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TOMO I
EVOLUCIÓN Y DIFUSIÓN
CULTURAL
Enfoques Teóricos para la Investigación
Arqueológica
TOMO I
EVOLUCIÓN Y DIFUSIÓN
CULTURAL
Betty J. Meggers
Biblioteca Abya-Yala
Nº 57
EDICIONES
ABYA-YALA
1998
Evolución y Difusión Cultural
Enfoques Teóricos para la Investigación Arqueológica
Betty J. Meggers
Tomo I
Impresión: Docutech
Quito-Ecuador
ISBN: 9978-04-323-3
Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
I. Evolución
II. Difusión
“Contacts from Asia.” The Quest for America, Geoffrey Ashe and
Others, pp. 239-259. London, Pall Mall Press. 1971.
PREFACIO
Washington DC
5 de diciembre 1997
INTRODUCCIÓN
dad de las culturas del viejo mundo” (Bruhns 1994:360); al insinuar que “los
indígenas americanos eran salvajes atrazados, incapaces de crear una cultu-
ra sofisticada sin la ayuda benévola de tutores más avanzados de piel blan-
ca” (Fiedel 1987:342; también Cyphers 1997:433, Furst 1997:434); al “rebajar
y minimizar los legítimos logros culturales de los nativos americanos” (Coe
1997:433) y al “negar la historia de las poblaciones indígenas” (Damp y Var-
gas 1995:166). La corrección política toma prioridad sobre la evidencia cien-
tífica al punto que “mitos de origen tradicional son tan válidos como la ar-
queología, la cual es en efecto simplemente una forma de pensar, de una so-
ciedad particular” (Shennan 1989:2).
Los “difusionistas” son acusados también de promover intereses ca-
pitalistas y nacionalistas, al insinuar que “el progreso para el Tercer Mundo
consiste en aceptar la difusión ‘modernizadora’ del capitalismo multinacio-
nal y los rasgos materiales, ideas y comportamientos sociopolíticos asocia-
dos con éste” (Blaut 1994:188). Mi respaldo a la tesis sobre el origen de la ce-
rámica Valdivia en Jomon (Japón) ha sido censurado como una falta de éti-
ca bajo el supuesto de que ésto “apoya la ideología mestiza, la cual busca in-
corporar a los indígenas dentro del sistema cultural y económico de la elite
predominantemente hispana” (Morse 1994:175). La difusión es considerada
como “el término menos explicativo para representar las semejanzas estilís-
ticas ampliamente difundidas” (Stone-Miller 1993:32) y el rechazo de su in-
fluencia “ofuscadora” es motivo para celebrar (Fritz 1996:172). En pocas pa-
labras, “difusionismo es simplemente un estilo de pensamiento, el cual po-
demos eliminar de nuestras cabezas” (Blaut 1994:188).
Estas censuras ignoran el apoyo creciente entre otras disciplinas por
la existencia de contactos precolombinos mesoamericano-ecuatorianos y
asiático-americanos, inicialmente inferidos al aplicar sobre la evidencia ar-
queológica los principios evolucionistas.
Contacto Mesoamericano-ecuatoriano
Contactos Transpacíficos
prueba de su desarrollo local circa 1.200 a.C. (Rust y Sharer 1988, Grove
1997:55). Se niega importancia a la presencia en un sitio principal en el es-
tado de Guerrero de símbolos olmeca, arquitectura monumental y fechas de
carbono-14 más tempranas (Martínez Donjuan 1985), bajo la suposición de
que el fracaso en identificar antecedentes locales implica una intrusión des-
de la costa del Golfo (Grove 1993:100-101). La posibilidad de que la ausen-
cia de antecedentes locales pueda reflejar una intrusión transpacífica, o no
se hace caso, o se rechaza como “fantásticos cuentos de hadas” (Diehl y Coe
1995:11).
En cambio, el interés sobre posibles antecedentes shang se aumenta
entre los especialistas en China, estimulado por las investigaciones de Xu
(1996). Su familiaridad con la historia y el lenguaje chinos lo llevó a investi-
gar lo que le pudo haber pasado a una población de unos 250.000 indivi-
duos, que supuestamente se dispersaron después de la caída de la Dinastía
Shang circa 1.122 a.C. La coincidencia cronológica entre este evento histó-
rico y la súbita aparición de elementos shang en México y la existencia de
símbolos equivalentes a la escritura china, lo llevaron a la conclusión de que
“La escritura shang sí existió en el mundo olmeca desde la costa del Pacífico
hasta el México central y la costa del Golfo. Los símbolos más importantes
y más usados en ambas culturas, Shang y Olmeca, corresponden a sus con-
diciones sociales y sus medioambientes agrícolas, que incluyen el sol, la llu-
via, el agua, la adoración, el sacrificio, la riqueza, la tierra, las montañas y las
plantas” (Xu 1996:46). En vista del consenso de que todos los sistemas de es-
critura del Viejo Mundo están relacionados a pesar de sus aparencias distin-
tas (Renfrew y Bahn 1991:410), la verificación de una relación entre los sím-
bolos shang y olmeca constituiría una prueba del contacto precolombino
entre Asia y Mesoamérica. Por lo tanto, Xu compiló una lista de 146 ejemplos
representados en piedra y cerámica mexicanas y la mostró en China a varios
expertos en la cultura shang. Sin excepcion, todos corroboraron la semejan-
za.
La importancia de esta correlación se extiende más allá de la verifica-
ción de un contacto porque los símbolos chinos representan palabras en lu-
gar de sonidos. Por consiguiente, a pesar de que “la China moderna tiene
muchos dialectos ininteligibles unos con otros... los chinos que no pueden
conversar, sin embargo pueden leer libros en chino y comunicarse unos con
otros por medio de la escritura” (Wurm 1996:78). El hecho de que la escri-
12 / Betty J. Meggers
tura japonesa empezó con la adopción de símbolos chinos permite que los
japoneses actuales puedan entender cierta cantidad de escritura china sin
conocer el idioma. De manera parecida, especialistas en escritura shang po-
drían ser capaces de traducir símbolos olmecas sin conocer el idioma o idio-
mas hablados en la antigua Mesoamérica. La adquisición de un método de
comunicación más eficiente por grupos linguísticamente distintos, nos pro-
vee de una explicación del contraste entre la diversidad regional y la integra-
ción simbólica que caracteriza a la “cultura madre” de Mesoamérica (Para-
dis 1990:39).
China-Mesoamerica. Un argumento fuerte a favor de introducciones
post-olmeca desde Asia proviene de conjuntos notablemente semejantes de
símbolos complejos y distintivos, los cuales estuvieron presentes en China
antes de 1.500 a.C. y parecen surgir casi simultáneamente en la costa pacífi-
ca en el sur de Mesoamérica circa 500 a.C (Fig. 1; Thompson 1989). Modifi-
caciones y combinaciones posteriores en ambas regiones también mues-
tran semejanzas notables (Fig. 2).
La probabilidad de una relación histórica es reforzada por el contras-
te entre la distribución limitada de los símbolos en el Viejo Mundo fuera de
Asia oriental y su representación completa en Mesoamérica (Thompson
1989, Table 3). Esta magnitud de duplicación también caracteriza las com-
paraciones Shang-Olmeca y Jomon-Valdivia y se puede atribuir a la veloci-
dad y aislamiento de un viaje por mar, lo cual disminuye el lapso de tiempo
entre la salida y llegada e impide la exposición de los pasajeros a influencias
de culturas extranjeras que pueden fomentar modificaciones.
Jomon-Valdivia. Una de las objeciones principales al origen Jomon de
la cerámica Valdivia ha sido la supuesta dificultad de cruzar el mar hace
6.000 años. Hoy en día, la evidencia arqueológica apoya la factibilidad de
viajes oceánicos por poblaciones asiáticas orientales incluso en tiempos an-
teriores. Fechas de carbono-14 entre 33.000 y 12.000 AP de sitios en Nueva
Irlanda, Nueva Bretaña y las islas de Admiralty y Solomon testifican de exi-
tosos viajes a través de más de 100 km de mar abierto (White 1993).
Concluyente evidencia de la competencia de navegación para los co-
mienzos del Período Jomon proviene de las pequeñas islas volcánicas del
Archipiélago de Izu que extiende desde Honshu central hacia el sur (Fig. 3).
Según Oda,
Introducción / 13
Figura 2. Comparación entre las variaciones chinas y mesoamericanas del símbolo XII,
mostrando la conservación de las características durante dos mil años de aislamiento
(según Thompson 1989: 193).
Introducción / 15
Evidencia Genética
San Jacinto
San Jacinto
Toroku (Kumamoto-city)
San Jacinto
una ruta costeña a lo largo del litoral del Pacífico no explica la gra-
diente geográfica que se ve en las frecuencias del linaje B, las cuales son
siempre más altas en el sur. Viajeros del Pacífico pudieron haber con-
tribuído con este linaje a las Americas sin haber cruzado nunca el Es-
trecho de Bering. Un predicción de este modelo es que el linaje B sea vis-
to arqueológicamente como intruso y limitado a una antiguedad
cuando sabemos que ocurrían viajes frecuentes en la Remota Oceanía.
En dicho estudio se encontró que los noanama [indios del sur del Cho-
có]...guardan estrecha relación con las poblaciones del Pacífico central
(Samoanos) y, curiosamente, se han visto más estrechamente relacio-
nados con marcadores genéticos japoneses. El hecho de que Japón, un
país con una de las más altas seroprevalencias contra el HTLV-l en el
mundo, principalmente entre los descendientes del antiguo período Jo-
mon—compartiera marcadores genéticos muy cercanos con los nativos
portadores noanama de Colombia nos llevo a sugerir que, probable-
mente, este virus había sido introducido a Sudamérica desde el Lejano
Oriente por una vía diferente y más directa que el estrecho de Bering, la
cual habría permitido unir las poblaciones japonesas con las sudame-
ricanas hace miles de años.
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Capítulo 1
Aunque han transcurrido más de cien años desde que Darwin nos de-
rrumbó del pedestal de la creación especial y nos arrojó entre los demás
vertebrados, todavía la aceptación de que nuestro comportamiento se pue-
de explicar en términos de la teoría evolutiva encuentra gran resistencia tan-
to entre científicos como entre el público. Es instructivo considerar esta an-
tipatía en el contexto del conocimiento actual de los orígenes del universo
y de la vida.
Ahora los astrónomos creen que una explosión entre 10 y 20 mil mi-
llones de años atrás creó toda la materia y energía que se encuentra incor-
porada dentro de los incontables cuerpos celestes arrojados a través del es-
pacio. Hace cerca de 4.600 millones de años, nuestro planeta se conformó a
la distancia apropiada de una estrella que tenía la intensidad correcta para
proveer las condiciones compatibles con la emergencia de la vida. Después
de otros 1.000 millones de años, la superficie de la tierra alcanzó un estado
adecuado para la supervivencia de moléculas con la capacidad de autore-
producción, pero muchos otros iones transcurrieron antes de que estas se
combinaran, creando organismos unicelulares quienes iniciaron un diálogo
evolutivo que transformó la biósfera y produjo millones de tipos de criatu-
ras, cuya diversidad morfológica enmascara su uniformidad química. La
biota que conocemos constituye el último capítulo de una épica larga, com-
plicada y vaga. Aunque muchos detalles permanecen obscuros, está claro
que nuestra existencia no es más inevitable y nuestra persistencia no más
probable que aquellas de cualquier otra especie que haya existido.
Comparado este panorama con el mensaje expresado o implícito en
los informes diarios de los periódicos, discursos políticos, propagandas, li-
bros— de hecho, en casi todo tipo de medio popular y académico—de que
nuestra especie no sólo ha superado las restricciones de la selección natu-
30 / Betty J. Meggers
Antropólogos Biólogos
“Las variaciones culturales ....no son capaces ..”la reproducción sexual, la cual probable-
de una reproducción y transmisión precisa de mente ocurrió temprano en la evolución,
padres a hijos como lo son las variaciones ge- obliga al reajuste de los programas genéticos
néticas; al contrario, ellas son susceptibles de en las poblaciones que pueden entrecruzarse.
combinaciónes y reinterpretaciónes infinitas. Como resultado, cada programa genético (es
característica de la variación cultural la que decir cada individuo) es diferente de los otros.
hace que sea un proceso análogo a la selec- Este reacomodamiento permanente de los
ción natural cuestionable como responsable elementos genéticos provee tremendas po-
de la diferenciación evolutiva” (Hardesty 1977: tencialidades de adaptación ( Jacob 1977:
38) 1166)
“Cualquier teoría de ecología humana o cultu- “El aspecto más emocionante de la biología es
ral que esté basada en la proposición de que que , en contraste con la física y la química, no es
las relaciones del Hombre con la Naturaleza posible reducir todos los fenómenos a unas po-
pueden ser entendidas sobre la base de méto- cas leyes generales. Nada es tan típicamente
dos y conceptos derivados de la ecología bio- biológico como la interminable variedad de so-
lógica, tiende a descuidar la variabilidad y la luciones que encuentran los organismos para
apertura del proceso del comportamiento hu- enfrentarse con desafíos medioambientales
mano...” (Bennett 1976: 245) similares”(Mayr 1976: 424).
