no solamente
aceptada, sino también asumida. Al tratar de entender este fenómeno, lle-
gué a la conclusión asumida. Al tratar de entender este fenómeno, llegué a
la conclusión que parte del problema pudo haber surgido de un mal enten-
dimiento del razonamiento, especialmente entre personas con limitaciones
en le idioma inglés. Por lo tanto, acepté con entusiasmo la posibilidad de
traducir al español una selección de artículos que reúnen las ideas y eviden-
cias principales.
El contenido original de los artículos no ha sido alterado, excepto al-
gunas correcciones editoriales. Se han sustituido algunas ilustraciones para
evitar la duplicación. Se han estandarizado la terminología, los título y las ci-
tas bibliográficas, aunque no se han eliminado todas las variaciones.
La tarea de la traducción no habría sido completada con tanta efi-
ciencia e idoneidad sin la dedicada participación de varios colegas latinoa-
mericanos. Entre ellos se destaca el arqueólogo argentino Jorge Rodríguez,
el cual trabajó a tiempo completo por más de un mes, transformando la ver-
sión inicial hecha por computadora en un significado acertado y de gramá-
tica aceptable. El resultado final fue revisado por mi para su precisión técni-
ca. El arqueólogo peruano Ramiro Matos Mendieta tradujó y revisó algunas
de las traducciones y jugó un papel importante en la relación con la casa
editora. María de los Angeles Rodríguez y Germán Eloy Pomar ingresaron la
mayor parte de los cambios a la computadora e hicieron correcciones adi-
cionales durante el proceso. El texto completo fue leído por María de las
6 / Betty J. Meggers

Mercedes del Río y Enrique Angulo, quienes encontraron errores gramática-


les adicionales. María de las Mercedes del Río, Emily Berrizbeitia, Abelardo
Sandoval, Enrique Angulo, Jorge Ulloa Hung y Paulina Ledergerber fueron
consultados sobre los términos técnicos y las diferencias en la terminología
argentina, venezolana, peruana, cubana y ecuatoriana. Entre las diferencias
regionales, buscamos un producto universalmente inteligible, aunque los
lectores cuidadosos probablemente encontrarán errores que no alcanzamos
a eliminar. Esta experiencia nos enseñó que realizar una traducción fiel y
inteligible es una tarea difícil. Las palabras no pueden expresar mi gratitud
hacia estos colegas y amigos por su ánimo, su ayuda y su apoyo moral.
Finalmente, deseo expresar mi gratitud a José E. Juncosa, Gerente de
Abya-Yala, por convenir la publicación de estos artículos, haciéndolos dis-
ponibles a los colegas y estudiantes de América Latina. Espero que algunos
lectores sean estimulados para adoptar la perspectiva evolucionista en la in-
terpretación de los restos arqueológicos, a pesar las expresiones escépticas
de las imágenes en los sellos cerámicos ecuatorianos y mesoamericanos que
aparecen en la cabecera de cada capítulo.

Washington DC
5 de diciembre 1997
INTRODUCCIÓN

Como descubrirán los lectores de estos artículos, considero que el en-


tendimiento de la evolución y función de la cultura está entre los principa-
les retos de la ciencia moderna. Asumo que nuestra especie evolucionó se-
gún los principios darwinianos y nuestro comportamiento sigue sujeto a su
propia dinámica. El hecho de que el mecanismo principal para nuestra in-
teracción con el medioambiente es la cultura, reemplaza el enfoque de la se-
lección natural de nuestros cuerpos a nuestras creencias. Este cambio nos
provee una flexibilidad sin precedentes para modificar las condiciones na-
turales, pero no elimina sus causas. Mientras más aprendamos acerca de las
interacciones químicas, físicas y biológicas que dirigen la evolución orgáni-
ca, mejor será nuestra capacidad para influir sobre los resultados. Mientras
más aprendamos acerca de las interacciones climáticas, edáficas y bióticas,
mejor será nuestra destreza para predecir y minimizar sus impactos. De
manera parecida, mientras más aprendamos acerca del desarrollo y la diver-
sificación culturales, incluyendo los orígenes y diseminaciones de invencio-
nes y descubrimientos, mejor será nuestra habilidad para juzgar hasta qué
punto éstos están sujetos a nuestro control. La arqueología es la única cien-
cia calificada para enfrentar este reto, pero este potencial sólo se realizaría si
la evidencia se evalúa dentro del contexto de la teoría evolucionista y los
principios científicos generales, en lugar de hacerlo dentro de la perspecti-
va antropocéntrica.
Los artículos aquí incluídos emplean criterios tradicionales para dife-
renciar las tres causas básicas de las novedades evolucionistas: duplicación
independiente, convergencia y difusión. Aunque se ha cuestionado la im-
portancia de la difusión cultural por mucho tiempo, esta oposición se ha in-
crementado tenazmente durante los años 90. La invención independiente
de todos los elementos culturales se defiende en todas las escalas, inclusive
entre comunidades adyacentes (Marcus 1989, Blaut 1994). Se rechaza cate-
góricamente la posibilidad de introducciones transpacíficas precolombinas
y se critican los esfuerzos por detectarlas al “tomar por hecho la superiori-
8 / Betty J. Meggers

dad de las culturas del viejo mundo” (Bruhns 1994:360); al insinuar que “los
indígenas americanos eran salvajes atrazados, incapaces de crear una cultu-
ra sofisticada sin la ayuda benévola de tutores más avanzados de piel blan-
ca” (Fiedel 1987:342; también Cyphers 1997:433, Furst 1997:434); al “rebajar
y minimizar los legítimos logros culturales de los nativos americanos” (Coe
1997:433) y al “negar la historia de las poblaciones indígenas” (Damp y Var-
gas 1995:166). La corrección política toma prioridad sobre la evidencia cien-
tífica al punto que “mitos de origen tradicional son tan válidos como la ar-
queología, la cual es en efecto simplemente una forma de pensar, de una so-
ciedad particular” (Shennan 1989:2).
Los “difusionistas” son acusados también de promover intereses ca-
pitalistas y nacionalistas, al insinuar que “el progreso para el Tercer Mundo
consiste en aceptar la difusión ‘modernizadora’ del capitalismo multinacio-
nal y los rasgos materiales, ideas y comportamientos sociopolíticos asocia-
dos con éste” (Blaut 1994:188). Mi respaldo a la tesis sobre el origen de la ce-
rámica Valdivia en Jomon (Japón) ha sido censurado como una falta de éti-
ca bajo el supuesto de que ésto “apoya la ideología mestiza, la cual busca in-
corporar a los indígenas dentro del sistema cultural y económico de la elite
predominantemente hispana” (Morse 1994:175). La difusión es considerada
como “el término menos explicativo para representar las semejanzas estilís-
ticas ampliamente difundidas” (Stone-Miller 1993:32) y el rechazo de su in-
fluencia “ofuscadora” es motivo para celebrar (Fritz 1996:172). En pocas pa-
labras, “difusionismo es simplemente un estilo de pensamiento, el cual po-
demos eliminar de nuestras cabezas” (Blaut 1994:188).
Estas censuras ignoran el apoyo creciente entre otras disciplinas por
la existencia de contactos precolombinos mesoamericano-ecuatorianos y
asiático-americanos, inicialmente inferidos al aplicar sobre la evidencia ar-
queológica los principios evolucionistas.

Contacto Mesoamericano-ecuatoriano

Estudios químicos y tecnológicos en objetos de metal mesoamerica-


nos verifican la introducción de la metalurgia en el occidente de México
desde la región septentrional de los Andes. Estas también indican que la tra-
dición mesoamericana “tomó forma en el occidente de México por medio
de contactos culturales que abarcaron muchos cientos de años” comenzan-
Introducción / 9

do hacia 650 d C. Dada la importancia atribuida a la presencia de artefactos


de origen extranjero y a la duplicación de los procesos de fabricación y con-
textos sociales asociados, es notable que “el número de objetos que llegó al
oeste de México fue relativamente pequeño. Lo que se diseminó fue la infor-
mación técnica, la cual incentivó el desarrollo de una tradición metalúrgica
regional...compatible con los intereses de los grupos que controlaban la
producción y con las normas locales concernientes con la naturaleza del
material” (Hosler y Stresser-Paen 1992:1215). La existencia de elementos
tecnológicos y aleaciones de origen norte y sur andinas sugiere una disper-
sión desde la costa del Ecuador y su ausencia en la región intermedia favo-
rece una transferencia por el mar (op. cit.: 1216).
El análisis de los tipos de objetos producidos en las áreas donante y
receptora revela cercanas similitudes en apariencia, composición y técnica
de fabricación, pero diferencias en énfasis funcional. Mientras que en las
poblaciones andinas el bronce se usaba primordialmente para herramien-
tas, entre los mexicanos occidentales se usaba primordialmente para hacer
campanas, aros, anillos, pinzas y otros pequeños objetos reservados para la
elite (Hosler 1988:850).
Como la fabricación de artefactos de mayor tamaño no estuvo im-
pedida por escaséz de la materia prima local, Hosler propone que

el sobresaliente énfasis de la metalurgia mexicana occidental en cam-


panas y sonido, así como en otros focos culturales particulares como la
importancia simbólica de pinzas, se desarrolló por causas internas es-
pecíficas... Las facetas de la metalurgia centro y sudamericana vincu-
ladas con los aspectos más sagrados de la vida social, simplemente no
fueron incorporados dentro de la experiencia mexicana. Dada la dis-
ponibilidad de materia prima, el fracaso en replicar el dominio por un
elite que caracteriza la tecnología andina o centroamericana —de he-
cho, la transformación de lo que fue mayormente secular en las regio-
nes de origen— es impresionante. El ejemplo mexicano occidental su-
giere que en ciertas circunstancias aquellas facetas de la tecnología
menos probables de ser transmitidas a un nuevo contexto social son las
que pertenecen al aspecto más sagrado de la experiencia... Las diferen-
cias en la cosmología, la religión y sus respectivos símbolos materiales
entre el occidente de México y las regiones del sur, pudieron haber sido
10 / Betty J. Meggers

suficientemente grandes para impedir una integración dentro del re-


pertorio mexicano occidental... Los elementos metalúrgicos centro y
sudamericanos que aparecieron en el occidente de México respaldan
fuertemente la idea de que el conocimiento técnico y algunos pocos ar-
tefactos transmitidos por medio del comercio fueron los cuales promo-
vieron la introducción de la tecnología. Si la metalurgia hubiera sido
introducida por medio de conquista o migración, los elementos ideoló-
gicos... probablemente la hubieran acompañado (1988:851-852).

La posibilidad de que ambos mujeres y hombres hubieran hecho via-


jes del Ecuador al occidente de México, se sugiere por la existencia en las dos
áreas de figurinas masculinas y femeninas vestidas con pantaloncillos o fal-
das y camisetas cortas (Anawalt 1992). Este estilo de vestimenta se tipifica
en la costa central del Ecuador desde circa 1.000 a.C., mientras que los ejem-
plares mexicanos surgen en Nayarit algunos siglos después. La probabilidad
de una conexión se incrementa por la semejanza en los diseños cuadrangu-
lares en la indumentaria de ambas regiones, un patrón difundido en la re-
gión andina pero limitado a la costa occidental en Mesoamérica (Anawalt
1992:120-121).

Contactos Transpacíficos

Shang-Olmeca. A pesar de que las investigaciones sobre la cultura ol-


meca se han intensificado, Diehl y Coe (1995:11) notan que “lo que es sor-
prendente es la falta de un consenso, incluso en los hechos básicos acerca
de la cultura y la vida olmeca”. La existencia de una entidad social, política o
ideológica para el “horizonte olmeca” ha sido cuestionada en vista de la va-
riación regional de los motivos diagnósticos. De acuerdo con Grove (1993),
“existe toda la razón para considerar que sus creadores fueron distintos ét-
nica y linguísticamente”. La teoría de que “el estilo y sus motivos...tuvieron
aparentemente múltiples orígenes” se considera como “una desviación ra-
dical y estimulante de las explicaciones tradicionales de ‘Olmeca como do-
nante’”.
Se han citado las excavaciones intensivas en la costa del golfo docu-
mentando un aumento en concentración de la población, complejidad so-
ciopolítica y ceremonialismo previo a la aparición de rasgos olmeca como
Introducción / 11

prueba de su desarrollo local circa 1.200 a.C. (Rust y Sharer 1988, Grove
1997:55). Se niega importancia a la presencia en un sitio principal en el es-
tado de Guerrero de símbolos olmeca, arquitectura monumental y fechas de
carbono-14 más tempranas (Martínez Donjuan 1985), bajo la suposición de
que el fracaso en identificar antecedentes locales implica una intrusión des-
de la costa del Golfo (Grove 1993:100-101). La posibilidad de que la ausen-
cia de antecedentes locales pueda reflejar una intrusión transpacífica, o no
se hace caso, o se rechaza como “fantásticos cuentos de hadas” (Diehl y Coe
1995:11).
En cambio, el interés sobre posibles antecedentes shang se aumenta
entre los especialistas en China, estimulado por las investigaciones de Xu
(1996). Su familiaridad con la historia y el lenguaje chinos lo llevó a investi-
gar lo que le pudo haber pasado a una población de unos 250.000 indivi-
duos, que supuestamente se dispersaron después de la caída de la Dinastía
Shang circa 1.122 a.C. La coincidencia cronológica entre este evento histó-
rico y la súbita aparición de elementos shang en México y la existencia de
símbolos equivalentes a la escritura china, lo llevaron a la conclusión de que
“La escritura shang sí existió en el mundo olmeca desde la costa del Pacífico
hasta el México central y la costa del Golfo. Los símbolos más importantes
y más usados en ambas culturas, Shang y Olmeca, corresponden a sus con-
diciones sociales y sus medioambientes agrícolas, que incluyen el sol, la llu-
via, el agua, la adoración, el sacrificio, la riqueza, la tierra, las montañas y las
plantas” (Xu 1996:46). En vista del consenso de que todos los sistemas de es-
critura del Viejo Mundo están relacionados a pesar de sus aparencias distin-
tas (Renfrew y Bahn 1991:410), la verificación de una relación entre los sím-
bolos shang y olmeca constituiría una prueba del contacto precolombino
entre Asia y Mesoamérica. Por lo tanto, Xu compiló una lista de 146 ejemplos
representados en piedra y cerámica mexicanas y la mostró en China a varios
expertos en la cultura shang. Sin excepcion, todos corroboraron la semejan-
za.
La importancia de esta correlación se extiende más allá de la verifica-
ción de un contacto porque los símbolos chinos representan palabras en lu-
gar de sonidos. Por consiguiente, a pesar de que “la China moderna tiene
muchos dialectos ininteligibles unos con otros... los chinos que no pueden
conversar, sin embargo pueden leer libros en chino y comunicarse unos con
otros por medio de la escritura” (Wurm 1996:78). El hecho de que la escri-
12 / Betty J. Meggers

tura japonesa empezó con la adopción de símbolos chinos permite que los
japoneses actuales puedan entender cierta cantidad de escritura china sin
conocer el idioma. De manera parecida, especialistas en escritura shang po-
drían ser capaces de traducir símbolos olmecas sin conocer el idioma o idio-
mas hablados en la antigua Mesoamérica. La adquisición de un método de
comunicación más eficiente por grupos linguísticamente distintos, nos pro-
vee de una explicación del contraste entre la diversidad regional y la integra-
ción simbólica que caracteriza a la “cultura madre” de Mesoamérica (Para-
dis 1990:39).
China-Mesoamerica. Un argumento fuerte a favor de introducciones
post-olmeca desde Asia proviene de conjuntos notablemente semejantes de
símbolos complejos y distintivos, los cuales estuvieron presentes en China
antes de 1.500 a.C. y parecen surgir casi simultáneamente en la costa pacífi-
ca en el sur de Mesoamérica circa 500 a.C (Fig. 1; Thompson 1989). Modifi-
caciones y combinaciones posteriores en ambas regiones también mues-
tran semejanzas notables (Fig. 2).
La probabilidad de una relación histórica es reforzada por el contras-
te entre la distribución limitada de los símbolos en el Viejo Mundo fuera de
Asia oriental y su representación completa en Mesoamérica (Thompson
1989, Table 3). Esta magnitud de duplicación también caracteriza las com-
paraciones Shang-Olmeca y Jomon-Valdivia y se puede atribuir a la veloci-
dad y aislamiento de un viaje por mar, lo cual disminuye el lapso de tiempo
entre la salida y llegada e impide la exposición de los pasajeros a influencias
de culturas extranjeras que pueden fomentar modificaciones.
Jomon-Valdivia. Una de las objeciones principales al origen Jomon de
la cerámica Valdivia ha sido la supuesta dificultad de cruzar el mar hace
6.000 años. Hoy en día, la evidencia arqueológica apoya la factibilidad de
viajes oceánicos por poblaciones asiáticas orientales incluso en tiempos an-
teriores. Fechas de carbono-14 entre 33.000 y 12.000 AP de sitios en Nueva
Irlanda, Nueva Bretaña y las islas de Admiralty y Solomon testifican de exi-
tosos viajes a través de más de 100 km de mar abierto (White 1993).
Concluyente evidencia de la competencia de navegación para los co-
mienzos del Período Jomon proviene de las pequeñas islas volcánicas del
Archipiélago de Izu que extiende desde Honshu central hacia el sur (Fig. 3).
Según Oda,
Introducción / 13

Figura 1. Comparación entre 13 símbolos distintivos y complejos que ocuren en Asia


oriental antes de 1.500 a.C. y aparecen en la costa pacífica de Mesoamérica 500 a. C.. Las
caracterísiticas arbitrarias, el solapamiento cronológico, la mayor antiguedad en China
y la aparencia súbita en América apoyan una introducción transpacífica (según Thomp-
son 1989, Tabla 2).
14 / Betty J. Meggers

Figura 2. Comparación entre las variaciones chinas y mesoamericanas del símbolo XII,
mostrando la conservación de las características durante dos mil años de aislamiento
(según Thompson 1989: 193).
Introducción / 15

Figura 3. Distribución de obsidiana de origen Kozushima del archipiélago de Izu. Su pre-


sencia en Hachijo-jima atestigua la habilidad del pueblo Jomon Temprano para atravesar
la rápida Corriente Japonesa o Negra, la cual podía haber llevado los inmigrantes hasta el
Nuevo Mundo (según Oda 1990: Fig. 8).
16 / Betty J. Meggers

el sitio de Kurawa [en Hachijo-jima] rindió considerables cantidades


de cerámica transicional entre el Jomon Temprano terminal y Medio
inicial, claramente relacionada a la cerámica jomon encontrada en las
principales islas japonesas. Esta cerámica confirmó que el pueblo jo-
mon cruzó la Corriente Negra en canoas hacia las islas a una distancia
de más de 300 km. de la isla mayor de Japón... Fechados por hidrata-
cion de obsidiana le da a Kurawa una duración desde 6.000 a 5.100 AP
y al sitio de Yubama desde 7.100 a 5.700 AP. Estas fechas, junto con la
tipología de la cerámica, son consistentes con las fechas de sitios rela-
cionados en las islas principales de Japón (Oda 1990:60-61).

El significado de esas distribuciones para la navegación fue enfatiza-


do por Oda:

En Honshu, la obsidiana Kozushima (Onbasejima) se encuentra en si-


tios paleolítico y jomon en el planalto de Masashino, en donde se la
identifica en sitios paleolíticos tan antiguos como de 30.000 AP y en si-
tios jomon tan lejanos como 200 km. del fuente de origen. Es significa-
tivo que incluso durante el Pleistoceno Tardío, cuando el nivel del mar
era de 100-140 m menos del nivel actual, Kozushima se encontraba se-
parada de la Península de Izu por un amplio estrecho de agua, hacien-
do imposible la adquisición de la obsidiana Kozushima sin hacer uso
de canoas o balsas. El uso muy temprano de la obsidiana de las Islas de
Izu demuestra que los pueblos paleolíticos en Japón ya habían desa-
rrollado formas de viajar por mar, estableciendo de esta manera la ba-
se para la tecnología de transporte acuático altamente desarrollada
del Período Jomon (Oda 1990:64).

Varios aspectos adicionales de la prehistoria jomon apoyan la factibi-


lidad de viajes transpacíficos. Los sitios más abundantes en las Islas Izu son
de los períodos Jomon Temprano y Medio-Temprano y contienen una mez-
cla de estilos cerámicos y ornamentos de materiales exóticos (ambar, jade,
serpentina), lo cual implica contactos extendidos con las regiones circun-
dantes (Oda 1990:70, 74). Alrededor del comienzo del Jomon Medio, Hachi-
jo-jima parece haber sido abandonado. Se desconoce la causa, pero Oda
considera improbable que la población “simplemente se murió; es más pro-
Introducción / 17

bable que aprovechaban de su habilidad avanzada de navegación para tras-


ladarse a otras islas más al sur” (Oda 1990:76). Cerca a la misma época, un
deterioro climático bajó la temperatura en las montañas del centro de
Honshu, dismuindo los recursos de subsistencia y provocando la migración
de habitantes a la costa. Un flujo de gente sinn experiencia marítima podía
haber incrementado la frecuencia de viajes de deriva involuntaria
Jomon-San Jacinto. El descubrimiento de un complejo cerámico dis-
tintivo en el sitio de San Jacinto aumenta la antiguedad de la alfarería en la
costa norte de Colombia hasta casi 6.000 AP (Fig. 4; Oyuela Caycedo 1995).
A pesar de ser contemporánea con Valdivia Temprano, la cerámica difiere en
la composición de la pasta, la forma de las vasijas y la gran mayoría de las
técnicas de decoración. Una evaluación detallada de la evidencia de subsis-
tencia y asentamiento identifica a los habitantes como cazadores-recolecto-
res que visitaban el sitio periódicamente para aprovechar los recursos esta-
cionales. La presencia de numerosos hoyos forrados de barro y piedras frac-
turadas por el fuego, así como las características y baja frecuencia de la ce-
rámica, implican que ésta no se usaba para cocinar. De hecho, la forma y la
elaboración de los bordes de muchas vasijas parecen incompatibles con al-
guna función práctica.
El complejo San Jacinto comparte con Valdivia una variedad de técni-
cas decorativas complicadas sin antecedentes conocidos en el Nuevo Mun-
do. Como en Valdivia, la cerámica de San Jacinto se asemeja notablemente a
un complejo jomon contemporaneo, esta vez en Honshu central en vez de
Kyushu. Los rasgos compartidos incluyen incisiones terminadas en un pun-
teado profundo, pequeñas zonas ovoides rellenadas con incisiones finas pa-
ralelas, pequeños apliques semi-esfericos con punteado central, aplicacio-
nes en zig-zag, impresiones de cuerdas y bordes almenados con decoración
elaborada. La semejanza entre los bordes almenados de San Jacinto y las ex-
travagantes vasijas jomon popularmente conocidas como “vajilla flamean-
te” es especialmente notable (Fig. 4; Meggers 1995).

Evidencia Genética

Los esfuerzos en utilizar características genéticas para identificar


los antecedentes de los indígenas americanos, revelan algunas distribucio-
nes compatibles con introducciones transpacíficas. A pesar de que se han
18 / Betty J. Meggers

San Jacinto

Miyashiro (Iida - city)

San Jacinto

Toroku (Kumamoto-city)
San Jacinto

Figura 4. Semejanzas entre la decoración de la cerámica San Jacinto de Colombia


(izquierda) y Jomon Medio de Japón (derecha). Las caracterísiticas distintivas incluyen
bordes almendrados recargados, aplique zigzag, perforaciones, incisiones con punteado
terminal e impresiones con cuerdas (según Meggers 1995: 112).
Introducción / 19

identificado cuatro linajes de DNA mitocondrial (mtDNA), llamados A, B, C


y D, dentro de las poblaciones del Nuevo Mundo, el linaje B no se encuentra
entre los siberianos actuales (Cann 1994). En cambio, éste se halla con alta
frecuencia entre los Sudamericanos, los Isleños del Pacífico y los Indonesios.
Después de considerar y rechazar explicaciones alternativas, Cann concluye
que

una ruta costeña a lo largo del litoral del Pacífico no explica la gra-
diente geográfica que se ve en las frecuencias del linaje B, las cuales son
siempre más altas en el sur. Viajeros del Pacífico pudieron haber con-
tribuído con este linaje a las Americas sin haber cruzado nunca el Es-
trecho de Bering. Un predicción de este modelo es que el linaje B sea vis-
to arqueológicamente como intruso y limitado a una antiguedad
cuando sabemos que ocurrían viajes frecuentes en la Remota Oceanía.

Basándose en la expansión del complejo de Lapita, Cann sugiere una


antiguedad de 6.000 años, la cual coincide con los comienzos de la cerámica
de Valdivia y de San Jacinto. Una encuesta comparando 13 marcadores gené-
ticos en grupos raciales diferentes alrededor del mundo revela cercanas simi-
litudes entre los descendientes jomon de Japon e indígenas colombianos:

En dicho estudio se encontró que los noanama [indios del sur del Cho-
có]...guardan estrecha relación con las poblaciones del Pacífico central
(Samoanos) y, curiosamente, se han visto más estrechamente relacio-
nados con marcadores genéticos japoneses. El hecho de que Japón, un
país con una de las más altas seroprevalencias contra el HTLV-l en el
mundo, principalmente entre los descendientes del antiguo período Jo-
mon—compartiera marcadores genéticos muy cercanos con los nativos
portadores noanama de Colombia nos llevo a sugerir que, probable-
mente, este virus había sido introducido a Sudamérica desde el Lejano
Oriente por una vía diferente y más directa que el estrecho de Bering, la
cual habría permitido unir las poblaciones japonesas con las sudame-
ricanas hace miles de años.

Además, estudios genéticos realizados recientemente en nativos suda-


mericanos mostraron que estos ancestros poseían marcadores geneti-
20 / Betty J. Meggers

cos dentro del antígeno de histocompatibilidad leucocitario (HLA) si-


milares a los descritos en poblaciones japonesas. Específicamente y de
manera interesante, los habitantes contemporáneos de la costa suroc-
cidental de Colombia, quienes presentan seropositividad contra el vi-
rus HTLV-1 y algunos de los cuales han desarrollado la enfermedad del
HAN/TSP, muestran marcadores genéticos idénticos a los hallados en
pacientes japoneses con HAM/TSP, ubicados principalmente en el sur
en los alrededores de la isla Kyushu. La posibilidad de arribos transpa-
cíficos directos explicaria las similitudes entre estas poblaciones aqui
comentadas y, curiosamente, dichos contactos transpacíficos han sido
sugeridos de manera reciente como la explicación más probable para
la presencia de algunos marcadores en el HLA de ancestros surameri-
canos, los cuales estuvieron totalmente ausentes en poblaciones simi-
lares del Norte y Centro América (León S. et al 1994:133-134, 1995).

El territorio ocupado por los noanama se extiende entre el Río San


Juan y la costa pacífica de Colombia, a traves de la ruta por la cual se postu-
ló la introducción de los elementos de la cerámica Valdivia incorporados en
el complejo de Puerto Hormiga en la costa norte de Colombia. La aparien-
cia del complejo cerámico de San Jacinto en la costa del Caribe es inteligible
dentro del contexto de la evidencia genética, porque los inmigrantes llegan-
do a la costa pacífica habrían tenido fácil acceso por el sistema de los ríos
San Juan y San Jorge (Fig. 5; Meggers, Evans y Estrada 1965: Fig. 104).

Evidencia Parasitológica

La presencia en poblaciones sudamericanas precolombinas de pará-


sitos intestinales de origen tropical del Viejo Mundo provee otra indicación
biológica de contacto transpacífico. A pesar de que grupos indígenas actua-
les pudieron haber sido infectados por inmigrantes recientes, varios casos
arqueológicos ampliamente separados geográficamente apoyan una anti-
guedad mayor. Se han identificado lombrices adultas en una momia perua-
na con una fecha de carbono-14 de circa 900 a.C. (Allison et al 1974) y hue-
vos y larvas en heces humanas de un sitio arqueológico en Brasil con fechas
que comienzan circa 2.400 a.C. (Ferreira et al 1983). Varias autoridades seña-
lan que “una especie biológica no surge en dos puntos y por tanto, la presen-
Introducción / 21

Figura 5. La costa pacífica de Colombia mostrando la relación entre la ubicación de la


tribu indígina noanama y la ruta natural entre las costas del Ecuador y el norte de
Colombia (según Meggers, Evans y Estrada 1965, Fig. 104a).
22 / Betty J. Meggers

cia de determinado parásito en dos regiones diferentes indica forzosamen-


te un contacto entre sus huéspedes en el pasado”. Dado que el ciclo vital no
se puede completar en suelo templado, “solamente las migraciones por mar
serían capaces de introducir ancilostomideos hacia América, particular-
mente las migraciones transpacíficas” (Araújo 1988, Araújo et al 1988, Con-
falonieri et al 1991).

Limitaciones de la Evidencia Arqueológica

Uno de los principales obstáculos para reconocer la influencia trans-


pacífica es la continuidad de la mayoría de los aspectos de la cultura recep-
tora. Así, la aparición de los rasgos olmecas parece compatible con el creci-
miento de las comunidades sedentarias, la estratificación social incipiente y
otra evidencia del aumento de complejidad cultural durante el segundo mi-
lenio antes de Cristo. De manera parecida, se cita la posible existencia de un
complejo cerámico más temprano en la costa del Ecuador para refutar la in-
troducción transpacífica de la cerámica Valdivia.
La dificultad en detectar la influencia extranjera se ha comentado
desde hace mucho tiempo por investigadores del temprano contacto espa-
ñol en Mesoamérica. En 1960, Foster señaló que “la cultura de la conquista
representa solamente una pequeña parte de la totalidad de rasgos y comple-
jos que forman parte de la cultura donante. Después, por medio de una se-
gunda filiación en la región geográfica de la población receptora, la cultura
de conquista disminuye aún más” (1960:227). Debido a que los contactos
transpacíficos no involucraron una cultura de conquista, el número de in-
migrantes debido haber sido escaso y no hubo un seguimiento. Consecuen-
temente, su impacto potencial debe ser valorado contra situaciones en lími-
te con la colonización española en lugar de áreas nucleares.
En esta conexión, es instructivo examinar la evidencia del temprano
impacto español en la costa oriental de Yucatán. Excavaciones en dos asen-
tamientos revelaron que:

Ni en Lamanai ni en Tipu existe evidencia específica de que los euro-


peos instituyeron o influenciaron la transformación de la tradición ar-
quitectónica indígena, a pesar del hecho de que mucha de la construc-
Introducción / 23

ción con fechado posterior a la llegada de los espanoles incorpora nu-


merosos rasgos distintos de los antecedentes precolombinos.

Particularmente en Tipu, las estructuras del período colonial represen-


tan una ruptura considerable con la tradición precolombina en varios
aspectos, pero las modificaciones se pueden atribuir tanto a cambios
autogenerados en la tradición arquitectonica comunal como a la in-
fluencia externa. Aquí, como en Lamanai, también es cierto que carac-
terísticas de la arquitectura precolombina, muchas de las cuales fueron
establecidas a finales del período prehistórico como reacción a la dimi-
nución de recursos materiales y también posiblemente a la decreciente
mano de obra, sobrevivieron durante el período histórico. Dentro del
contexto de cambio y continuidad, ninguna de las dos comunidades
parece incorporar estructuras levantadas para servir a propósitos nati-
vos pero incorporando técnicas de construcción o detailes del plan de-
rivados de modelos europeos. La tradición arquitectónica española
aparece sólo en las iglesias, como es de esperarse, pero aún así en con-
junto con técnicas de construcción indígenas (Pendergast 1993:119).

La conclusión de que las condiciones que oscurecen el reconoci-


miento de la influencia colonial—es decir, la comunicación limitada o indi-
recta entre los intrusos y las comunidades nativas, las excavaciones arqueo-
lógicas selectivas y la preservación diferencial— “dictan la máxima depen-
dencia posible en información que muy a menudo parece enloquecedora-
mente mínima” (Pendergast 1993:108), se aplica igualmente a la detección
de contactos transpacíficos precolombinos.
Otra advertencia del posible desemparejamiento entre la realidad y la
evidencia material proviene de la expansión de colonias musulmanas den-
tro de China desde el siglo 10 en adelante. A pesar de que los musulmanes
jugaron papeles importantes en el gobierno durante varios períodos, la evi-
dencia física de su presencia en la mayor parte de la China es muy escasa.
Templos tradicionales fueron transformados en mezquitas sin modificar
significativamente la arquitectura indígena y provistos de minaretes que se
parecen a “pagodas enanas” (Lawton 1991). Sin la evidencia histórica sería
difícil o imposible detectar la existencia y mucho menos el impacto, de la in-
fluencia musulmana en la historia de China.
24 / Betty J. Meggers

Explicando el Curso de la Evolución Cultural

La teoría evolucionista nos ofrece el único contexto comprensivo pa-


ra explicar el desarrollo cultural en todos los niveles durante el espacio y el
tiempo. Nos impide hacer preguntas inapropiadas. La busqueda de una so-
la causa para la evolución de los estados no es más justificable que la bus-
queda de una sola causa para la evolución de ojos. Nos suministra criterios
para distinguir rasgos morfológicos iniciales y derivados, así sean biológicos
o culturales, permitiendo la reconstrucción de relaciones históricas. Pero lo
más importante es que nos desvía la atención fuera del propósito humano
hacia las fuerzas básicas que controlaron este planeta desde su formación,
permitiéndonos prevenir y posiblemente aprender de evitar “la revancha de
las consecuencias indeseadas” (Tenner 1997).
Hoy en día encaramos una paradoja. La maduración de la comunica-
ción simbólica, la cual empezó a manifestarse durante el Paleolítico Supe-
rior, hizo posible acumular y diseminar información a través de barreras
geográficas, culturales, raciales y linguísticas, reduciendo la necesidad de
invenciones independientes múltiples. Los métodos de comunicación cada
vez más rápidos y eficientes a través de distancias siempre crecientes—ha-
bla, escritura, telégrafo, teléfono, fax, correo electrónico, internet— han
multiplicado las oportunidades para la elaboración y modificación de cual-
quier tipo de novedad. Simultáneamente, los avances acelerados en la velo-
cidad, memoria y magnitud del procesamiento de la información están ex-
pandiendo nuestros horizontes a la profundidad de las partículas sub ató-
micas y a las fronteras del cosmos (Taubes 1996). A fines del siglo 20, este
proceso provee a los seres humanos en todo el mundo, mayor cantidad de
información a mayor velocidad de lo que nos hubiéramos podido imaginar
aún pocos años atrás. Robos computarizados, vigilancia tecnológicamente
avanzada e “ingeniería en reverso” suplementan al plagio, el espionaje, el
contrabando, el comercio, el rapto y otros métodos tradicionales para difun-
dir conocimiento.
El impacto global de las transformaciones sociales, políticas y econó-
micas resultantes ya es suficiente para constituir la tercera revolución cultu-
ral mayor en la historia de la humanidad, conduciéndonos dentro de la
Edad de la Información. Las revoluciones Agrícola e Industrial provocaron
reorganizaciones traumáticas en todos los aspectos y niveles de la sociedad
Introducción / 25

y ahora estamos experimentando reajustes más notorios a una velocidad


mucho más acelerada.
Mientras que la Edad de la Información nos conduce dentro del espa-
cio cibernético, es importante recordar que los avances tecnológicos que
dominan nuestras vidas son el producto de colaboraciones interétnicas que
empezaron con la maduración de la comunicación simbolica. La aplicación
de la teoría evolucionista a la evidencia arqueológica puede revelar la mane-
ra en que la difusión de ideas e invenciones entre comunidades ampliamen-
te separadas estimulaba la elaboración cultural a través de todo el planeta.
Repudiar la existencia de este proceso defrauda a todas las poblaciones hu-
manas del reconocimiento de sus contribuciones a la historia verdadera y
nos consigna al dominio estéril y artificial de una realidad virtual.

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Capítulo 1

EXPLICANDO EL CURSO DE LOS


EVENTOS HUMANOS

Aunque han transcurrido más de cien años desde que Darwin nos de-
rrumbó del pedestal de la creación especial y nos arrojó entre los demás
vertebrados, todavía la aceptación de que nuestro comportamiento se pue-
de explicar en términos de la teoría evolutiva encuentra gran resistencia tan-
to entre científicos como entre el público. Es instructivo considerar esta an-
tipatía en el contexto del conocimiento actual de los orígenes del universo
y de la vida.
Ahora los astrónomos creen que una explosión entre 10 y 20 mil mi-
llones de años atrás creó toda la materia y energía que se encuentra incor-
porada dentro de los incontables cuerpos celestes arrojados a través del es-
pacio. Hace cerca de 4.600 millones de años, nuestro planeta se conformó a
la distancia apropiada de una estrella que tenía la intensidad correcta para
proveer las condiciones compatibles con la emergencia de la vida. Después
de otros 1.000 millones de años, la superficie de la tierra alcanzó un estado
adecuado para la supervivencia de moléculas con la capacidad de autore-
producción, pero muchos otros iones transcurrieron antes de que estas se
combinaran, creando organismos unicelulares quienes iniciaron un diálogo
evolutivo que transformó la biósfera y produjo millones de tipos de criatu-
ras, cuya diversidad morfológica enmascara su uniformidad química. La
biota que conocemos constituye el último capítulo de una épica larga, com-
plicada y vaga. Aunque muchos detalles permanecen obscuros, está claro
que nuestra existencia no es más inevitable y nuestra persistencia no más
probable que aquellas de cualquier otra especie que haya existido.
Comparado este panorama con el mensaje expresado o implícito en
los informes diarios de los periódicos, discursos políticos, propagandas, li-
bros— de hecho, en casi todo tipo de medio popular y académico—de que
nuestra especie no sólo ha superado las restricciones de la selección natu-
30 / Betty J. Meggers

ral, sino que ha conseguido controlar el medioambiente de la biósfera. La


sobre-explotación de los recursos renovables y el agotamiento de los no re-
novables, la contaminación de la atmósfera y el océano, el crecimiento ex-
plosivo de la población humana, la extinción de otras especies cuyos hábi-
tat nosotros destruimos—estos y otros procesos acelerantes son vistos como
fácilmente remediables, cuando y si decidimos tomar medidas. ¿El hecho
de que sólo nosotros hemos puesto al descubierto estructuras y eventos de-
masiado pequeños, distantes y antiguos para poder observarlos directa-
mente—y a partir de éstos hemos deducido las leyes que regulan las galaxias
y los átomos—no prueba que hayamos roto los lazos ecológicos que limitan
la libertad de todos los otros tipos de organismos?.
Presentadas estas dos interpretaciones, algunos de nosotros encon-
tramos la visión evolucionista más aceptable. Consideramos inconcebible
que nuestra especie tenga la capacidad de desvíar conscientemente—mu-
cho menos llegar a parar—procesos que han operado en una escala cósmi-
ca por miles de millones de años. Además, por debajo del revestimiento cul-
tural, el comportamiento humano es tan semejante al de otros animales que
se explica mejor por los principios generales de la evolución. Este trabajo
llamará la atención respecto a algunas de las restricciones inadvertidas que
disminuyen nuestra libertad de opción y examinará sus implicancias para el
curso futuro de los eventos humanos.
Primero se hace necesaria una breve disgresión debido a la perspec-
tiva antropocéntrica que no solamente domina el pensamiento popular, si-
no que también prevalece entre los científicos sociales. La “reacción visce-
ral” de la mayoría de los antropólogos es la de rechazar la posibilidad de que
aspectos del medioambiente estén fuera de nuestro control. Esta actitud se
encuentra aún en libros de texto sobre “antropología ecológica”. Una auto-
ridad nos dice, por ejemplo, que “Podemos...construir modelos del proceso
social que contengan muchos elementos que nos recuerden a los ecosiste-
mas naturales, pero podemos, si así lo queremos, permanecer agnósticos
sobre la cuestión de si este paralelismo hace necesario considerar a los sis-
temas sociales equivalentes a los ecosistemas” y que “la manipulación racio-
nal o intencional de los medio ambientes sociales y naturales constituye el
enfoque humano respecto a la Naturaleza” (Bennett 1976: 19-29, 3). Otra au-
toridad especifica que “usaremos el término sistema ecológico para evitar la
predisposición biológica asociada con la palabra ecosistema” (Hardesty
Explicando el curso de los eventos humanos / 31

1977:14, énfasis en el original) y asevera que “la evolución cultural induda-


blemente involucra algún tipo de proceso de ‘selección’, y probablemente
varios tipos, pero no es probable que algo análogo a la selección natural sea
común” (Hardesty 1977: 39). Resulta claro que afirmaciones como éstas re-
flejan en parte un mal entendido de principios biológicos cuando compara-
mos las circunstancias que los antropólogos consideran como distintivas de
la cultura con las declaraciones de los biólogos (Tabla 1).
La impresión de la singularidad humana está reforzada por la com-
plejidad y variedad de nuestro comportamiento. Siendo animales, tenemos
rangos de tolerancia a la temperatura y a la presión, habilidades para subsis-
tir con una vasta variedad de alimentos, y muchas otras características de-
terminadas por nuestra herencia genética. Tenemos también una dimen-
sión social, la cual no es exclusiva de nuestra especie o aún del orden Prima-
tes. Finalmente, tenemos cultura. Si somos o no únicos en este respecto de-
pende de como se defina la cultura (v.g. Bonner 1980), pero es cierto que el
grado de elaboración que hemos alcanzado no tiene precedente ni paralelo.
Nos alegramos por nuestra capacidad de escudriñar las profundidades del
tiempo y de exponer la estructura de los átomos, deteniéndonos sólo oca-
sionalmente para preguntarnos si nuestras percepciones de la “realidad”
son “verdaderas”. Mientras que una interpretación errónea de la historia del
universo no hace daño, excepto quizá para el ego de su proponente, una es-
timación errónea de nuestra capacidad de controlar el medioambiente pue-
de ser desastrosa. Es menester, entonces, examinar cuidadosamente nues-
tra situación. ¿Cuáles son los aportes relativos de nuestras herencias bioló-
gica, social y cultural? ¿Las limitaciones biológicas sobre el comportamien-
to cultural igualan o exceden el impacto de la cultura sobre los procesos bio-
lógicos? ¿Bajo qué circunstancias y en qué magnitud somos realmente capa-
ces de ordenar o aún de encauzar la evolución de la cultura?
Otro factor que inhibe la comprensión científica es la predisposición
inculcada en nosotros por los mismos fenómenos que estamos tratando de
estudiar. Creemos que la posesión de “conciencia cognitiva” nos separa de
los otros organismos y que nosotros solos podemos reconocer y resolver
“problemas”. De esta manera, cuando la caza y la recolección dejaron de
proveer suficiente comida, nuestros ancestros resolvieron el problema con
la domesticación de plantas y animales; cuando la producción de comida
cayó por debajo de los requerimientos de poblaciones en crecimiento, ellos
32 / Betty J. Meggers

produjeron granos de más alto rendimiento o mejoraron las condiciones


para su crecimiento; cuando se necesitó la alfarería, se la inventó.
La visión antropocéntrica de que “una respuesta beneficiosa a un
problema medioambiental no puede hacerse a no ser que el organismo es-
té consciente de que existe un problema” (Hardesty 1977: 28) contrasta con

Tabla 1. Semejanzas entre los procesos culturales y biológicos, vistas


como diferentes por los antropólogos

Antropólogos Biólogos

“Las variaciones culturales ....no son capaces ..”la reproducción sexual, la cual probable-
de una reproducción y transmisión precisa de mente ocurrió temprano en la evolución,
padres a hijos como lo son las variaciones ge- obliga al reajuste de los programas genéticos
néticas; al contrario, ellas son susceptibles de en las poblaciones que pueden entrecruzarse.
combinaciónes y reinterpretaciónes infinitas. Como resultado, cada programa genético (es
característica de la variación cultural la que decir cada individuo) es diferente de los otros.
hace que sea un proceso análogo a la selec- Este reacomodamiento permanente de los
ción natural cuestionable como responsable elementos genéticos provee tremendas po-
de la diferenciación evolutiva” (Hardesty 1977: tencialidades de adaptación ( Jacob 1977:
38) 1166)

“Mientras la historia sociocultural humana, “Mientras más estudio la evolución más


como la historia biológica, implica procesos estoy impresionado por la originalidad,
generales y predecibles, dadas las condiciones la impredecibilidad y la irrepetibilidad
específicas, su curso verdadero implica una de los eventos evolutivos” (Mayr 1976:
interacción inmensamente compleja de pro- 317).
cesos socioculturales y ecológicos, lo cual es,
en su concreción total, impredecible e irrepe-
tible” (Fallers 1974: 140).

“Cualquier teoría de ecología humana o cultu- “El aspecto más emocionante de la biología es
ral que esté basada en la proposición de que que , en contraste con la física y la química, no es
las relaciones del Hombre con la Naturaleza posible reducir todos los fenómenos a unas po-
pueden ser entendidas sobre la base de méto- cas leyes generales. Nada es tan típicamente
dos y conceptos derivados de la ecología bio- biológico como la interminable variedad de so-
lógica, tiende a descuidar la variabilidad y la luciones que encuentran los organismos para
apertura del proceso del comportamiento hu- enfrentarse con desafíos medioambientales
mano...” (Bennett 1976: 245) similares”(Mayr 1976: 424).
Explicando el curso de los eventos humanos / 33

el principio biológico de que “cualquier cosa que aumente la probabilidad


de supervivencia y el éxito reproductivo será seleccionada automáticamen-
te” (Mayr 1976: 38). ¿Podemos ignorar sin peligro la posibilidad de que los
patrones de comportamiento cultural se originaron y persisten por la selec-
ción natural antes que por la selección consciente? ¿O que las elecciones di-
rigidas a una meta constituyen una manera de incrementar la variación al
azar sobre la cual puede operar la selección (Dunnell 1981: 210)? ¿Podemos
estar seguros de que la conciencia cognitiva no es una ilusión fomentada
por la selección natural como un mecanismo de adaptación?
Cuando nos miramos a nosotros mismos desde la perspectiva de la
selección natural, podemos ver dos maneras principales de examinar la
cuestión de como se adaptan los seres humanos. Una es la interfase entre la
biología y la cultura: ¿en qué magnitud nuestro comportamiento tiene una
base genética y cuáles son los efectos biológicos de las prácticas culturales?
La otra es el proceso de evolución: ¿en qué magnitud son las causas de cam-
bio biológico y cultural semejantes y cuáles son las consecuencias de las di-
ferencias en los métodos de transmisión de innovaciones?
La interacción biocultural se manifiesta en los efectos de la dieta, el
conocimiento médico, valores, relaciones sociales, y otras variables cultura-
les sobre la estatura, expectativa de vida, frecuencia de patologías específi-
cas, fertilidad, y otras diferencias biológicas entre individuos y poblaciones.
También existen correlaciones más sutiles entre los atributos fisiológicos y
las prácticas culturales. Las consecuencias genéticas de la “autodomestica-
ción” están haciéndose suficientemente salientes para despertar preocupa-
ción sobre sus implicancias a largo plazo (Neel 1983). El aspecto comple-
mentario de la interfase biocultural—la medida en la cual el comportamien-
to cultural está encauzado biológicamente—está siendo explorado por los
sociobiólogos. Claramente, el nuestro es un “mundo simio”, como fuera de-
signado hace medio siglo (Day 1936), y nuestro comportamiento e institu-
ciones serían diferentes si fueramos felinos o bovinos en lugar de primates.
Queda por ser establecido si expresiones culturales específicas reflejan dife-
rencias biológicas entre poblaciones humanas, antes que la operación de
procesos selectivos semejantes a aquellos responsables por las configura-
ciones biológicas.
Quiero aplicar la perspectiva de la teoría evolucionista a la cuestión
de cómo se adaptan los seres humanos. Si miramos hacia atrás el camino
34 / Betty J. Meggers

que siguieron nuestros ancestros, podemos ver que el comportamiento pro-


gramado genéticamente era paulatinamente suplementado y luego progre-
sivamente suplantado por el comportamiento aprendido como medio de
articulación de individuos con sus medioambientes. La cultura, que es la
culminación de esta tendencia y el modo dominante de adaptación del Ho-
mo sapiens, es un tipo especializado de comportamiento aprendido. Los in-
dividuos quienes podían mejorar lo que se les enseñaba y transmitir un cú-
mulo de información más grande y más fiable a sus contemporáneos y des-
cendientes daban a los útimos una mejor posibilidad de sobrevivencia.
Mientras más se elaboraran las prácticas culturales, aquellos individuos y
grupos que las poseían eran capaces de reducir mejor el impacto de las cri-
sis devastadoras. Nuevamente, los más hábiles sobrevivían y se multiplica-
ban.
Aunque el objeto primario de la selección natural se ha movido pau-
latinamente de la fuerza y la agilidad biológica hacia las herramientas y el
conocimiento cultural, los procesos iniciados cuando comenzó la vida han
permanecido (aparentemente) sin cambio. Los mismos principios rigen la
progresión biológica desde los organismos unicelulares hasta los mamíferos
superiores y la progresión cultural desde las bandas familiares hasta los “su-
perpoderes” (Bonner 1980).
Visualizar el comportamiento cultural a través de lentes distorciona-
dos por la exposición a las teorías y métodos de las ciencias naturales sugie-
re que mucha de la confusión, discordia, incertidumbre y tensión general
prevaleciente entre los científicos sociales refleja el fracaso para alcanzar
dos metas fundamentales para la investigación científica: (1) desarrollar un
marco teórico general útil para identificar clases de datos culturales signifi-
cativos y para generar hipótesis para explicarlos y (2) liberarnos suficiente-
mente de las predisposiciones negativas implantadas por la cultura para po-
der examinar objetivamente el comportamiento humano. Estos dos hilos
están entretejidos: hasta que no consigamos objetividad, no podremos in-
crementar nuesta comprensión científica, pero la adquisición de la com-
prensión requiere más objetividad de la que poseemos ahora.
Nuestra búsqueda de comprensión está impedida aún más por el he-
cho de que nuestras herramientas no solamente son parte de nuestro obje-
to de estudio, sino que se han desarrollado en el contexto de una variedad
de cultura particular. La fuerza de este obstáculo es evidenciada por el pro-
Explicando el curso de los eventos humanos / 35

greso mínimo hacia su erradicación. El primer paso es un reconocimiento


claro de su existencia; el segundo es reunir las claves relevantes que tene-
mos para explicar el comportamiento humano y examinar cómo pueden ser
integradas y aumentadas.
En las páginas que siguen, presentaré algunos de los aspectos de la
teoría evolucionista que me parece se deben tomar en cuenta para explicar
los fenómenos culturales que de otra manera se hacen ininteligibles. Se
asumirá que son válidas las siguientes proposiciones:

1 la evolución es un proceso universal y contínuo que opera ahora


esencialmente como lo hacía cuando comenzó la vida.
2 la cultura es una forma de comportamiento adaptativo que da al Ho-
mo sapiens una capacidad única de responder a las presiones me-
dioambientales rápida y variablemente así como de afectar drástica e
irreversiblemente el medioambiente global.
3 “la diversidad y la adaptación armoniosa del mundo orgánico [es] el
resultado de una producción constante de variación y de los efectos
selectivos del medioambiente” (Mayr 1963: 1), y la diversidad del
mundo cultural es atribuíble al mismo tipo de interacción.

Después de describir las semejanzas en las fuentes de diversidad y los


mecanismos para la preservación diferencial de las innovaciones biológicas
y culturales, revisaré algunas de las consecuencias de sus métodos diferen-
tes de transmisión. Finalmente, examinaré algunas de las implicancias de
este punto de vista.

Fuentes de Diversidad

Los cambios biológicos y culturales son muy semejantes en su géne-


sis e implementación. Las mutaciones, las cuales crean nuevos genes, son
comparables a las invenciones y los descubrimientos. La recombinación ge-
nética altera las secuencias de los genes en los cromosomas, produciendo
nuevos efectos fenotípicos. Resultados semejantes siguen a las nuevas com-
binaciones de rasgos culturales, como cuando los animales domésticos fue-
ron atados a carros y arados. El flujo de genes difunde las variaciones de una
población a otra para proveer la oportunidad de combinaciones nuevas.
36 / Betty J. Meggers

Su contraparte cultural, la difusión, dispersa las ideas y los objetos entre las
poblaciones humanas.
La distribución al azar, también conocida como el “efecto fundador”,
causa una representación desigual de genes ancestrales entre dos o más po-
blaciones previamente interactuantes, conduciendo a su diversificación.
Divergencias semejantes se observan en el comportamiento cultural y en el
idioma de grupos humanos cuya comunicación ha sido reducida o termina-
da. Finalmente, la deriva genética, la cual cambia paulatinamente la repre-
sentación de alelos en una población, es homóloga a la deriva cultural, la
cual produce alteraciones graduales en el comportamiento cultural.
La variabilidad biológica y cultural comparten otras características.
La mayoría de las innovaciones biológicas o no llevan a una ventaja inme-
diata o son nocivas para sus poseedores (Mayr 1976: 522; Blute 1979: 56). La
literatura etnográfica da fé de la represión y el ostracismo que se impone a
los individuos desviados, cuyo comportamiento se cree que amenaza la se-
guridad de la comunidad. Aunque una diversidad interna mayor es tolerada
por las sociedades complejas, todavía penalizamos a los inconformes (v.g.
usuarios de drogas y homosexuales), quienes parecen desafiar la validez de
los valores e instituciones dominantes.
La producción contínua y al azar de innovaciones tanto biológicas co-
mo culturales provee el potencial para un rápido reajuste cuando un com-
portamiento exitoso se torna obsoleto. La velocidad con la cual ciertos tipos
de insectos han desarrollado tolerancia a los pesticidas es un ejemplo dra-
mático de la importancia que para una especie tiene el mantener la hetero-
geneidad biológica. Las prácticas culturales minoritarias han jugado pape-
les semejantes durante períodos de crisis. Las religiones mundiales domi-
nantes muestran su rastro en cultos locales insignificantes, cuyos valores
fueron preadaptados para la manutención del orden bajo condiciones polí-
ticas y económicas diferentes.
De vez en cuando, una innovación extraña inicia una nueva línea de
evolución. Entre los animales, los insectos y los vertebrados parecen haber
surgido de especies ancestrales distintas que desarrollaron especializacio-
nes peculiares (Mayr 1976: 522). Entre las culturas, la invención de la má-
quina a vapor, fue seguida por consecuencias impredecibles y penetrantes.
Hoy, nuestras vidas están siendo drásticamente alteradas por la ramifica-
ción explosiva de la microelectrónica.
Explicando el curso de los eventos humanos / 37

Perpetuación Diferencial de Innovaciones

Los mecanismos para la perpetuación diferencial de las innovaciones


biológicas y culturales son también semejantes, como debería esperarse si
el proceso evolucionista fuera universal. Muchos científicos sociales se opo-
nen a aplicar el término “selección natural” a los fenómenos culturales y han
propuesto sustituirlo por “selección cultural” (v.g. Durham 1976: 91). Debi-
do a que el concepto de selección natural es anterior al descubrimiento de
los medios genéticos de transmisión de variaciones biológicas, y a que los
mismos tipos de procesos pueden ser observados entre fenómenos biológi-
cos y culturales, me alíneo con aquellos que prefieren una definición no ge-
nética de la selección natural (v.g. Richardson 1977: 14)
Entre las manifestaciones de procesos selectivos compartidos por los
fenómenos biológicos y culturales están la radiación adaptativa (Kottak
1977; Linares 1977), la especialización de nichos (Despres 1969), el mutua-
lismo (Peterson 1978), la exclusión competitiva (Margolis 1977), la conver-
gencia fenotípica (Rhodes y Thompson 1975; Adams 1966; Meggers 1972), y
el equilibrio en las razones área-diversidad (Terrell 1977). El espacio dispo-
nible no permite ejemplificar todos estos, y algunos, como la exclusión
competitiva, son obvios. La mayoría de nosotros lo experimentamos al en-
contrar un cónyugue, al ganar admisión a una universidad, al conseguir tra-
bajo, al obtener fondos para un proyecto de investigación o un préstamo pa-
ra comprar una casa y en otras innumerables situaciones. Las sociedades
más pequeñas y simples salen perdiendo frente a las más grandes y avanza-
das, un proceso que se mueve en muchas partes del mundo actual. Los
ejemplos biológicos y culturales de convergencias y de proporciones área-
diversidad ilustran su semejanza.
La convergencia—el surgimiento de formas similares de anteceden-
tes diferentes—es una de las expresiones más fascinantes del proceso evolu-
tivo. Puede manifestarse biológicamente en el desarrollo independiente de
estructuras que parecen diferentes pero que desempeñan la misma función,
como las alas de murciélagos y pájaros y las colas bifurcadas de ballenas y
peces, o puede llevar a semejanzas morfológicas sorprendentes, tales como
las alas membranosas de murciélagos y de pterodáctilos o las hojas con
“puntas goteantes” y los contrafuertes horadados de los árboles en la selva
tropical.
38 / Betty J. Meggers

Especies no emparentadas que ocupan nichos equivalentes en conti-


nentes diferentes pueden parecerse unas a otras más que con sus parientes
biológicos. Entre los ejemplos de la fauna mamífera de los trópicos africa-
nos y americanos están los pangolines y los armadillos, los hipopótamos
pigmeos y los capyvaras, los antílopes reales y los agoutis (Bourlière 1973:
Fig. 1). En mayor escala, comunidades de plantas pueden ser tan parecidas
que sólo un especialista puede decir si una fotografía dada retrata, por ejem-
plo, a un paisaje desértico en la provincia de Catamarca, Argentina, o a una
“foresta” de cacti saguaro en el sur de Arizona de los Estados Unidos.
Las convergencias culturales son igualmente impresionantes. Los
rasgos y complejos prehistóricos de regiones ampliamente separadas con
medioambientes semejantes son a menudo extraordinariamente parecidas.
En los tiempos del contacto europeo, las florestas del este de América del
Norte y de la cuenca amazónica de América del Sur estaban habitados por
agricultores itinerantes, quienes vivían en casas comunales de troncos y pa-
ja, a menudo rodeadas por empalizadas defensivas; contemporáneamente,
los desiertos del suroeste de los Estados Unidos y del noroeste de Argentina
fueran ocupados por grupos que practicaron la agricultura seca o la irriga-
ción, vivieron en “pueblos” multihabitacionales, y decoraron su alfarería
con motivos geométricos idénticos, realizados en negro sobre un fondo
blanco (Meggers 1972). Las formas de vida tradicionales en el altiplano de
Suiza y los Himalayas comparten detalles de cultura material, técnicas de
subsistencia, tenencia de la tierra, y organización sociopolítica, incluyendo
elementos tan específicos como matrimonio retardado, alta frecuencia de
celibato, y baja tasa de nacimiento (Rhodes y Thompson 1975).
La evolución de la sociedad urbana en el México precolombino siguió
a aquella de Mesopotamia por varios milenios, pero los tipos de institucio-
nes sociopolíticas y religiosas, y sus secuencias cronológicas en las dos re-
giones son muy semejantes. Adams, quien hizo una comparación detallada,
concluyó que “Hemos tratado con ejemplos independientemente recurren-
tes de una secuencia causa-efecto única y fundamental” que “no implicó la
reconstitución de un patrón predeterminado, sino una interacción continua
de fuerzas complejas y localmente distintivas, cuyas formas y efectos espe-
cíficos no pueden ser abstraídos totalmente de sus contextos geográficos e
históricos inmediatos” (1966: 173). Un biólogo no podría haberlo expresado
mejor.
Explicando el curso de los eventos humanos / 39

Las convergencias culturales son a menudo interpretadas por los an-


tropólogos como prueba de la creatividad humana, antes que como conse-
cuencias de la selección natural, pero algunos tipos de patrones comparti-
dos por las configuraciones biológicas y culturales son más difíciles de des-
cartar de esta manera. Consideremos, por ejemplo, la correspondencia en-
tre la razón de área-diversidad exhibida por la fauna avícola y los idiomas in-
dígenas en las Islas Salomón (Figs.1-2; Tabla 1) en el oeste de Melanesia (Te-
rrell 1977). Los biogeógrafos han encontrado que el número de especies de
aves terrestres y de agua dulce en cada una de las islas principales del archi-
piélago está tan cercanamente correlacionado con su tamaño que el núme-
ro equilibrado de especies de una isla puede ser predicho si su tamaño es
conocido. Factores medioambientales, tales como la diversidad creciente
de los nichos con el incremento del tamaño, son la base de esta “regla”, pero
la rigidez de la razón es notable.

