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Un lugar en tu

corazón
Amanda Lee

Un lugar en tu corazón (1989)


Título Original: A place in your heart (1988)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Tentación 204
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Jordan Callahan y Lisa Patterson

Argumento:
Eran muy buenos amigos, así que fue normal que cuando el marido de Lisa
Patterson y la mujer de Jordan Callahan se mataron en un accidente, ella se
volviese a Jordan en busca de consuelo. Pero él ya había dejado Annapolis...
y a Lisa.
Cuando volvió, Lisa se dio cuenta de lo mucho que Jordan significaba para
ella. A pesar de su dolor y su resentimiento, no podía negar que la pasada
amistad se había convertido en una pasión ardiente. ¿Qué le impedía a
Jordan aceptar el amor que ella sabía que compartían?
Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Capítulo 1
La pequeña habitación revestida de madera había sido diseñada para ser una
biblioteca. Ahora albergaba el taller donde se hacían los muñecos de los que vivía
Lisa Patterson. Cada centímetro disponible de las mesas y estanterías estaba ocupado
por un auténtico zoológico de animales de felpa y peluche: una abuela osa con
delantal y cofia, varios corderillos con chalecos de lana, sonrientes hipopótamos
vestidos con delicados tutús, y un montón de criaturas igualmente fantásticas.
Lisa Patterson estaba sentada en su cómoda silla cosiendo unos adornos sobre
un reno cuando un movimiento llamó su atención. Levantó los ojos a tiempo para ver
un muñeco azul y blanco caer del alféizar de la ventana.
—Samantha —regañó la joven—, si estropeas ese muñeco, no podré venderlo. Y
entonces tendremos que reducir tu ración de hígado y atún.
Como si hubiera entendido, la gatita se bajó ágilmente del antepecho de la
ventana.
—Mira. Toma.
Lisa le tiró entre las patas una pelota de hilos inservibles y Samantha empezó a
jugar con ella sobre el suelo de madera.
Lisa sonrió mientras la miraba. Coser era un trabajo solitario y la gata era una
buena compañía… cuando se comportaba como era debido.
Satisfecha al ver a Samantha ocupada de nuevo. Lisa volvió a su trabajo. El
pequeño reno de juguete era parte del pedido especial para el escaparate de Navidad
de Thelma's, la juguetería a la que vendía la mayoría de sus manualidades. Las
formas básicas las hacía a máquina, pero eran los detalles bordados a mano los que
hacían de sus creaciones algo especial.
Después de terminar el reno y alcanzar otro, Lisa miró la habitación a su
alrededor con cierto sentimiento de orgullo. No había pasado mucho tiempo desde
que se pasaba las noches en vela pensando en cómo iba a pagar el entierro. Gracias a
Dios eso había terminado.
Había necesitado mucha confianza en sí misma y muchas horas de trabajo para
conseguir hacer de un agradable pasatiempo un negocio próspero. Pero lo había
hecho, y su hazaña la llenaba de orgullo. La Navidad era la época en la que ganaba
más dinero, pero compatibilizar el trabajo de los juguetes con su pequeña pensión
particular era mucho más duro en esas fechas.
El timbre de la puerta sonó. El sábado por la tarde era poco frecuente que
alguien se presentase buscando alojamiento, pensó Lisa. Y la mayoría de sus
huéspedes solían hacer las reservas por adelantado. Todavía con el reno en la mano,
bajó al vestíbulo y abrió la puerta principal.
—¿Es usted la señora que alquila habitaciones? —preguntó una grave voz de
barítono.
Lisa miró al alto individuo trajeado que esperaba en la puerta.

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Sus ojos se abrieron con sorpresa y en su boca se dibujó una sonrisa de


bienvenida.
—¡Jordan!
Él dudó una fracción de segundo, como si no hubiera estado seguro de la
acogida que recibiría. Luego la abrazó con fuerza dejándola sin aliento.
Durante el pasado año, cuando Lisa había pensado en su marcha, le habían
asaltado un cúmulo de emociones conflictivas: preocupación, enojo, tristeza y un
agudo sentimiento de pérdida. Ahora sólo podía pensar en lo mucho que le había
echado de menos y en lo contenta que estaba de volver a verle.
Él la soltó y Lisa permaneció allí de pie, mirándole.
—No puedo creer que seas tú.
—¿Tanto he cambiado?
—No seas tonto.
Pero mientras hablaba Lisa le estudió. Era el mismo, pero diferente. Todavía
emanaba de él la tremenda fuerza con la que ella había querido contar el año
anterior. Seguía siendo un hombre de aspecto sólido, pero estaba algo más delgado.
La conclusión a la que había llegado no dejó de sorprenderla. Jordan Callaban
había estado casado con una de sus mejores amigas. Siempre había sido como un
hermano para ella, y Lisa nunca se había permitido mirarlo como una mujer miraría
a un hombre potencialmente interesante.
La nueva reacción era desconcertante. Pero no iba a analizarla en ese momento.
Era más fácil concentrarse en otros cambios que había traído el año. Por ejemplo su
cara. Había una delgadez extrema en sus mejillas y unas líneas en su frente que no
existían cuando se marchó de la ciudad. La sorprendió ver algunas canas en su
oscuro cabello.
Finalmente volvió a lo que encontraba más bello en ese rostro, los profundos
ojos azules. Siempre había sospechado que esos ojos captaban mucho más de lo que
él pretendía hacer creer a los demás. Mientras la miraban. Lisa se sintió
momentáneamente incómoda y bajó los ojos al reno que tenía entre las manos.
La mirada de Jordan se fijó también en el juguete.
—¿Es que la iglesia va a organizar una tómbola? Recuerdo que solías donar tus
trabajos manuales.
—Ya no puedo permitírmelo. Ahora estoy en el negocio de los juguetes…
además del Nido del Águila, ya sabes, el alquiler de habitaciones.
—Así que te va bien.
—Sí. ¿Y a ti?
—Ahora estoy muy cansado —dijo él evitando la pregunta—. He conducido sin
parar desde Kingston, Nueva York. Es un viaje de ocho horas.
—Te prepararé una taza de café.
—Es una idea estupenda, gracias.

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—Así que has estado en Kingston —dijo Lisa mientras le precedía por el
vestíbulo hacia la cocina.
—Sí. Restaurando un retablo del siglo dieciocho en la zona del río Hudson. Me
hicieron una oferta que no pude rechazar.
«A menos que hubieras querido volver a casa», pensó Lisa sin atreverse a
decirlo. Sirvió dos tazas de café y automáticamente puso una cucharada de azúcar en
la de Jordan.
Se volvió y le sorprendió mirándola; dedujo que estaba estudiando los cambios
que se habían producido en ella igual que ella misma había hecho antes. La vanidad
la hizo desear haberse puesto un vestido esa mañana en vez de los vaqueros y el
jersey de algodón que llevaba.
—Parece… —empezó él dudando sobre las palabras a utilizar—, parece que las
cosas te van bien.
—Este año he recorrido un largo camino.
—Me alegro.
Lisa quería preguntarle cómo le iba. Pero cuando lo había hecho hacía un
momento no había tenido éxito. Pero también era cierto que Jordan Callaban siempre
había hecho las cosas a su manera y a su tiempo. Tendría que esperar hasta que él
sacara el tema.
Lisa empezó a cortarle un poco de bizcocho que había hecho esa misma
mañana.
—Gracias. Tiene muy buena pinta. Todavía haces los mejores postres de la
ciudad.
—Ya no cocino tanto como antes.
Lisa ya no pudo dominar más su curiosidad y preguntó.
—¿Has estado en Nueva York todo el tiempo?
—No. Antes de eso estuve trabajando en Louisiana, restaurando una casa de
estilo colonial. Te hubieras quedado de piedra: hasta probé la comida española.
—¿No me digas? Recuerdo que me costó semanas convencerte para que
probaras el cerdo agridulce en el restaurante chino que abrieron cerca del
embarcadero.
Él sonrió.
—Y nunca dejarás de recordarme lo mucho que me gustó.
Por un momento, habían vuelto a caer en la conversación informal y relajada
que siempre había sido tan normal entre ellos.
Jordan bebió un sorbo de café.
—A propósito, te he traído un libro de cocina. Recuerdo que te gustaba
experimentar con recetas nuevas.
Lisa estaba casi emocionada.

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—Ha sido una idea magnífica.


—Está en mi equipaje.
Mientras bebía su café, Jordan se fijó en el colorido papel que decoraba la
cocina.
—Has cambiado el papel pintado. Se está a gusto aquí.
—Gracias. Lo puse yo misma.
El papel había sido una de las primeras cosas que había cambiado, igual que
había tratado de romper con la mayoría de los símbolos de su antigua vida. Pero
ahora que Jordan Callaban estaba sentado en su acogedora cocina, los recuerdos
volvieron a su mente.
Cuando ella y su marido, Ted, se habían mudado, Jordan Callahan se había
ofrecido voluntario para ayudar a su mejor amigo a reconstruir la centenaria casa a
las orillas del río Severn. Había sido una ganga precisamente porque necesitaba una
reparación en profundidad. Con el objeto de ayudar a pagar las obras. Lisa había
abierto una pequeña pensión tan pronto como el piso bajo estuvo habitable. La llamó
El nido del Águila porque estaba sobre un acantilado sobre la corriente, y era un sitio
preferido por los turistas que iban a visitar la vieja y cuidada ciudad colonial.
Mientras los hombres habían estado trabajando en la cocina de los Patterson,
Lisa y Sandy, la mujer de Jordan, estaban unas cuantas manzanas más allá en la casa
de los Callahan, preparando la cena para ellos.
Ted, Sandy y Jordan eran amigos desde el instituto. Lisa se había unido al trío
en el verano que fue a Annapolis a ayudar a su tía en su restaurante. Cuando conoció
al apuesto y seguro Ted Patterson, ni siquiera se planteó volver a terminar sus
estudios en la universidad de Maryland.
Un maullido lastimero interrumpió sus pensamientos. Era Samantha asomando
la cabeza por la puerta que daba al comedor.
—Hola, pequeña —saludó Jordan a la gata.
El animal atravesó la cocina y se restregó contra su silla.
—No puedo creerlo. Después de tanto tiempo todavía te recuerda.
Lisa miró fascinada cómo Jordan se agachaba para acariciar con sus recios
dedos el lomo del animal. Samantha respondió arqueando el espinazo y
ronroneando.
—Veo que no he perdido el gancho con los animales.
—Está claro que no.
Mientras Samantha se dirigía a su plato a ver si quedaba algún resto de comida,
Jordan retiró su silla, estiró sus largas piernas y cruzó las manos. Lisa le había visto
hacer ese gesto cuando se preparaba a abordar un tema difícil. Inconscientemente se
tensó preparándose para lo que vendría a continuación.
—Me paré en el cementerio al venir.
Su voz era tan baja que ella tuvo que inclinarse un poco para oírle.

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—¿Has sido tú quien ha puesto los crisantemos blancos sobre la tumba de


Sandy?
—Sí, y en la de Ted.
—No tenías por qué haberlo hecho.
Había una expresión de dolor en sus ojos azules.
—¿Por qué te fuiste?
Lisa no tenía intención de preguntarle eso. Simplemente salió antes de que
pudiera impedirlo.
—Había muchos malos recuerdos, y no me sentía capaz de hacerles frente.
«Podríamos haberlo hecho juntos», le dijo Lisa en silencio. ¿No era para eso la
amistad? Pero de sus labios no salió ninguna palabra. Jordan ya tenía suficiente para
además cargar con sus reproches.
Sin embargo, no pudo evitar pensar en las terribles circunstancias que le habían
obligado a irse. Hacía un año Ted Patterson y Sandy Callahan se habían encontrado
en el aeropuerto de Chicago a la vuelta de sus respectivos viajes de negocios. Sandy
había llamado a su marido para decirle que había cambiado su reserva para un vuelo
que salía un poco más tarde de modo que pudiera volver con Ted. Su avión se había
estrellado poco después de despegar y no hubo ningún superviviente.
Cuatro días después del funeral, Jordan Callahan se había marchado de la
ciudad. No hubo manera de ponerse en contacto con él excepto por medio de su
abogado. Y Bob Jefferies sólo estaba dispuesto a enviar mensajes. Se negaba a revelar
el paradero de Jordan por orden expresa de su cliente.
—¿Has vuelto por los daños que ha sufrido tu casa? —preguntó Lisa.
—En parte.
—¿Ya la has visto?
—No —dijo él aclarándose la garganta—. En realidad no quería ir solo. Bob me
ha dicho que el primer piso está en ruinas. Oí que fue la peor tormenta por aquí
desde el huracán Agnes.
—Sí. En realidad fue una ola de tempestades. Yo tuve suerte. Sólo perdí algunas
tejas y varios postigos de la parte de atrás. Pero algunos vecinos de por aquí todavía
están sacando agua de sus casas.
—Apuesto a que todos los albañiles estarán hasta arriba de trabajo. Espero que
en mi casa no haya ocurrido más de lo que yo pueda arreglar por mí mismo.
Jordan dudó antes de preguntar.
—¿Podrías perder unos minutos y acompañarme?
—Tengo que terminar un pedido antes de mañana por la mañana.
Su expresión desilusionada la hizo continuar apresuradamente.
—Pero tengo un calendario completo hasta pasadas las navidades. Supongo
que ahora es tan buen momento como otro cualquiera —dijo levantándose—. Déjame

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cerrar la puerta del taller. Si la gata entra cuando yo no estoy no quiero ni pensar lo
que puede ocurrir.
Jordan sonrió.
—Tengo que ver tus trabajos —dijo levantándose.
Lisa le precedió hacia la antigua biblioteca. Cuando Jordan vio los animales de
peluche silbó admirado.
—Veo que has estado muy ocupada.
Se acercó a una mesa y levantó un canguro con gafas con un mandil cosido a su
marsupio. El cangurito que había dentro también llevaba galas. Jordan rio.
—Siempre has tenido un sentido del humor bastante original.
—Gracias.
Se dieron la vuelta para salir y Jordan miró la lámpara que colgaba del techo.
—¿Sabías que tienes dos bombillas fundidas?
—Sí. Pero no me decido a subir la escalera del sótano.
—Ve a buscar las bombillas y yo te las cambiaré.
—No es necesario.
—Si no lo haces, vas a acabar con gafas, como esos canguros.
Lisa se encogió de hombros y fue a cumplir su orden. La necesidad la había
forzado a cuidarse de sí misma. Pero había cosas que eran mucho más fáciles de
hacer sí se medía un metro noventa.
Cuando volvió, Jordan ya estaba subido a una silla desenroscando las bombillas
fundidas.
—Haces que parezca fácil —dijo ella cuando terminó de hacerlo.
—Lo es.
Al salir Lisa cogió una chaqueta ligera de la percha que había a la entrada.
Samantha, tumbada al sol que se metía por la ventana la miró medio dormida.
—Cuida de la casa por mí, cariño.
Jordan rio.
—¿Ha tenido Samantha alguna vez mayores oponentes que muñecos de
peluche?
—No. Pero sé que no hay intrusos cuando entro y está esperándome a la puerta.
Jordan se puso serio.
—Espero que seas más precavida que eso… dado que ahora vives sola.
Lisa le miró fijamente a los ojos.
—Es un poco tarde para que te preocupes por eso. Además, los fines de semana
suelo tener huéspedes.
Jordan se miró la punta de las botas.

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—Bueno, de todas formas miraré tus cerraduras más tarde.


I.isa cerró la puerta tras ellos. Jordan la siguió en silencio mientras bajaban las
escaleras. Su vieja camioneta estaba aparcada detrás del no menos viejo Datsun de
Lisa.
—Me he pasado las últimas ocho horas ahí dentro —dijo él—. ¿Te importa si
vamos dando un paseo?
Lisa miró a su alrededor. En el atardecer de octubre las hojas de los árboles eran
como un caleidoscopio de rojos, naranjas y dorados.
—En absoluto. Hace una tarde preciosa. Y a mí también me viene bien el
ejercicio.
La vecindad estaba bien cuidada, excepto por ciertas secuelas de las tormentas
que habían asolado la zona la semana anterior. Algunos árboles habían sido
derribados y al final de la calle todavía había gente ocupada en quitar un gran roble
del paso.
—Es una pena —observó Jordan—. Pero al menos tendrán leña este invierno.
He visto que el árbol que hay al lado de tu puerta tampoco tiene muy buen aspecto
—añadió—. Quizá será mejor que lo tales.
—Lo miraré —prometió ella.
Caminaron otra manzana en silencio, disfrutando del ambiente otoñal en el
aire.
—He estado tan ocupada trabajando, que a veces olvido que las estaciones
pasan y yo me las estoy perdiendo —confesó Lisa.
—A mí me pasa algo parecido. Pero he llegado a la conclusión de que no tengo
otra forma de vivir mi vida.
Lisa le miró interrogante, pero él no dijo nada más, y su cara no daba ninguna
pista sobre las emociones que habían provocado ese comentario. La conversación
volvió a decaer. El único sonido era el crujir de las hojas secas bajo sus pies. Luego un
grupo de nubes ocultó el sol, y de pronto el viento empezó a soplar con fuerza. Lisa
se estremeció.
Jordan le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí. Antes del
accidente, ella hubiera aceptado el gesto con naturalidad. Pero ahora lo sintió de
forma diferente. Hacía tiempo que no sentía algo parecido. Pero casi tan rápido como
había ocurrido, terminó, Él la soltó bruscamente, como si esa intimidad estuviera
prohibida. Lisa le miró de reojo, pero Jordan había acelerado el paso.
¿Por qué desconfiaban tanto el uno del otro? ¿Se habían vuelto extraños? ¿O él
notaría el resentimiento que Lisa sabía que no tenía derecho a sentir? En las oscuras
horas de desesperación, cuando ella había necesitado a alguien a quien acudir, había
esperado el apoyo de Jordan. Pero él no había estado allí ni había permitido que Lisa
estuviera tampoco para él. Los dos iban a tener que contar con eso, si él se quedaba el
tiempo suficiente.
La casa de Callahan estaba a quinientos metros colina abajo.

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Situada en un punto con una vista espectacular sobre el río, en tiempos había
sido una mansión victoriana. Lisa siempre había admirado la torreta en la esquina
oeste y envidiado secretamente el gran porche que rodeaba tres partes del piso abajo.
Jordan había trabajado muy duro restaurando la vivienda para devolverle su
esplendor original. Pero un año de abandono y la ola de violentas tormentas que
había arrasado la bahía Chesapeake habían pasado la factura. A diferencia del Nido
del Águila, la propiedad llegaba hasta el río. Lisa siguió a Jordan a la parte de atrás y
encontraron que tanto el embarcadero como los cobertizos habían desaparecido: el
trabajo de dos veranos consumido en una sola tarde de naturaleza furiosa.
Jordan permaneció de pie sin moverse, mirando tranquilamente el curso del río
como si tratara de ver dónde habían ido a parar los frutos de su trabajo.
—Vamos dentro —dijo débilmente, dándose la vuelta.
Antes de alcanzar el porche se oyó un crujido de madera rompiéndose. Lisa
miró horrorizada cómo el segundo escalón cedía. Los segundos siguientes pasaron
en un flash de movimientos descoordinados.
Jordan perdió el equilibrio y cayó de espaldas mientras Lisa se apresuraba a
impedir su caída.
Le sujetó a tiempo, pero no pudo aguantar su peso. Cayeron al suelo juntos, con
Lisa sentada sobre un lecho de hojas secas y Jordan en su regazo.
—¿Estás bien? —la preguntó él con preocupación.
—Recuérdame que no vuelva a intentar ayudarte —dijo ella entre risas.
—Sí, señora.
De pronto Lisa fue consciente de la forma en que sus senos tocaban la espalda
de Jordan. No podía moverse porque sus piernas estaban debajo de las de Jordan.
Pero ella sentía más el calor de sus muslos que su peso. El inesperado
descubrimiento la dejó sin aliento, y ni siquiera pudo intentar deshacerse de él.
Por un momento él tampoco se movió. Lisa se preguntó si Jordan podría
advertir los alocados latidos de su corazón. Antes de que pudiera preocuparse por
ello, él estaba en pie y ayudándola a levantarse.
—Pareces una ninfa de los bosques —murmuró quitándole las hojas del pelo
con delicadeza.
Ella cerró los ojos y no se movió, terriblemente sensible al toque de los dedos de
Jordan sobre sus rizos.
—Ya está; como nueva —dijo él.
—¿Y tú? —preguntó Lisa abriendo los ojos—. ¿Te has hecho daño? —añadió
con una voz no excesivamente tranquila.
—Sólo en mi orgullo. Has sido una buena colchoneta para mí.
—Y tú un buen saco de ladrillos.
Ambos rieron. Lisa se sentía más a gusto con aquellas bromas que con la
tensión de momentos antes. O quizá sólo se había imaginado algo más que amistosa

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preocupación en sus caricias. Lisa encontró sus ojos y vio una desconcertante
emoción brillando bajo la risa, y rápidamente volvió a mirar el lugar del accidente.
—No sabía que la madera pudiera pudrirse tan deprisa.
Él sacudió la cabeza en un gesto de auto reproche.
—Y no puede. Sabía que los escalones necesitaban repararse el año pasado,
pero nunca encontraba el momento de hacerlo. Vamos dentro, ¿te parece?
Esa vez Jordan fue mucho más cuidadoso al subir. Lisa esperó mientras él
inspeccionaba y probaba cada tabla del porche. Satisfecho, se volvió hacia ella.
—Puedes subir con cuidado.
Lo primero que notó Lisa cuando él abrió la puerta principal fue un fuerte olor
a humedad.
—Ha entrado mucha agua —dijo Jordan tosiendo—. Esto necesita airearse.
Pulsó el interruptor de la luz varias veces pero no pasó nada.
—¿Has seguido pagando las facturas?
—Bob se ha encargado de eso.
—Entonces quizá sólo esté fundida —sugirió Lisa.
—Voy a echar un vistazo al contador.
Mientras Jordan buscaba unas velas. Lisa cruzó el salón y descorrió las cortinas.
Luego abrió los grandes ventanales. Cuando se dio la vuelta, Jordan llevaba un
candil en la mano.
—Volveré en un par de minutos —dijo.
Lisa le vio desaparecer por la puerta y luego miró a su alrededor. La habitación
estaba llena de antigüedades que Sandy conseguía en subastas y Jordan restauraba.
Ahora una gruesa capa de polvo cubría todos los muebles. Lisa vio consternada que
el terciopelo pardo del sofá se había convertido en un rosa polvoriento y que la cara
alfombra oriental estaba empapada bajo sus pies.
Lisa se fijó en más detalles. El agua había movido algunos muebles y un
revistero estaba volcado sobre un lado.
Esperaba que el seguro de Jordan pagara todos los desperfectos.
Sandy guardaba los documentos importantes en el secreter del despacho.
Jordan podría necesitar algunos de ellos.
Lisa entró en la pequeña habitación y abrió las ventanas. El escritorio no estaba
dañado pero algo no estaba bien. Le llevó un momento descubrir qué era. Sandy
siempre había sido meticulosamente ordenada con los documentos. Ahora los
papeles estaban desparramados sobre la mesa o metidos a toda prisa en los cajones.
¿Habría entrado alguien en la casa vacía?
Lisa se acercó más y entonces oyó pasos en el corredor.
—Jordan, ven y mira esto.
Su alta figura apareció en la puerta.

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—¿Qué estás haciendo aquí?


—Sólo estaba…
—¡Apártate del escritorio!
Lisa se sobresaltó. La boca de Jordan era una línea dura y fina.
—¿Qué ocurre? —preguntó insegura.
—Nada. Simplemente apártate del maldito escritorio.

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Capítulo 2
Jordan apretó los puños.
—Lo siento. No quería gritarte —murmuró.
La ira había desaparecido dejando paso al dolor y la confusión. Era como si el
montón de papeles revueltos sobre el escritorio fueran un doloroso recuerdo de lo
que había sido su vida antes de dejar la ciudad hacía un año.
Lisa quería abrazarle y darle su apoyo. Pero sabía que Jordan no lo aceptaría.
—¿Crees que se han llevado algo importante? —preguntó amablemente.
—¿Llevado?
En sus ojos azules se reflejo la confusión, y luego sacudió la cabeza al
comprender.
—No ha entrado nadie. Tenía prisa por irme y no tuve tiempo de recoger bien.
Lisa reprimió el impulso de preguntarle lo que había estado buscando. Después
de todo, no era asunto suyo.
Jordan se acercó al mueble y bajó la tapa como para poner fin a la discusión. La
madera gimió desagradablemente en protesta y Lisa se estremeció al oír el sonido
chirriante.
Sin una palabra más, Jordan salió de la habitación y en la puerta espero a que
ella se reuniera con el.
Lisa vio que era imposible salir sin rozarle, pero el no se movió. En vez de eso,
se inclinó ligeramente y la miró con una extraña expresión en la cara. De pronto Lisa
no pudo evitar recordar la forma en que se había sentido cuando se cayeron juntos al
suelo. El corazón empezó a latirle con fuerza.
No le gustaba en absoluto que su cuerpo actuara por su cuenta. Levantó la
barbilla y paso por su lado sin detenerse en dirección a la puerta principal. Él la
siguió y no habló hasta que hubo cerrado la casa con llave.
—Perdona mi nerviosismo.
¿Cuál de los dos estaba más nervioso?, se preguntó Lisa.
—Algunas veces las cosas más pequeñas son las más duras de afrontar —
murmuró ella.
—¿Como qué?
Jordan no se movió ni la miró a la cara. Lisa no estaba muy segura de qué
estaban hablando. Pero era más fácil interpretar la pregunta como referente al pasado
y no al presente.
—Como encontrar un recibo de hace tres meses de la tintorería y tener que ir a
buscar el traje de Ted. Cuando me dijeron que se habían deshecho de él rompí a
llorar aunque yo probablemente lo hubiera dado a la beneficencia de todas formas.

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Después de eso, no fui capaz de desprenderme de nada de Ted. Lo metí todo en cajas
y lo guarde en un armario del desván.
Lisa se detuvo, esperando que su pequeña confesión le ayudara a hablar de sus
propios sentimientos.
En vez de aportar nada personal, Jordan cambió de tema.
—Descubrí qué era lo que pasaba con las luces —dijo con voz cansada.
—¿Está estropeado todo el sistema?
—Sí. Ha debido caer algún rayo y ha hecho saltar todo el sistema eléctrico.
—¿Lo puedes arreglar tú mismo?
—Probablemente. Pero no esta noche.
Jordan suspiró antes de continuar.
—Si mal no recuerdo, el supermercado cierra pronto los domingos. Supongo
que será mejor que me acerque y compre algo de comida.
Lisa se volvió a mirar la puerta cerrada, recordando el desorden que se
escondía dentro.
—No estarás pensando en quedarte aquí.
—No será tan terrible. Estoy habituado.
—Estarías mucho más cómodo en El Nido del Águila.
—Las sábanas limpias son una buena tentación, pero no me gustaría molestar.
—Jordan, tengo huéspedes toda la temporada.
Él la miró primero a ella y luego a la casa.
—Entonces no te ofenderás si insisto en pagar.
Lisa apretó los labios y pensó. No le gustaba la idea de aceptar dinero de un
amigo, pero estaba segura de que sería la única forma de que él aceptara su
hospitalidad.
—No si eso te hace abandonar la idea de quedarte en una casa oscura y malsana
que huele como una granja de champiñones.
Él se rio.
—¡Una granja de champiñones! Seguro que si vamos al sótano encontraremos
alguno.
—Entonces todo arreglado. Te vienes a mi casa.
—Solo hasta que encuentre un sitio habitable.
Una vez alcanzado el acuerdo, emprendieron la vuelta hacia casa de Lisa. El sol
había pintado el cielo de rosa y naranja pero el calor solo estaba en los colores. El aire
era fresco y ambos caminaban deprisa, con las manos en los bolsillos.
—Lo menos que puedo hacer el llevarte a cenar —dijo Jordan cuando llegaron a
la puerta de la cocina.

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—Gracias por la invitación, pero me gustaría aprovechar la circunstancia para


hacer algo de comida de verdad.
Jordan alzó las cejas intrigado.
—Ya sabes lo que pasa cuando se vive solo.
—Si, ya lo sé.
Para llenar el silencio que siguió, Lisa continuó.
—Además, tengo una carne en el congelador que necesito comer o se fosilizará.
—Entonces te ayudaré a cocinar.
—Ya contaba con ello.
Lisa sabía que Sandy hacía la mayor parte de los trabajos de cocina en la familia
Callahan. Pero en ocasiones especiales se había sorprendido al descubrir que Jordan
era el cerebro que había detrás de las mejores recetas de su mujer. El descubrimiento
había dado lugar a algunas colaboraciones muy interesantes. Lisa recordaba una
cena de Nochebuena que había constado de siete platos muy elegantes. Mientras Ted
y Sandy habían salido a comprar sombreros y serpentinas, Jordan y ella se habían
pasado toda la tarde en la cocina preparando el festín.
Ahora Lisa suspiró.
—Todavía sueño con tu sopa de langosta.
—Lo más duro fue meter a esos pobres bichos en la cazuela… y mantenerlos
allí.
—Si mal no recuerdo, fue mía la idea de poner un ladrillo sobre la tapa —rio
Lisa.
—No me extraña que nunca lo volviéramos a hacer.
Lisa le esperó al pie de las escaleras mientras él se detenía a sacar una maleta y
una bolsa de lona de la camioneta.
—¿Dónde debo dejar esto?
—El dormitorio azul está preparado. De hecho, probablemente encontrarás a
Samantha calentándote la cama.
Mientras él llevaba su equipaje arriba. Lisa tomó nota de las existencias del
congelador y la despensa. Durante el pasado año había perdido la costumbre de
preparar comidas «decentes». Ahora la perspectiva de preparar una comida en toda
regla para compartir con un buen amigo le parecía maravillosa.
Pero también iba a ser un auténtico reto. Un guisado era su mejor y única
posibilidad, pensó Lisa mirando el paquete de carne sobre la encimera. Lo primero
era cortar la carne en trozos y añadir cebollas y ajo. Con un poco de suerte, las
zanahorias, apios y patatas que había comprado la semana pasada todavía estarían
bien.
Cuando Jordan bajó. Lisa estaba ocupada limpiando las verduras en la pila.
—Podemos elegir entre estofado… y estofado —dijo por encima del hombro.

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—Muy bien. Si me das un cuchillo empezaré con la carne.