Explicando el curso de los eventos humanos / 33
Fuentes de Diversidad
Su contraparte cultural, la difusión, dispersa las ideas y los objetos entre las
poblaciones humanas.
La distribución al azar, también conocida como el “efecto fundador”,
causa una representación desigual de genes ancestrales entre dos o más po-
blaciones previamente interactuantes, conduciendo a su diversificación.
Divergencias semejantes se observan en el comportamiento cultural y en el
idioma de grupos humanos cuya comunicación ha sido reducida o termina-
da. Finalmente, la deriva genética, la cual cambia paulatinamente la repre-
sentación de alelos en una población, es homóloga a la deriva cultural, la
cual produce alteraciones graduales en el comportamiento cultural.
La variabilidad biológica y cultural comparten otras características.
La mayoría de las innovaciones biológicas o no llevan a una ventaja inme-
diata o son nocivas para sus poseedores (Mayr 1976: 522; Blute 1979: 56). La
literatura etnográfica da fé de la represión y el ostracismo que se impone a
los individuos desviados, cuyo comportamiento se cree que amenaza la se-
guridad de la comunidad. Aunque una diversidad interna mayor es tolerada
por las sociedades complejas, todavía penalizamos a los inconformes (v.g.
usuarios de drogas y homosexuales), quienes parecen desafiar la validez de
los valores e instituciones dominantes.
La producción contínua y al azar de innovaciones tanto biológicas co-
mo culturales provee el potencial para un rápido reajuste cuando un com-
portamiento exitoso se torna obsoleto. La velocidad con la cual ciertos tipos
de insectos han desarrollado tolerancia a los pesticidas es un ejemplo dra-
mático de la importancia que para una especie tiene el mantener la hetero-
geneidad biológica. Las prácticas culturales minoritarias han jugado pape-
les semejantes durante períodos de crisis. Las religiones mundiales domi-
nantes muestran su rastro en cultos locales insignificantes, cuyos valores
fueron preadaptados para la manutención del orden bajo condiciones polí-
ticas y económicas diferentes.
De vez en cuando, una innovación extraña inicia una nueva línea de
evolución. Entre los animales, los insectos y los vertebrados parecen haber
surgido de especies ancestrales distintas que desarrollaron especializacio-
nes peculiares (Mayr 1976: 522). Entre las culturas, la invención de la má-
quina a vapor, fue seguida por consecuencias impredecibles y penetrantes.
Hoy, nuestras vidas están siendo drásticamente alteradas por la ramifica-
ción explosiva de la microelectrónica.
Explicando el curso de los eventos humanos / 37
Transmisión de Innovaciones
Fig.3. “Así por una votación de 8 a 2 hemos decidido saltear la Revolución Industrial completa-
mente, e ir directamente a la Edad Electrónica” (copyright 1981 por Sidney Harris; revista Ame-
rican Scientist).
42 / Betty J. Meggers
Algunas Implicancias
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Capítulo 2
ENFOQUE TEÓRICO PARA LA
INTERPRETACIÓN DE LA CULTURA
Si el gene A controla el color de la flor, y si los varios alelos determinan una se-
rie de matices desde el azul hasta el blanco, como el azul fuerte, el azul claro, el
azul pálido, y el blanco, la población paterna grande y polimórfica comprende-
ra una mezcla variable de individuos que tengan diferentes tonalidades. Como
resultado de la deriva, un fragmento de esta población puede hacerse homogé-
nea respecto a un color de flor. Si la deriva ocurre repetidamente en diferentes
segmentos de la población original, una serie de colonias pueden aparecer, las
cuales se caracterizan por flores de diferentes colores en forma pura. Una colo-
nia hija podría ser totalmente blanca, otra toda azul fuerte, y todavía otra azul
claro.
ganismo que algunos biólogos sospechan que aún los rasgos sin valor adap-
tativo obvio, de hecho, tienen un aspecto adaptativo no detectado si es que
persisten. Mantener la adaptación es un proceso complicado, como Grant
(1963:270) lo ha explicado:
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Capítulo 3
LA LEY DE LA EVOLUCIÓN
CULTURAL
Como Herramienta Práctica de Investigación
Las diferencias entre estos siete tipos culturales son el resultado di-
recto de la productividad diferencial de los recursos de subsistencia por ho-
ra-hombre de trabajo invertido, una correlación que se refleja en cantidades
diferentes de energía humana desviadas hacia actividades no involucradas
en la subsistencia. Los recursos para la subsistencia no son necesariamen-
te idénticos en todas las culturas pertenecientes a un determinado tipo cul-
tural, pero deben producir un retorno de energía equivalente. Por ejemplo,
fue posible reconocer por lo menos tres formas de subsistencia que susten-
tan un patrón de comunidad tipo Nomadismo con Base Central, en el cual
la comunidad deambula parte del año y pasa el resto en un campamento o
“base central”. Estas son “1) una cosecha silvestre almacenable o conserva-
ble, tal como bellotas y otros tipos de semillas silvestres; 2) una comida lo-
calmente abundante, tal como los mariscos y 3) una agricultura incipiente
que produzca una cosecha pequeña” (Beardsley et al. 1956: 138). Entre los
tipos de patrones comunitarios que dependen de la agricultura, es posible
correlacionar la creciente complejidad cultural con la creciente realización
de las potencialidades latentes en la agricultura como base de subsistencia.
Diferentes grados de eficiencia en la tecnología agrícola—-incipiente, explo-
tativa, conservativa o intensiva—-están estrechamente vinculadas con dife-
rencias en complejidad cultural (op. cit.: Fig. 1). La existencia de culturas
transicionales es rara, sugiriendo que la eficiencia en la explotación agríco-
la tiene que alcanzar un cierto punto “crítico” antes que la energía disponi-
ble sea suficiente para producir un efecto cultural significativo. Cuando se
alcanza ese punto, sigue un rápido desarrollo hacia el siguiente tipo cultu-
ral, seguido por otro período de estabilidad relativa. Si la E y la T variaran li-
bre y constantemente, se podría esperar que las culturas pudieran arreglar-
se en una serie, pero que habría poca tendencia a agrupamiento. De esta
manera el hecho de que las culturas puedan ser clasificadas en un número
pequeño de tipos no solamente sustenta la validez de la ley de la evolución
cultural, sino que provee claridad adicional a los detalles de como opera.
Caso I: Progresión
Existía un contraste notable entre las aldeas móviles y autónomas, con organi-
zación social igualitaria y familias extendidas fuertes, y el reino Tanala con su
La ley de la evolución cultural como una herramienta práctica / 73
ción social. Cambios similares han sido documentados para los Blackfoot
(Ewers 1955:299-320), quienes fueron cazadores pedestres antes de la intro-
ducción del caballo.
Caso 2: Regresión
En el caso del Teotlalpán, está bien claro que si una dominación Azteca (o Na-
hua) hubiera continuado sin control por otro siglo o dos, la erosión del suelo,
la deforestación y el deterioro de la tierra habrían alcanzado el punto en el cual
la agricultura no podría haber sustentado a la población existente, ni hablar
de cualquier incremento adicional. En este punto crucial, las únicas solucio-
nes habrían sido la hambruna y la muerte o una emigración masiva, la cual
habría marcado el fin del poder y de la dominación Azteca.
Caso 3 : Estabilidad
Los Chiricahua y los Mescalero eran dos pueblos distintos no agricultores, quie-
nes habitaban la exigente región ecológica del Río Grande medio y el norte de
Chihuahua. Los Jicarilla, quienes ocupaban la región situada entre las cabece-
ras del Río Grande y el Río Canadian, eran agricultores así como cazadores y re-
colectores. La influencia de grupos de las sabanas aparece en su cultura mate-
rial y su práctica de una caza limitada del búfalo. Lo poco que sabemos de los
Lipan indica que se separaron de los Jicarilla y que se dedicaron a la agricultu-
ra y también cazaban y recolectaban a lo largo de la cuenca superior del Pecos
hasta que fueron empujados hacia el sur, en dirección al Golfo de México, por
los Comanches y otros. Los Kiowa Apache estaban típicamente orientados a las
sabanas, constuyendo una de las bandas del círculo del campamento Kiowa y
funcionando como tal en la Danza del Sol anual. De todos los grupos Atapas-
kanos, los Navaho parecía haber dependido más de la agricultura. Ellos ocupa-
ban el área directamente al oeste de la cuenca superior del Río Grande, en Nue-
vo México y Arizona. Los Apaches Occidentales, también agricultores en una
escala limitada, se asentaron en la región que incluye el drenaje superior de los
ríos Salt y Gila en Arizona (Kaut 1957:3).
Conclusión
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Capítulo 4
EL SIGNIFICADO DE LA DIFUSIÓN
COMO FACTOR DE LA EVOLUCIÓN
El Carácter de la Impasse
las costas americanas, trayendo con ellos los gérmenes de culturas distintas
[como] una rama muy interesante e importante de la investigación arqueo-
lógica, con la cual los arqueólogos deben vincularse particularmente en es-
ta etapa” (1905:419).
Dentro de los continentes, la difusión se ha considerado hace tiempo
como la explicación apropiada para muchos tipos de similitudes culturales,
sin tomar en cuenta la distribución continua o proximidad entre las expre-
siones (Nordenskiold 1931; Lowie 1937:257; Kroeber 1948:782). Se ha atri-
buido a Boas el expresar en 1912 el punto de vista de que la cultura del Nue-
vo Mundo era un fenómeno interrelacionado, “con desarrollos exuberantes
en México y el oeste de Sudamérica fluyendo hacia las áreas adyacentes del
norte y sur, mientras el sustrato antiguo permanecía estático en las regiones
marginales del extremo norte y sur” (Spier 1943:119). Unos pocos años des-
pués, Dixon afirmaría que “el Viejo Mundo —Eurasia y Africa y los extensos
archipiélagos e islas continentales del Pacífico— forman una gran unidad,
unida a través de los trópicos por un cinturón en el cual los pueblos y las cul-
turas han estado libres para vagar de un extremo al otro. En esta vasta área,
la difusión ha estado libre para distribuirse cuanto pudiera, por donde quie-
ra que se hayan producido los inventos y descubrimientos y aquí se puede
observar su influencia en todas direcciones” (1928:273).
Otros intentaron formular criterios para diferenciar la difusión del
desarrollo independiente. Schmidt consideraba: (1) que la forma (a la que él
llamó posteriormente “calidad”) y la cantidad “hacen posible establecer con
certeza científica las relaciones históricas entre dos elementos culturales o
grupos culturales distantes uno de otro” y (2) que “desde la perspectiva del
principio, no importa cuán grande sea la separación espacial” (1939:156).
Estos criterios fueron atacados por los antropólogos estadounidenses, el
primero sobre la base de que “la ecuación personal siempre interviene” al
juzgar las similitudes (Lowie 1933:147) y el segundo por considerar que la
separación espacial es un factor crucial (Sapir 1916:40). Goldenweiser cons-
truyó una regla contraria a la posición de Schmidt: “En ausencia de la evi-
dencia histórica y todo lo demás siendo igual, la proximidad, facilidad de co-
municación o el conocimiento de su existencia, favorecen la difusión; la dis-
tancia, dificultad de comunicación o falta de evidencia, favorecen el desa-
rrollo independiente” (1937:474).
El significado de la difusión / 85
Una salida para esta impasse la sugirió Tylor hace más de un siglo:
“Nadie puede negar que... la causa definida y natural determina, en gran
86 / Betty J. Meggers
conecta a los shamanes jíbaros con shamanes canelas al Norte. En este sis-
tema, productos jíbaros se intercambian por métodos canelas más efectivos
para tratar lo sobrenatural.
Los datos etnográficos indican que la especialización por aldea o tri-
bu en adquirir materiales y producir mercancías es relativamente común y
también que estas especializaciones se desarrollan a pesar de la disponibili-
dad local de recursos o conocimiento de las técnicas de producción (e.g.
Chagnon 1968:10; Ford 1972). A menudo se ha puesto en evidencia el papel
que desempeñan los sistemas de intercambio en diseminar información.
Por ejemplo, entre los Papago, las mujeres concurrieron a cinco centros de
manufactura de cerámica para obtener recipientes “e igualmente importan-
te es el intercambio de noticias y chismes” (Fontana et al. 1962:24). De igual
manera, en el sur de la Guyana varios grupos con filiaciones tribales y lin-
guísticas distintivas intercambian canoas, hamacas de algodón, ralladores
de mandioca, veneno para flechas y perros. “De este modo, los viajeros con
sus productos y noticias circulan constantemente de distrito en distrito” (Im
Thurn 1883:273).
Los intentos por rastrear en el pasado estos sistemas encuentran se-
rios obstáculos. No solamente se debe inferir su función como canales de in-
formación, sino que su existencia puede no detectarse debido al carácter
perecedero de los productos transportados. Tanto las consideraciones teóri-
cas como la evidencia etnográfica sugieren, sin embargo, que los arqueólo-
gos han subestimado más que sobrevalorado la capacidad de los grupos hu-
manos del pasado para obtener información y que la incapacidad de identi-
ficar materiales u objetos de procedencia foránea no puede constituirse en
prueba de que no existiera esa comunicación (e.g. Chard 1950).