Figura1. Razón entre el área de la isla y el


número de especies de pájaros terrestres y
de agua dulce en las Islas Salomón de Me-
lanesia (según Terrell 1977, Fig. 3a).

Figura 2. Razón entre el área de la isla y el núme-


ro de idiomas indígenas hablados en las Islas Sa-
lomón (según Terrell 1977, Fig. 5).
40 / Betty J. Meggers

Más notable aún es el descubrimiento de que el número de idiomas


hablados en una isla dada es también cercanamente predecible por su área.
Como los idiomas no tienen una dimensión ecológica aparente, se podría
esperar que el monolingüismo sería ventajoso. No hay una explicación ob-
via para esta correspondencia, más que la existencia de fuerzas selectivas
fundamentales semejantes, actuando tanto en el sistema biológico como en
el cultural. Si esto es aceptado, debemos entonces preguntarnos ¿cuánto de
nuestro comportamiento está gobernado por tales imperativos no percibi-
dos? ¿Cúanto control tenemos realmente sobre los procesos básicos que
nos enredan?

Transmisión de Innovaciones

Las diferencias en métodos de transmisión de fenómenos biológicos


y culturales tienen consecuencias evolutivas significativas. Las innovacio-
nes biológicas son perpetuadas principalmente por la reproducción, la cual
es una calle de una sola vía. Los hijos heredan de sus padres, pero no pue-
den reciprocar. Es más, la composición genética de cada individo se deter-
mina en el momento de su concepción. Aunque novedades con valor adap-
tativo pueden difundirse rápidamente en poblaciones de procreación rápi-
da, ellas están confinadas dentro de la especie. En cambio, las innovaciones
culturales, siendo transmitidas por el aprendizaje, burlan las barreras de pa-
rentesco, edad, sexo, generación, raza, idioma, y áun proximidad física. El
aprendizaje también elimina la necesidad de repetir secuencias de desarro-
llo e invenciones. La cantidad y la variedad de mecanismos para facilitar la
difusión del conocimiento testifican los beneficios de este atajo (Meggers
1985) y la velocidad con la cual pueden difundirse las innovaciones es im-
presionante. La aparición de puntas de proyectil de piedra en el extremo sur
del Hemisferio Occidental unos pocos siglos después de su adopción por los
paleoindios norteamericanos es un ejemplo particularmente impresionan-
te. Las nuevas tecnologías pueden ser empleadas por grupos que obtienen
el producto final por medio del comercio, en lugar de aprender los métodos
para su manufactura. Los individuos y las comunidades pueden pasar di-
rectamente de la Edad de Piedra a la Edad Nuclear en pocas semanas o aún
en pocas horas (Fig.3).
Explicando el curso de los eventos humanos / 41

Otro efecto secundario importante de los métodos diferentes de


transmisión biológica y cultural es el potencial para acumular variaciones.
Aunque la cantidad de información almacenada en cada organismo biológi-
co es fenomenal, los cambios implican substituciones antes que adiciones
(excepto cuando aumenta el número de cromosomas). La variación cultural
no está restringida de manera semejante. El conocimiento adquirido por
cada generación puede ser añadido al previamente acumulado por el mis-
mo u otro grupo. Innovaciones que se originan en momentos distintos y en
lugares diferentes pueden ser combinadas, como cuando las máquinas a va-
por fueron colocadas sobre ruedas. Técnicas abandonadas pueden ser resu-
citadas, como ocurrió en Israel, donde un método antiguo de captar la hu-
medad producida durante la condensación nocturna ha sido usado para re-
cuperar el desierto.

Fig.3. “Así por una votación de 8 a 2 hemos decidido saltear la Revolución Industrial completa-
mente, e ir directamente a la Edad Electrónica” (copyright 1981 por Sidney Harris; revista Ame-
rican Scientist).
42 / Betty J. Meggers

Las ventajas de la transmisión cultural de innovaciones sobre la


transmisíon biológica están compensadas por desventajas potencialmente
serias. A nivel biológico, un flujo de genes no bloqueado sería nocivo porque
podría disolver las combinaciones adaptativas tan rapidamente como las no
adaptativas. Las barreras genéticas entre las especies son un compromiso
que permite tanto la variación intra-específica como la diversificación inter-
específica (Mayr 1976: 19, 519). Las combinaciones exitosas pueden ser per-
petuadas y las inferiores eliminadas por selección natural. En el nivel cul-
tural, la tremenda capacidad para la dispersión de ideas e invenciones que
conllevan superioridad adaptativa es también incompatible con el desarro-
llo y mantenimiento de configuraciones sociales viables.
Hay evidencia abundante de que barreras comparables a aquellas
que impiden el flujo genético entre especies previenen la difusión masiva de
innovaciones culturales. Entre estas están la difundida actitud de que los
miembros de otros grupos son inferiores e indignos de imitación; la visión de
que los rasgos culturales son tan inalienables como las características bioló-
gicas y por lo tanto imposibles de adquirir; la creencia que los extranjeros son
hostiles y que se deben evitar las relaciones con ellos. Mecanismos que im-
piden el flujo cultural se vinculan con métodos de afirmación de la identidad
étnica del grupo, tales como patrones de pintura corporal, vestimenta, esti-
los de pelo, banderas, restricciones dietéticas, ceremonias, mitos, jerga, y
otros tipos innumerables de “emblemas”. La importancia de estos mecanis-
mos de aislamiento queda claramente testificada por la desmoralización y la
desintegración que resultan cuando cesan de ser adecuados.
Un cambio reciente de actitud entre la población de los Estados Uni-
dos es interesante en esta conexión. Hasta hace unas pocas décadas, la me-
ta de las minorías era la de integrarse, de dejar atrás el comportamiento, los
valores y la evidencia material de sus antecedentes. Ahora, el énfasis está en
la preservación de la identidad étnica y racial. ¿Ha ido la homogeinización
cultural demasiado lejos? La comunicación instantánea por radio y televi-
sión, el translado rápido de gente y mercancías, y la estandarización a nivel
nacional de comida, ropa, transporte y entretenimiento da un barniz de
apariencia homogéneo en una escala sin precedentes. Estamos aprendien-
do del peligro del monocultivo entre las plantas domesticadas; ¿es tan peli-
groso culturalmente como lo es biológicamente?. ¿Están trabajando meca-
nismos profundos de selección natural para preservar la heterogeneidad
cultural?
Explicando el curso de los eventos humanos / 43

La cultura no solamente proporciona la oportunidad de adoptar téc-


nicas e ideas inventadas en otros lugares, también permite el traslado de
grandes cantidades de mercancías de un lugar a otro. Esta capacidad pue-
de ser también un beneficio combinado. En tanto que la supervivencia de-
pendió de un éxito a largo plazo en la explotación del medioambiente inme-
diato, un grupo que excedió su provisión de alimentos o que experimentó
escaséz por causas naturales era forzado a corregir el desbalance incremen-
tando temporalmente su tasa de muerte, alterando su patrón de subsisten-
cia, o emigrando. A través de los milenios, los procedimientos que minimi-
zarán el estrés de subsistencia y la degradación medioambiental fueron per-
petuados e institucionalizados.
En la Amazonía, las aldeas eran pequeñas, temporales, y dispersas; la
comida se obtenía por medio de la caza, la pesca, la recolección de plantas
silvestres, y el cultivo en claros temporarios en la floresta. Varias costum-
bres, tabúes y actitudes mantenían el tamaño de la población compatible
con la capacidad de carga. Los seres humanos estaban integrados dentro
del ecosistema, afectándolo poco más que otros componentes de la biota.
En el extremo opuesto, el paisaje natural del norte de China era paulatina-
mente remodelado hacia un ecosistema artificial estable, que pudiese sus-
tentar indefinidamente una población humana densa.
En otros tiempos y lugares, configuraciones culturales aparentemen-
te exitosas evolucionaban y luego se desintegraban. ¿Fue el cambio climáti-
co la causa del fracaso de la subsistencia? ¿Sobrepasó la población sus recur-
sos alimenticios? ¿O factores culturales, como la guerra, la insurrección, la
distribución desigual de la riqueza, y la transformación ideológica alteraron
el balance? La dificultad para evaluar la evidencia se testifica por el debate
contínuo sobre el colapso de la civilización Maya poco antes del contacto
europeo.
Medidas compensatorias culturales, tales como el transporte de co-
mida, materias primas y mercancías terminadas de la región de origen ha-
cia consumidores cada vez más distantes, hacen posible configuraciones
adaptativas más grandes y más estables. Ellas también han permitido a
nuestra especie expandirse temporal o permanentemente dentro de hábi-
tats donde se excluya la autosuficiencia. Ahora, son capaces de amortiguar
los efectos del cambio medioambiental local en una escala sin precedentes,
no sólo salvando de la extinción de poblaciones que rebasan su suministro
44 / Betty J. Meggers

de comida, sino permitiéndoles siguir creciendo. Pero el tamaño y la com-


posición de nuestro planeta están fijados,como lo están los parámetros den-
tro de los cuales puede existir la vida tal como la conocemos. Estamos cam-
biando estos parámetros tan rápidamente que muchos otros tipos de orga-
nismos son incapaces de adaptarse. Si nuestra especie sobrevivirá es una
cuestión que todavía no podemos contestar.

El Contexto Cultural de la Percepción

Una de las razones por la que no podemos evaluar las consecuencias


de nuestras acciones es que nuestras percepciones están programadas tan-
to por la cultura como por el lenguaje. Aunque los físicos y los astrónomos
han sido obligados a reconocer que los conceptos tradicionales de tiempo y
espacio no necesariamente guardan relación con el comportamiento del
cosmos, generalmente se asume que la comprensión de los procesos natu-
rales y culturales está dentro de nuestra capacidad y depende primariamen-
te del desarrollo de instrumentos apropiados y de la identificación de las re-
laciones claves. La magnitud en que nuestras imaginaciones están restrin-
gidas por la gramática de nuestros idiomas es rara vez considerada.
La falacia de creer que las leyes de la lógica son las mismas para todos
los observadores, no importa el idioma que ellos hablen, fue señalada por
Whorf hace más de cincuenta años. El notó que la visión del mundo que
prevalece hoy creció en el contexto de los idiomas indo-europeos, los cuales
tratan al tiempo como una entidad que puede ser medida y contada y—con-
secuentemente—gastada, desperdiciada o ahorrada. Otros idiomas tratan al
tiempo como un proceso, una continuidad o un ciclo. No se puede hablar
de diez días de la misma manera como se lo hace al referirse a diez libros o
diez casas. El verano no es una unidad, sino un período con ciertas caracte-
rísticas climáticas. En la opinión de Whorf: “Si una civilización como la
nuestra podría ser posible con un manejo linguístico del tiempo amplia-
mente diferente es un gran interrogante.... Por supuesto, estamos estimula-
dos a usar calendarios y relojes, y para tratar de medir el tiempo de manera
cada vez más precisa; esto ayuda a la ciencia, y la ciencia a su turno, siguien-
do estas muy utilizadas grietas culturales, devuelve a la cultura un cúmulo
siempre creciente de aplicaciones, hábitos, y valores, con los cuales la mis-
ma orienta nuevamente a la ciencia” (1941b:89).
Explicando el curso de los eventos humanos / 45

Cuando tenemos dificultad en imponer nuestra actitud respecto al


tiempo en gente cuyos idiomas y culturas lo tratan de manera distinta, los
acusamos de indolencia, estupidez y obstinación. Como idiomas con gra-
máticas muy diferentes pueden ser hablados por la misma persona, asumi-
mos erradamente que los procesos del pensamiento y los comportamientos
asociados son fácilmente traducibles.
Otro elemento de los idiomas indo-europeos que colorea nuestras
percepciones es la construcción de oraciones con sujeto y predicado. Algo o
alguien realiza una acción. Cuando analizamos los eventos desde esta pers-
pectiva, probablemente los simplificamos. Por ejemplo, el hecho de que los
cocodrilos comen pescado implica que su eliminación proporcionará ma-
yor disponibilidad de pescado para el consumo humano. Sin embargo, el
eliminarlos de un tributario del Amazonas tuvo un efecto contrario. Hubo
un pronunciado decrecimiento en la abundancia de pescado. Un ecólogo
estudió la cadena alimenticia y encontró que los cocodrilos contribuían más
en nutrientes al régimen acuático local que lo que extraían en comida. Su
contribución era, de hecho, esencial para el mantenimiento de la cadena ali-
menticia (Fittkau 1970). Nadie sabe si las estructuras de los idiomas indíge-
nas amazónicos, los cuales son muy diferentes de los indo-europeos, facili-
taron la adaptación de sus hablantes por impedir percepciones erróneas se-
mejantes, pero valdría la pena hacer tal investigación.
La gran variedad de formas de percepción incorporadas dentro de los
cientos de idiomas que han sido registrados es un recurso que rara vez ha si-
do reconocido, tal vez porque nos han enseñado que todos los idiomas pue-
den ser traducidos a todos los otros. Mientras ésto es verdad en términos
generales, distinciones sutiles se pierden aún entre idiomas que están cerca-
namente relacionados. La facilidad del portugués para transformar sustan-
tivos en verbos permite matices que no pueden ser preservadas en la traduc-
ción al inglés. Diferencias de percepción mucho más profundas se ocultan
al traducir idiomas con estructuras gramaticales, formas de clasificar even-
tos, y formas de lógica distintas (Figs. 4 y 5). Whorf observa que “el examen
de otros idiomas y la posibilidad de nuevos tipos de lógica que han sido pro-
puestos por los estudiosos modernos sugiere que este asunto puede ser sig-
nificativo para la ciencia moderna. Nuevos tipos de lógica pueden eventual-
mente ayudarnos a comprender cómo es que los electrones, la velocidad de
la luz y otros componentes de la temática de estudio de la física parecen
comportarse ilógicamente, o que los fenómenos que desobedecen el robus-
46 / Betty J. Meggers

to sentido común de antaño pueden ser sin embargo verdaderos”


(1941a:20).

Figura 4. Las diferentes formas de separar los significados (pensamientos) emplead-


os en inglés y Shawnee (un idioma indio norteamericano) para describir el mismo
procedimiento–aquel de limpiar un arma pasando una baqueta a lo largo de
ella–refleja distintos tipos de lógica. Los pronombres “I” e “it” en inglés tienen el
mismo significado que “ni” y “a” en Shawnee y no son representados (según Whorf
1940, Fig. 1).

Figura 5. En inglés y nootka (un idioma indio norteamericano) se emplean distin-


tos conceptos para describir el mismo evento. La oración en inglés es divisible en
sujeto y predicado; la equivalente nootka es una palabra, consistente en la raíz
“tl’imsh” con cinco sufijos. Aunque es difícil de comprender para un hablante de
inglés, la formulación nootka es completa y lógica (según Whorf 1941a, Fig.2).
Explicando el curso de los eventos humanos / 47

Él enfatiza la importancia de preservar la diversidad lingüística para


escapar a la trampa etnocéntrica, al decir: “Creo que aquellos quienes ima-
ginan un mundo futuro donde se hable solamente una lengua, sea el inglés,
el alemán, el ruso o cualquier otro, sostienen un ideal mal orientado y le ha-
rían el peor servicio a la evolución de la mente humana. La cultura occiden-
tal ha hecho por medio del idioma, un análisis provisional de la realidad y
mantiene inflexiblemente aquel análisis como el final. Los únicos correcti-
vos descansan en todas aquellas otras lenguas, las cuales por iones de evo-
lución independiente, han llegado a un análisis provisional diferente, pero
igualmente lógico” (1941a:23).

Algunas Implicancias

Admitir que somos productos de la evolución nos obliga a confrontar


varios hechos que preferiríamos ignorar. Uno es que la selección natural es
oportunista y amoral. La compasión y la caridad son conceptos extraños;
“tendría” y “debería” son verbos irrelevantes. Muchas más especies se han
extinguido que las que ahora sobreviven. Paisajes íntegros, compuestos de
flora y fauna tan improbables hoy como aquellos de ciencia ficción, han
aparecido y desaparecido. No somos importantes en la historia de nuestro
planeta, el cual se desenvolvió muy bien sin nosotros por varios cientos de
millones de años. Si perdemos la flexibilidad para adaptarnos, también nos
extinguiremos. En ese caso, otras especies tomarán nuestro lugar, llenarán
nuestro nicho y seguirán con el proceso evolutivo—a no ser que, al pasar, al-
teremos las condiciones para la vida de tal manera que ninguna forma orgá-
nica existente pueda sobrevivir.
Otro factor crítico es nuestra ignorancia acerca de los procesos funda-
mentales de la naturaleza. Estamos comenzando a ver que las interacciones
biológicas son encauzadas por reacciones químicas y físicas, y que estas a su
turno están gobernadas por fuerzas físicas tremendamente poderosas. Aun-
que la física es una disciplina antigua, todavía los físicos están descubrien-
do entre los átomos y las estrellas novedades que resisten explicación. La
biología es mucho más joven y ha llegado lejos desde los días pre-darwinia-
nos, pero recién estamos comenzando a apreciar la madeja maravillosa del
código genético, la diversidad sorprendente de los seres vivientes y la com-
plejidad increíble de los ecosistemas. Las ciencias sociales apenas han pe-
48 / Betty J. Meggers

netrado en el complejo laberinto de las estructuras e interacciones cultura-


les, obstaculizadas aún más que los físicos y los biólogos por los sesgos in-
culcados por nuestras particulares herencias culturales y lingüísticas.
Dado el nivel de incertidumbre dentro de cada uno de estos campos
científicos, no es sorprendente que las interacciones entre los fenómenos fí-
sicos, biológicos y culturales sean aún más difíciles de definir. Los ecologis-
tas, agrónomos, climatólogos y otros que tratan de sintetizar el conocimien-
to sobre climas, suelos, cultivos y combustibles y de predecir el impacto de
las manipulaciones y los aportes tecnológicos, pueden solamente emitir ad-
vertencias porque, aunque todos los organismos afectan a sus entornos,
ninguno antes de nosotros parece haber alterado las condiciones de mane-
ra irrevocable a una escala planetaria y a un ritmo tan rápido.
Una tercera implicancia es que nuestra habilidad para controlar el
curso de los eventos humanos es una ilusión. La confianza es adaptativa y
muchas prácticas culturales tienen como una de sus funciones el manteni-
miento de la confianza. Los mitos nos dicen que fuimos creados para regir
la tierra; los rituales aseguran el éxito en la caza, la abundancia de la cose-
cha y el favor de los dioses. La confianza en la efectividad del tratamiento
puede curar una enfermedad; la confianza en la justicia de una causa puede
ganar una guerra. Pero la confianza como otros atributos puede también
llegar a ser una mala adaptación. Esto parece ser el caso para nuestra con-
fianza de que el crecimiento explosivo de la población humana, la modifica-
ción substancial de la composición de la atmósfera, la reducción significati-
va de la biota natural, el incremento de la explotación de los recursos no re-
novables, la inyección masiva de materiales tóxicos en el suelo, el cielo y el
mar, y la desviación en gran escala del uso de la tierra cultivable para otros
fines, son “problemas temporales,” los cuales “nosotros” resolveremos cuan-
do nos dé la gana hacerlo.
Pero ¿quiénes somos “nosotros”? ¿La especie, Homo sapiens? El pe-
queño éxito de los miembros de las Naciones Unidas para obtener un acuer-
do, aún en asuntos de menor significación, elimina esta definición. ¿Somos
“nosotros” los chinos? ¿Los brasileños? ¿Los sauditas? ¿Los navajos? ¿Los
¡Kung!? Si juzgo correctamente, “nosotros” no somos ninguno de estos, mas
bien somos los productos intelectuales de la civilización Occidental. En el
contexto del mundo de hoy, mucho menos que la selección natural, la posi-
bilidad de que “nosotros” decidamos el futuro del planeta es cada vez más
Explicando el curso de los eventos humanos / 49

pequeña. Aún si tuvieramos el poder, que destino deberíamos escoger? ¿Qué


forma de gobierno? ¿Qué valores? Y si llegamos a un acuerdo, ¿como pode-
mos implementar nuestras decisiones? Para hacerlo, necesitaríamos saber
mucho más de lo que sabemos ahora sobre cómo y por qué cambia la cul-
tura. Lo que está pasando en el mundo refleja la operación de principios
evolutivos todavía fuera de nuestro conocimiento. Esto se aplica a los cam-
bios culturales, así como a los de otros componentes orgánicos e inorgáni-
cos de la biósfera. El sesgo antropocéntrico puede ser un aspecto esencial de
nuestra relación con nuestro capullo cultural. Si es así, quizá nunca seremos
capaces de entender como se adaptan los seres humanos.
¿Significa esto que deberíamos sentarnos y dejar que los eventos si-
gan su curso? ¿Están desperdiciando sus esfuerzos aquellos quienes tenaz-
mente abrazan causas y trabajan para convertirlos a su manera de pensar?
La tesis que he presentado aquí implica que no. Aunque el comportamiento
cultural parece haberse convertido en nuestro medio principal de articula-
ción con nuestros entornos, este comportamiento es inseparable de nuestra
biología. Tanto nuestra capacidad biológica para enseñar y aprender, como
nuestra capacidad cultural para mejorar, acumular y aumentar conocimien-
to, han sido favorecidas por la selección natural. En consecuencia que
aquellos que tengan más éxito en transmitir sus actitudes, ideas e informa-
ción continuarán trazando el curso de nuestra odisea biocultural en el futu-
ro, como lo hicieron en el pasado.
50 / Betty J. Meggers

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Capítulo 2
ENFOQUE TEÓRICO PARA LA
INTERPRETACIÓN DE LA CULTURA

La arqueología es la ciencia que reconstruye el desarrollo y la disemi-


nación de las culturas del pasado a partir de rastros incompletos y a menu-
do casuales de evidencia directa o inferida. Se ha señalado frecuentemente
que los datos de la arqueología son muestras pequeñas y no representativas
de una cultura alguna vez actuante, lo que sugiere que si la evidencia sobre-
viviente fuera más completa, el trabajo de la reconstrucción histórica se
simplificaría mucho. Se ha prestado menos atención al hecho, bien docu-
mentado por las culturas vivientes, de que el cambio cultural no procede a
un ritmo uniforme ya sea en aislamiento o en situaciones de aculturación.
Algunos rasgos son de popularidad pasajera, mientras otros perduran por
siglos; algunos se difunden rápidamente, otros se difunden erráticamente,
asomando en regiones ampliamente separadas; algunos se diseminan con
poca modificación, otros toman formas drásticamente alteradas en diferen-
tes partes del área de distribución. Como resultado, la evaluación de los res-
tos arqueológicos no es simplemente un problema de lidiar con evidencia
incompleta y no representativa, sino también con evidencia modificada en
diferentes grados y en diferentes maneras en distintos puntos del tiempo.
Buena parte del desacuerdo entre los arqueólogos sobre la significación que
debería otorgarse a ciertos tipos de restos arqueológicos resulta de la ausen-
cia de un enfoque teórico uniforme para la evaluación del efecto de estas va-
riables.
Lo grave de esta situación hace que valga la pena mirar para una po-
sible clarificación a la biología, la disciplina científica cuya materia de estu-
dio es más comparable con la antropología. Aunque lo biológico y lo cultu-
ral son dos categorías distintas de fenómenos, el contenido y el comporta-
miento de los mismos son de un nivel similar de complejidad. Los biólogos
se enfrentan con un basto orden de especies, que difieren ampliamente en
estructura y en capacidad de reaccionar frente al mundo externo; los antro-
54 / Betty J. Meggers

pólogos se enfrentan con un basto orden de culturas de diversa compleji-


dad. Los biólogos deben clasificar las plantas y animales vivientes y extintos
dentro de categorías significativas, que arrojen luz sobre el proceso por el
cual surgió esta diversidad; los antropólogos han intentado hacer lo mismo
con las culturas. Los biólogos estudian las relaciones de la fauna y la flora
entre sí y con el medioambiente físico para entender algunos de los princi-
pios que subyacen a la extinción, la supervivencia o la modificación de las
especies; los antropólogos han emprendido estudios sobre aculturación y
ecología cultural por razones similares. De tal forma nuestros problemas
son bastante parecidos, pero el material de estudio tiene una gran diferen-
cia. Los antropólogos son incapaces de liberarse completamente del antro-
pocentrismo al tratar los fenómenos culturales, con el resultado de que fre-
cuentemente recurren a explicaciones como “genio” o “libre albedrío” cuan-
do se confrontan con una alternativa que implica determinismo cultural.
Los biólogos, en cambio, no se sienten impulsados a atribuir el desarrollo
del casco del caballo o del ojo del halcón a ninguna otra cosa sino a la ope-
ración de las fuerzas naturales.
Con su ventaja de mayor objetividad, los biólogos han hecho consi-
derable progreso hacia el esclarecimiento de la complicada trama de la evo-
lución, haciendo posible por lo tanto sugerir algunos de los mecanismos por
los cuales fue producida. Cuatro fuerzas básicas o primarias evolucionistas
son reconocidas ahora: la mutación, el flujo de los genes (o recombinación),
la selección y la deriva (Grant 1963: 149-151,431). Las dos primeras produ-
cen variación por la introducción de nuevos elementos o alterando la com-
binación de los elementos existentes; sus contrapartes culturales son la in-
vención (descubrimiento) y la difusión (aculturación), las cuales cumplen
un rol similar en la producción de la variación cultural (cf. Linton 1955: 661-
2). Las segundas dos fuerzas “ordenan esta variabilidad y establecen los ti-
pos de variantes en nuevas frecuencias en una población” (Grant 1963:150);
en otras palabras, llevan a la formación de subespecies, especies y formas de
vida cada vez más divergentes. En la antropología cultural, estos procesos
han recibido menos atención, aunque los linguístas han reconocido a la de-
riva como un mecanismo importante que lleva al cambio en las lenguas (cf.
Vogt 1960,1964). Puesto que tres de los procesos biológicos tienen paralelos
culturales, es razonable suponer que la selección natural puede operar tam-
bién en la cultura de una manera semejante a como lo hace en la biología,
Enfoque teórico para la interpretación de la cultura / 55

aunque los antropólogos están preocupados con los resultados de la varia-


bilidad individual en la capacidad de comportarse de acuerdo con el ideal
cultural, mientras que los biólogos tratan con los resultados de la variabili-
dad genética expresada en genes alternativos y en la combinación alternati-
va de genes.
Aunque generalmente se la percibe como un proceso de cambio, la
selección natural en biología es también un proceso para el mantenimiento
de la estabilidad, con el resultado de que una especie puede persistir en for-
ma casi idéntica (es decir, con tan poca alteración que continúa constitu-
yendo una sola especie) por millones de años. El valor de este tipo de selec-
ción para la supervivencia es explicada por Grant (1963:213):

Cualquier población de organismos existe en un determinado medioambiente


y debe estar ajustada o adaptada para existir exitosamente en su habitat par-
ticular. Si el medioambiente permanece estable y la población ya ha llegado a
un alto estado de adaptabilidad, el principal efecto de la selección será elimi-
nar las variantes periféricas o los tipos divergentes que aparecen por mutación,
migración genética, o recombinación. Un cierto rango de genotipos de probada
aptitud es entonces preservado de generación en generación. Esta forma de se-
lección, conocida como selección estabilizadora, no causa cambios evolucionis-
tas , sino que más bien mantiene un estado existente de adaptación.

La operación de un mecanismo similar en la cultura podría explicar


la estabilidad de muchas culturas primitivas bajo condiciones medioam-
bientales especiales, y la falta de aceptación de nuevos rasgos cuando exis-
ten tales oportunidades. La falta de la agricultura para sustituir la recolec-
ción de mariscos en la costa sur de Brasil hasta casi el final del período abo-
rigen (Silva y Meggers 1963:126-7) y la larga supervivencia de rasgos no ma-
teriales, tales como los mitos entre los grupos errantes (Meggers 1964:524-5)
pueden ser ejemplos culturales de selección estabilizadora. Si es verdad que
el maíz fue introducido alrededor del 1500 a.C. en la costa peruana sin cau-
sar ningún cambio importante en el patrón cultural (Kidder II, Lumbreras y
Smith 1963:92-3), la selección estabilizadora puede haber sido la razón.
La uniformidad de una población biológica depende del manteni-
miento de una composición genética constante. Debido a la fluctuación al
azar, la presencia de ciertos alelos en cualquier tiempo dado será mayor o
menor que el promedio estadístico. Tales fluctuaciones casuales son llama-
56 / Betty J. Meggers

das “deriva genética” y representan una fuente potencial de gran variación


bajo ciertas circunstancias. Un ejemplo biológico provisto por Grant
(1963:278) demuestra como la deriva puede operar para alterar el color de
una flor:

Si el gene A controla el color de la flor, y si los varios alelos determinan una se-
rie de matices desde el azul hasta el blanco, como el azul fuerte, el azul claro, el
azul pálido, y el blanco, la población paterna grande y polimórfica comprende-
ra una mezcla variable de individuos que tengan diferentes tonalidades. Como
resultado de la deriva, un fragmento de esta población puede hacerse homogé-
nea respecto a un color de flor. Si la deriva ocurre repetidamente en diferentes
segmentos de la población original, una serie de colonias pueden aparecer, las
cuales se caracterizan por flores de diferentes colores en forma pura. Una colo-
nia hija podría ser totalmente blanca, otra toda azul fuerte, y todavía otra azul
claro.

En otras palabras, la deriva puede producir “la divergencia entre dife-


rentes colonias contemporáneas descendientes de una población ancestral
común” (Grant 1963:286). Tal divergencia puede ser rápida y llamativa, aún
cuando las colonias habiten medioambientes similares (Grant
1963:288,459).
Las implicancias de tal teoría para la cultura son intrigantes. Por
ejemplo, los intentos para relacionar la Fase Valdivia a otros complejos cerá-
micos tempranos en las costas de Perú, Colombia y Panamá ha puesto de
manifiesto el hecho de que estas difieren ampliamente unas de otras, aun-
que cada una posea unos pocos rasgos que la unen con la Fase Valdivia. La
operación de un mecanismo de deriva cultural podría producir tal variedad.
De la misma forma, como cada población biológica está formada por un
conjunto (pool) de genes, cada cultura está formada por un conjunto (pool)
de rasgos, y como cada gene tiene muchos alelos, cada rasgo tiene muchas
variaciones individuales en la expresión. En una población grande, las dife-
rencias individuales se promedian y la posibilidad de que se produzcan
marcadas alteraciones en el complejo cultural es minimizada. En cambio,
una colonia estaría compuesta de un pequeño grupo de individuos que pro-
bablemente no representan el rango total de la cultura ancestral. En la alfa-
rería, este “error de muestreo” podría resultar en una rápida divergencia, ya
sea por selección de algunas técnicas decorativas y el abandono de otras, o
Enfoque teórico para la interpretación de la cultura / 57

por la disminución del rango de variación en el tratamiento de la superficie


o de las formas de vasija, o por una combinación de cambios que disminu-
yen la heterogeneidad del conjunto. Las diferencias entre los complejos ce-
rámicos de Valdivia Temprana, Puerto Hormiga, Monagrillo y Guañape son
lo que podría esperarse como resultado de un proceso de deriva cultural que
opera de una manera similar a la deriva genética.
La existencia de deriva cultural no solamente ayuda a explicar las di-
vergencias entre complejos culturales relacionados pero aislados, sino que
el concepto ofrece una guía para valorar las conexiones culturales haciendo
del resultado esperado la diferenciación en lugar de la semejanza. Los com-
plejos con un ancestro común deberían compartir cierto número de carac-
terísticas generales, pero no necesitan duplicar todos ni aún la mayoría de
los rasgos que los componen. En otras palabras, aún con una completa pre-
servación, no deberíamos esperar encontrar la reproducción de un comple-
jo ancestral en toda su variedad. Por el contrario, la existencia de una co-
rrespondencia cercana puede ser interpretada como el reflejo de circuns-
tancias especiales, tales como un traslado organizado de la población, o un
esfuerzo consciente por mantener la forma cultural anterior. La deriva no
puede ser usada para postular conexiones culturales donde no hay eviden-
cia, con la suposición de que el cambio ha progresado hasta el extremo de
producir una alteración total, pero una combinación de deriva y selección
puede hacer comprensible la apariencia simplificada de muchos complejos
culturales o cerámicos que se han dispersado a medioambientes nuevos y se
han aislado del grupo ancestral.
Otro concepto biológico interesante y potencialmente relevante es el
de paralelismo, definido por Simpson (1961:103) como “la ocurrencia inde-
pendiente de cambios semejantes en grupos de ancestro común y porque
tienen un ancestro común”. Esto se distingue de la homología, el compartir
rasgos derivados de un ancestro común, y de la convergencia, el desarrollo
independiente de rasgos similares por grupos no relacionados (Oschinsky et
al. 1964). La fuerza de la tradición cultural para determinar la aceptación o
el rechazo de nuevos rasgos y la necesidad que los mismos sean compatibles
con la continuidad funcional de toda la cultura, son proposiciones larga-
mente reconocidas en la antropología. Como en la biología, el resultado es
una tendencia a canalizar los cambios en una dirección determinada (cf.
Kroeber y Kluckhohn 1952:189). Puesto que los nuevos elementos resultan
58 / Betty J. Meggers

principalmente de las modificaciones y combinaciones de los viejos, las po-


sibilidades de duplicación serán mayores en grupos que comparten antece-
dentes que en grupos sin esta herencia común. La aceptación de la hipóte-
sis de que el paralelismo opera tanto en la cultura como en la biología, pa-
rece preferible para explicar las semejanzas en vez de considerarlas fortui-
tas, particularmente cuando aparecen en varios grupos con ancestro co-
mún. La aparición de la incisión de línea ancha mellada en Japón, Ecuador
y Colombia después de la fecha presumida de separación de los complejos
cerámicos Jomon, Valdivia y Barlovento puede reflejar este proceso.
Aunque es posible rastrear el origen y desarrollo de muchos comple-
jos arqueológicos, en otros casos culturas nuevas y llamativas parecen sur-
gir repentinamente sin antecedentes claros. Una situación similar en la bio-
logía ha llevado a Simpson al concepto de evolución cuántica (Grant
1963:458-9,555-7):

Simpson argumenta que la ausencia o rareza de series bastante completas de


fósiles que conecten los nuevos grupos mayores de organismos con sus estirpes
ancestrales sería difícil de explicar si el tamaño de su población fuera tan gran-
de en el período de su origen como lo fue en su historia posterior, cuando la re-
presentación fósil se hace más adecuada. Además, el tiempo geológico disponi-
ble para la divergencia de un nuevo grupo mayor desde su estirpe progenitora
requiere una evolución mucho más rápida durante el período de origen que
durante el subsecuente período de expansión. Se puede acomodar estos factores
en la hipótesis genéticamente plausible de que los nuevos grupos mayores -ge-
neros, familias, ordenes, etc.- se originan de pequeñas poblaciones aisladas que
padecen rápidos desvios desde su estado ancestral hasta su nuevo estado adap-
tativo, ésto es, por la evolución cuántica.

Puesto que las culturas, como las poblaciones biológicas, deben


adaptarse al medioambiente para ser efectivas, y puesto que los rasgos cul-
turales parecen estar sujetos como lo están los genéticos a la deriva, se pue-
de postular que los rasgos o complejos culturales están también sujetos a la
evolución cuántica. En biológía, “se cree que la evolución cuántica es el pro-
ceso normal por el cual los nuevos grupos mayores llegan a existir” (Grant
1963:556) y la existencia de un proceso semejante en la cultura podría expli-
car eventos como el surgimiento súbito de los Incas y los Mochica en Perú y
la florescencia rápida de la Fase Bahía en la costa del Ecuador. La evolución
Enfoque teórico para la interpretación de la cultura / 59

cuántica podría también explicar la ausencia de antecedentes para la Fase


Machalilla, aunque algunas porciones de la costa del Pacífico de Mesoamé-
rica y América del Sur son demasiado desconocidas como para descartar la
posibilidad de futuros descubrimientos. En tales instancias, algo pasó para
que se otorgue a un pequeño grupo local una ventaja sobre los otros y cuan-
do el equilibrio fue restablecido, el resultado cultural fue marcadamente di-
ferente. Semejantes desvíos rápidos son seguidos en el registro paleontoló-
gico por largos períodos de cambio mucho más lento, resultante de la inte-
racción normal entre las cuatro fuerzas evolutivas primarias, y una situación
parecida se puede observar en el registro arqueológico.
La evolución cultural ha sido contrastada a menudo con la evolución
biológica, imaginando a la primera como un árbol de ramas interconectadas
y reconectadas, mientras que el árbol biológico se muestra con ramas diver-
gentes y redivergentes (v.g., Kroeber 1948:260). En todo caso, esta distinción
no es completamente apropiada. La evolución biológica no es un simple
proceso de divergencia creciente. Las líneas biológicas pueden divergir sólo
ligeramente y entonces correr paralelas por millones de años, como lo ha
hecho la col mofeta (skunk cabbage) en Asia y en América del Norte (Grant
1963:443). O las líneas divergentes pueden converger si no han progresado
demasiado lejos para la hibridación (op. cit.: Fig. 79). La evolución biológica
es un proceso inmensamente complicado, no porque los principios con los
que opera son numerosos o particularmente complejos, sino porque pocos
organismos están sujetos a su operación libre. Las condiciones medioam-
bientales o ecológicas constantemente cambiantes son la regla antes que la
excepción, y el cambio puede favorecer alternativamente un tipo de adapta-
ción y luego otro. Los mismos mecanismos evolutivos pueden producir es-
tabilidad en una especie, variedad en otra, y la extinción en una tercera.
Ya que el elemento esencial de la supervivencia biológica es la adap-
tación, el medioambiente es la fuerza con más influencia “creativa” (Grant
1963:177,546-8). Aunque aparecerán variaciones en rasgos aparentemente
no adaptativos a través de la fluctuación oportunista y de la deriva, las alte-
raciones drásticas o importantes resultarán de la selección de rasgos que se
han tornado adaptativos por los cambios en el hábitat. Estos pueden ser
medioambientales (como el cambio climático o el traslado a un medioam-
biente nuevo) o sociales (como las relaciones competitivas con otros gru-
pos). Es tan importante la adaptación para la supervivencia de cualquier or-
60 / Betty J. Meggers

ganismo que algunos biólogos sospechan que aún los rasgos sin valor adap-
tativo obvio, de hecho, tienen un aspecto adaptativo no detectado si es que
persisten. Mantener la adaptación es un proceso complicado, como Grant
(1963:270) lo ha explicado:

El medioambiente al cual una unidad orgánica debe adaptarse es un comple-


jo de muchos factores diferentes, físicos, sociales y bióticos. Cada factor puede
llevar a cabo sus propios procesos selectivos separadamente. Las adaptaciones
creadas por selección para un aspecto del medioambiente total no son necesa-
riamente útiles, y aún pueden ser perjudiciales, con respecto a otras facetas del
medioambiente. Además, la selección es oportunista en el sentido de que pro-
duce adaptaciones a las condiciones medioambientales existentes. Para sus po-
seedores, tales adaptaciones pueden ser valiosas o no en medioambientes futu-
ros. Los procesos colectivos de selección natural, mientras promueven la forma-
ción de adaptaciones diversas, no garantizan el éxito evolutivo a largo plazo
bajo lo que Darwin llamó las condiciones complejas de la existencia. En ver-
dad, por cada gene alelo, genotipo o especie preservado por selección natural en
razón de sus propiedades adaptativas, muchos otros alelos, genotipos o especies
son exterminadas por el mismo proceso.

La cultura, siendo el principal instrumento de adaptación del hombre


a sus medioambientes físico, social y biótico, está sujeta a presiones simila-
res contínuas. El cambio cultural puede ser visto como el resultado de la se-
lección de rasgos más adaptativos, ya sea de la tecnología, de la organiza-
ción sociopolítica o de otros aspectos culturales. Desde este punto de vista,
la desorganización social puede ser un resultado de la pérdida del valor
adaptativo para una configuración cultural, antes que una causa primaria
de su fracaso. La “elección” de un sistema de valores en lugar de otro refleja
su superioridad en términos de integración con otros aspectos de la cultura
o en términos de adecuación al mundo físico, antes que una preferencia hu-
mana consciente o inconsciente. De hecho, el cambio se orienta a menudo
en una dirección no preferida, como es evidente en la resistencia organiza-
da a la mecanización, la desagregación y la medicina socializada en los Es-
tados Unidos.
La supervivencia diferencial de dos complejos Formativos Tempra-
nos en la costa del Ecuador puede ser analizada en términos de su relativa
capacidad para adecuarse a un nuevo medioambiente, ya que dos cambios
importantes parecen coincidir aproximadamente con el fin de este período.
Enfoque teórico para la interpretación de la cultura / 61

Uno es el reemplazo de las ensenadas y manglares por salitrales, y el otro es


la introducción de una nueva base de subsistencia en la forma de agricultu-
ra productiva. Las fases Valdivia y Machalilla estaban organizadas alrededor
del patrón de subsistencia de la recolección de mariscos, la caza y la recolec-
ción de plantas, posiblemente suplementados con una agricultura incipien-
te, tal como se sabe que ha sido practicada por los grupos contemporáneos
de la costa peruana. La Fase Valdivia había perfeccionado su ajuste a las con-
diciones particulares de la costa ecuatoriana meridional durante cerca de
dos milenios, y la alteración relativamente pequeña en el tamaño de la co-
munidad, patrón de asentamiento y tecnología que parece haber tenido lu-
gar durante este tiempo implica un alto estado de adaptación a los recursos
existentes, mantenida por la selección estabilizadora. La Fase Machalilla
apareció tarde en escena, y el tiempo relativamente corto pudo haber impe-
dido que desarrollara tan íntima adecuación a las condiciones medioam-
bientales. Además, la localización al lado del mar de los sitios de la Fase Ma-
chalilla, antes que adyacentes a los salitrales, sugiere menor dependencia de
cualquier recurso provisto por las bahías anteriores. Aunque tales diferen-
cias parecen insignificantes, y en términos de competencia entre las dos fa-
ses no parece haber proporcionado una ventaja importante a una sobre la
otra, las mismas (y quizá otros factores no evidentes en el registro arqueoló-
gico) aparentemente permitieron a la Fase Machalilla adecuarse a un me-
dioambiente cambiante, mientras que la menos flexible Fase Valdivia se fué
o se extinguió. La cerámica de la Fase Valdivia, la cual podría parecer igual-
mente idónea para los propósitos culinarios, desapareció casi completa-
mente, mientras los elementos de las formas de vasija y la decoración de la
Fase Machalilla pueden ser rastreados en el registro arqueológico subse-
cuente de la costa ecuatoriana por cientos de años. Puesto que la gente de
las fases Valdivia y Machalilla estaban aparentemente en comunicación
amistosa, podría esperarse, que siendo otras cosas iguales, ambas podrían
haber participado de manera semejante en la transición al nuevo tipo de vi-
da. Ya que no lo hicieron, la conclusión lógica es que otras cosas no fueron
iguales y además, que esta desigualdad pudo haber consistido en la habili-
dad de las dos culturas para adaptarse a los cambios en las condiciones eco-
lógicas (cf. Simpson 1964:250-251).
No debería ser necesario concluir remarcando que estas ideas son ex-
presadas solamente como sugerencias, las cuales parecen ofrecer fructíferas
62 / Betty J. Meggers

orientaciones para la interpretación arqueológica. Aunque los hechos son


los fundamentos de cualquier hipótesis, los hechos no tienen significación
por ellos mismos. Se les puede dar significado solamente con una compren-
sión de los procesos de los cuales son la manifestación tangible. Es entonces
de importancia fundamental intentar discernir los patrones invisibles y los
procesos que hacen significativos a los hechos. Al sugerir que algunas de las
hipótesis desarrolladas en la biología pueden ser aplicables a los fenómenos
culturales, no queremos implicar que los intentos para desarrollar hipótesis
directamente del estudio de la cultura son de menor valor; por el contrario,
es solamente por este tipo de análisis que la aplicabilidad de cualquier hipó-
tesis a los fenómenos culturales puede ser adecuadamente evaluada. Sin
embargo, la gran complejidad de la cultura y nuestra íntima relación con ella
hace tremendamente difícil una apreciación objetiva. Nos parece que la ob-
jetividad puede ser incrementada tomando prestado ciertos conceptos de-
sarrollados por los biólogos y cotejandolos con los datos arqueológicos. Pa-
ra nosotros, ese cotejo se ve muy bien hasta ahora, pero como muchas co-
sas permanecen desconocidas, otras pueden ser malentendidas. Tenemos
que trabajar mucho más antes de poder estar seguros de que entendemos lo
que está pasando en el presente, cuanto más para entender lo que ha suce-
dido en el pasado.
Enfoque teórico para la interpretación de la cultura / 63

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Capítulo 3

LA LEY DE LA EVOLUCIÓN
CULTURAL
Como Herramienta Práctica de Investigación

En la larga disputa entre el evolucionismo y el anti-evolucionismo en


la antropología americana, ha habido un punto de mutuo acuerdo: la fór-
mula evolutiva no se aplica a culturas particulares o a secuencias culturales
regionales. Boas (1948: 286) comentó una vez que “sería imposible de en-
tender, en base a un solo esquema evolucionista, lo sucedido a cualquier
pueblo en particular”. Aún un estudioso simpatizante de la evolución cultu-
ral como Steward ha objetado que “La ley de White de los niveles de energía-
....no puede decirnos nada sobre el desarrollo de las características de cultu-
ras individuales” (1953: 318). White (1945: 346) ha estado de acuerdo con és-
ta aseveración: “las fórmulas evolucionistas... no son aplicables a la historia
cultural de las tribus y no fueron propuestas para este propósito”. El efecto
de tal unanimidad ha sido eliminar a la teoría evolucionista como herra-
mienta práctica de investigación de campo para pasar al alto nivel de la dis-
cusión filosófica. El propósito de este documento será discrepar con la vi-
sión de que la teoría evolucionista tiene solamente una aplicabilidad limita-
da y generalizada, y sugerir cómo puede ser usada como una guía en la com-
prensión de la dinámica de las culturas individuales.
La ley de la energía y evolución cultural fue propuesta inicialmente
por White en 1943 y reafirmada por él mismo en 1949. Esta ley se basa en el
reconocimiento de que todas las culturas están compuestas de tres clases
generales de fenómenos: tecnología, organización social y filosofía. De es-
tas, la tecnología es primaria y determina el contenido y la forma de los otros
dos componentes. Esto, en la visión de White, reduce la explicación del de-
sarrollo cultural a los mismos términos en que los físicos acostumbran a
describir al resto de la naturaleza: materia y energía. La cultura se convier-
te en “un elaborado sistema termodinámico y mecánico” (White 1949: 387),
66 / Betty J. Meggers

con su funcionamiento “determinado por la cantidad de energía aprovecha-


da y por la forma como se la pone a trabajar” (op. cit.: 368-9). El contenido
de cualquier cultura particular depende de la cantidad de energía que se
puede controlar y de la eficiencia de los medios tecnológicos para poner es-
ta energía en uso. Expresado en una fórmula simple, E(nergía) E x T --> C
(ecnología) --> C(ultura). Esta fórmula tiene tres implicancias: (1) si no hay
un incremento en la energía(E) o mejoramiento en la tecnología (T), la cul-
tura (C) se mantendrá estable; (2) si la energía o la tecnología o ambas son
incrementadas o mejoradas, la cultura aumentará en complejidad; (3) si la
energía o la tecnología o ambas son disminuídas, la cultura declinará en
complejidad.
La energía disponible para una cultura puede derivarse de varias
fuentes. Al comienzo, el hombre tenía solamente su propio cuerpo. White
(1949: 369) ha calculado que esto repesenta alrededor de 1/20 caballos de
fuerza per cápita. Este nivel de energía puede lograr más si cuenta con he-
rramientas eficientes, pero el aumento no es significante. Ciertos recursos
disponibles en la naturaleza, tales como el fuego, el agua y el viento, pueden
usarse para propósitos particulares, pero su contribución de energía en las
culturas primitivas es pequeña. Solamente con la domesticación de plantas
y animales fue explotada una nueva fuente importante de energía para la
construcción de la cultura. Más comida podía ser adquirida por hora-hom-
bre de trabajo que antes y cada mejora en las técnicas agrícolas tenía el efec-
to de aumentar la productividad del trabajo humano. Las consecuencias
culturales fueron impresionantes; todas las grandes civilizaciones de la an-
tiguedad se desarrollaron con una rapidez que contrasta agudamente con la
lentitud del cambio cultural durante los milenios de la existencia humana
anterior. Más recientemente, otra gran fuente de energía ha sido aprovecha-
da: el combustible fósil (carbón natural, petróleo, gas). Los efectos del uso
de los combustibles crecieron desde el impacto inicial que conocemos co-
mo la Revolución Industrial. Hoy, estamos al borde de agregar una cuarta
fuerza para la elaboración de la cultura: la energía atómica. Si tiene éxito en
gran escala, este logro no debería ser menos asombroso en sus consecuen-
cias que las adiciones antecedentes.
La antropología tradicional se preocupaba solamente por las culturas
anteriores a la Edad de Combustibles, cuyas fuentes de energía están limita-
das al músculo humano, a los animales y plantas domesticados. Dentro de
La ley de la evolución cultural como una herramienta práctica / 67

este marco restringido, la ley de la evolución cultural ha sido generalmente


o rechazada por ser obvia o ignorada. Esta reacción parece basarse en algu-
na medida en un malentendido de lo que tal ley puede explicar y en cómo
puede ser aplicada. James Jeans, un físico destacado, ha dicho en el caso de
las ciencias físicas: “El camino obvio del progreso científico parecería estar
en la dirección de indagar que consecuencias están involucradas si se supo-
ne que estas leyes son un universales, y entonces de examinar esas conse-
cuencias en relación a los hechos...” (Jeans 1930: 180). Para considerar la ley
de la evolución cultural desde este punto de vista, debemos determinar pri-
mero qué consecuencias están implícitas si se asume su validez y segundo,
si las culturas individuales exhiben las consecuencias inferidas.
En toda situación real, las consecuencias de una ley científica están
enmascaradas por la acción de variables que la formulación de la ley man-
tiene constantes. Cuando la ley se aplica a problemas específicos, estas va-
riables deben ser consideradas y sopesadas. En el caso de la ley de la evolu-
ción cultural, una de las principales variables es el medioambiente, la cual
bajo diferentes circunstancias puede alterar, retrasar o apurar la reacción
“ideal”. La cantidad de energía controlada o controlable por una cultura
puede estar limitada por aspectos de su habitat, tales como la deficiencia de
potencial agrícola o la ausencia de depósitos de carbón natural o de petró-
leo. Si las fuentes de energía están todas potencialmente disponibles, ciertos
avances tecnológicos pueden ser excluídos por la falta de materias primas
apropiadas.
Si seguimos el procedimiento indicado por Jeans y buscamos las con-
secuencias que podrían esperarse si la ley de la energía y evolución cultural
es de alcance universal, hay varias pruebas que pueden realizarse. Una es
ver si las culturas pueden clasificarse en tipos generales y si es así, si los ti-
pos están asociados con diferencias en el nivel de recursos energéticos que
manejan y la eficiencia de su uso. Si tal clasificación es posible, esto indica-
rá no solamente que la variabilidad en E y T es culturalmente significativa,
sino que alcanza una serie de intensidades “críticas”, cada una de las cuales
produce un tipo particular de cambio cultural general. Si la variabilidad de
E y T es contínua, debería ser posible ordenar las culturas en una serie de
complejidad creciente, pero no agruparlas dentro de unos pocos tipos más
o menos distintos.
68 / Betty J. Meggers

Otra manera de evaluar la ley es examinar una de las fuentes de ener-


gía: la agricultura. Una variable importante que influye en la efectividad con
la cual esta fuente de energía ha sido explotada por distintas culturas es el
medioambiente. Si la energía agrícola es una factor importante en la evolu-
ción cultural, las diferencias en el potencial agrícola de los medioambientes
deberían reflejarse en niveles diferentes de desarrollo de las culturas asocia-
das. Una tercera prueba es rastrear el desarrollo de una cultura durante un
período de tiempo, observar los cambios que ocurren en la organización so-
cial y económica, el patrón de asentamiento y otras características, y ver si
estos cambios pueden ser correlacionados con cambios en la E(nergía) o en
la T(ecnología).

Prueba 1: Existencia de Tipos Generales

El esfuerzo más reciente para diferenciar tipos culturales universales


se realizó en 1955 en el Seminario de Verano de la Sociedad de Arqueología
Americana en Washington (Beardsley et al. 1956). Tomando los patrones de
la comunidad como su punto de partida, este análisis distingue siete tipos
básicos. Arreglados en orden de sedentarismo creciente, estos son : Noma-
dismo Libre, Nomadismo Restringido, Nomadismo con Base Central, Se-
dentarismo Semi-Permanente, Concentración Nuclear Simple, Concentra-
ción Nuclear Avanzada e Integración Supra-Nuclear. Cada tipo tiene ele-
mentos económicos, sociopolíticos y religiosos que lo coloca aparte de los
otros, así como un patrón comunitario distintivo. Como consecuencia de la
integración funcional de estos varios aspectos, una cultura identificada co-
mo poseedora de un patrón comunitario Sedentario Semi-Permanente pue-
de deducirse que posee el complejo cultural general asociado: organización
social simple basada en el parentesco; cerámica, tejido y otras artesanías
elaboradas individualmente; supranaturalismo orientado alrededor del ma-
nejo shamanístico del mundo espiritual y así sucesivamente (Beardsley et al.
1956: 140-141). De manera similar, una comunidad con Concentración Nu-
clear Avanzada se caracterizará por la estratificación social en clases bien
desarrollada; control político fuerte y centralizado; división del trabajo y es-
pecialización artesanal avanzadas con la consecuente estandarización de
los productos y supranaturalismo expresado por una jerarquía de sacerdo-
tes sirviendo a un panteón de dioses en templos especiales y conquistando
sus favores ofreciendo plegarias y sacrificios (op cit.: 143-144).
La ley de la evolución cultural como una herramienta práctica / 69

Las diferencias entre estos siete tipos culturales son el resultado di-
recto de la productividad diferencial de los recursos de subsistencia por ho-
ra-hombre de trabajo invertido, una correlación que se refleja en cantidades
diferentes de energía humana desviadas hacia actividades no involucradas
en la subsistencia. Los recursos para la subsistencia no son necesariamen-
te idénticos en todas las culturas pertenecientes a un determinado tipo cul-
tural, pero deben producir un retorno de energía equivalente. Por ejemplo,
fue posible reconocer por lo menos tres formas de subsistencia que susten-
tan un patrón de comunidad tipo Nomadismo con Base Central, en el cual
la comunidad deambula parte del año y pasa el resto en un campamento o
“base central”. Estas son “1) una cosecha silvestre almacenable o conserva-
ble, tal como bellotas y otros tipos de semillas silvestres; 2) una comida lo-
calmente abundante, tal como los mariscos y 3) una agricultura incipiente
que produzca una cosecha pequeña” (Beardsley et al. 1956: 138). Entre los
tipos de patrones comunitarios que dependen de la agricultura, es posible
correlacionar la creciente complejidad cultural con la creciente realización
de las potencialidades latentes en la agricultura como base de subsistencia.
Diferentes grados de eficiencia en la tecnología agrícola—-incipiente, explo-
tativa, conservativa o intensiva—-están estrechamente vinculadas con dife-
rencias en complejidad cultural (op. cit.: Fig. 1). La existencia de culturas
transicionales es rara, sugiriendo que la eficiencia en la explotación agríco-
la tiene que alcanzar un cierto punto “crítico” antes que la energía disponi-
ble sea suficiente para producir un efecto cultural significativo. Cuando se
alcanza ese punto, sigue un rápido desarrollo hacia el siguiente tipo cultu-
ral, seguido por otro período de estabilidad relativa. Si la E y la T variaran li-
bre y constantemente, se podría esperar que las culturas pudieran arreglar-
se en una serie, pero que habría poca tendencia a agrupamiento. De esta
manera el hecho de que las culturas puedan ser clasificadas en un número
pequeño de tipos no solamente sustenta la validez de la ley de la evolución
cultural, sino que provee claridad adicional a los detalles de como opera.