Fuera, el atardecer se había convertido en una impenetrable oscuridad. Era
normalmente a esa hora cuando Lisa sentía más la soledad. Esa noche la oscuridad
no era menos densa, pero servía para reforzar la fácil camaradería mientras Jordan y
ella trabajaban juntos en la alegre cocina.
Samantha se había colocado en un rincón, desde donde podía observar lo que
hacían los humanos. Lisa puso la radio y una música country llenó la habitación. Al
lado del horno, Jordan enharinaría y doraba sistemáticamente la carne. Lisa se dio la
vuelta para asegurarse de que no tenía ningún problema.
Pero Jordan parecía tener todo bajo control. Con el cuchillo aún en la mano. Lisa
había hecho intención de volver a las zanahorias que estaba picando. En vez de eso,
su mirada se desvió hacia los anchos hombros de su amigo. La escena podía ser
doméstica, pero ella sabia que el hombre que había en su cocina no estaba
domesticado en absoluto.
Mientras le miraba, sintió una punzada en el estómago. Había pasado mucho
tiempo desde la comida, y podía haberlo atribuido al hambre. Pero, ¿era comida todo
lo que ella necesitaba? Excepto los esporádicos huéspedes que iban y venían. Lisa
había vivido sola durante un año entero, sin ningún compromiso emocional. ¿Era eso
lo que le faltaba o seria algo más básico?
Trató de analizar lo que la estaba inquietando. Jordan Callahan trabajando en
su cocina no era nada nuevo. Pero en el espacio de unas pocas horas su relación
familiar había cambiado de alguna manera.
Jordan debió sentir su mirada, porque se dio la vuelta despacio y la miro
interrogante. Sorprendida en mitad de sus elucubraciones, Lisa sintió que se
ruborizaba, y ni siquiera pudo utilizar la excusa de estar vigilando el fuego. Él era el
que estaba dorando la carne.
—Ya está hecho.
Jordan se limpió las manos en los vaqueros y dejó dos manchas de harina sobre
sus bolsillos. Las marcas blancas atrajeron los ojos de Lisa hacia los salientes de su
pelvis y al área que quedaba entre ellos. Al darse cuenta de lo que estaba mirando, se
dio la vuelta deprisa y empezó a picar zanahorias con furia. El cuchillo se le escapó
deslizándose sobre su dedo.
El súbito y agudo dolor la hizo soltar una exclamación.
Instantáneamente Jordan estaba a su lado.
—¿Estás bien?
Por un momento ella fue incapaz de responder. Tanto por el dolor en el dedo
como por su repentina proximidad. Con cuidado, Jordan le cogió el dedo y lo
examinó. En la yema de su dedo corazón había una línea sanguinolenta.
Jordan abrió el grifo y le puso el dedo bajo el chorro, sujetándoselo firmemente.
El agua estaba fría y Lisa casi se olvidó del hombre que estaba a su lado. Pero todavía
era consciente del tacto áspero de su mano.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—Has tenido suerte de que no sea profundo —murmuró él alcanzando una


servilleta de papel para limpiar la sangre.
Después de retirarle la mano del agua, cerró el grifo y enrolló la servilleta
alrededor del dedo.
Siendo curada, Lisa se sentía extraña. Era agradable, pero una pequeña voz en
su interior le advertía que no debía caer en la tentación de confiar demasiado en
Jordan Callahan. Él la había dejado cuando más le necesitaba.
Lisa retiró la mano y presionó la servilleta contra el corte.
—Creo que viviré.
No pudo evitar un tono algo seco en sus palabras.
Jordan dio un paso atrás, pero continuó mirándola como si tratara de explicarse
su repentino cambio de humor.
—¿Dónde tienes las tiritas?
—Yo puedo hacerlo.
Sin darle oportunidad de decir nada más, abrió un cajón y sacó la caja.
Jordan miró mientras ella se ponía una. Luego se dio la vuelta y terminó de
trocear las zanahorias.
—¿Cuáles son el resto de los ingredientes? —preguntó como si aceptara su
decisión de olvidar el pequeño episodio íntimo entre ellos.
Lisa se alegró de poder cambiar de tema.
—Lo único que tengo es tomates en lata y un poco de vino tinto, si no se ha
avinagrado todavía.
Se detuvo y pensó por un momento.
—Y compré unos tarritos de albahaca y tomillo a unos niños que recaudaban
dinero para la banda del colegio.
Se concentraron en la tarea, y la espesa salsa se hizo sin mayores incidentes.
Una vez que la cazuela estuvo cociendo a fuego lento, Jordan se inclinó y aspiró el
aroma.
Lisa pensó que probablemente hacía mucho tiempo que no probaba una comida
casera, y de pronto se dio cuenta de que estaba muy contenta de que fuera a
compartirla con ella.
Oyó su estómago hacer ruidos y Jordan se excusó.
—Está claro que la hamburguesa que comí en Wilmington no tiene demasiadas
calorías —dijo suspirando—. Supongo que la cena tardará todavía un par de horas,
¿no?
—No —dijo Lisa sonriendo—. Podemos meterlo en el microondas y tenerlo listo
en media hora.
—¿Microondas? —dijo Jordan mirando alrededor hasta localizar el aparato—.
Creí que nunca tendrías en tu casa uno de esos artefactos modernos.

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—Es uno de los muchos cambios que he introducido en mi vida. Incluso he


comprado una olla especial para el microondas que hace que los platos sepan como si
hubieran estado hirviendo durante horas a fuego lento.
—¿Y funciona?
Lisa rio mientras se inclinaba para sacar el recipiente de un armario.
—No lo sé. Tú serás mi conejillo de indias.
Una hora después Jordan retiró la silla de la mesa.
—Tenías razón. Ha sido la mejor comida que he hecho en mucho tiempo.
Jordan siempre había sido muy bueno contando historias graciosas, y tenía un
nuevo repertorio debido a sus viajes. Durante la cena la había hecho reír hasta las
lágrimas.
Pero cuando la comida llegó a su fin, recordó que cuando Jordan llamó a la
puerta tenía por delante una tarde completa de trabajo. Aunque había disfrutado del
descanso, ahora no podría terminar el pedido para Thelma’s a no ser que trabajara
toda la noche.
Cuando Jordan se acercó a la pila con los últimos platos sucios que quedaban,
vio su expresión preocupada.
—¿Qué pasa? ¿Tienes mala digestión?
—No. Estaba pensando en todo lo que tengo que coser esta noche.
—¡Santo Cielo! Lo siento. Has perdido toda la tarde conmigo cuando deberías
haber estado trabajando.
Ella levantó sus ojos color avellana.
—Me lo he pasado tan bien que yo también lo olvidé.
—Déjame ayudarte.
—No sabes a lo que te estás ofreciendo.
—Pruébame.
—Tengo dos docenas de renos a los que le faltan todos los adornos por coser. Y
las puntadas tienen que ser perfectas.
—Soy mejor de los que crees. El remedio de Sandy para una camisa a la que le
faltaba un botón era esconderla en el fondo del armario. Si quería reparar algo, tenia
que coserlo yo mismo.
Jordan lo dijo con ligereza, pero Lisa detectó un fondo de censura.
—Bueno, no hay nada malo en que un hombre sepa cuidar de sí mismo.
—O en que pueda coser los adornos a unos renos. No puedes contradecirte.
Terminaré de fregar los platos y me reuniré contigo en el taller dentro de unos
minutos.
Fiel a su palabra, Jordan apareció enseguida. Lisa, que estaba terminando el
reno que había dejado a medias, le mostró lo que tenía que hacer y le indicó dónde
podía encontrar agujas e hilo.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Jordan cogió uno de los muñecos inacabados y se lo llevó a la silla enfrente de


Lisa. Al mirarla vio que se estaba poniendo una manta sobre las rodillas.
—¿Frío? —preguntó.
—Si quisieras traer leña y hacer un fuego, yo no me opondría.
—¿Todavía tienes la madera en el porche de atrás?
—Sí —dijo Lisa, embebida en su tarea.
—Ahora vuelvo.
En unos pocos minutos Jordan había preparado un estupendo fuego. Samantha
se había echado muy cerca de la chimenea a disfrutar del calor, con las patas debajo
del cuerpo y los ojos cerrados. Lisa sonrió al arrastrar su mecedora cerca del fuego.
Jordan la imitó. Era sorprendente lo mucho que un simple fuego cambiaba el
ambiente de una habitación. ¿Sería sólo el fuego?, se preguntó Lisa. ¿O tendría más
que ver con Jordan, que parecía completamente a gusto consigo mismo al haber
cogido por fin la aguja y empezado a dar puntadas?
Después de un rato le tendió el reno a Lisa.
—¿Pasa la inspección?
Ella cogió el animal y miró el trabajo hecho. No era como el suyo, pero entraba
de sobra dentro de los límites aceptables.
—Mejor de lo que me esperaba.
—Gracias. Por cierto, ¿dónde vas a venderlos?
—En la tienda de Thelma.
—¿Thelma Bayberry?
—Sí.
—Recuerdo cuando abrió la tienda. Fue después de dejar las clases como
suplente en mi colegio.
Hizo una pausa con una mirada soñadora en los ojos.
—Cuando era un crío pensaba que se parecía mucho a un viejo pajarraco.
—Oh. ¿Tuviste algún problema con ella?
—La tiré una pelota de papel mientras escribía algo en la pizarra.
—¿Y te descubrió?
—No exactamente. El papel tenía mi nombre puesto. Demuestra la poca
inteligencia de los niños de ocho años.
Lisa rio.
—La visita al despacho del director no fue muy agradable —continuó Jordan—.
Pero nunca sabes cómo pueden salir las cosas.
—¿Qué quieres decir?

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—Supongo que Thelma sabía que yo necesitaba ayuda. Su marido y ella se


interesaron por mí. Él tenía un taller de reparación de muebles. Allí es donde yo
descubrí lo mucho que me gustaba trabajar con madera.
Debí haber adivinado que la conocías muy bien. Ella me pregunta por ti cada
dos semanas.
Jordan se removió inquieto en su silla y Lisa continuó.
—Para mí ha sido de una ayuda inestimable. Recordaba mis manualidades de
las tómbolas de la iglesia y me preguntó si podía hacer algunos muñecos para su
tienda. Te puedes imaginar mi alegría cuando vendió los primeros en dos semanas y
me pidió más.
—¿Y desde entonces has estado trabajando para ella?
—Si. Y para media docena de jugueterías más en menos medida.
—Bueno, te mereces tener éxito. Eres muy hábil.
Mientras cosían, hablaron un poco más sobre la nueva empresa de Lisa y los
cambios que había habido en la ciudad en ausencia de Jordan. Pero finalmente
ambos se centraron en el trabajo.
Lisa, acostumbrada a la rutina, trabajaba sin parar. Jordan se levantaba de vez
en cuando a estirar sus largas piernas y dar la vuelta a los troncos. Por cada reno que
terminaba. Lisa hacia dos. Pero aunque Jordan era mucho más lento, su contribución
era una gran ayuda para reducir el trabajo que quedaba por hacer.
Con otra persona Lisa quizá hubiera sentido la necesidad de hablar. Con el,
simplemente disfrutaba de la tranquilidad. Era el tipo de hombre que sentía cuándo
se necesitaba la conversación, o como esa noche, cuándo el ambiente era pacífico y
las palabras no eran necesarias. Esa capacidad era una de las cosas que siempre le
habían gustado de Jordan.
—El último —anunció él triunfante—. Nunca pensé que cosiendo se sudara
tanto como clavando clavos —añadió pasándose una mano por la frente.
—Muchos hombres lo ignoran.
Lisa se daba cuenta de que Jordan había tenido un día muy duro y que no
obstante se había quedado a ayudarla en vez de irse a la cama que le esperaba arriba.
—Has trabajado muy bien. Terminare lo que me queda por la mañana.
—¿Estás segura?
—Sí —dijo ella levantándose y estirándose—. ¿Te apetece una taza de cacao
antes de ir a dormir?
—Me parece una idea estupenda.
—No te muevas y ahora lo traigo.
El cacao era una de las bebidas favoritas de sus huéspedes. Lisa raramente lo
bebía ella misma, pero se lo estaba pasando tan bien que no le apetecía que la velada
terminara aún.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Sentados junto al fuego trabajando. Jordan y ella habían recuperado, durante


unas pocas horas, la amistad y el compañerismo que había caracterizado a su
relación. Aunque no había sido un día especialmente emocionante. Lisa se sentía por
primera vez desde hacía mucho tiempo feliz de estar viva.
Mientras esperaba a que la leche se calentase. Lisa sirvió el cacao y el azúcar en
dos tazas, y llenó un plato de galletitas. Mientras llevaba la bandeja al taller, el viejo
reloj del vestíbulo empezó a dar las doce.
Al entrar pudo ver la cabeza oscura de Jordan apoyada en la esquina del sillón
de orejas.
—Has tenido suerte de que las galletas no estuviesen duras como piedras —
comentó Lisa mientras dejaba la bandeja en la mesita entre las dos sillas.
Al no recibir respuesta se volvió. Jordan estaba dormido.
«Pobre», pensó con cierta sensación de culpa. Se había pasado todo el día en la
carretera y media noche ayudándola a ella. Quizá debiera echarle la manta sobre los
hombros y dejarle dormir donde estaba. Pero luego pensó que por la mañana se
sentiría mejor en una cama.
Se acercó para tocarle un brazo y despenarle cuando su rostro le llamó la
atención, particularmente sus largas y espesas pestañas. Dejó caer la mano al
sucumbir a la tentación de estudiarle con más profundidad de lo que hubiera sido
correcto si hubiera estado despierto.
Incluso cuando habían bromeado esa noche, había una cierta tensión en el
fondo de sus ojos, como si hubiera estado en guardia para evitar relajarse demasiado.
Dormido, Jordan perdía esa rigidez, y excepto por las pocas hebras grises de su pelo,
parecía mucho más joven. Su piel era tersa todavía, seguramente por el trabajo al aire
libre, y sobre sus mejillas y mandíbulas había una sombra oscura de la barba que no
se había afeitado desde esa mañana. Sandy solía quejarse de esa barba. Era tan dura
que destrozaba los cuellos de las camisas mucho antes que el resto del tejido. A un
nivel práctico, eso podía ser una desventaja, pero allí a la luz del fuego daba a su cara
un aspecto salvaje y duro que le hacía pensar en piratas y soldados de fortuna.
Entonces Lisa clavó la mirada en su boca. Sus labios estaban relajados y
parcialmente entreabiertos. Era curioso que nunca se hubiera fijado en que el inferior
era un poco más grueso que el superior. Dormido, los labios de Jordan se suavizaban
en una sensualidad natural que inconscientemente obligó a Lisa a trazar la línea de
los suyos con la lengua.
Había intentado sacudirle con suavidad. Ahora sus dedos parecían actuar sin la
dirección consciente de su cerebro. Lánguidamente se dirigieron a su cara e
improvisaron la más leve de las caricias. La sensación áspera de su barba llenó las
yemas de sus dedos. Pero al mismo tiempo que su cerebro registraba la libertad que
se estaba tomando, Jordan cogió su mano y la sostuvo donde estaba.
—¿Jordan?
Sus ojos seguían cerrados.
—Como la seda —murmuró él casi ininteligiblemente.
Luego movió la cabeza de modo que su boca quedó contra la mano de Lisa.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Ella contuvo una exclamación. Suaves como las alas de una mariposa, sus labios
se movieron contra la palma de su mano. Pero aunque el toque fue ligero, Lisa pudo
sentir la caricia en lo más profundo de ella. Le era imposible resistirse a la atracción
sensual. Inconscientemente, trazó el contorno de sus labios con el pulgar como
invitándole a continuar.
Jordan murmuró algo que Lisa no pudo comprender. No estaba despierto, pero
su subconsciente debía haber sentido su respuesta. Sus palabras fueron seguidas de
un incremento de la presión en su mano.
Lisa casi cayó sobre sus piernas.
—¡Jordan, estás soñando!
Le pareció que sus párpados se abrían muy despacio, como si Jordan no
quisiera cambiar el placer por la realidad. Sus ojos azules se clavaron en los suyos y
si él se extrañó de que sus labios estuvieran en su mano, no lo demostró. En vez de
eso, la soltó y Lisa se dio la vuelta hacia la bandeja que había dejado sobre la mesa.
Todavía podía sentir el roce de sus labios. Como para ahuyentar la sensación
presionó su palma contra un lado de la taza.
—Está frío —anunció.
—Lo dudo.
Lisa instintivamente supo que no debía hacer caso a ese extraño comentario.
Jordan se incorporó en la silla y sacudió la cabeza.
—Todavía estoy medio atontado. Siento haberme dormido.
—No importa. Gracias por ayudarme.
Jordan ahogó un bostezo.
—Me alegro de haber podido reparar el perjuicio que te he ocasionado al
hacerte perder toda la larde.
—El descanso me vino muy bien.
Lisa dudó antes de continuar.
—No te preocupes por el cacao. Lo puedo meter en el frigorífico y calentarlo
mañana para el desayuno.
Jordan se levantó y se estiró.
—Es una buena idea. Mejor subiré las escaleras mientras aún pueda moverme.
—Hay toallas limpias en el armario del fondo del pasillo. Te veré por la
mañana.
Lisa le siguió con la mirada hasta que sus anchos hombros desaparecieron por
la puerta.
Samantha, que había estado acurrucada en un rincón, arqueó el lomo y luego se
acercó a restregarse contra la pierna de su ama.
Automáticamente, ella se agachó a acariciarla.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—Bueno, ha vuelto —murmuró en voz baja.


Durante meses se había dicho a sí misma que si volvía ella tenía que ser
cautelosamente cortés. Después de todo, no ganaría nada haciéndole saber el daño
que le había hecho su partida. Pero casi desde el momento en que había abierto la
puerta principal encontrándole allí, la fría lógica había desaparecido debajo de sus
emociones. Muy dentro de ella, Lisa sabía que Jordan Callahan tenía el poder de
hacerle daño otra vez, si le dejaba.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Capítulo 3
Estaba demasiado cansada para darle vueltas a ese asunto, pensó Lisa mientras
cerraba las puertas, apagaba todas las luces excepto una en el vestíbulo, y empezaba
a subir las escaleras.
Hacia la mitad del tramo sus ojos estaban al nivel de la fina línea de luz que
salía por debajo de la puerta del baño de los huéspedes. En ese momento oyó el ruido
del agua en el lavabo. ¿Iría a lavarse los dientes? ¿Se estaría quitando la camisa para
lavarse la cara y el cuello?
Sacudió la cabeza tristemente. ¿Por qué estaba perdiendo el tiempo en mitad de
las escaleras imaginándose lo que haría Jordan Callahan en el cuarto de baño? ¿Y si él
abría la puerta y la sorprendía? Terminó de subir y se dirigió a su habitación.
Después de atrancar su puerta, empezó a hacer sus propios preparativos para
meterse en la cama. Pero mientras se echaba la crema limpiadora no pudo dejar de
analizar por qué estaba pensando en Jordan de esa desacostumbrada manera.
Hasta su partida después de la muerte de su mujer, ambos habían comprendido
muy bien cuál era su relación. Él había sido el mejor amigo de su marido. Ella la
mejor amiga de su mujer. Se gustaban y confiaban el uno en el otro.
Esos antecedentes muy difícilmente explicaban lo que había ocurrido entre ellos
cuando Lisa se había inclinado a despertarle. Lisa se echó agua fresca por su cansada
cara. Eso de «entre ellos», había sido una fanfarronada, se dijo. El roce de los labios
de Jordan contra su palma había sacudido todo su cuerpo, pero él ni siquiera había
sido consciente de quién estaba a su lado.
¿Qué la pasaba? ¿Sería simplemente la reacción normal de una mujer que
llevaba un año y medio sin hacer el amor?
Levantando la cabeza se encontró con su propia mirada preocupada en el
espejo. Desde que Ted había muerto no había buscado otra relación. Pero, ¿y antes?,
¿en los últimos meses turbulentos de su matrimonio? Nunca le había dicho a Sandy,
su mejor amiga, lo mucho que las cosas se habían deteriorado entre ellos.
Repentinamente cansada, Lisa se puso el camisón y se metió en la cama.
Después de poner el despertador a las seis y media para poder terminar el trabajo, se
arrebujó entre las mantas y trató de dormir. Pero no podía dejar de pensar en Jordan,
Sandy y Ted. Y los pensamientos de Ted siempre le producían un dolor especial. Su
marido y ella habían tenido una de sus peleas la tarde que él se marchaba en el que
sería su último viaje de negocios, de hecho, se había alegrado de tener la casa para
ella sola durante unos días. Lisa se mordió el labio inferior y escondió la cara en la
almohada, le había despedido furiosa y él nunca había vuelto. Eso era algo que se
reprocharía el resto de su vida.
Pasó mucho tiempo antes de que pudiera conciliar el sueño. Finalmente el
cansancio venció a sus remordimientos. Primero cayó en la inconsciencia, pero
inevitablemente el sueño profundo trajo las pesadillas, que siempre eran la medida
exacta de su ansiedad.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

La escena era vivida, más real que si hubiera estado despierta.


Estaba en un barco que cabeceaba y daba bandazos en medio de una tormenta.
El agua helada mojaba sus pies y pegaba el camisón contra sus tobillos. Ella sabía que
el barco se hundía y tenía que subir a cubierta o se ahogaría sin remedio.
Los oscuros y negros corredores eran un laberinto. Se esforzaba lo indecible por
luchar contra el pánico. Con el corazón en la garganta, avanzó por el dédalo de
pasadizos sujetándose en las ásperas paredes. Por mucho que andará, podía sentir el
agua subiendo de nivel. Entonces se golpeó la rodilla contra una escalera de metal.
Sollozando, trató de auparse, pero su camisón mojado parecía pesar una
tonelada. Tiraba de ella hacia abajo, hacia las oscuras y revueltas aguas. Tenía las
manos tan frías que casi no podía mover los dedos, pero con un esfuerzo se agarró a
una abertura. El tejido de su camisón se desgarró.
Por fin desnuda. Lisa tembló. Nunca en su vida se había sentido tan asustada y
vulnerable, pero al mismo tiempo una extraña sensación de libertad se apoderaba de
ella. Subió de dos en dos las escaleras, con los ojos fijos en una luz que salía por
debajo de una puerta en lo alto. Si conseguía llegar hasta allí estaría a salvo.
Pero justo cuando puso la mano en el picaporte el viento abrió la puerta de
golpe. El aire helado laceró su cuerpo como un látigo.
Temblando se puso los brazos sobre el pecho y miró la oscuridad ante ella.
Había esperado luz. Ahora sólo había una oscura niebla que convertía la cubierta en
un paisaje de sombras confusas. El viento la empujó hacia delante con crueldad. Ella
gritó cuando se golpeó un tobillo contra una plancha metálica.
—¡Lisa!
Bajo sus pies el barco crujía y se escoraba. Hubiera caído si no hubiera sido por
los fuertes brazos que la sostuvieron.
—Ahora estás a salvo —le susurró una voz familiar al oído.
El inesperado rescate dejó a Lisa sin fuerzas. Por un momento todo lo que pudo
hacer fue colgarse de los anchos hombros del desconocido.
—Has vuelto por mí.
—Sí.
Lisa apoyó la cara contra el vello rizado de su pecho; su cintura presionaba los
duros músculos del abdomen de aquel hombre. Con un grito sofocado se dio cuenta
de que él también estaba desnudo.
Lisa levantó la cabeza tratando desesperadamente de verle el rostro. Pero
estaba escondido por la niebla.
—¿Quién?
—¿No lo sabes?
Al momento siguiente la abrazaba con fuerza contra él y la besaba.
El beso era tan violento como la tormenta que se cernía sobre ellos. Esa
intensidad provocó en ella una respuesta que no sospechaba que fuera capaz de dar.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Estaba ahogándose de nuevo, pero ahora en un océano de pasión que trataba de


engullirla.
—¡No!
Todo iba mal. No era Ted. De alguna manera tenía que alcanzar la superficie,
escapar de ese hombre que la sujetaba contra su excitado cuerpo.
Como el hombre, el sueño trataba de retenerla. Pero su voluntad fue más fuerte
que la seducción de la fantasía. Lisa se despertó cubierta de sudor con el pulso
acelerado en medio de un revoltijo de sábanas.
Pasó bastante tiempo antes de que su respiración se normalizara.
Con manos temblorosas alisó las mantas, recogió la almohada del suelo y volvió
a tumbarse. Pero aunque cerró los ojos y trató de poner la mente en blanco, tardó aún
una hora en dormirse.
Cuando el despertador sonó a las seis y media, lo apagó. Se sentía tan cansada
como si no hubiera pegado ojo en toda la noche; volvió a arroparse y se dio la vuelta.
«Quince minutos más», se dijo y luego se levantaría, los quince minutos se alargaron
a veinte. Finalmente se obligó a destaparse. O se levantaba y se vestía o se congelaría.

Lisa puso dos rebanadas de pan en el tostador y bajó la palanca con un golpe
seco.
Desde su sitio en la mesa de la cocina. Jordan levantó la cabeza sobresaltado.
—¿Qué ocurre?
—Nada.
—¿Siempre te levantas de tan mal humor?
Lisa se volvió y le dirigió una mirada despectiva. Ahí estaba, relajado y
descansado y mirándola como si no tuviera un sólo problema en el mundo.
—Sólo cuando tengo un millón de cosas que hacer y veo que no tengo tiempo
suficiente —replicó.
Jordan la miró pensativamente con una ceja ligeramente levantada.
Lisa no se movió. Una parte de ella quería excusarse por su rudeza. Pero la otra
rápidamente vetó las palabras de perdón que ya estaban en la punta de su lengua.
Tenía toda la justificación del mundo para estar de ese talante. ¿Qué derecho tenía
Jordan Callahan a aparecer de nuevo en su vida después de un año sin siquiera una
postal? Un año antes ella había necesitado su ayuda para rehacer su vida, y él la
había dejado en la estacada. Y se había probado a sí misma que podía arreglárselas
muy bien sola, sin él y sin nadie.
¿Pensaba acaso que podía volver ahora y retomar su amistad como si nada
hubiera pasado?
Casi como si le hubiera leído los pensamientos. Jordan se aclaró la garganta y
retiró su silla.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—Quizá será mejor que me aparte de tu camino.


—Ya he puesto las tostadas, de manera que mejor será que te las comas. Pero yo
tengo que ir a trabajar.
Sin darle oportunidad de responder, se dio la vuelta y salió de la cocina.
Jordan la miró marcharse y luego volvió a acomodarse en el asiento. Samantha,
que había estado sentada en un pequeño círculo de sol cerca de la ventana, se
levantó, se estiró, y le miró con sus ojos sesgados. Luego se dio la vuelta y siguió a su
ama.
«Lealtad», pensó Jordan, y luego hizo una mueca. Durante el pasado año bahía
dado muchas vueltas al problema de la lealtad, y a muchas otras cuestiones
desagradables. Pero gradualmente había empezado a pensar también en las cosas
buenas. Y una de las mejores había sido Lisa.
Cuando había tirado sus maletas en la parte trasera de la furgoneta hacía un
año, había sabido que la dejaba sola para afrontar muchos malos momentos. No le
había gustado la idea de dar la espalda a su amistad de esa forma. Pero allí se sentía
atrapado. Había tratado de huir de su dolor como un animal herido. Y eso significaba
que no podía quedarse y darle su apoyo a Lisa.
Pero su decisión, o el tiempo, habían curado la herida. Hacía meses que se había
dado cuenta de lo mucho que quería volver, no a regodearse en el dolor del pasado
perdido sino para enfrentarse al futuro. Pero nunca había estado seguro de la
bienvenida que le daría Lisa.
La tormenta le había dado la excusa perfecta. Ahora sabía lo peor. Había
muchas cosas que reparar, tanto en su casa como con Lisa.
Jordan alcanzó la taza de café que todavía tenía enfrente de él. Estaba fría otra
vez… justo como la noche anterior.
Estaba dormido cuando Lisa había vuelto a la habitación y tocado levemente su
cara. Pero mientras se iba despertando, no había sido capaz de obligarse a no sacar
partido de la situación.
Ella le había acusado de estar soñando, y había sido verdad. Durante meses,
Lisa Patterson había estado metiéndose en sus sueños. Despertarse y sentirla
inclinada tan dulcemente sobre él, había provocado una respuesta que Jordan no
había sido capaz de suprimir. Incluso aunque se había dicho a sí mismo que no era
una buena idea cambiar las reglas tan pronto, había sucumbido al deseo de sentir su
mano sobre los labios.
El pensamiento le hizo cerrar los ojos durante un momento. Luego apartó la
silla y se levantó. Mejor sería que le diera a Lisa espacio para respirar. Eso no iba a
ser difícil. Había suficiente trabajo en su casa como para tener ocupados a tres
hombres durante las semanas siguientes.
Quizá el mejor camino fuera dejarla acostumbrarse a tenerle a su lado poco a
poco, y darle a ella la oportunidad de hacer el movimiento siguiente… cualquiera
que fuese.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Durante el pasado año, el taller de Lisa había sido un santuario. Allí solía
encontrar el sosiego que necesitaba, pero incluso eso le era negado esa mañana. Al
abrir la puerta, sintió una oleada de confusas emociones mientras su mirada caía en
los dos sillones situados frente a la chimenea, donde Jordan y ella los habían dejado
la noche anterior. Se volvió para encender la luz antes de poner en orden la
habitación. Luego cogió la bolsa de renos que aún necesitaban algún toque.
El trabajo era pura rutina. Desafortunadamente eso dejaba su mente libre para
volver a los sentimientos que se habían despertado en ella con la vuelta de Jordan.
Una de las cosas que nunca le habían faltado durante los últimos meses
turbulentos con Ted, y en el año sin el, era su habilidad para controlar sus emociones.
No importaba cómo se sintiese, nunca lo demostraba.
Entonces, ¿qué le pasaba ahora? Esa mañana había estado muy desagradable
con Jordan. Si Jordan se parecía en algo a Ted, probablemente estaría achacando su
mal humor a la tensión premenstrual. Desde luego no podía alegar eso en su defensa,
y tampoco iba a usar la excusa de que no había dormido bien esa noche.
Se inclinó a acariciar el lazo de terciopelo que acababa de coser alrededor del
cuello de un reno. Era suave… suave como el roce de los labios de Jordan contra su
palma la pasada noche. Hacía mucho tiempo que no reaccionaba de esa forma ante el
contacto con un hombre.
En ese momento oyó cerrarse la puerta principal, Jordan se iba… sin decirle
adiós. Después de su comportamiento en el desayuno, difícilmente podía
reprochárselo. Con el trabajo en la mano olvidado. Lisa se quedó mirando las oscuras
cenizas en la chimenea. Luego se repuso. Ya había meditado suficiente durante los
meses siguientes a la muerte de Ted. Y había comprobado que no se llegaba a ningún
sitio, y ella tenía mucho trabajo que hacer esa mañana.
Para animarse un poco. Lisa puso una emisora de música pop. La hora
siguiente trabajó sin parar al ritmo del rock. Cuando terminó el último muñeco y se
levantó para colocarlo con los demás, se sentía satisfecha. Los osos, las muñecas y los
gansos de Navidad que había hecho la semana pasada ya estaban empaquetados y
listos para entregar.
Lisa cogió dos de sus creaciones y las giró para admirar la expresión traviesa en
sus caras. Había conseguido el efecto con hilo de bordar y botones negros redondos y
brillantes, dando a cada uno su propia personalidad. Estaban realmente bien, aunque
loa hubiera hecho ella misma. En Thelma's había visto a una niña muy pequeña
abrazar a uno de sus ositos como si nunca fuera a soltarle. El recuerdo le produjo un
nudo en la garganta. Ella había querido tener hijos, pero ése había sido uno de los
asuntos que Ted y ella no habían resuelto nunca. La primera vez que ella había
sacado el tema de formar una familia, él había dicho que era mejor esperar hasta que
tuvieran más dinero. Pero cuando la economía dejó de ser un problema, su actitud
hacia tener hijos no había cambiado.
Suspirando, Lisa cogió las cajas. Después de sacar a Samantha fuera del taller,
cerró la puerta y se dirigió hacia la cocina. Al dejar las cajas sobre la mesa para

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

ponerse la chaqueta, una hoja de papel verde cayó al suelo. Tenía que ser de Jordan.
Usa la recogió y leyó:

Perdona por haberte obligado a quedarte hasta tan larde trabajando anoche. Estaré
comprando provisiones y trabajando en casa. Se que estas muy ocupada, así que no te
molestes con la cena, porque probablemente llegare tarde de todos modos. Espero que pronto te
sientas mejor.

