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Las incertidumbres del saber de Immanuel Wallerstein 1

Por Juan David Abella Osorio2

El presente documento tiene como objetivo presentar, en un mismo cuerpo escrito, dos
escenarios a propósito del texto del sociólogo e historiador estadounidense, Immanuel
Wallerstein. En el primer escenario, el objetivo será presentar un pequeño y concreto
resumen del texto de Wallerstein, haciendo énfasis en una disposición textual dirigida
alrededor de dos ejes específicos, a propósito de la misma división del texto, que son las
“Las estructuras del saber” y los “Dilemas disciplinares” (Wallerstein, 2004).

Ahora bien, reconociendo la profundidad de las reflexiones de Wallerstein y aceptando


la necesidad de contribuir a dar una explicación más clara sobre los postulados del
autor, se hace necesario incluir en el presente documento un segundo escenario como
espacio para el debate y la crítica, con la esperanza de que este esfuerzo contribuya a
alcanzar esa mayor claridad o simplemente contribuya a generar mayores espacios de
reflexión y aproximación teórica.

La relevancia de proponer y adoptar dicho modelo organizativo radica en la necesidad


de presentar una exposición unificada acerca de un mismo tema tratado por el autor, el
cual, hace referencia, según el Profesor de Filosofía del Instituto barcelonés de
Secundaria La Sedeta Luis Roca Jusmet, a una crítica del saber tal como lo entiende la
sociedad capitalista y de la división artificial de las ciencias sociales en diferentes
departamentos. De acuerdo con el profesor Jusmet, la crítica de Wallerstein puede ser

1
Trabajo final elaborado para la asignatura “Seminario en Ciencia Política y Gobierno” impartida por el
Profesor Carlos Eduardo Maldonado (Universidad del Rosario).
2
Sobre el autor: Politólogo con Énfasis en Gerencia de lo Público y Diplomado en Geopolítica y
Relaciones Internacionales Contemporáneas de la Universidad del Rosario (Bogotá, Colombia). Fue
Becario del Emerging Leaders in the Americas Program del Gobierno de Canadá en 2014 con Concordia
University (Montreal), y en 2016 recibió Mención Meritoria en su Trabajo de Grado. En 2013 fue
galardonado con el Incentivo al Mérito Académico por la Universidad del Rosario. Se desempeñó como
Asistente de Investigación, en calidad de Becario UARE, en University of Alberta (Edmonton) en 2016.
E-mail: juan.abella@urosario.edu.co; Perfil: https://ca.linkedin.com/in/juandavidabellaosorio; Blog:
http://enciclopolitica.blogspot.ca

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vista desde tres ejes fundamentales que son: “La defensa de la ciencia y la crítica del
cientificismo como herencia de Bacón, Descartes y Newton”; “El axioma de las dos
culturas del saber en el capitalismo”; y “La situación de las ciencias sociales con un
estatuto entre la ciencia y la filosofía”. (Roca Jusmet, 2005)

Para empezar ¿Quién es Immanuel Wallerstein? La información oficial indica que es un


sociólogo e historiador nacido en el año de 1930 en la ciudad de Nueva York, el cual,
inspirado por las reflexiones del historiador Fernand Braudel, ha dedicado su vida a
temas como el desarrollo histórico del sistema-mundo moderno, la crisis contemporánea
de la economía-mundo capitalista, y las estructuras del conocimiento. (Biografías y
Vidas, 2004) De acuerdo con información dispuesta por la Universidad de Alicante
(España), Wallerstein se desempeñó como Profesor de Sociología hasta su jubilación en
Binghamton University, SUNY, donde dirigió hasta 2005 el Fernand Braudel Center for
the Study of Economies, Historical Systems and Civilizations.

De acuerdo con la información disponible en el portal virtual de la Universidad de Yale


(Estados Unidos), también fue presidente de la Asociación Internacional de Sociología
y miembro de la Comisión Internacional Gulbenkian para la Reestructuración de las
Ciencias Sociales. Su gran trayectoria académica la ha dedicado a la reflexión
del capitalismo de forma unitaria y con perspectiva histórica, analizando la estructura
de un “sistema mundial” como eje de la división del trabajo entre países explotadores,
explotados e intermedios. (Yale University, 2013) Entre sus obras cabe destacar
“Cambio social” (1966), “El moderno sistema mundial” (de tres volúmenes escritos de
1974 a 1980), “Economía del mundo capitalista” (1983), “El capitalismo histórico”
(1988), “Raza, nación y clase” (1991) y “El futuro de la civilización capitalista” (1997).

Resumen parte I: Las estructuras del saber

El texto de este gran autor, que encauza nuestra atención en esta ocasión, se titula “The
uncertainties of knowledge” o “Las incertidumbres del saber”. Como evidencia la
reseña del libro, se trata de la continuación de un trabajo, comenzado hace más de una
década, que tiene como propósito explicar la crisis del conocimiento en el pensamiento
intelectual de hoy. La reseña nos anticipa el propósito general del texto, sosteniendo el
reconocimiento de un encerramiento creado por un paradigma que adopta el supuesto de
que el conocimiento es una certeza que nos sirve para explicar el mundo social. Para
Wallerstein, dicho encerramiento es altamente inadecuado y decide ir en contra de las
divisiones disciplinares de la Academia, proponiendo una nueva concepción de las
ciencias sociales cuya metodología abre las puertas a la incertidumbre.

Es así como el autor da inicio con una descripción del proceso que derivó en una
concepción determinista del mundo como fenómeno propio de la ciencia moderna. En
la primera parte del texto el autor declara que en la actualidad la ciencia ya no goza del
prestigio que había tenido durante dos siglos como expresión certera de la verdad, esto

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es, que solo se discutían las verdades venidas de la teología, la filosofía o la sabiduría
popular.

Para el autor, las acusaciones de hoy día se encuadran en señalamientos sobre el


carácter relativo, ideológico y poco fiable de la ciencia, basándose en el hecho de que la
ciencia moderna ha sido producto de posturas culturales dominantes de la época. Ante
las críticas, los científicos han reaccionado de forma violenta, señalando que estas
acusaciones de relativismo tienen origen en el retorno a la irracionalidad que tendría
efectos nefastos incalculables.

