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Petición de Santiago y de Juan

Marcos 10:35-45

35 Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron, diciendo: Maestro, querríamos que
nos hagas lo que pidiéremos.

36 El les dijo: ¿Qué queréis que os haga?

37 Ellos le dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu
izquierda.

38 Entonces Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser
bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?

39 Ellos dijeron: Podemos. Jesús les dijo: A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el
bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados;

40 pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está
preparado.

41 Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse contra Jacobo y contra Juan.

42 Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones
se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad.

43 Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será
vuestro servidor,

44 y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos.

45 Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate
por muchos.

Hoy nos encontramos con la respuesta de los discípulos al tercer anuncio que Jesús hace sobre su
muerte.

La semana pasada la Bea nos compartió cuando Jesús le dice a sus discípulos que sería entregado,
condenado, se burlarían, lo azotarían, escupirían y matarían pero que al tercer día resucitaría. Esto
lo había hecho ya dos veces antes, y en ambas ocasiones sus discípulos no habían contestado como
se supone que lo haría alguien que pasa día a día junto al maestro.

Esta vez, la respuesta no fue mejor que las anteriores y develan algo importante del corazón de los
discípulos, es decir, el corazón del ser humano y es el problema de la vanagloria, una gloria que es
vana, vacía, y cuyo objeto es uno mismo.

¿De dónde viene esto? Recordemos lo que ocurrió en Génesis.

Una de las cosas que le dijo la serpiente a Eva fue

4 Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis;


5 sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios,
sabiendo el bien y el mal.

Desde el principio el ser humano ha querido llevarse la gloria, ser como Dios. Luego vemos esto
mismo en la torre de babel, y tantos otros que nos muestran un problema arraigado en el centro de
nuestro corazón, queremos llevarnos la gloria que le pertenece a Dios.

35 Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron, diciendo: Maestro, querríamos que
nos hagas lo que pidiéremos.

36 El les dijo: ¿Qué queréis que os haga?

37 Ellos le dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu
izquierda.

Juan y Jacobo eran dos de los tres discípulos más cercanos a Jesús. La terna era Pedro, Juan y Jacobo,
por lo que fácilmente se puede pensar que de los 12, al menos estos tres estaban bien enfocados,
pero vemos en el texto que lejos estaban de comprender (al menos en ese momento) la idea del
Reino.

Como tanto hemos repetido, Marcos (el evangelista), presenta a Jesús como un Rey Siervo, y este
pasaje nos ilustra perfectamente la figura, al punto que deja entrever que al menos Juan y Jacobo
entendían que Jesús tendría un trono de gloria.

37 Ellos le dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu
izquierda.

Algo habían entendido. Sabían que Jesús, como Él mismo había prometido, reinaría en un trono, por
lo que lo reconocían como rey. No obstante, querían parte de la gloria del Mesías, un lugar de
reconocimiento.

Y es que la vanagloria (orgullo) brota naturalmente de nuestro corazón. Deseamos ser reconocidos
y nos afectamos cuando eso no ocurre. Lo que les ocurre a los discípulos no es diferente de lo que
nos ocurre a nosotros, la ambición de alcanzar honor. En lo cotidiano, podemos ver esto cada vez
que, por ejemplo, hacemos algo (un favor, una tarea bien hecha, horas extras) y no se nos agradece
por eso. Alguno dirá que hace las cosas “sin esperar nada a cambio”, ¡hasta que no recibimos nada
a cambio! Querer recibir gloria se relaciona estrechamente con el orgullo. El orgullo del rebelde, que
rehúsa depender de Dios y sujetarse a él, y en cambio se atribuye a sí mismo el honor que se le debe
a Dios, figura como la misma raíz y esencia del pecado (Certeza).

Convivimos diariamente con el orgullo, gracias al Espíritu Santo batallamos con él, pero a veces no
nos damos ni cuenta que está ahí. Los discípulos no lo notaron, por algo le preguntaron a Jesús sin
considerar que podía ser un problema su pregunta, incluso sin considerar que era un pecado. No
obstante, Jesús pudiendo haberlos retado por semejante idea, pacientemente les enseña que la
gloria no está separada del sufrimiento, pues el camino que lleva al cielo es el camino de la cruz.

Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, y tome su cruz, y sígame. Marcos 8:34
Por eso Jesús les pregunta

38 Entonces Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser
bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?

Esta frase (beber de) significa participar plenamente de, es decir, Jesús pregunta si pueden
efectivamente participar de los padecimientos del Maestro. Pedir participar de la gloria, es pedir
participar del sufrimiento.

39 Ellos dijeron: Podemos. Jesús les dijo: A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el
bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados;

Que digan “podemos” habla de su gran lealtad, pero por lo que pasará después, sabemos que esa
respuesta se afirmaba en su auto confianza y no en lo que realmente esperaba Jesús de ellos.