Era corta y concisa, pero Lisa no tuvo dificultades en leer entre líneas. Le había
hecho sentir un intruso y un estorbo. Ahora Jordan estaba tratando de apartarse de
su camino prudentemente.
Lisa apretó los dientes. No era culpa de Jordan que su vuelta hubiera
despenado en ella todos esos sentimientos confusos. Y lo que era más, él no era sólo
un amigo; también era un huésped que pagaba su estancia en el Nido del Águila. Lo
menos que le debía era un comportamiento hospitalario… y una disculpa.
Una vez fuera. Lisa metió las cajas en el coche y durante un momento se detuvo
a aspirar el frío aire del otoño. Esa mañana el aire era mucho más vigorizante que
tres tazas de café.
Sólo tardó quince minutos en llegar a la tienda en la calle Duque de Gloucester.
Al ser lunes y muy temprano, la zona financiera no estaba muy llena, y Lisa pudo
encontrar un aparcamiento muy cerca. Se detuvo a la entrada y admiró sus
creaciones en el escaparate exterior.
De hecho, la familia de pingüinos del centro había sido un encargo especial de
Thelma para ser el punto clave de todo el escaparate.
Thelma le abrió la puerta.
—Déjame ayudarte con esas cajas —le dijo cogiendo un par de ellas.
Lisa siguió a la enérgica mujer de pelo gris dentro de la tienda y dejó su carga
sobre el viejo mostrador de roble. La tienda estaba decorada al estilo antiguo, y
Thelma tenía allí una colección de artesanía local digna de mejor suerte. Esa mañana
la tienda olía a canela y clavo.
Lisa aspiró apreciativamente y miró alrededor en busca de la fuente. Por fin
localizó una tetera sobre un infernillo cerca de la puerta de la trastienda.
—¿Sirviendo bebidas a estas horas? —preguntó Lisa.
Thelma se pasó una mano regordeta por el mandil y sonrió.
—Una infusión relajante. Hace que los clientes se queden más tiempo mirando.
Y cuanto más miran, más probabilidades hay de que encuentren algo que quieran
comprar.
—Es un buen negocio para mí.
—Sírvete una taza.
Lisa la obedeció.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Thelma cogió uno de los osos que había traído en la última remesa para
inspeccionarlo.
—Estos son aún mejores que los anteriores —exclamó.
—Gracias. Me aburro de hacer siempre lo mismo y trato de variar los modelos.
—Tus muñecos siguen teniendo un éxito espectacular. Y es porque son siempre
nuevos. Creo que esta remesa me durará como mucho dos semanas. Pero el sábado
vino un autocar de jubilados de Baltimore y casi me dejaron sin nada. ¿Tendrías
tiempo de hacerme tres o cuatro docenas más de osos y patos antes del día de Acción
de Gracias?
Lisa bebió un sorbo mientras reflexionaba. Era agradable saber que su trabajo se
estaba vendiendo bien. Y además necesitaba ese dinero. Pero ya tenía unos encargos
que terminar, y se estaba quedando sin materiales.
—Creo que sí. Pero te lo diré con seguridad a finales de semana.
—¿Tienes muchos huéspedes en el Nido del Águila? —preguntó Thelma con
tono casual.
—Vaya.
Hubo una pausa mientras Lisa bebía de su taza y Thelma encontraba espacio en
las estanterías para los nuevos muñecos.
—Doris Fletcher ha estado aquí hace un rato con sus bordados. Me ha dicho
que le pareció ver la furgoneta de Jordan Callahan enfrente de tu casa anoche y otra
vez esta mañana —comentó Thelma.
A Lisa se le fue la infusión por mala parte y empezó a toser.
—¿Estás bien?
Lisa asintió y se pasó los nudillos por los ojos llorosos. Había olvidado lo
deprisa que las noticias corrían en la ciudad.
—Ha vuelto para ver los daños que ha causado la tormenta en su casa. Está
deteriorada para vivir allí.
—Ha tenido suerte de que tuvieras habitaciones libres.
—Sí —dijo Lisa lacónicamente.
—Me alegra que por fin alguien haya tenido noticias de ese chico. ¿Cómo está?
Si Lisa hubiera interpretado la pregunta como pura curiosidad, habría
improvisado una respuesta cortante aunque cortés. Pero Jordan le había dicho lo
mucho que se interesaba Thelma por él desde el colegio. Y Thelma le había
preguntado por él muchas veces durante el pasado año. Y además, su propia relación
con esa mujer se había hecho muy importante. Por todo eso, pensó su respuesta antes
de contestar.
—Este año le ha cambiado.
—También te ha cambiado a ti —dijo la otra mujer.
—Pero al quedarme aquí me forcé a enfrentarme a la parte desagradable y a
trabajar para salir adelante.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—¿Y temes que él no lo haya hecho?


—No parece querer hablar sobre ello —replicó Lisa.
—Ya sabes, los hombres a menudo tienen muchos más problemas para
controlar sus emociones que las mujeres.
Lisa buscó en el rostro de Thelma, pero la mujer de pelo gris no dijo nada más.
—¿Ha vuelto para mucho tiempo? —preguntó después.
Lisa se encogió de hombros.
—Bueno, dile que me gustaría mucho verle.
El afecto en la voz de Thelma hizo que Lisa se diera cuenta de lo poco que le
gustaba estar a malas con Jordan Callahan. Las dudas que había sentido esa mañana
no eran culpa suya. Y había sido una chiquillada por su parte pagarlo con él.
—Lo haré —prometió colgándose el bolso al hombro.
De nuevo en la calle. Lisa miró hacia el muelle donde los barcos de pesca traían
la captura del día de la Bahía Chesapeake. No tuvo que mirar a su reloj para saber
que ya era casi la hora de comer. Su estómago se lo decía claramente. En ese
momento se apoderó de ella un deseo voraz de comer el típico pastel de cangrejo que
hacían en el puerto.
Descubrir las especialidades de la costa de Maryland había sido uno de los
placeres que Lisa más había disfrutado al mudarse. Podía recordar la primera vez
que Ted, Jordan y Sandy la habían llevado a tomar cangrejos servidos sobre mesas
cubiertas de periódicos. Sandy y Ted se habían lanzado al montón de crustáceos con
entusiasmo. Jordan había sido el que le había enseñado cómo abrirlos y conseguir
sacar la sabrosa carne. Había sido uno de los primeros buenos momentos que habían
disfrutado juntos.
Todavía estaba recordándolo cuando llegó a la ventanilla de uno de los bares.
Los cangrejos de Maryland probablemente habrían sido una de las cosas que Jordan
echara de menos fuera. Sin pensarlo dos veces, duplicó el pedido y pidió además
ensalada de coles, pastel de manzana y dos tazas de café.
Por supuesto la comida extra tendría que meterla en el frigorífico, pensó Lisa
mientas conducía hacia la casa de Jordan. Él podría estar fuera comprando e incluso
podría haber comido ya.
Al ver su furgoneta azul respiró aliviada. No obstante, luego la asaltó un
sentimiento de inseguridad. Después de la forma en que había salido de la cocina esa
mañana, no sabia si el la recibiría bien, a pesar de los cangrejos.
En el porche, dos enormes sacos de plástico bloqueaban la puerta. Cuando las
apartó con un pie, una de ellas se cayó y el contenido se desparramó por el suelo.
Lisa se insultó a sí misma mientras esperaba ver escombros de la inundación. En vez
de eso, lo primero que vio fue un disco de Simón y Garfunkel, uno de los favoritos de
Sandy. Debajo estaba la caja de recetas que Sandy tenía en la cocina. La tapa se había
abierto y las tarjetas estaban esparcidas sobre las tablas del porche. Automáticamente
Lisa se agachó a recogerlas.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Una sobadísima receta de chuletas de cerdo dulces, una de las especialidades de


Sandy, llamó su atención. ¿Habría querido Jordan realmente deshacerse de esas
cosas? ¿Y tenía ella derecho a preguntárselo?
Lisa se levantó y llamó al timbre. Luego sacudió la cabeza. El timbre no iba a
funcionar, no sin electricidad. De modo que golpeó la puerta con los nudillos; pero
no hubo respuesta.
—¿Jordan? —llamó.
Luego se cambió las bolsas de comida de brazo y abrió la puerta.
—¿Hay alguien aquí?
Al entrar en la cocina pudo ver la luz de una lámpara salir del sótano. Jordan
apareció de pronto. Se había subido las mangas de la camisa dejando al descubierto
los firmes músculos de sus antebrazos. Un ancho cinturón de trabajo rodeaba sus
caderas con todo tipo de herramientas sujetas a el. Jordan se colgó del cinturón el
enorme destornillador que portaba, de manera que la herramienta descansó contra
su muslo.
Lisa le miró mientras apoyaba su largo cuerpo en el marco de la puerta y le
dirigía una mirada interrogativa.
—Hola —fue todo lo que se la ocurrió decir.
Él tampoco la ayudó preguntándola por qué estaba allí. Finalmente, Lisa
levantó la bolsa de comestibles.
—He comprado unos cangrejos para comer. Si me perdonas por ser tan
desagradable esta mañana, puedo compartirlos contigo.
Al principio Jordan parecía violento, pero luego Lisa pudo ver cómo la tensión
le abandonaba.
—Me parece magnífico.
Jordan se volvió hacia el fregadero.
—El agua salía turbia al principio, pero al menos no tengo que cambiar las
cañerías también.
Mientras se lavaba las manos. Lisa buscó un espacio libre sobre la mesa de la
cocina para colocar la comida. Evidentemente, Jordan había estado comprando en la
ferretería, y había montones de clavos, cables y herramientas esparcidas por todos
lados.
—¿Se puede quitar todo esto de aquí? —preguntó Lisa.
—Mejor no. Lo tengo organizado tal y como lo necesito. ¿Por qué no comemos
fuera? Me vendría bien un poco de aire fresco. Todavía hay un ambiente malsano
aquí.
—Muy bien. ¿En el porche o junto al agua?
—Junto al agua. Si vamos a hacer un picnic, lo haremos en toda regla.
Fuera, Jordan sacó una vieja manta de la furgoneta y los dos caminaron sobre
las hojas secas y la hierba alta hasta un claro cerca del río.

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—Ahora que los vecinos saben que he vuelto, supongo que debo quitar las
hojas y cortar el césped antes de la primera nevada —observó Jordan mientras
extendía la manta en la hierba.
Una ligera brisa del río la levantaba, y se arrodilló para sujetarla con su peso.
Lisa le imitó.
El sol de mediodía había calentado el frío aire de octubre. En el cielo, una
bandada de gansos volaba hacia el sur.
—Ha sido una idea muy buena. Muchas gracias —dijo Jordan sentándose y
cruzando sus largas piernas a la altura de los tobillos.
Lisa repartió la comida en dos platos de papel y le tendió a Jordan el más lleno.
—Tienes mucho trabajo en la casa. Quizá debieras contratar a alguien que te
limpie el jardín.
—Es una buena idea —dijo Jordan ocupado con uno de sus cangrejos—. Hace
tiempo que no como esta maravilla.
—¿Por ahí no comen marisco?
—No lo suficientemente bueno para alguien nacido y criado a un tiro de piedra
de la Bahía Chesapeake.
Lisa rio.
—Tienes razón.
—Veo que has recorrido un largo camino. Todavía puedo ver la expresión de
horror que pusiste cuando la camarera trajo aquella fuente de cangrejos.
—Tú me enseñaste todo lo que necesitaba saber.
Jordan se limitó a sonreír. Lisa se encontró sonriendo también. Con un suspiro,
se acomodó contra el tronco que utilizaba como respaldo. Antes de la tragedia que
había separado sus vidas, su relación con Jordan Callahan había sido como llevar un
par de cómodos mocasines. Desde su vuelta. Lisa se había sentido como si tuviera
que bailar con unos zapatos de tacón de quince centímetros de alto. Era un alivio
saber que al menos por unos minutos podía quitárselos.

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Capítulo 4
Cuando terminó de comer, Jordan se cruzó los brazos sobre el pecho con
expresión satisfecha.
—Ha sido cien veces mejor que el filete que yo tenía en la nevera de la
furgoneta.
—Era lo menos que podía hacer después de haber sido tan grosera contigo esta
mañana —dijo Lisa recogiendo los últimos restos y metiéndolos en la bolsa.
Levantó los ojos para mirarle, esperando algún tipo de respuesta. Jordan lo
único que hizo fue sostener su mirada.
—Estabas molesta por lo de anoche.
Debía estar refiriéndose a lo que había pasado cuando ella había vuelto con el
cacao.
—Pensé que estabas dormido.
Jordan arrancó una brizna de hierba. Lisa miró sus ágiles dedos de trabajador
mientras dejaba que el tallo se balanceara entre su índice y su pulgar.
—Anoche, eso era lo que yo quería que pensaras.
—¿Cómo?
—Ahora me doy cuenta de que sería mejor si pusiéramos las cosas en claro
entre nosotros.
—¿Qué cosas? —preguntó Lisa en un susurro.
—Esto… por ejemplo.
Jordan tiró la brizna de hierba, se inclinó hacia Lisa y la atrajo hacia sí anulando
el espacio que había entre ellos. Hubo un instante de sorpresa en el cual ella trató de
soltarse.
Él había sido su amigo. El marido de Sandy. El mejor amigo de Ted. De pronto,
Jordan lo había cambiado todo. Pero el primer contacto de los labios de Jordan contra
los suyos apartó cualquier pensamiento racional de su mente.
No había ninguna duda en aquel beso. Jordan no pidió permiso. Simplemente
la hizo darse cuenta de la fuerza de la atracción que había entre ellos desde que había
vuelto.
En vez de resistirse, los labios de Lisa se suavizaron bajo la apremiante presión
de su boca. Cuando sintió su lengua dentro, un delicioso temblor recorrió su cuerpo,
y Lisa se apretó contra su duro pecho, buscando instintivamente su calor.
Sintió, más que oyó, el ronco gemido de Jordan mientras la abrazaba con fuerza
y sus dedos empezaban a acariciar su espalda.
La noche anterior Lisa había querido tocarle también, pero se había contenido.
Ahora no podía resistirse a satisfacer esa necesidad. Con un dedo trazó la dura línea

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de su mandíbula, y en algún lugar de su aturdido cerebro registró la observación de


que incluso a esas horas del día su piel tenía una estimulante aspereza.
Jordan levantó los labios lo justo para murmurar su aprobación. Luego la besó
más profundamente, y Lisa sintió que la tierra desaparecía bajo ella. Tardó varios
segundos antes de darse cuenta de que la había tumbado sobre la manta. Jordan era
la única cosa sólida a la que se podía agarrar en un mundo de sensaciones puras. No
se daba cuenta de que le estaba clavando los dedos en los hombros. Sólo sentía el
calor líquido de su beso intensificándose. El corazón le latía violentamente en el
pecho. ¿O era el de Jordan?
Antes de que pudiera decidirlo. Jordan la soltó. Instintivamente ella trató de
acercarle de nuevo, pero él se lo impidió con suavidad. Mientras acariciaba su cara.
Lisa abrió los párpados y se encontró con la hipnótica profundidad azul de sus ojos.
Hizo un esfuerzo para encontrar su voz.
—Jordan, ¿qué estamos haciendo?
Él rio.
—Lo que podemos.
Lisa no sonrió al oír su respuesta ligera. En ese momento sólo era consciente de
lo mucho que Jordan había sido capaz de excitarla en tan poco tiempo.
Él debió leer la vergüenza en sus ojos.
—No tengas miedo, Lisa. Todo es normal.
Lisa se zafó de sus brazos y se sentó.
—No.
Jordan la miró mientras se arreglaba el pelo revuelto.
—¿Crees que esto es algo casual? —le preguntó.
—No sé qué pensar.
Suspirando. Jordan la cogió de la mano.
—No lo es.
—¿Y lo de anoche? —preguntó Lisa.
—Un error de juicio. No debí aprovecharme de la situación.
—¿Por qué lo hiciste?
Aunque Jordan utilizó un tono ligero, sus palabras fueron muy serias.
—No fue algo premeditado. Pero cuando me desperté y me encontré en esa
posición, decidí que era mejor ser colgado por robo que por simple asalto.
A pesar de sí misma, Lisa sonrió.
—Yo no te iba a colgar.
—¿No?
Lisa se volvió a mirar al río. Pretender que los sucesos de la noche anterior y los
de esa tarde no la habían afectado sería una mentira. Pero, ¿qué era lo que la

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

preocupaba? ¿Los avances de Jordan, o su propia respuesta? Durante años había


pensado en ese hombre como en el mejor amigo de su marido. No era fácil
reconciliar el Jordan Callahan que ella conocía con el nuevo hombre que despertaba
todos sus sentidos. Pero eso era sólo una parte de sus dudas.
Suavemente, Jordan le acarició una mejilla y la obligó a mirarle a los ojos.
—El hecho es que tú y yo somos dos adultos, y que nos atraemos el uno al otro.
Incapaz de negarlo. Lisa tragó saliva.
—No es tan simple.
—¿Por qué no?
—Por el pasado.
—Sólo porque somos amigos, ¿significa eso que nunca podremos ser nada más
el uno para el otro?
Lisa sacudió la cabeza.
—No lo sé. Estoy confusa. Y creo que tú no te has enfrentado realmente al
hecho del accidente.
Se detuvo dispuesta a ser tan clara como le fuera posible.
—A la muerte de Sandy —añadió.
Jordan apretó los puños.
—Estás equivocada.
—Entonces, ¿por qué cambias de tema cada vez que la menciono? ¿Y por qué te
estás deshaciendo de todo lo que te recuerde los seis últimos años?
—¿De qué estás hablando?
—Vi las dos bolsas en el porche.
Al verle fruncir el ceño, Lisa continuó.
—No quería fisgar. Pero al abrir la puerta una se cayó y se abrió.
Parecía como si te quisieras deshacer de las cosas de Sandy.
—¿Y?
—Se lo mucho que la querías. Algún día, cuando superes el dolor, querrás algo
para recordar los buenos tiempos.
—Lisa, tú eres la que cambias de tema. Estábamos hablando de ti y de mí. Pero
supongo que no puedes afrontarlo.
Sin esperar una respuesta, Jordan se levantó, se metió las manos en los bolsillos
y caminó lentamente hacia la orilla del río. Detrás de él pudo oír a Lisa coger la bolsa
de las sobras y sacudir la manta.
Desafortunadamente Lisa tenía razón, al menos en una cosa. Por su propio bien,
necesitaba borrar el pasado. El tiempo había cenado las heridas lo suficiente para
permitirle volver a casa. Pero no estaba dispuesto a abrirlas de nuevo. De modo que

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no iba a entrar en una discusión con ella sobre por qué era mejor mirar al futuro en
ese momento.
Lisa se aclaró la garganta.
—En vez de tirar todas esas cosas, ¿me dejas que me lo lleve a casa y lo guarde
hasta… por un tiempo?
Jordan se encogió de hombros.
—Haz lo que quieras.
—De acuerdo.
Jordan no se movió ni dijo nada más.
—¿Te espero para cenar?
—No.

Lisa casi no vio a Jordan Callahan durante los días siguientes. Si no hubiera
sido por el olor de su loción en el cuarto de baño de los huéspedes y su taza fregada
sobre el mostrador todas las mañanas, no habría sabido que había alguien más aparte
de ella y Samantha en el Nido del Águila. Lisa nunca había sido una mujer de mucha
vida social, y como no tenía hijos, tampoco pertenecía al club del colegio ni
participaba en las actividades que ocupaban el tiempo de ocio de sus vecinos.
Después del funeral había recibido cierto número de invitaciones a cenar de las
parejas que había conocido a través de Ted. Aunque eran cordiales, no eran
realmente sus amigos, y no estaba de humor para hacer el esfuerzo.
Durante el año anterior había descubierto que su propia compañía era
suficiente cuando no había huéspedes, y su trabajo le daba suficiente
entretenimiento, Pero estaba sorprendida de lo deprisa que la serenidad podía
evaporarse. Ahora la misma soledad que solía agradarla, le hacía sentirse intranquila
y desasosegada.
Mientras trabajaba por las noches en el último pedido para Thelma, se
encontraba a sí misma esperando el más leve ruido de Jordan abriendo la puerta con
la llave que le había dado. Cuando oía sus pasos en el vestíbulo, se le aceleraba el
pulso. Pero nunca se paraba a saludarla como lo habría hecho en los viejos tiempos,
cuando eran amigos. En vez de eso, se iba directamente a la cama.
Las cosas habían cambiado entre ellos, y no para mejor precisamente. Aunque
le doliera, sabía que no tenía ningún derecho a quejarse porque él la ignorara. No
obstante, no podía evitar esperar algún gesto amistoso por su parte.
El miércoles por la noche Jordan llegó un poco antes de lo normal, alrededor de
las nueve. Lisa, que estaba inclinada sobre la máquina de coser, se sentó derecha en
la silla y escuchó el crujido de las viejas maderas bajo su peso. Jordan se dirigía a la
cocina. Lisa volvió a su trabajo pisando con fuerza el pedal de la máquina. En
protesta, la bobina de la máquina se atascó y la aguja quedó inmovilizada sobre el
tejido. Iba a tener que dedicar unos diez minutos a repararlo.

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Lisa decidió que sería mejor tomarse una taza de té antes de volver al trabajo.
Pero cuando iba por el vestíbulo estaba pensando que necesitaba la compañía tanto
como la infusión.
Jordan sólo había encendido la luz sobre el homo, y la habitación estaba en
sombras. Cuando Lisa apareció en la puerta, él levantó la vista con una taza de café
instantáneo en la mano.
—Perdona si te he interrumpido.
—No me has interrumpido —mintió ella—. Necesitaba un descanso.
Jordan se apoyó en la encimera.
—Llegas tarde para el café instantáneo.
—Voy a tomarme un té —repuso Lisa.
Deseaba encender la luz para disipar la repentinamente sobrecargada atmósfera
de la cocina. Pero no quería que él supiese que le molestaba el sentimiento de
intimidad. Al pasar a su lado hacia el armario, le miró de reojo. De cerca pudo
detectar cansancio en su rostro. Todas las mañanas antes de que ella se levantase,
Jordan ya estaba fuera, y no volvía hasta la noche. Debía estar trabajando catorce
horas diarias, y eso empezaba a notársele.
—No tienes que hacer el trabajo de dos meses en una semana —comentó con
sinceridad.
Jordan suspiró.
—El problema es que cada vez que arreglo algo descubro dos cosas que
necesitan atención inmediata. Cuando empecé a reparar las escaleras del porche,
¡encontré un termitero!
—¡Oh, las odio! —exclamó Lisa con repugnancia.
—Y luego está el tejado. No puedo reparar el daño del agua hasta que ponga las
tejas que faltan. La próxima vez que llueva, se me va a mojar todo otra vez.
—Pero si no te dosificas vas a acabar contigo.
Mientras hablaba. Lisa se dio cuenta de que era la clase de advertencia que
hubiera hecho una esposa a su marido.
La respuesta de Jordan, en cambio, estuvo muy lejos de ser la típica de un
marido.
—Pensé que cuanto más rápido tuviera mi casa reparada, antes dejaría de
agobiarte.
—No me agobias.
La tetera silbó y ambos fueron a quitarla del fuego. Cuando sus manos
coincidieron en el mango, los dos las retiraron a toda prisa, como si el contacto les
hubiera quemado.
—Creo que los dos estaremos mucho más a gusto cuando yo me haya ido —
observó él secamente.

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Lisa no supo qué responder, pero supuso que él había tomado su silencio como
una afirmación.
—Escúchame, Lisa. Lo siento. El otro día cometí un error. Lo último que
pretendo es presionar a una mujer que no está interesada.
Lisa retrocedió un paso al oír las claras palabras. Dolían mucho más porque a
pesar de lo que le hubiera dado a entender a Jordan en el río, ella estaba interesada.
Pero era muy duro confesarlo.
—Jordan, te dije que estaba confusa.
Él la dirigió una mirada valorativa.
—Bueno, yo no me estoy ofreciendo como sicoanalista.
Lisa sintió que se sonrojaba y espero que la oscuridad ocultase su rostro. En
silencio vio cómo Jordan se daba la vuelta y salía de la habitación.

Jordan había dicho que no quería molestarla, pero a la mañana siguiente hizo
mucho más ruido de lo usual mientras se preparaba para marcharse. Era como si
estuviera tratando de despertarla para poder continuar su agria discusión de la
noche anterior. Pero ella no iba a seguirle el juego.
Esperó hasta que oyó alejarse la furgoneta y luego se levantó. Por extraño que
pareciese, descubrió que encontraba placer en abrir el grifo tanto que sonaran las
cañerías y cerrar los cajones de golpe. El día anterior por la tarde estaba triste. Pero
en algún momento durante la noche, el sentimiento se había transformado en ira.
Samantha, que había estado tumbada en su cama, la miró disgustada con sus
ojos entornados y salió de la habitación.
—¿Huyendo de la quema? —le preguntó Lisa a la gata.
Samantha siguió andando sin mirar atrás… igual que había hecho Jordan un
año antes. Lisa se metió las manos en las mangas de su viejo jersey reconociendo en
silencio que era conveniente tener un foco para su malhumor. Su buen amigo Jordan
Callahan se había ido cuando más lo necesitaba. Y había vuelto esperando que
sencillamente podían seguir donde lo habían dejado. ¡No! Ni siquiera era así. Él no
quería retomar las cosas donde las había dejado. Quería cambiar por completo las
reglas entre ellos. Bueno, ella no podía hacer las cosas tan rápido, suponiendo que
fuera eso lo que ella quería hacer.
Toda la mañana se forzó a trabajar. Pero después de comer admitió por fin que
estaba demasiado nerviosa para sentarse y coser. Además, el parte meteorológico
había dicho que un frente frío llegaría al atardecer. Había comprado cuatro docenas
de bulbos de tulipán para los parterres del porche principal. Si quería que floreciese
la próxima primavera tenía que plantarlos ya.
Lisa se puso sus gruesos guantes de jardinera y una chaqueta y salió al exterior.
Supervisando su pequeño jardín, la invadió un sentimiento de orgullo por lo que
había conseguido. Aquellos terrenos habían sido una especie de campo de batalla
entre Ted y ella. Él quería una gran extensión de hierba pero no estaba dispuesto a

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

renunciar a sus partidos del sábado por la tarde para cuidarlo. Lisa se había ocupado
de cortar la hierba, pero tardó poco en descubrir que era alérgica al heno; además,
ella prefería las flores. Gradualmente había dejado de quejarse y centímetro a
centímetro había extendido sus plantaciones de flores. El pasado verano, sin objeción
de ninguna clase por parte de Ted, había contratado a un muchacho para que cuidara
el césped y pusiera senderos de losas de piedra.
Mientras caminaba entre sus plantas se detuvo a cortar un ramillete de
margaritas. Su jardín había sufrido bastante con las tormentas. Eso le recordó que
debía preocuparse de cambiar de sitio el árbol de la entrada. Como había dicho
Jordan, parecía bastante debilitado.
Después de plantar dos docenas de bulbos, Lisa empezó a arrancar las malas
hierbas. En eso estaba cuando el sonido de neumáticos la hizo levantar la cabeza. Su
primer pensamiento fue que Jordan había vuelto por alguna razón. Para su sorpresa,
el vehículo que apareció fue un antiguo y cuidado Packard.
A las únicas personas que Lisa conocía con un coche así eran las hermanas
Featherman: Beatrice y Henrietta. Como su coche, ambas estaban muy bien
conservadas y eran poco corrientes. Profesoras retiradas, solían ir al Nido del Águila
cada pocos meses, a investigar datos de la Academia Naval para un libro que estaban
escribiendo. Pero según su lista de reservas, no las esperaba hasta el día siguiente.
Lisa se quitó los guantes y se los metió en el bolsillo trasero de los vaqueros.
Mientras se acercaba al coche, Henrietta bajó la ventanilla.
—Hola —saludó jovial.
—¿Vais por delante de vuestras previsiones o es que yo me he equivocado? —
preguntó Lisa.
—Lo primero, querida —admitió Henrietta—. Pero esperamos que tengas
disponible nuestra habitación.
Lisa se retiró un mechón de la frente. Había estado muy ocupada y no había
tenido tiempo de preparar su habitación e ir a la compra.
Al ver la indecisión en su cara, Beatrice intervino.
—Si todavía no está preparada, podemos volver más tarde esta noche… o
quedarnos en un hotel.
—No estoy dispuesta a que paguéis los precios de un hotel. Pero voy a tardar
un par de horas en tenerla a punto.
—Entonces iremos de compras y volveremos después de cenar —dijo Henrietta
—. Pero nos gustaría dejar el equipaje arriba, ¿podemos?
—Por supuesto. Dejadme ayudaros.
Lisa ayudó a las hermanas a llevar sus bolsas a la soleada habitación que habían
reservado.
—Oh, veo que tienes otro huésped —observó Henrietta al pasar delante de la
habitación de Jordan.
—Sí —dijo Lisa lacónicamente.

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—Y, por lo que parece, un hombre —añadió Beatrice arreglándose el pelo—.


¿Tiene… más o menos nuestra edad?
—Me temo que no.
—Oh, pamplinas.
Les llevó tres viajes más vaciar el coche, pero por fin Lisa pudo decir adiós a las
hermanas mientras se alejaban por la carretera. Se permitió unos pocos minutos más
para terminar de plantar los bulbos y luego se puso a trabajar a toda velocidad.
Primero hizo la habitación de las hermanas y la limpieza de la casa que había estado
retrasando.
Luego fue a la tienda a comprar las provisiones que necesitaría para el fin de
semana.
Cuando salió de casa el tiempo era soleado y la temperatura relativamente
suave. Cuando salió del almacén, el cielo estaba azul oscuro, el viento soplaba con
fuerza y la temperatura había descendido sensiblemente.
Al abrir la puerta del coche, una ráfaga de viento estuvo a punto de quitarle el
paquete de las manos. Lisa se estremeció de frío. Condujo con precaución y cuando
estuvo en la cocina de su casa respiró aliviada.
Mientras sacaba sus compras se detuvo a mirar por la ventana Sólo eran las
cuatro y media, pero con la tormenta en pleno apogeo parecía casi de noche. Una
antena de televisión pasó volando arrastrada por el viento. Probablemente del tejado
de su vecino, y el pobre la acababa de cambiar después de la última tormenta, pensó
Lisa compadeciéndose de el. Eso le recordó a Jordan. Había dicho que estaría
trabajando en el tejado. Esperaba que tuviera el suficiente sentido común como para
no estar allí en ese instante.
¿Sería una tormenta pasajera o un temporal en toda regla?, se preguntó Lisa.
Puso la radio y movió el dial hasta encontrar un boletín meteorológico. En el área de
la bahía se preveían fuertes vientos y lluvias importantes.
Olvidando sus tareas. Lisa empezó a pasear nerviosamente por la habitación.
Jordan no tenía corriente eléctrica. A menos que se hubiera llevado una radio
portátil, no habría oído el boletín. Y aunque así hubiera sido, seguro que estaría
trabajando hasta el último momento para poner tantas tejas como le fuera posible y
evitar nuevas inundaciones.
La tentación de acercarse en coche y asegurarse de que estaba bien era casi
irresistible. Dos veces cogió las llaves y se encaminó hacia la puerta, y las dos veces
cambió de opinión. Jordan era un hombre adulto, se decía a sí misma. Además, había
vivido en esa zona durante casi toda su vida y sabía lo deprisa que el tiempo podía
cambiar.
Miró a Samantha, que estaba embelesada mirando los objetos diversos volar a
través de la ventana, como si estuviera viendo la televisión. Incluso los gatos tenían
el suficiente sentido como para no salir con ese tiempo.
Como para corroborar su pensamiento, una repentina ráfaga de lluvia sacudió
los cristales haciendo a Samantha saltar hacia atrás. En ese momento hubo un
estruendo que sacudió la casa de arriba abajo.

