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Santiago de Cali, 23 de abril de 2018

Andrea Ágredo Ordóñez

Protocolo de la sesión 18 de abril de 2018

Participantes: María Cristina Sánchez, Andrea Ágredo, Juan David Jaramillo, Valentina Erazo,
Adriana Córdoba, Alejandro Montoya, María Camila Arteaga, Ana Revelo, Valeria Vélez,
Brandon Tascón y Andrés Sánchez Burbano.

Relatora: Laura Unás Betancourt

El presente protocolo pretende dar cuenta de las ideas más relevantes de la sesión 18
de abril del presente año. Esta sesión estuvo dividida en dos momentos, a saber, la
exposición de la estudiante Laura Unás Betancourt, a quien le correspondía los capítulos X y
XI de ‘Psicopatología de la vida cotidiana’ (a) y la discusión que se estableció a partir de tres
preguntas expuestas por la relatora (b). Dicho lo anterior, este protocolo procede de la
siguiente manera: primero, establece, a grandes rasgos, los puntos principales de la
exposición de la relatora; segundo, plantea tres preguntas como base de la discusión y los
comentarios al respecto; tercero, pero no menos importante, se concluye con una pregunta
que habría quedado abierta y que, a su vez, permite dar inicio a una nueva discusión.

Para empezar, la relatora afirma que los detalles más insignificantes de la estructura
anímica, como lo son las operaciones fallidas, no escapan de ser sometidos a examen
analítico, de ahí que el objetivo de ambos capítulos sea realizar una indagación psicoanalítica
de tales. Con respecto al capítulo X, a diferencia del olvido1, los errores de memoria poseen
un material psíquico histórico susceptible de ser corroborado o falseado por otro, de tal
manera que les es propio no ser discernido como tal, sino que recibe creencia. «Hablamos de
«errar», y no de «recordar falsamente», toda vez que en el material psíquico por reproducir
se debe destacar el carácter de la realidad objetiva […]» (Freud, 2001, p. 212).

Freud (2001), al aceptar de sí cometer errores y no por ignorancia2, afirma que el


mecanismo responsable para tales casos radica en una represión oculta. Esta represión es

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Cabe agregar que no existe el olvido en Freud si este se entiende como desaparición. El olvido es deformación.
2
Unás (2018) afirma que en su libro ‘La interpretación de los sueños’, Freud admite cometer tres errores: la
confusión del lugar en el que nació Schiller (i), el intercambio de nombres (ii) y el anticipo de una generación del

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una desfiguración que se basa en un contenido reprimido. Lo mismo sucede cuando este le
pregunta a sus amigos acerca de datos que este consideraba saber a ciencia cierta: el
recuerdo es infiel en el marco de la desfiguración del mismo. Para la relatora, resulta
importante preguntar de qué manera opera la economía anímica en estos casos, pues se
parece sugerir, en los planteamientos freudianos, la existencia de duplicidad de voluntades
[inconsciente y consciente] opuestas entre sí configurando lo psíquico de cada individuo
(Unás, 2018). Esta pregunta se responde más adelante.

Los seres humanos, debido a lo anterior, tienden a la sinceridad con altos niveles de
insistencia de lo que se considera, porque el material psíquico se reprime en el inconsciente
por un influjo perturbador que lo hace querer luchar con exteriorizarse, de ahí que el error,
en tanto mecanismo, se descubra con la falsedad. Sin embargo, la relatora afirma que si bien
el error sólo se da por medio del lenguaje, resulta complicado discernir sí es un error;
problema de habla o escritura; contenido perturbador o leyes de semejanza. Por tanto, «los
errores […] se constituyen como un mecanismo a través del cual el aparato anímico pretende
satisfacer un deseo débilmente sofocado o al que supuestamente se ha renunciado» (Unás,
2018, p. 2). Los errores pueden entenderse, en suma, como errores de juicio cometidos tanto
en la vida cotidiana como en la ciencia, ya que la realidad no escapa de ser deformada por el
aparato anímico de quien percibe.

Por otro lado, Freud (1991), en el capítulo XI, afirma que así quiera realizarse una
cierta acción, pueden existir resistencias interiores que intenten evitarla. Lo anterior, opera
como un mecanismo, difícil de quebrantar, a través del cual el inconsciente no permite que
un designio se ejecute. La acción fallida, en estos términos, es una expresión de voluntad
interna que busca alcanzar un fin para dar satisfacción a los deseos reprimidos. Finalmente,
Freud (1991) agrega que la «tendencia perturbadora del inconsciente» pueda escapar de la
voluntad consciente, lo que sugiere, a fin de cuentas, una tensión entre la voluntad
consciente y aquella que se mueve en el inconsciente.

Luego de su exposición, la relatora abre la discusión con tres preguntas, basadas en la


naturaleza, los mecanismos, configuración del aparato psíquico (a) y la pertinencia de la obra

crimen que habría cometido Cronos en contra de su padre que, a fin de cuentas, le habría imputado Freud a
Zeus (iii).

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de Freud (b). Las preguntas, en esta exposición, son: en primer lugar, ¿cuál es la noción
freudiana de intencionalidad que parece subyacer en el aparato psíquico? Y si ha de existir,
¿qué fuerzas psíquicas se le pueden atribuir? En segundo lugar, y con respecto a la primera,
¿cuál es la relación que sostiene la voluntad consciente e inconsciente? En tercer lugar,
¿cuáles son los límites del método psicoanalítico? (Unás, 2018). Estas preguntas no se
responden en el orden que han sido planteadas en este párrafo, sino que la segunda permite
que la primera pueda responderse, de ahí que este protocolo quiera mantener tal orden.