El plano del saber es entonces todo menos un espacio pacífico y sin conflicto, dado que
atiende más a un contexto cultural en el que es común el intercambio de insultos en
medio de una lucha por el control de los recursos y de las instituciones de producción
del saber. Atendiendo a este hecho, Wallerstein propondrá una reflexión sobre las
premisas filosóficas de la actividad científica del presente a la luz del contexto político
de las estructuras del saber.

El mundo de hoy ha dispuesto una evaluación rigurosa del conocimiento valioso y


valido, es así como la especialización del conocimiento lleva a que solo existen muy
pocas personas con capacidad reconocida para emitir juicios racionales sobre la calidad
de la evidencia y de los aportes. Ante la duda, se acude a un criterio de validación por
parte de autoridades prestigiosas que se guía, a su vez, por una suerte de tablas de
fiabilidad que afectan tanto a personas como a proposiciones, sin embargo, la
inexistencia material de dichas tablas lleva a confiar más en el conjunto de “expertos”
de un campo del conocimientos, los cuales estarían atentos a lo que dicen los otros
“expertos” y en correspondencia, estarían dispuesto a evaluar la calidad de los datos y
de los razonamientos.

Esta confianza en los expertos se alimenta en dos fuentes: en primer lugar, se confía en
que estas personas han sido capacitadas en instituciones que avaladas y que los avalan;
y además estos expertos no responden a intereses personales en sus actuaciones,
dedicando su atención a lo que se considera un proceso riguroso de preparación. Dado
su carácter neutral, sus razonamientos son ajenos a las vertientes teológicas, filosóficas
o ideológicas, y están dispuestos siempre a aceptar verdades que surjan de
interpretaciones inteligentes de la información, excluyendo la posibilidad de
distorsionar u ocultar elementos de dichas verdades.

Para Wallerstein, los escépticos de esta descripción de hechos se han fijado en la


debilidad de los postulados de la buena capacitación y el desinterés de los expertos. Han
afirmado que una rigurosa capacitación profesional puede derivar en la intencionalidad
de omitir hechos sustanciales de los análisis, a lo cual se le debe sumar la influencia de
la innegable extracción social de elite dominante de la mayoría de los científicos. Así
mismo, la neutralidad es un artificio irreal, que no corresponde a lo que demanda la
norma de actuar desinteresadamente (para que el científico investigue todo lo que

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requiera su análisis) dado que este conjunto de “expertos” se hace objeto sujeto a
influencia y a presiones de parte de gobiernos, instituciones, personas influyentes,
colegas del ramo, y del superyó.

La carga escéptica lleva entonces a retomar el camino de la duda sobre el


pronunciamiento de los expertos y sobre la validez de sus enunciados. Es tal el manto
de duda que si se toma como ejemplo solo el campo de la salud y la enfermedad, se
alcanza a relativizar fenómenos tan sensibles de la vida humana como la susceptibilidad
al daño del organismo y la oportunidad de revertir el daño por medio de métodos
médicos reconocidos. Entonces, ante la incerteza del diagnóstico y de la recomendación
médica ¿Qué camino queda? Es entonces cuando Wallerstein pone coto a los alcances
de las afirmaciones de los escépticos al afirmar que él está “a favor de la ciencia, en
contra del cientifismo”, refiriéndose por cientifismo a la idea de que la ciencia es
desinteresada y extrasocial, que no depende de posturas filosóficas y que además
demanda para sí el lugar de la única disciplina y forma legítima del saber. Para
Wallerstein, los escépticos solo han conseguido que la reacción de los científicos se
ponga a favor del cientifismo, lo cual, está deslegitimando a la ciencia.

Para Wallerstein, la ciencia es un proceso, una aventura por descubrir, que se funda en
dos grandes premisas: La primera es el reconocimiento de un mundo que trasciende las
´percepciones, que siempre ha estado allí pero que no es producto de la imaginación
humana; El segundo enunciado es el hecho de que ese mundo real puede conocerse
parcialmente por medio de medios empíricos, lo cual excluye la posibilidad de conocer
dicho mundo íntegramente o predecir el futuro correctamente. Así mismo, al aceptar
que la realidad el mundo está sufriendo continuamente cambios sustanciales, estas
premisas no deben ser vistas como enunciados permanentes y unívocos. Para poner en
evidencia dicha volatilidad del mundo, Wallerstein trae a colación el ejemplo de la
constitución de un “nuevo orden mundial” como manifestación de un objeto complejo
lejano a las capacidades de acción. Según el autor, el grado de desinterés de los
supuestos expertos en esta materia es bastante bajo y sus antecedentes académicos son
puestos en duda continuamente al criticar y observar las consecuencias de los consejos
de la comunidad de economistas sobre la política económica pública.

Las lecciones que quedan de los escépticos llevan entonces a reconocer que las
elecciones científicas no solo están soportadas en el conocimiento de las causas
eficientes, también que ellas están cargadas de valores y propósitos. De la misma forma,
el autor reclama por que se incorpore el pensamiento utópico en las ciencias sociales, se
descarte la imagen del científico neutral y adopte una concepción de los científicos
como personas inteligentes pero llenas de preocupaciones e intereses de variada índole.

Con respecto a las ciencias sociales, Wallerstein introduce su reflexión haciendo énfasis
en la necesidad de tratar de examinar las tendencias del pasado reciente, las posibles
trayectorias y los lugares de elección social posible. Para el autor, esta necesidad solo
deja entrever que no es sencillo discutir acerca de la construcción histórica de las

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ciencias sociales, de sus desafíos actuales o alternativas posibles, sin dejar de lado la
pregunta sobre cómo se han constituido históricamente. Por tanto, el autor propone
abordar dichos aspectos en tres marcos temporales: La construcción histórica; los
desafíos actuales y las posibles alternativas futuras.