El traslado a larga distancia de materias primas y productos es un ras-
go notable en el registro arqueológico de muchas regiones. Hace tiempo se
conoce, por ejemplo, que los Hopewellians, dominadores en el valle del
Ohio entre 100 a.C. y 400 d.C., obtuvieron obsidiana y dientes de oso pardo
de Wyoming, caimanes y conchas marinas del Golfo de México, esteatita y
mica de Vermont y Nueva Hampshire y cobre de las costas del lago Superior,
junto con diversos minerales procedentes de las regiones intermedias
(Struever and Houart 1972). Pocos de estos materiales se necesitaban para
conseguir alimento y abrigo; ninguno era esencial para sobrevivir. Sin em-
bargo, los más “inútiles” de estos materiales se encuentran entre los más
90 / Betty J. Meggers
Consecuencias Teóricas
farería con éxito según el método papago (Fontana et al. 1962:115). Su fraca-
so no es reflejo de su inteligencia o ingenuidad: más bien, demuestra la im-
portancia de comunicar el conocimiento para llevar a cabo estas “cualida-
des distintivamente humanas” (Smith 1933:1-2).
La comunicación es esencial para desarrollar otra ventaja potencial
del comportamiento cultural sobre el biológico: la capacidad de conservar y
acumular. Cuando se extinguen las especies o las poblaciones de otros ani-
males, desaparece su comportamiento junto con sus genes. Entre los huma-
nos, sin embargo, los componentes culturales y biológicos son indepen-
dientes. El surgimiento y la declinación de las civilizaciones, la asimilación
de culturas más simples por otras más avanzadas, la substitución de una re-
ligión por otra -todos éstos y otros eventos históricos pueden ocurrir sin
destruir a la población ni alterar significativamente la composición genética
local. En forma similar, la desaparición de una configuración cultural local
no necesita afectar substancialmente el acervo cultural general, debido a
que los varios tipos de información se han compartido con otros grupos, o
han sido registrados o incorporados en una nueva configuración. Es la ma-
nera en que la naturaleza nos permite tener nuestra torta y además comer-
la (cf. Durham 1979:41).
Mi defensa del significado evolutivo de la difusión descansa en la
convicción de que entre los humanos el comportamiento cultural ha susti-
tuido al comportamiento biológico como foco primario de la selección na-
tural. Las correspondencias numerosas entre las configuraciones biológicas
y culturales implican la operación de los mismos principios básicos. La ra-
diación adaptativa, que ocurre cuando plantas y animales de la misma espe-
cie invaden hábitats con tipos de recursos diferentes, explica igualmente la
aparición de configuraciones culturales regionales distintivas a partir de un
grupo de inmigrantes relativamente homogéneos, como sucedió en la isla
de Madagascar (Kottak 1972). El principio “fundador”, que estipula que el
aislamiento reproductivo de un segmento de una población biológica lleva
a una diferenciación rápida, hace inteligible la representación diferencial de
técnicas decorativas y formas de vasija entre los complejos cerámicos aisla-
dos del Formativo Temprano en el Nuevo Mundo (Meggers, Evans y Estrada
1965:6-7). La teoría del forraje óptimo hace comprensible la composición de
las dietas de los cazadores-recolectores (Hames y Vickers 1982; Hawkes, Hill
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El significado de la difusión / 93
Conclusiones
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Capítulo 5
CONEXIONES Y CONVERGENCIAS
CULTURALES NORTE Y
SUD AMERICANAS
Al comienzo de este período..... las casas pozo comunales sin paredes o pisos de
piedra eran de uso común...Más tarde, se desarrollaron casas rectangulares
más pequeñas con pisos o paredes de piedra, construidas en la superficie del
suelo. La etapa final se caracteriza por la aparición de pueblos de 250 o más ha-
bitaciones con o sin paredes de defensa, situados en colinas o mesas más o me-
nos protegidas. Las habitaciones tienen paredes de piedra y están arregladas en
un plano variable, pero lo típico son los complejos irregularmente aglutinados
(González 1963b).
En vista del uso de semejanzas de este tipo para inferir contacto en-
tre Mesoamérica y la región norandina o entre el Nuevo Mundo y Asia, se
puede preguntar por qué este paralelismo notable no se ha igualmente en-
fatizado. Los rasgos involucrados son tan únicos y complejos como los usa-
dos para comparaciones entre otras regiones y la mayoría tiene en el mejor
de los casos, distribuciones dispersas en el área intermedia. Cualquiera que
sean las razones para esta falta de atención, el resultado es que no se han to-
mado posiciones. Por lo tanto, se puede hacer un exámen más objetivo que
en otros casos y revisar desapasionadamente las varias consideraciones in-
volucradas en el análisis. No se va intentar tratar el material en profundidad;
solo se sugerirán algunas explicaciones probables o posibles.
Comenzaremos con el medioambiente. Aunque los medioambientes
no determinan los rasgos culturales, ofrecen una serie de posibilidades que
grupos humanos con necesidades y capacidades semejantes pueden explo-
tar de manera semejante. Por ejemplo, los extremos de calor y frío en un cli-
ma semidesértico hacen deseable un abrigo, así como alguna forma de ves-
tido. La escasez de árboles y la abundancia de piedras de forma y tamaño
convenientes, erosionadas de las áreas de afloramiento, canalizan la elec-
ción del material de construcción. Ciertos tipos de minerales, tales como la
arcilla y pigmentos para la elaboración de cerámica , son provistos por las
formaciones geológicas. Se explota una fauna similar para obtener pieles
para la fabricación de ropa con punzones de hueso semejantes. Están dispo-
nibles tipos similares de granos y semillas silvestres, y su preparación re-
quiere de herramientas de moler también semejantes. El problema del
transporte y la conservación de agua se resuelve mejor con jarras globulares
de cuello estrecho, que combinan la máxima capacidad con la mínima ex-
posición a la evaporación. Dado medioambientes tan parecidos topográfica
y climáticamente como aquellos del noroeste de Argentina y el Suroeste de
los Estados Unidos, con limitaciones específicas para la explotación huma-
na, son inevitables un gran número de paralelos culturales independiente-
mente derivados.
Sin embargo, queda un grupo considerable de características que pa-
recen no responder a una adaptación medioambiental y para los cuales se
debe proveer otra explicación. Puesto que se presume, hasta demostrar lo
contrario, que rasgos no adaptativos tan específicos como la pintura negra
sobre rojo, por ejemplo, tienen un origen común, esta avenida debe ser ex-
106 / Betty J. Meggers
Figura 2. Artefactos de sitios arqueológicos del suroeste de los Estados Unidos. a, Cuchillo de
piedra (según Judd 1954: Pl. 28-j); b-d, Tipos de puntas de proyectil (op. cit.: Pl. 73B, f, k, j); e,
Afilador de leznas de arenisca (op. cit.: Fig. 32); f, Hacha acanalada de piedra (op. cit., Pl. 70-
d); g, Placa de arenisca (op. cit.: Pl. 27-c); h-i, Piedras de moler y frotar (op. cit.: Pl. 25-f,i); j,
Punzón de hueso (según Kidder 1932: Fig. 172-a); k, Cucharón de cerámica (según Judd
1954: Pl. 61-e); l, Tortero de madera (op cit.: Fig. 42-b’); m, Tapete trabajado en técnica cua-
driculada (según Mera 1938: Pl. 15 A); n, Red (op. cit.: Pl. 19B); o, Figurilla de cerámica (se-
gún Kidder 1932: Fig. 84-i); p, Jarro de cerámica (según Hough 1914: Pl. 9-2); q, Cántaro de
cerámica con asas de tiras horizontales (según Gladwin 1957:244, extremo izquierdo infe-
rior).
108 / Betty J. Meggers
en espacio. Otras semejanzas numerosas entre las dos áreas han sido anota-
das, tal como la presencia de figurillas de cerámica con miembros móviles;
figuras amarradas a camas; pintura post-cocción en verde, amarillo, negro,
y blanco; inciensarios de tres picos; espejos de pirita y obsidiana; máscaras
de cerámica realistas o fantásticas; y figurillas de guerreros con disfraces de
plumas y tocados provistos de un abertura en forma de diamante para la ca-
ra.
Ninguno de estos elementos puede ser explicado como adaptación a
aspectos medioambientales similares, ni su forma particular satisface una
necesidad humana universal. Está excluída la posibilidad de una difusión
desde una fuente común en el área intermedia porque son raros en Améri-
ca Central o Colombia y cuando existen, parecen ser más tardíos que en Mé-
xico o Ecuador. Mientras una o dos semejanzas llamativas podrían resultar
de convergencia o invención independiente, varias docenas no pueden ser
explicadas así sin destruir completamente el marco teórico en el cual ope-
ran los antropólogos. La conclusión sugerida por estas semejanzas es conse-
cuentemente que debe haber existido contacto directo entre las dos áreas,
que este contacto perduró por un largo período de tiempo, que los puntos
de origen y destino fluctuaron y que las posibilidades de difusión cultural
variaron con los intereses de los individuos que hicieron los viajes (cf. Willey
1955; Porter 1953).
Otros rasgos ampliamente distribuidos, tanto en América del Norte y
del Sur, aportaron otras historias sobre el contacto, la difusión y las posibili-
dades para la convergencia y divergencia en el desarrollo cultural. El juego
de pelota es uno que ha sido estudiado (Stern 1948). Otros, tales como la
manufactura de tela de corteza y el uso de la cerbatana (Riley 1952), mere-
cen una investigación más profunda de la que han recibido. Se ha llamado
la atención sobre las similitudes en algunos complejos con distribuciones
discontínuas, tales como el arte Olmeca y Chavín (Kidder II, Lumbreras y
Smith 1963), los estilos cerámicos del medio Amazonas y el bajo Mississippi
(Palmatary 1939, 1960) y las configuracións culturales generales que existían
durante el período pre-europeo tardío en el sureste de los Estados Unidos y
la costa norte de América del Sur (Steward 1947). El significado de estos pa-
ralelos todavía no está claro, ni lo están tampoco la duplicación de rasgos
tan específicos como las piedras dentadas de los conchales arcaicos de la
costa sur de California y de Chile (Iribarren 1962); las vasijas con borde al-
112 / Betty J. Meggers
menado del noreste de los Estados Unidos (Holmes 1903; MacNeish 1952) y
la cultura Valdivia de la costa de Ecuador (Estrada 1961); o las superficies co-
rrugadas de vasijas de la Tradición Tupiguaraní del sur de Brasil y de la cul-
tura Anasazi del suroeste de los Estados Unidos. Sea que éstos representen
desarrollos convergentes, influencia de una fuente común o contacto direc-
to, la conclusión es significativa para una comprensión global del desarrollo
cultural en el Nuevo Mundo (cf. Goggin 1949).
La evaluación de las semejanzas culturales es una tarea difícil, que
depende del peso diferencial asignado a varios factores. Los juicios han sido
hechos muy a menudo en base de factores irrelevantes, como, por ejemplo,
la objeción que los investigadores del contacto transpacífico están cansados
de oir: “¿Cómo puede explicarse que en toda la América pre-colombina no
existía ningun tipo de vehículo con ruedas?” (Means 1916). O el comentario
tan a menudo escuchado, aún entre los antropólogos: “Siendo optimista y
humanista, prefiero creer que el genio puede emerger en cualquer contexto
a través de la infinita variabilidad genética humana...” (Coon 1962). La prue-
ba no consiste en encontrar una serie de sitios uniendo una ocurrencia con
otra o en identificar objetos de origen comercial, aunque tal evidencia sería
útil para reconstruir la manera en la cual fue alcanzado y mantenido el con-
tacto. El análisis comparativo se basa en un conjunto de principios teóricos,
que deben ser aplicados objetivamente en cada caso. Es la insólita capaci-
dad de darse cuenta de evidencia significativa, la que hace posible para cier-
tos individuos sugerir conexiones no percebidas por sus colegas y no la ca-
sualidad o suerte, como a menudo le parece al hombre común. Ya que pare-
ce tan fácil, la literatura está inundada de intentos pseudo-científicos para
demostrar conexiones, haciendo a los antropólogos más cautos de lo nece-
sario para tomar parte ellos mismos en tal tipo de análisis (cf. Wauchope
1962).
Sin embargo, penetrar en las vidas de nuestros predecesores es uno
de los desafíos más fascinantes que nos confrontan. Estamos menos intere-
sados en los detalles de como ellos daban forma a sus herramientas y cons-
truyeron sus casas, que en saber algo sobre los horizontes que confinaron su
mundo. Cómo se sintieron, en qué creyeron, a dónde fueron y qué encon-
traron? Nuestras imaginaciones están atraídas por la idea de que gente del
Asia pudo haber desembarcado en la costa del Nuevo Mundo varios mile-
nios antes de Cristo (Estrada 1961), o que los colonizadores precolombinos
Conexiones y convergencias culturales norte y sudamericanas / 113
bajaron desde la sierra andina septentrional por los afluentes del Amazonas
para encarar los mismos problemas que confrontamos nosotros ahora en el
bosque tropical (Meggers y Evans 1958), o que los marineros ecuatorianos se
embarcaron en expediciones comerciales de largo alcance no de manera
muy diferente a los Fenicios del antiguo Medio Oriente. No importa si nues-
tro interés surge de la necesidad de huir de las complejidades aplastantes
del mundo de hoy, o del deseo de rescatar del olvido a gente como nosotros,
quienes contribuyeron a la cultura que heredamos o del anhelo de saber que
gente de cualquier época o lugar, de cualquier cultura o raza, fue motivada
por necesidades y aspiraciones semejantes a las nuestras. Resolver el miste-
rio del pasado humano está entre los desafíos más apasionantes que con-
frontamos y la oportunidad de aportar a su solución está entre los aspectos
más gratificantes de ser un antropólogo.
