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Unidad 2: Pensamiento, lenguaje, educación.

Paulo Freire, Pedagogía de la esperanza. Un reencuentro con la Pedagogía del oprimido. México,
D. F., Siglo XXI editores, s.a. de c.v., 4ta ed. 1999.

(Fragmentos)

“En una sala, participantes del grupo, negros y puertorriqueños. La educadora apoya en el brazo de una silla
una foto artística de una calle, la misma en una de cuyas casas nos encontrábamos y en cuya esquina había
casi una montaña de basura.

- ¿Qué vemos en esta foto?- preguntó la educadora.

Hubo un silencio como siempre hay, no importa dónde, cuándo hagamos la pregunta. Después, enfático, uno
de ellos dijo con falsa seguridad:

- Vemos una calle de América Latina.



- Pero- dijo la educadora- hay anuncios en inglés…

Otro silencio cortado por otra tentativa de ocultar la verdad que dolía, que hería, que lastimaba.

- O es una calle de América Latina y nosotros fuimos allá y les enseñamos inglés, o puede ser una
calle de África.
- ¿Por qué no de Nueva York?- preguntó la educadora.
- Porque somos los Estados Unidos y no podemos tener eso ahí- y con el dedo señalaba la foto.

Después de un silencio más prolongado otro habló y dijo con dificultad y dolor pero como si se quitase de
encima un gran peso:

- Tenemos que reconocer que ésa es nuestra calle. Aquí vivimos.

Al recordar ahora aquella sesión, tan parecida a otras en que participé, al recordar cómo los educandos se
defendían en el análisis, en la “lectura” de la codificación (foto), procurando ocultar la verdad, vuelvo a oír lo
que antes había oído de Erich Fromm en Cuernavaca, en México. “una práctica educativa así […] es una
especie de psicoanálisis histórico, socio-cultural y político”…

Dos noches antes había asistido a otra reunión, con otro grupo también de puertorriqueños y negros en que la
discusión giró en torno a otra foto excelente. Era un montaje que representaba Nueva York en corte. Había
seis planos o más relativos a las condiciones económicas y sociales de las diferentes zonas de la ciudad.

Después de entendida la foto, la educadora preguntó al grupo en qué planto se situaban ellos. En un análisis
realista, el grupo posiblemente ocuparía la penúltima posición indicada en la foto.

Hubo silencios, susurros, cambios de opinión. Finalmente vino la manifestación del grupo. Su lugar era el
tercer nivel empezando desde arriba…

De regreso al hotel, silencioso, al lado de la educadora que manejaba su carro, continuaba pensando en las
reuniones, en la necesidad fundamental que tienen los individuos expuestos a situaciones semejantes mientras
no se asumen a sí mismos como individuos y como clase, mientras no se comprometen, mientras no luchan,
de negar la verdad que los humilla. Que los humilla precisamente porque introyectan la ideología dominante
que los perfila como incompetentes y culpables, autores de sus fracasos cuya razón de ser se encuentra en
cambio en la perversidad del sistema […] el “miedo a la libertad” marcaba las reacciones en las reuniones. La
fuga de lo real, la tentativa de domesticarlo mediante el ocultamiento de la verdad.

Ahora mismo, recordando hechos y reacciones ocurridos hace tanto tiempo, me viene a la memoria algo muy
parecido a ellos en que también participé. Una vez más la expresión de la ideología dominante, la expresión
del opresor, “habitando” y dominando el cuerpo semivencido del oprimido.

Estábamos en pleno proceso electoral en 1982. Luis Inácio Lula da Silva, Lula, era el candidato del Partido de
los Trabajadores y yo participé, como militante del partido, en algunas reuniones en áreas periféricas de la
ciudad…en una de esas reuniones un obrero de unos 40 años habló para criticar a Lula y oponerse a su
candidatura. Su argumento central era que no podía votar por alguien igual a él. “Lula- decía el obrero
convencido-, igual que yo, no sabe hablar. No tiene el portugués que se precisa para ser gobierno. Lula no
tiene estudios. No tiene lecturas. Y hay más, si gana qué va a ser de nosotros, qué vergüenza para todos
nosotros si la reina de Inglaterra viene aquí de nuevo. La mujer de Lula no está en condiciones de recibir a la
reina. No puede ser primera dama.”

En Nueva york el discurso ocultador, buscando otra geografía dónde poner la basura que subrayaba la
discriminación padecida por los discriminados, era un discurso de autonegación, así como de autonegación de
su clase era el discurso del obrero que negaba ver en Lula, por ser éste obrero también, una contestación al
mundo que lo negaba.”