La pregunta sobre la conformación histórica lleva a reconocer las particularidades de las


estructuras del saber del mundo. El autor afirma que dicha conformación se dio en
medio de un tenso marco creado por dos culturas, lo cual, hace referencia a la ruptura,
en el campo del conocimiento, entre la filosofía y la ciencia. Dicha ruptura, que ocurre
entre 1750 y 1850, pone en extremos antagónicos estos dos saberes, lo cual, instala una
línea divisoria que se expresó en la reorganización de las facultades universitarias, la
desaparición parcial de la teología entre los siglos XVI y XIX, la resolución técnica de
la medicina y el derecho, y la conformación de las facultades de filosofía.

De la misma forma, dicha línea divisoria se expresó en el crecimiento sostenido del


prestigio cultural de la ciencia, en detrimento de las humanidades y de las disciplinas
asociadas a la filosofía, lo cual es singularmente interesante dado que las ciencias
venían de ser excluidas y discriminadas por un sistema universitario hostil a sus
aportes.

Las ciencias sociales no consiguieron una mejor suerte. Luego de su institucionalización


en el siglo XIX, a la sobra del predominio cultural de la ciencia newtoniana, se vieron
inmersas en un enfrentamiento metodológico entre las corrientes de la epistemología
ideográfica de las humanidades, que abogaba por el acento en la particularidad de los
fenómenos sociales. La segunda corriente, la corriente de la epistemología
nomotética, se centró en cambio en el paralelismo lógico entre los procesos humanos y
los demás procesos materiales, lo cual la llevo a adoptar los instrumentos de la física en
la búsqueda de leyes universales de verdades intactas por el paso del tiempo y el
espacio. Para Wallerstein, dicho enfrentamiento solo ocasiono el desgarramiento de las
ciencias sociales en medio de una controversia mucho mayor entre las ciencias naturales
y las humanidades, sin puntos medios.

Ya para 1945, el disciplinamiento generalizado a favor de los postulados newtonianos


había alcanzado no solo a las tres disciplinas principales creadas para estudiar el mundo
moderno (esto es, la economía, la ciencia política y la sociología), también había
cooptado a las ciencias humanísticas y narrativas. Se había creado así un esquema de
disciplinas asociadas a la historia, el presente, la división entre el mundo occidental
civilizado y el resto del mundo y los estudios orientales. Sin embargo 1945 también es
el punto de inflexión, dado que es la fecha en la que comienza a evidenciarse el
resquebrajamiento de dicho esquema. Evidencia de ello esta no solo en el surgimiento
de estudio de área y la incursión de occidente en el resto del mundo, también en la
diseminación del sistema universitario en el sistema internacional, lo que conllevo a la
expansión del número de cientistas sociales que reclamaban nuevos espacios de
participación y discusión. Es así como se produjeron las reducciones o eliminación de

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antiguas fronteras disciplinares para dar lugar a reclamaciones de la década de los 70 de
parte de grupos ignorados y la ceración de nuevos programas de estudios
interdisciplinarios en las universidades.

La crítica de la división tripartita (ciencias naturales, humanidades y ciencias sociales)


también ha sido un hecho agudo. Ejemplo de ello es el surgimiento de dos grandes
movimientos de saber que no se originaron dentro de las ciencias sociales. El primero es
el movimiento de las “ciencias de la complejidad” (con origen en las ciencias naturales);
y el segundo es el de los “estudios culturales” (con origen en las humanidades). Su
aparición es especialmente importante dado que su esquema teórico impone un nuevo
desafío contra las ciencias newtonianas, al considerar que lo que denomina “equilibrio”
es más una excepción que una regla general, y que los fenómenos materiales de la vida
se alejan de él. Consideran a su vez que la entropía lleva a bifurcaciones que traen
nuevos órdenes impredecibles a partir del caos, y observan a la entropía como factor de
creación y de organización.

El resquebrajamiento es de tal magnitud que incluyo ataques desde el ámbito de los


estudios culturales y desde las ciencias de la complejidad contra el determinismo y el
universalismo. Los primeros atacaron estos fenómenos apoyándose en la idea de que el
conjunto de afirmaciones sobre la realidad social no eran de hecho universales. En la
misma línea, los estudios culturales también atacaron el modo tradicional de abordar los
estudios humanísticos que habían impuesto una serie de valores universales en el orden
de los cánones de lo bueno y lo bello. Para Wallerstein, en pocas palabras, estas
objeciones tradicionales de las ciencias naturales y las humanidades consiguieron abrir
el campo del saber nuevas posibilidades que habían estado verdades en el siglo XIX en
razón al divorcio entre el campo del ciencia y la filosofía.

Estos debates ocasionaron además que se produjera un paso al siglo XXI lleno de
incertidumbres acerca de la validez de los limites disciplinares en el seno de las ciencias
sociales, cuestionando a su vez la legitimidad de la línea entre las “dos culturas”
explicadas anteriormente, y de la división triple del saber. La incertidumbre sobre dicha
línea divisoria incluye la polémica discusión acerca de la separación de lo verdadero y
lo bueno, vistos como fenómenos separados en paralelo por la separación de las dos
culturas. Ahora bien, este tema vuelve a tener una atención renovada, dado que la gente
del común no le interesaba buscar lo bueno y lo verdadero por separado, y todavía
quedaban deudas de los debates del ámbito de las ciencias sociales en reconciliar la
búsqueda del bien y la de la verdad.

Ahora bien, estas críticas y estos debates no deslumbran una posible unificación de los
movimientos, dado que cada uno se ha centrado en encontrar legitimaciones por
separado para sus críticas contra la ortodoxia dominante hoy cuestionada. La falta de
contacto obedece no solo al desinterés por el acuerdo, también obedece a una diferencia
intelectual sustancial, en la que las ciencias de la complejidad todavía pretenden hacer
parte del campo de las ciencias; y los estudios culturales todavía desean hacer parte del

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campo de las humanidades. Dado que dichas intensiones dan cuenta de la persistencia
de la distinción entre ciencia y filosofía, es claro que hay que reconocer que falta un
largo camino antes de que podamos hablar si quiera de un posible acercamiento
epistemológico.