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Capítulo 6
invenciones y los logros científicos que las sociedades antiguas tuvieron que de-
sarrollar (Boserup 1981:101).
A la inversa, la ausencia de las condiciones de tolerancia puede expli-
car la falta de adopción de innovaciones entre los grupos que las conocían y
desde nuestra perspectiva podrían haber sacado provecho de ellas (aunque
otros factores podían haber estado involucrados también).
Boserup y muchos antropólogos se limitan a instrumentos culturales
de cambio, ya sean desarrollados internamente o introducidos. Se presta
poca atención al otro factor principal citado por Thomson; a saber, los cam-
bios medioambientales. Sin embargo, la costa pacífica de América del Sur
está dotada de múltiples fuentes de perturbaciones drásticas e impredeci-
bles que ocurren a largo y corto plazo. Fenónemos abruptos como erupcio-
nes volcánicas y terremotos y cambios graduales como levantamientos de la
placa continental y oscilaciones climáticas, deben haber tenido impactos
significativos en poblaciones humanas y culturas. En efecto, investigaciones
recientes en la costa norte del Perú indican que los levantamientos tectóni-
cos y cambios en El Niño dejaron inoperantes los sistemas de irrigación, con
una subsecuente reducción de la productividad de subsistencia (Moseley et
al. 1983). En las tierras altas, la presencia de terrazas y otros vestigios de cul-
tivo por encima del límite actual testifican condiciones más benignas en el
pasado y reflejan las presiones periódicas a que son sujetas las poblaciones
que se encuentran en zonas elevadas (Cardich 1975). Las variaciones dra-
máticas del clima y de la vegetación producidas por los cambios recientes de
El Niño permiten observar el tipo de catástrofe a la cual los grupos preco-
lombinos tuvieron que adaptarse. Las lagunas y descontinuidades que exis-
ten en el registro arqueológico pueden a menudo reflejar tales presiones y
oportunidades.
Para interpretar los eventos culturales como la expresión de los prin-
cipios evolutivos en lugar de la iniciativa humana consciente, tenemos que
rechazar muestra perspectiva antropocéntrica. En lugar de invocar el pres-
tigio de una elite para explicar el surgimiento de la organización estatal, de-
beríamos preguntar ¿de qué manera una elite aumentó la ventaja competi-
tiva de una sociedad? ¿Cuales circunstancias logran que el control centrali-
zado de la redistribución sea más beneficioso que la reciprocidad entre pa-
rientes y socios comerciales? ¿Cuales son las circunstancias que favorecen la
especialización de manufactura o la adquisición de materia prima entre
La evolución del Estado / 121
grupos que tienen igual acceso a los recursos? ¿Bajo qué circunstancias es la
coexistencia de sociedades autónomas más adaptiva o menos adaptiva que
su integración política? ¿Están las configuraciones culturales especializadas
para explotar medioambientes particulares más vulnerables cuando cam-
bian las circunstancias? ¿Podría ser que el reemplazo del sistema teocrático
por el secular de integración refleje una superioridad competitiva compara-
ble con el reemplazo de marsupiales por mamíferos placentarios?
Siguiendo los principios del modelo de tolerancia, deberíamos inves-
tigar si las estructuras incipientes o los comportamientos culturales “prea-
daptados” son esenciales para la elaboración social. Si no los son, como se
logran las transformaciones drásticas? ¿Cuáles son los impactos de pertur-
baciones semejantes de origen cultural y natural en sociedades que se en-
cuentran en el mismo o diferentes niveles de complejidad o que poseen las
mismas o diferentes formas de organización sociopolítica? ¿Son las desvia-
ciones de las condiciones estables, sean negativas o positivas, esenciales pa-
ra que ocurran cambios culturales significativos? El formularnos este tipo de
preguntas nos obliga a percibir situaciones específicas como manifestacio-
nes de procesos básicos, en los cuales los líderes carismáticos, la presión po-
blacional, las guerras y otros “motores primarios” son los instrumentos en
lugar de las causas de cambio.
Puede parecerse que estos comentarios no se relacionan con una
perspectiva desde la Amazonía. Sin embargo, ellos se derivan directamente
de esa perspectiva. Muchos de los mecanismos citados como conductivos a
la formación del estado en los Andes centrales existen en la selva tropical,
entre ellos el intercambio comercial a larga distancia, la especialización lo-
calizada de la manufactura, la guerra y los líderes carismáticos. Formas inci-
pientes de especialización ocupacional, estratificación social y otras “prea-
daptaciones” ocurren también. El no haber alcanzado en las tierras bajas la
misma complejidad alcanzada en la región andina no se puede atribuir a la
ausencia de potencial cultural. Más bien, parece reflejar la existencia de una
fuerza para impedir que se manifieste este potencial.
Nuestra situación puede compararse con aquella de los alquimistas
medievales, los cuales trataron en vano de transmutar el mercurio en oro y
se frustraron por su ignorancia sobre las estructuras de los elementos quí-
micos y de las reglas para su alteración. La obtención de este conocimiento
hizo posible transmutar oro en mercurio y esto nos lanzó a la era atómica.
122 / Betty J. Meggers
REFERENCIAS
Las secuencias más largas en esta lista son las del Valle de Tehuacán,
donde la fabricación de la cerámica comienza con la Fase Purrón, fechada
alrededor de 2.300 a.C.; la costa norte de Colombia, donde aparece con
Puerto Hormiga alrededor de 3.000 a.C., y la costa del Ecuador, con la Fase
126 / Betty J. Meggers
Valdivia con una fecha inicial de 3.200 a.C. Estos complejos tempranos in-
cluyen algunas diferencias importantes. En el Valle de Tehuacán, la cerámi-
ca inicial es muy tosca, sin decoración y las vasijas tienden a duplicar las for-
mas anteriores hechas en piedra (MacNeish 1964:536). En Puerto Hormiga,
en cambio, las formas son pocas y simples, pero la decoración es variada y a
menudo cuidadosamente ejecutada (Reichel-Dolmatoff 1961:Pls. 1-2). La
presencia de técnicas poco usuales, como el acanalado con el dedo y el ras-
treado y punteado múltiple, contribuyó a la inferencia de que Puerto Hormi-
ga es un desprendimiento de la Fase Valdivia Temprana en la costa del Ecua-
dor, donde las formas y la decoración son más variadas (Meggers, Evans y
Estrada 1965).
Dos secuencias más cortas son significativas porque establecen el ini-
cio de la fabricación de la cerámica en otras dos regiones septentrionales su-
damericanas. En el bajo Orinoco, la Tradición Barrancoide con una cerámi-
ca hermosamente decorada y bien ejecutada comienza alrededor del 1.000
a.C. Este complejo ha presentado un problema de interpretación, ya que es
mucho más temprano que los otros complejos conocidos en el oriente de
Venezuela o las Guianas adyacentes (Cruxent y Rouse 1958:17) y porque
aparentemente no tiene antecedentes locales. En el sitio Kotosh de la sierra
central del Perú, la cerámica más temprana es también de alta calidad y her-
mosamente decorada por inciso y punteado. Los fechados de carbono-14
ubican su comienzo alrededor de 1.800 a.C. (Izumi, com. pers.).
A primera vista, las características de estos complejos iniciales dan la
impresión de gran diversidad. Sin embargo, son evidentes varias semejanzas
notables, las cuales sirven como base para especulaciones sobre posibles
afiliaciones. Por ejemplo, la cerámica temprana del centro y sur de México,
representada por las fases Purrón y Ajalpan en el valle de Tehuacán y la Fa-
se Cotorra (Chiapa I) en la región de Chiapa de Corzo, se caracterizan por la
predominancia de vasijas redondas (tecomates) con labios engrosados inte-
riormente o expandidos (Fig. 1a-d). Estos recipientes pueden ser lisos o de-
corados y la decoración típica consiste en una serie horizontal de arcos en la
parte externa superior, hechos por incisiones anchas y poco profundas (Fig.
1e-f). Esta misma combinación de forma y decoración ocurre en la Fase
Waira-jirca, que tiene la cerámica más temprana en la secuencia de Kotosh
(Fig. 1g-i). Las semejanzas entre fragmentos de estas dos regiones son tan
notables, no solamente en términos de formas de vasija y decoración, sino
Especulaciones sobre rutas tempranas de difusión de la cerámica / 127
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Capítulo 8
muestra semejanzas tan cercanas con el total del complejo Valdivia, como
existen entre Valdivia Temprano y Jomón Temprano Tardío y Medio Tempra-
no del suroccidente de Japón.
Figura 2. Pintura iridiscente. a-c, Fase Chorrera, Ecuador; d-g, Fase Ocós, Guatemala.
ca. Quizá las similitudes sean resultados de una difusión desde la costa del
Ecuador, tanto hacia el norte como hacia el sur a lo largo de la costa perua-
na, seguido por modificaciones locales en ambos regiones.
Tabla 1
Comparación de las figurillas del Período B de Valdivia y de Tlatilco
Femenina X X
Masculina Rara X
Bisexual X ?
De pie X X
Embarazada Rara X
Sentada Rara X
Bebé en brazos Rara X
Desnuda X X
Vestida Rara X
Peinado elaborado X X
Con joyas ? X
Sin joyas X X
Sólida X X
Hecha a mano X X
Dos cabezas X X
dor del 1.500 a.C., desapareció la cultura Valdivia y aparecieron una serie de
nuevos rasgos, que se amalgamaron a la cultura Machalilla para producir
luego un nuevo complejo alfarero conocido como Chorrera.
Figura 3. Estampado en zig-zag. a, Fase Chorrera, Ecuador; b-d, Fase Ocós, Guatemala; e, Pe-
ríodo Preclásico (Chiapas I y II), Chiapas, México (según Dixon 1959: Fig. 55); f-h, Horizon-
te Playa de los Muertos, Honduras.
146 / Betty J. Meggers
culturales durante una difusión desde Mesoamérica hacia el sur. Sin embar-
go, la posibilidad de un intercambio por las dos vías, mediante el cual unos
rasgos viajaron desde el Ecuador al norte hacia Mesoamérica, no puede ser
descartado en el estado actual de nuestros conocimientos.
Ciertos elementos específicos encontrados en la Fase Chorrera y la
Fase Chorrera-Tejar transicional, pueden ser comparados con rasgos de va-
rias partes de Mesoamérica, donde el Período Preclásico ha sido claramen-
te definido. La pintura iridiscente lustrosa del complejo Chorrera, que varía
desde una apariencia gris metálica a un rosado (cuando se aplica de mane-
ra demasiado espesa) y se ha ejecutado en franjas paralelas, a menudo tra-
zando líneas diagonales intercaladas con puntos, es idéntica en apariencia,
motivo, técnica de aplicación y características generales a la decoración de
la Fase Ocós, la más antigua en la secuencia de La Victoria, Guatemala (Fig.
2). La diferencia principal es la existencia de paredes más gruesas en la ce-
rámica de Guatemala; mientras que las formas de vasija, el tratamiento de la
superficie, los bordes irregulares y la pintura iridiscente en zonas bordeadas
con líneas incisas, son más o menos equivalentes en las dos áreas. Aunque
la presencia de pintura iridiscente en el borde de cuencos con vertedero
constricto se ha reportado en la Fase I del sitio del Mirador, en Chiapas Oc-
cidental (Navarrete, Peterson, y MacNeish, comunicaciones personales), no
existen los motivos típicos de franjas o puntos y como la cerámica no fue
examinada por nosotros ni por Coe, esta identificación no es definitiva. Ha-
biéndose confirmado la existencia de estos atributos en la Fase Mirador I,
ésto sería evidencia de una ocurrencia muy difundida en Mesoamérica en
un horizonte temprano, siendo la Fase Mirador I equivalente a la Fase Ocós,
a Chiapa I en el sitio de Chiapa de Corzo y al primer horizonte Preclásico de
la Cueva de Santa Marta en Chiapas. Ningún otro sitio en Mesoamérica pa-
rece haber producido material semejante hasta ahora. La técnica iridiscen-
te desapareció al final del Período Preclásico en la costa de Guatemala, pero
persistió en la costa ecuatoriana hasta períodos arqueológicos más tardíos.
El marcado con uña no es común, pero ocurre en las fases Chorrera
del Ecuador y Ocós de Guatemala (Coe 1960: Fig. 2a-d, 3a-c) y en Chiapa I
(Fase Cotorra) del Período Preclásico Temprano de Frailesca en Chiapas,
México (Dixon 1959: Fig. 52b-d; Navarrete 1960:24, Fig. 22d,g). La variedad
simple del estampado en zig-zag está presente, pero no es común en la Fa-
Contactos entre las culturas / 147
se Chorrera (Fig. 3); la variedad simple también ocurre en la Fase Ocós, pe-
ro la variente dentada realizada con una concha es más común (Fig. 3b,c,d;
Coe 1960: Fig. 2e-g,3d). Es de interés la presencia del estampado en zig-zag
en otras culturas Formativas o Preclásicas de Mesoamérica, tales como
Chiapa I (Dixon 1959: Pls. 52p-t,55); la Fase Cotorra (Navarrete 1960:25, Fig.