Prueba 2: Existencia de una Correlación entre Medioambiente, Agricultu-


ra y Desarrollo Cultural

Si la agricultura es una fuerza significativa en la configuración de la


cultura y el medioambiente es un determinante importante de la producti-
70 / Betty J. Meggers

vidad agrícola, entonces debería ser posible encontrar alguna correlación


entre el nivel de desarrollo alcanzado por una cultura particular y el poten-
cial agrícola del medioambiente que ella ocupa. Aunque generalmente se ha
reconocido que el medioambiente afecta la cultura en mayor o menor gra-
do, los esfuerzos para especificar esta correlación han sido entorpecidos por
el hecho de que los medioambientes son usualmente clasificados en térmi-
nos de características geográficas, antes que en términos de su aspecto más
significativo desde el punto de vista de la evolución cultural, es decir, su po-
tencial para la subsistencia. Un intento para diferenciar medioambientes
sobre esta base ha reconocido cuatro categorías: Tipo 1, áreas sin potencial
agrícola; Tipo 2, áreas con potencial agrícola limitado; Tipo 3, áreas con po-
tencial agrícola incrementable y Tipo 4, áreas con potencial agrícola ilimita-
do (Meggers 1954: 803-804).
Cada uno de los cuatro tipos de medioambiente ofrece diferentes po-
sibilidades o establece diferentes tipos de límites en el desarrollo cultural lo-
cal. Donde la agricultura se excluye por clima o topografía desfavorables
(Tipo 1) y la energía disponible para el desarrollo de la cultura no puede ex-
ceder aquella del cuerpo del hombre (excepto en los pocos lugares donde se
puede suplementarlo por animales domésticos), las culturas han permane-
cido en el nivel de cazadores-recolectores. Donde las condiciones me-
dioambientales reducen o destruyen el impacto de la fertilización , la rota-
ción de cultivos y otras técnicas de mantenimiento de la fertilidad del suelo
(Tipo 2) y la agricultura provee una fracción relativamente pequeña de su
energía potencial, es característico el tipo sencillo de patrón comunitario o
sea, el Sedentarismo Semi-Permanente. En los medioambientes con poten-
cial agrícola incrementable (Tipo 3) o ilimitado (Tipo 4), el retorno que se
puede extraer de la agricultura es prácticamente ilimitado y la utilización de
todo el potencial depende de los avances tecnológicos. Consecuentemente,
estos medioambientes pueden sustentar una gama amplia de tipos cultura-
les.
La relación general entre el potencial agrícola del medioambiente y el
desarrollo cultural ha sido enunciada como una ley de la limitación me-
dioambiental sobre la cultura: “el nivel de desarrollo que una cultura puede
alcanzar depende del potencial agrícola del medioambiente que ocupa”
(Meggers 1954:815). Este es un corolario de la ley general de la evolución
cultural de White. Describe el mismo proceso—-un incremento en el desa-
La ley de la evolución cultural como una herramienta práctica / 71

rrollo cultural derivado de un incremento en la energía disponible—-pero se


centra en la energía que resulta de la agricultura. Además, introduce uno de
los determinantes importantes de la productividad agrícola diferencial,
cuando se añade el espacio como la tercera dimensión del proceso evolucio-
nista temporo-formal. Si en la fórmula de White, E x T --> C, mantenemos
como una constante la energía de la agricultura y consideramos al me-
dioambiente la variable expresada por E, entonces como E es alterada des-
de el Tipo 1 a los Tipos 2, 3, o 4, emergen diferentes posibilidades para el de-
sarrollo agrícola y consecuentemente para el desarrollo cultural. La posi-
ción de la Tecnología en la ecuación es la misma que cuando la E significa
“energía”. Es mejorable solamente dentro de los límites establecidos por E.
En los medioambientes Tipo 1 y 2, son pocas las innovaciones tecnológicas
que pueden incrementar la eficiencia con la cual los recursos de energía se
utilizan. En el Tipo 4, el medioambiente es altamente productivo aún con
una tecnología relativamente primitiva. En el Tipo 3 en cambio las diferen-
cias tecnológicas son de mayor significación en la concreción del potencial
latente en el medioambiente. Debido al gran número de factores históricos
locales que pueden afectar los avances en la tecnología, hay una amplia va-
riación en la magnitud con que éste potencial ha sido realizado. Un análisis
de estas variables debería explicar por qué una cultura particular lleva a ca-
bo o no el uso más completo del potencial agrícola de su medioambiente.

Prueba 3: La Estabilidad Cultural y El Cambio Cultural

Si la ley de la evolución cultural es válida, debería ser posible correla-


cionar los cambios significativos en el contenido de una cultura con un
cambio en la cantidad de energía bajo control o una mejoría en la tecnolo-
gía por la cual se aprovecha la energía existente. Para limitar el ámbito del
examen, se escogerán los ejemplos para ilustrar tres tipos de procesos cul-
turales: progresión, estabilidad, y regresión.
Debería ser notado, a manera de introducción , que buenos casos de
estudio son difíciles de encontrar porque se ha puesto poca atención al tipo
de análisis que se recomienda aquí. A veces faltan datos cruciales y conse-
cuentemente algunos de los ejemplos no ilustran el punto tan claramente
como sería deseable. Se debe enfocar la atención en el tipo de análisis que
72 / Betty J. Meggers

se está haciendo, antes que en la validez de la interpretación en relación con


la cultura particular usada a manera de ejemplo.

Caso I: Progresión

Tanala. La ley de la evolución cultural especifica que un incremento


en las fuentes de energía producirá una alteración en el producto cultural
general. Ejemplos bien descriptos de ésta transformación son raros, pero
Linton (1936: 348-354) provee uno excelente en su descripción de los Tana-
la, una tribu de la zona montañosa del occidente de Madagascar. Unos 200
años antes de la visita de Linton, los Tanala habían sido un típico grupo Se-
dentario Semi-Permanente, que cultivaba el arroz seco por medio de la téc-
nica de roza y quema. La aldea era mudada periódicamente, cuando las tie-
rras cercanas perdían su fertilidad. Los miembros de las familias trabajaban
juntos para abrir los claros y compartían la cosecha, lo cual no era suficien-
te para la acumulación de un excedente. No había estratificación social, ni
propiedad privada de la tierra, ni distribución desigual de la riqueza.
La introducción del cultivo de arroz húmedo inició una serie de cam-
bios en la cultura, convertiendo el patrón comunitario en Concentración
Nuclear Simple. El cultivo de arroz húmedo tiene un efecto conservador en
la fertilidad del suelo, con el resultado de que la aldea ya no tenía que ser
mudada periódicamente por el agotamiento de los campos vecinos. Con la
inversión de trabajo en terrazas en las laderas de los cerros y la construcción
de canales de irrigación, grandes áreas podían ser puestas bajo cultivo. Es-
tos campos pasaron a ser propiedad privada. Aunque la porción cultivable
del terreno había estado siempre limitada por la elevación y la aptitud del
suelo, con el cultivo itinerante toda la tierra era accesible para todos y las de-
sigualdades fueron compensadas. Ahora ciertas familias tenían ventajas so-
bre otras. Se desarrollaron diferencias en riqueza y se abandonó la práctica
de compartir entre las familias relacionadas. Una diferenciación social y
económica creciente trajó la concentración del poder a manos de unos po-
cos y finalmente culminó en el dominio de un clan, cuya cabeza se convir-
tió en el rey. Como comenta Linton,

Existía un contraste notable entre las aldeas móviles y autónomas, con organi-
zación social igualitaria y familias extendidas fuertes, y el reino Tanala con su
La ley de la evolución cultural como una herramienta práctica / 73

autoridad central, súbditos asentados, clases sociales rudimentarias basadas


en diferencias económicas y linajes de una importancia mayormente ceremo-
nial. Sin embargo, la transformación puede ser rastreada paso a paso y en ca-
da paso encontramos al arroz irrigado debajo del cambio (1936:353).

Cheyenne. El control sobre una cantidad mayor de energía no siem-


pre resulta en un sedentarismo mayor. Bajo ciertas circunstancias, el incre-
mento de energía para el desarrollo cultural proviene de una base de subsis-
tencia que requiere una mayor movilidad de la comunidad. Desde el punto
de vista de la ley de la evolución cultural, la transición desde el Sedentaris-
mo Semi-Permanente a la Cacería Ecuestre realizada por ciertas tribus de las
sabanas norteamericanas en el período post-europeo temprano representa
tal cambio cultural. Antes de la introducción del caballo, la caza del búfalo
era una tarea difícil. En el margen oriental de la sabana, tribus como la Che-
yenne encontraron en la agricultura primitiva una fuente más segura de
subsistencia. Vivían en pequeñas aldeas de cabañas construídas con tierra,
las cuales eran mudadas periódicamente y la evidencia arqueológica sugie-
re que su cultura era típica de aquella asociada con un patrón comunitario
Sedentario Semi-Permanente de otras partes del mundo.
La aparición del caballo puso en manos de estos indígenas una herra-
mienta para la explotación del búfalo en gran escala. Por primera vez se po-
día depender de la cacería como una base permanente para alimentar a
grandes grupos de gente. Sin embargo, la explotación efectiva de esta fuen-
te de alimentación requería un patrón comunitario nómada y los Cheyenne,
junto con otras tribus Sedentarias Semi-Permanentes, realizaron la transi-
ción. Los caballos se hicieron valiosos por su rol en la subsistencia y poseer-
los proveyó una base para diferencias en riqueza e influencia y para la estra-
tificación social. La mayor eficiencia en la cacería liberó el trabajo para ac-
tividades que no fueran de subsistencia, pero la movilidad de la comunidad
previnó la utilización de este trabajo para los tipos de avances asociados tí-
picamente con grupos sedentarios. En su lugar, este se desvió hacia la com-
petencia interna o externa por el prestigio y la propiedad. El paso de la agri-
cultura a la cacería del búfalo no significó un cambio tan marcado en la cul-
tura Cheyenne como lo fué el cambio de roza y quema a la agricultura per-
manentemente productiva en la cultura de los Tanala, pero se sustentaron
concentraciones grandes de población y se hizo más marcada la estratifica-
74 / Betty J. Meggers

ción social. Cambios similares han sido documentados para los Blackfoot
(Ewers 1955:299-320), quienes fueron cazadores pedestres antes de la intro-
ducción del caballo.

Caso 2: Regresión

La Explotación Azteca del Teotlalpán. Si un incremento en los recur-


sos de energía o en su control resulta en un incremento de la complejidad
cultural, una disminución de los recursos de energía debería resultar en una
disminución de la complejidad cultural. Ejemplos de este tipo de transfor-
mación son en gran medida inferenciales, por ser derivados de restos ar-
queológicos en lugar de observación directa. En Mesopotamia, el suroeste
de los Estados Unidos, la desembocadura del Amazonas y en otras partes del
mundo, se ha observado que regiones alguna vez ocupadas por culturas al-
tamente desarrolladas, son ahora escasamente habitadas por grupos más
primitivos y dispersos.
Un análisis de este tipo de situación ha sido hecho por Cook (1949)
para Teotlalpán, una región semi-árida dominada dos veces por altas cultu-
ras, primero la Tolteca y luego la Azteca. Antes de estas conquistas, ésta par-
te del México Central estaba poblada por los Otomí, quienes vivían de la ca-
za y recolección y de una agricultura limitada. Bajo la dominación Tolteca,
la explotación agrícola se expandió y se diversificó, dando como resultado
un incremento considerable en la densidad de la población. Después de la
retirada Tolteca, la explotación de subsistencia aparentemente retrocedió
hacia su patrón anterior. Un segundo y aún más largo período de desarro-
llo agrícola fue iniciado entre los siglos 13 y 16 por los Aztecas, quienes tu-
vieron tanto éxito en la explotación del potencial del área que la densidad
poblacional alcanzó a 530 personas por milla cuadrada (Cook 1949:58). No
obstante, varios factores, algunos naturales y otros resultantes de la aplica-
ción insuficiente de técnicas conservadoras, promovieron una transforma-
ción en el potencial agrícola de esta región, aparentemente del Tipo 3. La
extensa deforestación trajó la erosión y un descenso de la napa freática, y es-
to llevó a su turno al fracaso de las cosechas o a la caída gradual de los rin-
des. Cook (1949:54) considera que era inminente una crisis cuando llegaron
los españoles:
La ley de la evolución cultural como una herramienta práctica / 75

En el caso del Teotlalpán, está bien claro que si una dominación Azteca (o Na-
hua) hubiera continuado sin control por otro siglo o dos, la erosión del suelo,
la deforestación y el deterioro de la tierra habrían alcanzado el punto en el cual
la agricultura no podría haber sustentado a la población existente, ni hablar
de cualquier incremento adicional. En este punto crucial, las únicas solucio-
nes habrían sido la hambruna y la muerte o una emigración masiva, la cual
habría marcado el fin del poder y de la dominación Azteca.

No sería realista sugerir que cada ejemplo de regresión cultural deba


vincularse directamente al fracaso de la subsistencia. Sin embargo, donde
no hay otra causa obvia, parecería que vale la pena investigar la posibilidad
de una disminución de los recursos de subsistencia. Esto es particularmen-
te pertinente en casos de invasión o colonización, donde el territorio colo-
nizado puede requerir técnicas diferentes para la explotación agrícola inten-
siva permanente que las del lugar de origen, o puede tener un potencial
agrícola menor. En todo caso, un cambio climático o un conocimiento téc-
nico insuficiente para manejar los problemas de conservación también pue-
den alterar la productividad agrícola de un área en la dirección de una dis-
minución del rendimiento, con los efectos culturales consecuentes.

Caso 3 : Estabilidad

Tribus de Cuenca y Meseta Norteamericana. Cuando se usa a los ca-


zadores-recolectores contemporáneos para ejemplificar la estabilidad cul-
tural, éste procedimiento es a menudo denunciado sobre la base de que, co-
mo tales grupos tienen una historia tan larga como la nuestra, se debe infe-
rir una oportunidad semejante para cambiar. De todas maneras, el proble-
ma no es si ha habido tiempo para el cambio, sino más bien que tipo de
cambio podría haber tenido lugar. Todos los cazadores-recolectores que so-
breviven ahora habitan áreas Tipo 1, donde la agricultura es imposible. La
energía disponible para el desarrollo cultural está por lo tanto restringida al
1/20 caballos de fuerza per cápita producido por un ser humano. Este nivel
bajo establece límites muy estrechos a la variación cultural. Límites de otro
tipo vienen de los recursos naturales del medioambiente particular, los
cuales no solamente favorecen sino que frecuentemente requieren de cier-
to tipo de adaptación. Steward, al notar que los cazadores-recolectores en
todo el mundo comparten ciertos patrones sociopolíticos sencillos, inició
76 / Betty J. Meggers

un análisis detallado de las tribus del área norteamericano de la Cuenca y


Meseta para descubrir la causa. El encontró que “La mayoría de la gente de
la Cuenca y Meseta vivía en un nivel de subsistencia escasa. Su cultura era
mínima en contenido y sencilla en estructura. Las actividades concernien-
tes a los problemas de la existencia cotidiana dominaban su vida en un gra-
do extraordinario y limitaban y condicionaban sus instituciones” (1938:1-2).
Por la investigación detallada del medioambiente, de la naturaleza de
los recursos alimenticios, de las técnicas requeridas para su explotación y
los problemas de almacenaje y distribución, Steward pudo demostrar que
aún rasgos específicos como la descendencia en línea paterna, las obligacio-
nes de parentesco, la propiedad privada y las relaciones entre las esposas es-
taban relacionadas directamente con el patrón de subsistencia.
La existencia de una integración tan fuerte en el nivel primitivo de
recolección de alimentos implica que muy poca alteración tendrá lugar en
la cultura en tanto el medioambiente permanezca estable. Los cambios que
ocurran serán en aspectos no intrínsecos a la supervivencia, tales como jue-
gos, folklore, variaciones menores en vestimenta y adorno, y quizá en méto-
dos de tratamiento de los muertos (por ejemplo, entierro versus cremación).
Si esta conclusión es válida, no sería realista negar que los recolectores vi-
vientes puedan representar un modo de vida de gran antiguedad y estabili-
dad. El hecho que las culturas con recursos alimenticios limitados perma-
nezcan primitivas, substancia las leyes de la evolución cultural con tanta
fuerza como lo hacen los ejemplos de culturas que crecen en complejidad
conforme mejoran sus fuentes de energía o su tecnología.

Caso 4: Subsistencia y Organización Social

Los Atapaskanos Meridionales. Pocos intentos se han hecho para


averiguar la relación entre variedades específicas de organización social no
estratificada y medioambientes o patrones de subsistencia específicos, pero
existe un estudio interesante de este tipo sobre los Atapaskanos Meridiona-
les (Kaut 1957). Similitudes linguísticas y culturales estrechas implican que
las siete tribus que componen el grupo han divergido de un ancestro co-
mún. El análisis sugiere que ciertas de sus diferencias actuales pueden expli-
carse funcionalmente como ajustes recientes a habitats con recursos de
subsistencia diferentes. Como lo explica Kaut:
La ley de la evolución cultural como una herramienta práctica / 77

Los Chiricahua y los Mescalero eran dos pueblos distintos no agricultores, quie-
nes habitaban la exigente región ecológica del Río Grande medio y el norte de
Chihuahua. Los Jicarilla, quienes ocupaban la región situada entre las cabece-
ras del Río Grande y el Río Canadian, eran agricultores así como cazadores y re-
colectores. La influencia de grupos de las sabanas aparece en su cultura mate-
rial y su práctica de una caza limitada del búfalo. Lo poco que sabemos de los
Lipan indica que se separaron de los Jicarilla y que se dedicaron a la agricultu-
ra y también cazaban y recolectaban a lo largo de la cuenca superior del Pecos
hasta que fueron empujados hacia el sur, en dirección al Golfo de México, por
los Comanches y otros. Los Kiowa Apache estaban típicamente orientados a las
sabanas, constuyendo una de las bandas del círculo del campamento Kiowa y
funcionando como tal en la Danza del Sol anual. De todos los grupos Atapas-
kanos, los Navaho parecía haber dependido más de la agricultura. Ellos ocupa-
ban el área directamente al oeste de la cuenca superior del Río Grande, en Nue-
vo México y Arizona. Los Apaches Occidentales, también agricultores en una
escala limitada, se asentaron en la región que incluye el drenaje superior de los
ríos Salt y Gila en Arizona (Kaut 1957:3).

Puesto que estas tribus se parecen mucho entre sí en la cultura mate-


rial, la organización social general y la religión, así como en el idioma, se
puede asumir que su diferenciación es relativamente reciente. Las diferen-
cias en detalles de terminología de parentesco y de comportamiento deben
por lo tanto ser el resultado de la evolución de un forma común. Al rastrear
esta evolución, Kaut sugiere que “cada diferencia en el patrón de relaciones
entre segmentos particulares del grupo de parientes (o el agrupamiento ex-
tendido) parece estar relacionada con diferencias en la base de subsistencia
y en la adaptación ecológica total” (Kaut 1957:33). En términos más especí-
ficos,

La organización Mescalero y Chiricahua, establecida primordialmente en una


severa adaptación ecológica de caza y recolección, representa una extensión de
las relaciones familiares nucleares con gran énfasis en la solidaridad entre her-
manos, de manera que los grupos de parientes cercanos formaban unidades de
cooperación. Los Kiowa, Apache, Jicarilla, y Lipan—-los grupos orientales—-
dependían más de la caza del búfalo y/o la agricultura y desarrollaron una or-
ganización claramente definida, en la cual la oposición entre generaciones for-
maba la base para la cooperación y el entrenamiento. Este tipo de organiza-
ción, con su mayor énfasis en la banda, parece haber sido destinada a permitir
78 / Betty J. Meggers

la interacción entre grupos más grandes de parientes, antes de restringir la coo-


peración entre parientes cercanos, como lo hacía la organización de grupos lo-
cales de los Mescalero-Chiricahua. Finalmente, entre los Navaho y los Apache
Occidentales, una agricultura más desarrollada y una vida mucho menos nó-
mada estaban relacionadas con un sistema de clan matriarcal, el cual amplió
tanto los principios generacionales como familiares de tal forma que comuni-
dades compuestas de grupos locales se interrelacionaron y pudieron colaborar
en proyectos corporativos (op. cit: 81).

Traducido a los términos de la ley de la energía y evolución de la cul-


tura, esta correlación pone en relieve un pequeño segmento del proceso por
el cual una alteración menor en la fuente de energía produce un cambio me-
nor en la organización social, aunque esta última sigue estando basada en el
parentesco. A manera de un análisis de la evolución de la diferenciación so-
cial entre los Atapaskanos Meridionales, el estudio de Kaut es de gran inte-
rés, pero visto en el marco más grande de la teoría evolucionista, cobra ma-
yor significado y merece la atención de otros, afuera de especialistas en aná-
lisis de parentesco.

Conclusión

Esta breve consideración de la aplicación de la ley de la energía y la


evolución cultural a los datos antropológicos ha sido emprendida por dos
razones. Una ya ha sido señalada: refutar la concepción de que la ley se apli-
ca solamente a problemas generales y teóricos. Por el contrario, es un factor
vital en cada situación real y puede proveer una explicación, aún para cam-
bios de pequeña escala en la organización social. El reconocimiento del
principio común que opera en todos los ejemplos citados aumenta el valor
de cada estudio. En lugar de quedar restringido a una situación local, los ha-
llazgos se vuelven significativos para la formulación de los principios uni-
versales que explican el desarrollo cultural.
El segundo propósito es resaltar la necesidad de más estudios del ti-
po usado como ejemplo. Quizá por la impresión de que la ley de la evolución
cultural no puede ser aplicada a culturas particulares , se ha puesto muy po-
ca atención a la prueba de campo de sus implicancias. Sin embargo, el tra-
bajo de campo ofrece un buen sustituto de la investigación en laboratorio,
mencionado a menudo como una deficiencia en el método científico de la
La ley de la evolución cultural como una herramienta práctica / 79

antropología. Se puede tomar la pregunta de Eggan: “¿Por qué los grupos


tribales que llegaron a las Sabanas de las regiones vecinas, con estructuras
sociales radicalmente diferentes, tienden a desarrollar un tipo similar?”
(1954:757) y, siguiendo la ley de la energía y la evolución cultural, predecir
que el nuevo patrón de subsistencia favoreció una forma de integración so-
bre todas las otras. El trabajo de campo, de acuerdo con la manera de inves-
tigación de Kaut de la organización social de los Atapaskanos Meridionales,
debería proveer “resultados experimentales” para evaluar tal predicción.
Para tomar otro ejemplo, se podría analizar la energía potencial de un tipo
particular de medioambiente y los requerimientos de energía de un tipo
particular de cultura y predecir si la cultura podría haberse desarrollado o
no en el medioambiente que ocupa. Un intento para aplicar este razona-
miento a la cultura Maya (Meggers 1954) resultó en la hipótesis de que los
elementos clásicos eran intrusivas. Aunque la aprobación o negación de és-
ta interpretación no está disponible todavía, un análisis reciente de los mo-
numentos con inscripciones calendáricas (Coe 1957) ha llevado a la conclu-
sión de que el complejo ceremonial Maya fue introducido en las tierras ba-
jas de Guatemala, antes que un desarrollo local.
Uno de los obstáculos para el desarrollo de la antropología como
ciencia ha sido la complejidad confusa de sus datos, lo cual ha producido un
sentimiento de desesperanza de que cualquier generalización útil pueda ser
alcanzada. Aunque la recepción hostil de los intentos orientados al recono-
cimiento de leyes culturales ha sido moderada en los años recientes, todavía
existe una tendencia a rechazarlas en la primera oportunidad. En la física,
cuando un experimento parece invalidar una ley, el experimento es repeti-
do y analizado cuidadosamente en busca de fallas, antes de que sus resulta-
dos sean aceptados. No obstante, en la antropología se usa cualquier situa-
ción que parece ser superficialmente irreconciliable para demoler una ley
de inmediata. Ha habido pocos intentos serios para analizar los datos a ma-
nera de un experimento científico, para descubrir factores que podrían ex-
plicar contradicciones aparentes o para determinar si la causa de la falta de
ajuste a los resultados esperados podría tener su origen en un análisis erra-
do de la situación. Hasta que no aprendamos a someter las teorías cultura-
les al tipo de evaluación “experimental” que se hizo en los casos brevemen-
te resumidos aquí, no tendremos una manera confiable de averiguar su va-
lidez.
80 / Betty J. Meggers

La antropología, en su desarrollo como ciencia, se ha extendido en


muchas direcciones, ha tomado varias metodologías y ha abrazado una can-
tidad de puntos de vista teóricos, algunos de ellos contradictorios. Mientras
se acumularon más datos, aquellas alternativas no apoyadas por la eviden-
cia morían. Desafortunadamente, la desaprobación de algunas teorías re-
sultó en la pérdida de confianza en las restantes y la teoría cultural entró en
un eclipse casi total. Está haciéndose cada vez más obvio que la antropolo-
gía no puede continuar indefinidamente como un depósito de datos misce-
láneos, solo susceptibles de una integración teórica del tipo más vaga. Pa-
rece estar creciendo entre los antropólogos el reconocimiento de que una
teoría del desarrollo cultural como aquélla utilizada en este ejercicio, puede
integrar e iluminar muchos tipos de datos. Un prueba más amplia en el
campo es el paso próximo y también esencial.
La ley de la evolución cultural como una herramienta práctica / 81

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1949 The Science of Culture. New York, Farrar, Straus and Co.
Capítulo 4
EL SIGNIFICADO DE LA DIFUSIÓN
COMO FACTOR DE LA EVOLUCIÓN

Aun reconociendo que los antropólogos tienen un compromiso emo-


cional con sus datos, rara vez igualado entre los científicos de ciencias natu-
rales y físicas, la pasión que ha provocado el principio de difusión ha sido ex-
traordinariamente intensa y prolongada. El lector imparcial del análisis clá-
sico de Tylor de las razones para atribuir un origen asiático al juego de pato-
lli de los aztecas o el libro de Eliot Smith sobre la difusión de la cultura, difí-
cilmente comprendería la razón de la disputa, especialmente puesto que la
veracidad o falsedad de esos casos no pareciera tener relevancia para nues-
tras propias vidas. Las explicaciones medioambientales o evolutivas de la
cultura, que fueron atacadas vehementemente alguna vez, han llegado a ser
respetables; en contraste, la controversia sobre la difusión se ha hecho más
acrimónica. ¿Por qué no podemos enfrentar racionalmente el problema, de-
finir objetivamente los criterios, reunir la evidencia con calma y llegar a un
consenso?
Las razones de esta situación son complicadas y analizaré sólo tres
aspectos: (1) el carácter del impasse, (2) el significado de la difusión en la
evolución cultural y (3) las consecuencias de reconocer la difusión como
una categoría legítima de explicación.

El Carácter de la Impasse

El papel de la difusión como estímulo del desarrollo de configuracio-


nes culturales locales cada vez más complejas y como explicación de la dis-
tribución amplia de rasgos y complejos, ha sido foco de interés por más de
un siglo. El análisis cuidadoso que hiciera Tylor (1879) de los elementos in-
corporados en el juego de patolli azteca y el juego de parchesi asiático, sigue
siendo un modelo de comparación objetivo. En 1905, Holmes caracterizaba
“la teoría de que marinos errantes de otras tierras llegan de vez en cuando a
84 / Betty J. Meggers

las costas americanas, trayendo con ellos los gérmenes de culturas distintas
[como] una rama muy interesante e importante de la investigación arqueo-
lógica, con la cual los arqueólogos deben vincularse particularmente en es-
ta etapa” (1905:419).
Dentro de los continentes, la difusión se ha considerado hace tiempo
como la explicación apropiada para muchos tipos de similitudes culturales,
sin tomar en cuenta la distribución continua o proximidad entre las expre-
siones (Nordenskiold 1931; Lowie 1937:257; Kroeber 1948:782). Se ha atri-
buido a Boas el expresar en 1912 el punto de vista de que la cultura del Nue-
vo Mundo era un fenómeno interrelacionado, “con desarrollos exuberantes
en México y el oeste de Sudamérica fluyendo hacia las áreas adyacentes del
norte y sur, mientras el sustrato antiguo permanecía estático en las regiones
marginales del extremo norte y sur” (Spier 1943:119). Unos pocos años des-
pués, Dixon afirmaría que “el Viejo Mundo —Eurasia y Africa y los extensos
archipiélagos e islas continentales del Pacífico— forman una gran unidad,
unida a través de los trópicos por un cinturón en el cual los pueblos y las cul-
turas han estado libres para vagar de un extremo al otro. En esta vasta área,
la difusión ha estado libre para distribuirse cuanto pudiera, por donde quie-
ra que se hayan producido los inventos y descubrimientos y aquí se puede
observar su influencia en todas direcciones” (1928:273).
Otros intentaron formular criterios para diferenciar la difusión del
desarrollo independiente. Schmidt consideraba: (1) que la forma (a la que él
llamó posteriormente “calidad”) y la cantidad “hacen posible establecer con
certeza científica las relaciones históricas entre dos elementos culturales o
grupos culturales distantes uno de otro” y (2) que “desde la perspectiva del
principio, no importa cuán grande sea la separación espacial” (1939:156).
Estos criterios fueron atacados por los antropólogos estadounidenses, el
primero sobre la base de que “la ecuación personal siempre interviene” al
juzgar las similitudes (Lowie 1933:147) y el segundo por considerar que la
separación espacial es un factor crucial (Sapir 1916:40). Goldenweiser cons-
truyó una regla contraria a la posición de Schmidt: “En ausencia de la evi-
dencia histórica y todo lo demás siendo igual, la proximidad, facilidad de co-
municación o el conocimiento de su existencia, favorecen la difusión; la dis-
tancia, dificultad de comunicación o falta de evidencia, favorecen el desa-
rrollo independiente” (1937:474).
El significado de la difusión / 85

La crítica a menudo se ha centrado en problemas no susceptibles de


comprobar. Los antidifusionistas han preguntado: “¿No pareciera que los
vehículos de ruedas fueran más útiles que las pirámides y que por consi-
guiente aquéllos deberían recordarse primero?” (Means 1916:534). O: “si la
cerbatana viajó a través del Pacífico, ¿por qué no viajó por el Oceáno Indico
a la selva congoleña?” (Howells 1954:265). Ellos encuentran “difícil de com-
prender cómo la llegada de unos pocos extranjeros vulnerables pudieron
iniciar un desarrollo cultural duradero” (Kroeber 1948:561; Waterman
1927:229). Quienes se oponen a la difusión transpacífica han exigido “prue-
bas concretas de cómo pudieron sucederse las migraciones y cómo se so-
brepasaron las barreras geográficas” (Steward 1949:743; Phillips 1966:297) y
hasta demostraciones que “sin estos contactos no se habría logrado el nivel
de civilización” (Phillips 1966:297). Con tales requerimientos no es de sor-
prender que los intentos de demostrar dispersiones de larga distancia (e.g.
Ford 1969; Meggers, Evans y Estrada 1965) hayan sido rechazados como “no
convincentes” (Griffin 1980:15).
Pero, como Elliot Smith observara hace más de cinco décadas: “El
asunto no es sólo si... la influencia asiática dió forma a la naciente civilización
americana; es la actitud que deberíamos tomar frente al problema del origen
de la civilización... Es el problema fundamental de la naturaleza del poder in-
ventiva del hombre el que tiene que ser resuelto en esta investigación”
(1942:33-4). Aunque nuestra base de datos se ha aumentado muchísimo, no
estamos más cerca del consenso después de un siglo de discusión, porque los
datos derivan su significado del contexto en el cual se juzgan. Quienes se im-
presionan con el ingenio humano interpretan semejanzas notables como
pruebas de su posición (e.g. Rowe 1966). Aquellas que consideran improba-
ble la duplicación independiente de tecnologías complicadas como la cerá-
mica y la metalurgia y de creaciones imaginativas como mitos y estilos artís-
ticos, atribuyen las distribuciones discontinuas a la difusión. A menos que se
adopte un marco teórico que ofrezca una base para favorecer una interpreta-
ción sobre la otra, la discusión puede continuar por otros cien años.

El Significado de la Difusión en la Evolución Cultural

Una salida para esta impasse la sugirió Tylor hace más de un siglo:
“Nadie puede negar que... la causa definida y natural determina, en gran
86 / Betty J. Meggers

medida, la acción humana. Luego,...tomamos esta existencia reconocida de


causa y efecto como punto de partida y viajaremos con ella hasta donde sea
posible” (1920:3). Este camino atrajo a pocos viajeros en las décadas que si-
guieron, pero cada vez favorece más a los antropólogos inspirados en la
perspectiva biológica y los biólogos interesados en el comportamiento cul-
tural. Como resultado de sus esfuerzos está surgiendo una teoría general de
la cultura.
Los fundamentos descansan en la teoría de la evolución desarrollada
en la biología, especialmente en los principios de la selección natural. La
evolución orgánica es el resultado de la interacción entre las características
y conductas de los organismos y las oportunidades y riesgos del medioam-
biente. Los rasgos que favorecen la capacidad de un individuo para sobrevi-
vir y reproducirse tienden a esparcirse en la población, ya que aquellos que
no los poseen dejan una progenie menor o ninguna. Los biólogos han de-
mostrado que un individuo puede contribuir a la reserva genética del futu-
ro no sólo por replicar sus propios genes, sino por asegurar la reproducción
de ciertos parientes consanguíneos. Este concepto de “aptitud inclusiva” no
sólo explica muchas conductas altruístas entre otros animales, sino que
también muchos aspectos de los sistemas humanos de parentesco (Kurland
1979).
Si consideramos la selección natural como proceso universal que
opera en las características fenotípicas de los organismos, tenemos una ba-
se para explicar la emergencia y evolución de la cultura. Necesitamos sólo
suponer que la selección favoreció a los individuos cada vez más capacita-
dos para aprender y hacer uso de lo que han aprendido (Rappaport
1971:249; Durham 1979:43) y de transmitir y acumular sus conocimientos
en forma de cultura. Cuando las prácticas culturales superaron a las con-
ductas basadas en lo biológico como medio de adaptación, el foco inmedia-
to de la selección natural debió haber cambiado hacia la cultura. Entonces,
la aptitud inclusiva podría haberse expresado en la capacidad de transmitir
información además de la capacidad de transmitir genes, para luego ser ex-
presada principalmente en la primera forma (Irons 1979:9-l0; Alexander
1979:67).
Continuando un poco más adelante esta perspectiva evolucionista,
se hace aparente que las ventajas potenciales de un tipo de conducta que
puede ser modificada y acumulada por el aprendizaje, se refuerza al disemi-
El significado de la difusión / 87

nar lo que se ha aprendido. Mientras más oportunidades haya de “prestar”


lo que han descubierto otros, mayor es la posibilidad de aumentar la aptitud
inclusiva. De este modo, se podría esperar que la selección natural conser-
vara y elaborara conductas que aumentaran el número, la capacidad y efi-
ciencia de los canales de difusión, que inyectan la recolección de informa-
ción a las actividades con una o más funciones diferentes y que promueven
el almacenaje y la recuperación de la información. En verdad, los métodos
para trascender las barreras linguísticas, geográficas, políticas y sociales han
proliferado durante la evolución cultural. El comercio, las correrías, el pere-
grinaje, la exogamia, las alianzas políticas, las exploraciones, la coloniza-
ción, las conquistas y el proselitismo —además de las acciones clandestinas
como el espionaje y el robo— facilitaron la dispersión de la información
mientras desarrollaron otras funciones primarias. Estos tipos de conductas
están siendo ahora superadas por métodos tecnológicos cada vez más sofis-
ticados, dirigidos específicamente a preservar, almacenar, dispersar, recu-
perar y difundir el conocimiento a nivel global.
La existencia de mecanismos para obtener productos que no satisfa-
cen necesidades básicas inmediatas o que involucran riesgos personales
considerables, refuerza la tesis de que la comunicación es esencial para la
realización del potencial inherente en la conducta cultural. Melanesia es re-
nombrada por la elaboración de redes de intercambio de este tipo. Las co-
munidades ubicadas a ambos lados del estrecho Vitiaz, que divide Nueva
Guinea del archipiélago de Bismarck, están diversificadas linguísticamente,
son independientes políticamente y con escasas excepciones, autosuficien-
tes económicamente (Harding 1967). A pesar de estas diferencias participan
en una red social intrincada formada por miles de vinculaciones entre so-
cios en el comercio. El movimiento de las mercaderías se concentra en cin-
co grupos de comerciantes “profesionales”; aunque sus territorios de desti-
no se sobreponen considerablemente, no tratan de competir ni de lograr un
monopolio. Unas tres docenas de tipos de artículos se intercambian, inclu-
yendo cerdos, perros, cerámica, recipientes de madera, arcos y flechas, ob-
sidiana, tambores, tabaco, pigmentos y ocasionalmente alimentos.
Para nuestros propósitos, esta red tiene una serie de aspectos intere-
santes. Mucho del comercio se realiza entre personas que pertenecen a co-
munidades distantes (de este modo, propensos a poseer información que
no se obtiene en la localidad). Se puede enviar a un niño por períodos largos
88 / Betty J. Meggers

al hogar de un amigo comercial de su padre (facilitando la adquisición de in-


formación foránea). Es obligatorio aceptar cualquier cosa que se ofrezca,
aunque el artículo en particular no sea deseado por el receptor (lo que im-
plica que mantener la relación es más importante que obtener mercade-
rías). Un estándar de valores minimiza la posibilidad de desacuerdos que
pudieran causar daño en la perpetuación del sistema. Las redes de comer-
cio siguen manteniendo muchos de sus rasgos tradicionales mientras que
los productos europeos y el trabajo pagado han alterado severamente otros
aspectos de la cultura indígena.
Todos estos rasgos sugieren que el sistema desempeña funciones más
importantes que el traslado de mercadería. Como ha observado Harding,
“estos patrones de intercambio tienen un carácter artificial, en el sentido de
no ser determinados por la distribución de los recursos ni las destrezas rele-
vantes para la producción de los objetos de intercambio. O, para decirlo de
otro modo, la división del trabajo parece ser una función de los patrones de
intercambio más que al revés. Hay, en efecto, una clase de transacción dis-
tintivamente melanésica que parece singular y absolutamente carente de fi-
nes prácticos desde el punto de vista occidental. La función de estas tran-
sacciones pareciera ser la integración” (1967:243-4). Sugiero que también
proporciona la oportunidad de adquirir información y que esta función se
ejemplifica por la difusión de elementos culturales tan diversos como un
baile, el rondero y la práctica de la circuncisión. Harding informaba que “la
religión cristiana se esparció rápidamente, en parte debido a que siguió los
canales preestablecidos del sistema de intercambio” (1967:193).
Sistemas semejantes se han descrito en otras partes del mundo. En la
Amazonía occidental, cadenas de parejas comerciales unen a los hablantes
de lenguas y dialectos jíbaros entre sí y con los grupos vecinos, indígenas o
no (Harner 1972). Esta red se mantiene aunque los participantes corren el
riesgo de ser asesinados cuando se reúnen varias veces durante el año. Por
lo tanto, los socios comprometidos en el comercio viven a no más de dos jor-
nadas de caminata y son responsables de la seguridad de cada cual mientras
estén en territorio extranjero. Entre los artículos de comercio están las cer-
batanas, el curare, adornos de plumas, sal y objetos europeos, especialmen-
te machetes, hachas y fusiles. El pago puede demorarse, pero se espera un
valor equivalente en bienes o servicios. Tal como en Nueva Guinea, la reci-
procidad se basa en una escala de valores. Una segunda red independiente
El significado de la difusión / 89

conecta a los shamanes jíbaros con shamanes canelas al Norte. En este sis-
tema, productos jíbaros se intercambian por métodos canelas más efectivos
para tratar lo sobrenatural.
Los datos etnográficos indican que la especialización por aldea o tri-
bu en adquirir materiales y producir mercancías es relativamente común y
también que estas especializaciones se desarrollan a pesar de la disponibili-
dad local de recursos o conocimiento de las técnicas de producción (e.g.
Chagnon 1968:10; Ford 1972). A menudo se ha puesto en evidencia el papel
que desempeñan los sistemas de intercambio en diseminar información.
Por ejemplo, entre los Papago, las mujeres concurrieron a cinco centros de
manufactura de cerámica para obtener recipientes “e igualmente importan-
te es el intercambio de noticias y chismes” (Fontana et al. 1962:24). De igual
manera, en el sur de la Guyana varios grupos con filiaciones tribales y lin-
guísticas distintivas intercambian canoas, hamacas de algodón, ralladores
de mandioca, veneno para flechas y perros. “De este modo, los viajeros con
sus productos y noticias circulan constantemente de distrito en distrito” (Im
Thurn 1883:273).
Los intentos por rastrear en el pasado estos sistemas encuentran se-
rios obstáculos. No solamente se debe inferir su función como canales de in-
formación, sino que su existencia puede no detectarse debido al carácter
perecedero de los productos transportados. Tanto las consideraciones teóri-
cas como la evidencia etnográfica sugieren, sin embargo, que los arqueólo-
gos han subestimado más que sobrevalorado la capacidad de los grupos hu-
manos del pasado para obtener información y que la incapacidad de identi-
ficar materiales u objetos de procedencia foránea no puede constituirse en
prueba de que no existiera esa comunicación (e.g. Chard 1950).
El traslado a larga distancia de materias primas y productos es un ras-
go notable en el registro arqueológico de muchas regiones. Hace tiempo se
conoce, por ejemplo, que los Hopewellians, dominadores en el valle del
Ohio entre 100 a.C. y 400 d.C., obtuvieron obsidiana y dientes de oso pardo
de Wyoming, caimanes y conchas marinas del Golfo de México, esteatita y
mica de Vermont y Nueva Hampshire y cobre de las costas del lago Superior,
junto con diversos minerales procedentes de las regiones intermedias
(Struever and Houart 1972). Pocos de estos materiales se necesitaban para
conseguir alimento y abrigo; ninguno era esencial para sobrevivir. Sin em-
bargo, los más “inútiles” de estos materiales se encuentran entre los más
90 / Betty J. Meggers

abundantes, particularmente en el sitio Hopewell, donde se han recuperado


cientos de adornos con dientes de oso, grandes cantidades de perlas y miles
de objetos de mica, los cuales seguramente representan una fracción de lo
que se acumuló. No hay razón para dudar de que estos bienes durables es-
tuvieron acompañados de mercancías perecederas, tales como madera, ces-
tería, tela, pieles de animales, plumas y también información.
Una situación similar se ha documentado para la cultura Poverty
Point que floreció un milenio antes en el bajo Misisipi (Webb 1977). El cobre
de la región de los Grandes Lagos, en la frontera entre los Estados Unidos y
Canadá, el pedernal del Sur de Ohio, caliza de Oklahoma y varios minerales
de las laderas de los Apalaches en Georgia, marcan la extensión de este sis-
tema de abastecimiento. La cerámica con desgrasante de fibra con antece-
dentes en las costas atlánticas de Florida y Georgia y la industria lapidaria
que empleaba técnicas y formas características de los sitios olmecas de Mé-
xico oriental, ilustran los tipos de información tecnológica que fluyó hasta
Poverty Point a través de esta red. El mecanismo de difusión de las cucurbi-
táceas domésticas desde Mesoamérica hasta la zona oriental de Norteamé-
rica alrededor del 2.000 a.C. se ha considerado como “intercambios recípro-
cos en una red de asentamientos esparcidos en el paisaje” (Kay, King y Ro-
binson 1980:820), posiblemente un sistema de socios comerciales como
existe todavía entre los Jíbaros. El intercambio entre los centros maya pre-
históricos a menudo no tuvo relación con las disponibilidades locales de
materia prima (Voorhies 1973), lo que ofrece otro ejemplo de un sistema ar-
tificial para facilitar la comunicación.

Consecuencias Teóricas

Si la comunicabilidad está entre las características que proporcionan


un potencial adaptativo superior a la conducta cultural, la difusión debería
ser más frecuente que la invención independiente. El contraste entre los
procesos biológicos y culturales de innovación y transmisión apoya esta
afirmación. Las mutaciones y reorganizaciones mecánicas de los genes, que
son los equivalentes biológicos de invenciones y descubrimientos, ocurren
al azar. La posibilidad de que surja una innovación adaptativa en un tiempo
y espacio favorable para su supervivencia y perpetuación es poca. Esas in-
novaciones tampoco pueden ser aprovechadas por poblaciones extrañas
El significado de la difusión / 91

donde pudieran ser beneficiosas. Como consecuencia, la evolución biológi-


ca es típicamente lenta. Las novedades culturales también pueden surgir al
azar, pero incluso aquellas que no sean útiles de inmediato para sus inven-
tores pueden esparcirse entre otros grupos, los cuales pueden mejorar su
adaptación o hacer modificaciones o elaboraciones útiles. La posibilidad de
dispersar información proporciona un fondo común de innovaciones cultu-
rales que reduce la necesidad de reinventar y la demora en aplicar la nueva
información. El ritmo acelerado de la evolución cultural es uno de los resul-
tados (cf. Boserup 1981:101).
Esta perspectiva entra en conflicto con la idea de que las tecnologías
complejas como la agricultura, metalurgia y cerámica son fáciles de inven-
tar y por consecuencia muy susceptibles a duplicarse independientemente
(Wenke 1980:319; Bronson 1972:213). Los difusionistas siempre se han
opuesto a esta suposición, basando su escepticismo en el grado de destreza
que se requiere para producir un resultado exitoso y la magnitud del poten-
cial para los pequeños errores en cada etapa del proceso, que truncarían un
desarrollo posterior (Smith 1933:11; Wertime 1973). Vale la pena examinar la
base de esta posición.
Consideremos lo que se requiere para confeccionar un recipiente
funcional de cerámica. Hay que ser capaz de diferenciar la arcilla de otros ti-
pos de tierra y seleccionar una variedad con propiedades adecuadas. Hay
que limpiar la arcilla, molerla, humedecerla y “darle tiempo”. El alfarero tie-
ne que saber si debe agregar antiplástico y si fuera necesario, qué tipo, tama-
ño de grano y proporción. Durante la fabricación de la vasija, la arcilla no
debe estar demasiado húmeda ni secarse muy rápidamente. Después de ter-
minada, la vasija debe secarse antes de ir al horno y el ritmo y la duración de
este proceso deben ser adecuados para evitar la formación de grietas. La
cocción es un proceso delicado que requiere de conocimientos especializa-
dos en cuanto a combustibles y la respuesta de la arcilla al calor. La veloci-
dad, duración e intensidad de la calefacción deben ser controladas. El en-
friado presenta otros riesgos: velocidad desigual o demasiada rápida puede
causar daños estructurales. La aplicación de decoración, apéndices y vidria-
do requiere habilidades adicionales (Rye 1981). Un ejemplo de la dificultad
en dominar el proceso lo presenta una mujer papago, a quien le enseñaron
a hacer cerámica con métodos modernos. Ella luego intentó imitar los pro-
cedimientos tradicionales. Después de dos años, aún no podía cocer su al-
92 / Betty J. Meggers

farería con éxito según el método papago (Fontana et al. 1962:115). Su fraca-
so no es reflejo de su inteligencia o ingenuidad: más bien, demuestra la im-
portancia de comunicar el conocimiento para llevar a cabo estas “cualida-
des distintivamente humanas” (Smith 1933:1-2).
La comunicación es esencial para desarrollar otra ventaja potencial
del comportamiento cultural sobre el biológico: la capacidad de conservar y
acumular. Cuando se extinguen las especies o las poblaciones de otros ani-
males, desaparece su comportamiento junto con sus genes. Entre los huma-
nos, sin embargo, los componentes culturales y biológicos son indepen-
dientes. El surgimiento y la declinación de las civilizaciones, la asimilación
de culturas más simples por otras más avanzadas, la substitución de una re-
ligión por otra -todos éstos y otros eventos históricos pueden ocurrir sin
destruir a la población ni alterar significativamente la composición genética
local. En forma similar, la desaparición de una configuración cultural local
no necesita afectar substancialmente el acervo cultural general, debido a
que los varios tipos de información se han compartido con otros grupos, o
han sido registrados o incorporados en una nueva configuración. Es la ma-
nera en que la naturaleza nos permite tener nuestra torta y además comer-
la (cf. Durham 1979:41).
Mi defensa del significado evolutivo de la difusión descansa en la
convicción de que entre los humanos el comportamiento cultural ha susti-
tuido al comportamiento biológico como foco primario de la selección na-
tural. Las correspondencias numerosas entre las configuraciones biológicas
y culturales implican la operación de los mismos principios básicos. La ra-
diación adaptativa, que ocurre cuando plantas y animales de la misma espe-
cie invaden hábitats con tipos de recursos diferentes, explica igualmente la
aparición de configuraciones culturales regionales distintivas a partir de un
grupo de inmigrantes relativamente homogéneos, como sucedió en la isla
de Madagascar (Kottak 1972). El principio “fundador”, que estipula que el
aislamiento reproductivo de un segmento de una población biológica lleva
a una diferenciación rápida, hace inteligible la representación diferencial de
técnicas decorativas y formas de vasija entre los complejos cerámicos aisla-
dos del Formativo Temprano en el Nuevo Mundo (Meggers, Evans y Estrada
1965:6-7). La teoría del forraje óptimo hace comprensible la composición de
las dietas de los cazadores-recolectores (Hames y Vickers 1982; Hawkes, Hill
y O’Connell 1982). Los principios de la biogeografía insular iluminan la evi-
El significado de la difusión / 93

dencia arqueológica de los cambios en el patrón de asentamiento y tamaño


de la población precolombina de St. Kitts en las Pequeñas Antillas (Goodwin
1980) y las correlaciones entre diversidad linguística y dimensión del área en
las islas Solomón de la Melanesia occidental (Terrell 1977:30-33). Combina-
ciones similares de climas, suelos y topografía evocan convergencias morfo-
lógicas y fisiológicas entre tipos de plantas y animales no emparentados, co-
mo también convergencias en el patrón de asentamiento, organización so-
cial, énfasis de la subsistencia y otros aspectos de culturas no emparentadas
(Meggers 1972). Las proscripciones matrimoniales, normas de residencia y
derechos de herencia, se conforman a las predicciones derivadas del con-
cepto biológico de la aptitud inclusiva (Kurland 1979). Las prácticas sociales
que exigen que el alimento y el trabajo sean compartidos entre categorías
específicas de parientes se pueden explicar de la misma forma.
Estos ejemplos indican que el comportamiento cultural es conse-
cuente con los principios de la selección natural, del mismo modo que los
últimos son congruentes con las leyes de la química y la física. La vida es al-
go más que los elementos químicos y las fuerzas físicas que la hacen posi-
ble; igualmente, la cultura es algo más que los procesos anatómicos, fisioló-
gicos y sicológicos que sustentan la vida. Pero, ¿cuánto más? Pareciera claro
que nuestra situación actual es el resultado de un proceso tremendamente
intrincado de selección y recombinación de rasgos culturales y biológicos
durante muchos milenios y en contextos orgánicos e inorgánicos variados.
Hasta que sepamos cuánto de nuestra conducta se atribuye a procesos bio-
lógicos y evolutivos que no conseguimos todavía comprender, mucho me-
nos controlar, nosotros no podremos identificar con seguridad un residuo
que necesita otra forma de explicación (cf. Gould 1980:50).

Conclusiones

Lo que hace a nuestra especie distinta a todas las otras, es la capaci-


dad de cambiar nuestra conducta rápida y drásticamente, variarla tremen-
damente y elaborarla en forma indefinida. La ventaja potencial de sustituir
la conducta determinada culturalmente por la determinada biológicamen-
te queda anulada sin los mecanismos para la diseminación de las ideas, los
inventos y los descubrimientos más allá de una población local. A la inver-
sa, esta ventaja se valora en proporción al número y variedad de los meca-
94 / Betty J. Meggers

nismos para intercambiar información y por el tamaño y la heterogeneidad


de las áreas sobre las cuales operan estos mecanismos. El análisis que aca-
bamos de hacer sobre la función adaptativa de la cultura, si es que es válido,
nos lleva a la conclusión de que la difusión, lejos de negar la posibilidad de
desarrollar una teoría de evolución cultural (Lowie 1920:434; Steward
1956:70), es uno de los fundamentos sobre el cual esa teoría se puede cons-
truir.

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Capítulo 5
CONEXIONES Y CONVERGENCIAS
CULTURALES NORTE Y
SUD AMERICANAS

En el verano de 1958 un grupo pequeño de antropólogos se reunió al-


rededor de una mesa en San José, Costa Rica, donde un puñado de fragmen-
tos de cerámica habían sido colocados para ser comparados. Los tiestos
eran pequeños y no particularmente llamativos, pero exhibían decoración
en ténues bandas de anchura digital que relucían con un brillo iridiscente.
Algunos eran de la costa del Ecuador; otros de la costa de Guatemala. Su si-
militud llevó a los arqueólogos a concluir que existía un contacto directo en-
tre los habitantes de estas áreas un milenio o más antes del comienzo de la
Era Cristiana. El análisis de elementos asociados en ambas áreas trajó a la
luz otros paralelos, que sirvieron para fortalecer la conclusión (Coe 1960).
Aunque la inexactitud de las fechas permite un desacuerdo sobre el lugar de
origen, pocos expertos impugnarían la existencia del contacto.
No todos los análisis comparativos resultaron en una unanimidad tan
agradable. El hombre común y aún algunos antropólogos están a menudo
confundidos sobre qué tipos de semejanzas pueden indicar conexiones,
puesto que las premisas teóricas en las cuales se basa la evaluación no se ha-
cen explícitas. Además, factores ajenos pueden influir en una decisión que
debería basarse solamente en la evidencia, como la oposición al reconoci-
miento del contacto transpacífico precolombino por asumir que el océano
Pacífico constituyó una barrera no transitable. Una conclusión científica to-
ma en cuenta un cuerpo de información teórica y un serie de premisas táci-
tas. Será apropiado resumir los más importantes de estos criterios como una
introducción a la discusión de algunas de las conexiones y convergencias
culturales que pueden haber existido entre América del Norte y del Sur en
los tiempos pre-Europeos.
100 / Betty J. Meggers

Se puede comenzar con un examen más detallado de la cuestión de


la pintura iridiscente ya mencionada. Esta fue descubierta primero en la
costa del Ecuador, donde aparece súbitamente en la secuencia arqueológi-
ca, sin antecedentes aparentes, en asociación con elementos cerámicos am-
pliamente distribuídos en Mesoamérica y Perú durante el horizonte Forma-
tivo. La posibilidad de que fuera inventada localmente ha sido descartada en
base a la peculiaridad de la técnica y a la excelencia de la ejecución, que no
parecen congruentes con los esfuerzos de experimentación. Ya que no se co-
noce este tipo de decoración en el Perú vecino, donde alfareros de gran des-
treza ensayaron una variedad de métodos de decoración, la conclusión de
que no es algo tan obvio para ser fácilmente descubierta parece válida. En
cambio, parece que los alfareros primitivos recurrieron repetida e indepen-
dientemente a la incisión, el punteado y la pintura roja para embellecer su
cerámica.
Estos criterios—-la singularidad del rasgo, la ausencia de anteceden-
tes locales y la ausencia de causalidad funcional—-constituyen tres de las
consideraciones principales en las cuales se basa un juicio sobre la posibili-
dad de una conexión entre dos o más ocurrencias. Un cuarto criterio, logra-
do después del descubrimiento de la alfarería con la misma decoración en
la costa de Guatemala, es la presencia de otros elementos inusuales. En fin,
hubo una duplicación de un complejo de rasgos, incluyendo no sólo la de-
coración de la cerámica, sino también formas de vasijas y otros tipos de ar-
tefactos inusuales. Aunque a veces se sostiene que la duplicación de un so-
lo rasgo en áreas ampliamente separadas pueda resultar de la invención in-
dependiente, la coincidencia de un complejo de rasgos sin limitación fun-
cional generalmente inclina la balanza en favor de asumir alguna conexión,
sobre la base de que la invención independiente, en dos o más lugares, de
varios rasgos complejos y arbitrarios está más allá de los límites de la proba-
bilidad razonable.
Mientras técnicas de decoración cerámica raras y complicadas, tales
como el pintado post-cocción con una variedad de colores, o el exciso con
relleno de pigmento rojo o blanco, son de inmediato categorizadas como
elementos cuya presencia en dos regiones es un probable indicador de difu-
sión, otras semejanzas son más difíciles de evaluar. Cuando consideramos
tipos de decoración como el punteado, la incisión y el corrugado, nuestra
tendencia es descontar su valor para mostrar conexión sobre la base de que
Conexiones y convergencias culturales norte y sudamericanas / 101

son obvios y están extensamente distribuídos, lo que interpretamos como


indicativo de repetida invención independiente. En esto podemos estar en
lo correcto; no obstante, podemos ser demasiado conservadores y las técni-
cas pueden no ser tan obvias como tendemos a creer.
La objeción funcional a la inferencia de conexión cultural es más fá-
cil de aplicar en la cultura no material. La organización sociopolítica, por
ejemplo, se correlaciona con la densidad de la población, con el suministro
de alimentos confiable y varios otros factores y no se puede difundir direc-
tamente. Tipos similares de estructura social, tales como la esclavitud, la
monarquía y las organizaciones militares, también se desarrollan de manera
independiente y aparentemente inevitable (a igualdad de otras condicio-
nes) cuando el contexto cultural es apropiado. Otros rasgos representan
adaptaciones a medioambientes semejantes, tales como las casas pozo del
noroeste de Argentina y del suroeste de los Estados Unidos o las canoas de
corteza de la selva amazónica y de las florestas orientales norteamericanas.
Los habitantes de medioambientes similares, con necesidades afines de
protección contra los elementos naturales y con grados comparables de
destreza tecnológica, están predispuestos a encontrar soluciones similares
para resolver problemas de supervivencia, dando como resultado duplica-
ciones posiblemente tan específicas como aquellas consideradas indi-
cadores de difusión, pero carentes del criterio de ausencia de causalidad
funcional.
Manteniendo en mente estas pautas, podemos examinar algunas se-
mejanzas culturales entre Norte y Sud América. Estas incluyen los rasgos
empleados por los arqueólogos para reconstruir la llegada de los primeros
habitantes, marcada por la distribución de industrias líticas desde Norte
América hasta la Tierra del Fuego y los contactos entre la costa occidental de
América del Sur y Mesoamérica durante los últimos milenios pre-europeos.
Los criterios son exclusivamente arqueológicos y las conclusiones se deri-
van de la distribución geográfica y la posición cronológica relativa de varios
rasgos en secuencias locales. En muchos casos, las áreas bajo investigación
son contiguas y cualquier brecha en las distribuciones de los rasgos se pue-
de explicar por preservación desigual o trabajo de campo insuficiente.
Se pueden reconocer otros dos tipos de semejanzas: (1) la duplica-
ción de constelaciones de rasgos entre grupos primitivos viviendo en los ex-
tremos opuestos del Nuevo Mundo y (2) la duplicación de elementos en el
102 / Betty J. Meggers

desarrollo cultural de áreas muy retiradas unas de otras. Estos paralelismos


comparten la característica de que ocurren en el interior de los continentes
antes que en la costa y son raros o ausentes en el área intermedia, de mane-
ra que parecen no encajar en las clases de explicaciones más comunes. Los
rasgos son muy parecidos para ser invenciónes independientes y muy am-
pliamente separados para ser resultado de la difusión de un centro a otro,
pero tienen que ser incluídos en cualquier teoría consistente del desarrollo
cultural.
El paralelismo del primer tipo, que involucra la presencia de una can-
tidad de rasgos únicos entre los grupos primitivos sobrevivientes en el nor-
te de América del Norte y en el sur de América del Sur, fue el foco de consi-
derable investigación hace algunas décadas (Cooper 1941; Ehrenreich 1905;
Nordenskiold 1910, 1912, 1931). Nordenskiold, en particular, dedicó mucho
esfuerzo a la identificación de los rasgos compartidos por grupos margina-
les o no agricultores del Gran Chaco, Patagonia y Tierra del Fuego en Améri-
ca del Sur y tribus nómades norteamericanas , pero que son raros o ausen-
tes en el área intermedia. La mayoría no son esenciales para la superviven-
cia y por lo tanto no explicables como adaptaciones independientes a las
exigencias de subsistencia o a las patrones comunitarios similares. Los 64
rasgos tabulados por Nordenskiold (1931) incluyen casas para sudar, cuero
bordado, flechas con tres plumas, goma de pescado, encendido del fuego
con pirita y pedernal, vasijas de corteza cocida, señales de humo, la toma del
cuero cabelludo y varios tipos de juegos, tales como una forma de hockey,
anillo-y-alfiler; y juegos de azar usando un dado. Otros investigadores han
señalado correspondencias notables en los ritos de la pubertad (Loeb 1931),
en los conceptos religiosos (Schmidt 1929), en el estilo musical (von Horn-
bostel 1936) y en el folklore (Métraux 1939), lo último incluyendo las aven-
turas de un tramposo.
La conclusión lograda por estos investigadores ha sido bien expresa-
da por Cooper (1941):

Estas semejanzas culturales numerosas y específicas entre los grupos Margina-


les del extremo norte y del extremo sur de América no parecen ser satisfactoria-
mente explicadas por ninguna otra hipótesis que no sea la retención parcial de
patrones existentes en el período temprano de la pre-horticultura. En esta hipó-
tesis, en tiempos muy tempranos—-aunque no necesariamente los más tem-
Conexiones y convergencias culturales norte y sudamericanas / 103

pranos de la existencia de los seres humanos en el continente—-una cultura ar-


caica pre-hortícola con una considerable herencia común y una medida consi-
derable de uniformidad podría haber prevalecido muy ampliamente o quizá
universalmente o casi universalmente, tanto en Norte como en Sud América.
Más tarde, hace unos 2500 años y probablemente antes, surgieron en las regio-
nes más centrales del continente la horticultura y otras artes más avanzadas,
los cuales se expandieron hacia afuera, reemplazando, sobreponiendo e inun-
dando la cultura arcaica anterior, pero sin difundirse sobre el área continental
total. Las regiones extremas norte y sur permanecieron más allá de los límites
de estas difusiones, como lo hicieron también algunos enclaves remotos y aisla-
dos dentro la amplia área central. Aquí, han persistido relativamente inaltera-
das durante 25 o más siglos, las culturas Marginales externas e internas, rete-
niendo en parte su antiguo patrón.