Mientras que ese momento llega, la división organizativa rinde sus frutos en los
espacios académicos contemporáneos, en el que profesores y estudiantes ponen un
énfasis enorme en estudiar y obtener títulos en disciplinas específicas de las categorías
institucionales. Dicha tendencia ahonda la logia de las disciplinas como culturas, en la
que se identifican los héroes, se practican los rituales de validación, y se identifican sus
miembros con una construcción identitaria que reivindica la posición de la disciplina y
su superioridad dentro de las ciencias sociales. Dicha reivindicación viene a la práctica
por medio de la creación de pequeñas comunidades de trabajo que reúnen intereses en
común y restringen el acceso a intereses divergentes. En dichos grupos se encuentra
además un espíritu renovado de separación intelectual, menos inflexible, en el que sus
participantes aún conservan su pertenencia institucional al no encontrar ventajas
renunciando a ellas.

Dicho esto, Wallerstein afirma que es la ocasión para activar nuevamente el debate
epistemológico sobre la cuestión de las “dos culturas”, pero además se le debe adicionar
el rumbo del desarrollo del mundo social más allá del mundo del conocimiento. Ante
esto, la posibilidad para que se logre una unificación de las dos orillas de la línea
divisoria epistemológica actual sin duda propondrá y lograra imponer un conjunto de
argumentos.

Reconociendo también el potencial fracaso de esta posible unificación, cabe no solo


preguntarse por el destino de las universidades y sus programas académicos, también
por el destino de las ciencias sociales. Wallerstein lo reconoce bien y afirma que dichas
ciencias del silgo XXI entraran en la lógica de la consecución de campos intelectuales
muy interesantes de alto valor para la sociedad. Dicho esto, al autor declara que es
fundamental que se entre a ese campo armado con una combinación de humildad de lo
que ya se sabe, conciencia de los valores sociales que se espera conservar, y equilibrio
de las opiniones propias ante el papel o los papeles que tocara desempeñar.

A continuación, al autor aborda el asunto de la incertidumbre que ya había mencionado


a propósito del siglo XXI, y afirma que convivir con dicho fenómeno ha sido una de las
polémicas sociales más antiguas del mundo. Es así como en los humildes orígenes de
las comunidades humanas, los seres ignorantes del mundo físico y social asociaban la
duda y la incerteza al temor, fundado en la imposibilidad de anticipar con precisión los
cambios del entorno, y la desconfianza de la certeza a la supervivencia.

Las lecciones del pasado, que son lecciones de la historia, siembran la visión de que tal
incertidumbre es un factor desestabilizador tanto desde lo social como desde la
seguridad la vida propia. Es tal la magnitud, que las comunidades humanas se han

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caracterizado tanto por el temor como por la acción de buscar reducir a un mínimo
tolerable los grados de incerteza, reemplazándolos con fuentes de confianza tales como
la magua, los dioses, las autoridades colectivas y la representación política. Si bien
dichas formulas tuvieron aportes de éxitos interesante al lograr reducir algunos temores
al tiempo de que proveyeron una estabilidad social e institucional, también incurrieron
en el error y en el descredito al afrontar circunstancias que ponían al tope su capacidad
de predicción y explicación demandada ante una vida humana llena de sorpresas y
coyunturas diversas.

El escenario de sistema-mundo moderno con la economía-mundo capitalista, sin duda


constituye un escenario dinámico en el que se requerirán cada vez más mejores y más
precisos pronósticos para funcionar y subsistir con éxito. Ante este panorama, a las
comunidades no les quedo más que respaldar y aprobar sociablemente el nuevo modelo
de certificación de la verdad denominado por el autor como ciencia moderna. Esta
ciencia moderna se compone de enunciados de verdades en el mercado de las ideas, en
el que los científicos eran libres de reaccionar ante los señalamientos por restricciones a
la verdad, sin embargo, Wallerstein declara que pareciese que no hubiese mucha
diferencia entre el trato que se le daba a los antiguos magos, sacerdotes o autoridades
locales antiguas y el trato para con los científicos modernos del siglo XXI, solo que la
diferencia radica en la denominación de los dispositivos de verdad hoy enunciados de
garantía de certidumbre, aun cuando se traten de enunciados de probabilidades.

Al afirmar que la certidumbre era sin duda intrínsecamente posible (y era posible el día
del conocimiento supremo) los científicos estaban consolidando una visión abiertamente
determinista del mundo, que ya había sido el impulso de la mecánica newtoniana,
considerada como el modelo de toda empresa científica. A este determinismo se le debe
agregar, a su vez, la linealidad, el equilibrio y la reversibilidad, como criterios básicos
para evaluar una explicación teórica “científica”. En esta sección del texto, el autor
afirma que desea analizar el impacto que ha tenido en las ciencias sociales el
cuestionamiento al modelo newtoniano venido desde el interior de la ciencia.

Teniendo dicho propósito en mente, el autor afirma que las ciencias sociales se
institucionalizaron a fines del siglo XXI a la sombre del dominio cultural de la ciencia
newtoniana. Los científicos señalaron que el objeto de las ciencias sociales es descubrir
leyes de alcance universal afines a las formulas de la física, lo cual, se hacía imposible
dada la imprecisión de las predicciones tanto de largo como de corto plazo.

El asalto y la intervención contra la mecánica newtoniana introdujeron finalmente, en la


psicología de los cientistas sociales, la posibilidad de que la incapacidad de formular
predicciones precisas era producto de la adopción de métodos científicos importados de
la mecánica newtoniana y no de errores propios de la investigación empírica. Esto se
debe principalmente a que la exigencia por regularidades en los procesos dentro de un
sistema no encuentra una correspondencia lógica en la naturaleza de alejamiento de los
sistemas al equilibrio permanente. Al evidenciar esta contradicción, solo queda

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reconocer que las supuestas “verdades” que son descubiertas, solo funcionan dentro de
los límites y parámetros de espacio-temporales, y es muy poco lo que puede decirse
sobre su atribución universal. Por tanto la tarea científica, a propósito de mediciones
ante el sistema histórico, no es fácil lo cual lleva a discusiones interminables.