23); Tlatilco (Porter 1953:37-38, Pls. 9h,11f,g; Piña Chán 1958:92, Pls. 6,12, Ta-
bla 5, Cuadro 2); el horizonte bicromo de Playa de los Muertos en Honduras
(Strong, Kidder y Paul 1983: Pl. 9c,e); la Fase Monte Fresco de Costa Rica (Coe,
com. pers.); la Fase Catalina de Costa Rica (Baudez, com. pers.); la cultura Ol-
meca del sitio de La Venta (Drucker 1952:231-232); y el sitio preclásico de El
Trapiche, Veracruz (García Payón 1950: Pl. 12; 5). La pintura roja y negra en
zonas es un rasgo típico de los horizontes Chavín Temprano y Cupisnique del
Período Formativo del Perú y se encuentra también en el Período Chorrera
del Ecuador (Evans y Meggers 1957: Fig. 2i,j), así como en las fases Ocós y
Conchas de la costa de Guatemala (Coe, com. pers.) y en la Fase Chombo de
Costa Rica (Coe, com. pers.). Además, las vasijas en forma de “cuspidor” de
las fases Chorrera y Conchas son idénticas en sus proporciones y decoración
en zonas (Fig. 4). El exterior del borde y el cuerpo tienen engobe rojo sobre el
color natural anaranjado bronceado. La decoración en el cuello no engoba-
do es de líneas incisas verticales, punteado o estampado en zig-zag (Coe
1960:369, Figs. 4n,o; 5n,o). La cerámica del horizonte Bicromo Temprano de
Playa de los Muertos, Honduras, muestra características similares.
Un rasgo distintivo mesoamericano encontrado en sitios del Período
Formativo del Ecuador es un pequeño anillo de cerámica, finamente pulido,
con un borde evertido en uno de sus extremos. Estos aretes tubulares son dis-
tintivos de la Fase Chorrera del Ecuador y de la Fase Conchas en Guatemala
(Coe 1960: Figs. 4a-h, 5a-f). Son tan idénticos en forma, técnica de manufac-
tura, acabado de superficie y tamaño (1,4-2,7 cm de largo, 2,0-3,0 mm de gro-
sor de las paredes del cuerpo y 2.7-4.8 cm de diámetro en el extremo mayor),
que para separar un conjunto por áreas de orígen, habría que depender com-
pletamente de los números de catálogo (Fig. 5). Aunque no se ha hallado en
otros sitios mesoamericanos tan tempranos como la Fase Conchas, este ras-
go ha sido reportado en contextos Formativos de Kaminaljuyú (Kidder, Jen-
nings y Shook 1946: 215, Fig. 91), los horizontes Mamóm y Chicanel de Ua-
xactún (Ricketson y Ricketson 1937: Pl. 696), el Período Medio de Zacatenco
148 / Betty J. Meggers
Fig. 4. Vasijas en forma de “cuspidor”. a-b, Fase Conchas, Guatemala; c-f, Fase Chorrera,
Ecuador
Figura 5. Aretes de cerámica en forma de anillo. a, Fase Chorrera, Ecuador. b, Fase Conchas,
Guatemala
Figura 6. Bordes evertidos con acanalado ancho. a-d, Fase Chorrera, Ecuador; e-g, Fase
Conchas, Guatemala
Figura 8. Superficie pulida en estrías. a-c, Fase Chorrera, Ecuador; d,e, Fase Conchas,
Guatemala
Figura 10. Vasijas raspadas. a,b, Fase Tejar, Ecuador; c, Fase Conchas,
Guatemala
Figura 11. Máscaras de cerámica de Ecuador y Mesoamérica. Mientras todos los especímenes de Ecuador son de una región ge-
neral y del Período Esmeraldas, aquellas de Mesoamérica están más difundidas y desarrolladas durante un período más largo. a,
La Tolita, Provincia de Esmeraldas, Ecuador (Museo Arqueológico Víctor Emilio Estrada); b,c, Provincia de Esmeraldas, Ecuador
Contactos entre las culturas /
(según d’Harcourt 1942: Pls. 52,53); d, Las Charcas, Guatemala (según Borhegyi 1955: Fig. 2a); e, Alta Verapaz, Guatemala (según
Borhegyi 1955: Fig. 2b); f-h, Cerro de las Mesas, Veracruz, México (según Drucker 1943: Pl, 43).
153
154 / Betty J. Meggers
Figura 12. Figurillas sobre una cama. a-c, La Tolita, Provincia de Esmeral-
das, Ecuador (según Lehmann 1951: Figs. 1-3); d-f, Valle de México (según
Lehmann 1951: Figs. 9,10,12).
Figura 13. Figurillas con vestimenta hecha de plumas. a. Probablemente un guerrero, La Tolita, Ecuador, altura 22,5 cm. b., Molde
para la manufactura de figurillas. Tolita, Ecuador, altura 11,7 cm. c, Disfraz de águila, Valle de México, altura 13 cm.
Contactos entre las culturas /
Figura 14. Figuras humanas, probablemente guerreros, con la cabeza apareciendo desde las fauces abiertas de la máscara de un
animal. a-b, México. c-f, Ecuador.
157
158 / Betty J. Meggers
Coe 1962:368; Coe 1962: 363-365). En este caso, puede tratarse de una intro-
ducción desde el Ecuador, ya que parece en el estado actual de nuestros co-
nocimientos, un elemento más difundido en Ecuador que en Mesoamérica.
La pintura policroma en motivos geométricos bien delineados sobre una su-
perficie engobada blanca, aparece en la Fase Guangala Tardío, aparente-
mente sin antecedentes locales. La pintura polícroma ha sido estratigráfica-
mente definida en la costa de Costa Rica por Coe y Baudez (1961: 505-515;
Baudez 1963:46-47, Fig. 6, Tabla 2; Baudez y Coe 1962), en un nivel lo sufi-
cientemente temprano como para ser el origen de su presencia en Ecuador.
La cronología general de la costa norte ecuatoriana es suficientemen-
te conocida como para indicar que una larga serie de rasgos del Período de
Desarrollo Regional (500 a.C.- 500 d.C.) están relacionados más cercana-
mente a Mesoamérica que a otras partes de América del Sur. Estos rasgos es-
tán concentrados en la región desde la Bahía de Caráquez hacia el norte y
ocurren en los sitios de Atacames, Esmeraldas y La Tolita, a lo largo de la cos-
ta de la Provincia de Esmeraldas. Materiales comparables se han reportado
en Tumaco, al otro lado de la frontera con Colombia (Cubillos 1955). El pe-
ríodo de tiempo es probablemente de alrededor de 0-500 d.C. Una relación
de tales rasgos con énfasis en su origen mesoamericano, no es nuevo; en
cambio, la existencia de secuencias estratigráficas detalladas en la costa del
Ecuador sí es nuevo. Estas secuencias indican claramente que la aparición
de este complejo de rasgos no es el resultado de un desarrollo evolutivo des-
de elementos indígenas ecuatorianos pre-existentes, sino más bién, es el re-
sultado de la introducción de una serie de elementos no sudamericanos
dentro de la situación local (Estrada y Evans 1963:82-84).
Del amplio inventario señalado por Borhegyi (1959, 1960) los rasgos
compartidos más destacados incluyen: figurillas zoomorfas y antropomor-
fas hechas en molde (Fig. 17); quemadores de incienso de tres puntas (Fig.
15); figurillas “amarradas a una cama” (Fig. 12); silbatos efigies; figurillas con
la cara sobresaliendo de la boca abierta de un animal (Fig. 14); máscaras de
cerámica (Fig. 11); sellos planos y cilíndricos (Fig. 18); figurillas vestidas con
capas emplumadas (Fig. 13); cabezas humanas de tamaño natural; pintura
amarilla, anaranjada, verde y de un negro asfalto en figurillas o adornos de
vasijas; figuras de murciélagos y jaguares, algunas veces con cuerpos huma-
nos (Fig. 16); figurillas de culto a la fertilidad con piernas ensanchadas; re-
presentaciones de hombres viejos con caras arrugadas (Fig. 19); figuras zoo-
morfas con lenguas bifurcadas; figurillas con brazos articulados (Fig. 20) y
vasijas con patas mamiformes.
Contactos entre las culturas / 159
Figura 18. Sellos de cerámica planos y cilíndricos de las culturas del Desarrollo Regional
del norte de Manabí y sur de Esmeraldas, Ecuador. a-v, igual escala, largo de a, 6 cm; w,
largo 7,5 cm; x,y,gg-ff, la misma escala, largo de x, 6 cm; z,aa, la misma escala, largo de z, 7
cm; bb-ff, igual escala, alto de bb, 5,8 cm.
162 / Betty J. Meggers
Figura 19. Hombres viejos con caras arrugadas. a, Agua Amarga, norte de la Provincia
de Manabí, Ecuador; c,Viche, Provincia de Manabí, Ecuador; e, Esmeraldas, Provincia
de Esmeraldas, Ecuador; b, México, altura 5,8 cm; d,f, Tres Zapotes,Veracruz, México.
Altura de d, 9,4 cm. a,b, Museo Nacional de Historia Natural de los E.E.U.U.; c,e, Mu-
seo Arqueológico Víctor Emilio Estrada; d,f, según Drucker 1943: Fig. 60c,d.
164 / Betty J. Meggers
Figura 20. Figurillas humanas con brazos y piernas móviles. a,b, Tisal, norte de
la Provincia de Manabí, Ecuador; Museo Nacional de Historia Natural de los
E.E.U.U.; c, Tres Zapotes,Veracruz, México, Largo del último especímen de la de-
recha: 7 cm. Museo Nacional de Historia Natural de los E.E.U.U.
Figura 21. Tumba en forma de botella, Ecuador, típica de las tierras altas del
Ecuador y del sur de Colombia (según Costales Samaniego 1956: Fig. 4).
Las tumbas con fosa del oeste de México incluyen ambos tipos. Tum-
bas en forma de botella han sido descritas por Corona Núñez (1954: 46-47)
en los municipios de San Blas y Santa María del Oro y en el estado de Naya-
Contactos entre las culturas / 165
rit (Fig. 23). La forma, medida y proporciones son muy semejantes a las tum-
bas ecuatorianas. Las tumbas con fosa con una gran anterecámara a un la-
do (Fig. 24) ocurren en el sitio de El Opeño, estado de Michoacán (Noguera
1946:150-154; 1939:574-586, Fig. 14); en El Arenal, estado de Jalisco y en los
Figura 22. Tumbas con anterecámara, sur de Colombia, también típicas del alti-
plano del Ecuador (según Bennett 1946: Fig. 92).
166 / Betty J. Meggers
sitios Corral Falso y Los Chiqueros en Nayarit (Corona Núñez 1955:7-8, Figs.
1,2; 1954:47-48, Figs. 6,7). Aparentemente están asociadas con estilos cerámi-
cos tardíos. La limitada distribución tanto de la tumba con forma de botella
como de la tumba con fosa y anterecámara en los tres estados adjuntos de
Nayarit, Jalisco y Michoacán en la costa pacífica de México y su ocurrencia
bastante difundida en las tierras altas del Ecuador y el sur de Colombia, su-
gieren una posible introducción desde Sudamérica (cf. Meggers 1963: Fig. 20).
Figura 25. Dientes rellenos con oro, Ecuador. a, Discos de oro, Atacames, Pro-
vincia de Esmeraldas (según Romero 1958: Pl. 7); b, Dientes cortados rellenos
con placas de oro, La Piedra, Provincia de Esmeraldas (según Romero 1958:
Pl. 8); c, Clavijas de oro con cabezas ensanchadas, sitio G-M- 4: Elisita, Provin-
cia del Guayas.
Contactos entre las culturas / 169
nos. 215390, 306966) como en Oaxaca (USNM cat. no. 97785), sugiere una
vinculación también con la tradición Zapoteca Mixteca.
Conclusión
Figura 26. Hacha-moneda de cobre, sitio Las Palmas, Provincia del Gua-
yas, Ecuador.
realizado en una escala mucho mayor que la evidencia sobreviviente nos lle-
va a inferir. Tal conclusión es apoyada por la descripción de un transporte de
balsa encontrado por los españoles afuera de la costa ecuatoriana, con mer-
cadería destinada a un puerto norteño, desafortunadamente no conocido
(Ruiz 1884). De esta carga grande y variada, poco o nada podría haberse pre-
servado para que un arqueólogo lo pudiera encontrar.
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Capítulo 9
ORIGEN TRANSPACÍFICO DE LA
CERÁMICA VALDIVIA EN LA COSTA
DEL ECUADOR
Figura 2. Similitudes en técnica y motivos entre Jomon Medio Temprano (a,c,e) y Valdivia
Temprano (b,d,f-g). a-b, Punteado con uña. c-d, Exciso. e-g, Rastreado y Punteado Múltiple.