Si aceptamos ésta conclusión como razonable, podemos proyectar


estos elementos de cultura no-material hacia atrás a los complejos preagrí-
colas encontrados arqueológicamente a lo largo de las Américas. Esta posi-
bilidad no solamente aumenta enormemente nuestra comprensión del tipo
de vida de esta gente temprana, sino que nos da alguna percepción de la es-
tabilidad que pueden alcanzar rasgos aparentemente insignificantes y nos
lleva a preguntarnos acerca de por qué este debería ser el caso.
Aunque se ha hecho relativamente poco trabajo en este campo, cier-
tos factores son sugestivos (Swadesh 1951). Los rasgos sobrevivientes se
concentran en aspectos no materiales de la cultura, los cuales nutrieron la
mente pero no estorbaron al cuerpo bajo las exigencias de la vida nómade.
Se ha demostrado que las formas tradicionales de comportamiento proveen
un sentimiento de seguridad en tiempos de crisis y tales factores sicológicos
favorecerían la retención de elementos rituales. Los juegos son escapes bien
conocidos para las agresiones provocadas por la convivencia cercana, para
las cuales no está permitida la expresión directa. Otros elementos pueden
haber persistido por ser convenientes para el organismo cultural general del
cual formaron parte o por mecanismos de aprendizaje mal entendidos (Bru-
ner 1956). Esta situación general es intrigante y significativa, y merece mu-
cha más atención de la que hasta ahora ha recibido.
Dirigiendo la mirada a las regiones adyacentes, tanto en Norte como
en Sur América, nos lleva a otro ejemplo de conexiones y convergencias cul-
turales. Porciones del suroeste de los Estados Unidos son tan semejantes me-
104 / Betty J. Meggers

dioambientalmente a zonas del noroeste de Argentina que las fotografías no


se pueden distinguir. Las mesas y mesetas, los precipicios rocosos, las pen-
dientes pedregosas, los arroyos secos y el clima semidesértico son casi idén-
ticos. Hasta los cactus y salvias se asemejan notablemente, aunque no están
estrechamente relacionados botánicamente. Igualmente llamativas son las
semejanzas culturales. Por ejemplo, la siguiente descripción se aplica al de-
sarrollo del patrón residencial en partes del suroeste de los Estados Unidos:

Al comienzo de este período..... las casas pozo comunales sin paredes o pisos de
piedra eran de uso común...Más tarde, se desarrollaron casas rectangulares
más pequeñas con pisos o paredes de piedra, construidas en la superficie del
suelo. La etapa final se caracteriza por la aparición de pueblos de 250 o más ha-
bitaciones con o sin paredes de defensa, situados en colinas o mesas más o me-
nos protegidas. Las habitaciones tienen paredes de piedra y están arregladas en
un plano variable, pero lo típico son los complejos irregularmente aglutinados
(González 1963b).

Sin embargo ésto describe, no al suroeste norteamericano, sino más


bien la región Valliserrana del noroeste de Argentina, durante el período Be-
lén-Santamaría. Semejanzas existen también en los inventarios de artefac-
tos: morteros y metates de piedra, hachas acanaladas de piedra, abrasado-
res de arenisca, pequeñas puntas de proyectil pedunculadas, leznas y gubias
de hueso, campanas de cobre, cestería enrollada o tejida en cuadros, redes
anudadas y figurillas de cerámica toscamente modeladas y con decoración
punteada en la frente. Estos artefactos no son simplemente similares; son
prácticamente idénticos en forma y construcción (Figs. 1-2). Semejanzas
adicionales impresionantes existen en la cerámica. La decoración pintada
polícroma (negro-y-rojo sobre blanco), negro sobre blanco y negro sobre ro-
jo, está presente en ambas áreas y son típicos los patrones geométricos in-
corporando líneas paralelas, elementos escalonados y hachurado zonado.
Las formas de vasija compartidas incluyen algunas tan atípicas como un ja-
rro con un asa de tira vertical uniendo un cuello corto y ligeramente cónca-
vo, con un cuerpo también corto y redondeado; un cántaro globular, como
una cantimplora, con dos asas curvas horizontales abajo del hombro y una
cuchara o cucharón.
Conexiones y convergencias culturales norte y sudamericanas / 105

En vista del uso de semejanzas de este tipo para inferir contacto en-
tre Mesoamérica y la región norandina o entre el Nuevo Mundo y Asia, se
puede preguntar por qué este paralelismo notable no se ha igualmente en-
fatizado. Los rasgos involucrados son tan únicos y complejos como los usa-
dos para comparaciones entre otras regiones y la mayoría tiene en el mejor
de los casos, distribuciones dispersas en el área intermedia. Cualquiera que
sean las razones para esta falta de atención, el resultado es que no se han to-
mado posiciones. Por lo tanto, se puede hacer un exámen más objetivo que
en otros casos y revisar desapasionadamente las varias consideraciones in-
volucradas en el análisis. No se va intentar tratar el material en profundidad;
solo se sugerirán algunas explicaciones probables o posibles.
Comenzaremos con el medioambiente. Aunque los medioambientes
no determinan los rasgos culturales, ofrecen una serie de posibilidades que
grupos humanos con necesidades y capacidades semejantes pueden explo-
tar de manera semejante. Por ejemplo, los extremos de calor y frío en un cli-
ma semidesértico hacen deseable un abrigo, así como alguna forma de ves-
tido. La escasez de árboles y la abundancia de piedras de forma y tamaño
convenientes, erosionadas de las áreas de afloramiento, canalizan la elec-
ción del material de construcción. Ciertos tipos de minerales, tales como la
arcilla y pigmentos para la elaboración de cerámica , son provistos por las
formaciones geológicas. Se explota una fauna similar para obtener pieles
para la fabricación de ropa con punzones de hueso semejantes. Están dispo-
nibles tipos similares de granos y semillas silvestres, y su preparación re-
quiere de herramientas de moler también semejantes. El problema del
transporte y la conservación de agua se resuelve mejor con jarras globulares
de cuello estrecho, que combinan la máxima capacidad con la mínima ex-
posición a la evaporación. Dado medioambientes tan parecidos topográfica
y climáticamente como aquellos del noroeste de Argentina y el Suroeste de
los Estados Unidos, con limitaciones específicas para la explotación huma-
na, son inevitables un gran número de paralelos culturales independiente-
mente derivados.
Sin embargo, queda un grupo considerable de características que pa-
recen no responder a una adaptación medioambiental y para los cuales se
debe proveer otra explicación. Puesto que se presume, hasta demostrar lo
contrario, que rasgos no adaptativos tan específicos como la pintura negra
sobre rojo, por ejemplo, tienen un origen común, esta avenida debe ser ex-
106 / Betty J. Meggers

Figura 1. Artefactos de sitios arqueológicos del noroeste de Argentina. a, Cuchillo de piedra


(según Palavecino 1948: Fig. 39-12); b-d, Tipos de puntas de proyectil (op. cit.: Fig. 39-7); e,
Afilador de leznas (op. cit.: Fig. 39-10); f, Hacha acanalada de piedra (op. cit.: Fig 39-1); g,
Pulidor de arenisca (op. cit.: Fig. 30-11); h-i, Piedras de moler y frotar (op. cit.: Fig. 39-14);
j, Punzón de hueso (op. cit.: Fig. 39-3); k, Cucharón de cerámica (op. cit.: Fig. 38-2); l, Tortero
de huso de cerámica (op. cit.: Fig. 38-4); m, Impresión de cerámica de una estera cuadricu-
lada (op. cit.: Fig. 38-6); n, Impresión de red en cerámica (op. cit.: Fig. 38-6); o, Figurilla de
cerámica (op. cit.: Fig. 38-5); p, Jarro de cerámica (op. cit.: Fig. 38-1); q, Cántaro de cerámi-
ca con asas de tiras horizontales (según Serrano 1958: Pl. 25-1).
Conexiones y convergencias culturales norte y sudamericanas / 107

Figura 2. Artefactos de sitios arqueológicos del suroeste de los Estados Unidos. a, Cuchillo de
piedra (según Judd 1954: Pl. 28-j); b-d, Tipos de puntas de proyectil (op. cit.: Pl. 73B, f, k, j); e,
Afilador de leznas de arenisca (op. cit.: Fig. 32); f, Hacha acanalada de piedra (op. cit., Pl. 70-
d); g, Placa de arenisca (op. cit.: Pl. 27-c); h-i, Piedras de moler y frotar (op. cit.: Pl. 25-f,i); j,
Punzón de hueso (según Kidder 1932: Fig. 172-a); k, Cucharón de cerámica (según Judd
1954: Pl. 61-e); l, Tortero de madera (op cit.: Fig. 42-b’); m, Tapete trabajado en técnica cua-
driculada (según Mera 1938: Pl. 15 A); n, Red (op. cit.: Pl. 19B); o, Figurilla de cerámica (se-
gún Kidder 1932: Fig. 84-i); p, Jarro de cerámica (según Hough 1914: Pl. 9-2); q, Cántaro de
cerámica con asas de tiras horizontales (según Gladwin 1957:244, extremo izquierdo infe-
rior).
108 / Betty J. Meggers

plorada. Dos categorías generales de difusión pueden ser distinguidas: (1)


aquella que se deriva de la dispersión de grupos preagrícolas a lo largo de los
continentes y (2) aquella que emana de los centros de civilización en Amé-
rica Nuclear. Algunas de las tecnologías básicas compartidas por el noroes-
te de Argentina y el suroeste de los Estados Unidos, tales como las puntas de
proyectil de piedra tallada, hachas acanaladas, técnicas de cestería y de re-
des, son indudablemente sobrevivencias de una herencia antigua común,
puesto que están ampliamente distribuídas en otras partes de las Américas
y su antiguedad está documentada arqueológicamente.
En el caso de algunos otros rasgos, se puede defender una derivación
mutua de América Nuclear. La técnica de elaboración de cerámica es el
miembro más obvio de esta categoría. Aunque su lugar de orígen es todavía
incierto, ha sido demostrado que llegó al suroeste de los Estados Unidos
desde Mesoamérica y que se difundió a Argentina desde Bolivia y Perú. En el
área nuclear, el intercambio de información cerámica comenzó en el perío-
do Formativo, antes del primer milenio a.C. y las técnicas de engobe rojo y
blanco y de pintado en uno o más colores fueron ampliamente empleados
antes de su aparición en extremos de ambos continentes. De esta manera,
las similitudes en técnica y motivo de decoración pueden sin dificultad ser
explicadas como influencias de los centros intermedios de cultura más
avanzada.
Se puede atribuir a las pequeñas campanas de cobre un origen seme-
jante. Ha sido demostrado que los objetos de cobre entraron en el suroeste
de los Estados Unidos desde México, aparentemente como producto del in-
tercambio (Pendergast 1962). En toda Mesoamérica, la metalurgia es tardía,
y aparece en lugares y contextos que implican una introducción desde el sur.
Su aparición en el noroeste de Argentina ha sido rastreada hasta Perú y Bo-
livia (González 1963a). De esta forma, tanto la técnica de trabajar el cobre
como el tipo de artefacto tienen un orígen común. Este patrón de difusión
es más tardío e independiente que la dispersión de las características cerá-
micas y la convergencia de las dos distribuciones es por lo tanto producto en
alguna medida de la casualidad.
Unas pocas características comunes que no pueden ser explicadas ya
sea por las influencias medioambientales o por la difusión, son producto del
proceso de desarrollo cultural. Dentro de esta categoría cae la secuencia si-
milar de incremento del tamaño de los asentamientos, desde pequeñas ca-
Conexiones y convergencias culturales norte y sudamericanas / 109

sas de piedra a grandes estructuras multihabitacionales. En ambas áreas, la


experiencia aportó técnicas agrícolas más eficientes, cosechas mayores y un
abastecimiento de alimentos más fiable y abundante. Estas, a su turno, per-
mitieron concentraciones mayores de población e hicieron posible el mejo-
ramiento de las artes y artesanías y la acumulación de riqueza en diferentes
formas. Como estos lujos captaron la mirada de los grupos vecinos menos
favorecidos y más nómadas, la gente de ambas áreas vieron la necesidad de
tomar medidas defensivas, reflejado en la localización de asentamientos en
las cimas de colinas y la construcción de paredes de protección. Estos facto-
res, añadidos al uso de los mismos materiales de construcción, resultaron en
edificios de apariencia notablemente semejante.
La identificación de paralelos resultantes de la adaptación medioam-
biental, la difusión y las tendencias inherentes al proceso de la evolución
cultural deja muy poco que no se haya tomado en cuenta. Dos excepciones
que vienen a la mente son las pequeñas figurillas de cerámica y una forma
de vasija (Figs. 1o-p, 2 o-p). Un exámen cercano demuestra que ambas tie-
nen un rango de variación, en el cual pocos especímenes incorporan todas
las características compartidas. Esta variación y la relativa complejidad cul-
tural de las dos áreas involucradas, favorecen la probabilidad de una evolu-
ción independiente de estos dos objetos. Esta conclusión se refuerza por el
hecho de que ni una ni otra parece ocurrir en el área intermedia, así como
por la ausencia de cualquier otra indicación de que un contacto directo ha-
ya alguna vez existido entre el noroeste de Argentina y el suroeste de los Es-
tados Unidos durante el período pre-europeo.
Como una manera de introducir el tema de las conexiones entre Me-
soamérica y el noroeste de América del Sur, sería conveniente mencionar
otro aspecto del caso Estados Unidos-Argentina que podría ser usado para
descontar la existencia de conexiones directas. Es el hecho de que, por lo ge-
neral, los rasgos que exhiben semejanzas cercanas no parecen formar un
complejo; por el contrario, están presentes en diferentes momentos y en di-
ferentes complejos arqueológicos locales. Este factor fue suprimido en el
precedente análisis porque, aunque ha sido ampliamente citado como ar-
gumento contra la existencia de contacto no es necesariamente relevante,
como demostrará el exámen de la evidencia de conexiones prehistóricas en-
tre Mesoamérica y Ecuador.
110 / Betty J. Meggers

Las primeras indicaciones del contacto directo entre Mesoamérica y


Ecuador ocurren durante el período Formativo temprano (Coe 1960; Evans
y Meggers 1957; Meggers y Evans 1962), cuando el cultivo efectivo de maíz
parece haber sido introducido desde el norte. Siguiendo a este intervalo, du-
rante el cual se intercambiaron una cantidad de tipos de decoración cerámi-
ca y de formas de vasijas, parece haber habido un período relativamente lar-
go de aislamiento. Hasta ahora, al menos, no hay en la costa del Ecuador evi-
dencia clara de ninguna introducción Mesoamericana entre alrededor del
1000 y 500 a.C. Este fue un período durante el cual el cultivo del maíz se ex-
pandió a lo largo de la costa y a las tierras altas, trayendo consigo la vida se-
dentaria y creando la base para la elaboración cultural y la diversificación
regional, características ambas del período siguiente.
Alrededor del 500 a.C. en la costa del Ecuador, los complejos locales
se habían diferenciado claramente, tanto en la cultura material como en el
nivel de desarrollo sociopolítico inferido. Los más avanzados ocuparon la
costa central y norte, correspondientes a las provincias de Manabí y Esme-
raldas, donde, alrededor de esta misma época, los rasgos mesoamericanos
comienzan nuevamente a aparecer. Se puede observar la contraparte de es-
te contacto en México en la forma de innovaciones de apariencia sudameri-
cana (Borhegyi 1959-60; Evans y Meggers 1966). Cuán intensa fue esta inter-
comunicación y cuán grande su impacto, son preguntas que todavía no se
han contestado satisfactoriamente, no solamente por lo incompleto de
nuestro conocimiento de los complejos y secuencias locales en ambas áreas,
sino también por las transformaciones forjadas en los elementos intercam-
biados durante su incorporación por las culturas receptoras, produciendo a
veces un resultado sujeto a ser interpretado como convergencia o invención
independiente.
Otro problema que confronta la evaluación de la evidencia es la falta
de coincidencia en la distribución de muchos de los rasgos. Por ejemplo, las
tumbas con pozo y cámara, las hachas-moneda de cobre, los moldes de fi-
gurillas y las pipas acodadas son más tempranos en Ecuador que en México,
pero en ninguna de las áreas están todos representados en un mismo com-
plejo arqueológico. A la inversa, las incrustaciones ornamentales en los
dientes incisivos, los sellos de cerámica y la construcción de montículos pa-
ra entierros aparecen siglos antes en México que en Ecuador, pero una vez
más, parecen estar independientemente distribuídos tanto en tiempo como
Conexiones y convergencias culturales norte y sudamericanas / 111

en espacio. Otras semejanzas numerosas entre las dos áreas han sido anota-
das, tal como la presencia de figurillas de cerámica con miembros móviles;
figuras amarradas a camas; pintura post-cocción en verde, amarillo, negro,
y blanco; inciensarios de tres picos; espejos de pirita y obsidiana; máscaras
de cerámica realistas o fantásticas; y figurillas de guerreros con disfraces de
plumas y tocados provistos de un abertura en forma de diamante para la ca-
ra.
Ninguno de estos elementos puede ser explicado como adaptación a
aspectos medioambientales similares, ni su forma particular satisface una
necesidad humana universal. Está excluída la posibilidad de una difusión
desde una fuente común en el área intermedia porque son raros en Améri-
ca Central o Colombia y cuando existen, parecen ser más tardíos que en Mé-
xico o Ecuador. Mientras una o dos semejanzas llamativas podrían resultar
de convergencia o invención independiente, varias docenas no pueden ser
explicadas así sin destruir completamente el marco teórico en el cual ope-
ran los antropólogos. La conclusión sugerida por estas semejanzas es conse-
cuentemente que debe haber existido contacto directo entre las dos áreas,
que este contacto perduró por un largo período de tiempo, que los puntos
de origen y destino fluctuaron y que las posibilidades de difusión cultural
variaron con los intereses de los individuos que hicieron los viajes (cf. Willey
1955; Porter 1953).
Otros rasgos ampliamente distribuidos, tanto en América del Norte y
del Sur, aportaron otras historias sobre el contacto, la difusión y las posibili-
dades para la convergencia y divergencia en el desarrollo cultural. El juego
de pelota es uno que ha sido estudiado (Stern 1948). Otros, tales como la
manufactura de tela de corteza y el uso de la cerbatana (Riley 1952), mere-
cen una investigación más profunda de la que han recibido. Se ha llamado
la atención sobre las similitudes en algunos complejos con distribuciones
discontínuas, tales como el arte Olmeca y Chavín (Kidder II, Lumbreras y
Smith 1963), los estilos cerámicos del medio Amazonas y el bajo Mississippi
(Palmatary 1939, 1960) y las configuracións culturales generales que existían
durante el período pre-europeo tardío en el sureste de los Estados Unidos y
la costa norte de América del Sur (Steward 1947). El significado de estos pa-
ralelos todavía no está claro, ni lo están tampoco la duplicación de rasgos
tan específicos como las piedras dentadas de los conchales arcaicos de la
costa sur de California y de Chile (Iribarren 1962); las vasijas con borde al-
112 / Betty J. Meggers

menado del noreste de los Estados Unidos (Holmes 1903; MacNeish 1952) y
la cultura Valdivia de la costa de Ecuador (Estrada 1961); o las superficies co-
rrugadas de vasijas de la Tradición Tupiguaraní del sur de Brasil y de la cul-
tura Anasazi del suroeste de los Estados Unidos. Sea que éstos representen
desarrollos convergentes, influencia de una fuente común o contacto direc-
to, la conclusión es significativa para una comprensión global del desarrollo
cultural en el Nuevo Mundo (cf. Goggin 1949).
La evaluación de las semejanzas culturales es una tarea difícil, que
depende del peso diferencial asignado a varios factores. Los juicios han sido
hechos muy a menudo en base de factores irrelevantes, como, por ejemplo,
la objeción que los investigadores del contacto transpacífico están cansados
de oir: “¿Cómo puede explicarse que en toda la América pre-colombina no
existía ningun tipo de vehículo con ruedas?” (Means 1916). O el comentario
tan a menudo escuchado, aún entre los antropólogos: “Siendo optimista y
humanista, prefiero creer que el genio puede emerger en cualquer contexto
a través de la infinita variabilidad genética humana...” (Coon 1962). La prue-
ba no consiste en encontrar una serie de sitios uniendo una ocurrencia con
otra o en identificar objetos de origen comercial, aunque tal evidencia sería
útil para reconstruir la manera en la cual fue alcanzado y mantenido el con-
tacto. El análisis comparativo se basa en un conjunto de principios teóricos,
que deben ser aplicados objetivamente en cada caso. Es la insólita capaci-
dad de darse cuenta de evidencia significativa, la que hace posible para cier-
tos individuos sugerir conexiones no percebidas por sus colegas y no la ca-
sualidad o suerte, como a menudo le parece al hombre común. Ya que pare-
ce tan fácil, la literatura está inundada de intentos pseudo-científicos para
demostrar conexiones, haciendo a los antropólogos más cautos de lo nece-
sario para tomar parte ellos mismos en tal tipo de análisis (cf. Wauchope
1962).
Sin embargo, penetrar en las vidas de nuestros predecesores es uno
de los desafíos más fascinantes que nos confrontan. Estamos menos intere-
sados en los detalles de como ellos daban forma a sus herramientas y cons-
truyeron sus casas, que en saber algo sobre los horizontes que confinaron su
mundo. Cómo se sintieron, en qué creyeron, a dónde fueron y qué encon-
traron? Nuestras imaginaciones están atraídas por la idea de que gente del
Asia pudo haber desembarcado en la costa del Nuevo Mundo varios mile-
nios antes de Cristo (Estrada 1961), o que los colonizadores precolombinos
Conexiones y convergencias culturales norte y sudamericanas / 113

bajaron desde la sierra andina septentrional por los afluentes del Amazonas
para encarar los mismos problemas que confrontamos nosotros ahora en el
bosque tropical (Meggers y Evans 1958), o que los marineros ecuatorianos se
embarcaron en expediciones comerciales de largo alcance no de manera
muy diferente a los Fenicios del antiguo Medio Oriente. No importa si nues-
tro interés surge de la necesidad de huir de las complejidades aplastantes
del mundo de hoy, o del deseo de rescatar del olvido a gente como nosotros,
quienes contribuyeron a la cultura que heredamos o del anhelo de saber que
gente de cualquier época o lugar, de cualquier cultura o raza, fue motivada
por necesidades y aspiraciones semejantes a las nuestras. Resolver el miste-
rio del pasado humano está entre los desafíos más apasionantes que con-
frontamos y la oportunidad de aportar a su solución está entre los aspectos
más gratificantes de ser un antropólogo.

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Capítulo 6

LA EVOLUCIÓN DEL ESTADO

Por varias décadas los antropólogos han tratado de explicar como


han surgido los estados. Sin embargo, todavía estamos lejos de llegar a un
concenso. Los factores que se han considerado críticos incluyen la diversi-
dad del habitat, la conscripción medioambiental, las fuerzas integrativas
poderosas, la guerra, el acceso limitado a los bienes de prestigio, el control
centralizado de la producción y el surgimiento de líderes carismáticos. Otros
catalizadores potenciales frecuentemente mencionados son el intercambio
comercial, la religión, la presión poblacional, los sistemas de cambio redis-
tributivo y la especialización regional (e.j. Jones y Kantz 1981). Otros antro-
polólogos han abordado la explicación en términos conceptuales, como se-
gregación y centralización (Flannery 1972) y magnitud, integración y com-
plejidad (Blanton et al. 1982).
El surgimiento de los estados es parte del proceso general de la evo-
lución cultural, el cual está sujeto a explicaciones divergentes en casi todos
los niveles. Sea lo veamos como un fenómeno global (evolución unilínea) o
como un proceso localizado y recurrente (evolución multilínea), muchos de
nosotros estamos de acuerdo en que ha habido un incremento constante en
la complejidad organizacional que se puede dividir en una secuencia de eta-
pas con características diagnósticas. Tampoco existen dudas de que las con-
figuraciones culturales han sido transformadas, intensificadas y destruidas
por eventos históricos locales, tanto naturales (terremotos, sequías, epide-
mias, entre otros) como culturales (conquistas, superexplotación de recur-
sos de subsistencia, innovaciones ideológicas y tecnológicas, entre otros).
También es evidente que la identificación de agentes particulares en situa-
ciones locales no nos ha brindados la comprensión que se requiere para for-
mular los principios explicativos.
Se podría romper este estancamiento dándole la vuelta a esta situa-
ción y viendo las expresiones locales como productos únicos de un proceso
118 / Betty J. Meggers

general de evolución, distorcionados por eventos históricos impredecibles.


La creciente receptividad en aplicar los principios evolutivos desarrollados
por los biólogos a la evolución cultural, es una tendencia positiva por dos ra-
zones: (1) provee un extenso cuerpo de teoría y (2) deja al descubierto pre-
juicios antropocéntricos inculcados por nuestra inmersión en los fenóme-
nos que estamos tratando de estudiar.
Un ejemplo del valor que tiene el “pedir prestado” de los biólogos lo
presenta el análisis de Thomson (1982) de tres significados distintos que tie-
ne el término “evolución”, que han provocado malentendidos entre los bió-
logos y en modo similar entre los antropólogos. El primero es simplemente
“cambio a través del tiempo”, una afirmación del patrón que se observa en
el registro geológico y en los organismos vivientes. La afirmación biológica
de que “los peces anteceden a los anfibios” es comparable con la afirmación
cultural de que “los cacicazgos anteceden a los estados”. El segundo signifi-
cado introduce el proceso. En este sentido, la relación es más que cronoló-
gica: “Los peces dieron origen a los anfibios”; en modo similar, “los cacicaz-
gos dieron origen a los estados”. En este nivel, la explicación es general y se
basa en la premisa de que todos los seres vivos (y los rasgos culturales)
emergen de formas pre-existentes en lugar de haber sido creados totalmen-
te desarrollados. La existencia entre los anfibios de rasgos compatibles con
una derivación en la modificación de los peces y la aparición de estos rasgos
en el registro de fósiles son consistentes con esta conclusión. Una lógica si-
milar se aplica a los fenómenos culturales. Pocos antropólogos dudarían
que los estados se derivan de los cacicazgos: tanto las continuidades en va-
rias expresiones socioculturales como la evidencia cronológica del registro
arqueológico apoyan esta interpretación.
Entre los biólogos, así como entre los antropólogos, los argumentos
se derivan principalmente del tercer significado del término “evolución” o
sea las formas específicas en que los cambios se originan y se perpetuan. En
biología, la explicación darwiniana de la selección natural, que implica una
sobrevivencia diferencial de variaciones que ocurren al azar, ha demostrado
gran resistencia y flexibilidad. El descubrimiento de los genes y los métodos
mediante los cuales se modifican, proveen los mecanismos para producir
las variaciones. Avances en conocimientos de la estructura molecular y la
composición de los genes han revelado métodos nuevos de variación y acu-
mulación de diversidad, los cuales parecen permitir transformaciones más
La evolución del Estado / 119

rápidas y drásticas que las que tradicionalmente reconocía la teoría darwi-


niana. Lo importante desde nuestro punto de vista es que esos descubri-
mientos no han logrado que los biólogos rechacen el principio general de la
selección natural. Al contrario, se han clarificado situaciones confusas. En
particular, insinúan que las lagunas que existen en el registro fósil pueden
representar cambios cuánticos en lugar de preservación inadecuada de or-
ganismos intermedios.
Para entender los cambios culturales, resulta sumamente interesante
el modelo de tolerancia que propone Thomson, en el que reconcilia la acu-
mulación de diversidad genotípica con el mantenimiento de uniformidad
fenotípica:

los modelos de tolerancia...producen el potencial máximo de cambios en los


sistemas con un mínimo de disturbio inmediato... La situación puede desarro-
llarse hasta que exista el potencial para que ocurra un cambio genético peque-
ño...o una señal medioambiental externa que de repente provoca que se
atraviese el umbral de tolerancia.... En ese modelo, potencialmente toda una
subpoblación puede encontrarse en un mismo umbral y podría ser desplazada
a la vez por la propagación de un solo alelo nuevo o el mismo cambio me-
dioambiental, o por ambos (1982:531).

Decir cambio “cultural” en vez de “genético” e “inovación cultural” en


vez de “alelo” provee una explicación potencial para los cambios culturales
rápidos. En efecto, el análisis que hace Boserup sobre la transformación de
Europa durante la revolución industrial encaja muy bien en el modelo de to-
lerancia. Desde su punto de vista, Europa fue por milenios incapaz de asimi-
lar las innovaciones técnicas que habían sido desarrolladas por las socieda-
des del Cercano Oriente y Asia, debido a la falta de densidad poblacional su-
ficiente y al patrón de asentamiento disperso. Cuando cambió esta situa-
ción,

cuando la densidad poblacional fue suficiente para urbanizarse y los medios de


transporte mejoraron, se abrió el camino para asimilar todas las tecnologías
avanzadas y los logros intelectuales que se habían acumulando en otras partes
del mundo. La iniciativa y la creatividad que acompañaron a la concentración
de las elites en los centros urbanos de muchas de las sociedades antiguas toma-
ron un carácter de fuerza revolucionaria en Europa. Europa podía importar las
120 / Betty J. Meggers

invenciones y los logros científicos que las sociedades antiguas tuvieron que de-
sarrollar (Boserup 1981:101).
A la inversa, la ausencia de las condiciones de tolerancia puede expli-
car la falta de adopción de innovaciones entre los grupos que las conocían y
desde nuestra perspectiva podrían haber sacado provecho de ellas (aunque
otros factores podían haber estado involucrados también).
Boserup y muchos antropólogos se limitan a instrumentos culturales
de cambio, ya sean desarrollados internamente o introducidos. Se presta
poca atención al otro factor principal citado por Thomson; a saber, los cam-
bios medioambientales. Sin embargo, la costa pacífica de América del Sur
está dotada de múltiples fuentes de perturbaciones drásticas e impredeci-
bles que ocurren a largo y corto plazo. Fenónemos abruptos como erupcio-
nes volcánicas y terremotos y cambios graduales como levantamientos de la
placa continental y oscilaciones climáticas, deben haber tenido impactos
significativos en poblaciones humanas y culturas. En efecto, investigaciones
recientes en la costa norte del Perú indican que los levantamientos tectóni-
cos y cambios en El Niño dejaron inoperantes los sistemas de irrigación, con
una subsecuente reducción de la productividad de subsistencia (Moseley et
al. 1983). En las tierras altas, la presencia de terrazas y otros vestigios de cul-
tivo por encima del límite actual testifican condiciones más benignas en el
pasado y reflejan las presiones periódicas a que son sujetas las poblaciones
que se encuentran en zonas elevadas (Cardich 1975). Las variaciones dra-
máticas del clima y de la vegetación producidas por los cambios recientes de
El Niño permiten observar el tipo de catástrofe a la cual los grupos preco-
lombinos tuvieron que adaptarse. Las lagunas y descontinuidades que exis-
ten en el registro arqueológico pueden a menudo reflejar tales presiones y
oportunidades.
Para interpretar los eventos culturales como la expresión de los prin-
cipios evolutivos en lugar de la iniciativa humana consciente, tenemos que
rechazar muestra perspectiva antropocéntrica. En lugar de invocar el pres-
tigio de una elite para explicar el surgimiento de la organización estatal, de-
beríamos preguntar ¿de qué manera una elite aumentó la ventaja competi-
tiva de una sociedad? ¿Cuales circunstancias logran que el control centrali-
zado de la redistribución sea más beneficioso que la reciprocidad entre pa-
rientes y socios comerciales? ¿Cuales son las circunstancias que favorecen la
especialización de manufactura o la adquisición de materia prima entre
La evolución del Estado / 121

grupos que tienen igual acceso a los recursos? ¿Bajo qué circunstancias es la
coexistencia de sociedades autónomas más adaptiva o menos adaptiva que
su integración política? ¿Están las configuraciones culturales especializadas
para explotar medioambientes particulares más vulnerables cuando cam-
bian las circunstancias? ¿Podría ser que el reemplazo del sistema teocrático
por el secular de integración refleje una superioridad competitiva compara-
ble con el reemplazo de marsupiales por mamíferos placentarios?
Siguiendo los principios del modelo de tolerancia, deberíamos inves-
tigar si las estructuras incipientes o los comportamientos culturales “prea-
daptados” son esenciales para la elaboración social. Si no los son, como se
logran las transformaciones drásticas? ¿Cuáles son los impactos de pertur-
baciones semejantes de origen cultural y natural en sociedades que se en-
cuentran en el mismo o diferentes niveles de complejidad o que poseen las
mismas o diferentes formas de organización sociopolítica? ¿Son las desvia-
ciones de las condiciones estables, sean negativas o positivas, esenciales pa-
ra que ocurran cambios culturales significativos? El formularnos este tipo de
preguntas nos obliga a percibir situaciones específicas como manifestacio-
nes de procesos básicos, en los cuales los líderes carismáticos, la presión po-
blacional, las guerras y otros “motores primarios” son los instrumentos en
lugar de las causas de cambio.
Puede parecerse que estos comentarios no se relacionan con una
perspectiva desde la Amazonía. Sin embargo, ellos se derivan directamente
de esa perspectiva. Muchos de los mecanismos citados como conductivos a
la formación del estado en los Andes centrales existen en la selva tropical,
entre ellos el intercambio comercial a larga distancia, la especialización lo-
calizada de la manufactura, la guerra y los líderes carismáticos. Formas inci-
pientes de especialización ocupacional, estratificación social y otras “prea-
daptaciones” ocurren también. El no haber alcanzado en las tierras bajas la
misma complejidad alcanzada en la región andina no se puede atribuir a la
ausencia de potencial cultural. Más bien, parece reflejar la existencia de una
fuerza para impedir que se manifieste este potencial.
Nuestra situación puede compararse con aquella de los alquimistas
medievales, los cuales trataron en vano de transmutar el mercurio en oro y
se frustraron por su ignorancia sobre las estructuras de los elementos quí-
micos y de las reglas para su alteración. La obtención de este conocimiento
hizo posible transmutar oro en mercurio y esto nos lanzó a la era atómica.
122 / Betty J. Meggers

La posibilidad de que un avance similar en la comprensión del comporta-


miento de los elementos culturales sea igualmente significativa para el futu-
ro de nuestra especie, provee un reto formidable para incitar la búsqueda.

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Capítulo 7

ESPECULACIONES SOBRE RUTAS


TEMPRANAS DE DIFUSIÓN
de la Cerámica entre Sur y Mesoamérica

Aunque todavía se discute el lugar donde apareció por primera vez la


cerámica en el Nuevo Mundo y las rutas de su difusión subsiguiente, inves-
tigaciones recientes han aportado nueva información que ofrece la oportu-
nidad de reevaluar estos problemas. Es importante solucionarlos, no porque
la cerámica es por sí misma un aspecto cultural sobresaliente, sino porque
puede ser usada para reconstruir rutas de migración o difusión cultural. La
cerámica es ideal para esta finalidad porque se pueden realizar incontables
variaciones de formas de vasija y decoración sin afectar la función, permi-
tiendo el desarrollo de estilos regionales diagnósticos. Por otro lado, su fa-
bricación responde a normas culturalmente establecidas y arqueológica-
mente preservadas. Afortunadamente para los arqueólogos, los fragmentos
de cerámica están entre los ingredientes más duraderos del registro arqueo-
lógico, porque si no fuera así, la reconstrucción de la historia cultural del
Nuevo Mundo sería mucho más difícil de lo que es.
Una reconstrucción del desarrollo y la difusión de elementos y com-
plejos culturales tiene que tomar en cuenta dos factores principales: (1) el
papel que juega el medioambiente al canalizar y limitar la adaptación cultu-
ral y (2) la medida en que la semejanza entre rasgos culturales es un indicio
de ascendencia común. Ya que la manera como se consideren estos factores
afecta de manera significativa las interpretaciones propuestas por los ar-
queólogos, vale la pena explicar el razonamiento sobre el cual basaremos
nuestras interpretaciones.
El significado de las semejanzas entre rasgos culturales como indicio
de antecedentes comunes, ha sido discutido desde que los antropólogos se
interesaron en el problema de trazar el desarrollo y la difusión cultural. De-
safortunadamente, no existen reglas sencillas para distinguir la difusión de
124 / Betty J. Meggers

la invención independiente. Rasgos que en una región o contexto temporal


pueden servir como indicio confiable de una conexión histórica, en otros
casos son claramente de derivación independiente (Meggers 1964). Los es-
fuerzos para formular reglas en base a la complejidad de un rasgo o del nú-
mero de rasgos que ocurren juntos, no han producido resultados satisfacto-
rios. Frecuentemente se puede aplicar un criterio de economía, por medio
del cual ocurrencias en regiones separadas se juzgan como relacionadas si
son de la misma edad y si existen rutas de comunicación entre ellas. Si estos
casos estan ampliamente separados geográficamente y asociados con com-
plejos de edades apreciablemente diferentes, las dificultades de explicar tan-
to su transmisión como su sobrevivencia desigual hacen más económica una
inferencia de invención independiente. Donde la distribución geográfica es
parcialmente conocida y el control cronológico es pobre, como el caso de
muchos de los complejos cerámicos del Nuevo Mundo, una decisión entre
difusión e invención independiente no se puede hacer de manera difinitiva.
En este contexto, un examen de los medioambientes en donde se ubi-
can los complejos culturales involucrados podría ayudar a la interpretación
de tales semejanzas. La cultura constituye el medio principal por el cual los
seres humanos se adaptan a sus medioambientes físicos y la diferencia ma-
yor entre nosotros y los otros animales es la sustitución de medios cultura-
les por medios puramente biológicos (e.g. Mead 1964). Entre las categorías
culturales principales—-tecnología, organización social e ideología—-la
tecnología, que incluye las herramientas de subsistencia, esta más íntima-
mente relacionada con el medioambiente. No todos los medioambientes
son igualmente propicios para la caza, la recolección de moluscos o la agri-
cultura. En la medida que los medioambientes ofrecen potencialidades di-
ferentes para la subsistencia humana, sea en términos de alimentos silves-
tres o de productividad agrícola, ellos limitan el nivel de complejidad que
pueden alcanzar las culturas que los ocupan. Sin embargo, un medioam-
biente con alto potencial para la explotación cultural no necesariamente lle-
va a la realización de este potencial.
El reconocimiento de esta correlación general permite examinar el
problema de la migración prehistórica desde una nueva perspectiva. Se
puede analizar el contexto ecológico de una cultura, identificar los aspectos
significativos desde el punto de vista de la subsistencia y buscar otras áreas
con características medioambientales parecidas. Si un grupo con cierto pa-
Especulaciones sobre rutas tempranas de difusión de la cerámica / 125

trón de subsistencia se mudara de lugar, es de esperarse que tenga mayor


éxito si el área colonizada se pareciera al área abandonada, ya que las técni-
cas para procurar el alimento y satisfacer otros requisitos básicos requeri-
rían poca o ninguna modificación. Un medioambiente diferente reduciría la
eficacia de las técnicas existentes y exigiría la adopción de técnicas nuevas
para sobrevivir. La ausencia de grupos residentes, de quienes se pueda
aprender, podría causar una regresión cultural transitoria o aún la extinción.
La aplicación de estas propuestas a la situación que existía hace va-
rios miles de años requiere suponer: o que la distribución actual de la varia-
ción medioambiental es igual a la del pasado reciente o que las áreas que
muestran características iguales hoy en día han cambiado de manera simi-
lar. Aunque sin duda han ocurrido alteraciones durante los últimos 5.000
años, hay evidencia de una relativa estabilidad climática (e.g. Byers
1968:249). Además, los moluscos marinos que constituyeron un recurso ali-
menticio importante, dejaron una huella clara en el registro arqueológico.
Con estas consideraciones en mente, examinemos la evidencia que
existe sobre el origen y difusión de la cerámica temprana entre Sur y Mesoa-
mérica. Aunque son pocas las secuencias cronológicas locales con fechas
iniciales antes de 1.000 a.C., las siguientes han sido descritas con suficiente
detalle para contribuir al análisis:

Delta del Orinoco, Venezuela (Cruxent y Rouse 1959)


Kotosh, Sierra Central del Perú (Izumi y Sono 1963)
Costa del Ecuador (Meggers, Evans y Estrada 1965)
Costa Norte de Colombia
Puerto Hormiga (Reichel-Dolmatoff 1961)
Barlovento (Reichel-Dolmatoff 1955)
Malambo (Angulo Valdés 1962)
La Victoria, Guatemala (Coe 1961)
Región de Chiapa de Corzo, Sur de México (Navarrete 1960,
Sanders 1961, Dixon 1959)
Valle de Tehuacán (MacNeish 1964)

Las secuencias más largas en esta lista son las del Valle de Tehuacán,
donde la fabricación de la cerámica comienza con la Fase Purrón, fechada
alrededor de 2.300 a.C.; la costa norte de Colombia, donde aparece con
Puerto Hormiga alrededor de 3.000 a.C., y la costa del Ecuador, con la Fase
126 / Betty J. Meggers

Valdivia con una fecha inicial de 3.200 a.C. Estos complejos tempranos in-
cluyen algunas diferencias importantes. En el Valle de Tehuacán, la cerámi-
ca inicial es muy tosca, sin decoración y las vasijas tienden a duplicar las for-
mas anteriores hechas en piedra (MacNeish 1964:536). En Puerto Hormiga,
en cambio, las formas son pocas y simples, pero la decoración es variada y a
menudo cuidadosamente ejecutada (Reichel-Dolmatoff 1961:Pls. 1-2). La
presencia de técnicas poco usuales, como el acanalado con el dedo y el ras-
treado y punteado múltiple, contribuyó a la inferencia de que Puerto Hormi-
ga es un desprendimiento de la Fase Valdivia Temprana en la costa del Ecua-
dor, donde las formas y la decoración son más variadas (Meggers, Evans y
Estrada 1965).
Dos secuencias más cortas son significativas porque establecen el ini-
cio de la fabricación de la cerámica en otras dos regiones septentrionales su-
damericanas. En el bajo Orinoco, la Tradición Barrancoide con una cerámi-
ca hermosamente decorada y bien ejecutada comienza alrededor del 1.000
a.C. Este complejo ha presentado un problema de interpretación, ya que es
mucho más temprano que los otros complejos conocidos en el oriente de
Venezuela o las Guianas adyacentes (Cruxent y Rouse 1958:17) y porque
aparentemente no tiene antecedentes locales. En el sitio Kotosh de la sierra
central del Perú, la cerámica más temprana es también de alta calidad y her-
mosamente decorada por inciso y punteado. Los fechados de carbono-14
ubican su comienzo alrededor de 1.800 a.C. (Izumi, com. pers.).
A primera vista, las características de estos complejos iniciales dan la
impresión de gran diversidad. Sin embargo, son evidentes varias semejanzas
notables, las cuales sirven como base para especulaciones sobre posibles
afiliaciones. Por ejemplo, la cerámica temprana del centro y sur de México,
representada por las fases Purrón y Ajalpan en el valle de Tehuacán y la Fa-
se Cotorra (Chiapa I) en la región de Chiapa de Corzo, se caracterizan por la
predominancia de vasijas redondas (tecomates) con labios engrosados inte-
riormente o expandidos (Fig. 1a-d). Estos recipientes pueden ser lisos o de-
corados y la decoración típica consiste en una serie horizontal de arcos en la
parte externa superior, hechos por incisiones anchas y poco profundas (Fig.
1e-f). Esta misma combinación de forma y decoración ocurre en la Fase
Waira-jirca, que tiene la cerámica más temprana en la secuencia de Kotosh
(Fig. 1g-i). Las semejanzas entre fragmentos de estas dos regiones son tan
notables, no solamente en términos de formas de vasija y decoración, sino
Especulaciones sobre rutas tempranas de difusión de la cerámica / 127

Figura 1. Perfiles de bordes y motivos de decoración de la Tradición Tecomate de México y


Perú. a, Fase Cotorra, región de Frailesca, Chiapas (Navarrete 1960: Fig. 22d); b-d,f,
Preclásico, Chiapa de Corzo, Chiapas (Dixon 1959: Fig. 19e, 19d, 42d, 52m); e, Fase Burrero,
Santa Cruz, Chiapas (Sanders 1961: Fig. 19); g-l, Período Waira-jirca, Kotosh, Perú (Izumi y
Sono 1963: Láms. 149-2, 149-14, 150- 25, 149-19, 150-6, 150-37).
128 / Betty J. Meggers

también en términos de composición y tratamiento de la superficie, como


para sugerir un origen común a pesar de la magnitud de su separación geo-
gráfica.
El esfuerzo por explicar la diseminación de esta tradición hace resal-
tar el hecho de que estas dos manifestaciones son más parecidas entre sí
que lo que se parecen a ellas los complejos conocidos en el área intermedia.
Aunque la cerámica Barlovento de la costa norte de Colombia se caracteriza
por una vasija similar al tecomate, el labio no muestra el engrosamiento tí-
pico y la decoración predominante consiste en un punteado en zonas apli-
cado sobre una área mayor que en las otras fases (Reichel-Dolmatoff
1955:Pls. 3-5). Sin embargo, la separación de por lo menos 1.000 años entre
Barlovento y Puerto Hormiga deja abierta la posibilidad de que se pueda
descubrir en la costa norte de Colombia un complejo cerámico anteceden-
te a los estilos de Purrón-Ajalpan y Waira-jirca.
Esta posibilidad se refuerza por varias consideraciones ecológicas.
Los complejos cerámicos más tempranos de Sudamérica, las fases Valdivia
de la costa del Ecuador y Puerto Hormiga en la costa norte de Colombia, se
encuentran en regiones caracterizadas ahora por vegetación xerofítica (Fig.
2). Los moluscos constituyeron un recurso de subsistencia importante y las
bahías y ensenadas, ahora desaparecidas, ofrecían condiciones ideales para
su recolección. La “cosecha” confiable de este alimento silvestre permitía un
sedentarismo compatible con la utilización de la cerámica. Por lo tanto, si
tal grupo se informó de su existencia, habría tenido la posibilidad de adop-
tarla antes de que los grupos del interior, donde la vida sedentaria dependía
de la productividad de la agricultura. Se puede esperar, entonces, que la ce-
rámica sea más temprana en las costas que tierra adentro.
Si esta hipótesis es válida, implica que la céramica más temprana se
debe encontrar en sitios costeros con características ecológicas semejantes.
Una mirada al mapa muestra la existencia de una zona de vegetación xero-
fítica a lo largo de la costa occidental de México (Fig. 2), en donde se han en-
contrado conchales, los cuales implican condiciones de subsistencia propi-
cias para que la región pueda ser colonizada por ceramistas tempranos. No
se ha hecho una prospección arqueológica sistemática, pero se ha reporta-
do un conchal con cerámica lisa fechado en 2.440 ± 140 a.C. en Puerto Mar-
quez (Brush 1965). La Fase Barra, con la cerámica más temprana en la costa
de Guatemala y un fechado estimado de alrededor de 1.600 a.C., tiene teco-
mates.
Figura 2. Distribución de la vegetación xerofítica en México, América Central y el norte de América del Sur (Eyre 1963: mapa
5-6) y localización de los conchales precerámicos (cuadros) y sitios de la tradición tecomate (tri´ngulos). Especulaciones sobre rutas tempranas de difusión de la cerámica / 129
130 / Betty J. Meggers

Aunque condiciones medioambientales semejantes existen en varias


partes de la costa de Venezuela y fueron explotadas por recolectores de mo-
luscos precerámicos, no se ha encontrado evidencia de la tradicción teco-
mate. Las comunidades sedentarias de la costa peruana tampoco fabrica-
ban cerámica antes del 1.200 a.C. aproximadamente. Si el factor significati-
vo es la recolección de moluscos, la cual se relaciona a condiciones marinas
en vez de terrestres, no tiene porque existir una correlación exclusiva con la
vegetación xerofítica. Efectivamente, el conchal de Monagrillo en la costa
pacífica de Panamá, con una antiguedad de alrededor de 2.000 a.C. y un
complejo cerámico enfatizando formas de tecomate y decoración incisa,
ocupa un medioambiente terrestre diferente (Willey y McGimsey 1954).
En una época un tanto posterior, otro grupo de rasgos cerámicos apa-
rece en regiones aún más separadas. El ejemplo mejor conocido de esta dis-
persión es el Estilo Barrancoide del bajo Orinoco y la región noroeste de Gu-
yana (Fig. 3), que se caracteriza por las superficies lisas y bien pulidas, deco-
ración incisa y modelada, y cuencos con bordes en forma de pestaña, carac-
teristicas que se encuentran también en la cerámica contemporánea de Pla-
ya de los Muertos en la costa norte de Honduras (Fig. 4). Aunque el énfasis
en la forma del tecomate sigue dominante, se puede detectar la influencia
del nuevo estilo en la cerámica de la Fase Dili (Fig. 4a-d,g,i,k), que estratigrá-
ficamente sigue a la Fase Cotorra en Chiapa de Corzo y en la cerámica Olme-
ca de Tres Zapotes, La Venta (Drucker 1952) y San Lorenzo en la costa del
Golfo de México (Fig. 4e-f,j). La duración de la Fase Dili, estimada en base al
carbono-14 entre 1.000 a 550 a.C., la hace contemporánea con la ocupación
Barrancoide del bajo Orinoco. Los fechados de 1.200 a 800 a.C. para la cul-
tura Olmeca en San Lorenzo son ligeramente anteriores (Coe, Diehl y Strui-
ver 1967), pero los de Tlatilco, de 983 a 568 a.C., caen en el mismo lapso de
tiempo (Drucker, Heizer y Squier 1959:263).
Aunque a primera vista la segunda fase en la secuencia de Kotosh pa-
rece poseer pocos de estos rasgos, una inspección más detallada sugiere que
esta impresión se debe a que aquí en los Andes Centrales, la pestaña ha sido
desplazada del borde y colocada más abajo en la pared exterior (Fig. 5c-d).
En esta posición, sin embargo, continúa siendo decorada con técnicas y mo-
tivos incisos parecidos a los situados en los otros complejos en la parte su-
perior de los bordes (Fig. 5c-d). Varias fechas de carbono-14 ubican la apa-
rición de estos elementos alrededor de 1.000 a.C. (Izumi, com. pers.).
Especulaciones sobre rutas tempranas de difusión de la cerámica / 131

Figura 3. Perfiles de bordes y motivos de decoración de la Tradición Borde de Pestaña de


Venezuela oriental y del noroeste de Guyana. a-e, h-l, Fase Mabaruma, Guyana; f, Estilo
Barrancas, delta del Orinoco (Cruxent y Rouse 1959: Lám. 93-6); g, Estilo Los Barrancos,
delta del Orinoco (op.cit.:Lám. 97-6); l, Estilo Ronquín, Orinoco medio (op.cit.:Lám. 86-3).
132 / Betty J. Meggers

Figura 4. Perfiles de bordes y motivos de decoración de la Tradición de Borde de Pestaña de


sitios mesoamericanos. a-c,g, Preclásico, Chiapa de Corzo, Chiapas (Dixon 1959: Figs. 40a,
15b, 6b, 15f); d,i,k, Fase Dili, Región de Frailesca, Chiapas (Navarrete 1960: Figs. 25j, 26c,
26b); e-f,j, Tres Zapotes,Veracruz (Drucker 1943: Figs. 20f,h, 33, sin escala en el original); h,l,
Playa de los Muertos, Honduras (Strong, Kidder y Paul 1938:Lám. 19h,p).
Especulaciones sobre rutas tempranas de difusión de la cerámica / 133

Figura 5. Perfiles de bordes y motivos de decoración de la Tradición Borde de Pestaña prove-


niente de Kotosh, Perú (Izumi y Sono 1963: Láms. 146-28, 146-30, 146-36, 145-25).