Empero, Wallerstein afirma que el hecho de que la validez y la fiabilidad de los datos
presentados sean controvertidas no invalida el modelo teórico ni significa que pueda
rehusarse la responsabilidad de buscar esos datos. Entonces se afirma que podría haber
una alternativa que exige no solo que se haga conciencia de la naturaleza parcial todas
de las interpretaciones, también que se adopten en los razonamientos métodos que
corrijan los resultados y minimicen los efectos de la multiplicidad de sesgos. Este viraje
de la hoja de ruta propuesto por Wallerstein, también demanda una especificación de
términos como “cambio”, “crisis” y “bifurcación”, en la que una definición muy
extendida reduce su utilidad al máximo. Entonces la tarea aquí es estar atento a las
implicaciones del “cambio eterno”, que lleva a afirmar que “todo es crisis” o que “todo
punto de inflexión se convierte en una bifurcación crítica”.

Para no caer en un espacio no concreto, se hace fundamental distinguir los cambios


pequeños de los grandes y las bifurcaciones cíclicas de las crisis sistémicas. Esta
búsqueda y clasificación lleva por nombre “búsqueda de ritmos cíclicos y tendencias
seculares”, en la que se acepta que existe algún tipo de equilibrio pero en movimiento,
que hay “ruido” en ese proceso y que además dicho ruido desvela la existencia de
fluctuaciones vistas como longitud de onda de dimensión gráfica. Dado que este ruido
es una constante, los ciclos son inherentes a los sistemas físicos y sociales y pueden
medirse. Sin embargo esto lleva al problema del número de ciclos en un mismo sistema,
lo cual demanda una capacidad de calificar los ciclos más importantes y largos y de
explicar dichos ciclos de forma ordenada, sin que ello lleve necesariamente a
discriminar los ciclos menos importantes.

En contravía de estos avances teóricos, la denominada “ciencia normal” newtoniana,


incluso desde la probabilidad, omite todo conocimiento acerca de las incertidumbres
más generales de la realidad social y anula su preocupación por ellas. Si bien aquí hay
que reconocer que las grandes incertidumbres no se producen todos los años o todas las
décadas (y menos aún en los sistemas sociales históricos), la presencia de bifurcaciones
fundamentales logran delinear la evolución histórica de la especie humana, algo que sin
duda interesa a las disciplinas sociales.

La visión restrictiva de la ciencia normal sin duda no cabe en las implicaciones del
sistema-mundo moderno y la crisis de la economía-mundo capitalista. A la luz de esta
ciencia, los fenómenos y paisajes se hoy se aparecen como hechos no familiares e
inciertos. La crisis de modelo no solo ha alcanzado a las ciencias, también ha alcanzado
a las humanidades, como formas inadecuadas de conocer el mundo, lo cual ha
ocasionado el regreso de ciertos sectores a los dogmatismos humanos. La tormenta, para
Wallerstein, sin duda es consecuencia de un proceso de largas tendencias seculares que

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se han extraviado del equilibrio, y ha puesto a las comunidades humanas ante un recorte
sin precedentes de la posibilidad de rentabilidad y de desarrollo, las nuevas demandas
laborales, la destrucción del medio ambiente, poniendo más peso sobre los Estados, que
ya no encuentran el mismo grado de legitimidad gracias a la desilusión respecto a la
posibilidad de reducir las enormes inequidades mundiales denunciadas por Joseph
Stiglitz y conseguir equilibrios bajo el capitalismo.

La emergencia de los postulados clásicos y de la ciencia moderna no deja de ser un


obstáculo que ha permitido hablar de una alta posibilidad de generar una restructuración
epistemológica fundamental, en favor de la reunificación de los métodos de
investigación en los distintos campos del saber, donde el ámbito de estudio de las
ciencias sociales será central. Las ciencias sociales tienen entonces un papel esencial
dado que incluye en sus estudios el análisis de los sistemas complejos que existen, sin
que ello implique la aceptación de un imperialismo de las ciencias sociales.

A continuación, el autor introduce a su reflexión una discusión acerca de los aportes


teóricos de Braudel, y comienza con la identificación de una posible coincidencia entre
las su propuesta de la reestructuración de las ciencias sociales. De acuerdo con el autor,
Braudel propone una matematización y un enfoque local especifico afín a las ideas de
quienes critican a los positivistas. Luego de citar algunos artículos de este historiador,
Wallerstein afirma que Braudel aprueba la diversidad de las ciencias sociales, y critica
la estrechez mental ante las propuestas de unificación sin una convergencia amplia de
participantes. Así mismo rechaza la idea de que la historia y la sociología fuesen
disciplinas distintas y sostiene que se ambas conforman una única aventura del saber.
Dicho esto, entonces con Braudel se trata de una inercia de la totalidad de lo que se ha
catalogado como ciencias sociales, que demuestra un interés por el “diseño final” de
dicha unidad, una pasión por crear una ciencia social única de unión verdadera.

Sin embrago este llamado de unidad no ha alcanzado la magnitud suficiente y quizá ya


no tenga sentido ni en Francia o en Estados Unidos, la pregunta ahora es por saber los
obstáculos contra este llamado a una ciencia social histórica interdisciplinar. Para el
autor, entre los mayores obstáculos se encuentran la postura defensiva de quienes se
oponían con razones equivocadas desde la academia.

En segundo lugar se encuentra el rechazo y la soledad de la idea de acortar la brecha


entre las ciencias sociales y de afirmar que las dos epistemologías estaban equivocadas.
Si bien fue mayor la acusación de herejía, si hubo dos avances intelectuales importantes
notados hasta 1960, de los cuales cabe destacar la aparición, dentro de las ciencias
naturales y la matemática, de un nuevo movimiento intelectual denominado como la
ciencia de la complejidad, que se caracteriza por desafiar la epistemología baconiana-
cartesiana-newtoniana clásica del siglo XIX, y desdeñar el determinismo, la linealidad,
la reversibilidad temporal y el retorno perpetuo al equilibrio. Ahora bien, es un hecho
que estos dos movimientos han implicado más un fenómeno de movimiento centrípeto,
con oposiciones, hacia el centro del campo donde están las ciencias sociales. Dichas

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oposiciones ignoran el llamado de Braudel de adoptar una noción de inercia mundial, y
es incierto si vayan a tener éxito en su postura reaccionaria.