182 / Betty J. Meggers
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Capítulo 10
EL ORIGEN TRANSPACÍFICO DE LA
CERÁMICA VALDIVIA
Una re-evaluación
Antecedentes Históricos
utilidad de las vasijas (ya que en este caso habrían sido susceptibles de ser
inventadas independientemente); 5) por último, existía una vía de comuni-
cación conformada por la fuerte corriente marina que fluye de Japón hacia
el norte, luego atraviesa el Pacífico hacia el este, pasando al norte de Hawaii,
y después dobla hacia el sur a lo largo de la costa occidental del continente
americano.
Suspendimos nuestros trabajos de campo en el Ecuador después de
la muerte de Estrada en noviembre de 1961, pero los resultados obtenidos
durante su breve carrera arqueológica atrajeron a otros investigadores. Po-
rras (1975) excavó un sitio Valdivia en la isla de Puná; Lanning y sus estu-
diantes encontraron pequeños sitios en la península de Santa Elena; Lath-
rap y sus asociados emprendieron excavaciones en Real Alto, en la costa sur
del Guayas (Lathrap y Marcos 1975; Lathrap, Marcos y Zeidler 1972); Norton
trabajó en Loma Alta en el valle de Valdivia (Norton 1982) y Bischof (1973,
1980; Bischof y Viteri 1972) volvió a examinar el sitio de Valdivia. Se ha pu-
blicado poco sobre los detalles de estas investigaciones, pero todos los par-
ticipantes han cuestionado la antiguedad del complejo Valdivia y la hipóte-
sis de un origen transpacífico.
Aquí analizaré los principales desacuerdos en la interpretación de los
datos. Se considerarán cuatro temas generales: 1) las características y la an-
tiguedad de la alfarería temprana de Valdivia; 2) la comparación Valdivia-Jo-
mon; 3) la viabilidad de un viaje transpacífico y 4) las explicaciones alterna-
tivas sobre el origen de la cerámica Valdivia.
Figura 4. Comparación de bordes lobulados de vasijas Jomon y Valdivia. a, c, Ataka; b, e-f, Izumi; d, Mie; g, Napukuju; h-m, Valdi-
via. (Reproducida de Meggers, Evans y Estrada 1965: lám. 181).
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 195
Cuadro 1
Fechas radiocarbónicas tempranas de sitios de la cultura Valdivia
(Bischof ; Damp 1979; Hill 1975; Lathrap y Marcos 1975; Meggers, Evans y Estrada 1965;
Norton 1982; Stahl 1984).
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 197
Cuadro 2
Representación de los tipos cerámicos de Valdivia en sitios Sobata, Izumi
y Ataka de Kyushu, Japón y otros sitios del Período Jomón
Valdivia Acanalado x x x x
Valdivia Brochado x x
Valdivia Decorado con Uñas x x
Valdivia Estampado con Concha x x x
Valdivia Exciso x x x
Valdivia Inciso x x x x
Valdivia Inciso Línea Ancha x x x x
Valdivia Peinado x x
Valdivia Rastreado y Punteado Múltiple x x x
Valdivia Corrugado x
Valdivia Corrugado Falso x
Valdivia Estampado con Cuerdas x
Valdivia Inciso Línea Fina x
Valdivia Mascarón x
Valdivia Biselado y Recortado
Valdivia Modelado
Valdivia Rojo Inciso
Valdivia B-C
Los rasgos usados para establecer la similitud entre la alfarería del Pe-
ríodo A de Valdivia y el Período Medio Temprano de Jomon han sido critica-
dos por haberse realizado mal el control temporal y espacial. Muller
(1971:70), por ejemplo, sostiene que “el material de un rango muy amplio en
tiempo y espacio del Japón se compara con el material de un rango muy am-
plio en tiempo del Ecuador”. Feldman y Moseley (1983:155) afirmaron que
“algunas de las formas decorativas eran realmente similares entre Ecuador y
Japón, pero la presencia de esos rasgos es esporádica. Estos se encuentran
dispersos a lo largo de la secuencia, en vez de estar unidos al principio”.
Lathrap (1967:97; 1973:1762) sostiene que “un estudio cuidadoso sobre las
abundantes comparaciones visuales entre Valdivia y los diferentes comple-
jos Jomon, hecho por los autores, sugiere que no existe ningún complejo Jo-
mon hasta ahora conocido que sea particularmente similar a la configura-
ción total de las formas de las vasijas y prácticas decorativas que caracteri-
zan el verdadero inicio de Valdivia A”.
Consideremos primero la crítica que dice que los rasgos no están
agrupados al inicio de la secuencia Valdivia y el Período Medio de Jomon. De
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 199
Figura 5. Comparación de la cerámica con decoración Valdivia Estampado con Concha, Mo-
tivo 2 de sitios Jomon y Valdivia. a-e,g, Todoroki (al lado de Sobata); f, Sobata; h-k, Valdivia
(Meggers, Evans y Estrada 1965: lám. 180).
200 / Betty J. Meggers
Figura 6. Comparación de la cerámica con decoración Valdivia Inciso, Motivo 1 de sitios Jo-
mon y Valdivia. a, Sobata; b, Hongo (Isla Tanegashima al sur de Kyushu); c,e, Izumi; d,f, Mo-
rioso (cerca de Tokio); g-j, Valdivia (Meggers, Evans y Estrada 1965: lám. 164).
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 201
Figura 7. Estatuillas de piedra de los tipos Palmar Ordinario y Palmar Entallado, caracterís-
ticas del Período Valdivia A.
Figura 8. Estatuillas de piedra del tipo Palmar Inciso, del Período Valdivia A.
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 203
204 / Betty J. Meggers
Figura 9. Comparación de pequeñas placas de piedra de Japón y del Ecuador, con estrías que sugieren el pelo y una falda (a, c, j).
a-f, Kamikuroiwa, Japón; g-j, Valdivia (Reproducida de Meggers, Evans y Estrada 1965: lám. 187).
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 205
Figura 10. Placas de piedra y cerámica del Período Jomon Tardío en Honshu. Elementos de-
corativos similares se encuentran en las estatuillas de piedra (ej. Fig. 8 c-d) y la cerámica (ej.
Fig. 1 c) del Período Valdivia A (Reproducida de Meggers, Evans y Estrada l965: Fig. 102).
206 / Betty J. Meggers
Figura 11. Mapa del Japón donde se muestran los sitios Ataka, Sobata e Izumi, en el lado
occidental de Kyushu y los sitios Mito, Natsushima y Moroiso, en el lado sur de Honshu.
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 207
Explicaciones Alternativas
Figura 14. Ubicación y antiguedad de la cerámica más temprana que se haya informado
de varias partes de Sudamérica. Los fechados se tornan más recientes al incrementarse la
distancia desde las costas noroccidentales de Sudamérica, lo cual es un patrón inconsis-
tente con la hipótesis del origen de la cerámica Valdivia en la Amazonía.
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 213
ría de los conchales en las costas de Florida y Georgia, al sureste de los Esta-
dos Unidos. La hipótesis alternativa de que la alfarería de la Fase Mina es el
antecesor de Valdivia, parece incompatible con la ausencia de tiempo sufi-
ciente entre los fechados iniciales que permitieron el desarrollo de la varie-
dad de técnicas y motivos presentes en Valdivia A.
Con excepción de la Fase Mina, las fechas más antiguas para la cerá-
mica en las tierras bajas son considerablemente más recientes que las de
Valdivia (Fig. 14). Las más tempranas son la Fase Pastaza al sureste de Ecua-
dor y la Fase Waira-jirca en la montaña peruana, con antiguedades de apro-
ximadamente 4.100 y 3.800 años (Porras 1975; Izumi y Sono 1963). Estos
comparten pocos elementos con Valdivia, siendo el más notable las finas fa-
jas sombreadas delimitadas por incisiones anchas, una técnica diagnóstica
de Valdivia D (tardío). Una decoración similar se produce en la alfarería de
la Fase Ananatuba, el complejo inicial de la isla de Marajó en la desemboca-
dura del río Amazonas, a la cual se le dió un fechado por termoluminiscen-
cia de 3.400 AP. Las fechas anteriores a 3.000 AP de sitios en el Orinoco me-
dio han sido cuestionadas (Sanoja y Vargas 1983). Aun si están asociadas con
la alfarería, éstas son demasiado recientes en más de un milenio para ser an-
cestrales a Valdivia. Además, ni las formas de las vasijas ni las técnicas deco-
rativas son similares a Valdivia. La Fase Barrancas, en el bajo Orinoco, que
tiene una antiguedad máxima de aproximadamente 3.000 años, ha sido in-
terpretada como una intrusión del horizonte Formativo del norte de los An-
des (Sanoja 1979).
“Tierra adentro” se ha usado también en el sentido de “no en la orilla
del mar”. Así, aunque Loma Alta está a sólo 15 km de la desembocadura del
río Valdivia, ha sido descripto como un sitio del interior por Norton
(1982:102). El declaró que “a partir de la evidencia de Punta Concepción y
también de Loma Alta, de las estatuillas y fragmentos de Valdivia A que loca-
lizamos en Las Balsas, a 25 km de distancia tierra adentro de Loma Alta, de-
bemos concluir que los alfareros más tempranos en el Ecuador no estuvie-
ron confinados a unas pocas aldeas en la orilla entre Valdivia y San Pablo.
Ellos ocuparon numerosos sitios en el interior desde la más temprana épo-
ca conocida de la cultura Valdivia” (Norton 1982:108). Concluyó que “el des-
cubrimiento de sitios tempranos tierra adentro debilitaba la hipótesis trans-
pacífica hasta el punto que se vuelve sumamente difícil sustentarla” (Norton
1982:108).
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 215
La alfarería de San Pedro es marrón oscuro o gris y bastante dura. Si tiene des-
grasante, éste sería una arena bastante fina. Los fragmentos tienden a ser tra-
pezoidales, lo que parece indicar que se usó un método diferente de manufac-
tura que el utilizado en la fase Valdivia. Las superficies aparecen frecuentemen-
te pulidas, siendo aún visibles las marcas de herramientas que se usaron para
el pulido. La única forma identificada en la pequeña muestra de fragmentos es
una jarra con cuello estrecho y borde evertido (Meggers, Evans y Estrada 1965,
Origen transpacífico de la cerámica valdivia / 217
Forma 18)... Los fragmentos están decorados, en su mayor parte, con incisiones
de línea fina hechas en la superficie húmeda y no engobada. Los motivos son lí-
neas paralelas en zigzag; líneas onduladas, oblicuas o verticales alternadas con
líneas rectas; romboides, rectángulos, zonas sombreadas y bandas sombreadas
cruzadas y triángulos sombreados alternados. Unos pocos fragmentos similares
de procedencia no especificada han sido publicados (Meggers, Evans y Estrada
1965: láms. 64j, 64q, l83f).
Sostuvieron que “la alfarería de San Pedro, a pesar de ser más primi-
tiva que la cerámica de Valdivia, es de buena calidad y de ninguna manera
representa un estado incipiente de manufactura de cerámica” (Meggers,
Evans y Estrada 1965). Lathrap et al. (1975:27) estimaron que la Fase San Pe-
dro era más temprana que Valdivia, pero no ancestral a ésta; así que “los he-
chos nos obligan a considerar la existencia no sólo de una sino de un míni-
mo de dos tradiciones de alfarería diferentes en un período de tiempo ante-
rior al 3.000 a.C., es decir, San Pedro y un complejo aún no descubierto an-
cestral al complejo más temprano de Valdivia en Loma Alta”.
La comparación de las descripciones e ilustraciones de la alfarería de
San Pedro con el complejo Valdivia no apoya la afirmación de Lathrap y co-
laboradores, que decían que “la única forma de la vasija y los elementos de-
corativos de esta alfarería... están fuera de la serie de las prácticas estilísticas
de Valdivia” (Lathrap et al. 1975:27). Los tres fragmentos identificados por
Bischof como pertenecientes a San Pedro, entre aquellos ilustrados por
Meggers, Evans y Estrada, están dentro de la serie de variación incluida en el
tipo Valdivia Inciso. Se identificó la única forma de vasija como la Forma 18
de Valdivia.
Las fechas asignadas al complejo San Pedro por Bischof (1980:382) no
establecen su prioridad cronológica a menos que se acepte el juicio de Hill,
de que Valdivia no se inició antes de 4.500 años AP. Seis fechados de San Pe-
dro se extienden de 4.760 ±80 a 4.510 ± 95 AP (Cuadro 1). La más antigua de
éstas es más reciente que 12 fechas asignables a Valdivia A y las otras son
contemporáneas a otros 10 fechados de contextos Valdivia. A pesar de que
se ha cuestionado la fecha inicial del sitio Valdivia, los dos resultados más
antiguos de Loma Alta parecen estar claramente asociados con cerámica
Valdivia A. Estas discrepancias tienen que resolverse antes de que se puedan
aceptar la prioridad e independencia del complejo San Pedro.
218 / Betty J. Meggers
Aspectos Teóricos
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Capítulo 11
ORIGEN TRANSPACÍFICO DE LA
CIVILIZACIÓN MESOAMERICANA
Una reseña preliminar de la evidencia y sus
implicaciones teóricas
soportó una densidad de una aldea por kilómetro en los sistemas de estua-
rio a lo largo de la costa de Chiapas y Guatemala (Coe y Flannery 1967:104).