Hace un tiempo nos invitaron a Pame y a mí a subir la Campana. Cuando vi el cerro pensé: No es ni
tan alta, ¿qué tan difícil puede ser? Me la puedo. Partimos felices, llegamos a La Mina un poco
menos felices, y después al subir a la cumbre la felicidad se devolvió a Olmué, estaba súper cansado,
me sentía mal, llevábamos 4 horas subiendo y todavía faltaba, de verdad quería terminar ahí y que
el Señor me llevara. Pero al ver la cima, saqué fuerzas de flaqueza y subí, conquistando la montaña.
¿Qué se imaginan que pensé en ese momento?, ¿gracias Dios, solo en ti mis fuerzas están?, no, me
sentí bacán porque había llegado a la meta. Vanagloria y orgullo sobre un par de piernas destruidas.
Mi autoconfianza me hizo pensar que me la podría porque subestimé el cerro y sobrestimé mi
capacidad de subirlo. Aun estando en la cima podría haber reconocido que llegué ahí sólo por gracia
de Dios, pero no lo hice. Así como los discípulos, me afirmé en mis propios méritos y no reconocí al
Dios de gracia, me las di de bacán sin saber lo que significaría.

Ahora, efectivamente ellos participarían de los sufrimientos de Jesús, a Jacobo lo martirizaron y a


Juan lo exiliaron a Patmos, sin embargo el eterno designo de Dios no puede ser cambiado

40 pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está
preparado.

Esta respuesta nos da luces importantes sobre cómo lidiar con el gran problema del orgullo, pues
hasta aquí vemos que es un problema universal y que no es fácil de erradicar. Los discípulos quieren
estar con Cristo en la gloria, Jesús les pregunta si lo pueden acompañar a la cruz.

41 Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse contra Jacobo y contra Juan.

42 Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones
se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad.

43 Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será
vuestro servidor,

44 y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos.

La pregunta generó enojo en los demás discípulos. La biblia no aclara si la molestia fue porque
encontraron desubicada la pregunta de Jacobo y Juan, o porque se les adelantaron en preguntar,
sin embargo, Jesús les enseña cuál es la lógica de su reino, en contraposición con los reinos
terrenales, estableciendo así que el remedio al orgullo es la humildad.

En la versión Dios Habla Hoy, se traduce el texto así

42 Pero Jesús los llamó, y les dijo:

—Como ustedes saben, entre los paganos hay jefes que se creen con derecho a gobernar con tiranía
a sus súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos.

En el orden del mundo, quienes ostentan cargos jerárquicamente superiores en cualquier


circunstancia, tienden a hacer sentir su autoridad, y se creen con “derecho de mandar”. Podríamos
pensar que esto no tiene nada de malo, el jefe o jefa manda y así ha funcionado el mundo desde
incluso antes de Jesús. Pero él dice

43 Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será
vuestro servidor,

44 y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos.

Como señalé hace un rato, el perfecto cuadro del Rey Siervo. En el reino de Dios, el orgullo y la
vanagloria se aplacan a través del servicio. Servicio a Dios mediante el servicio al prójimo, la llamada
pirámide invertida. Esto naturalmente destruye el orgullo, pues en armonía con todas las palabras
de Jesús, el servicio no es solamente “hacer cosas por el prójimo”, sino que hacerlas con un corazón
de siervo. Ya tenemos muchos ejemplos en los que Jesús criticaba con justo juicio a los fariseos que
actuaban sin un corazón transformado. Un corazón de siervo posiciona al prójimo como superior a
uno mismo.

¿Por qué servir a otros es el antídoto al orgullo? Recuerden que el orgullo es no reconocer a Dios y
afirmarse en los “méritos propios”, buscando como fin el ser reconocidos. Al servir a otros con un
corazón transformado, reconocemos que no somos el centro, sino que es Dios, le damos la gloria a
Él pues todo bien que podemos hacer viene de su Espíritu Santo; servir al prójimo es un acto
evidente de amor a Dios, y una forma de cargar la cruz. Naturalmente queremos servirnos a
nosotros mismos, queremos el pedazo de pizza más grande, el mejor asiento del cine, el bono de
producción más jugoso; pero al servir al prójimo, haciendo lo que nuestra carne no quiere pero
obedeciendo a Dios, demostramos comprender que estamos completos en Cristo (no necesitamos
nada más), nuestra ganancia máxima es Dios mismo, y estamos dispuestos a seguir los pasos del
Mesías.

45 Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate
por muchos.

Es súper potente que para finalizar esta enseñanza, Jesús utilice el título de Hijo del Hombre, pues
este hace referencia a la profecía del antiguo testamento que encontramos en Daniel 7:13-14

13 Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de
hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él.
14 Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran;
su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.

Ese rey poderoso, con dominio, gloria y reino, digno de ser servido y adorado, con autoridad para
destruir a todos sus enemigos, se somete voluntariamente a morir para dar su vida en rescate por
muchos, como muestra máxima de amor y humildad.

¿Qué queda para nosotros? ¿vivir con orgullo por lo que tenemos o lo que hemos conseguido?
¿anhelar un puesto de honor, reconocimiento o gloria? ¿o seguir el ejemplo de nuestro Señor,
poniendo nuestra vida al servicio de los demás, con un corazón humilde y reconociendo a Dios en
todos nuestros caminos?

Si bien la batalla contra el orgullo y la vanagloria son constantes y duras, Dios en su gracia nos ha
dado herramientas para pelearla y salir victoriosos de la prueba.

En conclusión:

Como seres humanos hemos vivido con vanagloria y orgullo desde el principio, es algo que traemos
todos y todas.

Ambos son pecados que afrentan a Dios y son la raíz de muchas perversiones, dado que no se
reconoce al Creador como el único digno de gloria.

La batalla se libra en el servicio al prójimo, en seguir el ejemplo de Cristo con un corazón humilde.

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