Para el autor, debates epistemológicos como estos se perpetuán en el tiempo, no sin


antes revelar algunas ocasiones en las que algunos de ellos alcanzan fases de intensidad
superior a la habitual, como es el caso de la entrada del siglo XX. Dicha ocasión pone
en la mira a la ciencia, a la racionalidad, a la modernidad y a la tecnología también, lo
cual constituye para algunos una suerte de crisis de la civilización, en particular de la
civilización occidental como fuente y expresión del único mundo civilizado.

En la medida que se va desarrollando el texto en esta parte, Wallerstein recrea


nuevamente, a manera de resumen, el recorrido de la ciencia moderna que ya había
descrito, lo cual nos lleva a detener la atención en la sección acerca de las ciencias
sociales. La aproximación reiterada al concepto no deja de incluir nuevos rasgos y
elementos constitutivos, de los cuales destacan la ubicación del siglo XIX como fecha
de origen, y la definición de dichas ciencias ahora como cuerpo de saber sistemático
sobre las relaciones sociales humanas que se formuló durante dos siglos con dificultad
ante la tensión de las llamadas “dos culturas”.

Como manifestación de atención renovada hacia las ciencias sociales, los aportes de
Braudel destacan por reconocer la pluralidad de los tiempos sociales y que ayudan a
organizar la realidad social y ponen límites a la acción social. Dicha variedad de
tiempos sociales implica que solo sean reconocidas leyes universales cuando se
presenten contingencias de “muy larga duración” o en situaciones que tienden al
equilibrio, sin embargo, citando a Prigogine, solo las leyes naturales se hacen
universales cuando se aplican a situaciones que tienden al equilibrio pero cuando dichas
situaciones se alejan de él, esas mismas leyes se hacen dependientes de los mecanismos
particulares, la materia adquiere nuevas propiedades y se vuelve más “activa”. Esto está
en concordancia con la noción de teorización (que igual que la historia) nunca concluye
porque, en sentido cósmico, según el autor, todo saber es transitorio muy a pesar de lo
valido o definitivo que aparezca en algún momento determinado, dado que este depende
de las condiciones sociales en las que se adquirió, se vinculó y se construyó. La lección
parece repetirse dado que la ciencia newtoniana ya se había topado antes con realidades
físicas difíciles de explicar y ya se había puesto en evidencia la imposibilidad de
resolver el problema de los tres cuerpos.

Resumen Parte II: Dilemas disciplinares

Esta sección comienza con el capítulo titulado “La historia en busca de la ciencia”, en la
que el autor afirma que la actividad humana es responsabilidad exclusiva de los
hombres, lo cual, impone una deber al hombre de narrar su propia historia. Así, la
intencionalidad de la ciencia moderna definió un camino de explicación de lo natural
excluyendo lo mágico y lo ilusorio. La doctrina entonces ha sido la de una verdad

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objetiva cognoscible, algo que ha sido imperante para los historiadores en su búsqueda
por registros oficiales de los hechos mismos. Los historiadores han sido influenciados a
tal punto, que la irrelevancia de ser piadosos llega al punto de imponer la esencia
secular y cientificista que reconoce un mundo real, que evoluciona naturalmente, que
está sujeto al reconocimiento de su propia historia.

Siguió la lucha contra la filosofía, en la que los historiadores se rebelan contra lo


deductivo, lo especulativo o lo ficticio o mágico. En esta lucha, se empezó a hacer
hincapié en el empirismo, en la búsqueda de fuentes, datos y hechos “reales”, esto es, en
busca de la “ciencia” a veces denominada positivista o cientificista. Dicha tendencia ha
sido algo constante a pesar de la batalla entre los historiadores empiristas, positivistas,
ideográficos y los historiadores sociales y analíticos.

Sin embargo, a pesar de dicha evolución, Wallerstein afirma que persiste una visión de
división entre estas dos grandes vertientes, en la que se separa la actividad de escribir
historia y hacer ciencia. La dificultad de aproximarse a este fenómeno es evidente dado
que se presentan posiciones y tareas inmediatas para los historiadores precisamente en
busca de la ciencia, lo que incluye mejorar la comprensión de las diferentes definiciones
sociales múltiples del espacio-tiempo y utilizarlas para recrear los marcos
interpretativos suficientes para abordar la propia realidad actual Hacer esta tarea impone
la obligación de entender esa realidad, esto es, el complejo sistema histórico de la
economía-mundo capitalista que está en crisis y próximo a una bifurcación, con el fin de
recrear una nueva misión científica del reencantamiento del mundo.

Posteriormente el autor aborda el asunto de la historia realizando una profunda reflexión


acerca de los problemas derivados, en primer lugar, de los títulos de los coliloquios en
relación con las distintas versiones de dichos títulos y su significación en el lenguaje de
varios idiomas conocidos. Enseguida, aborda el punto que será de mayor interés en el
texto, el cual consiste en analizar cuáles pueden ser las relaciones entre los cuatro tipos
de producción del saber, que son: las historias de ficción, la propaganda política, el
periodismo y la historia tal y como la construyen aquellos llamados historiadores, y
asociarlos a los fenómenos de producción del saber, el recuerdo, el olvido, el secreto, la
publicidad y la defensa.

El autor comienza con las historias de ficción entendidas como forma de producción del
saber para los niños, a los cuales se les leen y se les trasmiten historia y mensajes
considerados relevantes para los adultos, lo cual pone a su disposición herramientas de
censura y localización de los temas tabúes y las enseñanzas morales. Si bien algunos
afirman que estas formas de producción son útiles para reflexionar acerca de una
realidad social, una fuerte crítica consiste en develar la intencionalidad hacia la
legitimación que pueden tener, lo cual podría entenderse como irrelevante si se
reconoce el carácter crítico y reflexivo del lector.