Cuando la localización de estos sitios con cerámica del Estilo “Borde


de pestaña” es trazada sobre un mapa de vegetación, se pueden observar al-
gunas correlaciones interesantes (Fig. 6). En primer lugar, los medioambien-
tes procurados por los poseedores de esta tradición cerámica eran total-
mente diferentes de los preferidos por los ceramistas pre-agrícolas anterio-
res. En vez de vegetación xerofítica, predomina la selva tropical lluviosa, sel-
va tropical semiperenne y bosque caducifolio. Debido a que estos habitats
están relacionados con la agricultura de roza y quema, hay poca duda de
que el Estilo Borde de Pestaña fue dispersado por agricultores itinerantes. El
cultivo de plantas en selvas tropicales requiere técnicas distintas a las desa-
rrolladas en el medioambiente más árido de México central, donde el pro-
blema principal es el control del agua. La sincronía entre las fechas iniciales
de la cerámica del Estilo Borde de Pestaña en México y Venezuela oriental
sugiere que el desarrollo de una técnica para cultivar las selvas tropicales
provocó la dispersión rápida de grupos sedentarios en este medioambiente.
El miembro más antiguo de la Tradición Borde de Pestaña parece ser
la Fase Malambo del bajo Magdalena en Colombia, con una sola fecha de
carbono-14 de alrededor de 1.200 a.C. (Angulo Valdés 1962). Aunque muy di-
ferente de la ligeramente más antigua Fase Barlovento, ese complejo cerá-
mico comparte varios rasgos con Puerto Hormiga, incluso el modelado y el
inciso ancho con punteado terminal. Otra diferencia significativa entre Ma-
lambo y Barlovento es el patrón de subsistencia. Mientras que Barlovento
representa una economía de recoletores de moluscos, en Malambo los ali-
mentos marinos son secundarios a los productos agrícolas. Por lo tanto, la
cultura Malambo puede ser vista como el producto de la fusión de tecnolo-
134 / Betty J. Meggers

gías cerámica y agrícola independientemente desarrolladas. Aunque su ha-


bitat está fuera de la selva tropical, la vegetación típicamente xerofítica es
mitigada por el contexto ribereño. Una región de transición como esta po-
dría haber favorecido los pasos iniciales que terminarían en el desarrollo de
una técnica para invadir la selva tropical con plantas cultivadas.
En vista de la distribución intermitente de zonas de selva tropical a lo
largo de la costa venezolana, es de interés notar que los complejos con ras-
gos cerámicos Barrancoides (La Pitía, Hato Nuevo, El Palito, Río Guapo, El
Mayal, Irapa) estan cercanamente relacionados con este tipo de vegetación.
Aunque han sido considerados por Cruxent y Rouse (1958) como introduc-
ciones tardías desde el bajo Orinoco, podrían ser relictos de la difusión del
estilo hacia el este.
Como en el caso de la difusión anterior de la Tradición Tecomate, una
gran parte del área potencial de dispersión de la Tradición Borde de Pestaña
es desconocida arqueológicamente. Siendo correcta la hipótesis de una co-
rrelación ecológica, investigaciones intensivas en las costas caribeñas de
América Central, las cuales parecen tener el medioambiente apropiado, de-
berían encontrar sitios que servían como pasos intermedios. De la misma
manera, es de esperar que los rasgos diagnósticos estén ausentes en la cos-
ta pacífica. Efectivamente, no se han encontrado en la secuencia bien des-
crita de La Victoria, Guatemala (Coe 1961).
Tan fascinantes como son estas especulaciones, es importante enfa-
tizar el hecho de que son solamente especulaciones. Aunque se ha hecho un
progreso tremendo en la arqueología del Nuevo Mundo, extensas regiones
todavía permanecen casi totalmente desconocidas. Aún si se comprueba es-
ta reconstrucción de dos rutas independientes de difusión, una temprana a
lo largo de la costa pacífica y una más tardía a lo largo de la costa caribe, la
manera de dispersión debió haber sido compleja. Esperamos, sin embargo,
que el atraer la atención sobre la posible existencia de dos etapas de difusión
estimulará la investigación arqueológica a lo largo de ambas costas de Amé-
rica Central, ya que los resultados no solamente aportarían información
nueva sobre la difusión temprana de la cerámica, sino también permitirían
una evaluación más adecuada del rol de la difusión interamericana en la es-
timulación del desarrollo cultural a través de América Nuclear.
Figura 6. Distribución de la selva tropical lluviosa, selva tropical semiperenne y bosque caduco en México, América Central y
América del Sur (Eyre 1963, mapa 5-6) y localización de sitios de la Tradición Borde de Pestaña Especulaciones sobre rutas tempranas de difusión de la cerámica / 135
136 / Betty J. Meggers

Figura 7. Posición cronológica de las tradiciones Tecomate y Borde de Pestaña en siete


regiones de Mesoamérica y Sudamérica.
Especulaciones sobre rutas tempranas de difusión de la cerámica / 137

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Capítulo 8

CONTACTOS ENTRE LAS CULTURAS


PREHISTÓRICAS DE MESOAMÉRICA
Y LA COSTA DEL ECUADOR

El debate sobre la existencia de influencias o relaciones directas entre


Mesoamérica y el Ecuador se remonta a más de medio siglo, empezando con
los trabajos de Saville (1907, 1909, 1910) y Jijón y Caamaño (1914, 1930,
1951). Como las secuencias estratigráficas en aquel entonces eran mal cono-
cidas en ambas áreas, las conclusiones necesariamente adolecían de presi-
sión cronológica por lo que podían ser fácilmente criticadas y rechazadas. Si
Uhle, quien dedicó gran parte de su atención a este problema (1922, 1923a,
1923b, 1927, 1931), hubiera empleado un término menos específico que
“Mayoid”, los recientes trabajos estratigráficos en ambas áreas habrían com-
probado muchos de sus puntos de vista y sus postulados de correlaciones y
de esa manera habría evitado la burla de sus colegas contemporáneos y de
especialistas más recientes. Desde los años cincuenta, se ha presentado evi-
dencia adicional de interrelaciones entre las dos áreas. Lehmann (1951:291-
298; 1953:77-80) publicó varios artículos sobre figurillas, especialmente
aquellas que aparecen en cama o en cuna; Brainerd (1953:14-17) llamó la
atención acerca de posibles mensajes escritos sobre sellos cilíndricos del
Ecuador; Nicholson (1953:164-66) revisó el problema que representa la ce-
rámica anaranjada fina; Willey (1955:35-42, 45; 1958:373-78) trató del asun-
to en diversos artículos de síntesis; Evans y Meggers (1957:235-247) sugirie-
ron la existencia de relaciones cercanas durante el Período Formativo, basa-
dos en los resultados de sus excavaciones estratigráficas en la cuenca del
Guayas en 1956; Estrada (1957c:41-56; Estrada y Evans 1963:80-81, 83-84) ha
puntualizado las similitudes entre varios rasgos ecuatorianos y mesoameri-
canos; Borhegyi (1959:141-156) publicó un inventario de semejanzas y lla-
mó la atención sobre la existencia de elementos tan concretos como quema-
140 / Betty J. Meggers

dores de incienso de tres puntas (1960:157-164); Coe (1960:387-417) y Estra-


da y Evans (1963:80-84) bosquejaron similitudes específicas entre el Ecua-
dor y la costa de Guatemala durante el Período Formativo; y Meggers
(1963:132-145) discutió algunos problemas teóricos que surgen de la infe-
rencia de conexiones entre Ecuador y Mesoamérica en varios momentos de
la prehistoria.

Figura 1. Artefactos de obsidiana de cazadores-recolectores tempranos de la sierra


ecuatoriana, sitios El Inga y Losón.

Una evaluación aceptable de la fuerza y el significado de las conexio-


nes aborígenes entre Mesoamérica y Ecuador, no puede ser hecha sin infor-
mación cronológica detallada acerca de la aparición de los rasgos en ambas
regiones, de manera que la contemporaneidad o la antiguedad relativa de
una u otra puedan ser claramente establecidas. La ausencia de tal informa-
Contactos entre las culturas / 141

ción décadas atrás, particularmente en Ecuador, ha limitado a los investiga-


dores. Sin embargo, desde los años cincuenta las investigaciones arqueoló-
gicas, particularmente aquellas llevadas a cabo por Estrada (1956, 1957a,b,c;
1958, 1962), han aportado un avance notable para superar esos obstáculos.
La existencia de ubicación cronológica confiable para muchos elementos
culturales ecuatorianos permite hacer una nueva evaluación de la situación.
Aprovechando la nueva sistematización de datos, este ensayo resumirá la
evidencia por etapas de desarrollo cultural, comenzando por el Período Pre-
agrícola (Paleoindio, Cazadores-recoletores), continuando con el Formativo
(Preclásico) y Desarrollo Regional (Floreciente, Clásico) y culminando en el
Período de Integración (Imperio y Conquista, Postclásico). La base de la eva-
luación de los rasgos compartidos serán los datos del Ecuador; si algún ras-
go o complejo no tuviese una clara ubicación cultural o temporal en esa
área, no será considerado en el comentario sobre tales vinculaciones. Los
rasgos que tienen una distribución amplia en otras partes de América del
Sur tampoco serán tomados en cuenta.

Período Preagrícola (Paleoindio, Cazadores-recolectores)

A pesar del creciente número de complejos líticos tempranos clara-


mente definidos en México y asociados a fauna pleistocena extinguida, po-
ca evidencia comparable se ha encontrado en el Ecuador. La calavera de Pu-
nín (Sullivan y Hellman 1925) carece de procedencia geológica confiable y
no tiene asociación con artefacto alguno. En la costa ecuatoriana no se han
encontrado sitios de cazadores, pescadores y recolectores tempranos seme-
jantes a Huaca Prieta o Pampa de los Fósiles de la costa peruana.
Los indicadores más prometedores de relaciones entre los inmigran-
tes tempranos a América del Sur y los cazadores-recolectores tempranos
norteamericanos son los sitios serranos de El Inga y Losón (Mayer-Oakes y
Bell 1960:1805-1806; Bell 1960:102-l06; Mayer-Oakes 1963:116-128). El Inga
representa un campamento y un taller. La acumulación de aproximadamen-
te 45 cm de profundidad, se encuentra en una pendiente fuertemente ero-
sionada en la falda del cerro Ilaló, cerca del pueblo de Tumbaco en la Provin-
cia de Pichincha. El sitio Losón se encuentra aproximadamente a 2 km de
distancia de El Inga, en una localización topográfica similar. La mayoría de
los artefactos son de obsidiana, y consisten en puntas de proyectil, raspado-
142 / Betty J. Meggers

res laterales y terminales, cuchillos ovalados, buriles, perforadores, cuchillos


prismáticos, micro-cuchillos y pequeños núcleos semiesféricos poliédricos
(Fig. 1). Los artefactos de basalto son generalmente triangulares, pero ocu-
rren también unos pocos raspadores y hachas bien elaboradas, lascas y nú-
cleos. Muchas de las puntas de proyectil recuerdan muy de cerca a los tipos
mesoamericanos. Las de doble punta y de forma de hoja de laurel son muy
semejantes a las puntas Lerma mexicanas, asociadas con el segundo mamut
de Santa Isabel Iztapán (Aveleyra A. de Anda 1956: Fig. 7-2) y definidas en la
secuencia estratigráfica de la Sierra de Tamaulipas, donde el horizonte Ler-
ma tiene una fecha de carbono-14 de 7.312 ± 500 AP (MacNeish 1958:52,152-
53,194; Wormington 1957:99, 202). Los ensayos preliminares del método de
fechamiento con obsidiana aplicado a unos pocos especímenes de El Inga,
mostraron una capa de hidratación de entre 5.7-10.0 micrones, apoyando
una probable antiguedad mínima entre 6.000-7.000 años. No hay duda de
que una oleada temprana de inmigrantes desde el norte pasó por las serra-
nías del Ecuador.

Período Formativo Temprano (Agricultura Incipiente)

La cultura cerámica más temprana del Ecuador es Valdivia, represen-


tada por varios sitios a lo largo de la costa sur, como Buena Vista, Posorja,
Punta Arenas de Posorja, Palmar, Valdivia y San Pablo (Estrada 1956; Evans,
Meggers y Estrada 1959; Zevallos y Holm 1960). Una fuente principal de co-
mida de esos habitantes fueron los mariscos, los cuales sostuvieron a pobla-
ciones sedentarias, que ocuparon los sitios durante tiempo suficiente como
para acumular montículos de desechos domésticos de varios metros de al-
tura. Las fechas de carbono-14 procesadas en tres muestras de concha y cin-
co muestras de carbón tomadas desde la parte media hasta la más baja del
depósito de Valdivia, dieron fechados desde 3.190 a.C. hasta 2.090 a.C. Los
cambios en los artefactos de piedra y tipos de cerámica a lo largo de la se-
cuencia estratigráfica, permitió definir cuatro períodos, en donde nuevos
rasgos aparecen mientras que otros desaparecen. Las herramientas de pie-
dra trabajada a golpe y la decoración incisa de la cerámica se asemejan más
a las culturas Formativas de Guañape en la costa norte del Perú, Barlovento
en la costa caribe de Colombia y Monagrillo en la costa del Pacífico de Pana-
má, que a las culturas mesoamericanas. Sin embargo, ninguna de éstas
Contactos entre las culturas / 143

muestra semejanzas tan cercanas con el total del complejo Valdivia, como
existen entre Valdivia Temprano y Jomón Temprano Tardío y Medio Tempra-
no del suroccidente de Japón.

Figura 2. Pintura iridiscente. a-c, Fase Chorrera, Ecuador; d-g, Fase Ocós, Guatemala.

En el Período B de Valdivia aparecen pequeñas figurillas de cerámica


y técnicas decorativas nuevas, como excisión, motivos incisos en línea an-
cha más complejos, pulido extriado, brochado, filetes de apliqué y estampa-
do en zig-zag o cuneado (algunas de las cuales pueden haber existido tam-
bién en el Período A en baja frecuencia). La comparación de estos rasgos con
la cerámica del Período Formativo en otras partes de Mesoamérica y Améri-
ca del Sur indicaría la similitud más cercana con Tlatilco en el Valle de Mé-
xico. Aunque las figurillas de cerámica son estilísticamente distintas, com-
parten muchos elementos inusuales (Tabla 1). Como la cultura Tlatilco es
más elaborada en otros aspectos que Valdivia y tiene fechas de carbono-14
unos mil años más recientes, los elementos únicos del Período B de Valdivia
no podrían derivarse de Tlatilco u otro complejo semejante en Mesoaméri-
144 / Betty J. Meggers

ca. Quizá las similitudes sean resultados de una difusión desde la costa del
Ecuador, tanto hacia el norte como hacia el sur a lo largo de la costa perua-
na, seguido por modificaciones locales en ambos regiones.

Tabla 1
Comparación de las figurillas del Período B de Valdivia y de Tlatilco

Figurilla Valdivia Tlatilco

Femenina X X
Masculina Rara X
Bisexual X ?
De pie X X
Embarazada Rara X
Sentada Rara X
Bebé en brazos Rara X
Desnuda X X
Vestida Rara X
Peinado elaborado X X
Con joyas ? X
Sin joyas X X
Sólida X X
Hecha a mano X X
Dos cabezas X X

Al mismo tiempo, aproximadamente entre 2.000-1.500 a.C., otro gru-


po apareció en la costa del Ecuador, el cual se conoce como Machalilla
(Meggers y Evans 1962). Fueron principalmente cazadores, pescadores y re-
colectores y tuvieron un complejo cerámico totalmente distinto al de Valdi-
via, con vasijas de paredes delgadas, superficies altamente pulidas, hombros
notablemente carenados y asas de estribo. No se ha encontrado otro com-
plejo similar en Mesoamérica o en otras partes de América del Sur. Estas dos
culturas, Valdivia y Machalilla, vivieron una al lado de la otra durante el Pe-
ríodo C de Valdivia, intercambiando parte de sus productos cerámicos, apa-
rentemente sin afectar en el fondo las formas de vida de cada cual. Alrede-
Contactos entre las culturas / 145

dor del 1.500 a.C., desapareció la cultura Valdivia y aparecieron una serie de
nuevos rasgos, que se amalgamaron a la cultura Machalilla para producir
luego un nuevo complejo alfarero conocido como Chorrera.

Período Formativo Tardío (Desarrollo Agrícola, Preclásico)

Las excavaciones estratigráficas en el sitio de La Victoria, cerca de la


frontera entre México y Guatemala (Coe 1960) y trabajos en el estado de
Chiapas, México (Dixon 1959; Lowe y Navarrete 1959; Navarrete 1960) pro-
dujeron cerámica que se relaciona cercanamente a la Fase Chorrera del Pe-
ríodo Formativo Tardío de la costa del Ecuador (Evans y Meggers 1957; Es-
trada 1958). La ausencia de muchos de los rasgos mesoamericanos en la ce-
rámica en Chorrera, ha sugerido una disminución general de elementos

Figura 3. Estampado en zig-zag. a, Fase Chorrera, Ecuador; b-d, Fase Ocós, Guatemala; e, Pe-
ríodo Preclásico (Chiapas I y II), Chiapas, México (según Dixon 1959: Fig. 55); f-h, Horizon-
te Playa de los Muertos, Honduras.
146 / Betty J. Meggers

culturales durante una difusión desde Mesoamérica hacia el sur. Sin embar-
go, la posibilidad de un intercambio por las dos vías, mediante el cual unos
rasgos viajaron desde el Ecuador al norte hacia Mesoamérica, no puede ser
descartado en el estado actual de nuestros conocimientos.
Ciertos elementos específicos encontrados en la Fase Chorrera y la
Fase Chorrera-Tejar transicional, pueden ser comparados con rasgos de va-
rias partes de Mesoamérica, donde el Período Preclásico ha sido claramen-
te definido. La pintura iridiscente lustrosa del complejo Chorrera, que varía
desde una apariencia gris metálica a un rosado (cuando se aplica de mane-
ra demasiado espesa) y se ha ejecutado en franjas paralelas, a menudo tra-
zando líneas diagonales intercaladas con puntos, es idéntica en apariencia,
motivo, técnica de aplicación y características generales a la decoración de
la Fase Ocós, la más antigua en la secuencia de La Victoria, Guatemala (Fig.
2). La diferencia principal es la existencia de paredes más gruesas en la ce-
rámica de Guatemala; mientras que las formas de vasija, el tratamiento de la
superficie, los bordes irregulares y la pintura iridiscente en zonas bordeadas
con líneas incisas, son más o menos equivalentes en las dos áreas. Aunque
la presencia de pintura iridiscente en el borde de cuencos con vertedero
constricto se ha reportado en la Fase I del sitio del Mirador, en Chiapas Oc-
cidental (Navarrete, Peterson, y MacNeish, comunicaciones personales), no
existen los motivos típicos de franjas o puntos y como la cerámica no fue
examinada por nosotros ni por Coe, esta identificación no es definitiva. Ha-
biéndose confirmado la existencia de estos atributos en la Fase Mirador I,
ésto sería evidencia de una ocurrencia muy difundida en Mesoamérica en
un horizonte temprano, siendo la Fase Mirador I equivalente a la Fase Ocós,
a Chiapa I en el sitio de Chiapa de Corzo y al primer horizonte Preclásico de
la Cueva de Santa Marta en Chiapas. Ningún otro sitio en Mesoamérica pa-
rece haber producido material semejante hasta ahora. La técnica iridiscen-
te desapareció al final del Período Preclásico en la costa de Guatemala, pero
persistió en la costa ecuatoriana hasta períodos arqueológicos más tardíos.
El marcado con uña no es común, pero ocurre en las fases Chorrera
del Ecuador y Ocós de Guatemala (Coe 1960: Fig. 2a-d, 3a-c) y en Chiapa I
(Fase Cotorra) del Período Preclásico Temprano de Frailesca en Chiapas,
México (Dixon 1959: Fig. 52b-d; Navarrete 1960:24, Fig. 22d,g). La variedad
simple del estampado en zig-zag está presente, pero no es común en la Fa-
Contactos entre las culturas / 147

se Chorrera (Fig. 3); la variedad simple también ocurre en la Fase Ocós, pe-
ro la variente dentada realizada con una concha es más común (Fig. 3b,c,d;
Coe 1960: Fig. 2e-g,3d). Es de interés la presencia del estampado en zig-zag
en otras culturas Formativas o Preclásicas de Mesoamérica, tales como
Chiapa I (Dixon 1959: Pls. 52p-t,55); la Fase Cotorra (Navarrete 1960:25, Fig.
23); Tlatilco (Porter 1953:37-38, Pls. 9h,11f,g; Piña Chán 1958:92, Pls. 6,12, Ta-
bla 5, Cuadro 2); el horizonte bicromo de Playa de los Muertos en Honduras
(Strong, Kidder y Paul 1983: Pl. 9c,e); la Fase Monte Fresco de Costa Rica (Coe,
com. pers.); la Fase Catalina de Costa Rica (Baudez, com. pers.); la cultura Ol-
meca del sitio de La Venta (Drucker 1952:231-232); y el sitio preclásico de El
Trapiche, Veracruz (García Payón 1950: Pl. 12; 5). La pintura roja y negra en
zonas es un rasgo típico de los horizontes Chavín Temprano y Cupisnique del
Período Formativo del Perú y se encuentra también en el Período Chorrera
del Ecuador (Evans y Meggers 1957: Fig. 2i,j), así como en las fases Ocós y
Conchas de la costa de Guatemala (Coe, com. pers.) y en la Fase Chombo de
Costa Rica (Coe, com. pers.). Además, las vasijas en forma de “cuspidor” de
las fases Chorrera y Conchas son idénticas en sus proporciones y decoración
en zonas (Fig. 4). El exterior del borde y el cuerpo tienen engobe rojo sobre el
color natural anaranjado bronceado. La decoración en el cuello no engoba-
do es de líneas incisas verticales, punteado o estampado en zig-zag (Coe
1960:369, Figs. 4n,o; 5n,o). La cerámica del horizonte Bicromo Temprano de
Playa de los Muertos, Honduras, muestra características similares.
Un rasgo distintivo mesoamericano encontrado en sitios del Período
Formativo del Ecuador es un pequeño anillo de cerámica, finamente pulido,
con un borde evertido en uno de sus extremos. Estos aretes tubulares son dis-
tintivos de la Fase Chorrera del Ecuador y de la Fase Conchas en Guatemala
(Coe 1960: Figs. 4a-h, 5a-f). Son tan idénticos en forma, técnica de manufac-
tura, acabado de superficie y tamaño (1,4-2,7 cm de largo, 2,0-3,0 mm de gro-
sor de las paredes del cuerpo y 2.7-4.8 cm de diámetro en el extremo mayor),
que para separar un conjunto por áreas de orígen, habría que depender com-
pletamente de los números de catálogo (Fig. 5). Aunque no se ha hallado en
otros sitios mesoamericanos tan tempranos como la Fase Conchas, este ras-
go ha sido reportado en contextos Formativos de Kaminaljuyú (Kidder, Jen-
nings y Shook 1946: 215, Fig. 91), los horizontes Mamóm y Chicanel de Ua-
xactún (Ricketson y Ricketson 1937: Pl. 696), el Período Medio de Zacatenco
148 / Betty J. Meggers

(Vaillant 1931: Pl. 82), los períodos El Arbolillo I y II (Vaillant 1935:237-239,


Fig. 25) y el Período Pavón en Veracruz (Ekholm 1944:467-469, Fig. 47h,k).

Fig. 4. Vasijas en forma de “cuspidor”. a-b, Fase Conchas, Guatemala; c-f, Fase Chorrera,
Ecuador

Unos pocos rasgos adicionales deben ser mencionados antes de de-


jar el Período Formativo Tardío del Ecuador. Aunque la cerámica pulida mo-
nócroma no sería diagnóstica por si misma, como uno de los muchos rasgos
compartidos del Período Formativo mesoamericano y sudamericano, añade
un poco más de evidencia a las interrelaciones. La cerámica simple pulida
constituye el 56% del total en el Período Chorrera (Evans y Meggers
1957:237) y representa la mayoría en los siguientes complejos mesoamerica-
nos: Chiapa I y II y las fases Cotorra y Dili de Chiapas; las fases Ocós y Con-
chas de la costa de Guatemala; las fases Chombo y Monte Fresco de Costa
Rica; Tlatilco en el Valle de México (Porter 1953:35, Pls. 7-11; Piña Chán
1958:35-52,56-70,73-91); Tres Zapotes Temprano en Veracruz (Drucker
1943:47-69) y Playa de los Muertos en Honduras (Strong, Kidder, Paul
1938:72-73). Los bordes evertidos y anchos con ranuras a lo largo de la su-
perficie superior son típicos en la cerámica monocroma pulida. Algunas for-
mas de la Fase Chorrera del Ecuador (Coe 1960: Fig. 5k-m) son tan parecidos
a los especímenes de la Fase Conchas de Guatemala (Coe 1960: Fig. 4m),
Chiapa I y II (Dixon 1959:37, Fig. 49) y las fases Escalera y Francesca de Chia-
pas (Navarrete 1960: Figs. 27g,28), que los ejemplos no pueden ser separa-
dos fácilmente cuando están mezclados (Fig. 6).
Contactos entre las culturas / 149

Figura 5. Aretes de cerámica en forma de anillo. a, Fase Chorrera, Ecuador. b, Fase Conchas,
Guatemala

Continuando nuestro análisis desde la perspectiva ecuatoriana se


puede resaltar una serie de rasgos en el período transicional entre Chorrera
y Tejar que tienen claras filiaciones a los horizontes tempranos mesoameri-
canos. Ellos son: engobe o pintura roja en zonas sobre una superficie pulida
o no pulida, sin líneas incisas que bordean la decoración; engobe o pintura
roja en zonas sobre una superficie pulida y bordeada con líneas incisas an-
chas; líneas incisas finas o anchas sobre superficie pulida, engobes rojo y
blanco pulidos, aplicados en zonas separadas sobre superficies lisas pulidas
y engobe blanco pulido en estrías. Los engobes o pintados rojo en zonas so-
bre superficie pulida (o a veces no pulida), en los cuales el rojo es aplicado
en bandas y franjas anchas, son diagnósticos de la Fase Conchas de Guate-
mala (Coe, com. pers.), las Fases Chombo y Monte Fresco de Costa Rica
(Coe, com. pers.), Playa de los Muertos en Honduras (Strong, Kidder, y Paul
1938:70,74), Tlatilco en el Valle de México (Porter 1953:35-36, Figs. 6,8; Piña
Chán 1958:44-46,85, Figs. 15,43), Chiapa I y Chiapa II (Dixon 1959:12-16,32-
33) y las fases Cotorra y Dili en Chiapas (Navarrete 1960:24-26).
Los engobes rojo y blanco pulidos, aplicados independientemente en
bandas anchas y en franjas y el engobe blanco estriado (Fig. 7), son tan uni-
formes que solamente utilizando como principal indicador el grosor de la
pared del cuerpo de la vasija, se pueden distinguir las muestras de las fases
150 / Betty J. Meggers

Chorrera y Tejar del Ecuador, de aquellas de la Fase Conchas de Guatemala


(Coe 1960: Figs. 6g-j,7g-j). La misma homogeneidad caracteriza al rojo es-
triado sobre engobe blanco grueso de la Fase Monte Fresco, Costa Rica (Coe,
com. pers.); los bicromos de Playa de los Muertos, Honduras (Strong, Kidder,
y Paul 1938: Pl. 11a-e,l,m); Período I de las secuencias Tampico-Panuco (Ek-
holm 1944:341-343,423-325) y Progreso Blanco (MacNeish 1954:566-567);
los monocromos blancos de Chiapa I y II (Dixon 1959:7-12,23-31); el engo-
be blanco de la Fase Dili (Navarrete 1960:25-26); la cerámica blanca de Za-
catenco (Vaillant 1930:82-83), Ticomán (Vaillant 1931:386-386) y El Arbolillo
(Vaillant 1935:227-231).

Figura 6. Bordes evertidos con acanalado ancho. a-d, Fase Chorrera, Ecuador; e-g, Fase
Conchas, Guatemala

Las incisiones en líneas finas y anchas sobre superficies monocromas


bien pulidas constituyen otro de los vínculos entre la Fase Chorrera y los
complejos preclásicos mesoamericanos, tales como las fases Ocós y Con-
chas, Chiapa I y II, las fases Cotorra y Dili, la Fase Combo, el Horizonte Pla-
ya de los Muertos y varios horizontes tempranos en el Valle de México, tales
como Tlatilco, El Arbolillo y Zacatenco. La técnica de incisión no es conclu-
yente por si misma, pero vinculada a otros rasgos, asume significado.
Figura 7. Engobe rojo y blanco pulido. a-f, Fases Chorrera y Tejar, Ecuador; g-j, Fase Conchas, Guatemala; k-l, Horizonte Playa de Contactos entre las culturas /
los Muertos, Honduras.
151
152 / Betty J. Meggers

Figura 8. Superficie pulida en estrías. a-c, Fase Chorrera, Ecuador; d,e, Fase Conchas,
Guatemala

Figura 9. Pintura negativa o “resistente” a-c, Fase Tejar,


Ecuador; d-f, Fase Conchas, Guatemala

Figura 10. Vasijas raspadas. a,b, Fase Tejar, Ecuador; c, Fase Conchas,
Guatemala
Figura 11. Máscaras de cerámica de Ecuador y Mesoamérica. Mientras todos los especímenes de Ecuador son de una región ge-
neral y del Período Esmeraldas, aquellas de Mesoamérica están más difundidas y desarrolladas durante un período más largo. a,
La Tolita, Provincia de Esmeraldas, Ecuador (Museo Arqueológico Víctor Emilio Estrada); b,c, Provincia de Esmeraldas, Ecuador
Contactos entre las culturas /
(según d’Harcourt 1942: Pls. 52,53); d, Las Charcas, Guatemala (según Borhegyi 1955: Fig. 2a); e, Alta Verapaz, Guatemala (según
Borhegyi 1955: Fig. 2b); f-h, Cerro de las Mesas, Veracruz, México (según Drucker 1943: Pl, 43).
153
154 / Betty J. Meggers

Figura 12. Figurillas sobre una cama. a-c, La Tolita, Provincia de Esmeral-
das, Ecuador (según Lehmann 1951: Figs. 1-3); d-f, Valle de México (según
Lehmann 1951: Figs. 9,10,12).

El pulido estriado (a veces llamado “líneas bruñidas”) sobre superfi-


cies no pulidas y pulidas (Fig. 8) es otra técnica que aumenta en popularidad
en el Período Chorrera, mientras los tipos monocromos simples completa-
mente pulidos declinan en frecuencia. Este método de tratamiento distinti-
vo ocurre también en períodos tempranos de Mesoamérica. Un examen de-
tallado de los especímenes (la cerámica simples se ilustra demasiado rara-
mente para confiar solo en las publicaciones) demuestra que esta técnica es
característica de la Fase Conchas, está presente en Chiapa I y II, es común
en los materiales de Playa de los Muertos, es un elemento diagnóstico en la
cerámica de la Fase Monte Fresco y ocurre en los horizontes tempranos de
El Arbolillo, Zacatenco I, Pavón y Tres Zapotes Inferior.
Contactos entre las culturas / 155

Período de Desarrollo Regional (Florecimiento Regional, Clásico)

Como ya hemos señalado, partimos primeramente desde la perspec-


tiva ecuatoriana. En el cuadro cronológico del Ecuador, el Período Formati-
vo termina con el fin de la Fase Chorrera y el desarrollo de un grupo de com-
plejos regionales (Estrada 1958:7-20, Cuadro 1; Estrada y Evans 1963: Fig.
10). Estos complejos comparten ciertos elementos como consecuencia de
sus antecedentes comunes, pero difieren en detalles, algunos con paralelos
en Mesoamérica.
Dos de esos paralelos son la pintura negativa o resistente y una forma
de vasija conocida como “cuenco rallador”. La pintura negativa comienza en
Ecuador en la Fase Tejar con diseños sencillos creados usando bandas y
puntos sobre superficies bien pulidas, de color ante, crema o claro broncea-
do. La técnica y los motivos (Fig. 9) son comparables a fragmentos negativos
de la Fase Conchas de la costa de Guatemala (Coe 1960: Fig. 7a-f) y a la pin-
tura resistente de Chiapa III y IV y Tlatilco (Porter 1953:27, Fig. 3).
Los ralladores de cerámica de la Fase Tejar son de dos formas: (1)
grande, abierto y de base redondeada; (2) rectanguloide de base plana, pa-
redes altas, inclinadas hacia afuera y una boca o pico en uno de los extremos
(Fig. 10). Estas formas no son típicas de la Fase Conchas, pero las ranuras
profundas en el fondo de la vasija tienen paralelos en especímenes del tipo
Conchas Blanco a Ante (Coe 1960: Figs. 6k,l;7k-m). La vasija honda acanala-
da no persiste en Mesoamérica pero evoluciona hacia los “moledores de ají”
poco profundos, ampliamente difundidos en los horizontes Postclásicos. En
Ecuador, los ralladores abiertos aparecen también, pero no reemplazan a la
variedad honda acanalada. Coe (1960:370-371) sugiere que la aparición de la
vasija ralladora en la secuencia ecuatoriana podría reflejar la introducción
del molido de ají desde Guatemala; desafortunadamente, el clima húmedo
en las dos regiones no permite la preservación de restos vegetales para eva-
luar esta posibilidad.
La Fase Guangala de la costa norte de la Provincia de Guayas, Ecua-
dor, comparte la pintura negativa con la Fase Tejar y exhibe otros elementos
mesoamericanos. Uno de ellos es una técnica de pintura blanco-sobre-rojo
con diseños geométricos que se asemejan cercanamente en estilo de deco-
ración y formas de vasija, a ejemplos Blanco sobre Rojo de la Fase Matapalo
de la región de Guanacaste, Costa Rica (Coe y Baudez 1961:508; Baudez y
156 / Betty J. Meggers

Figura 13. Figurillas con vestimenta hecha de plumas. a. Probablemente un guerrero, La Tolita, Ecuador, altura 22,5 cm. b., Molde
para la manufactura de figurillas. Tolita, Ecuador, altura 11,7 cm. c, Disfraz de águila, Valle de México, altura 13 cm.
Contactos entre las culturas /
Figura 14. Figuras humanas, probablemente guerreros, con la cabeza apareciendo desde las fauces abiertas de la máscara de un
animal. a-b, México. c-f, Ecuador.
157
158 / Betty J. Meggers

Coe 1962:368; Coe 1962: 363-365). En este caso, puede tratarse de una intro-
ducción desde el Ecuador, ya que parece en el estado actual de nuestros co-
nocimientos, un elemento más difundido en Ecuador que en Mesoamérica.
La pintura policroma en motivos geométricos bien delineados sobre una su-
perficie engobada blanca, aparece en la Fase Guangala Tardío, aparente-
mente sin antecedentes locales. La pintura polícroma ha sido estratigráfica-
mente definida en la costa de Costa Rica por Coe y Baudez (1961: 505-515;
Baudez 1963:46-47, Fig. 6, Tabla 2; Baudez y Coe 1962), en un nivel lo sufi-
cientemente temprano como para ser el origen de su presencia en Ecuador.
La cronología general de la costa norte ecuatoriana es suficientemen-
te conocida como para indicar que una larga serie de rasgos del Período de
Desarrollo Regional (500 a.C.- 500 d.C.) están relacionados más cercana-
mente a Mesoamérica que a otras partes de América del Sur. Estos rasgos es-
tán concentrados en la región desde la Bahía de Caráquez hacia el norte y
ocurren en los sitios de Atacames, Esmeraldas y La Tolita, a lo largo de la cos-
ta de la Provincia de Esmeraldas. Materiales comparables se han reportado
en Tumaco, al otro lado de la frontera con Colombia (Cubillos 1955). El pe-
ríodo de tiempo es probablemente de alrededor de 0-500 d.C. Una relación
de tales rasgos con énfasis en su origen mesoamericano, no es nuevo; en
cambio, la existencia de secuencias estratigráficas detalladas en la costa del
Ecuador sí es nuevo. Estas secuencias indican claramente que la aparición
de este complejo de rasgos no es el resultado de un desarrollo evolutivo des-
de elementos indígenas ecuatorianos pre-existentes, sino más bién, es el re-
sultado de la introducción de una serie de elementos no sudamericanos
dentro de la situación local (Estrada y Evans 1963:82-84).
Del amplio inventario señalado por Borhegyi (1959, 1960) los rasgos
compartidos más destacados incluyen: figurillas zoomorfas y antropomor-
fas hechas en molde (Fig. 17); quemadores de incienso de tres puntas (Fig.
15); figurillas “amarradas a una cama” (Fig. 12); silbatos efigies; figurillas con
la cara sobresaliendo de la boca abierta de un animal (Fig. 14); máscaras de
cerámica (Fig. 11); sellos planos y cilíndricos (Fig. 18); figurillas vestidas con
capas emplumadas (Fig. 13); cabezas humanas de tamaño natural; pintura
amarilla, anaranjada, verde y de un negro asfalto en figurillas o adornos de
vasijas; figuras de murciélagos y jaguares, algunas veces con cuerpos huma-
nos (Fig. 16); figurillas de culto a la fertilidad con piernas ensanchadas; re-
presentaciones de hombres viejos con caras arrugadas (Fig. 19); figuras zoo-
morfas con lenguas bifurcadas; figurillas con brazos articulados (Fig. 20) y
vasijas con patas mamiformes.
Contactos entre las culturas / 159

Figura 15. Quemadores de incienso de tres puntas, provincia de Es-


meraldas, Ecuador. a,b, altura 26,7 cm; d,17,3 cm (según Borhegyi
1959: Fig. 1a-c; 1960: Fig. 1).

Figura 16. Figuras de murciélago-jaguar. a, La Tolita, Provincia de Esmeraldas, Ecua-


dor, altura 46 cm. (Museo Arqueológico Víctor Emilio Estrada); b, Monte Albán, Oaxa-
ca, México, altura 22 cm. (según Caso y Bernal 1952: Fig. 113b).
160 / Betty J. Meggers

Figura 17. Figurillas zoomórficas y antropomórficas hechas en molde, provincia de Ma-


nabí, Ecuador. a,b, Museo Arqueológico Víctor Emilio Estrada; c-g, Mubuque, Museo Na-
cional de Historia Natural de los E.E.U.U.; f, altura 8,3 cm; g, altura 12,8 cm.
Contactos entre las culturas / 161

Figura 18. Sellos de cerámica planos y cilíndricos de las culturas del Desarrollo Regional
del norte de Manabí y sur de Esmeraldas, Ecuador. a-v, igual escala, largo de a, 6 cm; w,
largo 7,5 cm; x,y,gg-ff, la misma escala, largo de x, 6 cm; z,aa, la misma escala, largo de z, 7
cm; bb-ff, igual escala, alto de bb, 5,8 cm.
162 / Betty J. Meggers

Una búsqueda intensiva en la literatura y en las colecciones de los


museos de los Estados Unidos, América Latina y Europa no relaciona este
complejo de rasgos de la costa norte de Ecuador y la costa sur de Colombia
a algún sitio específico en Mesoamérica, pero sí lo limita a algunas regiones.
En el estado actual del conocimiento, todas las otras áreas pueden ser elimi-
nadas. Aparecen alrededor del comienzo de la Era Cristiana en partes de Ve-
racruz, el Valle de México y Oaxaca (Piña Chán 1963: Fig. 4). Muchos ocurren
en el Período Tres Zapotes Tardío, representado por Tres Zapotes y Cerro de
las Mesas en Veracruz; los períodos Monte Albán III-IV en Oaxaca y los pe-
ríodos Tolteca y Azteca en el Valle de México. Esta fue una época en la cual
las sociedades mesoamericanas expandieron su control territorial y no es
inconcebible que pudieran haber planificado movimientos tan lejanos co-
mo América del Sur, estableciendo vínculos comerciales con el norte de
Ecuador y quizá incluso desarrollando colonias que se amalgamaron con las
culturas aborígenes locales.

Período de Integración (Postclásico, Imperio y Conquista)

Las tumbas en fosa aparecen en el Ecuador alrededor de 400-500 d.C.,


al final del Desarrollo Regional y al comienzo del Período de Integración.
Ellas consisten de un cuello o fosa vertical de 0,75-1,00 m de profundidad,
cerrado con losas alrededor de 1 m por debajo de la superficie. La recámara
alargada mide de 2,0-2,5 m de diámetro en el piso, situándose entre 2,5-4,0
m bajo la superficie (Fig. 21). Tumbas de este tipo ocurren en El Carmen,
Provincia de Bolívar (Costales Samaniego 1956); en las Tolas de Huaraquí,
Provincia de Pichincha (Guignabaudet 1953); en Chaupihuaca en el mismo
cantón y provincia; en Santa Elena, Provincia de Tungurahua; en San Pablo,
Provincia del Chimborazo; en El Angel, Provincia del Carchi y en los valles
intermontanos desde la Provincia del Carchi hasta la Provincia de Loja (Ver-
neau y Rivet 1912: 124, Figs. 17-22). Aunque comparativamente raras en la
costa ecuatoriana, las tumbas en forma de botella son reportadas por Savi-
lle (1910: 82-85) en La Roma y cerca del Cerro Jaboncillo, Provincia de Ma-
nabí. La mayor ocurrencia de tumbas en forma de botella o de tumbas con
fosa anterecámara está en el Valle del Cauca, Colombia (Bennett 1946: 834-
836), donde parece que comenzaron alrededor del 400-500 d.C. y continua-
ron hasta unos pocos siglos antes del contacto europeo (Fig. 22).
Contactos entre las culturas / 163

Figura 19. Hombres viejos con caras arrugadas. a, Agua Amarga, norte de la Provincia
de Manabí, Ecuador; c,Viche, Provincia de Manabí, Ecuador; e, Esmeraldas, Provincia
de Esmeraldas, Ecuador; b, México, altura 5,8 cm; d,f, Tres Zapotes,Veracruz, México.
Altura de d, 9,4 cm. a,b, Museo Nacional de Historia Natural de los E.E.U.U.; c,e, Mu-
seo Arqueológico Víctor Emilio Estrada; d,f, según Drucker 1943: Fig. 60c,d.
164 / Betty J. Meggers

Figura 20. Figurillas humanas con brazos y piernas móviles. a,b, Tisal, norte de
la Provincia de Manabí, Ecuador; Museo Nacional de Historia Natural de los
E.E.U.U.; c, Tres Zapotes,Veracruz, México, Largo del último especímen de la de-
recha: 7 cm. Museo Nacional de Historia Natural de los E.E.U.U.

Figura 21. Tumba en forma de botella, Ecuador, típica de las tierras altas del
Ecuador y del sur de Colombia (según Costales Samaniego 1956: Fig. 4).

Las tumbas con fosa del oeste de México incluyen ambos tipos. Tum-
bas en forma de botella han sido descritas por Corona Núñez (1954: 46-47)
en los municipios de San Blas y Santa María del Oro y en el estado de Naya-
Contactos entre las culturas / 165

rit (Fig. 23). La forma, medida y proporciones son muy semejantes a las tum-
bas ecuatorianas. Las tumbas con fosa con una gran anterecámara a un la-
do (Fig. 24) ocurren en el sitio de El Opeño, estado de Michoacán (Noguera
1946:150-154; 1939:574-586, Fig. 14); en El Arenal, estado de Jalisco y en los

Figura 22. Tumbas con anterecámara, sur de Colombia, también típicas del alti-
plano del Ecuador (según Bennett 1946: Fig. 92).
166 / Betty J. Meggers

sitios Corral Falso y Los Chiqueros en Nayarit (Corona Núñez 1955:7-8, Figs.
1,2; 1954:47-48, Figs. 6,7). Aparentemente están asociadas con estilos cerámi-
cos tardíos. La limitada distribución tanto de la tumba con forma de botella
como de la tumba con fosa y anterecámara en los tres estados adjuntos de
Nayarit, Jalisco y Michoacán en la costa pacífica de México y su ocurrencia
bastante difundida en las tierras altas del Ecuador y el sur de Colombia, su-
gieren una posible introducción desde Sudamérica (cf. Meggers 1963: Fig. 20).

Figura 23. Tumba con forma de bo-


tella, Nayarit, México (según Coro-
na Núñez 1954: Fig. 1).
Contactos entre las culturas / 167

Figura 24. Tumba con antecámara, Nayarit, México (según Coro-


na Núñez 1954: Fig. 6).

Dientes perforados y embutidos con oro en forma de discos, clavijas


o platos (Fig. 25) están restringidos en Ecuador a la cultura Milagro de la
Cuenca del Guayas y La Tolita, Atacames y Esmeraldas en la Provincia de Es-
meraldas. Mientras en Mesoamérica los dientes limados e incrustados con
pirita de hierro, jadeita y otras piedras tienen una larga historia, el uso del
oro es muy restringido (Romero 1958: Cuadro 2). Ya que la costumbre de
mutilación dental está muy diseminada en tiempo y espacio en Mesoaméri-
ca y restringida a la costa del Ecuador, se puede concluir que fue introduci-
da desde el norte en América del Sur. Los pocos ejemplos ecuatorianos co-
nocidos incluyen las variaciones siguientes: dos incisivos centrales y un ca-
nino enseñando clavijas de oro con cabezas ensanchadas (tipo E-4 de Ro-
mero) de un entierro en urnas tipo chimenea (puestas una encima de otra)
del Período Milagro, Provincia del Guayas (Estrada 1957: Fig. 11A); dos inci-
sivos centrales superiores con discos de oro de Atacames, (tipo E-1 de Ro-
mero; Saville 1913: Pl. 16, Fig. 56; Romero 1958: Pl. 7); y seis dientes del ma-
xilar superior, incluyendo los incisivos y caninos, con anchas placas hori-
zontales de oro de la Provincia de Esmeraldas (tipo E-4 de Romero; Saville
1913: Pl. 17, Fig. 57; Romero 1958: Pl. 8). El tipo E-4 de Romero no se encuen-
tra en Mesoamérica.
168 / Betty J. Meggers

Figura 25. Dientes rellenos con oro, Ecuador. a, Discos de oro, Atacames, Pro-
vincia de Esmeraldas (según Romero 1958: Pl. 7); b, Dientes cortados rellenos
con placas de oro, La Piedra, Provincia de Esmeraldas (según Romero 1958:
Pl. 8); c, Clavijas de oro con cabezas ensanchadas, sitio G-M- 4: Elisita, Provin-
cia del Guayas.
Contactos entre las culturas / 169

El tipo E-1 es la técnica más común en Mesoamérica, pero está típi-


camente ejecutada con pirita, jadeita o turquesa en lugar de oro. Su distri-
bución incluye el Cerro de las Remojadas y el Cerro de las Mesas en Vera-
cruz; Monte Albán, Monte Negro, Xoxo y Yagul en Oaxaca; Jonuta en Tabas-
co; Jaina y otros sitios en Campeche; Palenque, Chiapa de Corzo y Yoxiha en
Chiapas; Tepeaca en Puebla; Teotihuacán y Tacuba en el Distrito Federal; Ba-
king Pot y San José en Belize; Uaxactún, Piedras Negras, Kaminaljuyu y Hol-
mul en Guatemala; y Copán y el Valle de Ulua en Honduras. El único caso del
tipo E-1, entre los cientos de dientes examinados por Romero (1958) en el
cual se usó oro, es el número de catálogo TD-451 de los períodos Monte Al-
bán IV y V de Yagul, Oaxaca.
Saville (1913) señaló que la mutilación dental en Ecuador se relacio-
naba con América Central, pero aunque está conclusión ha sido reforzada
por trabajos más recientes, el lugar específico de orígen es todavía descono-
cido. El momento exacto en el cual ocurrió la introducción es también in-
cierto, pero claramente tuvo lugar durante el Período de Integración , que se
inicia después del 500-600 d.C. y se extiende hasta la época de la conquista
europea. Los amplios estudios de Romero (1952, 1958) indican que la exten-
ción geográfica mayor de los Tipos E-1 y E-4 ocurre en Mesoamérica alrede-
dor del 500 a 1.300 d.C. De particular interés es el hecho de que en Mesoa-
mérica la mutilación dental del Tipo E-1 tiene la historia más larga en el es-
tado de Oaxaca, sugiriendo que esta región fue el foco de desarrollo de este
tipo de incrustación decorativa y que bien podría ser la fuente de su intro-
ducción en la costa del Ecuador.
Otro rasgo de la cultura Milagro con conexiones mesoamericanas es
el hacha-moneda. Estas piezas delgadas de cobre, en forma de T, hechas a
martillo, tienen filos curvados y bordes con cejas (Fig. 26). Varían entre 6-9
cm de largo total, 5-8 cm en ancho de hoja curvada y 1,8-2,2 cm en ancho de
la culata. Grandes reservas de hacha-moneda se ha encontrado en los entie-
rros en urnas tipo chimenea, con más de 1.000 ejemplares en un solo entie-
rro en el sitio Pedro Carbo, Provincia del Guayas.
El hacha-moneda de cobre en la forma de media luna, delgada, hecha
por la técnica del martillado fue uno de los medios de intercambio usado
por los Aztecas (Vaillant 1941:128; Blom 1934: 423,437). La distribución ar-
queológica de estos especímenes, tanto en el Valle de México (USNM cat.
170 / Betty J. Meggers

nos. 215390, 306966) como en Oaxaca (USNM cat. no. 97785), sugiere una
vinculación también con la tradición Zapoteca Mixteca.

Conclusión

A medida que el registro arqueológico se torna más conocido, más


aparente es la conclusión de que debe haber existido contacto repetido en-
tre Mesoamérica y la costa occidental de América del Sur.

Figura 26. Hacha-moneda de cobre, sitio Las Palmas, Provincia del Gua-
yas, Ecuador.

Comenzando en el Período Formativo Temprano, la comunicación


puede haber sido accidental e intermitente, pero en los últimos siglos antes
de la llegada de los europeos, parece haberse tornado planificada y contí-
nua. En América del Sur, la región principal de contacto fue la costa norte de
Ecuador, algo más arriba de la línea ecuatorial. Aquí, las corrientes oceáni-
cas que se mueven hacia el sur son reemplazadas por la Corriente de Hum-
boldt que fluye hacia el norte, lo cual puede haber sido un factor para impe-
dir la navegación más hacia el sur.
Aunque la evidencia arqueológica es extensa, se debe tomar en cuen-
ta que tanto en Mesoamérica como en la costa del Ecuador el clima destru-
ye la mayor parte de lo que alguna vez fue elaborado y usado por las pobla-
ciones aborígenes. Es probable que el intercambio de ideas y objetos fuera
Contactos entre las culturas / 171

realizado en una escala mucho mayor que la evidencia sobreviviente nos lle-
va a inferir. Tal conclusión es apoyada por la descripción de un transporte de
balsa encontrado por los españoles afuera de la costa ecuatoriana, con mer-
cadería destinada a un puerto norteño, desafortunadamente no conocido
(Ruiz 1884). De esta carga grande y variada, poco o nada podría haberse pre-
servado para que un arqueólogo lo pudiera encontrar.

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Capítulo 9

ORIGEN TRANSPACÍFICO DE LA
CERÁMICA VALDIVIA EN LA COSTA
DEL ECUADOR

Cuando Estrada descubrió la cerámica de la Fase Valdivia en la costa


del Ecuador en el año 1956, él reconoció que incluía elementos decorativos
característicos de la cerámica del Formativo Temprano de la costa del Perú,
en especial de los sitios Guañape y Ancón. Ahora que se conoce la secuen-
cia de cambio de la alfarería Valdivia, se puede verificar que las técnicas de-
corativas y motivos usados para este análisis inicial fueron aquellos del Pe-
ríodo D y en menor proporción del Período C de la Fase Valdivia. Como re-
sultado, estas similitudes no iluminan el origen del complejo cerámico.
Las excavaciones extensas en el sitio Valdivia de la Provincia del Gua-
yas, en diciembre de 1960, abrieron una nueva puerta en la indagación, con
el hallazgo de un fragmento de borde almenado de una vasija del tipo Valdi-
via Rojo Inciso, mostrando una semejanza sorprendente tanto en el trata-
miento del borde como en la decoración incisa, con una vasija del Período
Jomon Medio en la isla japonesa de Honshu (Estrada, Meggers y Evans 1962:
Fig. 1 e-f). Un exámen de otras características de la alfarería Jomon Tempra-
no y Medio reveló un gran número de similitudes adicionales, las cuales fue-
ron resumidas por Estrada (1961) en términos de su distribución en Asia y
en el Nuevo Mundo. Sin embargo, los intentos de fijar más específicamente
la distribución y antiguedad en Japón de los rasgos relevantes fueron impe-
didos por nuestra incapacidad de leer japonés y por el énfasis puesto en la
mayoría de publicaciones, en la cerámica del Período Jomon Medio de
Honshu con decoración exuberantemente modelada. Varios elementos, ta-
les como la baja frecuencia de las técnicas de impresión de cuerdas y del
modelado, señalaron a Kyushu como la región más probable del origen de la
178 / Betty J. Meggers

cerámica Valdivia. Afortunadamente, fue posible para nosotros visitar Japón


en 1963, con resultados que apoyaron la hipótesis de un origen transpacífi-
co más allá de nuestras expectativas.
El examen de las colecciones Jomon se orientó primariamente hacia
el hallazgo de elementos de decoración y formas de vasija del período tem-
prano de Valdivia y se hizo en seguida evidente que las colecciones del Pe-
ríodo Jomon Tardío se podían eliminar de la consideración. Fueron exami-
nadas colecciones representando 9 sitios en Honshu y 12 sitios en Kyushu,
fechados en el Jomon Temprano y Medio. Encontramos ejemplos de cerámi-
ca que duplicaron 17 de 19 técnicas decorativas presentes al comienzo de la
Fase Valdivia, siete formas de borde tempranos y dos formas de base. En tan-
to que los sitios en Honshu tenían menos de siete de los rasgos, los sitios de
Kyushu contenían entre 7 y 14. Los tres sitios con el mayor número de sema-
janzas -Sobata, Izumi y Ataka- fueron fechados como Jomon Temprano Tar-
dío o Medio Temprano por los arqueólogos japoneses. Sobata y Ataka se ubi-
can en el margen sur de lo que es ahora el Valle de Kumamoto, pero que ha-
ce varios cientos de años parece haber sido una bahía amplia y poco profun-
da. Izumi ocupa un medioambiente similar más al sur (Meggers, Evans y Es-
trada 1965: Fig. 97).
Aunque todavía no está disponible ninguna fecha de carbono-14 de
los sitios de Jomon en Kyushu, aquellas de Honshu y Hokkaido representan
todas las subdivisiones de los períodos generales. Ya que en Kyushu las se-
mejanzas parecen concentrarse alrededor de la transición entre el Jomon
Temprano y Medio, las fechas más significativas de Honshu son aquellas de
Kamo, un conchal del Período Medio Temprano en la Prefectura de Chiba,
con una antiguedad de 5.102 ± 400 AP (M-240) y de un sitio en los suburbios
de Tokyo (sitio del campus de la Universidad Cristiana Internacional) con al-
farería semejante fechada en 5.090 ± 65 AP (SI-125). Estas fechas concuer-
dan bastante bien con la fecha de carbono-14 más temprana conocida de
Valdivia de hace 5.150 ± 150 AP (M-1320).
Las palabras no pueden expresar adecuadamente el grado de simili-
tud entre la alfarería temprana de Valdivia y la alfarería contemporánea de
Jomon y solamente le hacen justicia las fotografías. En los tipos Valdivia In-
ciso y Valdivia Inciso Línea Ancha (Fig. 1a-d), no solamente la técnica de in-
cisión sino también los motivos y combinaciones de motivos son los mis-
mos. En la mayoría de las categorías de técnicas decorativas, se puede en-
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 179

contrar ejemplos de apariencia tan semejantes que podrían haber corres-


pondido a la misma vasija. Sin embargo, existen ciertas diferencias en énfa-
sis que apoyan la inferencia de una relación evolutiva, particularmente en la
decoración acanalada con el dedo, peinada e incisa.
En la Fase Valdivia, se puede reconocer dos tipos distintos de diseños
incisos: (1) inciso línea ancha en una superficie pulida e (2) inciso medio en
una superficie no pulida. El primero ocurre típicamente en cuencos y el se-
gundo en jarras. Los motivos también son diferentes. En cambio, las contra-
partidas de los períodos Jomon Temprano y Medio muestran una continui-
dad en el tratamiento de la superficie y en la técnica de incisión, lo cual ha-
ce inaplicable la división reconocida en la cerámica Valdivia. Las superficies
son frecuentemente menos pulidas y los motivos de Valdivia Inciso pueden
ser ejecutados en la técnica de Valdivia Inciso Línea Ancha y vice-versa. En
otras palabras, el estilo inciso de Jomon puede ser visto como un ancestro
común, a partir del cual se han diferenciado dos tipos de decoración en Val-
divia.
Una situación semejante existe en el punteado con dedo (Fig. 2a-b) y
el pseudo-corrugado (Fig. 3 f-g). Estas dos técnicas decorativas se distin-
guen fácilmente en la Fase Valdivia y no necesariamente serían reconocidas
como relacionadas. En la cerámica Jomon, en cambio, hay una progresión
constante de la una a la otra. Como ocurre con la incisión, la decoración Val-
divia parece haber desarrollado dos tipos diferentes desde un ancestro Jo-
mon común.
El rastreado y punteado múltiple (Fig. 2e-g), una técnica relativamen-
te rara en la alfarería Valdivia, es más común en Jomon y despliega una va-
riación más amplia en la ejecución. En los ejemplos de Valdivia, las bandas
adyacentes son colocadas tan cuidadosamente que la técnica es difícil de
identificar. Aunque el rastreado y punteado realizado por un instrumento
multidentado, probablemente un fragmento de concha, parecía el método
más probable de ejecución, esto se confirmó solamente después del examen
de las muestras Jomon. Aquí, el rastreado y punteado múltiple ocurre en zo-
nas contínuas y también en bandas aisladas, de manera que la huella del
instrumento está claramente definida y la técnica es obvia.
180 / Betty J. Meggers

Figura 1. Similitudes en técnica y motivos entre la alfarería Jomon Medio Temprano


(a,c,e,g) y Valdivia Temprano (b,d,f,h,). a-d, Inciso Línea Ancha. e-h, Cepillado o raspado en
concha.
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 181

Figura 2. Similitudes en técnica y motivos entre Jomon Medio Temprano (a,c,e) y Valdivia
Temprano (b,d,f-g). a-b, Punteado con uña. c-d, Exciso. e-g, Rastreado y Punteado Múltiple.
182 / Betty J. Meggers

Figura 3. Similitudes en técnicas decorativas y motivos entre Jomon Medio Temprano


(a,d,f,h) y Valdivia Temprano (b-c, e,g,i). a-e, Estampado en zig-zag. f-g, Pseudo corrugado.
h-i, Acanalado con el dedo.
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 183

Las decoraciones peinado y acanalado con dedo son también más


elaboradas en Jomon. Valdivia Peinado consiste en bandas individuales ver-
ticales, contínuas o quebradas, sobre una superficie lisa, mientras que la
versión Jomon consiste en líneas rectas contínuas u onduladas, típicamen-
te aplicadas sobre una superficie peinada horizontalmente. En ambas áreas,
este tipo de decoración se puede distinguir del cepillado o raspado con con-
cha como tratamiento de la superficie, por su ejecución más sistemática
(Fig. 1e-h). El acanalado con dedo es también más elaborado en Jomón,
donde la superficie entre las acanaladuras es típicamente ornamentada con
mellas o punteados. Este embellecimiento es raro en Valdivia. Por otra par-
te, el patrón característico de Valdivia, de acanaladuras verticales en el cue-
llo de las jarras, no parece ser común en Jomon (Fig. 3h-i).
En otras instancias, la técnica y el motivo de la decoración son prác-
ticamente idénticos. La excisión se hace con la misma técnica tosca e incor-
pora los mismos elementos, incluyendo el “reloj de arena” y el “hueso de pe-
rro” (Fig. 2c-d). Las vasijas con engobe rojo tienen diseños rectilíneos entre-
cruzados en inciso línea ancha, idénticos en todos los detalles. El punteado
con el dedo o la uña es el mismo en ambas áreas (Fig. 2a-b). El estampado
en zig-zag aparece en la variante arrastrada (Fig. 3a-c), así como en la forma
más familiar (Fig. 3d-e), se aplica ya sea como un tratamiento integral de la
superficie ya como bandas aisladas rectas u onduladas.
Ciertas combinaciones de técnicas ocurren en ambas áreas, entre
ellas el raspado y estampado con concha, el punteado y acanalado con el
dedo, el exciso e inciso línea ancha, el inciso y estampado en zig-zag, el in-
ciso y punteado en zonas y el inciso y listón mellado. En ambas regiones, los
bordes ondulados y lobulados están asociados principalmente con decora-
ción incisa línea ancha y excisa. Los bordes superpuestos predominan en las
jarras no decoradas en Valdivia, mientras que ocurren a menudo en vasijas
con decoración incisa en Jomon. En ambos complejos, el labio puede ser
mellado o impreso con el dedo.
El tratamiento almenado de los bordes, la característica que llamó
primero la atención sobre la posibilidad de un contacto transpacífico, es
muy raro en la Fase Valdivia y aparentemente restringido a la parte tempra-
na del Período A. Se presentan dos variantes: (1) una prolongación vertical
delgada y (2) una proyección más ancha hacia afuera. Los dos extremos y to-
dos los grados de variación intermedios ocurren en vasijas Jomon.
184 / Betty J. Meggers

Una evaluación de semejanzas en los artefactos de piedra, hueso y


concha entre Valdivia temprano y Jomon Medio Temprano introduce un fac-
tor que es insignificante en la alfarería, a saber, la limitación funcional en la
forma. Aunque la alfarería es utilitaria, su eficiencia no se altera si los bordes
son directos o reforzados exteriormente o si las bases son planas o cóncavas,
o si los hombros son angulares o redondeados. Tampoco existen limitacio-
nes en forma o decoración atribuíbles a las características de la materia pri-
ma. En cambio, un punzón no solamente debe amoldarse al contorno gene-
ral del asta o el hueso en cual es tallado, sino que ademas tiene que tener di-
mensiones compatibles con su función. Las diferencias y semejanzas deben
ser también evaluadas en el contexto de la antiguedad de la recolección de
mariscos como fuente de subsistencia y la posibilidad de que la superviven-
cia antes que la difusión pueda estar involucrada. Esto parece ser el caso de
los anzuelos de concha de Valdivia, incluyendo las sierras y los escariadores
usados para la manufactura y los ganchos mismos, todos los cuales encajan
dentro de la tradición precerámica general del Nuevo Mundo. La eficiencia
de estas herramientas y técnicas de manufactura podrían haber impedido la
adopción de los tipos de anzuelo Jomon, si hubieran sido introducidos.
La consolidación de evidencia acerca del origen de la Fase Valdivia
lleva a la siguiente reconstrucción de eventos: Más o menos hace 5.000 años,
las costas del Pacífico de Japón y América estaban ocupadas por pequeños
grupos humanos que subsistían de la pesca y la recolección de mariscos, su-
plementadas con la cacería de mamíferos terrestres. Además de la recolec-
ción de plantas, pudieron haberse dado los pasos iniciales hacia el cultivo.
Sus herramientas y utensilios líticos, aunque diferentes en detalles de for-
ma, eran de tipos similares -anzuelos, punzones, hachas, tajaderas, lascas,
pesas y martillos- indicando un nivel de competencia tecnológica y una
adaptación ecológica semejantes. En Japón, los sitios se encuentran no sólo
a lo largo de la costa, sino también en los valles de los ríos, donde la pesca
del salmón, la caza de fauna terrestre, y una flora comestible abundante, lo
cual parece haberse aproximado a las condiciones en la costa noroeste de
América del Norte. La existencia en los conchales de huesos de peces mari-
nos indica que el mar profundo contribuyó a la subsistencia desde épocas
tempranas. Se han encontrado piraguas, las cuales proveen información so-
bre el tipo de embarcación usada.
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 185

Si un bote cargado de pescadores hubiera salido de una bahía prote-


gida en la costa sudeste de Kyushu durante octubre o noviembre, hubiera
entrado en la zona de las corrientes más fuertes del Pacífico septentrional,
que corren hacia el noreste con velocidades entre 23-43 millas marinas por
día. Los registros del período de 40 años entre 1901-1940 tabulan 802 tifo-
nes, de los cuales 130 fueron en octubre y 67 en noviembre. Una embar-
cación sorprendida lejos de la costa por una de estas tormentas podría ser
arrastrada mar adentro por la presión combinada del viento y la corriente
antes de que se pudiera recuperar el control. Aún si los ocupantes mantuvie-
ron la posesión de sus remos, podría haber sido imposible regresar. En el he-
misferio norte durante el mes de noviembre, los vientos del oeste y del nor-
te más sostenidos y de mayor fuerza predominan entre aproximadamente
40º y 55º de latitud. Además, el procentaje de ventarrones se incrementa du-
rante noviembre en latitudes altas, ocurriendo con una frecuencia prome-
dio de 1 cada 8 o 10 días sobre la mayor parte del Pacífico septentrional. Una
combinación de estas fuerzas hubiera llevado una barca hacia el este a lo
largo de la “gran ruta circular”, la cual en un mapa plano pasa muy al norte
de Hawai. Los registros del siglo pasado incluyen un viaje por deriva que al-
canzó tierra con pasajeros vivos después de una travesía de 11 meses (Sittig
1896:530). En realidad, la posibilidad de sobrevivir sería mayor para gente
acostumbrada a vivir del mar, que para los agricultores recientes, orientados
hacia la tierra.
Al arribar a la costa ecuatoriana, los viajeros fueron encontrados o
descubiertos por residentes locales, quienes aparentemente tenían un mo-
do de subsistencia muy similar a lo dejado atrás en Kyushu -pesca, recolec-
ción de mariscos, algo de caza y la recolección de plantas para la alimenta-
ción y fibras. Los resultados indican que los recién llegados fueron bienve-
nidos e incorporados a la comunidad. En el proceso, ellos enseñaron la ela-
boración de la alfarería y probablemente nuevas prácticas religiosas, que es-
tán reflejadas en la aparición de figurillas de piedra con características japo-
nesas. Otras ideas nuevas pueden también haber sido incorporadas, sin de-
jar evidencia tangible.
Los valdivianos rápidamente llegaron a ser expertos alfareros y de he-
cho, el aspecto más sobresaliente del producto es su superioridad artística,
no solamente respecto a la alfarería contemporánea de Kyushu, sino tam-
bién respecto a los otros complejos cerámicos tempranos del Nuevo Mundo.
186 / Betty J. Meggers

Es un hecho irónico el que esfuerzos por relacionar la cerámica Valdivia


temprana con aquella de Guañape en la costa del Perú, Monagrillo en la cos-
ta pacífica de Panamá o Puerto Hormiga en la costa norte de Colombia, im-
plican una evidencia comparativa más sutil que la que apoya la existencia de
conexiones entre Valdivia y Jomon. Indudablemente, esta situación, si fuera
entendida, nos daría claridad sobre el tipo de contacto que subyace a la di-
fusión de la cerámica, tanto al norte como al sur de la costa del Ecuador.