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¿Un trueno? Lisa recordó que se había dejado la ventana abierta en la


habitación de las hermanas Featherman. Subió corriendo las escaleras y vio que por
suerte sólo se había mojado un poco la alfombra. Suspiró aliviada y cerró la ventana
a toda prisa. Había empezado a recoger el agua con una toalla cuando sintió que el
viento arreciaba en el exterior.
Sobre el estruendo de la tormenta, oyó a alguien gritar su nombre.
¡Jordan!
—¿Dónde estás? —gritó Jordan.
—¡Aquí arriba!
Lisa estaba a la mitad de las escaleras cuando su cuerpo chocó contra el de
Jordan. Una infinidad de sensaciones la sacudieron a un tiempo: el frío de su piel; su
camisa aplastada contra sus hombros que bloqueaban la luz que salía de la cocina;
sus brazos como un refugio mientras la abrazaba con fuerza. Jordan había estado
fuera en la tormenta. Lisa se abrazo a él sintiéndose reconfortada por su solidez y
aliviada al ver que estaba a salvo.
—¡Estaba preocupada por ti! —exclamó Lisa al mismo tiempo que Jordan
pronunciaba las mismas palabras.
La voz de Jordan era mas grave de lo habitual: la de Lisa fue casi un gemido.
Jordan vio que en sus ojos había una pregunta. Se explico.
—Ese maldito árbol junto a la puerta. Sabía que se caería. Gracias a Dios que no
lo ha hecho sobre la casa.
Lisa tembló al recordar el estruendo que había oído. Las grandes manos de
Jordan estaban sobre sus hombros. Pero ella sentía algo más que protección de esas
manos. La noche anterior no había resuelto nada cuando habían tratado de hablar
sobre sus sentimientos. Pero el miedo por la seguridad del otro y el inesperado
contacto físico acabó con todas las barreras de comunicación.
Jordan estaba un escalón más debajo que Lisa, de modo que no que bajar la
cabeza para besarla. Hubo un mutuo suspiro de alivio cuando sus bocas se unieron y
ambos se besaron con una urgencia que era tanto pasión como rendición. Hasta ese
momento, Lisa no se había dado cuenta de lo mucho que deseaba besarle.
En el beso había una fuerza casi tan poderosa como en la tempestad que se
abatía sobre la casa. Tan dura como la lluvia que aporreaba el techo, y tan elemental
como el viento que sacudía los árboles. Oscura como la misma esencia del huracán.
El ronco gemido que salió de la garganta de Jordan le dijo que él también lo
sentía así. Él dejo sus labios para besarle las mejillas, la barbilla, la nariz. Como si
necesitara conocerla con todos sus sentidos, tomó aliento y acarició su cara hasta
llegar a los puntos más sensibles en el cuello. A pesar del súbito arrebato, sus dedos
estaban todavía helados y Lisa tembló ligeramente.
—Perdona —se disculpó Jordan.
—Necesitas calentártelos.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Sin pensar, Lisa le cogió las manos y se las puso en la cintura bajo el borde de su
amplio jersey. Volvió a temblar cuando sintió los dedos de Jordan sobre su piel
desnuda, abarcando su cintura.
—Te estoy dando frío —se disculpó Jordan.
—No.
Y ésa era la pura verdad.
Jordan dudó un momento pero no retiró sus manos. Luego, como si se
movieran por propia voluntad, empezaron a subir centímetro a centímetro sobre la
piel de seda de su espalda. Lisa sintió un delicado escalofrío y se arqueó contra él
como un gato siendo acariciado.
La misma imagen debió representársele a él.
—Gatita —murmuró.
Bajo la prenda Lisa no se había molestado en ponerse sujetador.
Cuando las manos de Jordan alcanzaron el lugar donde debería haber estado el
broche, su respiración se alteró. En algún lugar del cerebro de Jordan, la racionalidad
todavía era capaz de emerger del océano de emociones. Debería detenerse en ese
instante. No presionarla. «No seas loco y no te expongas a otro rechazo», se dijo a sí
mismo.
Pero no fue capaz de obedecer a su propia voz interior. Sobrepasado por la
necesidad de tocarla, dejó que sus manos se deslizaran por el cuerpo de Lisa,
llegando a sus senos. El calor, la suavidad, su forma y su volumen le hacían perder la
cabeza.
Cuando oyó un ligero sollozo escapar de sus labios, se detuvo en seco. Pero en
seguida supo que no era una protesta.
Lisa presionó sus senos contra sus manos. La instantánea erección de sus
pezones excitó a Jordan inmediatamente.
Palabras incoherentes salían de labios de Lisa. O quizá el no era capaz de
descifrar su significado.
Una oleada de deseo abrasador inundó a Lisa. Estaba ardiendo. El simple
contacto de los pulgares de Jordan sobre sus senos era demasiado para poder
soportarlo. Había pasado tanto, tanto tiempo… No. Nunca había sido así. Nunca tan
rápido. Nunca con tanta urgencia.
Aunque su mente no pudiera saber lo que quería, su cuerpo sabía
perfectamente lo que necesitaba. Ahora no hubo ninguna vacilación en la forma en
que sus caderas empezaron a moverse contra él. Lisa notó que Jordan se agarraba a la
barandilla en busca de apoyo.
No se dio cuenta de que casi le había tirado por las escaleras ni que ahora estaba
atrapada entre la suave madera de la baranda y los tensos músculos del cuerpo de
Jordan. Sólo sentía un enorme placer físico y un deseo incontrolable.
Lo que hubiera ocurrido después fue interrumpido por un violento golpe en la
puerta principal.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—¿Quién puede estar ahí fuera en una noche como esta? —preguntó Jordan.
—Las hermanas Featherman.

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Capítulo 5
—¿Las hermanas Featherman?
La voz de Jordan estaba todavía ronca por la excitación. Se enderezó y el tejido
de los pantalones mojado por la lluvia se le pegó al cuerpo. Se miró y luego miró a
Lisa.
—No importa. Sea quien sea, no creo que me gustase conocerle en estas
condiciones.
—Oh, Jordan, estoy…
Antes de que pudiera terminar, volvieron a aporrear la puerta y se oyó una voz
femenina.
—¡Lisa! ¿Estás ahí?
Lisa tuvo ganas de decir que no y correr detrás de Jordan que ya casi estaba al
final de las escaleras. ¿Cómo podía dejarla en esa situación? Pero cualquier reproche
que quisiera hacerle por dejarla enfrentándose sola con las Featherman no tenía
sentido: era ella la que se había metido en ese lío la primera.
Lisa tomó aliento.
—Un momento —dijo arreglándose el pelo con dedos temblorosos y tratando
de recuperar la compostura.
Cuando abrió la puerta había logrado recuperar algo el control sobre sí misma.
Beatrice y Henrietta estaban resguardadas juntas bajo el pequeño porche como dos
duendecillos bajo una seta.
—Siento mucho haberos hecho esperar. Daos prisa, entrad aquí al calor.
—Estuvimos sentadas en el coche hasta que la lluvia amainó un poco —explicó
Henrietta—. ¡Y ese árbol! Ya veo que has estado fuera viéndolo.
—No, yo…
Lisa se detuvo en mitad de la frase y siguió la mirada de las hermanas hacía su
jersey y sus vaqueros. Horrorizada, descubrió que estaban empapados por el
contacto con Jordan. Pero se dijo a sí misma que quizá para alguien que no estuviera
sobre aviso, podría parecer simplemente como si hubiera estado bajo la lluvia.
—Sí, ha sido terrible —se corrigió rápidamente—. Tendré que ocuparme de ello
cuanto antes. ¿Habéis cenado bien? —preguntó cambiando de tema.
—Oh, sí. Comimos en el restaurante Riordan. El escalope de la bahía es
magnífico —dijo Beatrice entusiástica.
—Bueno, pero os tomaréis una taza de té caliente antes de iros a la cama.
—Gracias, querida. Nos vendrá muy bien.
—Pero antes, si me perdonáis, me gustaría cambiarme —murmuró Lisa.

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Se volvió hacia las escaleras y las dos mujeres la siguieron. En el pasillo se


detuvieron en la puerta de la habitación de Jordan. Por la rendija se podían ver un
par de vaqueros mojados en un montón en el suelo.
—Veo que a tu hombre también le ha pillado fuera —observó Beatrice.
—¿Mi hombre? —dijo Lisa a duras penas.
—Sí… el caballero que se aloja aquí. Ahora debe estar en la ducha —intervino
Henrietta.
—A lo mejor sale con una toalla, como en las películas —añadió Beatrice
esperanzada mirando el vapor que salía por las rendijas de la puerta del cuarto de
baño de los huéspedes.
«Dios mío, espero que no», pensó Lisa. En ese momento se encontraba dividida
entre sus deberes de anfitriona y su necesidad de intimidad.
—Tenéis toallas limpias en la habitación. Si me perdonáis, me gustaría
cambiarme de ropa —dijo.
Sin esperar la respuesta, se metió en su habitación y después de cerrar, se apoyó
contra la puerta. Normalmente, la curiosidad inocente de las hermanas la divertía.
Pero esa noche estaba demasiado alterada.
Primero la preocupación por la seguridad de Jordan debido a la tormenta. Y
luego cuando había vuelto, se había sentido tan aliviada que se había arrojado a sus
brazos.
El alivio por que no se hubiera caído del tejado se había transformado en pasión
antes de que ella pudiera darse cuenta. En los últimos años de su matrimonio con
Ted no habían sido capaces de olvidar sus disputas cuando estaban en la cama. Y eso
no había ayudado a su relación física. En los últimos tiempos antes de su muerte, su
vida sexual dejaba bastante que desear. Pero no siempre había sido así. Al principio,
ella había disfrutado realmente haciendo el amor con su marido. Pero incluso
entonces, siempre había sido una cosa lenta y gradual… nada parecido a la especie
de sacudida eléctrica que había sentido cuando Jordan le había puesto las manos
sobre los senos.
Para su vergüenza, el simple recuerdo la excito de nuevo. Apretó los puños
como si eso pudiera impedir la respuesta de su cuerpo. Había pasado mucho tiempo
desde que un hombre la había tocado por última vez, y Jordan Callahan se había
convertido en el foco central de sus deseos irrealizados.
Esas reflexiones la ayudaron por el momento, aunque se daba cuenta de que no
se iba a sentir nada a gusto cuando volviese a ver a Jordan esa noche. Deseó poder
evitarlo de alguna forma. Pero tenía que atender a las hermanas Featherman. Y lo
que era más, sabía que Jordan había vuelto a toda prisa y nos e había detenido a
cenar en la ciudad. Debía prepararle algo de comer.
No obstante, Lisa no se dio prisa en prepararse para bajar. Después de quitarse
las ropas húmedas y cambiarse de ropa interior, abrió el armario. Sabía que las
hermanas siempre se arreglaban para cenar, de modo que se decidió por una falda
verde y un jersey de un tono más claro con adornos de brillantitos en forma de

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

semicírculo en el cuello. Para ganar algo de confianza, se dio un poco de sombra


verde en los ojos y colorete suave en las mejillas.
Cuando bajó a la cocina, Jordan estaba de pie junto al horno echando agua en
tres tazas. A pesar de su decisión de no prestarle una atención especial, no pudo
evitar tener que hacer una profunda inspiración al ver su aspecto de hombre recién
salido de la ducha. Se había afeitado y tenía el pelo húmedo todavía. Se había puesto
unos pantalones azul marino y un jersey de algodón del mismo color.
Evidentemente, las hermanas Featherman estaban igualmente impresionadas.
Se movían a su alrededor como gallinas cluecas cerca del gallo.
—¿Quieres nata o azúcar, Henrietta? —preguntó Jordan.
—Las dos cosas.
Jordan se volvió a Beatrice.
—¿Y tú?
—Sólo azúcar. Dos cucharadas. Soy muy golosa.
Jordan debió notar la presencia de Lisa, porque se dio la vuelta y sonrió.
—Hola.
Las dos hermanas también se volvieron hacia la puerta.
—Lisa, ya veo por qué querías guardarte a este joven encantador para ti sola —
le soltó Beatrice—. Si fuera un poco más joven, te haría la competencia.
—Desde luego, ahora que somos maduras, estamos buscando algo diferente —
explicó Henrietta.
—¿Y qué es exactamente lo que buscáis? —preguntó Lisa.
—Un capital —bromeó Beatrice.
Jordan rio y todos hicieron lo mismo.
Pero después de la broma. Beatrice se empeñó en descubrir la naturaleza de la
relación entre Lisa y su atractivo huésped.
—¿Hace mucho que os conocéis?
—Lisa es una vieja amiga, y ha sido tan amable de dejarme estar aquí mientras
arreglo mi casa —explicó Jordan antes de volverse para coger su taza y llevarla a la
mesa.
Las hermanas le siguieron, y Jordan empezó a explicarles los daños que había
sufrido su casa con la oleada de tormentas.
Los tres formaban un cuadro peculiar, pensó Lisa. No pudo evitar sonreír al ver
cómo las dos hermanas exclamaban y hacían aspavientos ante los infortunios de
Jordan, mientras bebían té y comían galletitas de chocolate. Jordan estaba
ocupándose de las Featherman mucho mejor de lo que ella lo hubiera hecho. Y su
humor relajado la ayudó mucho a tranquilizarse.
Entonces le vio coger una galleta.
—¿Por qué no te esperas a comer eso después de cenar?

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—Pensé que esto podía ser la cena.


Lisa denegó con la cabeza. Por un momento sus ojos se encontraron como
reconociendo a un tiempo el asunto que había pendiente entre ellos. Pero en ese
momento no había posibilidad de una conversación personal. Y Lisa se alegraba de
ello.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Jordan.
—Me temo que no es muy sofisticado, pero había pensado en hacer unos filetes
rusos.
—Sabes que me encantan.
—Sí.
—¿Necesitas ayuda?
—No. Vosotros sentaos y descansad.
Lisa sacó la carne del frigorífico y la metió en el microondas mientras partía
cebollas y ajo. Pronto el sabroso aroma de la salsa llenó la cocina. Mientras se hacía y
ella terminaba de guardar la compra que había hecho esa tarde, Jordan y las dos
mujeres charlaban animadamente.
—Eso huele estupendamente —dijo Henrietta.
—Pero nosotras ya hemos cenado —le recordó su hermana.
—He puesto suficiente para los cuatro —intervino Lisa.
—Bueno, yo estoy dispuesta a hacer un esfuerzo —dijo Beatrice sonriendo
traviesamente.
Lisa no había esperado tener mucho apetito esa noche, pero se encontró
disfrutando de la comida tanto como sus huéspedes.
De hecho, aquel fin de semana fue mucho mejor de lo que había esperado. El
espléndido humor de Jordan mantenía a las mujeres entretenidas cuando no estaban
fuera investigando para su libro. Lisa estaba muy agradecida de que le facilitase las
cosas, y también de que distrajese la atención de las hermanas lejos de la relación
personal entre ella y Jordan. Pero sabía que Jordan no había olvidado nada. Cuando
las cosas se tranquilizaran y no hubiera ninguna interrupción, sacaría el tema del
incidente de las escaleras. Cuando lo pensaba, el corazón le latía con fuerza y se le
ponía la carne de gallina.

El lunes por la mañana Lisa despidió a las hermanas Featherman y volvió a su


maquina de coser. Acababa de cortar el patrón para un corderillo sobre una pieza de
lana cuando Jordan llamó a la puerta de la habitación que hacía de taller.
—Pensé que estarías en tu casa —murmuró Lisa sin levantar la cabeza.
Ya estaba tan acostumbrada a él, que no necesitaba mirarle para saber que
aspecto tenia hasta el más mínimo detalle. Vestía unos vaqueros, probablemente los

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

mismos de la noche de la tormenta, y una camisa azul y blanca bajo una cazadora de
piel.
—No te vas a deshacer de mí tan fácilmente hoy.
Su tono era tan amable como lo había sido durante todo el fin de semana, pero
no por ello Lisa se sintió mejor. Incapaz, de mirarle a los ojos, se inclinó sobre su
tarea y empezó a asegurar el papel a la tela con alfileres. Sintió más que vio que
Jordan avanzaba unos pasos.
—Mejor será que guardes ese trabajo para mañana, porque va a haber
demasiado jaleo aquí hoy para trabajar nada.
No había forma de ignorar ese comentario.
—¿De qué demonios estás hablando?
—Billy Durham va a venir con el camión y la grúa.
En ese mismo instante se oyó el ruido del motor de un camión acercándose y
los cristales empezaron a temblar.
En respuesta a la cara de sorpresa de Lisa, Jordan levantó la voz por encima del
ruido.
—Va a retirar ese árbol.
—Pero yo he avisado a varias empresas y nadie podía venir.
A Lisa le costó trabajo hablar por encima del rugido del motor y del sonido de
la sierra mecánica.
—No has acudido a la persona adecuada.
Mientras hablaba, Jordan la cogió del brazo y la sacó al pasillo.
Antes de que pudiera decir nada, la puso la chaqueta.
Lisa miró por encima del hombro al taller.
—Mis pedidos…
—Pueden esperar.
Fuera, el ruido era casi ensordecedor, haciendo toda conversación imposible.
Sujetándola firmemente del codo, Jordan condujo a Lisa hacia su furgoneta
deteniéndose sólo para decir adiós a los trabajadores.
No volvió a hablar hasta haberse alejado un poco de la casa.
—Billy Durham fue amigo mío en el instituto. Le reparé unos muebles hace un
par de años y me debía un favor. Ha estado encantado de alterar su calendario por
mí.
—¿Cuánto va a costar?
—Nada. Ya te he dicho que me debía un favor.
—Gracias —murmuró Lisa sin quitar los ojos de la carretera.
No estaba del todo a gusto con aquel arreglo. Pero era mejor aceptar su ayuda
con gratitud.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Iban por la carretera hacia la costa. Lisa supo dónde se dirigían cuando Jordan
se metió por la carretera de acceso a la playa. Cuando llegaron, aparcó el coche cerca
de los pocos que había allí en esa época del año. La playa estaba desierta excepto por
un pescador solitario metido en el agua hasta las rodillas.
Cuando Jordan apagó el motor, Lisa abrió la puerta y salió. Se sentía atrapada
en la pequeña cabina, y agradeció poder salir al aire libre.
El panorama era en otoño aún más sobrecogedor. Después de admirarlo
brevemente, Lisa se metió las manos en los bolsillos. Llevaba recorriendo casi
doscientos metros cuando Jordan habló.
—Lisa, no puedes andar más deprisa que yo, así que paremos y hablemos.
Lisa no se detuvo. Cuando sintió la mano de Jordan en su hombro, las palabras
que le habían estado dando vueltas en la cabeza salieron de repente.
—Debería disculparme por haber estado a punto de tirarte por las escaleras la
otra noche.
—No tientes nada por qué disculparte. Solo me hubiera gustado que las
hermanas Featherman no hubieran aparecido en ese instante.
Lisa se detuvo bruscamente.
—Jordan, éramos buenos amigos. Lo hecho de menos. Quiero volver a tener
nuestra antigua relación.
Tomó aliento y luego continuó.
—El hecho de que tú seas un hombre y yo una mujer se está interponiendo
entre nosotros. Ambos estamos mezclando la atracción sexual y la soledad.
Jordan pateó ligeramente la arena y Lisa bajó la cabeza.
—No es solo soledad… o sexo —dijo él.
—Entonces, ¿qué es?
—¿Estás tratando de decirme que estás tan sola… o tan desesperada … que si
Billy Durham hubiera aparecido en la puerta el jueves por la noche en mi lugar, le
hubieras abrazado así también?'
—No seas ridículo —dijo Lisa tajante enrojeciendo de pronto.
Jordan la cogió por los hombros y la hizo enfrentarse a él.
—Lisa, todavía somos amigos. Somos todo lo que siempre hemos sido el uno
para el otro. Tú eres todavía la mujer que me llevó al hospital la vez que me clavé un
clavo en la planta del pie. Y yo soy todavía el hombre que sacó aquel mapache de tu
carbonera a escobazos.
A pesar de todo, el recuerdo la hizo sonreír ligeramente.
—Pero también somos dos adultos solteros que se atraen el uno al otro —
continuó Jordan—. ¿Qué hay de malo en eso?
—¿Por qué ahora? Nos conocemos desde hace años. ¿Por qué está ocurriendo
ahora?

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Los ojos de Jordan eran más profundos que el azul del mar. La miraron
fijamente, obligándola a comprender lo que tenía que decirle.
—No es sólo ahora. Sabes tan bien como yo que nos atraemos desde hace
tiempo. Pero estábamos casados con otras personas, de modo que no hicimos caso.
Lisa cerró los ojos como para negar la verdad de esas palabras.
—Lisa —siguió Jordan sacudiéndola ligeramente por los hombros—. Mi esposa
está muerta. Y tú marido también. No hay nada inmoral en que ahora nos volvamos
el uno al otro.
Cuando ella trató de irse, Jordan no la soltó.
—Lisa, ¿qué te pasa? Sé que amabas a Ted, pero no estamos en la India del siglo
pasado, cuando las mujeres se quemaban en la pira funeraria de sus maridos
muertos. Estás actuando como si una parte fundamental de tu vida estuviera…
muerta.
—Eso no es verdad.
Pero mientras Jordan hablaba, ella reconocía la verdad, incluso aunque él no
supiera las razones de su comportamiento.
—Y no quieres reconocer las emociones reales entre nosotros —dijo él
roncamente.
Lisa no tuvo oportunidad de protestar. Jordan la besó. Y fue un beso que
demandaba el reconocimiento del actual estado de cosas.
Su boca era salvaje y dura. Incluso había algo como desesperación en aquel
beso. De pronto. Lisa sintió miedo. Aunque pudo separar sus labios de los de Jordan,
él la sujetó con fuerza.
—No.
Jordan pronunció la negativa con fuerza, y para Lisa fue el sonido que
anunciaba lo inevitable. Sabía que no podía ganar, pero porque en el fondo no
quería. Estaba indefensa contra ese hombre que había entrado en su vida a bocajarro.
Lisa se rindió, dejando que su cuerpo se fundiera con el de Jordan. Cuando volvió a
besarla, sus labios eran suaves y dulces.
En el momento en que sintió su rendición, la actitud de Jordan cambió. La furia
se transformó en ternura.
Ella sintió más que oyó su respuesta.
—Sí, eso está bien. No luches contra mí —murmuro Jordan.
—No puedo.
El tono de su voz le hizo levantar la cabeza y mirar sus ojos pardos brillantes de
lágrimas.
—Lisa, ¿qué pasa? ¿Qué anda mal?
El sentimiento de culpa que albergaba Lisa en lo más profundo, salió a la luz.
—Crees que todo es muy fácil, pero no sabes nada de mí y de Ted.

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Lisa no se dio cuenta de la súbita rigidez de Jordan.


—En el ultimo año y medio de casados…
Su voz se quebró y Lisa no pudo continuar.
—¿Qué te hizo?
La súbita vehemencia en su voz, la hizo temblar.
—Nosotros… nos peleábamos todo el tiempo. Le dije que quería que se fuera a
ese viaje y me dejara en paz. Salió de la casa dando un portazo y diciendo que no
volvería jamás. Y yo me alegré.
—Lisa eso no es tan terrible. No hiciste nada malo.
—¿No lo ves? Yo le mandé a ese viaje.
—No, eso no es cierto.
Jordan la obligó a mirarle a los ojos.
—Se fue porque quería irse.
Lisa asintió mecánicamente.
—Porque quisieras que Ted saliese de tu vida no hiciste que el avión se
estrellara.
Aquel simple comentario hizo que las lágrimas corrieran por sus mejillas. A
unos metros, había un banco de madera bajo unos árboles. Cuando llegaron, Jordan
se sentó y se puso a Lisa en las rodillas abrazándola. No hizo nada más que mecerla y
susurrarle palabras tiernas al oído.
Poco a poco, la tormenta en su interior se fue calmando. Por fin, Lisa saco un
pañuelo y se sonó la nariz.
—¿Te sientes mejor? —le preguntó Jordan suavemente.
—Sí. Gracias. Estoy mucho mejor.
—Me gustaría haber sabido hace un año por lo que estabas pasando. No debí
marcharme y dejarte sola.
Su voz estaba llena de reproches hacia sí mismo.
—Entonces no hubiera servido de nada.
Lisa tragó saliva.
—Hay algo más que debería decirte… para decirlo todo. Me dolió mucho que te
fueras. No por los problemas con Ted. Tú no sabías nada.
—Yo… —Jordan se detuvo—. Tienes razón. No lo sabía.
Lisa no pudo suprimir la tristeza de su voz.
—Me sentí como si perdiese de un golpe las tres personas más importantes para
mí… y una se fue a propósito.
Jordan la abrazó con más fuerza.
—¿Todavía estás enfadada? —preguntó en voz baja.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—Me decía a mí misma que sí. Pero supongo que lo hacía para mantenerte a
distancia.
—No vas a volver a hacerlo… mantenerme a distancia.
—No.
Lisa le acarició una mejilla.
—No hay nada que me retenga en Annápolis. Podría vender la casa, mudarme
a otro sitio —dijo Jordan.
Sus palabras desgarraron algo en el pecho de Lisa. Jordan vio el dolor reflejado
en sus ojos y se apresuró a continuar.
—Debería haber dicho que no hay nada que me retenga aquí salvo tú. Por eso
he vuelto… por ti.
—Oh, Jordan.
Lisa se apretó contra él y ambos permanecieron inmóviles, abrazados.
Finalmente, Lisa se aclaró la garganta.
—Quiero preguntarte algo… sobre Ted.
—Pregunta.
—Tú eras su amigo. ¿Te habló alguna vez de nuestros problemas?
—No.
—No he podido hablar con nadie de lo que nos pasaba. Una vez lo intenté con
Sandy… y tuve la sensación de que ella no quería oír hablar de eso. Era mi mejor
amiga, y no pude acudir a ella.
Jordan asintió, deseando por su propio bien que no dijera más, pero incapaz de
pararla. Si hablar le ayudaba a curar sus heridas, entonces él escucharía.
—Durante los primeros años pensé que Ted y yo éramos un matrimonio feliz. Y
luego poco a poco, me sentí como si le estuviera perdiendo. Él… ya no me hacía el
amor desde mucho antes de su último viaje.
—Y por la forma en que lo dices, supongo que él te hacía sentir como si fuera
culpa tuya.
—Decía que yo era fría.
Sus últimas palabras fueron casi un susurro inaudible.
—¡Maldito sea! Ambos sabemos que es mentira.
Lisa cerró los ojos y apoyo la cabeza en el pecho de Jordan.
—Pensé que Ted era tu amigo —murmuro por fin.
—Lo era. Y por eso me es tan duro oír esto.
—Lo siento.
—Pero había cosas de él que no me gustaban… cosas que trataba de ignorar
porque era mi mejor amigo. Era alegre y único cuando quería serlo. Habría sido
capaz de hacer cualquier cosa por mí. Eso lo sé.

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—Cuando estaba de buen humor, o le interesaba —añadió Lisa en voz baja.


—Pero no era un hombre que le gustasen demasiado los compromisos. Y
muchas veces no dudaba en echar la culpa a alguien que no conociera demasiado…
—Se lo que quieres decir… A veces… a veces dudaba de mi matrimonio.
—Lisa, deja de mirar atrás y de reprocharte cosas. Lo que debes hacer ahora, lo
que ambos debemos hacer, es trabajar para el futuro.
—¿Vas a estar cerca para ayudarme?
Lisa trató de usas un tono seguro, pero no podía ocultar lo mucho que la
respuesta de Jordan le importaba.
—Sí, lo estoy.
El aire que venía del mar era frío y ninguno de los dos iba bien abrigado. Jordan
se levantó y la dejo en el suelo.
—Vamos a casa a terminar esos corderitos.
—Me gustaría mucho la ayuda… y la compañía. Pero pensé que tenías que
trabajar en tu casa.
Jordan la dirigió una sonrisa torcida.
—Eso era cuando no quería atosigarte.
—Pero ahora he cambiado de estrategia.

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Capítulo 6
—No vas a poder meter todo esto en tu coche —observó Jordan mirando las
cajas apiladas en el taller de Lisa.
Lila asintió suspirando. Como Jordan sabía, había sido invitada a exponer sus
trabajos en la Feria Anual de Artesanía, evento que reunía a artesanos y comerciantes
de toda Maryland así como de los estados vecinos. Para asistir, Lisa había tenido que
pedir ayuda a varias muchachas del instituto sobre todo en las labores de cortar los
patrones básicos. Ella se había encargado del trabajo artesanal y juntas habían
logrado producir mercancía suficiente para abastecer una pequeña juguetería.
—La madre de Mary Sue iba a ayudarme en el transporte. Pero tiene el coche en
el garaje.
—Si no te importa llegar en una vieja camioneta de carpintero, puedo llevarlo
yo —se ofreció Jordan.
—Te agradezco el ofrecimiento, pero tendrías que pasar allí todo el día.
—He oído que hay una magnífica colección de artesanía en madera en el
museo. Llevo dos años pensando en ir, y nunca he tenido tiempo. Te llevaré y así
tendré la excusa perfecta.
—¿Y no te importa levantarte a las seis de la mañana para poder tenerlo todo
montado antes de que llegue la gente?
—Hombre, no es que me guste madrugar, pero por un día no importa.
—Entonces tenemos una cita.
Él sonrió.
—¿Una cita de verdad?
—Oh, sabes perfectamente lo que quiero decir.
—Bueno, lo que yo he entendido es que después nos vamos a ir a cenar.
—Es una buena idea.
Era sorprendente lo diferente que era la relación entre ellos después de su
charla en la playa. Por un lado, la tensión había desaparecido. Una vez que ella había
reconocido que no había nada malo en lo que sentían el uno por el otro. Jordan había
dejado de presionarla. Parecía satisfecho con dejar que las cosas se desarrollasen
entre ellos a su paso. Sus besos todavía la hacían perder el sentido, pero Jordan tenía
cuidado de que las cosas no fueran demasiado lejos.
Lisa atribuía su consideración a que era un caballero. Pero el resultado final era
que las ganas de estar en sus brazos no habían hecho sino crecer.
En ese momento él se acercó y pasándole un brazo por la cintura le dio un
rápido abrazo antes de dejarla.
—Hoy espero un pedido de madera, de modo que mejor será que me vaya a mí
casa.

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—Entonces te veré a la hora de cenar.


—Sé que aun te quedan algunas cosas por terminar, ¿por qué no me dejas
comprar una pizza?
—Me parece una idea magnífica. Hace años que no como pizza.
Resultó que la pizzería tenía una oferta de «compra una y llévate dos», y Jordan
volvió trayendo dos enormes pizzas. Después de cenar Lisa se metió con él por la
cantidad que había comprado mientras guardaba media pizza en la nevera.
A la mañana siguiente, Jordan rio mejor. A las cinco y media Lisa no se sentía
como para preparar un desayuno en condiciones y solo hubiera hecho café. Jordan
calentó los restos de la cena y tenía una comida dispuesta para cuando Lisa bajó.
Aunque al principio arrugó la nariz ante la idea de comer pizza a esas horas de la
mañana, descubrió que no estaba tan mal desayunar fuerte.
Todavía era de noche cuando se marcharon. Había muy poco tráfico en la
carretera, y tan pronto como estuvieron fuera de los límites de la ciudad, Jordan
metió la cuarta. Cuando alargo la mano para cambiar de marcha sus dedos
tropezaron con la rodilla de Lisa. Ella le sintió dudar. Entonces, en vez de retirar la
mano, se la puso en la rodilla.
—Me gusta agarrar algo sólido mientras conduzco.
—¿Y que tal el volante?
—Creo que por un rato puedo conducir con una sola mano.
—Quieres decir que mientras me tengas atrapada en la furgoneta, ¿vas a
aprovecharte de la situación?
—Exacto.
Como para enfatizar su respuesta, Jordan la acarició a través de la tela de los
vaqueros.
Lisa cerró los ojos y suspiró.
—Eso está bien.
—Si.
Lisa disfrutó absurdamente con el tono ronco de su voz, y se acercó un poco
más para poder descansar la cabeza en su hombro.
—Sabes, la otra noche me pasó una cosa que te va a hacer gracia —dijo Jordan.
—¿Qué?
—¿Recuerdas nuestro paseo por la playa? Bueno, pues a medianoche oí a
alguien en mi puerta.
Lisa le miró con curiosidad.
—Era muy fácil imaginarte de pie en el pasillo en camisón —dijo Jordan
sacudiendo la cabeza—. Pero estaba equivocado. La única hembra que quería entrar
resultó ser Samantha. Supongo que no cerré bien la puerta. La empujó, se subió a la
cama y se pasó el resto de la noche conmigo.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Lisa sonrió.
—Ella puede ser muy afectuosa en mitad de la noche.
—Sí. Pero no era lo que yo estaba esperando.
Lisa le acarició el brazo y viajaron en silencio durante unos minutos.
—Tengo la sensación de estar esperando a que vengas a mí —dijo Jordan
finalmente.
Si él era sincero, ella también podía serlo.
—No es fácil para mí. No estoy segura de saber cómo tomar la iniciativa con un
hombre.
—Bueno, entonces quizá yo tenga que tomar las riendas.
Por un momento presionó su rodilla más íntimamente. Luego volvió a poner
ambas manos sobre el volante.
—Pero ahora, si no pongo más atención en la conducción acabaremos en un
barranco.
La autopista que cruzaba los campos de Maryland era un espectáculo de color
Los robles rojo brillante y los arces naranjas contrastaban contra el cielo azul.
—Está precioso el campo —murmuró Lisa.
—Sí. Esta siempre ha sido una de mis estaciones favoritas.
A ambos lados de la carretera se extendían campos cultivados. Lisa se fijo en las
pacas de heno, los caballos y las vacas tumbadas rumiando.
—Había olvidado lo rural que es esto —dijo Jordan—. Mucha gente piensa que
desde Washington a Nueva York sólo hay casas una detrás de otra. Y es mentira.
El lugar de la exposición estaba en un valle cercano a Westminster. Aunque solo
eran las siete de la mañana, el aparcamiento estaba lleno de camiones y furgonetas
que los expositores habían usado para llevar sus mercancías.
Jordan dejó su vehículo lo más cerca que pudo del edificio. Luego ayudo a Lisa
a llevar las cajas dentro y montar el stand en el lugar que le habían asignado.
El ambiente era alegre y festivo y los participantes en la muestra se paraban a
ver el trabajo de los otros y a saludar a viejos amigos.
Cuando Lisa termino de montar su stand, se dieron una vuelta para ver el
trabajo de los demás. Había de todo: desde porcelana y bisutería hasta bordados y
cerámicas.
En un momento dado Jordan se paró a inspeccionar un grupo de juguetes de
madera. Lisa le miró mientras cogía un camión.
—Yo podría hacer esto si tuviera tiempo… o alguien a quien dárselo.
A Lisa no le pasó desapercibido el tono melancólico que usó.
—¿Te hubiera gustado tener hijos con Sandy?