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Con respecto a las obras de fricción que usan personajes históricos, estas deben ser
vistas desde los efectos televisivos en la que se suman los noticiarios con las secuencias
de ficción para trasmitir y crear un saber histórico a los televidentes a través de novelas
o películas históricas y no por medio de la lectura de obras de historiadores
“autorizados” o calificados. Con respecto a la propaganda, esta suele definirse como una
aseveración cuyo productor alega que es fáctica ante la crítica de otros sectores. En este
caso se presenta el fenómeno de la información asimétrica, en la que el enunciador sabe
el grado de verdad o falsedad de los hechos, lo cual constituye a la propaganda como
una expresión política en busca de un cambio en la opinión pública acerca de las
bondades o deficiencias de algunas manifestaciones políticas.

Posteriormente, el autor aborda el asunto de la relevancia otorgada a los llamados


“documentos primarios” de los cuales se dice que han sido creados sin la intensión de
engañar, lo cual va en contravía de la evidencia que indica que los documentos en buena
medida son falsos y constituyen trampas para hacer creer a los historiadores de su
autenticidad. Retomando los primeros temas abordados en el capítulo en cuestión, el
autor afirma que la línea que separa las historia infantiles de la disciplina histórica es en
gran medida borrosa, lo cual lleva a considerar mezclas de elementos en disputa política
y fantasía utópica, lo cual lleva la discusión a un escenario de discriminación entre la
historiografía legitima e ilegítima. Asociado a ello, esta la demanda a los historiadores
de alcanzar una tarea social de hacer interpretaciones plausibles de la realidad social,
algo que nos es fácil ni de juzgar ni de lograr.

Sin duda esta tarea social se ha hecho más delicada desde el momento de recibir la carga
del holocausto y las implicaciones de demandar la labor de conservar la memoria y el
recuerdo de los hechos con el fin de contribuir a su no repetición. Estas nuevas
demandas han puesto al historiador en la cadena de la preservación de la memoria
colectiva, llevándolo a explorar escenarios tan disimiles como el caso armenio de 1915
o las numerosas comisiones de la verdad creadas a partir de las coyunturas mundiales de
transición en América latina y África.

Ahora bien, según el autor, se debe reconocer que el pasado tiene infinitos detalles y
cuestiones, y por tanto el solo hecho de pretender tomarlo en su totalidad está más allá
de las posibilidades humanas de cualquier experto. Dicho esto, se ha decidido por
realizar una selección y una priorización de los hechos que suceden en cascada con el
fin de constituir una guía para orientar las decisiones históricas sensatas acerca del
futuro. La propuesta de Wallerstein al respecto es hacer un análisis en el marco de lo
que se determina sistemas históricos, unidades de realidad y cambio social de largo
plazo y de gran escala de carácter sistémico, reconociendo que los sistemas históricos
son dinámicos al evolucionar constantemente.

Para el autor, dicha propuesta no debe desoír el hecho de que la actualidad se encuentra
inmersa en una crisis sistémica, en la que el sistema dista mucho de funcionar
adecuadamente, en la que las fluctuaciones pequeñas y las acciones individuales son

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limitadas mientras que las fluctuaciones fuertes pueden causar grandes efectos
derivados de las acciones individuales, por lo que cada acción de este tipo deriva en una
bifurcación continua. Es así que las producciones de los historiadores generan
afectaciones a las decisiones individuales a tal punto que trascienden a las tareas
políticas y morales, magnificándolas, lo que pone en evidencia que la acción de
componer y recomponer el pasado es un instrumento abierto a la manipulación.

A continuación, el autor aborda el capítulo titulado “Culturas globales”, y comienza su


reflexión reconociendo la ambigüedad de las definiciones del término “cultura” en
ciencia sociales. Para el autor, el agregar la noción de “global” solo dificulta aún más
las aproximaciones teóricas al concepto, aun cuando la noción de “cultura” provea de
algunas luces en favor de las pasiones y las emociones subjetivas. En este sentido, es
rescatable la especificidad que puede venir de las religiones, las cuales afirman tener
verdades universales traducidas en códigos de conducta moral que conforman una
suerte de cultura global deseable para el mundo humano.

En lo que respecta a la religión secular, asociada a los avances de la ilustración y la


revolución francesa, la exportación de los valores tales como la libertad, la
individualidad o la igualdad constituyen un cuerpo normativo que no respeta frontera y
que tiene la intensión de tener un alcance universal, bajo la protección de una suerte de
norma universal de derechos humanos en conjunto con una especie de derecho
internacional con sus organismos y tribunales que desafían la soberanía de los estados.

El repudio de los últimos años contra el concepto de cultura global ha puesto en duda su
misma existencia, y los distintos movimientos tales como el posmodernismo o los
estudios culturales han señalado la inexistencia de tal cultura abogando por una
narrativa de imposición ideológica mundial de parte de los grupos poderosos dentro del
sistema mundo sin valides epistemológica. Los debates de análisis de estos fenómenos,
que atienden al marco del universalismo y el particularismo, son señalados de falsos por
parte de Wallerstein, que señala que todos los universalismos son particulares. Dicho
esto, la postura de que el universalismo busca defender posiciones de poder en el mundo
real también correspondería a los fenómenos de los localismos y los particularismos.
Este hecho debe sentar el precedente en las ciencias sociales y advertir que estas no
pueden ser reduccionistas o esencialistas y deben tender a elaborar interpretaciones.

Al finalizar dicho apartado, el autor inicia con una reflexión acerca de la disciplina
sociológica. Afirma que a principios del siglo XIX no había evidencia de una ciencia
social ni una sociología de forma institucionalizada en un mismo discurso intelectual. El
siglo XX marcaría el comienzo de una ciencia joven que empezaba a ganar terreno en
las universidades en algunos países occidentales, llevando a hablar de una sociología
como cultura o como conjunto de premisas que gozan de buena aceptación entre los
individuos. La época del comienzo de la disciplina la doto en ese instante de un gran
optimismo histórico y en una confianza hacia las virtudes y las posibilidades ilimitadas
de desarrollo de la tecnología como destino inevitable desde la visión histórica. Este

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discurso liberal de autocomplacencia pronto fue exportado con gran ahincó hasta
alcanzar propósitos universales. Ante esta avanzada de ideas, los sociólogos se
apresuraran en consolidar el concepto de “modernidad” el cual denotaba una visión
específica de las posibilidades sociales del mundo bajo la idea de un contrato.