Por una parte, se hace una revisión en la historia de las ideas para dar cuenta del
concepto de voluntad, en específico, a partir de la obra de Descartes, Schopenhauer y
Nietzsche. El primer moderno en hablar del error es Descartes, pues este no se debe a las
facultades del entendimiento, porque ellas, al ser propiamente lógicas, no permiten
equivocarnos e incluso nos arrojan datos veraces del mundo. El error, entonces, reside en
una capacidad de decisión ajena, en tomar partida de algo: el error habita en la voluntad de
cada individuo. El filósofo francés lo describe de la siguiente manera:

Sólo la voluntad o libertad de arbitrio siento ser en mí tan grande, que no


concibo la idea de ninguna otra que sea mayor: de manera que ella es la que,
principalmente, me hace saber que guardo con Dios cierta relación de imagen
y semejanza. Pues […] consiste sólo en que, al afirmar o negar, y al pretender
o evitar las cosas que el entendimiento nos propone, obramos de manera que
no nos sentimos constreñidos por ninguna fuerza exterior. Ya que, para ser
libre […] ocurre más bien que, cuanto más propenso a uno de ellos —sea
porque conozco con certeza que en él están el bien y la verdad, sea porque
Dios dispone así el interior de mi pensamiento— tanto más libremente lo
escojo (Descartes, 1977, p. 32).

El origen de voluntad no está asociado de manera precisa a la decisión, sino a la


apariencia de la forma en los objetos. La palabra volitivo, voluptuosidad y voluntad son
cercanas, de tal manera que esta última es una tendencia espontánea al actuar.
Schopenhauer, por su parte, considera la voluntad como instinto, lo desiderativo. Esta no es
una cualidad moral, sino una fuerza espontánea que habita al mundo: es una fuerza anímica
que activa la libertad real. Lo mismo sucede con Freud, pues si desde la perspectiva
schopenhauerianna la voluntad es una suerte de motor del mundo, Freud la considera de
igual manera. En el siglo XIX, Nietzsche habla acerca de la voluntad. Su definición se divide en
cuatro premisas: la voluntad nietzscheana es voluntad de poder (i) que consiste en superar la

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existencia en la existencia misma (ii), pues se da en el hacerse grande en lo que contingente
(iii) que, incluso, está articulada con la antítesis que se mantiene entre lo apolíneo y lo
dionisíaco (iv). Cabe agregar que esta última definición cobra profundidad e importancia por
la concepción de apariencia.

Debido al rastreo que se hace del concepto de voluntad, se discute el término de


intencionalidad. Para ello, se concluye que el error freudiano no es otra cosa que uno de los
eslabones en la cadena del sujeto deseante. No existe el error per se, sino un contenido
deformado con material intencional. Con respecto a la intencionalidad, se entiende una
relación de Freud con el propio Husserl. El concepto de mundo de la vida se articula en la
trama intencional: la trama en la que yo configuro de mundo, ya que el mundo de la vida es
en lo que puede crear significancia para mí. Tensio, noción en latín para considerar la
intención, es un estado del objeto en el que se construye un camino, de ahí que venga la
palabra tendencia o tender. Tender es rigidez: la manera en el que las cosas se disponen de
forma rígida y templada. Por consiguiente, intencional es, en términos husserlianos, la
manifestación de una tendencia operante per se. Toda conciencia es intencional, porque es
conciencia de algo. En la inconsciencia, cabe agregar, también hay intencionalidad. La
intención equivale a una tendencia en el panorama deseante.

Por último, al querer responderse qué tipo de lenguaje hacía referencia Freud en el
método psicoanalítico, se establece que los límites del psicoanálisis radican en la palabra. Hay
límites de la interpretación en el psicoanálisis, no porque falten herramientas, sino que se
reduce a preocupaciones muy explícitas del psicoanalista. Dichas preocupaciones se remiten
a la palabra y no al comportamiento en términos fácticos. En tanto que el material con el que
se trabaja es la palabra, no podemos remitirnos, por tanto, a imágenes o dibujos con
contenido para una terapia. El psicoanálisis no quiere exactitud ni veracidad, sino una
comprensión de la naturaleza de los pensamientos humanos, pues de ello es lo que nutre la
reflexión sobre las acciones humanas. El psicoanálisis se interesa, de alguna manera, por lo
que pasa con la vida anímica.

Para finalizar la sesión, se pregunta acerca del tipo de relación que sostiene la
voluntad inconsciente y consciente – esto con referencia a la segunda pregunta-. Se
entiende, para empezar, como una relación de conjunción en tensión que aparece en un

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estado de latencia. Con respecto a esta idea, se cuestiona por la compulsión y los efectos de
la misma en la voluntad tanto inconsciente y consciente, pues, de entrada, se entiende que
no están separadas. En otras palabras, si bien la compulsión es una acción resultante de la
tensión que existe entre el deseo primitivo y estimulo externo, en la vida anímica habita
tensiones y contradicciones que no es descabellado suponer que algunas alternativas
anímicas mentales ocurren en el interior de la vida humana. Hay eventos, en este sentido, en
los que la compulsión se da en la vida anímica. Si esto es así, ¿puede decirse que la relación
entre voluntad consciente e inconsciente se refleja en el acto compulsivo? Esta pregunta
quedó abierta y puede intentar responderse de entrada para efectos de una nueva sesión. En
general, se respondió a las tres cuestiones base de la sesión pasada, lo que permite dar mejor
comprensión para nuevos temas que, en la empresa freudiana, siempre se conectan.

Referencias

Descartes. R. (1977). Meditaciones metafísicas. Madrid, España: Ediciones Alfaguara.

Freud, S. (1991). Psicopatología de la vida cotidiana. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu


editores S.A.

Unás, L. (2018). Psicopatología de la vida cotidiana: capítulos X y XI. Cali, Colombia.

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