La aridez y el consecuente mayor riesgo de falla en la cosecha podrían ex-
plicar el retraso aparente en adoptar el modo de vida de aldeas agrícolas en
las cuencas de las tierras altas, pero, hasta 1.500 a.C. existieron asentamien-
tos de tamaño y permanencia similares.
En la costa guatemalteca, las aldeas tempranas fueron probablemen-
te habitadas por solo una o dos familias extendidas. La cerámica, el elemen-
to más abundante y mejor conservado de la cultura material, aparece prin-
cipalmente en la forma de vasijas globulares sin cuello, que eran a menudo
decoradas cerca del borde con una banda roja o con diseños sencillos en
punteado o inciso. Este estilo ocós también se ha encontrado en las tierras
altas de Chiapas y en la costa oriental, donde antecede a la civilización ol-
meca. Una tradición cerámica diferente está asociada con la Fase Purrón en
la Cuenca de Tehuacán, pero la influencia ocós es evidente aquí también
unos pocos siglos después de aparecer en la costa del Pacífico. El pequeño
tamaño de los asentamientos, la ausencia de estandarización en cerámica y
otros artefactos y la ausencia de bienes de lujo implican que la organización
social no era estratificada. La única indicación de especialización ocupacio-
nal es la presencia de figurillas de cerámica, que podría indicar la adopción
de prácticas religiosas que requirirían de sacerdotes de tiempo parcial o
completo.
La Civilización Olmeca
Cerca del 1.200 a.C. ocurrió algo poco usual; o sea, “la súbita aparición
de la civilización olmeca en pleno florecimiento” (Coe 1968:64; cf. Willey
1971:107; Heizer 1971:72; Clewlow 1974:9,149). Aunque la presencia de La
Venta, San Lorenzo y algunos otros sitios impresionantes han llevado a la de-
signación de la costa oriental como el “área nuclear” olmeca, fechas de car-
bono-14 sugieren que la influencia olmeca se sintió casi simultáneamente so-
bre la mayor parte de Mesoamérica (Fig. 1). En los valles de México y Chiapas,
las cerámicas iniciales son “olmecoides”; en todas partes, “los complejos de
estilo ocós desaparecieron o fueron eliminados... cerca de 1.100 a.C.” (Green
y Lowe 1967:63) y reemplazados por cerámica negra olmeca, a menudo con
decoración incisa y excisa. La costa veracruzana contiene los sitios más im-
230 / Betty J. Meggers
Figura 1. Comparación de las ubicaciones cronológicas de las civilización shangy y olmeca (líneas diagonales) (según Green y Lowe
1967; Coe y Flannery 1967; McNeish, Peterson y Flannery 1970; Tolstoy y Paradis 1971; Coe 1968).
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 231
Figura 2. Distribución de sitios olmecas en Mesoamérica, la línea discontinua define el área nuclear .
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 233
Además de las cabezas colosales, las estelas, los altares y otros monumentos
visibles tallados en basalto, La Venta está repleto de ofrendas de hachas pu-
lidas, lajas de piedra y mosaicos de serpentina, los cuales fueron enterrados
en grandes huecos y cubiertos con cinabar. Las hachas eran a menudo arre-
gladas en forma de cruz y una reserva contenía 258 ejemplares. Dos mosai-
cos realizados de bloques de serpentina han sido interpretados como más-
caras de jaguar sumamente estilizado. Una medía cerca de 4.7 x 6.2 metros
y contenía 485 piedras cortadas y encuadradas, con una o ambas superficies
aplastadas y pulidas (Drucker, Heizer y Squier 1959).
San Lorenzo está más hacia tierra adentro (Fig. 2), en una elevación
natural que fue reformada cortando y rellenando los márgenes. La excava-
ción reveló numerosas esculturas de piedra, lo mismo que un sistema com-
plicado de drenajes forrados en piedra conectados con reservorios. La pre-
sencia en la cumbre de más de 200 montículos para casas, frecuentemente
arregladas en grupos de tres alrededor de una pequeña plaza cuadrada, in-
dica una población residente mucho mayor que en La Venta. Una mayor ac-
tividad doméstica también está insinuada por la abundancia de piedras de
moler y en restos de comida (Coe 1968). Aunque la región inmediata es de
mayor productividad agrícola que la vecindad de La Venta, no habría podi-
do sostener el número de residentes permanentes implícito en la evidencia
arqueológica; consecuentemente, aquí también, la comida debe haber sido
traida de regiones más distantes.
Otras clases de productos seguramente fueron obtenidos de lejos. En
efecto, uno de los aspectos más sobresalientes de la cultura olmeca es el al-
cance del comercio de materias primas exóticas. Obsidiana, basalto, magne-
tita, ilmenita, hematita, serpentina y jadeita llegaron a La Venta y San Loren-
zo de muchas fuentes, insinuando un sistema de comunicación que cubría
la mayor parte de Mesoamérica. Aunque solamente ha sobrevivido la pie-
dra, es probable que las plumas, el cacao, el algodón y caucho fueron tam-
bién objeto de comercio como en los tiempos posteriores. Nuestra poca ha-
bilidad para reconocer tales artículos perecederos podría explicar muchos
de los espacios en blanco en el mapa del área de sustentación (Fig. 3).
La religión fue otro aspecto importante de la civilización olmeca.
Compilando y analizando los motivos del arte, Joraleman (1971:90-91) ha
distinguido diez dioses mayores, siendo el más importante el jaguar-dragón,
“señor del fuego y del calor, asociado con los volcanes y las cuevas, la sequía
234 / Betty J. Meggers
Figura 4. Zona de dominio o influencia shang (líneas diagonales) y ubicación de algunos sitios
(según Cheng 1960, Mapa II; Herrmann 1966: 4; Wheatley 1971, Fig.8).
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 239
Anyang, que llegó a ser la capital shang en 1.385 a.C., contiene nume-
rosas plataformas grandes de tierra apisonada que tienen por término me-
dio dos metros de alto (Watson 1961:61). Un sistema complicado de distri-
bución de agua sigue por debajo de la porción central. Ambas, la plataforma
y el sitio como un todo, están orientados en sentido norte-sur. Tumbas en
forma de cruz que contienen sacrificios humanos y animales, cráneos hu-
manos, carruajes y ornamentos de bronce, jade y concha testifican la exis-
tencia de una elite poderosa.
De acuerdo a los documentos escritos, el reino shang contenía cinco
regiones, cada una dividida en estados feudales. Todos los señores feudales
eran nombrados por el gobernante y algunos eran miembros de la familia
real. Sus obligaciones principales eran guardar la frontera, proveer los tribu-
tos a intervalos regulares y suministrar mano de obra para el ejército y otras
clases de actividades. En reciprocidad, ellos recibían asistencia militar, re-
compensas materiales y consejos del oráculo, el cual era consultado en su
representación por el dirigente. La productividad agrícola era una preocu-
pación constante a causa del gran peso sobre el suministro de alimentos
creado por la creciente población rural, la clase regente y los artesanos
(Cheng 1960). La existencia de una jerarquía administrativa bien definida
está apoyada por la referencia a algunos veinte títulos en los huesos oracu-
lares. Los oficiales eran de tres tipos: civiles, militares y secretariales. La pri-
mera categoría incluía el cuerpo administrativo en la capital y los señores
feudales. El último también contenía individuos de alto rango, entre ellos
sacerdotes, adivinos y consejeros o ministros responsables de supervisar las
actividades agrícolas y de nombrar oficiales de bajo nivel.
La naturaleza dispersa del patrón de asentamiento shang ha sido en-
fatizado por Wheatley (1971:96) y Chang (1963:16), quien afirma:
Escritura
corativos (Coe 1965a:94-96). Cerca del 500 a.C., cuando se incrementan las
inscripciones mesoamericanas sobrevivientes, los símbolos recuerdan los
glifos mayas (Caso 1946), los cuales fueron leidos de arriba abajo, al modo
shang.
Figura 5. Comparación de símbolos de la escritura Minoana Linear A de Creta fechada entre 1.700
y 1.6.. a C. con símboloes encontrados en huesos oraculares shang (hilera media) y esculturas
rocosas olmecas (hilera baja) (según Diringer 1962, Fig. 11; Cheg 1963, Pl. VII; Hatch 1971, Figs. 14,
19, 20; Coe 1965b, Fig. 43).
Jade
y otros artículos de jade en las tumbas shang, lo mismo que el hecho de que
los símbolos de prestigio y rango eran de jade, atestiguan acerca del valor de
este material entre los Shang.
En Mesoamérica, el jade era también apreciado. Según Bernal
(1969:100):
Este fue el más precioso de todos los materiales, superior al oro mismo... objetos
de arte eran ofrecidos en grandes ceremonias rituales y colocados en las tumbas
de los sacerdotes. La asociación del jade con el corazón de la tierra o de las mon-
tañas y el corazón del pueblo continua hasta el fin.
Al asumir el cargo, cada oficial shang recibía una tableta de jade cha-
ta, oblonga y angular como emblema de autoridad y rango (Ling 1965; Lau-
fer 1912). Tabletas mayores, algunas de casi un metro de largo, eran porta-
das por el soberano mientras recibía a los visitantes o realizaba sacrificios.
Otros tipos eran enviados a los señores feudales como recompensas, adver-
tencias o reprimendas (Fig. 6). Hachas de jade eran frecuentemente enterra-
das con los individuos de alto rango.
Representaciones olmecas de figuras elaboradamente vestidas que
sostienen objetos alargados de varias formas, generalmente se ha interpre-
tado como escenas de guerra, implicando que los Olmecas utilizaban cachi-
porras en vez de otras clases de armas (por ejemplo Coe 1962:88). Heizer
(1967:29), no obstante, ha sugerido que podrían “con igual plausibilidad ser
interpretados como una herramienta agrícola o como un cetro o un bastón
simbólico de un cargo especial”, particularmente desde que los individuos
que los llevan vestidos inapropiados para un combate vigoroso. Una restau-
ración de la Estela 3 de La Venta muestra dos hombres con tocado elabora-
do encarando el uno al otro, uno de ellos sosteniendo un “bastón” en la ma-
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 245
no derecha (Fig. 7b). Encima están seis figuras más pequeñas. Dos llevan
bastones, uno de los cuales tiene la forma sinuosa asociada con los oficiales
shang de tercer rango (Fig. 6e). La Estela 2 representa otra figura grande
también rodeada de seis individuos más pequeños. Los siete sostienen un
bastón en ambas manos. Entre otras representaciones olmecas está un
hombre que lleva un objeto con una parte superior bifurcada (Fig. 7a), una
forma representada entre los emblemas de rango empleados por los Shang
(Fig. 6a).
Figura 6. Tipos de tabletas de jabe portados por los soberanos shang mientras recibían a los ofi-
ciales o empleados por los señores feudales como símbolos de rango y autoridad. El tipo identifi-
ca un oficial de tercer rango (a-d, según Ling 1965; e, según Laufer 1912).
246 / Betty J. Meggers
Deidad Felina
mas plácidas sin colmillos hasta imágenes feroces con caninos prominentes
(Fig. 8-9a). En muchos casos, la mandíbula inferior era omitida.
Aunque Covarrubias trató de mostrar que el jaguar olmeca fue un
dios de la lluvia, otros han sugerido que estaba probablemente asociado con
la tierra y la fertilidad del suelo (Bernal 1969:103; Heizer 1962:313; Thomp-
son 1851:36; Wolf 1959:72-79-81; Joraleman 1971:90). La representación aquí
también es altamente variable. Según Bernal (1969:99), el jaguar
Figura 8. Ornamentación felina en hachas shang de jade (a-b) y bronce (c), mostrando una gama
desde la representación realista hasta la estilizada (a, según Laufer 1912, Fig. 83; b, según Laufer
1927, Pl. II-1; c, según Watson 1961, Fig. 20a).
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 249
Figura 9. Representaciones felinas. a, Máscara de bronce del estilo shang (según Hatch 1971,
Fig. 18).
Figura 10. Hachas olmecas de jade de La Venta con características felinas. a, Jaguar humanizado
típico; b, Representación altamente estilizada (según Bernal 1969, Pl. 38 y Fig. 11a).
250 / Betty J. Meggers
Adoración de Montañas
Deformación Craneal
parecen casi como si hubieran sido cortadas desde encima con un hacha, en el
medio del cráneo.
después de once meses a bordo (Sittig 1896). Aún más, las poblaciones que
explotan los recursos del mar lo ven a este como una ruta, más bien que una
barrera. Los Micronesios actuales, por ejemplo, no vacilan en embarcarse
solos o con un compañero en un viaje de varias semanas a una isla distante,
solamente para visitar amigos o comprar un paquete de cigarrillos.
La facilidad con que algunos rasgos pueden ser reinventados es tam-
bién más a menudo supuesto que demostrado. Nuestra propia cultura esti-
mula el invento y la duplicación de descubrimientos está favorecida por el
acceso por parte de un gran número de personas a un cuerpo de conoci-
mientos común (White 1949:209). El hecho de que esta es una situación re-
ciente generalmente se pasa por alto. A lo largo de la mayor parte de la his-
toria humana, la seguridad ha radicado en adherirse a las formas tradicio-
nales y los innovadores han sido vistos como excéntricos o aún peligrosos.