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Jordan miró delante de sí como absorto en algo que había ocurrido en el


pasado.
—Me gustan los niños. Pero Sandy siempre decía que todavía no estaba
preparada para asentarse completamente. Me hacía preguntarme si nuestro
matrimonio significaba lo mismo para los dos.
Jordan pronunció las últimas palabras en un susurro y Lisa se sorprendió al
intuir que las cosas no habían sido ideales entre Jordan y su mujer.
Antes de volverse hacia su stand. Lisa cogió la mano de Jordan y se la apretó un
momento antes de soltarle. El gesto solidario quería decir que le comprendía. Pero
ese no era el momento para explorar esos sentimientos.
—¿Necesitas que te ayude? —preguntó Jordan cambiando de tema.
—No, me las arreglaré bien sola.
—Entonces volveré hacia el mediodía.
Para el regocijo de Lisa, recibió muchas ofertas de comerciantes para adquirir
sus mercancías. Estaba casi constantemente ocupada… y muy contenta de ver a
Jordan entre la multitud cuando volvió a ver qué tal le iban las cosas.
—Parece que te hace falta un descanso —observo.
—Sí, si no te importa hacerte cargo durante un rato. Los precios están marcados
en los animales, y la caja bajo la mesa.
Durante el día, Jordan se hizo cargo del stand varias veces, y hacia el final de la
tarde Lisa se encontraba cansada pero contenta. De las doce cajas que había llevado,
sólo metieron de vuelta en la furgoneta dos pequeñas.
—Estoy impresionado —le dijo Jordan.
Lisa sonrió.
—Yo también. Pero lo malo es que ahora voy a tener que coser como una loca
para reponer mi stock. Es una suerte que esas muchachas tengan tiempo para
ayudarme, de lo contrario no podría responder a mis pedidos. .
—Nunca pensé que el negocio de la artesanía pudiera ser tan duro.
—Está muy lejos de las donaciones eventuales para la tómbola de la parroquia
—dijo Lisa riendo.
Mientras llevaban las cajas a la furgoneta Lisa miro a Jordan.
—Entonces, ¿dónde vamos a cenar por aquí… vestidos con vaqueros?
—Aquí cerca. Un poco más allá siguiendo la carretera.
Durante la cena hablaron sin parar: él le contó cosas del museo y ella incidentes
del agitado día. Cuando empezaron a hablar sobre la forma que tenían otros
participantes de exponer sus productos, Lisa se sorprendió al descubrir que Jordan
había hecho una investigación informal de los diferentes puestos.
—Me he dado cuenta de que comparado con otros puestos, el tuyo estaba
demasiado abarrotado de cosas.

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—Eso es porque tienes que pagar por las mesas de exposición.


Lo que necesitas son estanterías portátiles. Yo podría hacerte unas cuantas.
—Pero estás muy ocupado.
—No tardaría más que una tarde.
—En ese caso, me encantaría. Gracias.
Lisa sonrió sinceramente agradecida.
La conversación era fácil, relajada y entretenida. Pero Lisa llevaba en pie desde
las cinco de la mañana y al final de la cena no podía evitar bostezar.
—¿Te vas a quedar dormida sobre la mesa? —preguntó Jordan.
—Lo siento. Estoy muy cansada.
—Entonces dejemos el postre. Hay un largo camino a casa.
En la bamboleante y oscura cabina, Lisa se sentía incapaz de mantener los ojos
abiertos.
—Has tenido un día muy duro. No te sientas obligada a darme conversación.
Duérmete.
—¿Estás seguro?
—Completamente.
Jordan puso la radio en una emisora de música tranquila y Lisa se rindió.
Medio dormida se apoyó contra el hombro de Jordan.
Él había creído que se despertaría cuando entraran en el camino que llevaba a la
casa. Pero en vez de eso, cuando trató de despertarla ella se agarró a su brazo como
una niña dormida a su osito de peluche. La luz del porche se reflejaba en su rostro, y
Jordan sintió de pronto una tremenda ternura hacía ella mientras miraba su
expresión confiada. Estaba muy contento del éxito que había tenido Lisa en la
exposición. Más que eso, estaba orgulloso de ella. Había sacado fuerzas de flaqueza
para poder afrontar una experiencia terrible. Y Jordan no podía dejar de reprocharse
haberla dejado cuando más le necesitaba.
Durante el pasado año había pensado cada vez más en Lisa Patterson. Al final,
nada podía haberle impedido volver a ella. Incluso aunque había temido mucho la
reacción de Lisa ante su vuelta. Y había habido algunos momentos en los que sus
habían parecido justificarse. Pero después del paseo por la playa, sentía que ella
confiaba más en él con cada día que pasaba.
Y eso era bueno. Porque aunque quería a Lisa como amiga, también la querría
como amante, y lo cierto era que cada vez le costaba más controlarse. Seguía
pensando en la noche de la tormenta, cuando había estado a punto de quitarle la
ropa allí mismo sobre las escaleras.
Sus senos desnudos en sus manos… Dios, ¿podría algo ser en realidad tan
erótico, o era su imaginación enfebrecida que exageraba el recuerdo?
Lisa se movió y Jordan se inclinó para decirle que era hora de despertarse.
—Estamos en casa —murmuró a su oído.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Instintivamente Lisa movió la cabeza hacia el sonido y medio dormida, rozó


con sus labios la mejilla de Jordan.
La intención de Jordan era levantarla y llevarla dentro de la casa, pero no fue
capaz de romper la intimidad del momento. Cerrando los ojos la abrazó contra sí.
Con una mano le acariciaba los rizos castaños mientras la otra recorría despacio su
espalda.
—Oh, Jordan.
En sus labios, su nombre era un ligero suspiro que hizo que la sangre le corriera
a toda velocidad por las venas. Deslizó su dedo corazón bajo la barbilla de Lisa y la
levantó la cara para mirar fascinado cómo sus párpados se abrían para revelar una
pasión adormecida que era mucho más seductora debido a su inocencia.
Jordan la besó. La respuesta de Lisa fue lánguida y deliciosa; era como saborear
un melocotón dulce y jugoso. Le gustaba, pero ya estaba sufriendo por una
satisfacción más profunda de su deseo.
No podía dejar de besarla. Con dedos no muy seguros, la desabrochó el abrigo
y deslizó las manos dentro.
Sintió el cuerpo de Lisa tensarse y abrazándola aún más fuerte, profundizó el
beso saboreando el néctar de su boca.
La falta de inhibición en su respuesta casi le sacó de quicio. Si no paraba en ese
momento, no sería capaz de hacerlo. Estaba seguro de que ella se le rendiría esa
noche sin tomar la decisión consciente para hacerlo. Pero él quería que hicieran el
amor cuando Lisa supiera que estaba dispuesta a dar ese paso en su relación. Y no
antes.
—Es hora de dormir —le dijo con voz ronca.
—Mmmm —asintió ella.
Jordan abrió la puerta de la furgoneta, cogió a Lisa y la bajó al suelo. El aire frío
la hizo temblar y él la sujetó contra su cuerpo. Fue un error. El cuerpo de Lisa parecía
derretirse sobre el suyo como un líquido caliente que le quemaba. Volvió a cogerla
entre sus brazos y la apretó contra su pecho durante un momento mientras tomaba
aliento y lo soltaba despacio. Luego se encaminó hacia los escalones. Con bastante
dificultad logró meter la llave en la cerradura.
Una vez que Jordan hubo cerrado la puerta, se detuvo en le vestíbulo. Lisa se
colgaba de su cuello y sus rizos eran de seda contra su mejilla. Jordan giró la cabeza y
hundió el rostro en su pelo disfrutando del suave perfume.
Lisa apretó su mejilla contra la de Jordan y él pudo sentir como la arañaba el
rostro con su barba de un día.
—Sexy —murmuró Lisa sin el pudor característico en ella cuando estaba
completamente despierta.
Jordan nunca la había visto así, y su cuerpo estaba respondiendo sin que
pudiera evitarlo.
—Cariño, no me lo estás poniendo nada fácil —murmuró.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Mientras subía las escaleras, luchaba contra el irresistible deseo de llevarla a su


cama. Pero con una voluntad que no sabía que poseía, se obligó a dirigirse al
dormitorio de Lisa. Después de retirar las sabanas, la dejó sobre la cama y empezó a
sacarle los brazos de la chaqueta.
—Quédate conmigo —murmuró Lisa.
El corazón saltó al oír la invitación. Pero para cuando la hubo quitado los
zapatos, su respiración regular le informó de que estaba completamente dormida.
«Gracias a Dios», pensó Jordan respirando con fuerza.
Entonces dudó entre quitarle más ropa o no. Luego decidió que la discreción
era la mejor parte del valor. Con esa reflexión filosófica se fue a la cama sabiendo que
le iba a costar bastante tiempo poder dormirse.

A la mañana siguiente Lisa se despertó bastante desorientada y con un vago


sentimiento de sensualidad que no logro explicarse. Estaba en su propia cama, pero
tardó en darse cuenta de que había dormido completamente vestida. Jordan debía
haberla subido y metido en la cama. Se había dormido sin siquiera darle las gracias
por todo lo que le había ayudado el día anterior.
Miró el reloj y vio que eran las ocho menos cuarto. Lo menos que podía hacer
era tenerle el desayuno preparado para cuando bajara. Le haría unas tortitas, que
sabía que le gustaban. Pero en ese momento se sentía demasiado sucia para hacer
otra cosa que meterse en la ducha.
No había estado debajo del chorro tres minutos cuando notó que el agua
caliente de pronto salía casi fría. Jordan estaba despierto y aparentemente dándose
una ducha también. Tenía que darse prisa.
Quizá debiera poner el café antes de vestirse. De esa forma podría tomar una
taza mientras esperaba las tortitas.
Después de secarse. Lisa se puso una bata de raso verde y salió corriendo al
pasillo. Iba tan concentrada en darse prisa que no vio cómo se abría la puerta del
cuarto de baño de los huéspedes ni a Jordan salir.
—Uh —exclamó Jordan cuando chocaron.
Fue como colisionar con un roble. Pero no fue sólo el impacto lo terrible. De
pronto se vio envuelta por el limpio aroma de jabón y loción para después del
afeitado. Como ella, Jordan vestía una bata corta. Cuando sus suaves piernas tocaron
las de Jordan, Lisa pudo sentir su corazón acelerarse, y el de Jordan también.
Para tranquilizarse, se agarró a lo primero que encontró y encontró que había
cogido el cinturón que mantenía la bata de Jordan cerrada.
Si se movía, se abriría. Pero era casi más peligroso permanecer donde estaba,
porque tenía la sospecha de que él no llevaba nada debajo.
Desesperadamente, Lisa cogió el cinturón. La mirada de deseo en los ojos de
Jordan la hipnotizó. Era incapaz de articular una palabra.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Su cabeza era un caos. Ese era su amigo, Jordan Callahan. Pero durante las
últimas semanas se había convertido en mucho más que un simple amigo. Había sido
sincero y honesto con ella. Poco a poco y sin presionarla, la había obligado a
enfrentarse con viejas heridas que la atormentaban. Y había liberado una pasión en
ella que nunca había sospechado que existiese.
Inconscientemente, había estado luchando contra ese sentimiento porque
rendirse a él significaba correr un gran riesgo. Quizá ya era el momento de reconocer
lo que quería.
Levantó los brazos y rodeó el cuello de Jordan. Al mismo tiempo, sus labios
buscaron su boca. El aliento que el había estado conteniendo se liberó sobre su
mejilla.
El contacto de sus bocas fue dulce e invitador. Pero Lisa sentía la tensión de
Jordan. No la abrazó ni movió un sólo músculo, excepto para levantar la cabeza.
—Cariño, no tengo mucha fuerza de voluntad. Esto va a convertirse en algo
más que un beso, a menos que pares ahora.
Ella respondió deslizando sus manos bajo su bata hasta su pecho desnudo.
Jordan gimió y la abrazo con fuerza. El beso que había sido dulce un momento
antes se hizo casi fiero. Cuando volvió a levantar la cabeza, ambos estaban
temblando.
Los temblores de Lisa aumentaron cuando las manos de Jordan desataron el
cinturón de su bata y la abrieron. Luego volvió a sujetarla contra él. La sensación de
su cuerpo desnudo contra el de Jordan, desnudo casi por completo, era lo más erótico
que había sentido jamás.
Sentía que las piernas no la sostenían y gimió débilmente.
—Es una tortura cunado te toco y te oigo hacer eso —dijo Jordan con dificultad.
Al momento siguiente la cogió en brazos y se dirigió a grandes zancadas a su
habitación.
Lisa apoyó la cara en el vello de su pecho, disfrutando con la libertad de tocarle
como tanto había deseado.
—He soñado muchas veces con esto —dijo en un susurro.
—Anoche te llevé a la cama —dijo Jordan—. Y me dijiste que me quedara
contigo.
Habían llegado a su habitación, y Jordan se detuvo junto a la cama. Lisa le miró.
No recordaba casi nada después de apoyar la cabeza en su hombro y quedarse
dormida en la furgoneta. Pero aparentemente había tomado una decisión
inconcientemente que se había visto corroborada por lo que había resuelto unos
pocos momentos antes en el corredor.
Ahora, mientras él la dejada con cuidado sobre la cama. Lisa tembló otra vez
con al misma sensualidad que la había sorprendido aquella mañana al despertarse.
—¿Por qué no te quedaste? —le preguntó.

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—Dios sabe lo que me costó no hacerlo —dijo Jordan con voz ronca—. Pensé en
desnudarte anoche, pero si lo hubiera hecho, no hubiera sido capaz de marcharme, y
necesitaba estar seguro de que sabias los que hacías.
—Ahora lo estoy —dijo Lisa abrazándole.

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Capítulo 7
Lisa sintió el peso del duro cuerpo de Jordan hundirla contra el colchón. Podía
sentir cada una de sus células respondiéndole, renovadas por la exquisita presión.
Acarició con su mejilla la de Jordan. Simplemente abrazarle así era un auténtico
placer. Como si él hubiera entendido su deseo no pronunciado, la abrazó durante un
largo rato. Luego la sonrió y empezó a besarla empezando por la frente y terminando
en sus labios. Cuando alcanzó su objetivo, la situación entre ellos había cambiado.
Para Lisa ya no era suficiente ser simplemente abrazada.
Jordan sonrió de nuevo al ver la pasión en sus ojos. Sus manos acariciaron sus
hombros desnudos excitándola aún más. Ansiaba sentirle sobre su piel desnuda, sin
barreras entre ellos. Pero ese deseo no impidió que cuando Jordan le quitó la bata
definitivamente, una cierta timidez se apoderase de ella. Jordan debió percatarse de
ello. Con los labios jugueteó con su oreja mientras murmuraba en voz baja palabras
deliciosamente excitantes. Lisa cerró los ojos y disfrutó de su voz grave y
tranquilizadora.
—Lisa, eres preciosa.
—Pensé que quizá te llevases una desilusión después de Sandy —dijo Lisa
despacio—. A los hombres les gustan las mujeres que llenan los jerseys… como ella
lo hacía.
Jordan la miró sorprendido. Era tan hermosa, tan delicada, que le hacía sentirse
como si estuviera desenvolviendo algo muy preciado y frágil. ¿Cómo podía dudar de
su atractivo? Pero en ese momento Jordan consideró más importante demostrarle lo
deseable que era en lugar de hablar del pasado.
Ella estaba esperando su respuesta, y Jordan eligió sus palabras con cuidado.
—Algunos hombres. Cuando están buscando una chica para un rato quizá.
Entonces bajó la mirada hasta sus senos y empezó a acariciar sus ya erectos
pezones.
—Pero lo que de verdad excita a un hombre es cuando una mujer responde a
sus caricias.
Se movió sobre ella y Lisa fue vívidamente consiente de su excitación.
—Y puedes sentir lo mucho que me gusta saber que mis caricias te excitan.
—Sí —dijo Lisa casi sin aliento.
—Además, si quieres que nos metamos en comparaciones, recuerdo que Ted
tenía más de lo que presumir que yo.
Lisa se sonrojó.
—Yo no diría que tú tienes de qué quejarte.
—Ya lo sé. Solo estoy tratando de hacerte ver lo estúpido que es entretenerse en
un análisis exhaustivo de las partes del cuerpo cuando hay cosas mucho mejores que
hacer.

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Sui observación fue salpicada por besos a lo largo de la sensible línea de la


mandíbula de Lisa.
—Como disfrutar de este delicioso sabor…
Los preámbulos y las charlas en la cama eran algo nuevo para Lisa, y descubrió
que eran muy agradables. Así, ella misma se decidió a probarlo por su cuenta.
—Quería decirte lo sexy que es tu barba —admitió con voz ronca.
Como tantas veces había deseado, levantó la mano y le acarició la cara,
maravillándose de la masculina textura incluso cuando acababa de afeitarse.
Jordan rio.
—Lo dijiste… anoche.
—No me acuerdo.
—¿Y te acuerdas de esto?
Movió sus labios sobre la base de su cuello, en el punto donde su pulso
acelerado era evidente. En reacción, el corazón empezó a latirle aun más fuerte.
Lisa cerró sus ojos dejándose llevar por la excitación mientras el bajaba sus
besos hacia las clavículas y luego, más despacio, hasta la curva de sus senos. Cuando
sintió la caliente humedad de su lengua sobre uno de sus pezones. Lisa gimió y
Jordan la secundó.
La cabeza de Lisa cayó hacia atrás mientras disfrutaba de la deliciosa sensación.
—Pero en cambio, sé que esto no me lo hiciste —susurró a duras penas.
—No, pero me lo he imaginado tantas veces que ya creía que tú podías haberlo
sentido.
Jordan volvió a bajar la cabeza y Lisa volvió a perderse en un nuevo mundo de
sensaciones. Él movía los labios y las manos sobre su cuerpo, encontrando zonas
erógenas que ella no sabía que existiesen.
Su experiencia se limitaba a un solo hombre, y ése sólo había hecho el mínimo
esfuerzo para prepararla para recibirle.
Pero Jordan estaba prolongando el disfrute de ambos todo lo que podía. Por
todos lados sus labios y manos mandaban exquisitos mensajes a través de las
terminaciones nerviosas de Lisa: sus dedos acariciando sus curvas y subiendo por la
sensible piel de sus muslos; su lengua explorando el lóbulo de sus orejas y las
depresiones de sus costillas.
Cuando centró su atención en el húmedo y caliente corazón de su feminidad.
Lisa le clavó los dedos en los hombros y trató de empujar su duro cuerpo hacia ella.
Pero Jordan se resistió.
—No tenemos prisa, Lisa. Quiero que estés a punto cuando entre.
—Lo estoy. Estoy ardiendo —gimió ella.
Por unos agónicos momentos él continuó avivando las llamas hasta que el
deseo era casi doloroso.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—¡Jordan, por favor!


Jordan se había dicho a sí mismo que quería asegurarse de que ella disfrutase
tanto como él. Y era verdad. Pero lo que no podía admitir a un nivel consciente era
que quería borrar de la cabeza de Lisa todos los pensamientos sobre cualquier otro
hombre que no fuera él. Ahora el tono implorante de su voz cuando gimió su
nombre terminó de convencerle y de romper las barreras de su propio control. Pero
también sabía que todavía no había conseguido lo que quería. Había conseguido
seducirla, y eso significaba que tenía que estar preparado para asumir la
responsabilidad de protegerla.
Pero ése no era el momento para reflexiones, y Jordan se dejó llevar. No pudo
evitar penetrarla con un movimiento poderoso y urgente.
Un grito contenido se escapó de los labios de Lisa, y Jordan se inmovilizó sobre
ella.
—Cariño, ¿estás bien? —la preguntó enseguida.
La confusión en los ojos de Lisa pronto se convirtió en comprensión.
—Jordan, no me has hecho daño —le aseguró suavemente—. Es solo que
deseaba esto tanto…
Mientras hablaba levantaba sus caderas contra las de Jordan.
Él gimió de placer y la beso mientras empezaba a moverse en su interior.
Sus cuerpos se comunicaron en un lenguaje de vibraciones, sacudidas y
suspiros de satisfacción.
Jordan luchó por alargar el éxtasis. Pero la urgencia con la que ella se movía
contra él y su propio deseo lo hacía imposible.
Lisa se aferró a él al sentir las primeras oleadas de satisfacción. Estaba atrapada
en una marea poderosa, recibiendo el premio en una oleada tras otra.
Sobre ella Jordan gritó su nombre y Lisa supo que ambos había llegado al
orgasmo juntos.
La calma que siguió les trajo una cálida sensación de plenitud. Cuando Jordan
rodó sobre su espalda, la rodeó con un brazo para que apoyara la cabeza contra su
pecho. Suavemente, acarició sus hombros y luego su cabeza. El esfuerzo había dejado
sus cuerpos húmedos, y cuando Jordan sintió a Lisa temblar subió las sabanas.
Ella se arrebujo entre las sabanas. Había muchas cosas que quería decir, pero no
sabía cómo. Quería decirle lo buen amante que era y lo increíblemente satisfactoria
que había sido la experiencia para ella. Tenía veintiocho años, y él le había ayudado a
descubrir una pasión en ella misma que desconocía. Y al mismo tiempo, nunca se
había sentido mas protegida.
Pero si le decía todo eso, tendría que admitir que la vida sexual en su
matrimonio nunca había sido muy buena. Y no podía decirle al mejor amigo de Ted.
Además, él le había dicho lo que pensaba de las comparaciones.

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De modo que no dijo una palabra pero trató de demostrarle lo que sentía. Por
debajo de las mantas buscó su mano. Cuando Jordan sintió la mano de Lisa en la
suya, sonrió emocionado.
Lisa se estiró junto a él.
—Yo iba a la cocina a prepararte el desayuno —murmuró.
Cuando trató de moverse Jordan se lo impidió.
—¿No estas hambriento?
—No de comida —dijo Jordan besándola en el cuello.
Lisa notó que él se estaba excitando. Sólo unos pocos minutos antes ella había
creído estar saciada, pero para su sorpresa descubrió que estaba tan hambrienta
como él.
Una hora después, cuando por fin bajaron a preparar el desayuno fueron
recibidos por un indignado maullido de Samantha, que hacía horas que había
terminado su cena.
Jordan hizo el café mientras Lisa preparaba la masa. No se habían molestado en
vestirse y habían bajado con las batas. Aunque habían trabajado juntos en la cocina
muchas veces, ahora vivían una experiencia completamente nueva porque ninguno
de los dos deseaba abandonar la intimidad que habían descubierto.
Lisa estaba ocupada con la masa cuando sintió a Jordan acercarse por detrás.
—Pondré la mesa —se ofreció él—, si me dejas abrir el cajón.
Lisa se apartó para encontrarse de pronto atrapada entre el mostrador y Jordan.
En vez de abrir el cajón y sacar los platos. Lisa sintió que Jordan deslizaba una mano
bajo su bata y rodeaba sus caderas.
—No encontrarás los cubiertos ahí —le dijo Lisa, pero no pudo evitar arquearse
hacia él.
Pasaron unos minutos antes de que alguno de los dos recordara lo que se
suponía que estaban haciendo.
Los juegos continuaron hasta que se sentaron a hacer un opíparo desayuno.
Cuando Jordan iba por la décima tortita levantó los ojos y se encontró con la
mirada de Lisa. Durante unos instantes se miraron fijamente.
—Me siento tan feliz… —dijo Lisa.
—Yo también.
Jordan se detuvo un momento antes de seguir hablando.
—Sé que ambos tenemos mucho trabajo que recuperar, pero me encantaría
pasar la tarde contigo.
Lisa sonrió y Jordan también.
—No tiene que ser necesariamente en la cama… al menos no toda la tarde. ¿Por
qué no te traes una bolsa con trabajo a mi casa y me acompañas mientras trabajo?
—Suena muy tentador. Además, me apetece ver lo que has hecho allí.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Cuarenta y cinco minutos más tarde iban en el coche hacía la casa de Jordan.
Lisa vio los resultados del trabajo de Jordan en el primer vistazo. La hierva había
sido cortada y las hojas secas amontonadas a un lado de la casa, y tanto las escaleras
como el tejado habían sido reparados.
—Has estado realmente atareado aquí —observó Lisa mientras Jordan abría la
puerta principal.
—Sí. Aun tengo que pintar, pero eso tendrá que esperar todavía.
Sostuvo la puerta para que pasara y luego la siguió. Esta vez cuando pulso el
interruptor las luces obedecieron.
—El electricista también ha estado muy ocupado.
Lisa dejo la bolsa cerca del sofá. La mayoría de los muebles habían sido
apilados contra la pared y cubiertos con plásticos.
Jordan se quitó la cazadora y la colgó en le perchero cerca de la ventana.
Por un momento Lisa permaneció inmóvil mirando sus anchos hombros
recortados contra la luz del exterior. Bruscamente le dio la espalda y se empezó a
quitar el abrigo.
Se le erizaron los pelos de la nuca cuando le sintió detrás de ella para ayudarla.
La quitó el abrigo de los hombros acariciando sus brazos al mismo tiempo. Lisa
tembló.
—¿Estas suficientemente abrigada?
Su voz grave fue un delicioso susurro en su oído.
—Si me caliento un poco más, yo soy capaz de hacer saltar la alarma contra
incendios.
—Entonces mejor será que deje de jugar con materia incandescente. No me
gustaría compartir contigo el departamento de quemados del hospital… ni con nadie
más.
—En este caso pongámonos a trabajar… a menos que quieras enseñarme lo que
has hecho aquí.
Jordan acepto encantado. Llevaba semanas trabajando catorce horas al día y sin
nadie que valorara sus avances.
Mientras iban de habitación en habitación Lisa estaba enormemente
sorprendida de los progresos que había hecho. Había tenido tiempo de poner suelo
nuevo de madera en el salón, quitar el papel y pintar todo el piso de abajo.
—Has hecho un trabajo increíble —dijo Lisa después del recorrido—. ¿Cuál es
el secreto para ser tan productivo?
—Creo que tú has tenido algo que ver en ello.
—¿Yo?
Jordan rio.
—Al principio estaba frustrado porque no nos comunicábamos. Luego, una vez
que empezaste a abrirte a mí, empecé a ver posible que hiciéramos el amor, pero

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

sabía que no podría hasta que tú dieras el primer paso. Así que invertí todo ese
exceso de energía y frustración aquí, trabajando como un desesperado.
Lisa le miró divertida.
—En ese caso, entonces mejor será que nos abstengamos hasta que hayas
terminado todo el trabajo.
—No tiene gracia. Además, apuesto a que si lo piensas un poco, se le ocurriría
una forma de motivarme mucho más afectiva.
—Quizá.
Jordan retiró el plástico del sofá para que Lisa pudiera estar más cómoda en el
estudio. Él no hizo ningún comentario sobre la última vez que la había ordenado que
saliera de allí, y tampoco ella. Pero Lisa se alegró de ver que el buró había sido
ordenado, incluso cuando el resto de la habitación todavía estaba en obras.
Descubrió que le gustaba mucho ver trabajar a Jordan. Ella también estaba
ocupada cosiendo, pero no por eso dejaba de mirarle a veces. La misma mano que la
había acariciado tan delicadamente esa mañana ahora manejaba la sierra y el troquel
con igual seguridad. Se podía decir que Jordan disfrutaba con su trabajo por la
expresión concentrada en su rostro y la forma en que canturreaba al ritmo de la
música que salía de la radio portátil.
—Esto me recuerda las veces que Sandy y tú ayudasteis a preparar el Nido del
Águila —comentó Lisa levantándose a estirar las piernas al cabo de una hora.
Jordan siguió preparando el yeso.
—En algo. Pero Sandy y Ted se distraían tanto que tardamos el doble de lo
normal.
—Nunca se me ocurrió que te molestaba.
—No me molestaba —repuso Jordan demasiado deprisa—. Además, tengo la
impresión de que tú eres una mujer con la que es más fácil convivir. Un hombre
puede estar en la misma habitación contigo y concentrarse en lo que está haciendo.
—No estoy segura de que eso sea un cumplido.
Jordan levantó la cabeza y la miró fijamente.
—Créeme, lo es.
—Siempre envidié la personalidad abierta de Sandy. Hacía amigos muy
rápidamente y sabía como tratar a las personas.
Lisa esperó que Jordan le diese la razón. Pero en vez de eso él volvió a
concentrarse en su trabajo.
Jordan podría apreciar los silencios, pero Lisa esperaba una respuesta que no
llegaba y eso la puso un poco nerviosa.
—Me apetece una taza de café. ¿Tienes en la cocina? —preguntó por decir algo.
—Hay un bote de café instantáneo en el armario. Cariño, ¿te importaría traerme
a mí una?

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Se expresión no indicaba que se hubiera dado cuenta de que había empleado el


apelativo afectuoso «cariño». Lisa no supo si es que se lo había dedicado a ella o
simplemente había caído en una vieja costumbre.
Todavía se los estaba preguntando cuando entró en la cocina, la cual no había
cambiado demasiado desde la última vez que entrara allí. Era obvio que Jordan
continuaba utilizándola como centro de operaciones. Encontró de milagro el café y el
azúcar escondido detrás de una caja de clavos.
Lisa llenó un cazo de agua y lo puso al fuego. Mientras esperaba, se daba
vueltas mecánicamente el anillo de bodas.
Si mal no recordaba, las tazas estaban en el armario sobre la pila, pero
descubrió que estaban cubiertas de polvo. Antes de lavarlas, Lisa se quitó el anillo y
lo puso sobre la mesa.
Cuando termino, se secó las manos y se miró la mano izquierda. Tenía un
aspecto raro, desnudo, sin el anillo. Pero ese aro era un símbolo vacío. Su marido
estaba muerto. Y si era sincera consigo misma, tenía que admitir que su matrimonio
había empezado a morir antes del accidente. No obstante, todavía le dolía la muerte
de Ted, aunque sabía que tenía que seguir su propia vida. En cierto modo, su
tragedia había dificultado su relación con Jordan. Le había costado tiempo aceptarle
como alguien diferente que el mejor amigo de Ted. Pero después de que la pasión
había estallado entre ellos esta mañana, era difícil pensar en él sin que un delicioso
estremecimiento recorriese su espina dorsal. Y cuando pensó en sus manos
acariciándola, recordó que él no llevaba anillo de boda.
Cuando Jordan había vuelto, ella le había acusado de no ser capaz de
enfrentarse con la muerte de su esposa. Bueno, obviamente él lo había hecho. Quizá
mucho mejor que ella misma con la de su marido.
Sin pensarlo dos veces, Lisa se metió el anillo en el bolsillo.
El agua estaba hirviendo. Preparó los cafés y volvió al estudio.
—¿Listo para un descanso? —le preguntó a Jordan.
Él se volvió y cogió la taza.
—Gracias.
—Las paredes blancas cambian todo el ambiente. Creo que me gustan más que
la madera.
Se volvió para encontrar a Jordan mirándola con una extraña expresión en su
rostro.
—¿Algo va mal?
—Tu anillo, no lo tienes. ¿Te lo has dejado en la cocina?
Lisa no pudo esconder la sorpresa. Tocándose el dedo desnudo, pensó que
aunque el tono empleado por Jordan había sido casual, había algo más tras esa
pregunta.
—No, no lo he perdido. Lo tengo en el bolsillo. Después de lo que ha ocurrido
esta mañana…

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—No te estarás sintiendo culpable otra vez, ¿no?


