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Este es un hombre que vive en plena etapa modernizadora, influenciado por el aperturismo
liberal del Renacimiento italiano y el reformismo de los Países Bajos. En el ámbito intelectual
le llegan los ecos de Boscán, Erasmo, Garcilaso y su mirada a Petrarca, tan presente en la
vocación humanista de recuperar para Italia la grandeza del imperio romano. Un camino ya
madurado por Tiziano, cuya presencia ante el emperador estuvo auspiciada por su hermana
María, gran mecenas y quizás la mente más valiosa de la familia.
El César a caballo
Tiziano combina aquí una doble propaganda política: el ideal caballeresco, que se puso de
moda en el Otoño de la Edad Media, en los siglos XIV y XV, con la idea del César Imperial
romano, recogida en la estatua ecuestre del Marco Aurelio Capitolino.
El rostro, serio e impasible, nos traslada la imagen del poder; distante, invicto, señor de
medio mundo.
Carlos en Yuste
Pero aquí vemos otro Carlos V, parece preparado para dejar el poder. Trasmite a la
perfección el fin de su época. Tiziano pintó el anterior retrato, símbolo del poder,
prácticamente al mismo tiempo que éste, que no puede ocultar la decadencia del mismo.
Carlos V está sentado en un sillón, viejo, cansado; sus piernas están hinchadas por la gota.
Vuelve a vestir como un elegante civil, pero ha dejado la alegre vestimenta de cortesano.
Vestido de negro, con alzacuellos, abrigo y guantes, protegiéndose del frío del monasterio,
como se protege del frío emocional que le provocan las múltiples cargas imperiales.
Alineada con su pierna izquierda, vemos una especie de vara que dista mucho de ser una
espada; es un bastón que le ayuda a mover su cansado cuerpo.
Carlos V en Yuste
En un rincón, apoyado junto a una esquina que deja a su espalda un pálido paisaje, rendido
ante la evidente derrota del sueño de construir un imperio cosmopolita y abierto al mundo.
Todo en este cuadro hace presagiar lo que siete años más tarde sucedió. El último
emperador coronado del Sacro Imperio Germánico abdicó, dejando el Imperio a su hermano
Fernando, y los reinos a su hijo Felipe II, “El Prudente”.