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Capítulo 10

EL ORIGEN TRANSPACÍFICO DE LA
CERÁMICA VALDIVIA
Una re-evaluación

En enero de 1966, la hipótesis según la cual la fabricación de cerámi-


ca había sido introducida en las costas del Ecuador aproximadamente en el
año 3.000 a. C. por un grupo originario de la isla occidental del Japón, enca-
bezó los titulares de los periódicos alrededor del mundo.
Desde entonces, la validez de la hipótesis ha sido un foco de contro-
versia. La evidencia había impresionado favorablemente a muchos arqueó-
logos (ejs.: Ekholm 1964:496; Kidder II 1964:474; Matos Mendieta 1966; Jen-
nings 1968:176; Schobinger 1969:264; Ford 1969; Reed 1971:108; Willey
1971:16), pero otros la rechazaron vehementemente (ejs.: Lathrap
1973:1760-1763; Browman 1976:467; Paulsen 1977:653; Ravines 1982:67).
Quienes consideraron esta hipótesis desacreditada basaron sus evaluacio-
nes en los juicios de otros, en lugar de una sólida investigación de primera
mano (ej.: Feidman y Moseley 1983:155). Las explicaciones alternativas no
han sido críticamente analizadas desde la perspectiva de su consistencia o
relevancia en relación al origen del complejo Valdivia. Este artículo revisará
la evolución de la hipótesis transpacífica y examinará la validez de las prin-
cipales críticas que se le han hecho. En trabajos previos (Meggers 1964, 1971
y 1980), se han presentado el análisis y la discusión concernientes al criterio
general para diferenciar los conceptos de difusión, convergencia e inven-
ción independiente, así como también la importancia de las premisas teóri-
cas mediante las cuales la evidencia es analizada.

Antecedentes Históricos

En noviembre de 1956, Estrada publicó un folleto titulado “Valdivia:


un sitio arqueológico formativo en la costa de la provincia del Guayas, Ecua-
188 / Betty J. Meggers

dor” (Estrada 1956). Este anunciaba el descubrimiento de dos sitios, Punta


Arenas y Valdivia, con cerámica que difería de cualquier otra que se hubiera
encontrado anteriormente. Las similitudes en las técnicas decorativas entre
esta cerámica y las de Ancón, Guañape y Supe en la costa peruana, le permi-
tieron inferir una antiguedad mayor que la de Chorrera, la más antigua ce-
rámica conocida hasta entonces en la costa ecuatoriana.
En 1958, Estrada (1958:93-94) resumió las tres tradiciones formativas
de la costa del Ecuador -Valdivia, Machalilla y Chorrera- y la evidencia de
sus respectivas antiguedades relativas. El mismo año, Evans y Meggers
(1958:182) dieron una breve descripción del complejo Valdivia, concluyen-
do que “este descubrimiento añadía un escalón más en la reconstrucción de
las primeras sendas de la migración y difusión entre América Central y Su-
damérica”.
Una pequeña monografía de los autores Evans, Meggers y Estrada se
publicó en 1959. Un cuadro mostró la incidencia de elementos característi-
cos del Período A de Valdivia en los complejos Guañape (Perú), Barlovento
(Colombia) y Monagrillo (Panamá), los cuales tenían fechas de carbono-14
de similar antiguedad. Se concluyó que

el complejo cerámico del litoral ecuatoriano en el Período Formativo es algo


más desarrollado que los de las culturas Monagrillo, Barlovento y Guañape pe-
ro, sin embargo, Valdivia comparte con ellos un complejo cultural básico simi-
lar (Evans, Meggers y Estrada 1959:87).

Durante el período comprendido entre diciembre de 1960 y enero de


1961, Estrada excavó una larga trinchera en la parte más profunda del sitio
Valdivia (G-31). El 7 de febrero nos escribía: “Encontramos las estatuillas de
piedra (se incluyen fotografías) a cuatro metros, además hachas de piedra...
También estamos encontrando vasijas cuadrangulares, dos fragmentos de-
corados. Uno se parece ligeramente a la alfarería de Jomon”. Se trató un
fragmento de una vasija con borde almenado (Fig. 1a).
Estrada continuó comparando los elementos de artefactos de alfare-
ría, concha y piedra de Valdivia con los de complejos tempranos en varias
partes de Asia y América. Los resultados lo llevaron a la conclusión de que
algunos habían sido introducidos a comienzos de Valdivia B, “venidos de
una fuente que aparentemente no puede ser otra que Japón” (Estrada
1961:4). El estaba ansioso de presentar esta hipótesis al mundo científico y
Figura 1. Cerámica del tipo Valdivia Rojo Inciso: a, El primer fragmento de una vasija con borde almenado encontrado por Estra-
da; b, Otro fragmento de la misma vasija; c, Vasija con cuatro patas (Meggers, Evans y Estrada 1965: lám. 103.).
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 189
190 / Betty J. Meggers

nos instó a que enviáramos una breve comunicación a Science, la revista de


la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia. A pesar de que las no-
ticias breves son generalmente procesadas rápidamente, ésta, enviada el 2
de junio de 1961, no se publicó hasta el 2 de febrero de 1962, más de dos me-
ses después del inesperado fallecimiento de Estrada (Estrada, Meggers y
Evans 1962).
Las comparaciones hasta ese momento se habían basado en ilustra-
ciones publicadas y en una pequeña colección de la alfarería Jomon Tardía
del Museo Nacional de los Estados Unidos. Era claro para todos nosotros
que se necesitaba información más específica para establecer si las caracte-
rísticas de Valdivia formaban un complejo en Japón, que fuera lo suficiente-
mente antiguo como para ser un antecedente ancestral. La oportunidad pa-
ra proseguir esta investigación nos fue dada por una beca de la Fundación
Nacional de Ciencia, la que permitió a Meggers y Evans viajar al Oeste del Ja-
pón durante marzo y abril de 1963.
Llevando ampliaciones de las fotos de los fragmentos decorados pro-
cedentes de Valdivia, visitamos museos, universidades y colecciones priva-
das. Encontramos algunas similitudes en colecciones de los sitios de Hons-
hu. En Kyushu, sin embargo, muchas técnicas y motivos de Valdivia estaban
asociados en un mismo sitio y los sitios con el mayor número de similitudes
tendían a agruparse en el Período Medio Temprano de Jomon, que data de
alrededor de 5.000 años AP. Los datos se presentaron en un cuadro, varias fi-
guras y 26 láminas, cada una comparando ejemplos de las técnicas y moti-
vos decorativos de Jomon y Valdivia (Figs. 2-4; Meggers, Evans y Estrada
1965). La evidencia de que Valdivia derivaba del complejo Jomon también
fue resumida en varios artículos (Meggers y Evans 1966 a, 1966 b; Meggers
1967).
Consideramos que la evidencia satisfacía todos los requisitos estable-
cidos por los antropólogos como necesarios para inferir la difusión transpa-
cífica (Meggers 1971): 1) los complejos Jomon y Valdivia eran contemporá-
neos; 2) en Japón hubo un largo período (varios milenios) de evolución de la
cerámica, mientras que en Ecuador aparece en forma súbita y plenamente
desarrollada; 3) no sólo se manifiestan un gran número de técnicas y de mo-
tivos decorativos idénticos, sino también combinaciones idénticas de ins-
trumentos, técnicas y motivos; 4) las semejanzas entre las cerámicas ocu-
rren principalmente en características arbitrarias que no contribuyen a la
Figura 2. Comparación de cerámica con decoración Valdivia Inciso Línea Ancha del sitio Jomon de Ataka (a-c) y Valdivia (d-h).
(Reproducida de Meggers, Evans y Estrada l965: lám. 161).
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 191
192 / Betty J. Meggers

utilidad de las vasijas (ya que en este caso habrían sido susceptibles de ser
inventadas independientemente); 5) por último, existía una vía de comuni-
cación conformada por la fuerte corriente marina que fluye de Japón hacia
el norte, luego atraviesa el Pacífico hacia el este, pasando al norte de Hawaii,
y después dobla hacia el sur a lo largo de la costa occidental del continente
americano.
Suspendimos nuestros trabajos de campo en el Ecuador después de
la muerte de Estrada en noviembre de 1961, pero los resultados obtenidos
durante su breve carrera arqueológica atrajeron a otros investigadores. Po-
rras (1975) excavó un sitio Valdivia en la isla de Puná; Lanning y sus estu-
diantes encontraron pequeños sitios en la península de Santa Elena; Lath-
rap y sus asociados emprendieron excavaciones en Real Alto, en la costa sur
del Guayas (Lathrap y Marcos 1975; Lathrap, Marcos y Zeidler 1972); Norton
trabajó en Loma Alta en el valle de Valdivia (Norton 1982) y Bischof (1973,
1980; Bischof y Viteri 1972) volvió a examinar el sitio de Valdivia. Se ha pu-
blicado poco sobre los detalles de estas investigaciones, pero todos los par-
ticipantes han cuestionado la antiguedad del complejo Valdivia y la hipóte-
sis de un origen transpacífico.
Aquí analizaré los principales desacuerdos en la interpretación de los
datos. Se considerarán cuatro temas generales: 1) las características y la an-
tiguedad de la alfarería temprana de Valdivia; 2) la comparación Valdivia-Jo-
mon; 3) la viabilidad de un viaje transpacífico y 4) las explicaciones alterna-
tivas sobre el origen de la cerámica Valdivia.

Características y Antiguedad de Valdivia Temprana

Un prerequisito para reconstruir el origen y la filiación de la cerámi-


ca Valdivia es la identificación de las características de la alfarería temprana.
Meggers, Evans y Estrada (1965) presentaron una cronología relativa deriva-
da del análisis cuantitativo y seriación de los tipos cerámicos, la cual fue di-
vidida en cuatro períodos, designados A, B, C y D. En 1966, Hill (1975) pro-
puso una secuencia de ocho períodos, basados en un método cualitativo de
seriación. Ella considera que su Período 1 es anterior a nuestro Período A y
que carece de muchas de las características que nosotros usamos para com-
parar la alfarería de Valdivia Temprana a la del Período Medio de Jomon, in-
validando así la comparación.
Figura 3. Comparación de cerámica con decoración Valdivia Inciso Línea Ancha de sitios Jomon y Valdivia. a,c,f-g, Sobata; b,e,h-i,
Natsushima; d, Mito; j-m, Valdivia. (Reproducción de Meggers, Evans y Estrada 1965: lám. 162).
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 193
194 / Betty J. Meggers

Figura 4. Comparación de bordes lobulados de vasijas Jomon y Valdivia. a, c, Ataka; b, e-f, Izumi; d, Mie; g, Napukuju; h-m, Valdi-
via. (Reproducida de Meggers, Evans y Estrada 1965: lám. 181).
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 195

La ubicación del Período 1 de Hill antes de Valdivia A no está apoya-


da por los hallazgos de Norton (1982) en Loma Alta. El excavó tres trinche-
ras. Las trincheras J-I y J-II se encontraban en basura de ocupación; la trin-
chera J-III contenía varios montículos de piedras asociados con vasijas com-
pletas. Norton (1982) asignó el complejo cerámico a los Períodos 1 y 2 de
Hill, equivalentes a nuestro Período A, basados en la presencia de las si-
guientes características: modelado, peinado, líneas finas incisas, ranuras he-
chas con los dedos (acanalado), corrugado, corrugado falso, líneas incisas
sobre superficie roja, líneas anchas incisas, bordes doblados, bordes lobula-
dos, soportes de cuatro patas y estatuillas de piedra de los tres tipos tempra-
nos. Las vasijas asociadas a los montículos de piedras presentan superficies
con engobe rojo o decoración peinada, incisa, corrugada falsa y modelada.
Algunas de las jarras tienen bordes doblados con impresiones de dedos, que
Hill (1975:3) excluye de su Período 1. Norton (1982:107) interpreta esta in-
consistencia como evidencia de que “no se tuvo inventario completo de Val-
divia 1” en Punta Concepción, el sitio que usó Hill para definir Valdivia 1.
Las fechas de la península de Santa Elena que Hill aceptó para Valdi-
via 1 son 4.460 ± 90 y 4.450 ± 100 AP (Hill 1975:8). Dos fechas de G-31 son de
similar magnitud: 4.450 ± 90 y 4.480 ± 140 AP. Ella aceptó dos fechas de Lo-
ma Alta, empero son un poco más recientes: 4.370 ± 65 y 4.335 ± 100 AP. Só-
lo se considera como potencialmente válida una de las fechas de los montí-
culos de piedras en la trinchera J-III: 4.590 ± 120. Las fechas que deben re-
chazarse si aceptamos la cronología de Hill se muestran en el Cuadro 1. Dis-
ponemos de 28 fechas de cinco sitios con antiguedades superiores a 4.500
años AP. Las muestras obtenidas por Lathrap en Real Alto y por Bischof y Vi-
teri en Valdivia fueron asignadas por los investigadores a ocupaciones pre-
Valdivia (Valdivia 1 o San Pedro). Las fechas de Norton y Stahl para Loma Al-
ta son consistentes y están asociadas con la alfarería y las estatuillas de Val-
divia A. Un fechado procedente de Valdivia (5.150 ± 150), que fue rechazado
por considerársele demasiado temprano, está apoyado por cinco fechados
de Loma Alta.
A pesar de las discrepancias en los fechados, Hill no discute otros fac-
tores que puedan explicar las diferencias, a las que asigna importancia cro-
nológica. Los desechos poco profundos y dispersos en Punta Concepción
presentan un marcado contraste con Valdivia y Loma Alta. Según Hill
(1975:2), “todas las personas que trabajaron para encontrar cerámica... estu-
196 / Betty J. Meggers

Cuadro 1
Fechas radiocarbónicas tempranas de sitios de la cultura Valdivia

Fecha Núm. Lab. Sitio Periodo Investigador


4335 ± 100 Hv-4673 Loma Alta Valdivia 1 Hill
4360 ± 160 SFU-120 Loma Alta Valdivia 2 Stahl
4370 ± 65 SI-1055 Loma Alta Valdivia 1 Hill
4375 ± 135 GX-7703 Loma Alta Valdivia 2 Stahl
4390 ± 60 SI-84a Valdivia Valdivia A/B M., E. y E.
4390 ± 75 ISGS-466 Real Alto Valdivia 2 Damp
4450 ± 90 SI-2 Valdivia Valdivia A M., E. y E.
4450 ± 200 W-631 Valdivia Valdivia A M., E. y E.
4450 ± 100 L1042C SE-42 Valdivia 1 Hill
4450 ± 120 SFU-105 Loma Alta Valdivia 2 Stahl
4460 ± 90 I-7176 SE-42 Valdivia 1 Hill
4460 ± 130 SFU-122 Loma Alta Valdivia 2 Stahl
4480 ± 140 M-1317 Valdivia Valdivia A M., E. y E.
4495 ± 100 Hv.-4840 Valdivia Valdivia 1 Hill
4495 ± 160 GX-5266 Real Alto Valdivia 2 Damp
4510 ± 95 Hv-4674 Valdivia San Pedro Bischof
4530 ± 55 SI-83 Valdivia Valdivia A M., E. y E.
4535 ± 55 Hv-4639 Valdivia San Pedro Bischof
4540 ± 150 SI-84b Valdivia Valdivia A M., E. y E.
4590 ± 120 ISGS-192 Loma Alta Valdivia A Norton
4620 ± 140 M-1322 Valdivia Valdivia A M., E. y E.
4630 ± 160 GX-7699 Loma Alta Valdivia 2 Stahl
4675 ± 110 Hv-4675 Valdivia San Pedro Bischof
4680 ± 75 ISGS-274 Valdivia San Pedro Bischof
4685 ± 95 I-7069 SE-63 ? Hill
4700 ± 75 ISGS-275 Valdivia San Pedro Bischof
4700 ± 100 L-1042D SE-42 Valdivia 1? Hill
4700 ± 270 GX-9460 Loma Alta Valdivia 1 Stahl
4700 ± 300 ISGS-452 Real Alto Valdivia 1? L. y M.
4750 ± 120 ISGS-146 Loma Alta Valdivia A Norton
4760 ± 80 H-4527/3810 Valdivia San Pedro Bischof
4760 ± 75 ISGS-468 Real Alto Valdivia 1? L. y M.
4790 ± 160 SFU-110 Loma Alta Valdivia 1 Stahl
4900 ± 170 GX-5268 Real Alto Valdivia 1 Damp
4920 ± 120 I-7075 Loma Alta Valdivia A Norton
4920 ± 200 SFU-123 Loma Alta Valdivia 1 Stahl
4960 ± 210 GX-9458 Loma Alta Valdivia 1 Stahl
5000 ± 190 ISGS-142 Loma Alta Valdivia A Norton
5010 ± 120 I-7076 Loma Alta Valdivia A Norton
5050 ± 240 GX-9459 Loma Alta Valdivia 1 Stahl
5150 ± 150 M-1320 Valdivia Valdivia A M., E. y E.
5240 ± 420 GX-9457 Loma Alta Valdivia 1 Stahl
5275 ± 175 GX-7704 Loma Alta Valdivio 1 Stahl

(Bischof ; Damp 1979; Hill 1975; Lathrap y Marcos 1975; Meggers, Evans y Estrada 1965;
Norton 1982; Stahl 1984).
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 197

Cuadro 2
Representación de los tipos cerámicos de Valdivia en sitios Sobata, Izumi
y Ataka de Kyushu, Japón y otros sitios del Período Jomón

Valdivia A Sobata Izumi Ataka Otros

Valdivia Acanalado x x x x
Valdivia Brochado x x
Valdivia Decorado con Uñas x x
Valdivia Estampado con Concha x x x
Valdivia Exciso x x x
Valdivia Inciso x x x x
Valdivia Inciso Línea Ancha x x x x
Valdivia Peinado x x
Valdivia Rastreado y Punteado Múltiple x x x
Valdivia Corrugado x
Valdivia Corrugado Falso x
Valdivia Estampado con Cuerdas x
Valdivia Inciso Línea Fina x
Valdivia Mascarón x
Valdivia Biselado y Recortado
Valdivia Modelado
Valdivia Rojo Inciso

Valdivia B-C

Valdivia Línea Ancha Mellada x


Valdivia Listón Mellada x
Valdivia Estampado en Zigzag x

(Meggers, Evans y Estrada 1965: figs. 55 y 96).


198 / Betty J. Meggers

vieron conscientes de la escasez de los fragmentos en relación al tamaño del


sitio y Lanning, en sus notas de campo de 1964, registró la proporción ex-
traordinariamente pequeña de tiestos en contraste con los artefactos líti-
cos”. Esta situación llevó a Norton (1982:108) a proponer que Punta Concep-
ción representa “muchas visitas relativamente cortas de pequeños grupos...
con el propósito exclusivo de recolectar moluscos”. Si tales grupos trajeron
vasijas para uso temporal, las que pudieron ser dejadas cuando la expedi-
ción regresó a su lugar de origen, la alfarería no constituiría una muestra re-
presentativa de lo que se había manufacturado.
Las inconsistencias en los fechados, la ausencia de controles estrati-
gráficos y el reconocimiento de Hill (1975:2) de que “toda la variedad de la
alfarería manufacturada en cualquier fase particular no es enteramente cla-
ra”, hacen dudosa la validez de ubicar Valdivia 1 como anterior a Valdivia A,
como se la definió en Valdivia y Loma Alta. Una antiguedad de aproximada-
mente 5.000 años para el origen de la cerámica está apoyada por la continui-
dad de las fechas de carbono-l4.

La Comparación entre Valdivia y Jomon

Los rasgos usados para establecer la similitud entre la alfarería del Pe-
ríodo A de Valdivia y el Período Medio Temprano de Jomon han sido critica-
dos por haberse realizado mal el control temporal y espacial. Muller
(1971:70), por ejemplo, sostiene que “el material de un rango muy amplio en
tiempo y espacio del Japón se compara con el material de un rango muy am-
plio en tiempo del Ecuador”. Feldman y Moseley (1983:155) afirmaron que
“algunas de las formas decorativas eran realmente similares entre Ecuador y
Japón, pero la presencia de esos rasgos es esporádica. Estos se encuentran
dispersos a lo largo de la secuencia, en vez de estar unidos al principio”.
Lathrap (1967:97; 1973:1762) sostiene que “un estudio cuidadoso sobre las
abundantes comparaciones visuales entre Valdivia y los diferentes comple-
jos Jomon, hecho por los autores, sugiere que no existe ningún complejo Jo-
mon hasta ahora conocido que sea particularmente similar a la configura-
ción total de las formas de las vasijas y prácticas decorativas que caracteri-
zan el verdadero inicio de Valdivia A”.
Consideremos primero la crítica que dice que los rasgos no están
agrupados al inicio de la secuencia Valdivia y el Período Medio de Jomon. De
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 199

Figura 5. Comparación de la cerámica con decoración Valdivia Estampado con Concha, Mo-
tivo 2 de sitios Jomon y Valdivia. a-e,g, Todoroki (al lado de Sobata); f, Sobata; h-k, Valdivia
(Meggers, Evans y Estrada 1965: lám. 180).
200 / Betty J. Meggers

Figura 6. Comparación de la cerámica con decoración Valdivia Inciso, Motivo 1 de sitios Jo-
mon y Valdivia. a, Sobata; b, Hongo (Isla Tanegashima al sur de Kyushu); c,e, Izumi; d,f, Mo-
rioso (cerca de Tokio); g-j, Valdivia (Meggers, Evans y Estrada 1965: lám. 164).
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 201

las 20 técnicas decorativas comparadas en el Cuadro 2, tres no han sido en-


contradas en contextos pertenecientes a Valdivia A. Estas son: estampado en
zigzag (rocker stamping), listón mellado y línea ancha mellada. Dos son su-
ficientemente comunes durante Valdivia B como para hacer probable su
existencia durante Valdivia A; ellas son: rastreado y punteado múltiple y es-
tampado con cuerda.
Nueve de las 17 técnicas decorativas que caracterizan a Valdivia A se
encuentran en tres sitios situados en las márgenes este y sur de la gran ba-
hía al Oeste de Kyushu (Fig. 11). Los arqueólogos japoneses identificaron a
Sobata con el Período Temprano Tardío y a Izumi y Ataka con el Período Me-
dio (Figs. 2-4). Ocho de las nueve formas de bordes y bases se produjeron en
los mismos tres sitios de Kyushu (Meggers, Evans y Estrada 1965:Fig. 96). Las
técnicas de listón mellado y rastreado y punteado múltiple fueron encontra-
das en las muestras del Período Medio de Jomon en el Oeste de Kyushu y las
técnicas de estampado en zigzag, corrugado falso, línea ancha mellada e im-
presión con cuerda se presentaron en colecciones asignadas al Período Tem-
prano de Jomon en Kyushu y en Honshu. No solamente son similares las téc-
nicas; también existen combinaciones de técnicas y motivos iguales (Figs. 5-
6).
Se deben tomar en consideración varios factores para evaluar la im-
portancia de los rasgos ausentes. En primer lugar, es dudoso que las peque-
ñas muestras de alfarería que examinamos de los tres sitios del Período Me-
dio en Kyushu incluyan todo el rango de variación que existía. En segundo
lugar, no debemos presumir que uno de estos sitios necesariamente es el
punto de partida de los supuestos inmigrantes. En tercer lugar, no se puede
descartar la posibilidad de que la ausencia en Valdivia A de tipos encontra-
dos en Jomon Temprano refleje un error de muestreo, especialmente si al-
canzaron una popularidad máxima en Valdivia B. En cuarto lugar, no hay ra-
zón para creer que el sitio Valdivia es la manifestación más temprana del
complejo cerámico en el Ecuador o que incorpora un rango completo del in-
ventario inicial.
Asociados con la cerámica de Valdivia A hay estatuillas de piedra. Tres
tipos pueden ser reconocidos: Palmar Ordinario (Fig. 7 a-f), Palmar Entalla-
do (Fig. 7 g-l) y Palmar lnciso (Fig. 8). Las placas pequeñas y delgadas del ti-
po Palmar Ordinario parecen ser un poco más antiguas que las del tipo Pal-
mar Entallado, que tienen un entalle en un extremo. La existencia de este
202 / Betty J. Meggers

tratamiento en algunos ejemplos con otras características antropomórficas


apoya la inferencia de que representan piernas. Algunos tienen estrías para-
lelas verticales. El tipo Palmar Inciso es el más desarrollado, con cara, brazos
y a veces, piernas. En Valdivia B, las estatuillas de piedra son reemplazadas
por las bien conocidas estatuillas de cerámica, con características totalmen-
te diferentes.
Su antiguedad sugiere que las estatuillas del tipo Palmar Ordinario
pueden ser de origen Jomon. Aunque no han sido informados en sitios Jo-
mon, algunos ejemplares con tratamiento similar vienen de un abrigo roco-
so, asociados con cerámica diferente (Fig. 9; Meggers, Evans y Estrada
1965:165-166). Varias placas de piedra y cerámica de sitios de los períodos

Figura 7. Estatuillas de piedra de los tipos Palmar Ordinario y Palmar Entallado, caracterís-
ticas del Período Valdivia A.
Figura 8. Estatuillas de piedra del tipo Palmar Inciso, del Período Valdivia A.
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 203
204 / Betty J. Meggers

Figura 9. Comparación de pequeñas placas de piedra de Japón y del Ecuador, con estrías que sugieren el pelo y una falda (a, c, j).
a-f, Kamikuroiwa, Japón; g-j, Valdivia (Reproducida de Meggers, Evans y Estrada 1965: lám. 187).
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 205

Jomon Medio Tardío y Tardío incorporan elementos estilísticos de las esta-


tuillas Palmar Inciso, en especial un tratamiento simbólico de los brazos
(Fig. 10; Meggers, Evans y Estrada 1965:165).

Figura 10. Placas de piedra y cerámica del Período Jomon Tardío en Honshu. Elementos de-
corativos similares se encuentran en las estatuillas de piedra (ej. Fig. 8 c-d) y la cerámica (ej.
Fig. 1 c) del Período Valdivia A (Reproducida de Meggers, Evans y Estrada l965: Fig. 102).
206 / Betty J. Meggers

Normalmente, los arqueólogos interpretan complejos que compar-


ten tantos elementos técnicos y estilísticos como de origen común. Comen-
tando sobre el origen transpacífico de la cerámica Valdivia, Fiedel (1987:182)
afirma que “esta explicación difusionista probablemente sería aceptada sin
reserva por otros arqueólogos si no fuera por la larga distancia de 15.000 km
(8.000 millas náuticas) entre la cultura donante y la receptora y si el sensible
tema del contacto entre el Viejo y el Nuevo Mundo no estuviera involucra-
do”.

Figura 11. Mapa del Japón donde se muestran los sitios Ataka, Sobata e Izumi, en el lado
occidental de Kyushu y los sitios Mito, Natsushima y Moroiso, en el lado sur de Honshu.
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 207

Factibilidad del Viaje

Frecuentemente se expresan dudas en lo que se refiere a la viabilidad


de un viaje transoceánico, la probabilidad de que hubiesen existido sobrevi-
vientes y la posibilidad de que “unos pocos pescadores exhaustos” pudieran
haber introducido nuevos rasgos culturales (ejs.: Collier 1968:271; Davies
1979:71-72; Rowe 1966). La crítica más amplia es la de McEwan y Dickson
(1978), quienes sostienen que las corrientes, vientos y tormentas a lo largo
de la ruta del Pacífico Norte habrían impedido llegar al Ecuador y que el cli-
ma “podría haber sido lo suficientemente fuerte para impedir la superviven-
cia tanto de los hombres como de sus embarcaciones” (1978:365). También
afirman que la comida habría sido inadecuada, el agua fresca insuficiente y
la temperatura lo bastante baja como para causar la muerte. Considerando
variables tales como vientos, corrientes y tormentas, que podían afectar el
curso y velocidad de las embarcaciones, ellos estimaron una duración míni-
ma de 556 días para tal cruce bajo condiciones ideales y concluyeron: “Es
más probable que la travesía haya tomado tres veces ese tiempo” (McEwan
y Dickson 1978:366).
Estas objeciones fueron invalidadas por el exitoso viaje del Yasei-go
III. Se planificó este experimento, auspiciado en Tokio por el Proyecto de In-
vestigación de Culturas Antiguas del Pacífico, para probar la viabilidad de un
viaje por deriva de Japón a América. La embarcación fue una canoa doble de
13 m de largo, unida por una plataforma, que llevaba una tripulación de sie-
te hombres. Esta era impulsada únicamente por las corrientes y los vientos,
pero las velas, un timón y una guara (quilla que sube y baja) hicieron posi-
bles la navegación y el acercamiento a tierra (Fig. 12).
La partida desde Shimoda, algunos kilómetros al sudoeste de Tokio,
tuvo lugar al mediodía del 8 de mayo de 1980. El arribo a San Francisco se-
ría a principios de julio, pero el Yasei-go III se adelantó al horario programa-
do, llegando el 28 de junio. La distancia de 9.285 millas náuticas fue recorri-
da en sólo 51 días (Fig. 13). La siguiente parada fue Acapulco (México), en
donde recaló el 11 de agosto, después de pasar dos huracanes. Luego de una
demora de 48 días, el viaje continuó a Guayaquil (Ecuador), adonde se llegó
el 12 de octubre. La embarcación siguió hacia Lima (Perú), arribando allí el
25 de octubre. El daño en uno de los cascos, causado por las rocas, demoró
en un mes la salida del puerto; en seguida el Yasei-go III recaló en Arica (el 2
de diciembre) y finalmente llegó a Valparaíso (el 9 de diciembre).
208 / Betty J. Meggers

Figura 12. Elevación y planta de la embarcación tipo catamarán Yasei-go III.


Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 209

Es destacable que el Yasei-go III encontró las dificultades más gran-


des a lo largo de la costa de América, a la que los arqueólogos se inclinan a
considerar como de una navegación relativamente suave. Adams (1967:534),
por ejemplo, acepta la “evidencia de un contacto a larga distancia por medio
de las rutas oceánicas” entre Ecuador y Mesoamérica, en parte porque “las
corrientes de la costa son favorables para tal contacto”. En realidad, muchos
de los más obstinados oponentes a la comunicación transpacífica postula-
ron contactos marítimos repetidos entre Mesoamérica y Ecuador (ejs.: Coe
1960, 1967; Lathrap et al. 1975; Paulsen 1982). Feldman y Moseley (1983:146)
sugirieron que el contacto marítimo “existió posiblemente durante el perío-
do Precerámico antes del año 3.500 a.C.”
La velocidad del viaje del Yasei-go III y la evidencia de capacidad ma-
rítima de la población Valdivia y poblaciones anteriores precerámicas en la
costa del Ecuador, sugieren que un cruce del océano podría haber sido fac-
tible. Los actuales micronesios y polinesios hacen largos viajes entre islas
distantes en pequeñas embarcaciones y excursiones similares deben de ha-
ber hecho pobladores más antiguos, particularmente antes que la división
ocupacional del trabajo redujera la autosuficiencia necesaria para sobrevi-
vir.

Explicaciones Alternativas

Dos alternativas principales se han sugerido para explicar el origen


del complejo Valdivia: 1) derivación del complejo Puerto Hormiga en la cos-
ta caribeña de Colombia y 2) derivación de un antecedente hipotético tierra
adentro. El descubrimiento de un posible complejo cerámico más antiguo
en el sitio Valdivia, aunque no es considerado ancestral, es otro argumento
usado para debilitar la evidencia que favorece el antecedente jomoniano.
210 / Betty J. Meggers
Figura 13. Ruta del Yaseí-go III y distancias recorridas en millas náuticas. El viaje de Tokio a San Francisco se realizó en 51
días. Luego de recalar en Acapulco, Guayaquil, Callao y Arica, el viaje concluyó en Valparaíso. Los triángulos indican sitios ar-
queológicos, y los círculos, ciudades modernas.
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 211

Derivación de Puerto Hormiga

Se conoce el complejo Puerto Hormiga de un solo sitio en la costa


norte de Colombia. La alfarería es tecnológicamente inferior a la cerámica
Valdivia y la decoración es menos diversificada. Se reconocen allí varias téc-
nicas distintivas de Valdivia, incluyendo rastreado y punteado múltiple, ra-
nuras hechas con los dedos e incisiones de línea ancha (Reichel-Dolmatoff
1961, 1965). También se ha identificado un motivo característico de Valdivia
Rojo Inciso (Reichel-Dolmatoff 1965: Fig. 3:5). El informe final fue publica-
do el mismo año en que apareció el nuestro y sólo se disponía de la descrip-
ción preliminar y las fechas iniciales de carbono-14 para realizar compara-
ciones. Los dos fechados originales fueron 4.875 ±170 (I-445) y 4.515 ± 250
(I-1.123) AP. Al aceptar la fecha más temprana de Valdivia como válida, se le
da a ésta la prioridad. La relativa simplicidad del inventario de formas y de-
coraciones de Puerto Hormiga nos llevó a interpretarlo como derivado de
Valdivia.
El informe final de Puerto Hormiga (Reichel-Dolmatoff 1965) propor-
cionó tres fechados adicionales: 5.040 ± 70 (SI-153), 4.970 ± 70 (SI-152) y
4.820 ± 100 (SI-151) AP. Debido a que un intervalo de varios siglos separaba
nuestro fechado de 5.150 ± 150 (M-1.320) del siguiente fechado más antiguo
para Valdivia (4.620 ± 140, M-1.322) y debido a que cuatro de los fechados de
Puerto Hormiga se agrupan entre 5.040 y 4.875 AP, muchos arqueólogos re-
chazaron el resultado más temprano de Valdivia y dieron prioridad a Puerto
Hormiga (ejs. Lathrap 1967:97; Coe 1967:185). La relativa simplicidad de la
cerámica de Puerto Hormiga también parecía favorecer su interpretación
como forma ancestral. Se puede aceptar esta hipótesis si se restringe la aten-
ción al hemisferio occidental. Sin embargo, cuando se amplía el contexto,
surge el problema de explicar las sorprendentes similitudes entre el Valdivia
Temprano y la cerámica de Jomon Medio (Meggers 1980).
Además, Bischof cuestionó la confiabilidad de los fechados de Puerto
Hormiga. El definió varios complejos cerámicos tempranos en la costa nor-
te de Colombia, los cuales llenan los intervalos entre los descriptos anterior-
mente. El intento de ubicar éstos en una secuencia evolutiva reveló una dis-
crepancia entre la ubicación cronológica de Puerto Hormiga, indicada por
fechados de carbono-14 y su posición relativa en la secuencia regional de-
ducida por características de la alfarería. Bischof (1973:280) concluyó que
212 / Betty J. Meggers

Figura 14. Ubicación y antiguedad de la cerámica más temprana que se haya informado
de varias partes de Sudamérica. Los fechados se tornan más recientes al incrementarse la
distancia desde las costas noroccidentales de Sudamérica, lo cual es un patrón inconsis-
tente con la hipótesis del origen de la cerámica Valdivia en la Amazonía.
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 213

“si las similitudes específicas de la cerámica observadas entre Puerto Hor-


miga y la de los períodos Temprano y Medio de Barlovento en Canapote son
cronológicamente relevantes, Puerto Hormiga no podría ser mucho más an-
tigua que 2.000 a.C.”. Si su interpretación es válida, se elimina Puerto Hormi-
ga como un posible predecesor del complejo Valdivia.

Derivación de un Antepasado de Tierra Adentro

Norton (1982:109) declaró que “la evidencia que se está acumulando


sobre la distribución y la naturaleza de los sitios más tempranos de Valdivia
se dirige cada vez más hacia un origen interno de la alfarería en la parte no-
roeste de América del Sur”. Collier (1982:9) afirma que “las conexiones con
la selva tropical son por cierto fuertes y claras. Sólo necesitamos un trabajo
arqueológico más adecuado al este de los Andes para probar los orígenes de
Valdivia más allá de cualquier cuestionamiento”. Finalmente, Feldman y
Moseley (1983:154) se inclinaron por una derivación amazónica.
¿Cuáles son las bases para estas afirmaciones? Collier (1982) no espe-
cifica ningún rasgo que apoye su reconocimiento de conexiones “fuertes y
claras” con las culturas de la selva tropical. Norton (1982) no da ejemplos de
las formas antecedentes. Feldman y Moseley (1983) reconocen que los com-
plejos cerámicos amazónicos conocidos tienen por lo menos dos milenios
menos de antiguedad que aquellos de Valdivia y sugieren que la razón po-
dría ser que la alfarería se deteriora más en suelos tropicales húmedos.
Ni las fechas existentes para la alfarería en la Amazonía ni las caracte-
rísticas de los complejos cerámicos más antiguos conocidos, son compati-
bles con la hipótesis de una derivación amazónica de Valdivia. La alfarería
más temprana de la cual se ha informado se encuentra en los conchales de
la costa de Brasil, al este del Amazonas (Fig. 14). Conocida como Fase Mina,
esta cerámica data de aproximadamente 4.750 años AP (Simões 1981). El
desgrasante de concha, las vasijas de forma simple y la ausencia de decora-
ción son características compartidas con la alfarería de la Fase Alaka, de un
contexto similar en la costa de Guyana (Evans y Meggers 1960). Meggers y
Evans (1983:297) interpretaron estas ocurrencias como evidencia de la difu-
sión de la alfarería desde Colombia a lo largo de la costa de América del Sur,
paralela y contemporánea con la dispersión “Formativa Colonial” postulada
por Ford (1969), para explicar la antiguedad y las características de la alfare-
214 / Betty J. Meggers

ría de los conchales en las costas de Florida y Georgia, al sureste de los Esta-
dos Unidos. La hipótesis alternativa de que la alfarería de la Fase Mina es el
antecesor de Valdivia, parece incompatible con la ausencia de tiempo sufi-
ciente entre los fechados iniciales que permitieron el desarrollo de la varie-
dad de técnicas y motivos presentes en Valdivia A.
Con excepción de la Fase Mina, las fechas más antiguas para la cerá-
mica en las tierras bajas son considerablemente más recientes que las de
Valdivia (Fig. 14). Las más tempranas son la Fase Pastaza al sureste de Ecua-
dor y la Fase Waira-jirca en la montaña peruana, con antiguedades de apro-
ximadamente 4.100 y 3.800 años (Porras 1975; Izumi y Sono 1963). Estos
comparten pocos elementos con Valdivia, siendo el más notable las finas fa-
jas sombreadas delimitadas por incisiones anchas, una técnica diagnóstica
de Valdivia D (tardío). Una decoración similar se produce en la alfarería de
la Fase Ananatuba, el complejo inicial de la isla de Marajó en la desemboca-
dura del río Amazonas, a la cual se le dió un fechado por termoluminiscen-
cia de 3.400 AP. Las fechas anteriores a 3.000 AP de sitios en el Orinoco me-
dio han sido cuestionadas (Sanoja y Vargas 1983). Aun si están asociadas con
la alfarería, éstas son demasiado recientes en más de un milenio para ser an-
cestrales a Valdivia. Además, ni las formas de las vasijas ni las técnicas deco-
rativas son similares a Valdivia. La Fase Barrancas, en el bajo Orinoco, que
tiene una antiguedad máxima de aproximadamente 3.000 años, ha sido in-
terpretada como una intrusión del horizonte Formativo del norte de los An-
des (Sanoja 1979).
“Tierra adentro” se ha usado también en el sentido de “no en la orilla
del mar”. Así, aunque Loma Alta está a sólo 15 km de la desembocadura del
río Valdivia, ha sido descripto como un sitio del interior por Norton
(1982:102). El declaró que “a partir de la evidencia de Punta Concepción y
también de Loma Alta, de las estatuillas y fragmentos de Valdivia A que loca-
lizamos en Las Balsas, a 25 km de distancia tierra adentro de Loma Alta, de-
bemos concluir que los alfareros más tempranos en el Ecuador no estuvie-
ron confinados a unas pocas aldeas en la orilla entre Valdivia y San Pablo.
Ellos ocuparon numerosos sitios en el interior desde la más temprana épo-
ca conocida de la cultura Valdivia” (Norton 1982:108). Concluyó que “el des-
cubrimiento de sitios tempranos tierra adentro debilitaba la hipótesis trans-
pacífica hasta el punto que se vuelve sumamente difícil sustentarla” (Norton
1982:108).
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 215

Figura 15. Similitudes en la técnica y motivos de decoración en-


tre la cerámica San Pedro de la costa ecuatoriana (dibujos) y la
cerámica de los sitios Jomon en el sur de Honshu, Japón. a, c, n,
Moroiso; f-g, j, p, Natsushima; l, Mito. (Dibujos seleccionados de
Bischof 1980: Figs. 6-8).
216 / Betty J. Meggers

No es probable que un lugar a 15 o aún a 25 km de la orilla sea consi-


derado “tierra adentro” por gente prehistórica capaz de hacer tal viaje de ida
y vuelta a pie en un solo día. Incluso la presencia de los sitios tempranos de
Valdivia en la cuenca del Guayas no es incompatible con una introducción
transpacífica para el complejo cerámico. Frecuentemente se postulan las in-
trusiones por mar para explicar la presencia de rasgos observados aún en
partes más alejadas. Oberem, por ejemplo, notó similitudes entre los ele-
mentos del inventario cultural de Cochasquí en la sierra norte del Ecuador y
rasgos mesoamericanos. Comentó que “las concordancias temporales, en
cuanto se pueda hablar de ellas en general, indican con probabilidad que las
citadas técnicas, y con ellas las ideas asociadas, tuvieron su origen en Me-
soamérica y que de allí vinieron al Ecuador. Que la vía fue el mar, argumen-
taria, según me parece, el hecho de que los citados elementos encontrados
por nosotros en Cochasqui se encuentran también en la costa ecuatoriana”
(Oberem 1982:344).

El Complejo Cerámico de San Pedro

En 1971 y 1975, Bischof y Viteri hicieron excavaciones al extremo no-


roeste del corte J de Estrada en el sitio Valdivia (Bischof y Viteri 1972; Bischof
1980). Diferenciaron cuatro estratos culturales superpuestos: 1) un compo-
nente inicial precerámico de 20 a 30 cm de espesor; 2) un componente cerá-
mico, denominado San Pedro, de 120 cm de espesor; 3) un componente Val-
divia, de 170 cm de espesor y 4) un componente Guangala, de 40 cm de es-
pesor (Bischof 1980:351). Ellos afirmaron que el complejo San Pedro era una
cultura cerámica anterior e independiente de Valdivia.
La muestra inicial que definía la Fase San Pedro totalizó 57 fragmen-
tos de cerámica, de los cuales el 67,5% se encuentra decorado (Bischof
1980:354). Bischof y Viteri (1972:549) dieron la siguiente descripción:

La alfarería de San Pedro es marrón oscuro o gris y bastante dura. Si tiene des-
grasante, éste sería una arena bastante fina. Los fragmentos tienden a ser tra-
pezoidales, lo que parece indicar que se usó un método diferente de manufac-
tura que el utilizado en la fase Valdivia. Las superficies aparecen frecuentemen-
te pulidas, siendo aún visibles las marcas de herramientas que se usaron para
el pulido. La única forma identificada en la pequeña muestra de fragmentos es
una jarra con cuello estrecho y borde evertido (Meggers, Evans y Estrada 1965,
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 217

Forma 18)... Los fragmentos están decorados, en su mayor parte, con incisiones
de línea fina hechas en la superficie húmeda y no engobada. Los motivos son lí-
neas paralelas en zigzag; líneas onduladas, oblicuas o verticales alternadas con
líneas rectas; romboides, rectángulos, zonas sombreadas y bandas sombreadas
cruzadas y triángulos sombreados alternados. Unos pocos fragmentos similares
de procedencia no especificada han sido publicados (Meggers, Evans y Estrada
1965: láms. 64j, 64q, l83f).

Sostuvieron que “la alfarería de San Pedro, a pesar de ser más primi-
tiva que la cerámica de Valdivia, es de buena calidad y de ninguna manera
representa un estado incipiente de manufactura de cerámica” (Meggers,
Evans y Estrada 1965). Lathrap et al. (1975:27) estimaron que la Fase San Pe-
dro era más temprana que Valdivia, pero no ancestral a ésta; así que “los he-
chos nos obligan a considerar la existencia no sólo de una sino de un míni-
mo de dos tradiciones de alfarería diferentes en un período de tiempo ante-
rior al 3.000 a.C., es decir, San Pedro y un complejo aún no descubierto an-
cestral al complejo más temprano de Valdivia en Loma Alta”.
La comparación de las descripciones e ilustraciones de la alfarería de
San Pedro con el complejo Valdivia no apoya la afirmación de Lathrap y co-
laboradores, que decían que “la única forma de la vasija y los elementos de-
corativos de esta alfarería... están fuera de la serie de las prácticas estilísticas
de Valdivia” (Lathrap et al. 1975:27). Los tres fragmentos identificados por
Bischof como pertenecientes a San Pedro, entre aquellos ilustrados por
Meggers, Evans y Estrada, están dentro de la serie de variación incluida en el
tipo Valdivia Inciso. Se identificó la única forma de vasija como la Forma 18
de Valdivia.
Las fechas asignadas al complejo San Pedro por Bischof (1980:382) no
establecen su prioridad cronológica a menos que se acepte el juicio de Hill,
de que Valdivia no se inició antes de 4.500 años AP. Seis fechados de San Pe-
dro se extienden de 4.760 ±80 a 4.510 ± 95 AP (Cuadro 1). La más antigua de
éstas es más reciente que 12 fechas asignables a Valdivia A y las otras son
contemporáneas a otros 10 fechados de contextos Valdivia. A pesar de que
se ha cuestionado la fecha inicial del sitio Valdivia, los dos resultados más
antiguos de Loma Alta parecen estar claramente asociados con cerámica
Valdivia A. Estas discrepancias tienen que resolverse antes de que se puedan
aceptar la prioridad e independencia del complejo San Pedro.
218 / Betty J. Meggers

La afirmación de Bischof (1973:270) de que el descubrimiento del


complejo San Pedro desacredita la hipótesis de los antecedentes de Jomon
para Valdivia fue adoptada por otros investigadores. Por ejemplo, Feldman y
Moseley (1983:149) consideraron que “la presencia de alfarería anterior al
estilo Valdivia debilita seriamente el argumento de Meggers y Evans de que
la alfarería Valdivia se deriva del Japón”, posición que también fue apoyada
por Fiedel (1987:182). Jett (1983:346) retiró su apoyo a una conexión entre
Jomon y Valdivia basada en el rechazo que Bischof hace sobre una similitud
entre San Pedro y Jomon.
No es claro cómo la existencia de cerámica más temprana podría de-
bilitar el argumento de una relación entre Jomon y Valdivia. Por el contrario,
se podría sostener que un grupo que ya producía cerámica podía más fácil-
mente adoptar nuevas técnicas decorativas y nuevas formas de vasijas que
uno que no estuviera familiarizado con su proceso. Si es correcto el juicio de
que San Pedro no es ancestral a Valdivia, la repentina aparición de tantos
elementos semejantes a los de Jomon podría reforzar más que debilitar la
hipótesis de una influencia transpacífica.
¿Es verdad, sin embargo, que el complejo San Pedro “no mostró nin-
guna filiación obvia con el de Jomon”, como Bischof (1973:270) argumenta?
El no mencionó las publicaciones y colecciones que consultó para llegar a
esta conclusión, sugiriendo que ésta podía haberse basado en las ilustracio-
nes proporcionadas por Meggers, Evans y Estrada. Desde que estos ejem-
plos representan principalmente los sitios de Kyushu, donde se dieron las
semejanzas más notables con Valdivia, pensé que sería interesante ver si al-
gunas de las otras fotografías de nuestros archivos mostraban decoraciones
con incisiones que se parecieran a las presentadas por Bischof (1980: Figs. 6-
8).
Encontré ocho fragmentos con motivos similares, incluyendo líneas
rectas alternadas con líneas onduladas, líneas paralelas horizontales, trián-
gulos concéntricos y zonas sombreadas (Fig. 15). Detalles técnicos, tales co-
mo la distancia entre las incisiones, y ejecuciones descuidadas de los ángu-
los, donde las líneas se extendían demasiado o no llegaban a encontrarse,
son otras de las características iguales a las de San Pedro. Cuando examiné
la procedencia de estos especímenes, observé que todos venían de tres sitios
-Moroiso, Natsushima y Mito-, ubicados a lo largo de la margen oeste de la
bahía de Tokio, al sur de Honshu (Fig. 11). Estas similitudes pueden ser coin-
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 219

cidencias y no prueban que la cerámica de San Pedro tenga antecedentes


transpacíficos en una variante del Jomon Temprano Tardío o Medio Tempra-
no en la parte centro-sur de Honshu. Sin embargo, sugieren que la posibili-
dad no debe ser descartada sin una revisión más cuidadosa de las eviden-
cias.