—Oh, no, en absoluto —se apresuró a decir Lisa—. Simplemente siento que ya
no pertenezco a otro hombre.
Jordan dejó su taza y volviéndose hacia Lisa le puso las manos sobre los
hombros.
—Me alegra oírle decir eso. A un hombre no le gusta preguntarse si la mujer
con la que está en la cama estará pensando en otro.
—Yo nunca te haría eso.
—Lo sé. No debería haberlo dicho.
Ella le puso los dedos sobre sus labios.
—Jordan estamos los dos un poco…
—Poco habituados al nuevo estado de las cosas.
—Sí.
Lisa le sonrió.
—Gracias por comprender.
—Para eso están los amigos. Y si las dudas vuelven a asaltarte, simplemente
recuérdate lo afortunada que eres al tener a tu mejor amigo y a tu amante en la
misma persona. ¿Se puede pedir más?
—No.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Capítulo 8
—Voy a ir a la tienda de Thelma esta mañana. ¿Quieres venir conmigo? —le
preguntó Lisa a Jordan el lunes mientras fregaba los platos del desayuno.
—Quizá debería. Si no voy a saludarla, me dará con la regla en los nudillos la
próxima vez que me la encuentre.
Se levantó y llevó su plato al fregadero.
—No tendrás miedo de una abuela de pelo canoso —se burló Lisa.
—Tú también se lo tendrías si la hubieras tenido de profesora.
—Lo único que tienes que hacer es disculparte y dirigirle una de tus irresistibles
sonrisas; apuesto a que olvidará que no te has acordado de ella durante todo el año.
—¿Eso vale para ti también? —preguntó Jordan empezando a sonreír.
—Yo estoy inmunizada —mintió Lisa.
Trabajaban el uno al lado del otro, Lisa lavando los platos y él colocándolos en
el escurridor.
—Ahora que has recuperado fuerzas con un buen desayuno, ¿te importaría
meter esas cajas en tu furgoneta? —le preguntó Lisa cuando terminaron.
—Ahora mismo.
Medía hora más tarde Jordan había descargado todas las cajas en la tienda de
juguetes. Antes de que la mujer pudiera abrir la boca, Jordan empezó a alabar el
trabajo que había hecho en la tienda sin escatimar cumplidos.
Thelma le miró fijamente con las manos en las caderas.
—Jordan Callahan, no vas a conseguir engañarme. ¿Por qué razón no te has
dignado a informar a las personas de que estás vivo?
—No estaba seguro de que si le interesaba a alguien.
—Oh, venga ya. Por supuesto que nos interesaba. Y lo sabes —protestó Thelma.
No obstante, cuando Jordan estaba delante, la buena mujer se dejaba embaucar
y no la importaba demostrar sus sentimientos.
—Un año es mucho tiempo. ¿Qué has estado haciendo?
Thelma escuchó con interés su relato y Lisa supo algunas cosas que Jordan no le
había dicho.
—Así que te fuiste a toda prisa sólo para coger una neumonía que te hizo
guardar cama durante un mes. Muy bien.
—Entonces estaba tan deshecho que una enfermedad más o menos no
representaba ninguna diferencia.
—Si hubiera sabido que estabas enfermo, yo misma hubiera ido a Louisiana a
buscarte y te hubiera traído de una oreja. Sí hubiera sabido dónde estabas, claro.

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Jordan puso cara de arrepentido.


—Lo siento. Prometo que si vuelvo a irme de la ciudad usted será la primera en
saberlo.
Lisa carraspeó y le dio una patada disimuladamente.
—Bueno, mejor la segunda.

Lisa se pasó la primera parte de la semana trabajando mucho.


Mientras cortaba las piezas para sus muñecos, se preguntaba sobre el futuro.
No había duda de que su vida había cambiado. El trabajo que la había ayudado a
seguir durante el pasado año, ya no era lo más importante en su vida.
Jordan Callahan se había convertido en una parte esencial, pero de una forma
nueva. Tenerle como amante era mejor que cualquier fantasía. Era capaz de despertar
la mujer apasionada que llevaba dentro. En la cama, se comunicaban sin palabras.
Ella sabía que Jordan la deseaba igual que ella a él.
Pero cuando estaba sola y tenía tiempo para pensar, echaba de menos todas
esas palabras que Jordan parecía incapaz de pronunciar.
Él le había dicho que no estaba dispuesto a una relación pasajera, que había
vuelto por ella. Pero, ¿querría empezar una relación larga? ¿O podría asumir el
compromiso que eso implicaba?
Y ella misma, ¿qué quería en realidad? A pesar de lo mucho que había luchado
por salvar su matrimonio, no lo había conseguido ¿Sabría cómo evitar que eso
ocurriera de nuevo? La inseguridad empezaba a afectar su estado de ánimo.
A veces notaba que Jordan la miraba preocupado. A veces cuando estaba seria
con él, la miraba como si quisiera preguntarla qué era lo que la preocupaba. Pero
luego esperaba a que la tormenta sin ningún comentario.
Por fin Lisa prometió a sí misma relajarse y tomar cada día como viniese. La
mejor forma de descubrir si seria capaz de construir una relación era darle a la tenia
entre manos una oportunidad para desarrollarse naturalmente.
Aunque Jordan y ella hacían cada uno su trabajo durante el día, los atardeceres
los pasaban juntos. Cuando Lisa aun tenía pedidos que terminar le resultaba muy
difícil concentrarse en el trabajo si estaba con él. Algunas noches simplemente se
dedicaban a hablar… y no solo de lo que él había hecho durante el día. A diferencia
de Ted, Jordan se interesaba por las pequeñas cosas que ella había encontrado
divertidas o exasperantes. Pero Lisa se daba cuenta de que de mutuo acuerdo ambos
eludían ciertos temas. Algunas veces extendían una manta gruesa frente a la
chimenea y jugaban al Scrabble. Según iba pasando el tiempo, las palabras que
formaban iban reflejando los pensamientos sensuales que empezaban a pulular en la
mente de ambos.
Una cosa que Lisa apreciaba particularmente era la forma en que Jordan la
ayudaba en la casa. El día de Acción de Gracias se levantó temprano con ella para
ayudarla a preparar la comida.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—¿Quieres comer antes o después del partido? —le preguntó Lisa


automáticamente.
—No sabía que fueras aficionada al fútbol.
—No lo soy —le informó Lisa—. Pero para Ted ése era el momento crítico del
día.
—Bueno, yo preferiría pasar la urde contigo.
Lisa le dirigió una media sonrisa.
—¿Qué ocurre? ¿No te gusta mi compañía? —la preguntó Jordan.
—Por supuesto que me gusta. Pero hay algo que no te he dicho.
Lisa suspiró.
—En realidad, tengo buenas y malas noticias.
—¿Cuales son las buenas?
—Mis últimos huéspedes de la estación vienen este fin de semana.
—¿Y?
—Son una familia con dos niños pequeños.
Jordan la miró con curiosidad.
—Y supongo que no te sentirás cómoda durmiendo conmigo con ellos
alrededor —aventuró.
Lisa le dio la mano.
—Sólo será unos pocos días.
—Pero parecerá mucho más tiempo.
Desafortunadamente Jordan tenía razón, y no solo por lo que ambos habían
supuesto. Los Norton llegaron el viernes con dos gemelos de cuatro años: Chad y
Michael, que parecían dos angelitos con sus ricitos rubios pero que habrían hecho
perder la paciencia a cualquier santo. Sus padres tenían que asistir a una boda y le
habían preguntado a Lisa si podía encontrar a alguien que se quedara con los niños
durante esa noche y el día siguiente. Como Jordan y ella no tenían ningún plan. Lisa
se ofreció ella misma.
Jordan se tomó las noticias con filosofía.
—Siempre he querido tener niños. Este fin de semana podré ver si soy capaz de
sobrevivir a la experiencia.
La arriesgada empresa no tuvo un comienzo muy alentador. Mientras Jordan se
daba una ducha, Lisa colocó a los dos gemelos delante de una película que había
alquilado esa tarde. El plan para distraerlos durante unos minutos mientras
preparaba la cena. Pero un grito agudo desde el salón la hizo salir corriendo de la
cocina para descubrir quien había matado a quién. Horrorizada descubrió que los
niños habían capturado a Samantha y estaban a punto de hacerle Dios sabia que
perrería.

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La gata estaba furiosa y había arañado a uno de los niños. Cuando Jordan bajó,
la cena se había quemado y Lisa estaba de pie en medio de la habitación tratando de
controlar a los niños haciéndoles sentarse en sendas sillas en extremos opuestos de la
habitación. Pero los gemelos parecían creer que se trataba de un nuevo juego. Cada
vez que Lisa se daba la vuelta, se bajaban y empezaban a corretear de nuevo.
—Parece que necesitas que alguien te eche una mano —observo Jordan.
—Unos tortazos, es lo que necesitarían estos niños —murmuro Lisa.
Mientras Jordan se llevaba a los niños fuera a comprar unas hamburguesas para
cenar, Lisa pudo limpiar la cocina. Se preguntó que hubiera hecho sin él.
El lunes por la mañana ambos suspiraron aliviados al decir adiós a los Norton.
—Me alegro de que se haya terminado —dijo Jordan.
—Yo también —asintió Lisa—. Siempre pensé que sería una buena madre, pero
he comprobado que soy bastante inútil con los niños.
—Medir tus habilidades con una pareja de gemelos de cuatro años es un
comienzo un tanto ambicioso. Nadie les ha negado nunca nada a esos niños.
—Eso es cierto. Pero tú eras mucho más efectivo que yo.
—Yo mido un metro noventa y se como parecer aún más alto. No se atreverían
conmigo.
—No, te adoraban.
—Atractivo masculino. Tú no podrás tenerlo jamás. Gracia, a Dios.
Jordan le pasó un brazo por los hombros y la guió dentro de la casa.
—Estoy preparado para un buen desquite.
—¿Quieres desayunar y luego volver a la cama?
—No, prefiero prescindir de la comida e ir al grano directamente.
Como nombre de acción que era, procedió a demostrarle que el fin de semana
había sido tan frustrante para él como lo había sido para ella.
Cuando bajaron a desayunar era casi la hora de comer. Después de almorzar,
Jordan retiró su silla de la mesa.
—¿Puedes tomarte el resto del día libre?
—¿En qué estás pensando?
—Hace tiempo que no tengo oportunidad de ir a pasear al puerto. ¿Te
apetecería un paseo por el malecón?
Lisa pensó en todo el tiempo que había perdido ese fin de semana y en la
cantidad de trabajo que tenía atrasado. Pero al mirar a Jordan, se dio cuenta de que
no estaba preparada para prescindir del placer de su compañía por motivos
puramente prácticos.
—Me encantaría.
Entonces se miró el albornoz.

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—Pero creo que mejor será vestirse para la ocasión.


—Buena idea. ¿Necesitas ayuda?
—Sólo con los platos.
Cuarenta y cinco minutos después tuvieron la suerte de encontrar aparcamiento
cerca de las viejas lonjas que rodeaban el puerto. Aunque los edificios hacía tiempo
que habían sido convertidos en tiendas y boutiques, todavía mantenían su aspecto
romántico.
Jordan dio la vuelta a la furgoneta y la ayudo a bajar. Luego mantuvo la mano
en su brazo posesivamente.
Volverle a tener para ella otra vez puso a Lisa de un humor estupendo. Aunque
normalmente no le gustaban las demostraciones públicas de afecto, no pudo evitar
apoyar la cabeza en su hombro por un instante. Sentía el calor del sol en una mejilla;
la otra reposaba en la suave lana del jersey de Jordan. Él le pasó un brazo por la
cintura y con un leve movimiento la estrecho un poco mas contra el.
—El fin de semana me ha parecido más tres meses que tres días. ¿Estás segura
de que no quieres volver a casa y meterte en la cama otra vez? —preguntó el.
El tono de su voz la hizo sonreír.
—Me prometiste un paseo primero —le dijo abriendo y cerrando sus largas
pestañas.
Jordan suspiró.
—Es cierto, desafortunadamente para mí. Pero mejor caminemos antes de que
te meta en la furgoneta y te haga algo.
—¿A plena luz?
—No me provoques.
Lisa sonrió y le dio la mano.
—Vamos, enséñame la capital de Maryland como nunca antes la he visto.
Lisa había estado muchas veces en la zona portuaria de Annápolis, pero
mientras pasaba delante de las tiendas de madera le parecía estar viéndolo desde una
nueva perspectiva. Jordan había nacido y crecido en la ciudad. Sus padres tenían una
tienda de artículos marineros que una vez perteneció a un capitán de barco. Ahora
Lisa se daba cuenta de que de muchacho, los cotilleos del barrio habían sido el tema
de conversación en la mesa de los Callahan, y Jordan parecía saber la historia de
todas y cada una de las tiendas.
Al pasar delante de una galería de pinturas, Jordan sacudió la cabeza.
—Esta tienda solía vender productos de importación… en teoría. En la
trastienda, durante la Prohibición, tenían el mejor surtido de whisky escocés a este
lado de las cataratas del Niágara.
Lisa rio.
—No me dirás que tú lo viviste.

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—No, pero mi abuelo solía hablar con nostalgia de él. Aquí compró el surtido
de alcohol para su boda… sin que lo supiera la familia de la novia, por supuesto.
—Oh.
—Por lo que mi abuela contaba, se paso la noche de bodas en un estado
semicomatoso.
De pronto, sin importarle el hecho de que estuvieran en medio de la calle,
Jordan se volvió y la rodeo con sus brazos. Aquello no era habitual para ninguno de
los dos. Pero Lisa simplemente no podía luchar contra sí misma.
Levantó la cara y Jordan la besó rápidamente. Cuando se separaron, Lisa sonrió
descaradamente a la mujer madura que les miraba con desaprobación.
Luego continuaron paseando. Permitiéndose otro gesto espontáneo, Lisa le
metió la mano en el bolsillo trasero.
—¿Estás planeando birlarme la cartera? —le preguntó Jordan.
Lisa presionó su mano contra la carne dura.
—En absoluto.
Al pasar delante de una joyería, Jordan empezó otra historia.
—Esto fue en tiempos una floristería pero estuvo cerrada durante mucho
tiempo.
—¿Por qué?
—El propietario tuvo un lío con la mujer de un senador del estado. Cuando el
marido lo descubrió, esperó fuera hasta que la pareja bajó al sótano donde se veían
en secreto; entonces les siguió y disparó al floristero.
—Oh, Dios. Ya veo por qué nadie quería alquilar el local.
—Al cabo del tiempo todo se olvidó… gracias a otros nuevos escándalos.
—Como ocurre ahora. Solo que ahora aparecen en la primera pagina de los
periódicos… si los protagonistas son los suficientemente importantes.
—Sí.
Continuaron caminando y charlando relajadamente.
Lisa nunca supo lo que la hizo mirar por encima del hombro. Quizá la
sensación de una mirada clavándose en su espalda. Cuando se volvió, se encontró
mirando directamente a la cara de Jerry Knox, uno de los amigos de Ted. Knox era de
buena familia y había aumentado su fortuna especulando con tierras. Aunque Ted
siempre le había admirado por su estilo de vida, a Lisa nunca le había gustado ese
hombre… quizá porque él siempre la trataba como a una extranjera.
¿Cuánto tiempo llevaría siguiéndoles?, se preguntó Lisa. Por su expresión
reprobadora, sospechaba que lo suficiente para ver todo desde el beso que se habían
dado hasta su mano imprudente en el bolsillo de Jordan.
Palideció y se detuvo en seco, casi haciendo tropezar a Jordan.
—Lisa, ¿qué pasa?

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Incapaz de hablar, movió la cabeza hacia Jerry Knox advirtiendo por primera
vez que iba acompañado de su mujer, Priscilla, la vicepresidente del club de mujeres
de la iglesia.
Ahora que Lisa se había dado cuenta de la presencia de la pareja detrás de ellos,
no podía hacer nada salvo permanecer inmóvil con el corazón en la boca. Jordan
comprendió la situación de una rápida mirada y le apretó la mano para darle
seguridad.
Jerry se acercó y se dirigió a Jordan, ignorando a Lisa por el momento.
—Callahan, no sabía que hubieras vuelto.
Le tendió la mano y Jordan se vio obligado a soltar a Lisa para responder al
saludo.
—He vuelto hace un par de semanas… para ver el daño que la tormenta hizo a
mi casa.
—Siempre he admirado tu habilidad para trabajar con las manos.
Las palabras podían haber sido un cumplido si no hubiera sido porque la forma
en que Knox las dijo dejó muy claro que él no perdía su valioso tiempo en un trabajo
por el que podía pagar fácilmente.
Luego miró a Lisa.
—Fue una lástima que no pudieras venir a la fiesta que dimos en el club náutico
el verano pasado.
—Había pasado muy poco tiempo desde… desde lo de Ted —respondió Lisa
terriblemente incómoda.
Priscilla entró en la conversación mirando primero a Jordan y luego a Lisa.
—Bueno, parece que te has recuperado muy bien.
Lisa no supo qué decir. Jordan acudió en su ayuda.
—Ella ha hecho un trabajo admirable para salir adelante. Me he quedado
realmente impresionado de todo lo que ha conseguido en este año.
—Es una pena que no haya tenido tiempo para ayudarnos con la tómbola de la
iglesia este otoño —dijo Priscilla.
—Estaba muy ocupada ayudándome a mí misma —dijo Lisa en tono defensivo.
—Bueno, ahora que el mejor amigo de tu marido ha vuelto, quizá las cosas sean
un poco más fáciles para ti —observó Jerry secamente —¿Y que es exactamente lo
que quieres decir con eso? —saltó Jordan.
—Oh, nada en particular.
—Ha sido un placer veros de nuevo, pero tenemos prisa —murmuro Jordan.
Poniendo una mano firme sobre el brazo de Lisa, se volvió hacia la furgoneta.
No volvió a hablar hasta que hubieron cerrado las puertas de la cabina.
—No vas a dejar que gente como esa te influya, ¿no?
—No son sólo ellos. Es el espectáculo que hemos dado en la calle.

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Jordan suspiró.
—Supongo que nos pasamos un poco, pero es perfectamente comprensible.
La irritación se reflejó en los ojos de Lisa.
—No para la gente como Jerry y Priscilla.
—Oh, venga. Lisa.
—Pero ellos no son todo. Somos nosotros. Estamos actuando como dos
quinceañeros que no son capaces de controlarse.
—No me digas que estás enfadada conmigo.
Lisa no contestó. Exasperado, Jordan golpeó el volante con las manos. Sin mirar
a Lisa, encendió el contacto y salió del aparcamiento. Se oyó un frenazo tras ellos al
estar un coche a punto de golpearles por detrás.
Jordan murmuró una palabrota.
—Jordan, no me estabas escuchando.
—Sí, te he oído. Pero no estabas diciendo nada muy coherente. Nos
emocionamos un poco, ¿y qué?
—Annápolis no es exactamente una ciudad pequeña, pero se le parece mucho.
En nuestro paseo por el muelle me has contado un montón de escándalos que
ocurrieron hace cien años.
—¿Y?
—Y la gente tiene muy buena memoria. Si Jerry y Priscilla empiezan a hablar de
lo que nos han visto hacer en público, toda la gente se preguntará si tuvimos algo
antes de que Ted y Sandy murieran.
Lisa pronunció las últimas palabras casi una octava más alto de lo normal. Pero
pese a estar muy alterada, la reacción de Jordan la pilló de sorpresa.
Él dio un volantazo y aparcó en el arcén. Había una mirada peligrosa en sus
ojos. Lisa retrocedió unos centímetros hacia la ventanilla.
—¡No te atrevas a insinuar nada parecido!
Ella le miró fijamente.
—Ambos sabemos que no es verdad. Jordan, nunca…
—Entonces, ¿por qué lo dices? —gritó él.
Lisa se fijó en su cuello, donde eran visibles los latidos de su corazón.
—Yo… sólo…
Al ver la confusión y el dolor en su rostro, Jordan pareció controlarse.
—Si no hay ninguna razón para que la gente especule, ¿Por qué preocuparse?
—preguntó tratando de controlar el tono de su voz—. Y en nuestra relación no hay
nada malo; no estamos cometiendo adulterio, que yo sepa.
Jordan metió la primera y volvió a la carretera. Durante el resto del camino
ninguno de los dos habló. Lisa le miró de reojo. Sus labios eran una dura línea y sus

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nudillos estaban blancos mientras sostenía el volante. Una parte de ella quería
ponerle una mano sobre el brazo, pero la otra todavía se asombraba de su arranque
de fuña.
Le parecía imposible que ése fuera el mismo hombre que la había hecho el amor
tan apasionadamente esa misma mañana. En la habitación, habían estado tan unidos
como dos personas pueden llegar a estar, y también durante el paseo por el muelle.
Ahora, de pronto eran como dos extraños.

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Capítulo 9
Cuando llegaron, Lisa abrió la puerta y saltó fuera del vehículo.
Estaba ya a la mitad de las escaleras del porche cuando Jordan la alcanzo.
—¿No eres capaz de hablar racionalmente de esto? —le preguntó.
—Hace unos minutos hubiera jurado que tú no eras capaz de eso mismo —
respondió ella por encima del hombro.
—Ya me he calmado.
Lisa metió la llave en la cerradura y abrió la puerta.
—Eso es fácil cuando no tienes que preocuparte por tu reputación. Si no me
equivoco, según el baremo de Jerry Knox, el llevarte a la cama a la viuda de tu mejor
amigo es simplemente otra muesca en tu revolver.
—Espera un momento…
Lisa estaba demasiado enfadada para dejarle hablar.
—Lo próximo que hará la gente será pasarse por delante de mi casa para ver si
tu furgoneta sigue aparcada aquí.
—Bueno, no lo estará —le prometió Jordan mirándola con furia y desilusión
mezcladas en sus ojos—. Durante semanas no sabía qué humor tendrías al instante
siguiente. He estado tratando de aguantarlo porque quería que las cosas fueran bien.
Pero supongo que ya no puedo soportarlo más. Tengo suficientes problemas con mis
propias inseguridades. No puedo soportar las tuyas también.
Se dio la vuelta y se dirigió a su furgoneta.
Mordiéndose el labio inferior. Lisa vio cómo se alejaba por el camino. Se apoyó
contra el quicio de la puerta y cerró los ojos. Jordan tenía razón sobre sus cambios de
humor. Y quizá se había pasado. En realidad sabía que no debía haberle hablado así.
Pero le mortificaba haber sido sorprendida actuando como una muchacha inmadura.
Lisa se pasó el resto de la tarde obligándose a trabajar. Pero su mente no estaba sobre
la máquina de coser, y no dejaba de acechar el sonido de la puerta de entrada.
Cuando el sol se puso, encendió la luz. Luego bajó a dar la cena a Samantha. Ella
también debería comer algo, pero no tenía hambre.
Era como la primera semana que Jordan había estado en su casa… cuando la
evitaba continuamente. Sólo que ahora su ausencia dolía más porque ya había
empezado a pensar en ambos como en una pareja. Bueno, eso sólo demostraba que
su relación no había funcionado. Necesitaban hablar, y Lisa deseaba que él se diera
cuenta de eso.
Había sido un largo y duro día, y hacia las once Lisa estaba demasiado cansada
para seguir trabajando. Después de echar a la gata del taller, subió escaleras arriba.
Por un momento se detuvo en la puerta de la habitación de Jordan, mirando la cama
deshecha donde habían hecho el amor. ¿Cómo reaccionaría si él llegara y la
encontrara en la cama esperándole? Pero tampoco quería dejar sus problemas a un

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

lado por hacer el amor. Era una solución demasiado fácil. Y no estaba lo
suficientemente segura de sí misma para hacer eso en aquel momento. Arrastrando
los pies se dirigió a su habitación y se metió en la cama. Oyó a Jordan entrar muy
sigilosamente después de las doce.
Lisa se despertó mucho antes de que sonara el despertador. Después de pasarse
media hora mirando al techo en la oscuridad, reconoció que no tenía sentido seguir
en la cama. No podría volver a dormirse.
Se levantó, se vistió y bajó a la cocina.
Normalmente sólo hacía buenos desayunos cuando tenía huéspedes los fines de
semana. Pero ese día decidió hacer unas tortitas para Jordan. Quizá las aceptara
como una ofrenda de paz. Acababa de freír las primeras cuando le oyó en las
escaleras. En vez de ir a la cocina, dejó algo pesado en el suelo y volvió a su
habitación. Lisa se limpió las manos en los vaqueros. Cuando oyó a Jordan bajar por
segunda vez, salió al pasillo. Vestido con vaqueros y chaqueta, le vio llevando una
maleta. Dos más estaban en el suelo junto a la puerta de entrada.
Dejó la tercera junto a él.
Lisa miró al equipaje y luego a él.
—¿Te trasladas a tu casa?
—No. He tenido una buena oferta para trabajar en un estado cerca de
Williamsburg.
Lisa estaba desorientada.
—¿Por qué no me has dicho que te ibas?
—No estaba seguro de si la iba a aceptar.
—Y lo decidme ayer —concluyó Lisa en voz baja.
Él asintió.
Lisa de pronto sintió una gran presión en el pecho.
—El desayuno…
—Les he prometido que estaría allí esta mañana.
—Puedes llevarte las tortitas en un paquete y te prepararé un termo de café.
—No quiero causarte problemas.
Antes de poder evitarlo, Lisa cruzó el espacio que les separaba le abrazo y
apoyo la cara en su pecho. Por un momento Jordan no se movió. Luego la acarició los
hombros.
—¿Tienes que irte?
—Te he dicho que he aceptado el trabajo.
«Oh, Dios, Jordan. Te quiero. No te vayas así». Hasta ese momento no había
sabido lo que sentía en realidad. Ahora las palabras se quedaron dentro de ella. No
podía decírselo… no sin saber lo que el sentía al respecto.
—¿Por qué te vas?

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—Es una forma buena y rápida de ganar algo de dinero. Necesito un par de
miles más para arreglar la casa.
Eso era razonable. Pero Lisa sabía que Jordan no se lo había dicho todo.
—Cuando…
Lisa se interrumpió, tomó aliento, y cambió la pregunta.
—¿Volverás cuando hayas terminado?
—Lisa.
Jordan apoyó la cabeza sobre la de ella y la abrazó más fuerte.
Lisa hizo un esfuerzo para no llorar. Pero no se derrumbaría delante de el. No
lo haría.
—¿Quieres que vuelva?—le preguntó Jordan suavemente.
—¿Cómo puedes dudarlo?
—Ayer… yo…
Jordan suspiró y empezó de nuevo.
—No estaba seguro.
—Jordan, siento lo de ayer. No sabía lo que decía.
—No fue sólo culpa tuya.
Lisa no quería dejarle ir así. Tenían que hablar.
—¿Podemos hablar ahora? Por favor. Últimamente lo hemos estado evitando, lo
sabes.
Él asintió.
—Es cierto. Pero me quieren allí lo antes posible. De todas formas, un tiempo
para pensar sobre nosotros nos hará bien a los dos. El trabajo durará un par de
semanas. Te llamaré.
Lisa escondió su cara en su chaqueta y asintió contra su pecho, incapaz de
hablar.
—Puedo oler esas tortitas. ¿Me vas a dar algunas después de todo?
—Claro.
Empaquetó las tortitas y le preparó un termo de café.
—Llámame cuando hayas llegado.
—De acuerdo.
Jordan la dio un fuerte abrazo. Cuando la puerta se cerró tras él, Lisa dejó que
las ardientes lágrimas corrieran por sus mejillas.

***

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Después de todo era bueno que tuviese tanto trabajo atrasado, pensaba Lisa
sentada frente al fuego y cosiendo tan rápido como podía.
Sus ayudantes habían trabajado duro y parecía que las cosas no iban del todo
mal. Ahora estaba tratando de poner unas caras alegres a sus ositos. En sus
circunstancias, era algo difícil. Jordan llevaba ya una semana fuera y nunca se había
sentido tan sola… ni siquiera después de la muerte de Ted.
Jordan había cumplido su promesa y había llamado para decir que había
llegado a salvo. Al tener muchas cosas pendientes entre ellos, no había sido una
conversación satisfactoria, pero no podía quejarse.
Sandy solía decir que cuando Jordan salía a hacer algún trabajo, era como si
estuviese en otro planeta.
Lisa tomó la costumbre de quedarse a trabajar hasta tarde… para asegurarse de
caer rendida en cuanto se metiese en la cama. El dolor de echarle de menos ya
hubiera sido suficiente terrible por sí solo. Pero por si fuera poco, él había despertado
ciertos sentimientos en ella que jamás había sospechado que pudieran ser tan fuertes,
y su cuerpo le deseaba tremendamente.
Más de una vez durante sus solitarias tardes se había levantado al teléfono.
Pero no se atrevió a llamar. El tiempo durante el que había sido su amante, había
sido el más feliz de su vida. Pero se había dado cuenta de que ella no se sentía bien
teniendo una simple aventura.
Cuando le había advertido del riesgo de su reputación, Jordan había
solucionado el problema marchándose, en vez de tratar de arreglar las cosas. Aunque
no quisiera pensar sobre eso, podía recordar que Sandy decía que él utilizaba sus
viajes para evitar los conflictos, lo cual no era una forma muy madura de llevar una
relación!
Lisa había vivido con un hombre que no había puesto ningún interés en
arreglar sus diferencias. Y sabía que no quería vivirlo de nuevo.
Pero todas esas conclusiones se disipaban cuando recordaba el tiempo que
Jordan y ella habían pasado juntos. Él podía no haber expresado con palabras sus
sentimientos, pero había sido cariñoso, comprensivo, amable… todo lo que ella le
pedía a un hombre. Pero nadie podía ser así todo el tiempo. Quizá estaba pidiendo
demasiado.
Podía ser que ese hubiera sido el problema con su matrimonio. Quizá debería
conformarse con lo que le llegase.
El martes por la tarde, nada más despedir a sus ayudantes. Lisa entró en la
cocina a hacerse un té y oyó el teléfono.
—¿Hola?
—Lisa. Qué agradable oír tu voz.
La voz familiar de Jordan hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas.
—Igual te digo.
Él no habló inmediatamente.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—¿Cómo estás?
—Bien. ¿Y tú?
—Estaría mucho mejor si estuviéramos hablando cara a cara. No me gusta
hablar por teléfono.
Eso no se le había ocurrido. Ahora se explicaba por qué le había notado tan
serio cuando había llamado la semana anterior.
—Te echo de menos —murmuró ella.
—Yo también.
—¿Cómo va el trabajo?
Jordan suspiró.
—Está durando más de lo que había previsto. Cuando estaba aquí, encontraron
más trabajo que hacer.
Lisa trató de ocultar su desilusión.
—Entonces, ¿no vas a venir pronto?
—Me temo que no.
Jordan se interrumpió.
—Me preguntaba si tenías algún plan para el fin de semana.
Lisa sintió que el corazón se le paraba por un instante. No tenía huéspedes ese
fin de semana, y para entonces habría terminado el trabajo.
—¿En qué estás pensando?
—¿Querrías pasar unos días conmigo en Williamsburg?
—Sí.
Lisa oyó a Jordan exhalar el aire que evidentemente había estado conteniendo.
—Me alegro. He visto una pequeña posada a las afueras de la ciudad que me ha
parecido deliciosa. ¿Quieres que haga las reservas?
—Muy bien.
—Te volveré a llamar para decirle si he conseguido habitación.
Jordan lo hizo unos minutos después.
—Se llama la Pensión del Rey Enrique, y pueden darnos una habitación para el
viernes —le dijo indicándole la dirección—. ¿Podrías venir pronto ese mismo día?
—¿No tienes que trabajar el viernes?
—Por la tarde no.
—Tienes un jefe muy magnánimo.
—No le queda otro remedio —dijo Jordan, y luego se puso serio—. ¿No tendrás
ningún problema en hacer ese viaje tan largo?
—No te preocupes.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—Entonces te veré el viernes.