(p. 52-54)

“Entre las responsabilidades que me propone escribir, hay una que siempre asumo. La de –viviendo ya
mientras escribo la coherencia entre lo que va escribiéndose y lo dicho, lo hecho, lo haciéndose- intensificar la
necesidad de esa coherencia a lo largo de la existencia… hablar un poco del lenguaje de cuño machista con
que escribí la Pedagogía del oprimido y antes La educación como práctica de la libertad, me parece no sólo
importante sino necesario…

Un lenguaje machista, y por lo tanto discriminatorio, en el que no había lugar para las mujeres. Por ejemplo:
“De esta manera, profundizando la toma de conciencia de la situación, los hombre se ‘apropian’ de ella como
realidad histórica y, como tal capaz de ser transformada por ellos”. Y me preguntaban: “¿Por qué no las
mujeres también?”

Condicionado por la ideología reaccioné. Y es importante destacar que, estando a fines de 1970 y comienzos
de 1971, yo ya había vivido intensamente la experiencia de la lucha política, ya tenía cinco o seis años de
exilio, ya había leído un mundo de obras serias, y sin embargo, al leer las primeras críticas que me llegaban
todavía me dije o me repetí lo que me habían enseñado en mi infancia: “Pero cuando digo hombre, la mujer
necesariamente está incluida.” En cierto momento de mis tentativas, puramente ideológicas, de justificar ante
mí mismo el lenguaje machista que usaba, percibí la mentira o la ocultación de la verdad que había en la
afirmación: “cuando digo hombre la mujer está incluida”. ¿Y por qué los hombres no se sienten incluidos
cuando decimos: “Las mujeres están decididas a cambiar el mundo”? Ningún hombre se sentiría incluido en
el discurso de ningún orador ni en el texto de ningún autor que dijera: “Las mujeres están decididas a cambiar
el mundo”. Del mismo modo se asombran cuando ante un público casi totalmente femenino, con dos o tres
hombres, digo: “Todas ustedes deberían…” para los hombre presentes, o yo ignoro la sintaxis de la lengua
portuguesa o estoy tratando de hacerles un chiste. Lo imposible es que se piensen incluidos en mi discurso.
¿Cómo explicar, a no ser ideológicamente, la regla según la cual se en una sala hay doscientas mujeres y un
solo hombre debo decir: “todos ellos son trabajadores y dedicados”? En verdad, éste no es un problema
gramatical, sino ideológico […] El rechazo de la ideología machista, que implica necesariamente la
recreación del lenguaje, es parte del sueño posible a favor del cambio del mundo. Por eso mismo, al escribir o
hablar un lenguaje ya no colonial, no lo hago para agradar a las mujeres o desagradar a los hombres, sino para
ser coherente con mi opción por ese mundo menos malvado… no es puro idealismo no esperar que el mundo
cambie radicalmente para ir cambiando el lenguaje. Cambiar el lenguaje es parte del proceso de cambiar el
mundo. La relación lenguaje-pensamiento-mundo es una relación dialéctica, procesual, contradictoria. Es
claro que la superación del discurso machista, como la superación de cualquier discurso autoritario, exige o
nos plantea la necesidad de, paralelamente al nuevo discurso, democrático, antidiscriminatorio, empeñarnos
en prácticas también democráticas”

“Uno de los mejores ejemplos de esa belleza y de esa seguridad (la del lenguaje de los trabajadores,
campesinos, pescadores) se encuentra en el discurso de un campesino de Mina Gerais, en diálogo con el
antropólogo Carlos Brandão, en una de las muchas andanzas de éste por los campos como investigador.
Brandão grabó una larga conversación con Antonio Cícero de Souza, conocido como Ciço, de la que
aprovechó una parte como prefacio al libro que organizó.1

Ahora llega usted y me pregunta: Ciço, ¿qué es educación? Está bueno. Pues, yo lo que pienso, lo digo.
Entonces vea, ested dice: “educación”; ahí yo digo: “educación”. La palabra es la misma ¿verdad? La
pronunciación, quiero decir. Es una misma: “educación”. Pero entonces yo le pregunto a usted: ¿es la misma
cosa? ¿Estamos hablando de lo mismo cuando decimos esa palanra? Ahí yo digo: no. Yo se lo digo a usted,
así, tal cual: no, no es lo mismo. Yo creo que no.

Educación…cuando usted llega y dice “educación”, viene de su mundo. El mismo, otro. Cuando el que habla
soy yo viene de otro lugar, de otro mundo. Viene del fondo de un pozo que es el lugar de la vida d e un pobre,
como dicen algunos. Comparación: ¿en el suyo esa palabra viene junto a qué? ¿Con escuela, no es así? ¿Con
un profesor fino, con buena ropa, estudiando, buen libro nuevo, cuaderno, pluma, todo bien separado, cada
cosa a su manera, como debe ser. De su mundo viene estudio de escuela que transforma a la persona en
doctor. ¿No es verdad? Yo creo que es, pero creo de lejos, porque yo nunca vi eso aquí.”

(p. 62-66)

1
Carlos Brandão et al., A questão política da educação popular, São Paulo, Brasiliense, 1980.

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