Aspectos Teóricos

He intentado mostrar que las principales objeciones a la hipótesis de


un origen transpacífico de la alfarería Valdivia no están apoyadas por la evi-
dencia. Aunque hay acuerdo en que toda la cerámica Formativa conocida
presenta una tecnología avanzada, se descarta la posibilidad de que no exis-
tan antecedentes en el Nuevo Mundo.
No obstante, aún si se hubieran encontrado complejos más tempra-
nos, subsistiría la necesidad de explicar los parecidos entre los conjuntos de
la etapa temprana de Valdivia y del Período Medio de Jomon en Kyushu. No
se puede suponer, como hacen Fiedel (1987:341) y Lathrap (1967:97), que
“las sorprendentes similitudes indican las clases de convergencias que pue-
den ocurrir cuando dos tradiciones de cerámicas no relacionadas acentúan
conceptos básicos decorativos”. Primero se debe demostrar que las tradicio-
nes no están relacionadas. Como observó Lowie casi medio siglo atrás: “A
menos que ‘la acción uniforme de causas uniformes’ pueda ser en realidad
trazada, el paralelismo de los rasgos culturales es una alegación sin base. Esa
es la razón por la cual, como una regla, la conexión (difusión) histórica ex-
plica las similitudes de manera más satisfactoria que la hipótesis rival. Sean
o no probables, los antiguos contactos explican cómo grupos remotos llega-
ron a compartir costumbres y creencias” (Lowie 1937:77).
Una manera de obtener mayor objetividad es examinando los méto-
dos mediante los cuales los biólogos analizan el problema de dispersiones
por casualidad. Mientras que los antropólogos a menudo suponen una in-
vención independiente en ausencia de pruebas de difusión, los biólogos es-
tán de acuerdo en que cada especie sólo puede evolucionar una vez. Por lo
tanto, todas las ocurrencias de una misma especie (y especies del mismo gé-
nero) deben tener un origen común, a pesar de lo alejadas que puedan es-
tar.
220 / Betty J. Meggers

Aplicar esta perspectiva a la biota de las islas hawaianas resulta ins-


tructivo. Estas islas, en el centro del océano Pacífico Norte, nunca han esta-
do conectadas a un continente. De esta manera, su flora y fauna han tenido
su origen en dispersiones accidentales a larga distancia sobre el agua. El nú-
mero mínimo de especies ancestrales requeridas para explicar la biota indí-
gena es de 571, de las cuales 272 son plantas florecientes, 37 son helechos,
233 insectos, 22 moluscos terrestres y 7 aves terrestres (Carlquist 1981:511).
Cada introducción exitosa dependió de la combinación de por lo menos dos
eventos poco probables: 1) transporte de una semilla o un organismo de una
fuente distante hacia las islas y 2) deposito en un medioambiente apropia-
do para su sobrevivencia y multiplicación. Las plantas adaptadas a las con-
diciones cálidas, húmedas y sombrías no podían germinar en lugares fríos y
soleados, y viceversa. Estas consideraciones hacen probable que hayan ocu-
rrido muchas más introducciones que las que refleja el inventario sobrevi-
viente.
La disponibilidad de recursos ligeramente diferentes y la menor in-
tensidad de competencia a menudo promueven una rápida diversificación
de la forma ancestral. Consecuentemente, según Carlquist (1981:515), “el
biogeógrafo que trata con patrones probablemente creados por dispersio-
nes a larga distancia debe usar evidencia circunstancial, indirecta y subjeti-
va y por lo tanto, vulnerable”. Continúa: “Sin embargo, si esa clase de eviden-
cia conduce a respuestas plausibles, no nos podemos permitir el excluirla.
La dispersión a larga distancia, a pesar de la fastidiosa dificultad para estu-
diarla o tomarla en cuenta, parece ser un tema persistente que no va a desa-
parecer” (Carlquist 1981).
En antropología, también, la dispersión a larga distancia sigue siendo
un tema persistente. Con respecto a la hipótesis de una conexión Jomon-
Valdivia, se hizo la observación de que “fue expuesta a tantos ataques de po-
tencialidad letal que cualquiera hubiese pensado que estaba permanente-
mente muerta” (Paulsen 1977:653).
Comparada con la transferencia exitosa a larga distancia hacia las is-
las hawaianas de 571 organismos, de los cuales todos, excepto 7, son plan-
tas o animales invertebrados, parece ser trivial la realización de uno o varios
cruces exitosos del océano Pacífico por seres humanos. Para expresarlo de
otra forma: ¿es razonable negar a miembros de nuestra especie, dotados con
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 221

el conocimiento y el equipo proporcionados por la cultura, una capacidad


de dispersión igual a la que poseen los organismos inferiores?
Nuestra especie ha llegado a dominar este planeta porque sustitui-
mos el comportamiento determinado biológicamente, el cual se transmite
de los padres a su descendencia, por el comportamiento determinado cul-
turalmente, que puede ser transmitido entre individuos no relacionados.
Los padres pueden adquirir las habilidades, ideas y objetivos de sus hijos,
los estudiantes de sus profesores, un grupo de cualquier otro, sin tener en
cuenta barreras raciales, culturales, linguísticas y geográficas. La difusión es
el mecanismo mediante el cual se realiza el potencial evolutivo de la cultu-
ra. La posibilidad de “prestar” descubrimientos e invenciones elimina la ne-
cesidad de que cada individuo o población repita secuencias completas de
desarrollo. La rápida extensión y el impacto revolucionario de la moderna
tecnología de la computadora es un ejemplo extremo de un proceso tan an-
tiguo como nuestra especie (Meggers 1985).
Si aceptamos esta perspectiva teórica, estamos obligados a reconocer
que la difusión y no la invención independiente es el motor primario del
cambio cultural, tanto en un nivel local como global (cf. Scheider 1977). Las
convergencias pueden ocurrir independientemente como consecuencia de
similares condiciones adaptativas, pero no existen restricciones en las técni-
cas decorativas y motivos, en el tratamiento de los bordes y en muchas de
las otras características de la alfarería. En realidad, es la naturaleza arbitra-
ria de estos elementos lo que ha hecho de ellos la principal categoría de evi-
dencia empleada por arqueólogos para trazar relaciones prehistóricas. Re-
conocer la justificación teórica para este procedimiento requiere admitir
que la alfarería es igualmente confiable para reconocer la comunicación por
tierra y por mar.
222 / Betty J. Meggers

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Capítulo 11

ORIGEN TRANSPACÍFICO DE LA
CIVILIZACIÓN MESOAMERICANA
Una reseña preliminar de la evidencia y sus
implicaciones teóricas

Fuera de la evolución cultural, ninguna teoría ha provocado discordia


más violenta entre los antropólogos que el contacto transpacífico. Estos dos
tópicos fueron considerados entrelazados por los “difusionistas” tempranos,
quienes arguían que las civilizaciones indígenas americanas fueron una
consecuencia de introducciones de fuentes del Viejo Mundo como Egipto,
Fenicia, Israel, Atlantis y Mu (Wauchope 1962). Al contrario, teóricos recien-
tes han dado por supuesto que la civilización surgió repetidamente (Carnei-
ro 1970:733; Flannery 1972:400) o al menos independientemente en el Viejo
y Nuevo Mundo (Phillips 1966:314; Chard 1969:268; Daniel 1970). Aquellos
que aceptan la posibilidad de introducciones transpacíficas, a menudo nie-
gan que hicieron un impacto significativo en el desarrollo cultural local (Ro-
we 1966; Riley 1972:212-213; Graham y Heizer 1971:44; Sanders y Price
1968:64).
Los esfuerzos para entender los procesos que llevan al surgimiento de
la civilización no pueden ser exitosos, no obstante, sin reconocer que exis-
ten tres posibilidades: (1) la civilización surgió una vez y todos los ejemplos
están relacionados; (2) la civilización surgió independientemente en el Vie-
jo y el Nuevo Mundo; y (3) la civilización surgió repetidamente en el Medi-
terráneo oriental, Asia y América. Hasta que nosotros sepamos si los centros
más tempranos fueron o no de origen independiente, no podremos separar
los factores cruciales de las variables locales. El hecho de que ninguna de las
explicaciones hasta ahora parezca ser adecuada podría surgir de la falla de
considerar la posibilidad de un origen único (Adams 1966; Braidwood 1952;
Wheatley 1971; Flannery 1972; Culbert 1973). Este ensayo revisará el contex-
228 / Betty J. Meggers

to y las características de la civilización más temprana de Mesoamérica, co-


nocida como Olmeca, y las comparará con la civilización Shang de China. La
discusión del significado de las numerosas similitudes ilustrará algunos de
los problemas teóricos que tienen que resolverse antes de suministrar una
base confiable para una teoría del origen de la civilización.

El Inicio de la Civilización en Mesoamérica

La mayoría de los arqueólogos están de acuerdo en que la civilización


comenzó alrededor de 1.200 a.C. en Mesoamérica con la iniciación de la cul-
tura olmeca (Heizer 1968:24; Coe l968:63; Bernal 1969:11). Entre las caracte-
rísticas que apoyan esta evaluación están la división ocupacional del traba-
jo, el arte monumental, la elaborada religión, la construcción en gran esca-
la, un calendario muy preciso, el concepto del cero, la escritura, la estratifi-
cación social y una red extensiva para obtener materiales básicos y proba-
blemente también productos terminados. También parece existir un con-
senso de que los Olmecas tuvieron un impacto significativo en las civiliza-
ciones mesoamericanas subsiguientes. Coe (1965-773), por ejemplo, afirma
que “todos los estilos artísticos más importantes conocidos de las tierras ba-
jas de Mesoamérica tienen un origen único en el estilo olmeca” y el antropó-
logo-artista Covarrubias (1946, Fig. 4) ha rastreado los dioses de la lluvia más
recientes hasta los antecedentes olmecas. Bernal (1969:193) considera que
toda Mesoamérica pertenece a una única tradición y que “el mundo de los
Olmecas y olmecoides formó Mesoamérica y estableció patrones de civiliza-
ción que distinguen a esta área de todas las otras partes de las Américas”. Al
ser correctas estas interpretaciones, se hace importante establecer la géne-
sis de la civilización olmeca.

Mesoamérica antes de los Olmecas

La transición de dependencia de plantas silvestres a plantas cultiva-


das tuvo lugar en Mesoamérica entre alrededor de 5.000 y 3.000 a.C., cuan-
do grupos locales en diferentes tipos de medioambiente incrementaron
paulatinamente la productividad del aguacate, zapallo, maíz, ají, maguey,
amaranto, frijol y otras plantas. Cerca del 2.000 a.C. la adición de productos
de huerto a un recurso abundante de alimentos marinos y fauna terrestre
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 229

soportó una densidad de una aldea por kilómetro en los sistemas de estua-
rio a lo largo de la costa de Chiapas y Guatemala (Coe y Flannery 1967:104).
La aridez y el consecuente mayor riesgo de falla en la cosecha podrían ex-
plicar el retraso aparente en adoptar el modo de vida de aldeas agrícolas en
las cuencas de las tierras altas, pero, hasta 1.500 a.C. existieron asentamien-
tos de tamaño y permanencia similares.
En la costa guatemalteca, las aldeas tempranas fueron probablemen-
te habitadas por solo una o dos familias extendidas. La cerámica, el elemen-
to más abundante y mejor conservado de la cultura material, aparece prin-
cipalmente en la forma de vasijas globulares sin cuello, que eran a menudo
decoradas cerca del borde con una banda roja o con diseños sencillos en
punteado o inciso. Este estilo ocós también se ha encontrado en las tierras
altas de Chiapas y en la costa oriental, donde antecede a la civilización ol-
meca. Una tradición cerámica diferente está asociada con la Fase Purrón en
la Cuenca de Tehuacán, pero la influencia ocós es evidente aquí también
unos pocos siglos después de aparecer en la costa del Pacífico. El pequeño
tamaño de los asentamientos, la ausencia de estandarización en cerámica y
otros artefactos y la ausencia de bienes de lujo implican que la organización
social no era estratificada. La única indicación de especialización ocupacio-
nal es la presencia de figurillas de cerámica, que podría indicar la adopción
de prácticas religiosas que requirirían de sacerdotes de tiempo parcial o
completo.

La Civilización Olmeca

Cerca del 1.200 a.C. ocurrió algo poco usual; o sea, “la súbita aparición
de la civilización olmeca en pleno florecimiento” (Coe 1968:64; cf. Willey
1971:107; Heizer 1971:72; Clewlow 1974:9,149). Aunque la presencia de La
Venta, San Lorenzo y algunos otros sitios impresionantes han llevado a la de-
signación de la costa oriental como el “área nuclear” olmeca, fechas de car-
bono-14 sugieren que la influencia olmeca se sintió casi simultáneamente so-
bre la mayor parte de Mesoamérica (Fig. 1). En los valles de México y Chiapas,
las cerámicas iniciales son “olmecoides”; en todas partes, “los complejos de
estilo ocós desaparecieron o fueron eliminados... cerca de 1.100 a.C.” (Green
y Lowe 1967:63) y reemplazados por cerámica negra olmeca, a menudo con
decoración incisa y excisa. La costa veracruzana contiene los sitios más im-
230 / Betty J. Meggers
Figura 1. Comparación de las ubicaciones cronológicas de las civilización shangy y olmeca (líneas diagonales) (según Green y Lowe
1967; Coe y Flannery 1967; McNeish, Peterson y Flannery 1970; Tolstoy y Paradis 1971; Coe 1968).
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 231

ponentes aún descubiertos y es la única área donde se han encontrado gran-


des montículos de tierra, cabezas colosales de piedra, altares monolíticos y
depósitos ceremoniales. La mayoría de los otros rasgos diagnósticos olme-
cas están más ampliamente difundidos (Fig. 2), entre ellos el jade tallado, la
escritura, el concepto del cero y numeración de posición, calendario preci-
so, sellos cilíndricos, orientación norte-sur de los sitios y muchos símbolos,
incluyendo la cruz de San Andrés, el motivo U, el diseño “zarpa-ala” y el
hombre-jaguar. Las tallas y las pinturas ejecutadas en el distintivo estimeca
aparecen en rocas naturales en los estados mexicanos de Morelos (Grove
1968) y Guerrero (Grove 1970), como también en Guatemala y El Salvador.
Sitios y artefactos olmecas también se han encontrado en los estados de Mé-
xico, Oaxaca, Puebla y Chiapas. La mayoría de los pequeños jades tallados
vienen de Guerrero en la costa del Pacífico, donde parecen concentrarse en
el drenaje del Río Balsas (Coe 1965b:776).
Los centros ceremoniales olmecas más espectaculares e intensiva-
mente estudiados son La Venta, San Lorenzo y Tres Zapotes en las tierras ba-
jas de la costa de Veracruz (Fig. 2). La Venta y San Lorenzo ocupan la parte
alta de elevaciones naturales en el terreno pantanoso y están compuestos de
plataformas de tierra y otros rasgos ordenados en sentido norte-sur. Aunque
en ambos lugares esto resulta coincidente con la dimensión más larga de la
colina natural, el hecho de que otros sitios olmecas exhiban la misma orien-
tación donde el terreno no lo requiere, indica que el alineamiento era inten-
cional. La principal zona ceremonial de La Venta contiene dos pirámides de
cerca de un kilómetro una de otra, conectadas por plataformas y plazas alar-
gadas. Con excepción del uso ocasional de columnas basálticas para muros
de contención y tumbas, la construcción era enteramente de tierra. Presu-
miblemente, las plataformas de La Venta estaban sobremontadas por es-
tructuras rectangulares de paredes entretejidas y embarradas, como fueron
aquellas de San Lorenzo (Bernal 1969:49). La escasez de desperdicios do-
mésticos, especialmente cerámica, y la relativa escasez de recursos de sub-
sistencia en la vecindad sugieren que la población residente consistía prin-
cipalmente en dirigentes, sacerdotes y sus sirvientes, los cuales eran provis-
tos con alimentos, materia prima y mano de obra por parte de los beneficia-
rios de sus servicios (Heizer 1969:311). Escultores, talladores de jade y espe-
cialistas en otros tipos de arte y artesanía debieron haber vivido también en
los centros ceremoniales.
232 / Betty J. Meggers

Figura 2. Distribución de sitios olmecas en Mesoamérica, la línea discontinua define el área nuclear .
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 233

Además de las cabezas colosales, las estelas, los altares y otros monumentos
visibles tallados en basalto, La Venta está repleto de ofrendas de hachas pu-
lidas, lajas de piedra y mosaicos de serpentina, los cuales fueron enterrados
en grandes huecos y cubiertos con cinabar. Las hachas eran a menudo arre-
gladas en forma de cruz y una reserva contenía 258 ejemplares. Dos mosai-
cos realizados de bloques de serpentina han sido interpretados como más-
caras de jaguar sumamente estilizado. Una medía cerca de 4.7 x 6.2 metros
y contenía 485 piedras cortadas y encuadradas, con una o ambas superficies
aplastadas y pulidas (Drucker, Heizer y Squier 1959).
San Lorenzo está más hacia tierra adentro (Fig. 2), en una elevación
natural que fue reformada cortando y rellenando los márgenes. La excava-
ción reveló numerosas esculturas de piedra, lo mismo que un sistema com-
plicado de drenajes forrados en piedra conectados con reservorios. La pre-
sencia en la cumbre de más de 200 montículos para casas, frecuentemente
arregladas en grupos de tres alrededor de una pequeña plaza cuadrada, in-
dica una población residente mucho mayor que en La Venta. Una mayor ac-
tividad doméstica también está insinuada por la abundancia de piedras de
moler y en restos de comida (Coe 1968). Aunque la región inmediata es de
mayor productividad agrícola que la vecindad de La Venta, no habría podi-
do sostener el número de residentes permanentes implícito en la evidencia
arqueológica; consecuentemente, aquí también, la comida debe haber sido
traida de regiones más distantes.
Otras clases de productos seguramente fueron obtenidos de lejos. En
efecto, uno de los aspectos más sobresalientes de la cultura olmeca es el al-
cance del comercio de materias primas exóticas. Obsidiana, basalto, magne-
tita, ilmenita, hematita, serpentina y jadeita llegaron a La Venta y San Loren-
zo de muchas fuentes, insinuando un sistema de comunicación que cubría
la mayor parte de Mesoamérica. Aunque solamente ha sobrevivido la pie-
dra, es probable que las plumas, el cacao, el algodón y caucho fueron tam-
bién objeto de comercio como en los tiempos posteriores. Nuestra poca ha-
bilidad para reconocer tales artículos perecederos podría explicar muchos
de los espacios en blanco en el mapa del área de sustentación (Fig. 3).
La religión fue otro aspecto importante de la civilización olmeca.
Compilando y analizando los motivos del arte, Joraleman (1971:90-91) ha
distinguido diez dioses mayores, siendo el más importante el jaguar-dragón,
“señor del fuego y del calor, asociado con los volcanes y las cuevas, la sequía
234 / Betty J. Meggers

y la fertilidad”. Otras deidades parecen estar asociadas con el maíz, la lluvia,


el rayo, el relámpago, la primavera y resurrección y la muerte. La serpiente
emplumada, la cual permanece en un lugar prominente en religiones poste-
riores, es caracterizada como “señor de la vida y de la sabiduría, dios del
viento y la primera deidad de las clases regentes mesoamericanas”. Muchos
de los monumentos basálticos y pinturas sobre roca parecen haber tenido
funciones rituales o incorporar temas religiosos. Uno recurrente es el de un
adulto sentado en un nicho o en la boca de una cueva y sosteniendo un ni-
ño, que podría haber sido un sacrificio (Joraleman 1971:91). La abundancia
de altares y estelas ha llevado a interpretar La Venta, San Lorenzo y otros si-
tios en la zona central como centros ceremoniales, donde rituales importan-
tes eran llevados a cabo periódicamente.
La clase de organización sociopolítica que produjo los restos arqueo-
lógicos no se conoce y diversas formas parecen ser compatibles con la evi-
dencia material. Hay un acuerdo general en que el alto nivel de habilidad ar-
tística y tecnológica exhibido en la talla de piedra y en otras artesanías está
asociada con la especialización ocupacional. La construcción de grandes
montículos de tierra y el transporte de bloques pesados de basalto a lo largo
de grandes distancias debe haber requerido tanto una mano de obra consi-
derable como un liderazgo competente u autoritario. La habilidad de la eli-
te para adquirir cantidades tremendas de materiales de fuentes a menudo
remotas y dispersas implica alguna forma de integración que se extendía de
costa a costa entre los estados de Hidalgo y México en el norte y las tierras
altas de Guatemala en el sur. Pero ¿qué clase de integración? Coe (1968),
quien excavó en San Lorenzo, se alínea con Heizer (1960) en postular la exis-
tencia de un estado coercitivo. Flannery (1968), observando la situación des-
de Oaxaca central, visualiza una relación simbiótica que podría haber sido
mutuamente beneficiosa para los regidores de centros políticamente autó-
nomos, proveyéndolos con artículos raros que aumentaban su prestigio.
Otros dos mecanismos integrantes que han sido sugeridos son: (1) una ca-
tegoría de comerciantes profesionales independientes o “no estatales” se-
mejantes a aquellos de los tiempos aztecas y (2) una religión inspiradora que
incluía peregrinajes, ofrendas y otras manifestaciones de relación con los
centros ceremoniales (Willey 1962).
Figura 3. Fuentes de los minerales encontrados en los centros olmecas de San Lorenzo y La Venta (según Cobean y Otros 1971; Williams
y Heizer 1965; Bernal 1971; Parsons y Price 1971).
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 235
236 / Betty J. Meggers

El Problema de los Orígenes Olmecas

El desacuerdo sobre la naturaleza de la organización política olmeca


proviene en parte del patrón de asentamiento disperso, el cual no parece
proveer un incentivo para un control centralizado. Solamente después que
el número de gente incluida dentro de una esfera de interacción alcanza un
nivel crítico (sugerido en 10.000 por Sanders y Price 1968:229), cesan las re-
laciones de parentesco de ser un método efectivo de integración y vienen a
reemplazarse por una configuración estratificada, en la cual diferencias de
riqueza, ocupación y/o algún otro factor definen grados desiguales de ran-
go, poder y prestigio. Si la concentración de población permanece baja, co-
mo parece haber sido el caso entre los Olmecas, es difícil de entender cómo
la estratificación social puede desarrollarse.
Una consideración de la evidencia arqueológica revela dos factores
de significado potencial para reconstruir la integración sociopolítica olme-
ca y sus orígenes. Estas son: (1) la discontinuidad en el patrón anterior de al-
deas agrícolas y (2) la velocidad con la cual los nuevos elementos se disper-
saron sobre la mayor parte de Mesoamérica. Esta dispersión rápida implica,
o que las innovaciones fueron tan superiores que fueron adoptadas volun-
tariamente tan pronto como llegaron a ser conocidas, o que existía alguna
forma de compulsión. Desde que ambas son consecuencias comunes de in-
fluencia externa, es conveniente examinar si las innovaciones están presen-
tes en la civilización más antigua de China, conocida como Shang, la cual
surgió varios siglos antes de la Olmeca y fue potencialmente accesible por la
ruta transoceánica.

El Inicio de la Civilización en China

La transición de cazadores-recolectores itinerantes a la vida sedenta-


ria fue más temprana en China que en Mesoamérica y por el comienzo del
segundo milenio antes de Cristo, la región entre los ríos Hwang-ho y Yangse
estaba ya ocupada por una población grande que vivía en aldeas agrícolas.
La subsistencia se basaba en el cultivo del millo, arroz y trigo y en la cría de
puercos, perros, vacas, ovejas, cabras y gallinas. La pesca también era im-
portante y se practicaba algo de cacería. La existencia de un tratamiento di-
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 237

ferencial de los muertos implica una estratificación social incipiente. El cul-


to a los antepasados y la adivinación fueron parte del complejo religioso.
Alrededor de 1.750 a.C., hubo una “transformación quántica en la so-
ciedad China” (Chang 1963:142) con el advenimiento de la civilización
shang, caracterizada por escritura, metalurgia, especialización ocupacional,
estratificación social encabezada por una dinastía dirigente, formas espe-
ciales de arquitectura y rituales elaborados. Aunque la evidencia arqueoló-
gica citada aquí viene principalmente de excavaciones en dos sitios, Cheng-
chou y Anyang (Hsiao Tum), más de cien otros han sido investigados hasta
el año 1.960 (Cheng 1960:16). Considerable información sobre organización
social y la función y significado de ciertos tipos de artefactos proviene de re-
gistros escritos, que también documentan la fundación de la dinastía shang
en 1.776 a.C. y su expulsión por invasores Chou cerca de 1100 a.C. Durante
este período, la localización de la capital fue cambiada seis veces. Aunque la
descripción histórica de la magnitud del estado no ha sido completamente
sustentada por la evidencia arqueológica, Honan, Shansi, el sur de Hopei y
Shantung estaban ciertamente incluidos dentro de sus fronteras (Fig. 4).
Rasgos y sitios shang también han sido registrados en Szechwan, Kiangsi,
Hunan, Anhwei, Hupei y Shensi (Chang 1963: 145; Cheng 1960:XXVII).

Características de la Civilización Shang

Cheng-chou, que data de la parte más temprana del Período Shang,


fue un centro administrativo y ceremonial ocupado por una aristocracia go-
bernante. Una pared de tierra apisonada, estimada en 10 m de alto y 20 m de
ancho, encerraba un área de cerca de 2,0 por 1,7 km, con el axis mayor orien-
tado norte-sur (Cheng 1960:17). Se ha calculado que 10.000 personas traba-
jando 330 días por año requerirían 18 años para excavar, transportar y com-
pactar la tierra que contiene. Afuera de la pared estaban las habitaciones y
talleres de los ceramistas, trabajadores de bronce, talladores de jade y hue-
so y otros especialistas en artesanía. La mayoría de la población vivía en gru-
pos de aldeas, cada una tendiendo a especializarse en alguna actividad tal
como artesanía, agricultura o religión. Al menos un asentamiento en cada
grupo poseía arquitectura y artefactos insinuando una función administra-
tiva, entre ellas casas rectangulares con pisos de tierra compactada, objetos
ceremoniales tales como altares y huesos oraculares, tumbas elaboradas y
artículos de bronce y jade.
238 / Betty J. Meggers

Figura 4. Zona de dominio o influencia shang (líneas diagonales) y ubicación de algunos sitios
(según Cheng 1960, Mapa II; Herrmann 1966: 4; Wheatley 1971, Fig.8).
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 239

Anyang, que llegó a ser la capital shang en 1.385 a.C., contiene nume-
rosas plataformas grandes de tierra apisonada que tienen por término me-
dio dos metros de alto (Watson 1961:61). Un sistema complicado de distri-
bución de agua sigue por debajo de la porción central. Ambas, la plataforma
y el sitio como un todo, están orientados en sentido norte-sur. Tumbas en
forma de cruz que contienen sacrificios humanos y animales, cráneos hu-
manos, carruajes y ornamentos de bronce, jade y concha testifican la exis-
tencia de una elite poderosa.
De acuerdo a los documentos escritos, el reino shang contenía cinco
regiones, cada una dividida en estados feudales. Todos los señores feudales
eran nombrados por el gobernante y algunos eran miembros de la familia
real. Sus obligaciones principales eran guardar la frontera, proveer los tribu-
tos a intervalos regulares y suministrar mano de obra para el ejército y otras
clases de actividades. En reciprocidad, ellos recibían asistencia militar, re-
compensas materiales y consejos del oráculo, el cual era consultado en su
representación por el dirigente. La productividad agrícola era una preocu-
pación constante a causa del gran peso sobre el suministro de alimentos
creado por la creciente población rural, la clase regente y los artesanos
(Cheng 1960). La existencia de una jerarquía administrativa bien definida
está apoyada por la referencia a algunos veinte títulos en los huesos oracu-
lares. Los oficiales eran de tres tipos: civiles, militares y secretariales. La pri-
mera categoría incluía el cuerpo administrativo en la capital y los señores
feudales. El último también contenía individuos de alto rango, entre ellos
sacerdotes, adivinos y consejeros o ministros responsables de supervisar las
actividades agrícolas y de nombrar oficiales de bajo nivel.
La naturaleza dispersa del patrón de asentamiento shang ha sido en-
fatizado por Wheatley (1971:96) y Chang (1963:16), quien afirma:

A causa de que el término “urbanización” se define un poco arbitrariamente en


la literatura arqueológica, nosotros debemos caracterizar cuidadosamente la
naturaleza de la vida en ciudad de la dinastía Shang en el norte de China. El
rasgo principal y más relevante de los sitios Shang es la organización de las al-
deas individuales dentro de redes interaldeas en economía, administración y re-
ligión. Cada miembro del grupo dependía de los otros en servicios especializa-
dos y contribuía con algo en compensación. Había un centro político y ceremo-
nial (un recinto rodeado de una muralla en el caso de Cheng-chou), donde re-
sidían la familia real y los nobles. Este aparentemente servía como el núcleo
240 / Betty J. Meggers

nervioso del grupo entero y, cuando la capital de la dinastía estaba localizada


allí, como el centro de control político y económico de todo el reino. En derredor
y teniendo como centro a este núcleo, había cuarteles industriales con un alto
grado de especialización y aldeas agrícolas. Los artículos aparentemente circu-
laban entre las diversas aldeas, con el centro administrativo sirviendo también
como un centro de redistribución. El tamaño de la población del grupo total de
asentamiento era considerable, tal como está indicado por sus dimensiones es-
paciales y por la cantidad y complejidad de los restos culturales; la estratifica-
ción social y especialización industrial del pueblo eran altamente intensifica-
das. No encontramos en la dinastía Shang de la China contrapartes físicas a las
poblaciones y configuraciones arquitectónicas grandes tales como la de Ur de
Mesopotamia, Mohenjodaro de la India y Teotihuacán de México, aunque los
sitios de la capital Shang conforman todas las funciones de una ciudad, indi-
cando un rompimiento definitivo de los patrones comunitarios neolíticos.

Se enviaba tributo a la capital desde todas partes del imperio (Herr-


mann 1966:4; Cheng 1960:204). Las regiones costeras proveían cáñamo, sal,
seda, madera de pino, estaño, piedras raras, arcillas, plumas de faisán, per-
las, conchas de cowrie y pescado. Bambú, marfil, cuero, plumas, naranjas,
grandes tortugas, cobre, cinabar, oro, plata y turquesa estaban entre los
principales artículos enviados desde el sur. Del oeste venían osos, zorros, ga-
tos salvajes, minerales y piedras preciosas; el noroeste contribuía con borra
de moras, seda y barniz. Algún jade se obtenía de la provincia de Shensi, pe-
ro la mejor calidad era importada de Sinkiang muy lejos hacia el oeste.
La visión shang del cosmos se expresaba en la orientación de las es-
tructuras y asentamientos hacia las direcciones cardinales. La necesidad de
que las actividades humanas estuvieran en armonía con el orden cósmico
requería el desempeño de festivales de acuerdo con las estaciones y definía
la relación del centro ceremonial con sus alrededores. El culto a los antepa-
sados, que había comenzado en los tiempos pre-Shang, continuaba siendo
practicado. El Cielo y la Tierra eran deidades agrícolas importantes, la últi-
ma a menudo simbolizada por el tigre. De acuerdo con Speiser (1960:36):

Nosotros aprendemos de las inscripciones de los oráculos Anyang que el tigre es


concebido en estrecha conexión con la tierra y que la tierra es el punto central
de todas la concepciones y sacrificios religiosos. En el folklore aún ahora, el tigre
es un buen amigo y espíritu protector, porque él nunca ataca a los seres huma-
nos sin necesidad, pero destruye muchas pestes agrícolas.
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 241

Representaciones en hachas de jade y bronce a menudo tienen un as-


pecto tierno a causa de la omisión de los caninos sobresalientes, mientras
que el motivo artístico más común, “el t’ao t’ieh”, era la máscara de un
monstruo que ha sido descrito como una “extracto de la ferocidad felina”
(Watson 1961:150). Típicamente, carece de una mandíbula inferior. La ser-
piente fue otro símbolo importante de la tierra; búhos y otros pájaros repre-
sentaron el aire. La adivinación fue el medio principal para comunicarse
con los dioses y tomaba la forma de preguntas escritas sobre hueso o sobre
caparazón de tortuga. Estas inscripciones combinan la pictografía con sig-
nos abstractos y son los ejemplos más tempranos de escritura china. Se han
descifrado cerca de un tercio de los caracteres y esto es suficiente para indi-
car que el texto tiene que ver principalmente con los asuntos religiosos y mi-
litares o las actividades de los dirigentes (Watson 1961:101;102

El Origen de la Civilización Shang

Los orígenes shang es un tema en desacuerdo. Aunque Chang


(1963:136;141) señala que la mayoría de las innovaciones aparecen alrede-
dor de 1.500 años antes en el Cercano Oriente, él cree que la escritura y la
metalurgia del bronce fueron probablemente invenciones independientes
en China. Watson (1961:57-58) y Li (1968), en cambio, consideran un estí-
mulo externo como responsable de la transformación “misteriosamente re-
pentina” de la sociedad china. Aunque los adherentes de ambas posiciones
enfatizan que las continuidades sobrepasan a las innovaciones, están de
acuerdo en que la civilización shang fue “un fenómeno nuevo en el Valle del
Huangho, la consecuencia de un cambio quántico, que dió término defini-
tivo al modo de vida neolítico” (Chang 1963:37).
Tanto en China como en Mesoamérica, los datos existentes no son
concluyentes en lo que concierne a orígenes. La inclinación mayor de los ar-
queólogos a atribuir la civilización inicial de China a influencias externas
probablemente refleja la existencia de una continuidad terrestre, aunque el
territorio shang está separado de las porciones civilizadas del sudoeste de
Asia por montañas y desiertos tan formidables como la barrera oceánica que
interviene entre China y Mesoamérica. Esta aceptación es particularmente
interesante porque las semejanzas entre Shang y la civilización del Cercano
Oriente suelen ser genéricas, plasmándose en la idea de la escritura, nuevos
242 / Betty J. Meggers

métodos de integración social (tributo, conquista), técnicas avanzadas de


metalurgia y sepulturas suntuosas que involucran sacrificios humanos,
mientras que las similitudes entre Shang y Olmeca son mucho más especí-
ficas. Una comparación detallada de rasgos seleccionados ilustrará este
punto.

Algunos Rasgos Compartidos por las Civilizaciones Shang y Olmeca

Escritura

El sistema de escritura más antiguo parece haber sido desarrollado


por los Sumerios en Mesopotamia alrededor de 3.500 a.C. (Diringer
1962:35). Durante los siglos siguientes, una diversidad de escrituras entra-
ron en uso y por los 2.500 a.C., se llevaban registros escritos en el Valle del
Indus. En China, la escritura comenzó con la civilización shang durante la
parte temprana del segundo milenio antes de Cristo. Todas estas escrituras
difieren tanto en apariencia y en la manera como ellos reflejan el lenguaje
hablado, que su comparación no provee evidencia convincente de origen
común. No obstante, la mayoría de los expertos parecen ver al Mediterráneo
oriental como el centro primario de evolución e interpretar otros estilos de
escritura como adaptaciones de ideas desarrolladas allí, a los requerimien-
tos de lenguas con estructuras gramaticales y combinaciones de sonidos di-
ferentes.
Si se considera los contrastes notables entre las inscripciones de los
monumentos de piedra de Egipto y las tabletas de arcilla que llenan las bi-
bliotecas de la antigua Sumeria, a pesar de la proximidad geográfica de las
dos áreas, pareciera improbable esperar alguna semejanza entre escrituras
empleadas por pueblos más ampliamente separados. Es sorprendente en-
tonces, encontrar símbolos parecidos en las inscripciones shang y la escri-
tura Minoana Linear A, empleada en Creta entre 1.700 y 1.600 a.C. (Fig. 5).
Aunque las comparaciones entre Shang y Olmeca están estorbadas por la es-
casez de información acerca de la escritura olmeca, algunos motivos a me-
nudo repetidos en tallado de piedra han sido interpretados como símbolos
y tres de estos se asemejan a caracteres shang. Sellos cilíndricos fueron usa-
dos por los Olmecas, pero sus patrones son más reminiscentes de emblemas
o marcas comerciales que de escritura y podrían haber sido puramente de-
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 243

corativos (Coe 1965a:94-96). Cerca del 500 a.C., cuando se incrementan las
inscripciones mesoamericanas sobrevivientes, los símbolos recuerdan los
glifos mayas (Caso 1946), los cuales fueron leidos de arriba abajo, al modo
shang.

Figura 5. Comparación de símbolos de la escritura Minoana Linear A de Creta fechada entre 1.700
y 1.6.. a C. con símboloes encontrados en huesos oraculares shang (hilera media) y esculturas
rocosas olmecas (hilera baja) (según Diringer 1962, Fig. 11; Cheg 1963, Pl. VII; Hatch 1971, Figs. 14,
19, 20; Coe 1965b, Fig. 43).

Jade

El término “jade” se aplica a varias clases de roca color verdoso, blan-


cuzco y azulado, especialmente nefrita, jadeita y serpentina. El jade era
apreciado en China durante la antiguedad y parece que los depósitos loca-
les se han agotado antes de la era cristiana. De allí en adelante, la fuente
principal vino a ser Turquestan “y los bloques más colosales de mineral eran
transportados constantemente... sobre una ruta comercial sin paralelos en
Europa en cuanto a extensión y dificultad, y que requería una jornada de
cuatro a seis meses” (Laufer 1912:5). Los logros artísticos mayores datan de
los tiempos Chou y Han posteriores, pero la presencia de amuletos, hachas
244 / Betty J. Meggers

y otros artículos de jade en las tumbas shang, lo mismo que el hecho de que
los símbolos de prestigio y rango eran de jade, atestiguan acerca del valor de
este material entre los Shang.
En Mesoamérica, el jade era también apreciado. Según Bernal
(1969:100):

Este fue el más precioso de todos los materiales, superior al oro mismo... objetos
de arte eran ofrecidos en grandes ceremonias rituales y colocados en las tumbas
de los sacerdotes. La asociación del jade con el corazón de la tierra o de las mon-
tañas y el corazón del pueblo continua hasta el fin.

Durante los tiempos olmeca, pequeños amuletos y figurillas eran her-


mosamente talladas y sumamente pulidas, pero el estilo artístico carece de
la ornamentación y de los patrones intrincados característicos de los jades
de los Mayas. En Mesoamérica, como en China, el jade fue un artículo de co-
mercio de larga distancia.

Bastones como Símbolo de Rango

Al asumir el cargo, cada oficial shang recibía una tableta de jade cha-
ta, oblonga y angular como emblema de autoridad y rango (Ling 1965; Lau-
fer 1912). Tabletas mayores, algunas de casi un metro de largo, eran porta-
das por el soberano mientras recibía a los visitantes o realizaba sacrificios.
Otros tipos eran enviados a los señores feudales como recompensas, adver-
tencias o reprimendas (Fig. 6). Hachas de jade eran frecuentemente enterra-
das con los individuos de alto rango.
Representaciones olmecas de figuras elaboradamente vestidas que
sostienen objetos alargados de varias formas, generalmente se ha interpre-
tado como escenas de guerra, implicando que los Olmecas utilizaban cachi-
porras en vez de otras clases de armas (por ejemplo Coe 1962:88). Heizer
(1967:29), no obstante, ha sugerido que podrían “con igual plausibilidad ser
interpretados como una herramienta agrícola o como un cetro o un bastón
simbólico de un cargo especial”, particularmente desde que los individuos
que los llevan vestidos inapropiados para un combate vigoroso. Una restau-
ración de la Estela 3 de La Venta muestra dos hombres con tocado elabora-
do encarando el uno al otro, uno de ellos sosteniendo un “bastón” en la ma-
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 245

no derecha (Fig. 7b). Encima están seis figuras más pequeñas. Dos llevan
bastones, uno de los cuales tiene la forma sinuosa asociada con los oficiales
shang de tercer rango (Fig. 6e). La Estela 2 representa otra figura grande
también rodeada de seis individuos más pequeños. Los siete sostienen un
bastón en ambas manos. Entre otras representaciones olmecas está un
hombre que lleva un objeto con una parte superior bifurcada (Fig. 7a), una
forma representada entre los emblemas de rango empleados por los Shang
(Fig. 6a).

Figura 6. Tipos de tabletas de jabe portados por los soberanos shang mientras recibían a los ofi-
ciales o empleados por los señores feudales como símbolos de rango y autoridad. El tipo identifi-
ca un oficial de tercer rango (a-d, según Ling 1965; e, según Laufer 1912).
246 / Betty J. Meggers

Figura 7. Representaciones olmecas de figuras portando tabletas o bastones. a, Personaje portan-


do un bastón con la parte superior bifurcada similar al tipo usado por los soberanos shang (Fig. 6a)
(según Piña Chán y Covarrubias 1964, Fig. 39). b, Restauración de la Estela 3 de La Venta mostran-
do figuras con bastones que duplican las formas shang (Fig. 6c,e) (según Heizer 1967, Fig. 1).

Patrones de Asentamiento y Arquitectura

Aunque el patrón temprano de poblamiento disperso persistió, las al-


deas shang comenzaron a especializarse en mercancías y servicios diferen-
tes. Una en cada región vino a ser un centro ceremonial y administrativo
ocupado por un oficial responsable ante el gobierno central. Estos centros
generalmente se identifican por la presencia de plataformas de tierra bajas
sobre los cuales se construyeron edificios de materiales perecederos. La ca-
pital era un conjunto mayor y más compleja de plataformas de tierra y esta-
ba a veces rodeado de una formidable muralla de tierra. Pueblos y edificios
estaban orientados hacia las direcciones cardinales, con énfasis en el axis
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 247

norte-sur. Se han encontrado sistemas de drenaje en la parte central de An-


yang y en algunos sectores de Cheng-chou (Wheatley 1971:92).
Plataformas de tierra sobremontadas por edificios rectangulares de
materiales perecederos y de orientación norte-sur, también son caracterís-
ticas de los sitios olmecas. Drenajes enterrados aparecen en San Lorenzo.
Como en China, continúa el patrón temprano de asentamiento disperso.
Los centros mayores eran ceremoniales y administrativos en función y tam-
poco contenían una población residente grande.

Adquisición de Objetos de Lujo Procedentes de Larga Distancia

Los regentes shang obtenían una gran variedad de materias primas


de las provincias bajo su administración, muchas de las cuales eran conver-
tidas en productos terminados por artesanos especializados que residían en
la capital. Aunque la mayoría de lo que se menciona en los informes con-
temporaneos es perecedero, la verificación arqueológica de un sistema de
procuración a larga distancia está provista por la presencia, en el Valle bajo
del Hwang-ho, de caparazones de tortuga que se conseguían solamente en
el sur de la China y de otros materiales de origen distante. Documentos es-
critos también testifican que la redistribución fue una función de los centros
regionales y de la capital.
La magnitud del área cubierta por los Olmeca para la adquisición de
jade, obsidiana, magnetita, basalto y otros minerales ha sido establecida por
activación neutrónica y otros métodos de identificación de sitios de cante-
ra. Aunque no todas las fuentes han sido descubiertas, la evidencia es sufi-
ciente para demostrar que los materiales eran traídos a La Venta y San Lo-
renzo de partes distantes de Mesoamérica (Fig. 3). Presumiblemente, plu-
mas, cueros, fibras y otras clases de mercancías perecederas formaban par-
te de este sistema. Hay evidencias que artesanos calificados vivían en los
centros ceremoniales, pero algunos de los “tributos” aparentemente venían
en forma terminada.

Deidad Felina

En la religión shang, el tigre se asociaba con el Dios de la Tierra. Re-


presentaciones en bronce, jade y otros materiales corren la gama desde for-
248 / Betty J. Meggers

mas plácidas sin colmillos hasta imágenes feroces con caninos prominentes
(Fig. 8-9a). En muchos casos, la mandíbula inferior era omitida.
Aunque Covarrubias trató de mostrar que el jaguar olmeca fue un
dios de la lluvia, otros han sugerido que estaba probablemente asociado con
la tierra y la fertilidad del suelo (Bernal 1969:103; Heizer 1962:313; Thomp-
son 1851:36; Wolf 1959:72-79-81; Joraleman 1971:90). La representación aquí
también es altamente variable. Según Bernal (1969:99), el jaguar

Estaba embuido con toda clase de forma: la de un animal deificado, en ciertos


momentos magníficamente esculpido en jade o en piedra; en otros momentos
se le ve completo, o solamente su cara está estilizada en máscaras; en otras oca-
siones es un jaguar humanizado, un hombre jaguar, o un niño jaguar... fre-
cuentemente no estamos tratando con un jaguar simple, sino con un jaguar
monstruoso muy apartado de una representación realística.

La ausencia de una mandíbula inferior (Fig. 9b) o de caninos protu-


berantes es común (Fig. 10a). En conexión con los atributos de tipo dragón
de lo que Joraleman considera como la deidad principal olmeca, es notable
que los dragones han sido elementos importantes en las religiones de China
desde hace mucho tiempo.

Figura 8. Ornamentación felina en hachas shang de jade (a-b) y bronce (c), mostrando una gama
desde la representación realista hasta la estilizada (a, según Laufer 1912, Fig. 83; b, según Laufer
1927, Pl. II-1; c, según Watson 1961, Fig. 20a).
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 249

Figura 9. Representaciones felinas. a, Máscara de bronce del estilo shang (según Hatch 1971,
Fig. 18).

Figura 10. Hachas olmecas de jade de La Venta con características felinas. a, Jaguar humanizado
típico; b, Representación altamente estilizada (según Bernal 1969, Pl. 38 y Fig. 11a).
250 / Betty J. Meggers

Adoración de Montañas

La asociación de montañas con dioses de la lluvia es antigua en Chi-


na y muchas de las inscripciones de los huesos oraculares de los Shang se re-
fieren a este tema. Se creía que mientras mayor era la montaña, más lluvia
podría proveer (Lou 1957:79-80).
Las montañas parecen haber jugado un papel significativo también
en la religión y mitología olmecas. Las figuras humanas están a menudo re-
presentadas sentadas en la boca de una cueva y una esculpida sobre roca en
Chalcatzingo en Morelos está asociada con símbolos de la lluvia (Grove
1968). Otro indicio es provisto por la pirámide en el extremo norte del com-
plejo ceremonial en La Venta. Su forma cónica acanalada (diez filos vertica-
les bien definidos, alternando con diez canales) y sus grandes dimensiones
(cerca de 130 m de diámetro y 30 m de alto) la hacen única entre las cons-
trucciones tempranas de tierra en Mesoamérica (Heizer 1968). Aunque la ci-
ma está aplanada, no hay evidencia de rampa o escalera, típica de las pirá-
mides más tardías. Después de examinar y de rechazar otras interpretacio-
nes, Heizer y Drucker (1968:54) señalan la semejanza entre esta pirámide y
los conos de ceniza en las montañas de Tuxtla al noroeste de La Venta y su-
gieren que este fue “un artefacto hecho en imitación de un cono de ceniza
de Tuxtla que fue erigido en este gran centro ritual, el cual está alejado del
área de tierras altas en la planicie costera baja, con el fin de servir como un
substituto de una forma ritualmente importante y familiar”. Un estudio de
la iconografía olmeca ha llevado a Joraleman (1971) también a deducir que
los volcanes eran importantes en la religión olmeca.

Deformación Craneal

Un dato particularmente tentador ha sido provisto por Werner


(1919:4) acerca de una clase especial de deformación craneana practicada
en la China antigua:

No solamente son representadas las cabezas de los dirigentes tempranos como


teniendo... forma afilada, sino que las cabezas de los dirigentes míticos más
tempranos se estrechan (si la palabra se puede aplicar todavía) no en un pun-
to, sino en dos. Este es el caso en las representaciones de Fu Hsi, Shen Nung, Nu
Kua y muchos seres apoteosizados, los cuales son dibujados con cabezas que
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 251

parecen casi como si hubieran sido cortadas desde encima con un hacha, en el
medio del cráneo.

Estos dirigentes precedieron a la dinastía chang (Cheng 1960:XX).


Una de las características de las hachas antropomórficas y otras es-
culturas olmecas es una depresión en el centro de la cabeza, la cual varía
desde una ligera concavidad a un profundo corte en forma de V (Fig. 10a).
Coe (1965:85) ha propuesto que podría representar una deformidad congé-
nita, pero su similitud con el tipo insólito de deformación craneana atribui-
da a los dirigentes chinos tempranos sugiere que podría representar la mis-
ma práctica. La existencia de muchas figuras olmecas con cabezas sin hen-
didura podría indicar que fué una marca de rango o de divinidad también en
Mesoamérica.

Sumario de las Semejanzas Shang-Olmecas

Los rasgos y complejos que acabamos de presentar varían enorme-


mente en magnitud y en grado de especificidad. En un extremo hay una cla-
se distintiva de deformación craneana; en el extremo opuesto hay un patrón
de asentamiento que abarca una variedad de características (plataformas de
tierra, orientación norte-sur, edificios de paredes entretejidas y embarradas,
centros ceremoniales-administrativos, etc.), cada una de las cuales podría
haber sido enumerada separadamente. Las expresiones oscilan desde obje-
tos materiales como hachas de jade, hasta conceptos abstractos como la sig-
nificación religiosa de los felinos y las montañas. Algunos elementos están
bien documentados arqueológicamente o históricamente en ambas áreas,
siendo un ejemplo la adquisición de productos de larga distancia. Otros son
deducciones, entre ellas la sugerencia de que los bastones eran símbolos de
rango entre los Olmecas, como lo eran entre los Shang. Otra variable es la ex-
presión estilística desigual de rasgos que parecen comparables en concep-
ción general, por ejemplo la representación de felinos. Considerado como
un todo, no obstante, hay un número notable de semejanzas entre el inicio
y el contenido de las civilizaciones más tempranas de China y Mesoaméri-
ca. Pueden resumirse como sigue:

1. Cerca de 1.200 a.C. hubo un cambio quántico en Mesoamérica, desde


un modo de vida aldeano hasta la civilización olmeca; una transfor-
252 / Betty J. Meggers

mación igualmente abrupta tuvo lugar cerca de 500 años antes en


China, cuando la dinastía shang se impuso sobre una población neo-
lítica preexistente.
2. Los Olmecas y los Shang se caracterizan por la posesión de escritura,
un calendario confiable, una estructura social capaz de procurar y di-
rigir trabajos de construcción de gran tamaño, una religión organiza-
da administrada por un sacerdocio y una red de comercio o adquisi-
ción que canalizaba materiales desde fuentes distantes hasta los cen-
tros administrativos o ceremoniales; ambos consideraron al jade co-
mo un material de valor excepcional.
3. El patrón de asentamiento de ambas culturas consistió en pequeñas
aldeas dispersas, los habitantes de las cuales contribuían con traba-
jos, artículos de lujo, alimentos y otras mercancías y servicios a los
centros ocupados por una aristocracia. Entre los Olmecas, la natura-
leza y composición de la aristocracia es desconocida; entre los Shang,
los documentos describen una jerarquía compuesta por un soberano,
administradores de rangos diferentes y señores feudales.
4. Las estructuras principales en los centros olmecas y en las capitales
shang eran plataformas rectangulares de tierra sobremontadas por
edificios perecederos de paredes entretejidas y embarradas; el axis
principal de los componentes y el sitio como un todo, era norte-sur.
Drenajes subterráneos, ofrendas rituales enterradas y tumbas se
cuentan entre los rasgos asociados.
5. Los documentos shang indican que el emperador y los señores subor-
dinados empleaban tipos específicos de bastones de jade como sím-
bolos de autoridad y rango. Los bajo relieves olmecas representan
hombres elaboradamente vestidos, algunos de los cuales llevaban un
bastón o una placa de forma similar en una o ambas manos.
6. El felino fue un foco mayor de expresión religiosa entre ambos, los
Shang y los Olmecas y estaba asociado con la tierra. La representa-
ción va desde lo realista a lo altamente estilizado y desde colmilludos
y gruñidores hasta amables y plácidos. Frecuentemente, la mandíbu-
la inferior era omitida. Serpientes y aves eran también enfatizados y
los rasgos de estos animales estaban a veces combinados en la icono-
grafía de ambas culturas para producir un dragón.
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 253

¿Cuál es el significado de estas semejanzas? ¿Son ellos evidencia de la


llegada en Mesoámerica, cerca de 1.200 a.C. de inmigrantes de origen shang,
o son ellos duplicaciones independientes explicables por la operación de le-
yes generales de evolución cultural? Permítasenos considerar algunas de las
dificultades que influyen en la selección entre las dos alternativas.

Algunas Consideraciones Teóricas

La interpretación de la evidencia arqueológica está impedida por la


ausencia en la antropología de un marco teórico uniforme y de un vocabu-
lario no ambiguo. Desde que esta situación afecta la evaluación de la evi-
dencia para la difusión transpacífica, es conveniente revisar algunos de los
focos principales de desacuerdo (para una presentación más detallada, véa-
se Fraser 1965 y Jett 1971).

Complejidad del Proceso de Difusión

Aunque los antropólogos frecuentemente hablan de difusión, rara


vez especifican qué entienden por el término, a pesar del hecho de que su
definición es básica para cualquier discusión de los criterios mediante los
cuales su existencia e impacto deben ser juzgados. Al menos cuatro proce-
sos distintos están potencialmente involucrados, cada uno de los cuales po-
dría afectar de manera diferente el patrón de distribución y el grado de mo-
dificación de un complejo o rasgo. Estos son:

1. La expansión desde el lugar de origen a grupos adyacentes y cada vez


más distantes, cada uno de los cuales aprendió el rasgo de su vecino.
Esto produce la clásica configuración edad-área, en la cual la distri-
bución es contínua y la antiguedad del rasgo decrece con el aumento
de la distancia desde el centro de dispersión.
2. La diseminación de objetos o ideas por comerciantes, misioneros, pe-
regrinos y otros viajeros. El resultado puede ser una distribución irre-
gular, reflejando la receptividad diferencial de los grupos expuestos al
rasgo y/o la ruta seguida por el transportador.
3. Migración y colonización. La distancia viajada, el medio atravesado
(tierra o agua), el número de gente involucrada, la complejidad de la
254 / Betty J. Meggers

cultura transplantada y el caracter del nuevo medioambiente se


cuentan entre las variables con más posibilidad de afectar el grado en
el cual se conserva la configuración original. Una discontinuidad geo-
gráfica puede existir entre las áreas de origen y colonización.
4. La conquista seguida por una asimilación parcial o completa de los
grupos derrotados. Entre los factores que afectan el resultado están la
política del vencedor, el grado en el cual las culturas difieren en com-
plejidad y la duración de la subyugación.

La variedad de mecanismos incluidos bajo el término “difusión” hace


evidente que los criterios usados para la identificación de uno pueden ser
irrelevantes para reconocer los otros. Las introducciones transpacíficas pu-
dieron haber resultado de cualquiera de esos procesos (con la posible ex-
cepción del primero) y el impacto sobre el grupo aborigen pudo haber sido
desde ninguno hasta la aniquilación, dependiendo en lo que estuvo involu-
crado y el contexto dentro del cual este operó.

Limitaciones de la Evidencia Arqueológica

Los restos arqueológicos son una representación fragmentaria y par-


cial de una comunidad una vez existente. Aún si fuera posible juntar toda la
evidencia sobreviviente mediante una excavación total de cada sitio, gran-
des sectores del complejo original se perderían a causa de su condición pe-
recedera o la ausencia de expresión material, o en razón de disturbios de los
depósitos subsecuentes a su formación. En realidad, solamente una frac-
ción mínima de los residuos arqueológicos de cualquier cultura ha sido re-
colectada, con el resultado de que puede haber sobrevivido información sig-
nificativa acerca de una configuración extinta sin haber sido encontrada. Es-
ta situación tiene implicaciones importantes para el reconocimiento de las
introducciones transpacíficas. Por ejemplo, si los sitios excavados no cubren
la duración total de una cultura, la ocurrencia más temprana conocida de
un rasgo o complejo en el área receptiva podría ser más reciente que su edad
verdadera. De igual manera, un conocimiento incompleto del área donante
podría hacer a un rasgo aparecer demasiado tardío para haber servido como
un antecedente.
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 255

Complejos perecederos e intangibles son a menudo imposibles de


detectar arqueológicamente, con el resultado de que su antiguedad es pocas
veces demostrable en la ausencia de registros escritos. La ambiguedad de
esta clase de datos está bien ilustrada por el análisis detallado de las cerba-
tanas hecho por Jett (1970). Después de considerar la distribución de 25
componentes selectos, él fue incapaz de decidir si las numerosas correspon-
dencias en construcción y uso de esta arma entre grupos recientes del su-
deste de Asia y Sur América eran atribuibles a invención independiente,
convergencia o difusión. El significado de las similitudes entre sistemas ca-
lendáricos de Asia y América (Caso 1946; Kelly 1960), balsas con vela (Ling
1956; Doran 1971) y creencias religiosas (Thompson 1951; Lou 1957) ha sido
disputado en parte a causa de que su prioridad en Asia no ha sido confirma-
da. Una desventaja de este criterio es que sirve igualmente para explicar la
ausencia de antecedentes en el Nuevo Mundo. Por ejemplo, la escritura ma-
ya se conserva sólo en su forma completamente desarrollada, pero ha sido
atribuida a invención local asumiendo que las etapas más tempranas fueron
ejecutadas en materiales perecederos (Morley 1946:46).

Proyección de Conceptos Modernos dentro de Culturas Pasadas

Dos objeciones a menudo mencionadas en relación al contacto


transpacífico son: (1) la duración del viaje oceánico haría la sobrevivencia
poco probable y (2) la evidencia consiste en rasgos susceptibles de inven-
ción repetida. Estos puntos de vista parecen constituir una proyección in-
consciente de condiciones y experiencias del Siglo XX hacia atrás. La exis-
tencia dentro de una sociedad altamente estratificada, ocupacionalmente
especializada y sedentaria nos ha liberado del tener que proveernos a noso-
tros mismos con las necesidades propias de sustentar la vida. Porque noso-
tros probablemente pereceríamos si estuvieramos a bordo sin alimentos,
tendemos a atribuir a los pueblos más tempranos un grado de vulnerabili-
dad similar. Se puede razonar no obstante que, mientras más bajo el nivel de
desarrollo cultural, más grande es la posibilidad de sobrevivir, porque cada
miembro de la sociedad es capaz de cumplir con todos los aspectos de la
economía, aunque la tradición podría asignar algunas tareas a hombres y
otras a mujeres. Esto no es una situación hipotética; registros históricos do-
cumentan de la supervivencia de individuos con esta clase de antecedentes
256 / Betty J. Meggers

después de once meses a bordo (Sittig 1896). Aún más, las poblaciones que
explotan los recursos del mar lo ven a este como una ruta, más bien que una
barrera. Los Micronesios actuales, por ejemplo, no vacilan en embarcarse
solos o con un compañero en un viaje de varias semanas a una isla distante,
solamente para visitar amigos o comprar un paquete de cigarrillos.
La facilidad con que algunos rasgos pueden ser reinventados es tam-
bién más a menudo supuesto que demostrado. Nuestra propia cultura esti-
mula el invento y la duplicación de descubrimientos está favorecida por el
acceso por parte de un gran número de personas a un cuerpo de conoci-
mientos común (White 1949:209). El hecho de que esta es una situación re-
ciente generalmente se pasa por alto. A lo largo de la mayor parte de la his-
toria humana, la seguridad ha radicado en adherirse a las formas tradicio-
nales y los innovadores han sido vistos como excéntricos o aún peligrosos.
La fuerza continua de esta actitud es evidente en los periódicos diarios, que
registran la hostilidad personal o las sanciones sociales dirigidas hacia los
que defienden el aborto, la integración racial y otras doctrinas “radicales”. La
amenaza a la sociedad presentada por nuevas ideas, no solamente hace po-
co probable que la invención duplicada fuera frecuente durante la historia
humana, sino que hace surgir la interrogante de cuales son las circunstan-
cias que estimulan la aceptación de innovaciones, ya sea generada local-
mente u obtenida de afuera.
Aún más, muchos rasgos que nos parecen simples se vuelven, des-
pués de una inspección más cercana, no solamente relativamente compli-
cados, sino que también tienen un patrón de distribución a través del tiem-
po y del espacio que indica su diseminación desde una sola fuente. Un
ejemplo es la adición de una capa roja o engobe a la superficie de una vasi-
ja de cerámica. Su ocurrencia casi universal en el Nuevo Mundo ha sido in-
terpretada como indicativo de una reinvención repetida, pero el proceso re-
quiere un conocimiento considerable de materias primas y su comporta-
miento durante la cocción. Puesto que algunas arcillas y minerales cambian
de color bajo la influencia del calor, mientras que otros no lo hacen, la pro-
ducción de un engobe rojo no es cuestión de sólo añadir una capa de arcilla
roja a la superficie de una vasija no quemada. Además de esto, el exámen de
las ocurrencias más tempranas de la cerámica con engobe rojo muestra que
ésta aparece en la costa de Ecuador cerca de 3.200 a.C. y decrece en antigue-
dad con el aumento de la distancia desde esta región, de acuerdo con el mo-
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 257

delo de difusión edad-área (Ford 1969, Cuadro 17). Aún una forma tan “ob-
via” como la vasija redondeada tiene una distribución espacial y cronológi-
ca indicativa de difusión más bien que de reinvención (Ford 1969, Cuadro
14). Al evaluar las posibles relaciones culturales, es importante tener en
mente que lo que parece “simple” u “obvio” para nosotros podría ser ni sim-
ple ni obvio para alguien que nunca hubiera visto el rasgo y quien vive en
una sociedad donde las innovaciones son consideradas como peligrosas pa-
ra la supervivencia de la comunidad.