Al día siguiente Lisa consiguió la promesa de una de sus ayudantes de que no


sólo daría de comer a Samantha dos veces al día, sino que estaría un rato con ella
haciéndola compañía durante su ausencia.
Su próxima tarea era decidir qué llevar. Durante el pasado año su ropa había
consistido únicamente en vaqueros y jerseys. Ahora quería estar atractiva para
Jordan.
Después de revisar sus finanzas. Lisa se tomó una tarde libre y se fue de
compras. Compró varias cosas y luego cometió el error de probarse un camisón de
seda. Le quedaba tan bien que no pudo dejarlo en la tienda.
También había otro asunto del que tenía que ocuparse. Jordan todavía no había
dicho lo que pensaba hacer con su relación. La inseguridad le hacía daño, pero había
decidido que por ahora disfrutaría de toda la felicidad que pudiese conseguir. Y eso
significaba que no podía permitir que Jordan fuera el único que asumiera la
responsabilidad de la protección en sus actos amorosos.
El viernes por la mañana Lisa se levantó temprano y se lavó y cepilló el pelo
cuidadosamente. Incluso se pintó las uñas de un color rosa pálido; si no usaba la
máquina en un par de días le duraría hasta el lunes sin retoques. Luego pensó en el
atuendo que se pondría.
Extendió las nuevas adquisiciones sobre la cama y se decidió por un par de
pantalones de pinzas marrones y jersey de lana de angorina a juego.
A las diez y media estaba en la carretera. Había quedado con Jordan por la
tarde, de modo que paró a comer en un restaurante a las afueras de Richmond y
descubrió que era incapaz de probar bocado.
Las instrucciones de Jordan eran muy claras, y no tuvo problemas para
encontrar la pensión del Rey Enrique. Estaba escondida al final de una larga curva.
Al salir de ella. Lisa vio una enorme mansión colonial de ladrillo rojo.
Su ilusión se empañó un poco al no ver la furgoneta de Jordan en el
aparcamiento. Si él no había llegado ella tendría que inscribirse, y no estaba segura
de cómo lo hacían las parejas no casadas. De todas formas, esa nimiedad no iba a
echarla atrás.
En unos minutos estaba subiendo las escaleras hasta una habitación decorada
en azul y amueblada con carísimas antigüedades.
A pesar de todo, Lisa había llevado consigo una bolsa llena de pequeños
delantales que necesitaban ser terminados. Después de encender la luz junto al sofá,
se sentó a trabajar tratando de concentrarse.
Muy pronto Jordan aparecería por la puerta, y si él la había echado de menos
tanto como ella a él, los dos empezarían su recorrido histórico por Williamsburg
empezando por la cama con dosel del siglo dieciocho que había en el aposento
contiguo.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Lisa llevaba aproximadamente veinte minutos trabajando cuando el ruido de


una llave en la cerradura la sobresaltó. Dejó su labor sobre la mesa y se levantó.
Estaba a medio camino de la puerta cuando Jordan la abrió.
Hubo un momento de máxima emoción mientras la miraba de arriba abajo. Su
expresión ilusionada hizo que las rodillas le temblaran.
—¡Lisa!
Jordan entró y dejó la maleta en el suelo. Lisa no pudo decir si ella se arrojó en
sus brazos o fue él el que la atrajo hacia sí. Lo único que supo es que estaba en sus
brazos. Jordan la levantó del suelo y Lisa sintió que todo su cuerpo reaccionaba al
sentir la dureza de sus músculos. Le oyó pronunciar su nombre antes de que la
besara.
La boca de Lisa estaba hambrienta, y sus manos no estaban menos ansiosas de
sensaciones. Casi frenéticamente, le acarició los brazos y la espalda, todo lo que
podía alcanzar. Le tironeó de la camisa para poder deslizar sus manos debajo y tocar
los tensos músculos de su espalda.
Su descaro sólo sirvió para avivar el ardor de Jordan. La besaba con violencia, y
sólo se detenía para respirar. Ella tampoco podía separar sus labios de su ardiente
piel. Le besaba las mejillas, la barbilla, el cuello, la nariz, mientras hacía lo propio con
la misma desesperada necesidad. Hasta que no estuvo en sus brazos. Lisa no supo
con certeza lo mucho que le deseaba.
—Oh, Jordan, te quiero tanto.
La declaración salió de su boca antes de que pudiera impedirlo.
Pero era la verdad, y ella lo sabía.
Las manos de Jordan se detuvieron en su espalda y se quedó inmóvil.
Lisa contuvo el aliento, deseando inútilmente poder retirar sus palabras. Se
había prometido a sí misma que aceptaría lo que pudieran tener juntos sin pedir
cosas que Jordan no pudiera darle. Y no había estado aún dos minutos delante de él
cuando había pronunciado tres palabras que exigían de Jordan una respuesta.
Incapaz de mirarle a los ojos, Lisa apoyó la cabeza en su hombro. Pero él no la
iba a dejar escapar, ni a olvidar lo que había dicho. Lisa sintió su mano temblar
ligeramente cuando le puso un dedo en la barbilla y la obligó a mirarle. La emoción
en la profundidad azul de sus ojos la hizo estremecerse.
—No sabes lo mucho que he deseado oírte decir eso.
Ella le miró interrogante.
—Supe que me había enamorado de ti desde el día que me abriste tu puerta y
me diste la bienvenida. Y lo he esperado desde entonces.
—Jordan, ¿por qué no me lo dijiste?
Él se rio suavemente.
—Tú no me animabas demasiado. ¿No te acuerdas? Tú sólo querías que
fuéramos amigos.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Lisa asintió.
—Y todavía lo quiero. Pero ahora quiero mucho más.
—Yo también.
Los labios de Jordan estaban sólo a unos milímetros de los de Lisa cuando
murmuró sus palabras. Lisa se puso de puntillas para eliminar la distancia. Durante
unos momentos gozaron de la sensación de comunicarse en silencio.
Jordan se separó un poco.
—¿Te he dicho que estás preciosa? —murmuró.
—No con tantas palabras.
—Bueno, estás magnífica. Y sabes de maravilla también —añadió besándola de
nuevo.
—Eso es porque hace mucho que no me pruebas —dijo Lisa en voz baja.
—Sí.
Jordan se puso serio.
—Lisa, no sabía que fuera posible echar tanto de menos a alguien. Estas
semanas han sido un infierno para mí.
Ella asintió y apoyó la mejilla contra su pecho. Luego, dándole la mano, le llevó
al dormitorio.
De pie junto a la cama se desnudaron despacio el uno al otro, disfrutando de
cada instante que pasaba. Con un suspiro, Lisa le sacó la camisa del pantalón y
empezó a desabrochar los botones. Sus dedos jugaron con el rizado vello de su
pecho. Cuando le tocó los pezones, Jordan se estremeció.
Jordan se inclinó para besar la sensible línea de su cuello. Ya le había quitado la
chaqueta y estaba empezando a hacer lo mismo con el jersey.
Lisa le ayudó y sacándoselo por encima de la cabeza lo dejó caer a un lado.
Jordan tomó aliento, maravillado una vez más por su belleza. Inclinándose
empezó a besar la piel de sus senos y la sintió arquearse contra él.
—Te gusta, ¿no? —le preguntó con voz ronca.
—Sí.
Sentía que la cordura pronto la abandonaría. Trató de hablar antes de que fuera
demasiado larde.
—Hay algo que debo decirte.
—¿Si?
—No tienes que preocuparte por protegerme esta vez. Me he ocupado de ello.
La mirada que se dirigieron provocó una tormenta de fuego en sus cuerpos.
Murmurando deliciosas palabras. Jordan volvió a inclinar la cabeza. A través de
la leve tela de su sujetador, besó sus pezones hasta que la oyó gemir. Luego le bajó

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las hombreras y siguió acariciándola hasta que Lisa creyó que no iba a poder
resistirlo más.
—¡Suficiente! —gimió desesperada.
Jordan le desabrochó el sujetador con dedos torpes y lo tiró al suelo. Las manos
de Lisa ya estaban en el botón de sus vaqueros, los dos estuvieron desnudos casi al
instante. Luego, en la cama, su deseo era tan grande que Jordan estuvo dentro de ella
antes de que sus hombros tocaran la colcha. Los preliminares habían bastado para
que en un par de movimientos Lisa sintiera los primeros temblores sacudirla.
Crecieron rápidamente, hasta que todo desapareció salvo la sensación de
gratificación.
Jordan gimió su nombre cuando alcanzó el clímax con ella.
El placer se convirtió en un apacible bienestar mientras Jordan seguía
abrazándola. Lisa le besó el pecho.
—No pensé que pudiera ser tan feliz —murmuró ella.
—Yo tampoco.
Pero en ese mismo instante también era consciente de lo frágil que era su
felicidad. Si no tenía cuidado podía desvanecerse, y él tenía la imperiosa necesidad
de sentir a Lisa a su lado por mucho más tiempo que un fin de semana.
—Pero aún sería más feliz si pudiera despertarme cada mañana a tu lado.
El corazón de Lisa empezó a latir a toda velocidad.
—Eso suena como una proposición.
—Sí.
Jordan se incorporó sobre un codo y la miró.
—¿Quieres casarte conmigo?
Esas eran las palabras que ella tanto había esperado oír y con las que no se
había atrevido a soñar.
—Si estás seguro de que es lo que quieres…
—¿Estás segura tú?
—Sí.
Lisa le echó los brazos al cuello y le besó. Durante unos momentos los únicos
ruidos en la habitación fueron el susurro de piel contra piel y suspiros de placer.
—Quería habértelo pedido mucho antes —dijo Jordan finalmente.
—¿Por qué no lo hiciste?
—Porque temía que no estuvieses preparada para casarte otra vez.
Ella sacudió la cabeza tristemente.
—Supongo que te estaba dando señales erróneas. Creo que he cambiado de
opinión sin darme cuenta de que lo hacía.
—Me gustaría que me lo hubieras dicho.

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—Yo ni siquiera lo sabía.


—Me gustaría hacer los trámites legales lo antes posibles —dijo Jordan—.
Tardaré una semana en acabar este trabajo.
Jordan pensó unos instantes antes de continuar.
—¿Qué te parece una boda el día de Nochebuena?
Aunque quería pertenecerle en todos los sentidos lo antes posible.
Lisa lo veía imposible.
—Jordan, la ceremonia no tiene que ser suntuosa, pero me gustaría que fuera
algo que ambos pudiéramos recordar. Y hay tanto que hacer antes de Navidad que
no creo que haya tiempo para pensar en los detalles de la boda.
Al ver la desilusión en sus ojos. Lisa se apresuró a continuar.
—No quiero contrariarte, pero me gustaría tener el tiempo y la energía para
hacerlo bien.
Jordan asintió.
—Comprendo.
—Fijemos una fecha para primeros de enero.
—Me conformaré con lo que tengo —dijo Jordan volviendo a abrazarla.

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Capítulo 10
Era casi de noche cuando Jordan y Lisa salieron de la cama.
—¿Puedes mirar fuera y ver si todavía hace viento? —le preguntó Lisa a Jordan
mientras se cepillaba el pelo.
Él volvió de la ventana con una sonrisa en sus labios.
—Viento ya no hace.
—Entonces, ¿qué?
—Ven a verlo tú misma.
Lisa apartó la cortina y miró fuera. Mientras ellos habían estado en la cama, un
manto de blanca nieve había cubierto las colinas circundantes.
—¿Vamos a tener que posponer nuestro paseo? —preguntó Lisa mirando los
pesados copos que seguían cayendo.
—¿Estás bromeando? Mi furgoneta es casi como una quitanieves, y sólo hay
unos cuantos centímetros —le aseguró Jordan—. Trajiste tus botas, ¿no?
—Sí.
—Entonces póntelas y vayamos a ver la ciudad.
La nieve había hecho desaparecer a la gente y el aparcamiento no fue un
problema. En el invierno, aquella ciudad tenía el mismo aspecto que debió tener en el
siglo dieciocho.
—Es precioso —murmuró Lisa mirando a su alrededor.
Al pasar frente a una sombrerería se detuvieron.
—No puedes resistir sin entrar a ver los sombreros, ¿no? —dijo Jordan.
—¿Te importa?
—No, mientras no trates de hacerme probar uno.
—Lo que me interesa es la técnica —le informó Lisa cuando entraban en la
tienda.
Una mujer con traje colonial estaba sentada tras el mostrador decorando un
bonete.
Lisa miró su trabajo y le hizo varías preguntas.
—Parece usted saber bastante de esto —observó la mujer.
—Un poco. Yo también estoy en el negocio de los bordados.
Las dos mujeres estaban enzarzadas en una animada discusión sobre su trabajo,
cuando Lisa vio por el rabillo del ojo que Jordan miraba la hora. Debía estar
aburriéndose, pensó Lisa con sentimiento de culpa, mientras ella se lo estaba
pasando bien.
—Perdona Jordan, te estoy haciendo perder el tiempo —se disculpó.

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Jordan sonrió.
—No. Pero si no nos damos prisa llegaremos tarde a cenar.
—¿Tarde? No sabía que tuviéramos ningún plan.
Jordan no pudo suprimir una sonrisa satisfecha.
—Tenemos mesa reservada en el mejor restaurante de la ciudad. Y mejor será
que nos vayamos.
Dijeron adiós a la vendedora y salieron. Había dejado de nevar y era noche
cerrada.
Lisa sonrió a Jordan.
—¿Te he dicho cuánto me gusta la idea que has tenido de que pasemos el fin de
semana juntos aquí?
Jordan le apretó el brazo.
—Me alegro de que te lo estés pasando bien.
La nieve crujía bajo sus botas mientras caminaban hacia el restaurante. Una vez
Lisa resbaló y estuvo a punto de caer, pero Jordan estaba allí para sujetarla.
Lisa se apretó contra el sintiéndose absolutamente feliz. Era como si el año que
había estado fuera nunca hubiera existido, aunque había una nueva dimensión en su
relación.
Dentro del restaurante fueron acomodados en una mesa en un rincón tranquilo
junto al fuego. Mientras decidían lo que iban a tomar les sirvieron un ponche
caliente, especialidad de la casa, con pastas diversas.
—No comas mucho de eso —le previno Lisa—, o no tendrás sitio para la cena.
—¿No crees que he hecho ganas de comer esta tarde?
Lisa le miró. A la cálida luz de los candelabros, pudo ver una intensidad en sus
ojos azules que hizo que la subiese la temperatura.
—Creo que los dos nos merecemos una buena comida.
Jordan sostuvo su mirada. Sólo pensar cómo habían hecho el amor en la posada
hacía temblar a Lisa deliciosamente, y sabía por la expresión de Jordan que él se
había percatado de su reacción.
Lisa bajó la mirada e hizo como si estudiara el menú. Había creído que estaba
saciada físicamente, pero ahora comprobaba que de Jordan nunca podría hartarse.
Él levantó un brazo y le puso la palma sobre su mano. Cuando Lisa levantó las
ojos vio la enigmática expresión en su cara.
—Me alegro de que estés aquí —dijo él.
—Yo también.
—Y no sólo por la forma en que hacemos el amor. Es la forma en que te abres a
mí. Tu sinceridad. Sin secretos. Nada que ocultar. No puedo explicarte lo mucho que
eso significa para mí.

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Lisa entrelazó sus dedos con los de Jordan. Para bien o para mal se había
entregado a ese hombre en cuerpo y alma.
—Con Sandy —continuó él—, siempre tenía la sensación de que me escondía
algo, de que había una parte de ella que jamás compartiría conmigo.
Lisa asintió. Ella había tenido la misma sensación con Ted. En Jordan había una
integridad esencial en la que sabía que podía confiar.
Pero aún así, tenía la impresión de que todavía había cosas que él no había sido
capaz de compartir con ella.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó Jordan.
—Yo…
—Recuerda, estaba alabando tu sinceridad —le dijo él seriamente.
—Estaba pensando en que a los hombres os cuesta más abrir la última puerta…
incluso con alguien en quien sabéis que podéis confiar.
—Es una forma muy complicada de expresarlo.
—Entonces, ¿no son imaginaciones mías?
Jordan la apretó la mano.
—Lisa, te amo. No podría soportar perderte.
—¿Hay algo en tu pasado, algo que piensas que yo no aprobaría?
—No tengo antecedentes penales, ni nada parecido.
Jordan se aclaró la garganta.
—Digamos que he llegado a la conclusión de que mi matrimonio no fue lo
bueno que debería haber sido… y me pregunto qué parte de culpa tuve yo en ese
fracaso. Esta semana me he dado cuenta de algo. Cuando Sandy y yo discutíamos, yo
siempre encontraba una excusa para dejar la ciudad.
Lisa lo miró fijamente.
—Y lo he vuelto a hacer contigo, ¿no?
—Sí.
—Bueno, he decidido que ése no es el mejor método para resolver los
problemas entre dos personas.
—Quizá Sandy y tú no estuvierais hechos el uno para el otro. Quizá había
problemas que simplemente no podíais resolver.
—¿Has pensando si a ti te pasó eso con Ted?
Lisa dudó. Eso era algo que no querría decir a nadie. Pero Jordan era diferente,
y él acababa de ser sincero con ella.
—Sí. Es duro para mí admitir que cometí un error.
—Eras muy joven entonces. Como Sandy y yo.
—A los diecinueve años todo el mundo piensa que lo sabe todo.

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Jordan rio.
—Estoy de acuerdo. ¿Te acuerdas de cuando conociste a Ted?
—Sí —dijo Lisa probando la sopa que el camarero había llevado.
—Supongo que no te acordarás que yo estaba fuera de la ciudad en ese
momento. Cuando volví, él ya te había cazado.
—Yo… bueno, es cierto.
—¿Qué hubiera ocurrido si nosotros nos hubiéramos conocido antes? ¿Si nos
hubiéramos casado tú y yo? —preguntó Jordan despacio, mirando el rostro de Lisa
mientras ella ponía una expresión soñadora.
Luego ella le miró directamente.
—No tiene sentido pensar eso… porque no ocurrió.
—Tienes razón. Quizá tenemos suerte después de todo. Tenemos la ventaja de
la madurez… y la experiencia.
Jordan dejó su cuchara en el plato.
—Dime, ¿no piensas que tenemos la posibilidad de hacer un matrimonio
perfecto?
—Ningún matrimonio es perfecto.
—Pero podemos estar muy cerca.
—Espero.

El lunes Lisa se despertó con una opresión en el pecho. Era su última mañana
con Jordan. Cuando se movió para abrazarle él no estaba en la cama. Las sábanas
estaban aún calientes, y dedujo que no hacía mucho que se había levantado.
Abrió los ojos despacio y miró a su alrededor en la pequeña habitación donde
había pasado el mejor fin de semana de su vida. No había esperado volver a
enamorarse otra vez. Y se había resistido a la idea. Pero una vez que Jordan hubo
roto sus defensas, le fue imposible imaginarse la vida de otra forma que no fuese con
él. E iba a ser duro volver a despedirse… aunque sólo fuera por el tiempo que él
tardase en terminar su trabajo. ¿Sentina él lo mismo? ¿Era por eso por lo que se había
levantado temprano y se había marchado? Quizá Jordan hubiera pensado que si le
encontraba vestido y preparado para marcharse sería más fácil decir adiós pronto.
Sus especulaciones fueron interrumpidas al entrar Jordan en la habitación.
Llevaba una bandeja con platos y una cafetera y cerró la puerta con el píe.
—Ya veo que estás despierta.
—Y yo que has estado ocupado.
—No tienen servicio de habitaciones aquí, pero no hay nada imposible.
Lisa le miró emocionada.

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—Nunca me han hecho esto.


—¿Nunca?
—Bueno… cuando estaba enferma mi madre me traía la comida a la cama.
Lisa se incorporó y se puso las almohadas a la espalda antes de apoyarse sobre
ellas. Luego Jordan colocó la bandeja sobre sus rodillas.
—He traído tostadas —la informó—. Con mermelada de melocotón.
Jordan empezó a retirar las tapas de los platos.
—Pero también tenemos jamón, huevos y bizcochos.
Lisa le miró con los ojos como platos.
—Esto no será todo para mí.
—Olía todo tan bien que no he sido capaz de elegir.
Se sentó en la cama y sirvió café para los dos. Luego puso en un plato un poco
de cada cosa y se lo tendió a Lisa antes de servirse para él.
Mientras comía, Lisa pensó otra vez lo duro que iba a ser volverse a Annápolis
sola.
—Entonces, ¿cuándo tienes que volver al trabajo?
—Creí que nunca me lo preguntarías.
—Pareces bastante entusiasmado.
Jordan sonrió.
—En realidad, una de las razones por las que me he levantado tan pronto fue
para llamar y decirles que no me incorporaría hoy.
Lisa abrió los ojos esperanzada.
—¿Lo hiciste?
—Sí.
Cuando terminaron de desayunar, Jordan apartó la bandeja antes de tomar a
Lisa en sus brazos. Ella deslizó los dedos bajo su jersey mientras Jordan se inclinaba a
besarla.
—Es una pena que tuvieras que vestirte para traer el desayuno —murmuró
mientras le mordisqueaba provocativamente los labios.
—No pensaba volver a la cama. Pero ahora no me parece una mala idea.
Lisa le sacó el jersey por encima de la cabeza.
—¿Y que era lo que pensabas hacer?
—Hay una subasta esta mañana, y pensé que podíamos ir y echar un vistazo.
Quizá tengan algo que me pueda servir para sustituir el mobiliario dañado por el
agua.
Lisa le acarició el pecho hasta encontrar uno de sus pezones.
Entonces le oyó contener el aliento.

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—Pero lo bueno no lo venden hasta el final —añadió Jordan—. Así que no


importa si llegamos un poco tarde.
—En absoluto —convino Lisa tumbándose y empujándole sobre ella.
Eran más de las diez cuando llegaron al lugar de la subasta. Como Jordan había
predicho, la mayoría de los muebles buenos todavía no se habían subastado.
—Yo cogeré el número mientras tú miras si hay algo por lo que quieras pujar —
dijo Lisa.
—Buena idea.
Cuando Lisa volvió a reunirse con Jordan él estaba inspeccionando una coqueta
con plancha de mármol.
—Las patas hay que cambiarlas, y un par de asas de los cajones están rotas,
pero el resto está bien.
—¿Crees que podrás conseguirla por un buen precio?
—Tendremos que esperar y ver.
Jordan la cogió de la mano.
—Vamos. Te tengo que enseñar una mecedora victoriana. Hay que cambiarle el
asiento, pero el diseño es una maravilla.
Lisa estaba de rodillas inspeccionando la mecedora cuando oyó una profunda
voz masculina saludar a Jordan.
—Callahan. No te he visto por aquí en años.
Lisa tomó aliento, se levantó y afrontó la inquisitiva mirada de John Stoner, el
dueño de la tienda de antigüedades que les había vendido a ambos muchos de sus
muebles.
—Y Lisa Patterson —continuó John—. Qué gusto veros juntos.
Lisa se puso rígida. No estaba segura de cómo tomar el comentario de John.
Pero se dio cuenta de que era natural que la gente que les conocía reaccionara así al
verles juntos. Era algo a lo que tendría que acostumbrarse. Y cuanto antes, mejor.
—Nos verás juntos muchas veces a partir de ahora. Nos vamos a casar el mes
que viene.
Era la primera vez que se lo decía a alguien, y su corazón se ensanchó de gozo
al pronunciar las palabras. Sintió que Jordan la apretaba la mano y ella le devolvió el
apretón.
—Bueno, felicidades —tronó John.
—Gracias.
—Tengo unas piezas realmente especiales en la tienda.
Justo en ese momento anunciaron la subasta de un escritorio francés del siglo
diecisiete.
—Voy a pujar —dijo John antes de dirigirse a su asiento.

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Jordan miró a Lisa.


—Me preguntaba cómo ibas a reaccionar.
—Se me encogió el estómago. Pero luego me dije que no iba a dejar que lo que
pensara la gente estropease las cosas entre nosotros.
—Me alegro.
—Yo también.
Media hora después subastaron la coqueta. Para la satisfacción de Jordan, pudo
conseguirla por un precio bastante más bajo del valor real del mueble. Después
comieron, y más tarde llegó la hora de la despedida.
La única forma que Lisa encontró para poder marcharse, fue pensar firmemente
en la fecha en que Jordan volvería con ella.
—No tardaré —le prometió Jordan leyendo sus pensamientos.
—Lo sé.
—No es un año… es sólo una semana o dos.
—Todo eso ya ha pasado… gracias a Dios.
Luego, antes de perder el valor, abrió la puerta del coche.
—Conduce con cuidado.
—Lo haré.

La semana y media siguiente fue un auténtico infierno de trabajo para Lisa.


Pero por un lado era un alivio. Estaba tan ocupada con los pedidos de Navidad que
no tenía tiempo para pensar en Jordan.
Habían hablado por teléfono brevemente varias veces. Pero eso no era
suficiente. Mientras la fecha de su vuelta se acercaba. Lisa decidió que necesitaba
estar segura de que todo iba a estar a punto para la nueva vida que iban a empezar
juntos.
En la primera mañana que tuvo libre después de terminar los pedidos de
Navidad, Lisa llamó a la iglesia para lijar una fecha para la boda. Quedaron en el
segundo sábado de enero por la mañana.
Luego se dedicó a buscar un vestido de boda. Después de dos horas de
probarse prendas que no la convencían, finalmente encontró lo que buscaba: un traje
blanco de lana compuesto de falda plisada y chaqueta a juego que la sentaba de
maravilla.
Al dejar la tienda pensaba en Jordan. Faltaba sólo algo más de una semana para
Navidad y todavía no le había comprado nada. Pero ya lo había pensado. El cinturón
de piel que sujetaba sus vaqueros había visto días mejores. Le compraría uno con
hebilla de plata. En la tienda también se fijó en una cartera de piel y no pudo dejar de
comprarla.

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Cuando volvió a casa eran más de las cinco. Colgó su traje en el armario,
envolvió los regalos de Jordan y se preparó una cena rápida.
Al comprar el traje había tomado conciencia de la realidad de la boda, y eso le
había recordado que aún tenía asuntos del pasado de los que ocuparse antes de
casarse con Jordan. A la muerte de Ted, no había sido capaz de pensar sobre lo que
debería hacer con sus efectos personales. Lo había empaquetado todo y lo había
metido en un enorme baúl. Ahora era el momento de ver lo que tenía que tirar y lo
que donaría a la beneficencia.
Estaba llena de energía, de modo que después de lavar los platos Lisa se dirigió
al desván donde guardaba los trastos.
Samantha la siguió curiosa y se sentó a ver cómo su ama separaba chaquetas,
pantalones y camisas en diferentes montones. Luego sacó las cajas llenas de papeles.
Después de la muerte de Ted había hecho una rápida inspección de sus documentos
personales para asegurarse de que no había facturas impagadas o alguna póliza de
seguros de la que ella no hubiera tenido noticias. El resto lo había guardado sin
mirarlo.
El contenido de los cajones del escritorio de Ted estaba repartido en dos cajas.
Lisa empezó a revolver entre abonos de fútbol y baloncesto, tarjetas de negocios y
facturas de restaurantes. Su marido solía entretener a sus clientes con largas comidas,
práctica que él creía indispensable en el mundo de los negocios. Lisa aceptaba la
explicación con reservas, porque sabía que a Ted le gustaba darse ciertos lujos.
Por eso no se sorprendió al ver la enorme cantidad de facturas de restaurantes.
Estaba a punto de tirarlas a la basura cuando algo llamó su atención. Allí también
había facturas de habitaciones de motel, cargadas a la tarjeta de crédito de negocios
de Ted.
Lisa levantó las cejas mientras leía. Eran de moteles cerca de Annápolis… a
menudo cerca de los restaurantes donde Ted le decía que llevaba a sus clientes.
¿Qué significaba aquello? Ella sabía que Ted trabajaba con clientes de agencias
de otras ciudades. ¿Les pagaba también los hoteles?
Ella no lo hubiera aprobado, y quizá fuera por eso que él se lo había ocultado.
Pero esa explicación era absurda. Ted no era generoso hasta ese punto.
Con un creciente sentimiento de intranquilidad. Lisa extendió las facturas sobre
la cama. Estaban ordenadas por fechas; solía haber tres o cuatro por mes. Luego, con
el pulso absurdamente acelerado, volvió a mirar las cuentas de los restaurantes.
Aunque había más de este tipo, había muchas que coincidían con las fechas de la
reserva de habitación.
Lisa trató de buscar una explicación racional para todos esos datos. Ted había
pagado por la habitación de un motel casi todas las semanas… pero en días
diferentes.
A menos que Ted estuviera en viaje de negocios, estaba en casa hacia las ocho
de la tarde. Entonces había alquilado las habitaciones por las tardes. ¿Qué
explicación podía haber para eso? Le temblaron las manos y las facturas cayeron

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

sobre la cama. Sólo encontraba una explicación lógica: su marido había estado viendo
a otras mujeres… y con regularidad.
¿Cómo habría sido tan estúpido de guardar las pruebas?, se preguntó Lisa. Pero
podía imaginarse la respuesta. Las cuentas de los negocios de Ted nunca habían sido
de su incumbencia. Nunca hubiera esperado de Lisa que fisgara en sus cajones.
Una vez que asimiló la idea de la infidelidad de Ted, Lisa sintió como si le
hubieran dado un mazazo en medio del pecho. Repentinamente desorientada, cerró
los ojos y se apoyó en la pared. Sin darse cuenta de lo que hacía, se cruzó los brazos
agarrándose los hombros y trató desesperadamente de calmarse y recuperar el
aliento.
Pero por mucho que cerrara los ojos, escenas del pasado se representaban en su
mente.
Su matrimonio. Había habido tantas cosas desagradables… cosas que la habían
herido, haciéndola sentirse culpable por no poder llevar adelante su relación.
Lisa se clavó las uñas en los hombros. Pero no sentía el dolor. Pensaba en todas
las veces que había tratado de llegar a Ted y él la había dado la espalda. Las veces
que él había estado distante. O aquellas en que se enfurecía sin motivo. Veces en que
le había rogado que compartiese sus problemas con ella. Veces en que ella había
necesitado la seguridad de su amor y él se había negado a dársela.
Había tratado de hacer la vista gorda. Se había puesto excusas. Ahora eso ya no
era posible.
¿Qué había encontrado con esas otras mujeres?, se preguntó Lisa. Debía haber
ido buscando variedad en el sexo, o alguien que alimentara su ego. En vez de una
relación profunda y duradera con una mujer había preferido relaciones
superficialmente con varias mujeres.
De modo que no había estado ligado a Lisa en la forma en que un marido
debería estar ligado a su mujer. Eso era probablemente por lo que se había negado a
formar una familia… porque sospechaba que su matrimonio no iba a durar.
Lisa había creído que ya había sufrido lodo el dolor posible. Pero ahora veía
que no era así. Se sentía como si las vendas hubieran sido retiradas brutalmente de
una herida y todo el alcance del daño fuera visible de nuevo.
Tambaleándose salió de la habitación. Samantha, que había estado dormitando
sobre una silla, la miró y maulló. Lisa sacudió la cabeza y se dirigió a su dormitorio.
Estaba helada de frío. Pensó en encender la calefacción, pero era demasiado
esfuerzo bajar las escaleras. En vez de eso, se quitó los zapatos y los pantalones y se
metió en la cama. Llevaba varios minutos tumbada de costado con las rodillas junto a
la barbilla cuando sintió a Samantha subirse a la cama. Delicadamente la gatita
restregó la cabeza contra el hombro de Lisa y no paró hasta que su ama la acarició.
—Supongo que tú todavía me quieres, ¿no, Samantha?
La gala respondió tumbándose a su lado. Era relajante acariciar el sedoso lomo
y oír el ronroneo de placer del animal. Poco a poco se fue tranquilizando.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Jordan la amaba. Y ella le correspondía. Eso era lo único importante ahora. No


Ted.
Un año después de su muerte había descubierto que su marido la engañaba. Y
estaba impresionada por el descubrimiento. También se sentía dolida v traicionada.
Pero incluso esas emociones se debilitaban con la distancia.
La infidelidad de Ted había ocurrido hacía mucho tiempo, y al revisar su
matrimonio, no podía echarse la culpa de lo que Ted había hecho. Ella había
intentado por todos los medios salvar su relación, y ahora sabía por qué no lo había
conseguido.
Lisa se sentó más tranquila. Su futuro estaba con Jordan. Las infidelidades de
Ted pertenecían al pasado. Lo que había ocurrido entre ellos dos no podía herirla
ahora… a menos que ella así lo quisiese.
Y no quería.
Se convenció a sí misma de que podría superarlo. Quizá más tarde le hablaría a
Jordan de ello. Pero ahora no había por qué preocuparse.
Cuando él llamó la noche siguiente. Lisa trató de mantener el tipo y se alegró de
oír las buenas noticias que él tenía que darle. Volvería en un par de días.
—Entonces no pondré los adornos de Navidad hasta que estés aquí —le dijo.
—Me gustaría ayudarte a hacerlo.
—Jordan…
Él respondió instantáneamente al tono triste que detectó en su voz.
—¿Qué ocurre?
—Ya sé que no te gusta ponerte sentimental por teléfono…
—Es cierto. Prefiero decirte que te amo en persona.
—Quería oírte decir eso.
—Esto también es duro para mí. Pero pronto estaremos juntos.
—Gracias a Dios.
—Lisa, ¿va todo bien?
—Sí.
—¿Seguro?
—No te preocupes.
Jordan carraspeó.
—¿No estarás nerviosa por la boda?
—Por supuesto que no. De hecho, ya he hablado con el cura sobre la fecha y me
he comprado el vestido.
—No puedo esperar a verte con él puesto.
Al final de la conversación Lisa se sentía mucho mejor.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—Es posible que esté nerviosa porque he terminado mi trabajo y no puedo


acostumbrarme a tener tiempo libre —le dijo.
—Entonces, ¿por qué no empiezas a hacer pasteles de Navidad? Yo estaré allí
para comérmelos tan pronto como pueda.
Lisa rio.
—¿Para recuperar el tiempo perdido?
—Cada uno hace lo que mejor se le da.
Cuando colgó, Lisa sacó sus libros de cocina y echó un vistazo a la despensa. Lo
único que podía hacer sin tener que ir a la tienda eran galletitas dulces. Pero eso era
suficiente para empezar.
A la mañana siguiente se detuvo en la imprenta para encargar las invitaciones y
luego hizo una compra monstruosa en el supermercado.
Esperaba a Jordan a la hora de la cena, pero el la sorprendió apareciendo
después de comer, cuando ella estaba atareada en la cocina. Con la batidora
encendida. Lisa no le oyó entrar. De pronto levantó la vista y le encontró de pie en la
puerta con su irresistible sonrisa en los labios.
—Veo que estás siguiendo mis instrucciones.
—¡Jordan!
—Espero que esa pasta no se te estropee si dejas de batirla.
Jordan cruzó la habitación, le quitó la batidora de las manos y metió la pasta en
el frigorífico. Luego se volvió y la rodeó con sus brazos.
Lisa se apretó contra él olvidándose de todo salvo de su presencia. Él la besó la
frente y las mejillas.
—Desde que hablamos la otra noche he estado preocupado por ti. ¿Ocurre algo,
preciosa?
—No. Sólo te echaba de menos.
—¿Estás segura de que eso es todo?
Lisa le respondió besándole. No quería echar a perder el día contándole lo que
había descubierto. Sólo estar con él era el mejor bálsamo para sus heridas.
Jordan respondió a su ávido beso, devorando sus labios con pasión.
—Jordan, hazme el amor —susurró Lisa contra sus labios.
Él la respondió besándola con mayor pasión y apretando sus caderas contra él.
—Cariño, en eso he estado pensando durante todo el camino —murmuró
Jordan levantando la cabeza—. Y si no empezamos a subir las escaleras, vamos a
terminar haciendo el amor en el suelo de la cocina.
Más tarde yacían en la cama, Lisa en el hueco del brazo de Jordan.
—No he sido más feliz en mi vida —murmuró él—. Ni siquiera cuando viniste
a Williamsburg.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Lisa restregó la cabeza contra su hombro.