La fuerza continua de esta actitud es evidente en los periódicos diarios, que
registran la hostilidad personal o las sanciones sociales dirigidas hacia los
que defienden el aborto, la integración racial y otras doctrinas “radicales”. La
amenaza a la sociedad presentada por nuevas ideas, no solamente hace po-
co probable que la invención duplicada fuera frecuente durante la historia
humana, sino que hace surgir la interrogante de cuales son las circunstan-
cias que estimulan la aceptación de innovaciones, ya sea generada local-
mente u obtenida de afuera.
Aún más, muchos rasgos que nos parecen simples se vuelven, des-
pués de una inspección más cercana, no solamente relativamente compli-
cados, sino que también tienen un patrón de distribución a través del tiem-
po y del espacio que indica su diseminación desde una sola fuente. Un
ejemplo es la adición de una capa roja o engobe a la superficie de una vasi-
ja de cerámica. Su ocurrencia casi universal en el Nuevo Mundo ha sido in-
terpretada como indicativo de una reinvención repetida, pero el proceso re-
quiere un conocimiento considerable de materias primas y su comporta-
miento durante la cocción. Puesto que algunas arcillas y minerales cambian
de color bajo la influencia del calor, mientras que otros no lo hacen, la pro-
ducción de un engobe rojo no es cuestión de sólo añadir una capa de arcilla
roja a la superficie de una vasija no quemada. Además de esto, el exámen de
las ocurrencias más tempranas de la cerámica con engobe rojo muestra que
ésta aparece en la costa de Ecuador cerca de 3.200 a.C. y decrece en antigue-
dad con el aumento de la distancia desde esta región, de acuerdo con el mo-
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 257
delo de difusión edad-área (Ford 1969, Cuadro 17). Aún una forma tan “ob-
via” como la vasija redondeada tiene una distribución espacial y cronológi-
ca indicativa de difusión más bien que de reinvención (Ford 1969, Cuadro
14). Al evaluar las posibles relaciones culturales, es importante tener en
mente que lo que parece “simple” u “obvio” para nosotros podría ser ni sim-
ple ni obvio para alguien que nunca hubiera visto el rasgo y quien vive en
una sociedad donde las innovaciones son consideradas como peligrosas pa-
ra la supervivencia de la comunidad.
Duplicación Independiente
Requerimientos de Prueba
Antes de que alguna afirmación pueda hacerse acerca de la unidad de las civi-
lizaciones del Nuevo y del Viejo Mundo, será necesario no solamente producir
evidencias de contacto histórico con cierto grado de precisión en lo que se refie-
re a tiempo, lugares y medio de transporte, sino también mostrar que el papel
de tales contactos fue decisivo en el desarrollo de las civilizaciones de América
Nuclear en sus etapas formativas y que sin tales contactos el nivel de civiliza-
ción no habría sido alcanzado (1966:297, véase también Chard 1969:168).
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Capítulo 12
EVIDENCIA ARQUEOLÓGICA DE
CONTACTOS DESDE ASIA
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lados opuestos del oceáno puedan ser atribuidos al contacto. Una revisión
de éstos nos expondría a algunas de las complicaciones que se involucran
en la evaluación de la evidencia.
Primero, los rasgos comparados deben ser contemporáneos. A menu-
do esto es difícil de determinar con precisión, o porque las secuencias ar-
queológicas están incompletas o porque el objeto ha sido sacado de su con-
texto y por lo tanto no puede ser fechado con precisión. Muchas compara-
ciones son invalidadas por este criterio, ya que los elementos son siglos o
milenios más viejos en Asia que en América, y desaparecieron en la primera
mucho antes de aparecer en la última. El exámen cuidadoso de la evolución
de tales rasgos no contemporáneos generalmente demuestra que la inven-
ción independiente o la convergencia es la explicación probable, particular-
mente cuando se trata de elementos funcionales.
Segundo, una revisión de la historia del rasgo debería revelar un lar-
go período de evolución en la región donante y una súbita aparición en ple-
no desarrollo en la región receptora. Desafortunadamente, ésta situación
también puede ser imposible de demostrarse, o porque los objetos compa-
rados carecen de documentación suficiente, o porque una o ambas áreas
son demasiado mal conocidas para proveer la información arqueológica re-
querida. El fracaso en cumplir éste criterio es uno de los motivos más comu-
nes para el rechazo de similitudes impresionantes.
Tercero, se podría esperar una distribución geográfica más amplia en
el área donante, ya que los rasgos tienden a difundirse desde el lugar de ori-
gen a regiones vecinas con el paso del tiempo. De hecho, esta correlación
entre la edad y el área es un método para juzgar la antiguedad relativa de
rasgos culturales. De ésta manera, se podría esperar que un rasgo introduci-
do tenga una distribución geográfica mucho menor en el área receptora que
en el área donante. En todo caso, si la introducción fue antigua, de manera
que el rasgo tuvo un largo tiempo para expandirse, o si fue popular y se di-
seminó rápidamente, las áreas de distribución en ambos lados del océano
podrían no diferir en tamaño de manera significativa.
Cuarto, el argumento para una introducción es reforzado si el carác-
ter del rasgo no está determinado por su función. La eficiencia de un hacha,
por ejemplo, está relacionada con la materia prima, forma, peso, contorno
de la hoja, etc. Se incrementa su efectividad si tiene mango y hay pocas ma-
Origen transpacífico de la civilización mesoamericana / 273
bién, los criterios son aplicados tan rígidamente que el registro arqueológi-
co simplemente no puede proveer los detalles requeridos. No obstante, un
creciente número de complejos no pueden ser explicados excepto como el
resultado del contacto y varios antropólogos están convencidos, no sólo de
que el contacto transpacífico tuvo lugar, sino de que ocurrió repetidamente
e independientemente en diferentes momentos en distintas partes de la
costa occidental de las Américas. Se debería enfatizar que estos contactos
no contribuyeron significativamente a la población del Nuevo Mundo,
puesto que los inmigrantes fueron pocos y su composición genética hubie-
ra sido dispersada por la interprocreación con los habitantes locales, quie-
nes eran descendientes de inmigrantes muy anteriores que llegaron por vía
del Estrecho de Bering. Sin embargo, parece cada vez más probable que las
introducciones transpacíficas aportaron elementos importantes al desarro-
llo cultural americano.
Los rasgos y complejos que han sido citados como evidencia de con-
tacto transpacífico incluyen la manufactura de tela de corteza, el juego de
patolli, el uso de una litera para transportar personas de alto rango, vasijas
cerámicas cilíndricas con tres patas rectanguloides y una tapa cónica, el
proceso de cera perdida y otras técnicas metalúrgicas, el concepto del cero,
las asociaciones entre animales y días de la semana, prácticas rituales, re-
presentaciones simbólicas y una variedad de otros elementos específicos y
a menudo intrincados. Muchos de ellos tienen diferentes distribuciones en
el espacio y en el tiempo, pero algunos tienden a concentrarse en dos áreas
geográficas. Una es la costa del Ecuador; la otra es la zona maya en Guate-
mala y México. La naturaleza de las semejanzas en estas dos áreas es dife-
rente, en gran parte por las diferencias en el nivel de desarrollo cultural
cuando ocurrió la introducción. Una revisión de la evidencia provee una
idea de las clases de rasgos que parecen ser de origen transpacífico y de la
manera en la cual éstos han sido modificados durante la incorporación den-
tro del nuevo contexto.
Uno de los descubrimientos arqueológicos más sobresalientes de la
década del cincuenta fue hecho por un arqueólogo aficionado ecuatoriano,
quien se dió cuenta de la existencia de similitudes entre la cerámica inicial
de la costa del Ecuador (Fig. 2) y la cerámica prehistórica del Japón occiden-
tal (Fig. 1). Su significado no pudo ser evaluado inmediatamente porque la
evidencia carecía de algunos puntos cruciales. Específicamente, no había
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 275
Figura 1. Cerámina decorada de Jomon Medio Temprano: a, Excisa; b, Dos filas de marcas de uñas
paralelas al borde; c, Estampado en zig-zag, filas deprimidas; d, Aplicación continua de estampado
en zig-zag; e-f, Rastreado y punteado con un implemento dentado; g, Incisión con patrón en zigzag;
h, Fila de punteado en el margen inferior de una zona con incisión; i, Incisión en patrón de trama
cruzada; j, Incisión cruzada en el borde, líneas horizontales paralelas en el cuello y zigzag en el
cuerpo; k, Borde con trinca vertical; l, Zonas de punteado limitados por zonas de líneas incisas; m-
n, Canales hechos con presión de dedo con incisiones en los camellones intermedios; o-q, Raspado
con concha produciendo patrones; r, Líneas incisas intercaladas en una superficie pulida; s-u,
Inciso ancho en zonas; v, Borde reforzado externamente.
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 277
Figura 2. Cerámica decorada de la Fase Valdivia del Ecuador. El orden de las técnicas
corresponde a aquel de la Figura 1.
278 / Betty J. Meggers
Figura 6. Modelos de casas de cerámica de la Tolita, Ecuador: Izquierda, con caballete en silla
montar y construcción de doble techo; derecha con ornamentación elaborada del techo
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 283
dos figuras humanas uniendo una base plana con una cara superior concá-
va. La misma distorsión anatómica, en la cual los hombros están desplaza-
dos hacia arriba a los lados de la cabeza, existe en las dos regiones (Fig. 4).
Figura 7. El Santuario Ise , Uji Yamada, que representa la típica arquitectura ja-
ponesa del Período Arcaico. Las columnas y tirantes que yacen horizontalmente
a través del caballete son duplicados en el modelo de una casa en alfarería de la
cultura Bahía del Ecuador.
284 / Betty J. Meggers
Figura 8. Una figura sentada de un Buda de Campa (Annam), que data del décimo si-
glo d.C. (izquierda). Las posiciones de las piernas y brazos, los pesados adornos de las
orejas y la gorra con pico se parecen a las figurillas de Bahía, como la ilustrada a la de-
recha, la cual está sentada en la posición utilizada en Asia para la meditación religio-
sa. El pendiente en forma de una dentadura, los amplios brazaletes, los grandes aretes
y la gorra con pico son características de este tipo de figurilla ecuatoriana.
sugerir que ellos no habían inventado todas estas cosas por sí mismos. La
naturaleza no científica de estos tipos de objeciones se hace evidente si to-
mamos en cuenta los problemas que rodean a cualquier intento de identifi-
car el origen de los componentes de cualquier civilización altamente desa-
rrollada.
Una manera de alcanzar una perspectiva es examinar situaciones
donde sabemos que el desarrollo cultural fue fuertemente y repetidamente
influenciado desde el exterior. ¿Cómo interpretaríamos el desarrollo de la ci-
vilización en Francia, por ejemplo, si París estuviera en ruinas, no existieran
registros escritos y tuviesemos que confiar solamente en los restos arqueo-
lógicos? ¿Podríamos reconocer los detalles arquitectónicos como resultado
de la influencia Griega o Romana o los consideraríamos como invenciones
independientes? Aún una consideración superficial hace evidente que la in-
286 / Betty J. Meggers
Figura 9. La entrada occidental de la Gran Stupa, Sanci, India, erigida durante la par-
te temprana del primer siglo d.C., demuestra figuras atlántidas soportando el dintel
(arriba), similares a aquellas en un altar olmeca de Potrero Nuevo, Mexico.
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 289
Figura 11. Pirámide con escaleras y con un pequeño templo en la cúspide en Baksei
Chamkrong, Angkor, Cambodia.
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 291
Figura 13. El portal en la fachada oriental del Convento de Monjas en Chichén Itzá
(izquierda), una construcción Maya Clásica Tardía, demuestra notables similitudes
con el Templo en Prah-Khan, Cambodia, el cual fue construido alrededor de 1.000 d.C.
Figura 14. Las máscaras sin mandíbula que adornan la fachada del Convento de las
Monjas, Chichén Itzá (derecha), guardan una semejanza notable a las dos caras sin
mandíbula que decoran una vasija de bronce de la Dinastía Shang de An-yang, siglo 11
a 12 a.C. (izquierda).
Figura 15. ¿Podrían las tres representaciones del Dios de Nariz Larga superpuestas que
adornan la esquina de la Plataforma de Venus en Chichén Itzá (izquierda) ser deriva-
da de elementos asiáticos, tales como las pilastras terminadas en una criatura de na-
riz alargada similar de Chandi Sari, Java, noveno siglo d.C.? El nicho está coronado por
una cara sin mandíbula.
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 295
Figura 17. Estela B de Copán, erigida durante el octavo siglo d.C. y un dibujo del to-
cado enseñando elementos que han sido interpretados como elefantes con mahouts
(jinetes y cuidadores de elefantes) o como papagayos estilizados.
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 297
Figura 19. Una estatua de Madjakerta, estilo Javanés Oriental Tardío (izquierda) y una
estatua de Vishnu Trivikrama, Bengal, siglo 11 a 12 d.C. (derecha) recuerdan las escul-
turas Mayas en la ejecución de la ornamentación general y en detalles del vestido y de
los adornos.
Evidencia arqueológica de contactos desde Asia / 299
REFERENCIAS
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