Modificaciones por la Cultura Receptora

Cada comunidad, sociedad o cultura debe mantener una integración


interna para permanecer viable y nuevos rasgos incompatibles con esta
configuración deben ser rechazados o aceptados solamente luego de modi-
ficación. Como resultado, debieran ser esperadas alteraciones en los rasgos
diseminados por difusion; más aún, mientras más grande es el número de
grupos expuestos a una innovación y mayor su variación en complejidad
cultural, es probable que sean más heterogeneas las modificaciones. La ope-
ración de esos factores podría permitir la interpretación de similitudes en-
tre complejos ampliamente separados como consecuencia de convergencia
o de invención independiente, más bien que de difusión.
Las innovaciones que no entran en conflicto con creencias tradicio-
nales o que no amenazan intereses creados, más fácilmente son incorpora-
das por las civilizaciones que por las sociedades más simples. Durante el
proceso, no obstante, ellos pueden ser amalgamados con rasgos relaciona-
dos, diluidos por la ejecución artesanal con patrones motores diferentes o
afectados por estilos artísticos indígenas -para mencionar solamente unos
pocos de los posibles vehículos de transformación- con el resultado de que
parecerían formar parte de la matriz original, especialmente si la difusión ha
operado durante un largo espacio de tiempo. La historia cultural europea
provee una ilustración de este proceso; el arte y la arquitectura de la Edad
Media y del Renacimiento son distintos de los estilos del Mediterráneo
oriental, aunque la historia nos dice que las influencias pasaron continua-
mente entre las dos regiones por rutas y métodos diversos.
258 / Betty J. Meggers

Duplicación Independiente

El origen independiente de muchos elementos y complejos está más


allá de toda disputa. Las danzas con máscaras, las aldeas rodeadas de empa-
lizadas, la guerra y la tortura de los cautivos están entre los rasgos compar-
tidos por los indios selváticos de la costa de Brasil y el este de los Estados
Unidos en el momento del contacto europeo. Una correspondencia aún más
detallada existe entre los patrones de asentamiento, formas y decoración de
cerámica más otros aspectos de la cultura material de los grupos agrícolas
precolombinos en el noroeste de Argentina y en el sudoeste de Norteaméri-
ca. La mayoría de estos duplicados pueden mostrarse como un resultado de
la existencia de materias primas similares, el acceso a fuentes comunes de
difusión y la operación de procesos de selección natural similares (Meggers
1964:515,520; 1972).
En otros casos, el número pequeño de alternativas hace inevitable
una cierta cantidad de duplicación. La descendencia, por ejemplo, puede
ser llevada solamente de tres formas: a través de la línea femenina, a través
de la línea masculina o a través de ambas líneas. O, para tomar un elemento
de la tecnología, una flecha es más eficiente si la cabeza, cuerpo y propulsor
son de ciertas proporciones, dimensiones y pesos. La existencia de tales cir-
cunstancias ha alentado la suposición de que la convergencia o invención in-
dependiente es más probable que la difusión de ser responsable de las simi-
litudes, cuando las conexiones históricas no son obvias. Dado lo inadecuado
de los registros arqueológicos, no obstante, es igualmente apropiado tomar
la posición opuesta (a menos que limitaciones ambientales o funcionales es-
tén claramente involucradas) y de ver los parecidos culturales como indicios
de conexiones pasadas hasta que pueda ser probada de otra manera.
Aunque la posibilidad de origen independiente es a menudo conside-
rada que aumenta con la distancia entre dos ocurrencias, la magnitud de la
separación es menos significativa que la presencia y naturaleza de las barre-
ras entre las regiones implicadas. Dos grupos separados por una masa de
agua, ya sea un lago o un océano, son contiguos en el sentido de que no hay
poblaciones a través de las cuales un rasgo o complejo pudiera pasar y por
los cuales este pudiera ser modificado. Por ejemplo, una ruta acuática cos-
tera hizo las influencias mesoamericanas más accesibles a los residentes del
Valle del Mississipi que a las poblaciones menos distantes pero aisladas por
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 259

barreras terrestres. Este principio también cuenta en cuanto a las semejan-


zas entre la cerámica valdivia de la costa del Ecuador y Jomon Medio de Ja-
pón, su antecedente postulado, que son más cercanos que las similitudes
entre Valdivia y otros complejos del Nuevo Mundo presuntamente deriva-
dos de éste (Meggers, Evans y Estrada 1965).

Requerimientos de Prueba

Los antidifusionistas tienden a atrincherarse contra los que propo-


nen la difusión estableciendo criterios de prueba que no se pueden alcan-
zar. Phillips, por ejemplo, ha dicho que:

Antes de que alguna afirmación pueda hacerse acerca de la unidad de las civi-
lizaciones del Nuevo y del Viejo Mundo, será necesario no solamente producir
evidencias de contacto histórico con cierto grado de precisión en lo que se refie-
re a tiempo, lugares y medio de transporte, sino también mostrar que el papel
de tales contactos fue decisivo en el desarrollo de las civilizaciones de América
Nuclear en sus etapas formativas y que sin tales contactos el nivel de civiliza-
ción no habría sido alcanzado (1966:297, véase también Chard 1969:168).

La investigación científica puede solamente revelar lo que de hecho


pasó, no lo que podría haber pasado. No podemos juzgar hasta donde la di-
fusión jugó un rol importante en la aparición de la civilización en el Nuevo
Mundo hasta que estemos con la capacidad de reconocer cuando, donde y
cuales habrían sido las introducciones.
Otra base frecuente para rechazar la difusión transpacífica es la de
enumerar rasgos “útiles” que no parecen haber sido adoptados, especial-
mente la rueda. Este enfoque tiene dos defectos: (1) asumir que un elemen-
to importante para nosotros puede ser igualmente valioso en todos los otros
contextos culturales y (2) imposibilitar la verificación arqueológica. El hecho
de que la rueda no ha sido aceptada todavía por muchos pueblos indígenas
del Nuevo Mundo después de varios siglos de exposición a su “utilidad”, su-
giere que puede haber sido conocida pero rechazada también en los tiem-
pos precolombinos por varias razones prácticas, entre ellas la ausencia de
caminos y de animales aptos para conducir, la habilidad del hombre para
cargar más de su peso en objetos delicados hasta su destino sin quebrarlos
y lo abrupto del terreno.
260 / Betty J. Meggers

Criterios para Reconocer la Difusión Cultural

Dadas las deficiencias de la evidencia y la variedad de factores que


podrían afectar la aceptación de un nuevo rasgo o complejo, ¿que clases de
criterios se puede emplear para diferenciar la difusión de la invención inde-
pendiente? Cien años atrás, uno de los fundadores de la ciencia de antropo-
logía, Edward B. Tylor, dedicó considerable esfuerzo a este problema. Como
parte de su evaluación del significado de las similitudes entre el juego azte-
ca del patolli y el juego asiático del pachisi, él escribió:

Yo he encontrado útil de todos modos como un medio de esclarecer las ideas,


tratar de conseguir una regla definitiva analizando tales fenómenos en térmi-
nos de elementos constitutivos que muestran tan pequeña conexión de uno con
el otro que podrían ser razonablemente tratados como independientes. Mien-
tras más numerosos son tales elementos, más improbable la recurrencia de su
combinación. En el caso de un lenguaje, una recurrencia podría ser tratada co-
mo imposible. Si la invención del fusil la dividieramos entre el tubo de soplar,
el uso del metal, el explosivo, el cierre, la percusión, etc. y se clasificara como un
invento de décimo orden, y el invento del ajedrez con sus seis clases de piezas
con diferentes movimientos indicado como de quizas de sexto orden, estas figu-
ras podrían corresponder a una inmensa improbabilidad de recurrencia. Así,
un juego como el pachisi, que combina la invención de adivinación por lote,
sus aplicaciones a las apuestas aventuradas, la combinación de varios lotes con
una apreciación de la ley de probabilidades, la transferencia de los resultados a
un tablero de anotaciones, las reglas del mover y tomar, la colocarían en quizas
un sexto orden, la recurrencia del cual podría ser menor que la del ajedrez pe-
ro de acuerdo con la experiencia común todavía muy lejana de cualquier pro-
babilidad con la cual los hombres razonables pudieran contar (1896:66; 1879).

Más recientemente, comparaciones similarmente detalladas han si-


do hechas entre ocurrencias asiáticas y americanas de la tela de corteza
(Tolstoy 1963, 1966; Ling 1961, 1962), dioses de la lluvia y rituales asociados
(Lou 1957), secuencias calendáricas (Kelly 1960) y balsas con vela (Ling
1956; Doran 1971). Todos estos investigadores han concluido que las dupli-
caciones son tan numerosas y específicas que implican contactos asiáticos
con la costa occidental americana durante el período precolombino.
Donde las secuencias arqueológicas y los complejos culturales están
suficientemente bien definidos, esta evidencia podría permitir una diferen-
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 261

ciación entre la difusión y la invención independiente o convergencia evo-


lutiva. En teoría, un rasgo o complejo adquirido por difusión debería tener
las siguientes características:

1. Debería aparecer completamente desarrollado en el área receptora y,


en el caso de un complejo, la mayor parte de los elementos constitu-
tivos debieran estar ausentes en el registro arqueológico local, aun-
que podría esperarse la incorporación de algunos elementos indíge-
nas.
2. Su evolución debería ser trazable en el registro arqueológico del área
donante; si se trata de un complejo más de un solo rasgo, no obstan-
te, la evidencia podría ser insuficiente para demostrar que todos los
componentes son más recientes en el área receptora.
3. Su extinción en el área donante debiera ser posterior a su aparición
en el área receptora si parece probable una transferencia directa; si la
diseminación fuera lenta, no obstante, el rasgo o complejo podría ha-
ber desaparecido en su lugar de origen antes de alcanzar su máxima
distribución.
4. No debería tener limitaciones evolutivas, medioambientales o fun-
cionales que favorezcan un origen independiente. Estas calificacio-
nes se aplican a ciertos aspectos de organización social que están co-
rrelacionados con el tamaño y la concentración de población y a ras-
gos materiales tales como el tipo de casa, que podría ser influido por
el clima y las materias primas locales. Las herramientas podrían ser
desarrolladas independientemente si su eficiencia se correlaciona
con su forma.

Mientras que estos criterios son fáciles de especificar, son a menudo


difíciles de aplicar a situaciones concretas por muchas razones. Lo poco
completo del registro arqueológico ya ha sido mencionado, y los desacuer-
dos sobre la interpretación de los datos existentes añaden otra dimensión de
incerteza. El fechado es crítico, pero raramente puede ser establecido con
precisión en ausencia de un calendario escrito. Aunque las determinaciones
de carbono-14 son frecuentemente tratadas por los arqueólogos como fe-
chas absolutas, son solo aproximaciones que se pueden desviar en siglos de
la verdadera edad de los restos culturales con los cuales están asociados. La
262 / Betty J. Meggers

evaluación de las evidencias de contactos transpacíficos está impedida aún


más por barreras a la comunicación entre los arqueólogos de Asia y Améri-
ca, quienes tienen generalmente diferentes clases de entrenamientos, publi-
can en lenguas mutuamente ininteligibles y raramente tienen un conoci-
miento más que superficial del área del otro. Es importante tener en mente
estos obstáculos, no solo porque influyen la interpretación de las similitudes
entre las culturas prehistóricas del Nuevo y el Viejo Mundo, pero también
porque ellas ayudan a definir las áreas donde la investigación es más urgen-
te.

Implicaciones Teóricas de las Similitudes Shang-Olmeca

Si los criterios para distinguir la difusión de la invención indepen-


diente son aplicados a las semejanzas entre las civilizaciones shang y olme-
ca, es difícil evitar la conclusión de que la comunicación transpacífica tuvo
lugar. La mayoría de las características diagnósticas olmecas son configura-
ciones complejas con muchos componentes arbitrarios. No tienen antece-
dentes en Mesoamérica, son más tempranas por varios siglos en China, se
sobreponen en edad en las dos áreas y no están sujetas a limitaciones am-
bientales, evolutivas o funcionales que podrían predisponerlas a duplica-
ción independiente. Aunque algunos de los rasgos olmecas, tales como el
uso de bastones como emblemas de rango, han sido interpretados de otra
manera, un significado como el documentado por la sociedad shang ha si-
do sugerido por uno o más expertos mesoamericanos. En el caso de una ad-
quisición de largo alcance de materias primas, está involucrada mercancía
diferente pero el concepto es el mismo: el transporte de una gran variedad
de artículos raros o de lujo, no accesibles localmente, a un centro prestigio-
so para el uso en contextos rituales o por una elite. Aún en la escritura, don-
de la diversidad de expresión exhibida en partes relacionadas del Oriente
Cercano indica que poca similitud debiera ser esperada, unos pocos carac-
teres olmecas asemejan símbolos shang. Ambas religiones ponen en relieve
el felino y un animal dragónico y dan énfasis especial a las montañas; en ico-
nografía, la omisión frecuente de la mandíbula inferior en las representacio-
nes del felino no puede ser atribuida a un prototipo natural.
El hecho de las continuidades con el pasado sobrepasan a los nuevos
rasgos ha llevado a la mayoría de los especialistas sobre China y Mesoamé-
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 263

rica a apoyar la aparición independiente de la civilización (Cheng 1960:239-


249; Wheatley 1971; Coe 1968). Mientras el marco de referencia está confina-
do a un continente, esta interpretación parece convincente. Cuando el hori-
zonte es ampliado, no obstante, la existencia de configuraciones similares
en Asia y Mesoamérica se vuelve aparente y la posibilidad de que la civiliza-
ción olmeca sea una consecuencia de influencia transpacífica debe ser con-
siderada. Una conclusión positiva tiene implicaciones que van mucho más
allá del hecho de que si la comunicación tuvo lugar o no. Muchos especia-
listas aceptan ya la interrelación de todas las civilizaciones en el Nuevo
Mundo. Si la difusión también estimuló su aparición en América, todas las
instancias debieron ser trazadas a un solo origen.
Si la civilización es un fenómeno unitario, dos proposiciones siguen:
(1) los esfuerzos de transplantarlo se encontrarán con éxito diferente depen-
diendo de las características del nuevo ambiente, del nivel de desarrollo de
la cultura indígena, de la manera en que los rasgos son introducidos (con-
tacto casual, invasión, colonización, etc.) y otras variables locales y (2) las
áreas susceptibles de soportar civilización podrían no cumplir con su po-
tencial a causa del aislamiento de las fuentes apropiadas de difusión. Aún
una consideración superficial del desarrollo cultural del mundo trae a la
mente ejemplos de ambas clases. La historia de la exploración y la coloniza-
ción europea en Asia, Africa y América provee numerosos ejemplos de la im-
posición de un nivel más alto de organización sociopolítica, religiosa y eco-
nómica sobre poblaciones aldeanas agrícolas. Muchos elementos fallaron
en ser transplantados; otros no tomaron raíces o fueron aceptados solo des-
pués de modificarlos. Concurrentemente, patrones tradicionales de con-
ducta en ambas, la cultura donante y la receptora, fueron acomodados a los
requerimientos de la nueva situación y una diferente clase de configuración
emergió. Sin documentación escrita de que el contacto transoceánico ha
ocurrido y sin mantenimiento de comunicación entre las áreas donantes y
las receptoras para ayudar a minimizar la asimilación de la minoría invaso-
ra, podría ser imposible decidir en muchos de los casos si la consecuencia
fue el resultado de desarrollo independiente o estimulación exterior.
La aceptación de esta hipótesis explicaría también dos aspectos inte-
resantes de los registros arqueológicos mesoamericanos: (1) la transforma-
ción abrupta y drástica del modo de vida aldeano, caracterizada por algunos
especialistas como un “salto cuántico” y (2) la emergencia de un control
264 / Betty J. Meggers

centralizado y una estratificación social en el contexto de un patrón de asen-


tamiento disperso, donde el parentesco normalmente sirve como un medio
de integración satisfactorio. Esto también eliminaría la necesidad de buscar
causas especiales y permitiría incorporar la civilización olmeca (y otras “ci-
vilizaciones pristinas”) dentro de un modelo evolutivo general, reconocién-
dolas como brotes de un área previamente civilizada.
Si explicar el origen de la civilización fuera un problema simple, ha-
bría sido resuelto hace mucho tiempo. Parte de la dificultad radica en la de-
sigualdad y lo poco completo de la evidencia arqueológica, pero los hechos
asumen significado solamente cuando son colocados en un contexto teóri-
co. La discusión precedente ha tratado de mostrar que los mismos datos
pueden ser usados para “probar” desarrollo independiente o difusión, de-
pendiendo de la posición teórica del observador. El espacio no nos ha per-
mitido revisar toda la información accesible sobre la emergencia y el conte-
nido de las civilizaciones shang y olmeca, pero los rasgos descritos son sufi-
cientes para enfocar la atención en el punto primario que yo quiero sacar a
la luz, que es que nuestra búsqueda de los orígenes podría ser impedida por
tendencias no reconocidas en nuestras premisas. No podemos asumir que
la civilización tuvo dos o más orígenes independientes; debemos descubrir
si este es o no el caso. Solamente entonces será creada un fundamento con-
fiable para entender por qué y cómo estas configuraciones aparecieron,
cuándo y donde ellas lo hicieron.
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 265

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Capítulo 12

EVIDENCIA ARQUEOLÓGICA DE
CONTACTOS DESDE ASIA

La emoción del descubrimiento es uno de los condimentos de la vi-


da, particularmente si uno tropieza con algo que los expertos no parecen
haber percibido. Como los criterios para juzgar la validez de las semejanzas
transpacíficas son rara vez conocidos fuera de los círculos científicos, enton-
ces un entusiasta común es a menudo confundido, frustrado o indignado
por el fracaso del “establishment” para dar cuenta de su observación “revo-
lucionaria”. Este tipo de impase estimuló a Thor Heyerdahl para emprender
la expedición Kon-Tiki, la cual dramatizó tan espectacularmente su hipóte-
sis de la factibilidad de contactos transpacíficos que los antropólogos ya no
pudieron ignorarla. Algunos que se fijaron en el asunto para probar su false-
dad, se encontraron vencidos. Otros han continuado negando inexorable-
mente la existencia de evidencia alguna de influencia externa en el desarro-
llo cultural del Nuevo Mundo. Una razón para la prolongación de esta con-
troversia es el desacuerdo sobre lo que se puede esperar como evidencia.
Para dar un ejemplo, una demostración de que tipos de objetos simi-
lares fueron usados en ambos lados del Pacífico no es suficiente fundamen-
to para concluir que la comunicación tuvo lugar. La transmisión de un obje-
to de un grupo a otro es solamente una de las tres explicaciones principales.
Las otras dos son la invención independiente y la convergencia desde oríge-
nes distintos. Las tres alternativas son igualmente probables y la explicación
correcta tiene que ser buscada en cada caso. A menudo la evidencia no es
definitiva, sea porque el registro arqueológico es pobre o porque el rasgo no
se conserva arqueológicamente. Por otra parte, los rasgos introducidos pue-
den no ser reconocidos porque fueron modificados por la cultura receptora
a tal grado que las semejanzas han sido generalizadas u ocultadas. Los opo-
nentes del contacto transpacífico han especificado varias condiciones que
272 / Betty J. Meggers

deben ser satisfechas, antes de que las similitudes entre rasgos culturales de
lados opuestos del oceáno puedan ser atribuidos al contacto. Una revisión
de éstos nos expondría a algunas de las complicaciones que se involucran
en la evaluación de la evidencia.
Primero, los rasgos comparados deben ser contemporáneos. A menu-
do esto es difícil de determinar con precisión, o porque las secuencias ar-
queológicas están incompletas o porque el objeto ha sido sacado de su con-
texto y por lo tanto no puede ser fechado con precisión. Muchas compara-
ciones son invalidadas por este criterio, ya que los elementos son siglos o
milenios más viejos en Asia que en América, y desaparecieron en la primera
mucho antes de aparecer en la última. El exámen cuidadoso de la evolución
de tales rasgos no contemporáneos generalmente demuestra que la inven-
ción independiente o la convergencia es la explicación probable, particular-
mente cuando se trata de elementos funcionales.
Segundo, una revisión de la historia del rasgo debería revelar un lar-
go período de evolución en la región donante y una súbita aparición en ple-
no desarrollo en la región receptora. Desafortunadamente, ésta situación
también puede ser imposible de demostrarse, o porque los objetos compa-
rados carecen de documentación suficiente, o porque una o ambas áreas
son demasiado mal conocidas para proveer la información arqueológica re-
querida. El fracaso en cumplir éste criterio es uno de los motivos más comu-
nes para el rechazo de similitudes impresionantes.
Tercero, se podría esperar una distribución geográfica más amplia en
el área donante, ya que los rasgos tienden a difundirse desde el lugar de ori-
gen a regiones vecinas con el paso del tiempo. De hecho, esta correlación
entre la edad y el área es un método para juzgar la antiguedad relativa de
rasgos culturales. De ésta manera, se podría esperar que un rasgo introduci-
do tenga una distribución geográfica mucho menor en el área receptora que
en el área donante. En todo caso, si la introducción fue antigua, de manera
que el rasgo tuvo un largo tiempo para expandirse, o si fue popular y se di-
seminó rápidamente, las áreas de distribución en ambos lados del océano
podrían no diferir en tamaño de manera significativa.
Cuarto, el argumento para una introducción es reforzado si el carác-
ter del rasgo no está determinado por su función. La eficiencia de un hacha,
por ejemplo, está relacionada con la materia prima, forma, peso, contorno
de la hoja, etc. Se incrementa su efectividad si tiene mango y hay pocas ma-
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 273

neras prácticas de realizar ésto. Consecuentemente, la convergencia repeti-


da hacia tamaños, proporciones y materiales similares puede ocurrir en for-
ma independiente. La invención reiterada y la convergencia pueden resultar
también de las semejanzas en el medioambiente, ya sea en la forma de ma-
teria prima, recursos de subsistencia o extremos climáticos, los cuales favo-
recen la fabricación de objetos con funciones similares. Por otro lado, la
convergencia debe ser demostrada como la explicación más probable. La
posibilidad teórica de que ocurrió no es base suficiente para rechazar otras
alternativas.
Quinto, la improbabilidad de invención independiente se incremen-
ta si está involucrado un complejo en lugar de un solo rasgo. Un complejo
puede consistir de varios elementos diferentes que ocurren juntos o que se
combinan para producir un resultado distinto, tal como un estilo cerámico
o un juego complicado. Aunque los componentes individuales pueden pa-
recer sencillos y fácilmente reinventados, las posibilidades de haber sido
combinados independientemente en la misma manera son infinitésimas.
Sexto, un factor extremadamente importante pero raramente men-
cionado es la naturaleza del rasgo. No todas las semejanzas son igualmente
significativas, aún si satisfacen los criterios específicados. Aspectos estruc-
turales socio-políticos y religiosos no pueden ser introducidos desde afuera,
sino que solamente pueden evolucionar. La estratificación social, por ejem-
plo, no se desarrolla hasta que cierto nivel de concentración de población ha
sido alcanzado y esto en su turno depende de la productividad de los recur-
sos de subsistencia. Sin una elite, no pueden existir algunas elaboraciones
religiosas. Sin la división ocupacional del trabajo y la oportunidad de hacer-
se hábil en la ejecución de una destreza, ciertas ideas y técnicas complica-
das no pueden ser adoptadas, aún si se conoce su existencia. De la misma
manera, la presencia de monarcas divinos, clases sociales, organización de
clanes, tratamiento diferenciado de los muertos, ejércitos permanentes y
otras características semejantes no son indicios de contacto cultural.
Teóricamente, un antropólogo profesional quien acepta o rechaza un
rasgo o complejo como evidencia de contacto transpacífico basa su decisión
en todas las consideraciones esbozadas. En realidad, raramente se hace una
evaluación cuidadosa. Muchas veces, el registro arqueológico en ambos la-
dos del océano Pacífico impide la satisfacción de varios de los criterios, de
manera que el caso puede ser rechazado por “no probado”. A menudo tam-
274 / Betty J. Meggers

bién, los criterios son aplicados tan rígidamente que el registro arqueológi-
co simplemente no puede proveer los detalles requeridos. No obstante, un
creciente número de complejos no pueden ser explicados excepto como el
resultado del contacto y varios antropólogos están convencidos, no sólo de
que el contacto transpacífico tuvo lugar, sino de que ocurrió repetidamente
e independientemente en diferentes momentos en distintas partes de la
costa occidental de las Américas. Se debería enfatizar que estos contactos
no contribuyeron significativamente a la población del Nuevo Mundo,
puesto que los inmigrantes fueron pocos y su composición genética hubie-
ra sido dispersada por la interprocreación con los habitantes locales, quie-
nes eran descendientes de inmigrantes muy anteriores que llegaron por vía
del Estrecho de Bering. Sin embargo, parece cada vez más probable que las
introducciones transpacíficas aportaron elementos importantes al desarro-
llo cultural americano.
Los rasgos y complejos que han sido citados como evidencia de con-
tacto transpacífico incluyen la manufactura de tela de corteza, el juego de
patolli, el uso de una litera para transportar personas de alto rango, vasijas
cerámicas cilíndricas con tres patas rectanguloides y una tapa cónica, el
proceso de cera perdida y otras técnicas metalúrgicas, el concepto del cero,
las asociaciones entre animales y días de la semana, prácticas rituales, re-
presentaciones simbólicas y una variedad de otros elementos específicos y
a menudo intrincados. Muchos de ellos tienen diferentes distribuciones en
el espacio y en el tiempo, pero algunos tienden a concentrarse en dos áreas
geográficas. Una es la costa del Ecuador; la otra es la zona maya en Guate-
mala y México. La naturaleza de las semejanzas en estas dos áreas es dife-
rente, en gran parte por las diferencias en el nivel de desarrollo cultural
cuando ocurrió la introducción. Una revisión de la evidencia provee una
idea de las clases de rasgos que parecen ser de origen transpacífico y de la
manera en la cual éstos han sido modificados durante la incorporación den-
tro del nuevo contexto.
Uno de los descubrimientos arqueológicos más sobresalientes de la
década del cincuenta fue hecho por un arqueólogo aficionado ecuatoriano,
quien se dió cuenta de la existencia de similitudes entre la cerámica inicial
de la costa del Ecuador (Fig. 2) y la cerámica prehistórica del Japón occiden-
tal (Fig. 1). Su significado no pudo ser evaluado inmediatamente porque la
evidencia carecía de algunos puntos cruciales. Específicamente, no había
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 275

seguridad de que los complejos japoneses y ecuatorianos fueran contempo-


ráneos, o de que antecedentes de desarrollo estuvieran ausentes en el Nue-
vo Mundo, pero presentes en el Japón. Sin embargo, el hecho de que los ras-
gos no estaban vinculados a imperativos funcionales o medioambientales,
que formaban un complejo en ambas áreas y que tuvieron una distribución
más restringida en el área presumiblemente receptora, favoreció la posibili-
dad de una introducción transpacífica. El significado potencial de tal inter-
pretación estimuló esfuerzos por obtener la información faltante. Como re-
sultado, ahora parece probable que la alfarería inicial del Ecuador no fue in-
ventada independientemente, sino que al contrario es una rama de una an-
tigua tradición cerámica japonesa.
Alrededor de 3.000 a.C., las costas pacíficas del Japón y América estu-
vieron ocupadas por pequeños grupos, quienes se sustentaron tanto del
mar como de la tierra. Sus lugares de habitación se caracterizan por la acu-
mulación de conchas desechadas durante décadas o siglos de alimentación
con moluscos marinos. Ellos también pescaron, cazaron y recolectaron
plantas silvestres comestibles. Sus herramientas de piedra, hueso y concha,
aunque sencillas, eran eficaces. Sin embargo, existía una diferencia notable
en la cultura material. En Japón, se usaron vasijas de cerámica para cocinar,
comer y quizá para almacenar, mientras que en el Nuevo Mundo, los reci-
pientes fueron hechos de materiales perecibles como madera, fibra, calaba-
za o piel.
La cerámica ha sido usada en Japón por un largo tiempo. Cuando se
consiguieron las primeras fechas de carbono-14 de los sitios jomon más
tempranos, se las rechazaron por ser demasiado antiguas. Existen ahora fe-
chados suficientes, sin embargo, para permitir una reconstrucción de la
evolución de formas de vasija y técnicas de decoración desde alrededor
10.000 a.C. Las formas iniciales se limitaban a vasijas cónicas profundas, pe-
ro conforme pasaron los siglos, evolucionaron a otras formas y se hicieron
variados tratamientos de los bordes. La alfarería más temprana fue decora-
da con unas pocas técnicas sencillas, tales como el cepillado, el estampado
con concha y el roletado. Poco a poco, se elaboraron tratamientos adiciona-
les, entre ellos el acanalado con dedo, la incisión, la excisión, el punteado, el
aplicado, el estampado en zig-zag y el engobe rojo (Fig. 1). En el comienzo
del Período Jomon Medio, alrededor de 3.000 a.C., existía una amplia gama
276 / Betty J. Meggers

Figura 1. Cerámina decorada de Jomon Medio Temprano: a, Excisa; b, Dos filas de marcas de uñas
paralelas al borde; c, Estampado en zig-zag, filas deprimidas; d, Aplicación continua de estampado
en zig-zag; e-f, Rastreado y punteado con un implemento dentado; g, Incisión con patrón en zigzag;
h, Fila de punteado en el margen inferior de una zona con incisión; i, Incisión en patrón de trama
cruzada; j, Incisión cruzada en el borde, líneas horizontales paralelas en el cuello y zigzag en el
cuerpo; k, Borde con trinca vertical; l, Zonas de punteado limitados por zonas de líneas incisas; m-
n, Canales hechos con presión de dedo con incisiones en los camellones intermedios; o-q, Raspado
con concha produciendo patrones; r, Líneas incisas intercaladas en una superficie pulida; s-u,
Inciso ancho en zonas; v, Borde reforzado externamente.
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 277

Figura 2. Cerámica decorada de la Fase Valdivia del Ecuador. El orden de las técnicas
corresponde a aquel de la Figura 1.
278 / Betty J. Meggers

de formas de vasija y de técnicas y motivos de decoración a lo largo de las is-


las japonesas.
Alrededor del 3.500 a.C. (la fecha de carbono-14 más temprana cono-
cida para el comienzo de Valdivia es 3.670 ± 256 a.C.), los recolectores de ma-
riscos que vivían en la costa del Ecuador comenzaron súbitamente a hacer
alfarería. A pesar de su fecha temprana, la cerámica Valdivia inicial tiene va-
rias características notables. Primero, las vasijas son simétricas, bien pulidas
y decoradas usando una amplia variedad de técnicas—- una manifestación
lejana de los productos toscos que se debe esperar de alfareros incipientes.
Segundo, la mayoría de las técnicas decorativas y formas de vasija de los ni-
veles más tempranos de Valdivia son idénticas a aquellas de los sitios con-
temporáneos del Jomon Medio Temprano de Kyushu, Japón (Fig. 2). Ocu-
rren duplicaciones en el acabado de la superficie, en las técnicas, los moti-
vos y combinaciones de motivos de decoración y en las variaciones en el tra-
tamiento del borde, al extremo que es imposible distinguir los fragmentos
originados en sitios de Japón de aquellos obtenidos en Ecuador sin referen-
cia a los números del catálogo.
Las ilustraciones muestran los tipos de similitudes involucradas. De-
talles de especial interés incluyen: elementos excisos en forma de I sobre
una superficie pulida; marcas de uñas en filas paralelas horizontales; estam-
pado en zig-zag, ya sea en una ejecución excepcional formando filas parale-
las rebajadas independientes o en un patrón global; manipulación de un
implemento multidentado en una secuencia de rastreado y punteado pro-
duciendo surcos estrechos contiguos de textura variada; incisión descuida-
da hecha con una herramienta puntiaguda en patrones zig-zag o cruzado;
uso de una fila de punteados para delimitar el margen inferior de una zona
incisa; ubicación igual de los mismos motivos incisos (líneas cruzadas en el
borde exterior, líneas horizontales en el cuello y zig-zag en el cuerpo); ador-
no del borde exterior con cortes verticales paralelos; zonas con punteados
delimitadas por zonas con incisiones paralelas; canales hechos con el dedo,
con tajos o punteados en la superficie intervenida; líneas raspadas hechas
en la superficie exterior con un implemento multidentado; líneas incisas an-
chas intercaladas en una superficie pulida; incisiones anchas y paralelas en
zonas, y bordes con un exterior ensanchado por adición de un rollo de arci-
lla. (Paralelos adicionales son descritos e ilustrados en Meggers, Evans y Es-
trada 1965: Pls. 160-186, Figs. 99-102).
Figura 3. El Océano Pacífico septentrional, indicando las corrientes más fuertes (flechas no remarcadas) y la Gran Ruta Cir-
cular (flechas remarcadas), la cual es la distancia más corta para viajes transpacíficos. Las letras designan los siguientes
complejos arqueológicos: J=Jomon, Japón; O=Olmeca, México; B=Bahía y V=Valdivia, Ecuador.
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 279
280 / Betty J. Meggers

A pesar del número extraordinario de semejanzas y aún de identida-


des, entre los complejos cerámicos de Valdivia Temprano y Jomon Medio
Temprano, muchos arqueólogos rehusan aceptar la conclusión de que un
contacto transpacífico sea responsable de las mismas. Se plantean dos obje-
ciones principales. Una es que los rasgos implicados son todos “sencillos” y
consecuentemente susceptibles de invención independiente. Se asevera
que una persona que desee decorar una superficie plástica como la arcilla,
experimentará con palillos, dedos y otras herramientas universalmente dis-
ponibles para hacer líneas o filas de marcas. Aunque teóricamente razona-
ble, esta objeción no se sostiene en la realidad. Una de las razones por la que
la alfarería es un indicador útil de las diferencias temporales y culturales es
que se puede variar infinitamente. Las duplicaciones múltiples que caracte-
rizan las cerámicas Jomon y Valdivia no se puede desarrollar sin comunica-
ción. De hecho, cuando ocurren dentro del mismo continente, se las cita
usualmente como evidencia de una relación cultural, no importa la distan-
cia de la separación. Estando las culturas Valdivia y Jomon en el mismo lado
del océano, nadie discutiría que la una derivó de la otra.
La segunda objeción frecuente es que el océano es una barrera dema-
siado fuerte para haber sido cruzada por grupos primitivos. Es significativo
que este argumento nunca se origina en personas que han visitado las islas
del Pacífico o quienes son marineros aficionados, porque solamente la gen-
te de vida terrestre consideran al agua un obstáculo antes que una conve-
niencia. Los pueblos jomon de la costa del Japón deben haberse sentido
igualmente en casa, tanto en el agua como en la tierra, puesto que mucha de
su comida provenía del mar. Como los Micronesios actuales, ciertamente
eran capaces de mantenerse por períodos considerables sin regresar a la tie-
rra. La autosuficiencia crucial para la supervivencia en un nivel primitivo de
cultura, declina con el desarrollo de la civilización. Pocos de nosotros, lan-
zados a la aventura sin comida y agua, podrían sobrevivir más que unos po-
cos días. Sin embargo, hace 5.000 años, las posibilidades eran mucho mejo-
res para los habitantes costeños del Japón y Ecuador. Claro que el viaje de-
bió haber sido largo y lleno de azares, y es probable que muchas embarca-
ciones se perdieron por cada una que alcanzó el Nuevo Mundo (Fig. 3). En
todo caso, la existencia de cerámica semejante a la de Jomon en la costa del
Ecuador indica que alguien no solamente sobrevivió, sino que fue bienveni-
do dentro de la comunidad.
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 281

Es interesante que hay evidencia de un segundo contacto unos 2.500


años más tarde en la misma parte de la costa ecuatoriana. Para este tiempo,
la población estaba viviendo en aldeas mayores y subsistiendo primaria-
mente de la agricultura. La estratificación social había empezado a desarro-
llarse, la especialización ocupacional probablemente existía en pequeña es-
cala y la necesidad de asegurar una buena cosecha se refleja en la intensifi-
cación de prácticas religiosas. Durante este período de desarrollo, una cul-
tura debería ser más receptiva a ciertos tipos de influencia externa que en
una etapa anterior o posterior. En este contexto, es intrigante la incorpora-
ción dentro de la cultura Bahía de varios tipos de objetos previamente des-
conocidos en el Nuevo Mundo, pero ampliamente distribuídos en el Sudes-
te de Asia y en Indonesia. Más llamativos son los pequeños descansanucas
(Fig. 4), las flautas de Pan graduadas desde ambos extremos hacia el centro
(Fig. 5), los modelos de casas con techos en silla de montar, columnas y
otros elementos no americanos (Figs. 6-7) y figurillas sentadas con las pier-
nas cruzadas de manera que el pie derecho descansa en la rodilla izquierda
(Fig. 8). Los paralelos en detalles son numerosos. Por ejemplo, los descansa-
nucas en ambos continentes consisten en dos o tres columnas delgadas o

Figura 4. Descansanucas de cerámica de la cultura Bahía, Manabí, Ecuador (izquierda) y de made-


ra de Nueva Guinea (derecha). La introducción de este artefacto en el Nuevo Mundo, donde era
desconocido, implica un contacto con el Sudeste de Asia, donde está ampliamente distribuido.
282 / Betty J. Meggers

Figura 5. Figurillas de cerámica de la cultura Bahía, Manabí (izquierda) y de Esme-


raldas, Ecuador, tocando flautas de Pan del tipo asiático, graduadas desde los lados
hacia el centro.

Figura 6. Modelos de casas de cerámica de la Tolita, Ecuador: Izquierda, con caballete en silla
montar y construcción de doble techo; derecha con ornamentación elaborada del techo
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 283

dos figuras humanas uniendo una base plana con una cara superior concá-
va. La misma distorsión anatómica, en la cual los hombros están desplaza-
dos hacia arriba a los lados de la cabeza, existe en las dos regiones (Fig. 4).

Figura 7. El Santuario Ise , Uji Yamada, que representa la típica arquitectura ja-
ponesa del Período Arcaico. Las columnas y tirantes que yacen horizontalmente
a través del caballete son duplicados en el modelo de una casa en alfarería de la
cultura Bahía del Ecuador.
284 / Betty J. Meggers

Esta evidencia de contacto difiere del caso Jomon-Valdivia en varios


aspectos. Mientras una nueva tecnología fue introducida en Valdivia, así co-
mo rasgos estilísticos específicos, la mayoría de las innovaciones en el com-
plejo Bahía implican clases de objetos ya existentes en el Nuevo Mundo. Las
figurillas de cerámica tienen antecedentes en Valdivia, modelos de casas
han sido hallados en Perú y México, flautas de Pan son antiguas y difundi-
das; solamente los descansanucas parecen ser algo nuevo. La influencia
asiática se expresa en detalles de estilo y modificaciones en la estructura o la
forma.
Las flautas de Pan típicas del Nuevo Mundo están graduadas de un la-
do al otro excepto en la costa del Ecuador y aún aquí el tipo de doble gradua-
ción existe sólo durante unos pocos siglos. Las figurillas son abundantes en
Mesoamérica, pero raramente muestran la posición asiática de las piernas y
cuando lo hacen el contexto sugiere una influencia del Ecuador. Los mode-
los de casa en cualquier otra parte del Nuevo Mundo siempre tienen un ca-
ballete recto y otras características de la arquitectura local; no ocurren el ca-
ballete en silla de montar, la decoración en el vértice del tejado de dos aguas,
los ornamentos en el techo, las columnas, el techo doble y otras caracterís-
ticas de las casas ecuatorianas. Puesto que todos estos elementos tienden a
existir en contextos rituales en Asia, parece probable que ellos reflejen con-
ceptos y prácticas religiosas intangibles, introducidos a los ecuatorianos
prehistóricos desde algún lugar del Sureste de Asia.
Si estos dos casos, los cuales satisfacen la mayoría de los criterios pa-
ra evaluar el significado de las semejanzas culturales, no han recibido acep-
tación universal -y no lo han hecho- entonces no es sorprendente que ocu-
rrencias en donde la evidencia es más ambigua, son a menudo descartadas
como indignas de consideración seria. Esta es la actitud hacia la mayoría de
los paralelos observados entre Mesoamérica y Asia, comenzando con la cul-
tura olmeca alrededor de 1.800 a.C. y continuando a través de la civilización
maya después del comienzo de la Era Cristiana. Aunque ocurren numerosas
duplicaciones específicas en el calendario, mitología, arte, arquitectura y ce-
rámica, la influencia asiática ha sido rechazada por motivos de que la fun-
ción es diferente, que probablemente existieron antecedentes perecibles,
que los elementos no forman un complejo en ninguno de los lados del océa-
no, que la contemporaneidad no ha sido demostrada y fracasando todas es-
tas excusas, que es un insulto a la inteligencia de los indios americanos al
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 285

Figura 8. Una figura sentada de un Buda de Campa (Annam), que data del décimo si-
glo d.C. (izquierda). Las posiciones de las piernas y brazos, los pesados adornos de las
orejas y la gorra con pico se parecen a las figurillas de Bahía, como la ilustrada a la de-
recha, la cual está sentada en la posición utilizada en Asia para la meditación religio-
sa. El pendiente en forma de una dentadura, los amplios brazaletes, los grandes aretes
y la gorra con pico son características de este tipo de figurilla ecuatoriana.

sugerir que ellos no habían inventado todas estas cosas por sí mismos. La
naturaleza no científica de estos tipos de objeciones se hace evidente si to-
mamos en cuenta los problemas que rodean a cualquier intento de identifi-
car el origen de los componentes de cualquier civilización altamente desa-
rrollada.
Una manera de alcanzar una perspectiva es examinar situaciones
donde sabemos que el desarrollo cultural fue fuertemente y repetidamente
influenciado desde el exterior. ¿Cómo interpretaríamos el desarrollo de la ci-
vilización en Francia, por ejemplo, si París estuviera en ruinas, no existieran
registros escritos y tuviesemos que confiar solamente en los restos arqueo-
lógicos? ¿Podríamos reconocer los detalles arquitectónicos como resultado
de la influencia Griega o Romana o los consideraríamos como invenciones
independientes? Aún una consideración superficial hace evidente que la in-
286 / Betty J. Meggers

corporación de nuevos elementos dentro de una cultura floreciente implica


la amalgamación, redefinición, modificación y distorsión, que alteraron las
formas originales y obscurecen su origen extranjero. Está claro también que
la introducción vino paulatinamente durante siglos desde fuentes diferen-
tes, de manera que no es posible identificar un solo lugar de origen, ni aislar
complejos de elementos similares, tanto en el área donante como en la re-
ceptora. Aunque la historia nos muestra que contactos de varios tipos, in-
cluyendo el comercio, la colonización, la guerra, la dominación política y la
actividad misionera, tuvieron lugar durante varios milenios, rara vez nos de-
tenemos a considerar lo difícil que sería reconocer su impacto si la eviden-
cia consistiera mayormente en objetos de piedra, cerámica y metal.
Otro ejemplo de la manera en la cual el contacto cultural se manifies-
ta en una cultura alta se provee comparando las culturas modernas de Espa-
ña y México. Sabemos que México fue colonizado primeramente por Espa-
ña y que la cultura española fue sobrepuesta a la cultura indígena. Sin em-
bargo, el resultado no es una reproducción fiel del arte y la arquitectura es-
pañola, sino algo que podría ser considerado como un desarrollo indepen-
diente si la atención fuera dirigida a las diferencias antes que a las semejan-
zas y si el océano fuera concebido como un obstáculo impasable.
Los elementos asiáticos en la cultura maya deben ser evaluados en
este tipo de contexto. La distintiva civilización maya cristalizó alrededor de
200 d.C., desde antecedentes mesoamericanos generalizados. Durante el
período Formativo, el cual se extendió desde aproximadamente 2.000 a.C.
hasta el comienzo de la Era Cristiana, aparecieron varios elementos con
contrapartes asiáticos. Muchos existían en el arte olmeca anterior, incluyen-
do al tigre o jaguar como motivo religioso, figuras atlántidas (Fig. 9), perso-
nas sentadas en nichos bajo la máscara de una cara sin mandíbula y una
predilección por el jade. Afortunadamente, los Olmeca esculpieron en pie-
dra, de forma que una muestra grande de su arte está preservada. Todavía
no hay acuerdo en el origen de ésta extraordinaria cultura temprana, ni in-
terés por resolver el problema, a juzgar por la ausencia de comentarios en
publicaciones generales (Benson 1968; Bernal 1969). Cuando se mira al Asia,
los paralelos están dispersos a lo largo de China, Indonesia e India y las fe-
chas varían desde 2.000 a.C hasta 1.500 d.C. Aunque los datos existentes no
son suficientes para concluir que el contacto antes que la invención inde-
pendiente está implicada, se puede sospechar que la falla está más en la in-
suficiencia de nuestro conocimiento que en la debilidad del caso.
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 287

Durante el Formativo, la influencia olmeca se difundió sobre gran


parte de Mesoamérica con fuerza variada y siempre con alguna modifica-
ción al amalgamarse con distintas tradiciones locales. Este fermento cultu-
ral e interacción regional estimularon el desarrollo de la civilización urbana
en algunas partes del área. Alrededor del comienzo de la Era Cristiana, Teo-
tihuacán fue una metrópoli con alrededor de 100.000 habitantes. Ya se cons-
truyeron la gran Pirámide del Sol, así como también un conjunto impresio-
nante de pirámides menores, plazas y estructuras ceremoniales. Estos edifi-
cios, como aquellos de otras partes del altiplano mejicano, carecen de ador-
nos en el exterior y cuentan con detalles arquitectónicos, como gradas, es-
calinatas y cornisas proyectadas para el embellecimiento.
Hacia el sur, en Guatemala y Yucatán, los centros ceremoniales con-
temporáneos maya lucen bastante diferentes. La predilección olmeca por el
esculpido en piedra ha sido elaborada, no sólo en forma de estelas y de es-
culturas menores, pero también para la decoración de los edificios, donde se
combina con el mosaico. La cara sin mandíbula, las figuras atlántidas (Fig.
9) y el uso del jade permanecen populares, pero están insertos dentro de
tantos otros detalles que no se destacan más.
Entre estos detalles hay muchos con contrapartes asiáticos, especial-
mente en la arquitectura. La subestructura sólida del templo piramidal ma-
ya es una contraparte de la estupa indú y de las pirámides escalonadas de
Cambodia (Figs. 10-11); el arco cestón, que resulta en corredores largos y es-
trechos, tiene paralelo en templos del sudeste asiático (Fig. 12); la forma dis-
tintiva del techo maya, caracterizada por un tope suavemente redondeado y
un alero corto proyectado, es retratado en un templo en Sri Lanka (Fig. 12).
Tanto a las pirámides mayas como a las del sudeste asiático se ascendía por
escaleras empinadas, con pasadizos estrechos y tabiques altos; ambas fue-
ron tapadas con pequeñas estructuras masivas, con suficiente espacio inte-
rior solamente para una imagen y unos pocos sacerdotes oficiantes; en am-
bos casos, la altura del techo fue incrementada más allá de los requerimien-
tos funcionales para alcanzar una apariencia más elegante e impresionante
(Figs. 10-11).
Hay también numerosos paralelos específicos en los detalles de eje-
cución. Una comparación del portal y la fachada del ala oriental del Con-
vento en Chichen Itzá con aquella del templo en Prah-Khan, Cambodia, re-
vela las siguientes similitudes: portal retirado, panel sobre el dintel con una
288 / Betty J. Meggers

Figura 9. La entrada occidental de la Gran Stupa, Sanci, India, erigida durante la par-
te temprana del primer siglo d.C., demuestra figuras atlántidas soportando el dintel
(arriba), similares a aquellas en un altar olmeca de Potrero Nuevo, Mexico.
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 289

Figura 10. Templo I en Tikal, Guatemala. La construcción en filas, gradas empinadas y


el pequeño templo con techo elevado son elementos asiáticos.
290 / Betty J. Meggers

Figura 11. Pirámide con escaleras y con un pequeño templo en la cúspide en Baksei
Chamkrong, Angkor, Cambodia.
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 291

Figura 12. El patio del Palacio en Palenque (arriba) demuestra la típica


construcción del techo de los edificios maya. Similares formas de techos
pueden ser vistos en la ornamentación arquitectónica de la fachada del
Templo Lankatilaka, Polonnaruwa, Sri Lanka, siglo 12 d.C.
292 / Betty J. Meggers

Figura 13. El portal en la fachada oriental del Convento de Monjas en Chichén Itzá
(izquierda), una construcción Maya Clásica Tardía, demuestra notables similitudes
con el Templo en Prah-Khan, Cambodia, el cual fue construido alrededor de 1.000 d.C.

figura rodeada por un “marco” curvado y paredes cubiertas con ornamentos


(Fig. 13). La máscara o cara sin la mandíbula inferior aparece frecuentemen-
te en los edificios maya y también en los templos del sudeste de Asia. En
Asia, es un motivo antiguo, retratado en los bronces de Shang (Fig. 14). En
ambas áreas, una cabeza como de serpiente con las fauces abiertas se en-
cuentra en la base de columnas y a los lados de puertas y balaustradas (Figs.
15-16), a veces con una cabeza humana en la boca. Es interesante que la
criatura de los edificios asiáticos, a menudo tiene una nariz larga. ¿Podría ser
este el origen del “dios de naríz larga” de los Maya?
Las naríces largas inevitablemente llevan a la especulación acerca de
elefantes. Si los elefantes pudieran ser reconocidos en los monumentos ma-
yas, las disputas sobre el contacto transpacífico cesarían de inmediato, ya
que este animal se extinguió en el Nuevo Mundo milenios antes de la confi-
guración de la civilización maya. Los proponentes consecuentemente han
buscado y encontrado elementos que lucen como elefantes; los oponentes
los han descartado ingeniosa y firmemente. Una de las batallas más famo-
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 293

sas se refiere al significado del diseño encima de la cabeza de la Estela B en


Copán, Honduras (Fig. 17). Para Grafton Elliot Smith, quien escribió un libro
sobre el asunto, era obvio que las cabezas de dos elefantes son enseñadas en
perfil, cada uno montado por un Mahout (cuidador y jinete de elefantes);
para los arqueólogos americanos, como Alfred Tozzer y Herbert Spinden, era
igualmente evidente que nada más exótico había sido retratado que papa-
gayos con pico largo. La lógica parecería favorecer a los que apoyan a los ele-
fantes, ya que los picos son desproporcionadamente largos para ser papaga-
yos. También parece extraño que las imágenes de “papagayos” carecen de la
parte inferior del pico y llevan jinetes. Otras criaturas de naríz larga, como el
glifo emblema de Copán, se parecen aún menos a papagayos (Fig. 18).
Un exámen detenido de la figura en la Estela B revela varios paralelos
asiáticos en postura, vestido y adornos. Una comparación con una estatua
de Madjakerta, del estilo Javanés Oriental Tardío (Fig. 19) es impedida por la
superficie recargada de la estela de Copán, pero es evidente que la posición
de las manos, el borde del tocado, los amplios puños y ornamentos de los
brazos superiores, los aretes largos, el collar pesado y el panel central pesa-
damente incrustado alcanzando el suelo son muy similares. Una figura Vish-
nu de Bengal fechada entre el siglo once y el doce d.C., recuerda también las
exuberantes esculturas Mayas. Por otro lado, si uno desea defender orígenes
independientes, se pueden señalar diferencias muy distantes. Además no se
puede negar que estas dos estatuas vienen de lugares ampliamente separa-
dos y son más recientes que la Estela B de Copán.
A pesar de la vasta literatura señalando paralelos entre la cultura ma-
ya y aquélla del sureste de Asia escrita por historiadores de arte, aficiona-
dos,y cada vez más por antropólogos, un especialista en la cultura maya pu-
do afirmar que “debería ser enfatizado categóricamente que...las teorías que
implican contacto transpacífico o transatlántico nunca han sobrevivido un
exámen científico” (Coe 1966: 52). Sin embargo, la evidencia material es tan
fuerte como aquel conectando Indonesia con India o Europa con el Cerca-
no Oriente. En lugar de concluir que las teorías de contacto trans-Pacífico
han fallado en sobrevivir el exámen científico, se podría ponderar el hecho
de que tales teorías han sobrevivido a pesar del exámen no científico y se ha-
cen más en lugar de menos persuasivas con el pasar del tiempo.
294 / Betty J. Meggers

Figura 14. Las máscaras sin mandíbula que adornan la fachada del Convento de las
Monjas, Chichén Itzá (derecha), guardan una semejanza notable a las dos caras sin
mandíbula que decoran una vasija de bronce de la Dinastía Shang de An-yang, siglo 11
a 12 a.C. (izquierda).

Figura 15. ¿Podrían las tres representaciones del Dios de Nariz Larga superpuestas que
adornan la esquina de la Plataforma de Venus en Chichén Itzá (izquierda) ser deriva-
da de elementos asiáticos, tales como las pilastras terminadas en una criatura de na-
riz alargada similar de Chandi Sari, Java, noveno siglo d.C.? El nicho está coronado por
una cara sin mandíbula.
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 295

Los oponentes a los contactos transpacíficos a menudo terminaron


declarando magnánimamente que “podríamos aceptar a todas ellas sin
afectar la integridad de la civilización Nuclear Americana en un sentido es-
trictamente desarrollista” (Phillips 1966: 314). La validéz de ésta afirmación,
sin embargo, es discutible porque no tenemos un ejemplo inequívoco de
una civilización que se desarrolló en aislamiento completo. Todos los cen-
tros dentro de cada hemisferio estuvieron en comunicación y no hay mane-
ra de demostrar que alguno hubiera alcanzado el mismo nivel de desarrollo
sin ésta interfertilización. Tampoco hay forma de comprobar que ésto no
podría haber pasado, en el estado actual de conocimientos. Nosotros sim-
plemente no sabemos cuáles son los factores decisivos en el desarrollo de la
civilización y es bastante posible que elementos que nos parecen insignifi-
cantes jueguen un papel fundamental.

Figura 16. Una columna basada en una serpiente enmarca El Castillo en


Chichén Itzá.
296 / Betty J. Meggers

Figura 17. Estela B de Copán, erigida durante el octavo siglo d.C. y un dibujo del to-
cado enseñando elementos que han sido interpretados como elefantes con mahouts
(jinetes y cuidadores de elefantes) o como papagayos estilizados.
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 297

Figura 18. El glifo emblema de la ciudad Maya de Co-


pán, retratando un criatura con una nariz semejante a
una trompa de elefante.

La naturaleza reñida del debate sobre influencias transpacíficas en el


desarrollo cultural del Nuevo Mundo puede reflejar una comprensión sub-
consciente de que está en juego algo más que la capacidad inventiva del In-
dio Americano. Si las civilizaciones del Nuevo Mundo participaron de la es-
fera de difusión del Viejo Mundo, entonces la civilización se ha desarrollada
una sola vez en este planeta. Tal conclusión nos obligaría a reconocer que la
cultura no es una creación libre del intelecto humano, sino un producto úni-
co de la complicada interacción a lo largo de muchos milenios entre las ne-
cesidades humanas y los recursos medioambientales. Si se la destruye, no es
seguro su resurgimiento, mucho menos en una manera similar. Tampoco
hay fundamento para suponer que existe algo comparable en otra parte del
universo. Aunque mucha gente no puede aceptar ésta posibilidad, aceptar-
la no sería reconocer la derrota de la humanidad, sino una señal de una ma-
durez demasiado demorada. La abertura de una vía para una evaluación ra-
cional y realista de la relación entre la humanidad y la naturaleza ofrece la
única esperanza de la supervivencia de ambos.
298 / Betty J. Meggers

Figura 19. Una estatua de Madjakerta, estilo Javanés Oriental Tardío (izquierda) y una
estatua de Vishnu Trivikrama, Bengal, siglo 11 a 12 d.C. (derecha) recuerdan las escul-
turas Mayas en la ejecución de la ornamentación general y en detalles del vestido y de
los adornos.
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 299

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