—Yo tampoco.
—Pero hay un detalle que acabaría de hacer la vida perfecta para mí.
—¿Sí?
—Uno de esos pasteles que estabas haciendo.
Lisa sonrió y le miró.
—¿Te gustaría comer dulces y leche?
—Me has leído el pensamiento.
—Pues está hecho. Empecé a cocinar ayer, de modo que tengo un surtido
bastante decente.
—¿Tienes esos bollitos de higos y nueces que me gustan tanto?
—Sí. Me he acordado de que son tus preferidos. Recuerdo que solías traer una
bolsa llena cuando Sandy y tú veníais a ayudarnos a decorar el árbol de Navidad.
Lisa le sintió tensarse.
—¿Por qué sigues hablando de lo que los cuatro hicimos juntos? —la preguntó.
Lisa se encogió de hombros.
—Éramos buenos amigos. Es natural, ¿no crees?
—Para ti, quizás.
—¿Qué quieres decir?
Una extraña expresión apareció en la cara de Jordan.
—Olvídalo.
—Eso es lo que solía hacer Ted —dijo Lisa sin mirarle.
—¿Qué solía hacer?
—Cambiar de tema cuando le convenía.
Jordan se incorporó.
—Puede que me esté cansando de que siempre terminemos hablando de Ted y
Sandy, incluso en la cama.
Lisa también se sentó y se cubrió con la sábana.
—Eso no es cierto.
Por un momento se miraron en tensión. Luego Lisa apoyó la cabeza en el
hombro de Jordan.
—Te he echado mucho de menos. No quiero estropear tu vuelta con una
discusión bizantina.
—Yo tampoco.
—Jordan…

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—¿Qué?
—Hay algo que me preocupa —dijo Lisa suspirando—. Y creo que si me lo callo
voy a acabar discutiendo contigo.
—¿Qué quieres decirme? —preguntó Jordan cogiéndola de la mano.
Ahora Lisa se arrepentía de haber empezado. Pero tenía que terminar. Tomó
aliento y empezó lentamente.
—Ted se veía con otras mujeres.
—¿Otras mujeres?
—Sí. Me decidí por fin a revisar sus cosas y encontré un montón de facturas de
hotel. Fue un duro golpe. Pero cuando lo pensé seriamente, supongo que no fue una
absoluta sorpresa para mí.
—No sabía que se viera con varias mujeres.
—Jordan, sé que era tu amigo, pero no trates de disculparle.
—No lo estoy haciendo. Yo sólo sabía que se veía con otra mujer.
Jordan parecía nervioso.
Lisa soltó su mano.
—¿Ted compartió algo como eso contigo? —preguntó Lisa sin poder creer lo
que oía.
Jordan rio sarcásticamente.
—Ted y yo hemos compartido muchas cosas, pero no eso.
—Jordan, no hables en clave.
—¿Quieres la verdad?
Jordan se encogió de hombros.
—De acuerdo. Pero no te va a gustar.
—Dime la verdad.
—¿Te has preguntado alguna vez por qué Ted y Sandy estaban en el mismo
avión cuando se estrelló?
Lisa le miró sin comprender a qué venía esa pregunta.
—Porque se encontraron en Chicago.
—No. Porque habían pasado toda la semana juntos y volvían a casa ese día.
—¿Qué estás tratando de decirme?
—¿Tengo que hacerte un dibujo? Ted y Sandy tenían una aventura. Y ya
llevaban bastante tiempo.
Lisa le miró sin reaccionar. Ella había pensado en mujeres que no significaban
nada para Ted. Y para protegerse, había evitado imaginársele con ninguna en
particular. Ahora ya no podía hacerlo. Había habido alguien a quien había querido
más que a ella. Y ese alguien había sido su mejor amiga.

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Pero todavía se resistía a creerlo.


—¿Sandy? —susurró.
Jordan apretó los dientes antes de contestar.
—Sí. Dios sabe que no quería ser yo el que te lo dijera.
Lisa se apartó de él.
—Dios mío. Jordan, ¿por qué no me dijiste esto cuando podía haber hecho algo
en mi matrimonio? ¿Qué estabas esperando?
Jordan la cogió de la mano.
—No entiendes. Llevaba sospechándolo meses, y el asunto me estaba sacando
de quicio. Pero no tenía pruebas. Fue cuando se estrelló el avión cuando estuve
seguro de todo.
—¿Por qué no me lo dijiste? —repitió ella.
—¿Para qué?
—Me habría ayudado a sacar conclusiones sobre el fracaso de mi matrimonio. Y
me hubiera ahorrado un año viviendo con la culpa de no haber despedido a Ted con
alegría en su último viaje.
—No.
La vehemencia de su negación reverberó en la habitación.
—Saberlo sólo te hubiera hecho sentir como la más estúpida del mundo. Es para
lo único que me sirvió a mí.

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Capítulo 11
La mano de Lisa temblaba cuando alcanzó la bala a los pies de la cama. De
pronto sintió el mismo frió que cuando descubrió las facturas del motel. Sólo que
ahora, con Jordan desnudo en su cama, no podía refugiarse bajo las mantas.
Él miró sin decir nada mientras se anudaba el cinturón alrededor de la cintura.
—Lisa, ¿vas a dejar que esto cambie las cosas entre nosotros?
Ella le miró suspicaz.
—Sospechabas que así ocurriera… ¿no? Por eso lo mantuviste en secreto.
Por la culpabilidad que vio en sus ojos Lisa supo que había tocado una fibra
sensible. Pero su propio dolor la obligó a seguir atacando.
—Fuiste tan comprensivo cuando hablamos en la playa. Pero entonces, ¿por
qué no entonces? Sabías lo que había pasado con Ted, y no fuiste capaz de decírmelo.
—Precisamente entonces no era el momento adecuado para decírtelo.
Lisa no podía evitar que su voz temblara al hablar.
—¿Y cuándo hubiera sido el momento?
—Cuando te sintieras más segura sobre nosotros.
—Oh, ya veo.
Sus ojos brillaron con ira y dolor.
—Todas esas palabras sobre ser mi amigo. Te aprovechaste. Te aprovechaste de
mí.
—Éramos amigos de verdad. Eso no cambia nada. Me estás haciendo parecer el
malo de la película, cuando en realidad yo he sido tan víctima como tú.
A Lisa le costó un enorme esfuerzo contener las lágrimas.
—Descubrir la infidelidad de Ted ya ha sido suficientemente horrible. Pero
saber que has estado jugando con mis emociones es más de lo que puedo afrontar
ahora —murmuró.
Con movimientos mecánicos Jordan salió de la cama y empezó a vestirse.
—Sé que ha sido un duro golpe para ti, y quizá yo no lo he hecho muy bien.
—Sí.
Lisa quería desesperadamente terminar la conversación, pero aún tenía algo
que decir.
—Jordan, tal y como me siento ahora, tengo que pensarme lo de la boda.
—¿Quieres retrasarla?
Ella asintió.
—¿Hasta cuándo?

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Lisa se encogió de hombros, incapaz de pronunciar una sola palabra más.


Jordan terminó de vestirse.
—Lisa, me sentía culpable por no ser totalmente sincero contigo. Y había
decidido decírtelo antes de casarnos. Ya veo que la verdad no sirve para nada bueno.
Lisa no respondió y Jordan se dio la vuelta y salió de la habitación.
Sus botas resonaron en la escalera. Luego Lisa se sentó en la cama y
cubriéndose la cara con las manos dejó que todo el dolor que llevaba dentro se
liberara.
Había tardado un año entero en sentirse a gusto con su independencia. En unos
pocos meses había olvidado el peligro de mantener una relación con alguien. Ahora,
aunque Jordan era la causa de su dolor, seguía deseando sentir sus brazos alrededor
de ella, y oírle decir que todo iba a salir bien.
Al oír cerrarse la puerta principal se dijo que quizá fuera mejor así. Necesitaba
estar sola… para luchar contra el dolor por sus propios medios.

Dos días después Lisa no estaba más animada… y no había llegado a ninguna
conclusión sobre su vida personal. Sentada en su taller acariciando a Samantha
reconoció que se había equivocado. No podía resolver esa situación sola. Sus
sentimientos implicaban a Jordan, y necesitaba hablar con él. Y no sólo eso, admitió
sintiéndose culpable, sino que no le había dejado hablar. ¿Querría hacerlo ahora?, se
preguntó. ¿O habría entendido que ella había querido romper con su relación?
Cuando recordaba la escena que había tenido lugar en su dormitorio veía que
su actitud había sido irracional y provocada por el dolor.
En realidad casi no recordaba lo que había dicho. Pero sí se acordaba de la cara
de Jordan cuando le había dicho que quería posponer la boda.
Se daba cuenta de que no había pensado en él; sólo se había preocupado de sus
propios sentimientos. Estaba dolida por la burla de Ted. Y había sido aún mas
terrible descubrir que se había liado con su mejor amiga. Pero, ¿cómo se habría
sentido Jordan? Sandy le había hecho lo mismo que Ted a ella. Y Jordan había vivido
sospechándolo durante mucho tiempo.
Jordan había tratado de explicárselo pero ella no había querido escucharle.
Pero, ¿y antes de todo eso? Lisa pensó en los primeros días siguientes a su vuelta. No
había regresado exactamente seguro de sí mismo. ¿Qué hombre lo hubiera hecho
después de esa traición? Pero había querido lo suficiente a Lisa para volver por ella.
Despacio, pacientemente, la había hecho ver lo que significaba el uno para el otro.
A pesar de su estado de ánimo, una sonrisa curvó sus labios al pensar en los
dos meses que habían pasado juntos. Las cosas habían ido muy bien entre ellos.
Mejor de lo que ella podía recordar… hasta que el golpe de la traición de Ted la había
sacudido. Había creído poder superarlo, pero se había equivocado.
Para empeorar las cosas había atacado al que menos culpa tenía.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

El saber lo mucho que sus palabras le tenían que haber dolido, la ponía al borde
del llanto. Tenía que llamar a Jordan y decirle lo equivocada que había estado.
Pero él no respondió. Volvió a intentarlo varias veces más durante el día pero
sin éxito. ¿Habría vuelto a aceptar algún trabajo fuera de la ciudad?, se preguntó Lisa
tratando de luchar contra el pánico que la empezaba a invadir. ¿Habría hecho eso
estando Un cerca de la Navidad? ¿Y sin decírselo? Quizá ahora se hubiera ido para
siempre.
Pero al mismo tiempo no podía creer que él se hubiera marchado tan
bruscamente, por muy mal que ella lo hubiera hecho. O quizá estaba en casa… pero
no quería responder al teléfono.
A toda prisa Lisa envolvió unos pasteles en un papel, se puso el abrigo y salió al
exterior. Recordó el suave día de otoño que Jordan había elegido para volver, cuando
los dos habían paseado hasta su casa.
Hacía demasiado frío para ir andando ahora. Lisa se subió el cuello del abrigo,
agachó la cabeza contra el viento y abrió la puerta del coche.
Cinco minutos después paró frente a la casa de Jordan. Estaba tan preocupada
tratando de localizar su furgoneta que no vio el cartel en la verja hasta que estuvo
casi encima. Sintió que el corazón se le paraba.
El anuncio decía: «Se vende».
Saltó del coche y corrió hacia la puerta. No recibió respuesta al golpear con los
nudillos. No estaba en casa.
Luchando con la desesperación que le atenazaba la garganta se metió en el
coche y volvió a su casa. Quizá había un error, se dijo a sí misma. Quizá hubiera una
explicación. Bob Jefferies, el abogado que se había hecho cargo de los asuntos de
Jordan durante el año pasado tendría que saber qué estaba pasando.
Antes de quitarse el abrigo Lisa buscó el número del abogado y le llamó. Su
secretaria debió detectar el miedo en su voz, porque la mujer la pasó a su jefe
enseguida.
—Señora Patterson, ¿qué puedo hacer por usted?
—Tengo que hablar con Jordan Callahan.
—Lo siento. Eso es imposible en este momento.
—¿No sabe dónde está?
—Me temo que no puedo decírselo.
—¿Está fuera de la ciudad? —insistió Lisa.
El abogado dudó.
—Me temo…
—¿Sería posible hacerle llegar un mensaje?
—Es posible que no se ponga en contacto conmigo hasta después de Navidad.
Lisa sintió que el alma se le caía a los pies.

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—Si llama, ¿podría decirle que necesito hablar con él? —dijo en un hilo de voz.
—Lo haré.
Cuando colgó, el corazón le latía tan fuerte en las sienes que casi no podía
pensar. Había topado con un muro, pero no pensaba rendirse.
¿Quién más podría saber el paradero de Jordan? de pronto se acordó de la
conversación que había tenido con Thelma. La mujer le había reprochado que
hubiera desaparecido sin decir nada. Jordan había tenido que prometerla que no
volvería a hacerlo otra vez.
Thelma comunicaba, y Lisa todavía no se había quitado el abrigo.
Sin pensarlo dos veces volvió al coche y condujo a la ciudad.
Era casi hora de cerrar y ya no había clientes en la tienda cuando llegó. Thelma,
que estaba a punto de cerrar y marcharse, levantó la vista impaciente al oír el timbre
de la puerta. Pero su expresión se suavizó al ver a Lisa.
—Tenía la sensación de que te vería pronto —le dijo encendiendo las luces de la
trastienda—. Por cierto, tienes un aspecto horrible.
—Gracias, es lo que necesitaba.
—Probablemente te lo mereces si eres tan tonta como para echar a Jordan
Callahan.
Lisa parpadeó. Thelma nunca había utilizado ese tono de profesora de colegio
con ella.
—¿Qué te hace pensar que le he echado? ¿Sabes dónde está?
Lisa la siguió detrás de la caja registradora.
—Ese hombre está enamorado de ti. ¿Por que se habría marchado de la ciudad
si tú no le hubieses echado?
Lisa se dejó caer sobre una silla.
—¿Estás de su parte o de la mía?
—No tomo partido. Sólo quiero que los dos seáis felices.
—Ya lo sé. Oh, Thelma, lo he estropeado todo.
—¿Quieres hablar de ello?
—¿Qué es lo que sabes?
—Lo único que sé es que Jordan dijo que no podía soportar más vivir en su casa
y que se iba a Virginia a buscar trabajo. Pero no me dijo más. Eso sí, parecía como si
alguien le hubiera pasado por encima con una apisonadora.
Lisa dejó caer la cabeza. Ya no quedaba la esperanza de que el anuncio de venta
fuera un error.
Thelma fue a la trastienda y salió con una copa de coñac.
—Es algo fuerte para esta hora del día, pero te vendrá bien.
—Gracias.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—Cuéntame qué ha pasado.


Lisa tomó un sorbo y empezó a contar su triste historia. Thelma no la
interrumpió. Al final, la buena mujer estaba sinceramente impresionada.
—Oh, querida, no tenía ni idea. Lo siento tanto. No me imaginaba que Jordan y
tú estuvierais pasándolo tan mal.
Su tono reconfortante le hacía muy difícil a Lisa contener las lágrimas.
—Me temo que todo va a ser como después del funeral… pero esta vez no
volverá.
Lisa sollozó desesperadamente.
Thelma sacó dos pañuelos de papel y le pasó el paquete a Lisa.
Las dos mujeres se restregaron los ojos.
—No creo que sea como la última vez —le aseguró Thelma—. Descubrir todo el
pastel después del accidente de avión debió ser muy duro para él.
—Y cuando por fin se dio cuenta de que tenía que contármelo, yo le rechazo —
dijo Lisa entre sollozos.
—No seas tan dura contigo misma. Estabas muy afectada. Él también se dará
cuenta de eso en cuanto pase un poco de tiempo.
—Su abogado no quiere decirme dónde está ni cuándo volverá. Creo que
enloqueceré esperándole sentada.
—Entonces no lo hagas. Puedes pasar las vacaciones en mi casa de la costa.
—¿Y si Jordan vuelve?
—Le diré dónde estás, y puedes dejar un mensaje al abogado también, si así te
sientes mejor.
Lisa consideró la oferta. No quería marcharse, pero por otro lado sabía lo duro
que sería quedarse. Y Jordan probablemente no estaría de vuelta hasta pasadas las
Navidades.
Al final, Lisa se dejó convencer para coger la llave y la dirección de Thelma.
—No tiene pérdida. Está muy cerca del parque natural del estado…

A la mañana siguiente Lisa hizo la maleta y escribió una nota a Jordan por si iba
al Nido del Águila. Luego metió a la irritada Samantha en una cesta y se puso en
camino.
En esa época del año la carretera hacia la playa estaba casi desierta. Cuando
Lisa cruzó el puente de la bahía miró al agua. Estaba de un color gris oscuro, perfecto
reflejo de su estado de ánimo.
La casita de Thelma estaba junto al mar y alejada del pueblo más próximo. Lisa
no había estado allí desde hacía tiempo. Abrió la puerta y metió su ligero equipaje.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Después paseó por la casa y no pudo dejar de sonreír. Thelma había decorado el
lugar con los mejores artículos de su tienda, y no había olvidado poner aquí y allá
algunos de los muñecos de Lisa. Samantha pareció reconocer el trabajo de su ama y
después de recorrer toda la casa se tumbó junto a un oso azul y blanco.
Lisa emprendió la tarea de acomodarse. Finalmente la última toalla estuvo en
su sitio y la última lata de comida en su armario. Inquieta, se enfundó en un grueso
jersey y un impermeable y salió a dar un paseo.
Era media tarde y el cielo estaba cubierto. No había nadie en la playa y después
de unos minutos supo por qué. El frío viento que venía del mar la hizo meterse las
manos en los bolsillos. Por un momento pensó en volverse. Luego se inclinó y siguió
adelante. Luchando contra las fuerzas de la naturaleza se sentía mejor. No sabía si
aquel masoquismo era bueno pero al menos liberaba adrenalina.
Finalmente el viento helado empezó a penetrar a través de sus ropas. Se dio la
vuelta y la ventisca azotó su cara. Haciendo visera con la mano miró hacia donde se
suponía que estaba la casa. Con la cabeza agachada y mirando al suelo había
caminado más de lo que creía, e iba a ser un largo camino de vuelta.
Cerca de la casa de Thelma pudo ver otra figura encorvada por el viento.
Fugazmente Lisa se preguntó qué otro loco estaría fuera con ese tiempo. Luego la
siguiente ráfaga de viento la hizo concentrarse en su camino. La tormenta había
arrojado un tronco sobre la arena y Lisa se detuvo antes de rodearlo. El viento seguía
empujándola por detrás.
—¿Necesita ayuda, señorita?
—¡Jordan!
La impresión de verle casi la hizo tropezar, pero su fuerte brazo la sujetó del
codo.
Lisa le miró a la cara pero su expresión era indescifrable.
—¿Qué haces aquí?
El viento se llevó sus palabras hacia el mar.
—Hace demasiado frío aquí para hablar de eso.
Lisa asintió. Tenía razón, pero la necesidad de saber qué pensaba era casi
dolorosa. Deseaba poder cogerle de la mano, pero él las tenia en los bolsillos. Sin
esperar a ver si ella le seguía, Jordan se dio la vuelta y se dirigió a grandes zancadas
hacia la casa.
—Espera —dijo Lisa al ver que no podía seguir su paso.
—Lo siento.
Jordan redujo la marcha, pero cuando llegaron a la puerta Lisa estaba jadeando.
Mientras ella abría la puerta Jordan cogió una pila de maderos de los apilados
en el porche.
Desde un rincón del vestíbulo Samantha fijó los ojos en la puerta con los
músculos en tensión, dispuesta a saltar. Pero al ver que los intrusos eran conocidos
bostezó y cerró los ojos.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—Nada que temer —le dijo Lisa suavemente.


—¿Qué has dicho? —preguntó Jordan sin comprender.
—Nada, nada.
Él se quitó el abrigo y Lisa se fijó en la fuerte línea de su espalda mientras se
inclinaba a preparar un fuego. Luego no pudo resistir más.
—Jordan, ¿por qué has venido aquí si no vas a hablar conmigo?
Él no se volvió y Lisa supo que era quien debía empezar.
—Cuando Bob Jefferies no me dijo dónde habías ido me sentí como el año
pasado. Pero peor. Creí que no volverías.
—Lisa, no podía estar lejos de ti. Cuando volví a Annápolis y no estabas allí no
supe qué hacer.
Lisa no supo quién se movió primero, pero de pronto el espacio entre ellos se
había disipado. Ella gimió al abrazarle. Entonces Jordan la sujetó tan fuerte que Lisa
casi no podía respirar.
—Si vuelves a intentar echarme de tu lado, tendré que hacerte comprender que
tú y yo nos pertenecemos el uno al otro.
La voz de Jordan estaba ronca de emoción.
Las lágrimas la ahogaban, pero tenía que hacerle entender lo que sus palabras,
lo que su fuerte brazo, significaban para ella. Y tenía que explicarle por qué había
sido tan injusta con él.
—Oh, Jordan, lo sé. Sólo que no fui capaz de asimilar el golpe de lo de Ted y
Sandy.
—Lo asumiste mucho mejor que yo. Yo traté de huir de ello.
Lisa le acarició la espalda, tratando de hacerle comprender lo que sentía por él.
—Yo le hubiera ayudado a superar el dolor.
—Dios me ayude, Lisa. Sé que lo hubieras hecho. Hace un año pensé en
encontrar consuelo en tus brazos. Pero entonces no estaba seguro de mis motivos… si
sólo estaba tratando de vengarme de Ted o qué pasaba. Por eso tuve que irme de la
ciudad.
Jordan tomó aliento.
—Bueno, por fin he dicho lo más difícil.
Ella le abrazó más fuerte, comprendiendo lo difícil que debía haber sido para él
revelarle aquello. La confesión le hacía amarle aún más.
—Hace un año los dos estábamos demasiado confundidos. Si nos hubiéramos
vuelto el uno hacia el otro nos habríamos sentido culpables. Creo que necesitábamos
tiempo para saber lo que significábamos el uno para el otro… aunque reconozco que
yo he tardado algo más que tú.
Lisa le miró fijamente.
—Te amo, Jordan Callahan… más de lo que he amado a nadie en mi vida.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—Te amo, Lisa —murmuró él antes de besarla.


Algo inesperado ocurrió cuando sus bocas se encontraron. Fue como si la
última barrera entre ellos hubiera caído. Ambos lo sintieron sin necesidad de
palabras.
Lisa sonrió contra sus labios.
—Te amo —repitió en un susurro.
Permanecieron cara a cara en la débil luz de la sala de estar, besándose y
acariciándose con dulzura, resueltos a alargar el placer del reencuentro.
Una peligrosa sonrisa curvó los labios de Lisa mientras le cogía la mano y le
conducía hacia la escalera.
Él creyó que le llevaba al dormitorio. En vez de eso, cuando Lisa subió el primer
escalón se volvió hacia él y le echó los brazos al cuello.
—Jordan, hazme el amor aquí mismo… como casi hicimos la noche de la
tormenta —le susurró pegándose a su cuerpo.
Él deslizó las manos bajo su jersey. Como la noche de la tormenta, no llevaba
nada debajo.
Sus pezones estaban ya duros cuando los acarició. Lisa gimió al sentir una
ardiente oleada de deseo recorrer su cuerpo.
—Desde esa noche… hacer el amor contigo así ha sido una de mis fantasías —le
confesó sin aliento.
Jordan rio roncamente.
—Te daré ese gusto si tú me das a mí otro.
Lisa tembló de anticipación cuando Jordan le cogió una mano y se la llevó a los
labios.
—¿Te acuerdas de la primera noche en tu taller? —murmuró Jordan.
Luego, como esa noche, besó la palma de su mano. Lisa tembló recordando la
primera vez que le hizo eso. Esa noche se había asustado de su reacción. Ahora no
podía luchar contra el deseo de volver a tocarle… y mucho más íntimamente.
Mientras él mordisqueaba su palma. Lisa deslizó una mano hacia la parte baja de su
estómago.
Él tomó aliento y se puso rígido.
—No respondo de mí si no dejas de hacer travesuras.
—¿No quieres? —le dijo ella en voz baja.
—Todavía no.
Mientras hablaba la cogió por los hombros y la dio la vuelta. Despacio, la sacó
el jersey por encima de la cabeza.
Cuando empezó a besarla a lo largo de la espina dorsal Lisa se agarró a la
baranda buscando apoyo.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Había tenido mucho frío en la playa. Pero al sentir las manos de Jordan en su
cuerpo y su húmeda boca en su cuello se sentía ardiendo.
—Jordan, por favor. Déjame darme la vuelta.
—No hasta que no puedas soportarlo más.
Sus manos recorrían sus costados, cada vez más cerca de sus senos. La
excitación era insoportable. Cuando finalmente los alcanzó Lisa gimió. Y cuando sus
pulgares presionaron sus pezones se apoyó contra él.
Las palabras que Jordan pronunciaba a su oído aumentaban su desesperación.
Lo único que hacía la tortura soportable era que sabía que él estaba tan excitado
como ella.
En una agonía de deseo. Lisa volvió la cabeza y le besó en la mejilla.
La mano de Jordan temblaba al trazar el borde de sus vaqueros. Luego, con un
movimiento rápido, le bajó la cremallera y le sacó los pantalones.
Lisa no pudo contener un pequeño sollozo al sentir su mano en el húmedo
corazón de su feminidad.
Era obvio que él tampoco podía contenerse ni un momento más. Cuando ella se
volvió Jordan no se lo impidió.
—Creo que he olvidado algo importante —dijo él con voz ronca—. Todavía
estoy vestido.
—Eso tiene fácil arreglo.
Lisa le bajó los pantalones mientras él se sacaba la camisa por encima de la
cabeza.
—¡Ahora! —susurró Lisa tomando la iniciativa para guiarle hacia su interior.
Entonces todo pensamiento racional se desvaneció cuando Jordan empezó a
moverse dentro de ella. Juntos hicieron que la pasión creciese hasta límites increíbles
y de pronto, Lisa pudo sentir que de nuevo habían alcanzado el éxtasis.
Durante largos momentos Jordan la sostuvo como si nunca fuera a soltarla.
Luego, suavemente, le retiró un mechón de pelo de la frente.
—Ha sido mejor que cualquier fantasía —murmuró ella.
—Para mí también.
Lisa suspiró.
—Sólo hay un problema.
—¿Cuál?
—Encontrar una forma de relajarse de pie, ¿Qué tal si subimos a la cama?
—Buena idea.
En la habitación Jordan apartó las mantas y ambos se metieron en la cama. Lisa
se apretó contra él.
—Hay tantas cosas que quiero decirte, que no sé por dónde empezar —dijo él.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—Yo siento lo mismo. Aquella primera mañana quería decirte lo buen amante
que eres. Pero habértelo dicho hubiera significado admitir los problemas en mi
matrimonio.
—Estaba a punto de decirte que cada vez que sacabas alguna cualidad de Sandy
yo dudaba entre preservar tus ilusiones y revelarte la auténtica escoria que había
debajo.
Jordan suspiró.
—Supongo que eso tampoco es justo. Ella era una buena persona. Sólo que no
era capaz de decidir si me quería a mí o a Ted.
—¿Hubo algo entre ellos antes de que os casarais?
—Sí.
Jordan dudó.
—Y yo la obligué a elegir entre los dos… justo antes de que tú conocieras a Ted.
—Entonces por eso fue por lo que él me metió tanta prisa. Y yo era joven, y no
me costaba nada tomar decisiones. Pero luego, cuando me di cuenta de que nuestro
matrimonio no marchaba no podía admitir que había sido una imprudencia haber
dicho que sí tan rápido.
—No eres una cobarde. Esa es una de las cosas que más admiro en ti.
—Pero no tuve el sentido suficiente para adivinar que mi marido se había
casado conmigo de rebote.
—Lisa, no fue exactamente así. Él te quería. Pero más tarde no pudo resistir la
tentación de probarse a sí mismo que podía tener lo que había perdido una vez.
Ambos permanecieron en silencio durante unos momentos.
—Has pasado mucho tiempo pensando en todo esto, ¿no? —murmuró Lisa
finalmente.
—Eso era en todo lo que pensaba en los meses tras el accidente… antes de que
empezara a pensar en ti.
—Me alegro de que lo hicieras.
Lisa le cogió la cara entre las manos y le besó largamente.
—¿Te acuerdas del primer día que llegaste a mi casa y te grité cuando te
encontré mirando en el escritorio de Sandy?
—Sí.
—Después de Chicago miré en sus cajones y encontré su diario. Nunca lo había
leído antes, pero como estaba muerta pensé que ya no importaba. Pero había muchas
líneas sobre Ted y ella.
—Oh, Jordan, debió ser terrible para ti.
Él asintió.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

—Desee no haberlas leído. Después no pude dejar de registrar la casa de arriba


abajo para encontrar más evidencias. Yo revolví su escritorio; Y no quería explicarte
por qué.
Ella le apretó una mano.
—Comprendo. Gracias por decírmelo.
—Ya no va a haber más secretos entre nosotros —dijo Jordan.
—De acuerdo.
—¿Cuándo será la boda? —preguntó Jordan.
—No cancelé la primera fecha. Todavía será la segunda semana de enero.
—Bien.
—Tengo que hacerte una pregunta. ¿Qué te parecería formar una familia? —
inquirió Lisa con una sonrisa esperanzada.
—Me encantaría.
—Siempre quise tener un hijo. Quizá porque algo faltaba en mi vida. Ahora es
diferente. Tener un hijo tuyo sólo fortalecerá el amor que siento por ti.
Jordan la abrazó con fuerza.
—Yo siempre he querido una familia. Significa mucho para mí que tú pienses lo
mismo.
—Y una última pregunta… ¿dónde vamos a criar a nuestros hijos? —preguntó
Lisa.
—¿Te importaría que no fuese ni en mi casa ni en la tuya?
—Pero has pasado tanto tiempo arreglando la tuya…
—Me he dado cuenta de que no podría vivir allí con todos los recuerdos.
—Supongo que tienes razón —convino Lisa—. Seremos más felices en un lugar
sólo nuestro.
—Yo seré feliz mientras tenga un lugar en tu corazón —le aseguró Jordan.
—Es tuyo por completo.
Unos minutos después volvieron a temas prácticos.
—Por cierto —dijo Lisa—, dentro de dos días es Navidad. ¿Quieres pasarlas
aquí o volvemos a mi casa?
—Decididamente aquí. Esta cama es realmente magnífica.
Lisa rio.
—Yo he traído tus regalos —dijo Jordan.
—¿Sí? Yo no tengo nada para ti aquí.
—Oh, sí lo tienes —la corrigió él con una traviesa sonrisa—. Cuando paré en tu
casa de camino aquí, vi unos paquetes con mi nombre sobre la mesa del vestíbulo.

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Amanda Lee – Un lugar en tu corazón

Me pareció muy triste dejarlos en Annápolis cuando yo iba a ir a la playa. Así que me
los traje.
—Estabas más seguro de mí de lo que demostrabas, ¿no?
—No. Sólo estaba seguro de lo que sentía por ti… de lo que siempre sentiré por
ti.
—Te amo, Jordan Callahan.
Lisa le besó de nuevo, resuelta a mostrarle que su amor era tan duradero como
el suyo.

Fin

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