Las grandes movilizaciones y la evidencia negativa dejada por las primeras etapas del
desarrollo industrial en la pre-modernidad situaron una nueva cuestión en la agenda de
la sociología, asociada al daño colateral de la marcha hacia el progreso. El desarreglo
social derivo a su vez en nuevas preocupaciones hacia la desviación de la norma, la
pobreza, el delito y demás flagelos sociales atribuibles a la transición de la pre-
modernidad a la modernidad. La llegada del mundo contemporáneo trajo consigo el
nuevo término de “globalización” la cual, según el autor carece de significado como
termino analítico y solo sirve como manera de exhortación política.

Además de ello, ese término demuestra una reacción de cambio o de reconocimiento de


cambios en la opinión pública. A pesar de ello, persisten las expresiones de los
“sacerdotes de las clases dirigentes” a favor del futuro y del porvenir de progreso y
riqueza del modelo liberal actual aun cuando haya evidencias de enormes polarizaciones
económicas en el seno de este sistema-mundo. Sin duda, estas expresiones ponen en
debate el destino del siglo XXI, que se enmarca entre el costado del avance de la
tecnología y la modernidad o el colapso cíclico o permanente del sistema mundo
existente, lo cual es particularmente relevante dada la asociación entre la transformación
del sistema mundo y del mundo del saber.

Finalmente, llegamos al capítulo once del texto de Wallerstein, titulado “La


antropología, la sociología y otras disciplinas dudosas”. El autor comienza definiendo
algunos conceptos básicos, y comienza definiendo el término “disciplinas”, en el cual
incluye la existencia de un campo de estudio definido con algunos limites borrosos, la
adopción de una estructura institucional cada vez más elaborada desde el siglo XIX
(ejemplo de ellos son los departamentos universitarios) y la gestación de una suerte de
“cultura” en la que los académicos dicen sentirse identificados, bajo la egida de un
grupo disciplinar que comparte experiencias, lenguaje e intereses entre sus miembros.
Todo estos factores son sin duda el sustrato necesario para cultivar una misa cultura
disciplinar, que no estaría completa sin que se acepte la sumatoria de aportes de otras
disciplinas para reconstruir las ciencias sociales.

Dicha identidad reviste de especial importancia dado que incluye una cosmovisión y
una forma de apreciar a las otras “culturas”, lo cual es relevante para la relación entre
las tonalidades culturales de la comunidad de antropólogos y de historiadores. El papel
de esta lógica en la conservación de los límites o fronteras invisibles entre las
disciplinas ha sido fundamental, dado que como bien lo recuerda el autor, la llamada
división decimonónica de las disciplinas como esferas intelectuales ha durado más que
los fines que le dieron origen, gestando espacios para la actividad intelectual exclusiva.

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De la misma forma, se garantiza la dura conservación de los marcos institucionales aun
cuando se reconozcan grietas en las estructuras generales del saber.

Si bien las fronteras han sufrido cambios interesantes a lo largo de la historia, persistió
el imaginario que las líneas intelectuales de las disciplinas que habían sobrevivido de un
proceso de acumulación que data de un siglo, giraban en torno a tres ejes que ya se
habían descrito en la parte primera del presente resumen, algo que fue evidente hasta
inicios del siglo XXI, periodo en el cual se harían palpables las grandes limitaciones a
estos ejes imaginarios de occidente,, llegando a presentarse ocasiones en los que
muchos cientistas sociales comenzaron a ignorarlos en la práctica. ¿Qué paso? el autor
atribuye ese fenómeno al cambio que aconteció en el mundo. Estados Unidos se
convirtió en una potencia hegemónica de alcance mundial, el tercer mundo se
transformó en una fuerza política, la educación de nivel superior universitario se
extendió masivamente en todo el mundo, con el un correspondiente aumento masivo en
la cantidad de cientistas sociales a nivel mundial que desarrollaban su actividad
investigativa y publicaban sus trabajos en distintos escenarios culturales y sociales.

Ante este escenario de división y reunión, Wallerstein va a proponer y explorar la idea


de fundir todas las disciplinas sociales en una facultad gigantesca denominada “Facultad
de ciencias sociales históricas” cuyo programa excluiría a la psicología en razón a que
su campo es “bien distinto” y está más cercano a las ciencias biológicas. El autor se
apresura a desestimar esta quijotesca idea dado que ya hoy día los departamentos son
difusos y unificarlos bajo uno solo agravaría las tensiones y las divisiones internas dado
que es posible predecir la formación de grupillos entre los que se sintieran más
cómodos juntos gestando así muchas más subdivisiones.

El abandono de esta idea de unificación lleva al autor a reconocer las verdaderas líneas
divisorias intelectuales que rigen las ciencias sociales actualmente, las cuales hacen
alusión a tres grupos académicos: El primero son los cientistas que todavía se adhieren a
la clásica visión nomotética y buscan constituir leyes sobre la conducta social de la
mayor generalidad posible; el segundo grupo es heredero de la corriente ideográfica en
más de un sentido, y sus miembros tienden a estudiar lo particular y los fenómenos
pequeños y grandes; por ultimo está el tercer grupo de los cientistas que no están a
gusto en ninguno de los dos campos pero quieren conformar grandes relatos de lo que
definen como fenómenos sociales complejos por medio de preferencias heterogéneas, lo
cuantitativo y las explicaciones filosóficas más amplias.

A renglón seguido, el autor aborda la sección que titula “El marco institucional de las
disciplinas”. En esta sección el autor comienza afirmando que las disciplinas también
son organizaciones y también cuentan con una dinámica de reacción o coto de caza por
el que sus miembros estarían a defender a muerte las ideas y el cuerpo cultural de dicha
disciplina. La defensa de estos intereses entonces se dirige a conservar el orden de las
cosas como esta dispuesto, lo cual no los exime de permitir los llamados proyectos

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multidisciplinarios en razón a que son estos los instrumentos más claros para reivindicar
la existencia de disciplinas con un saber especifico.

Los grandes guerreros de esta concepción estática del conocimiento son los expertos de
entre 45 y 50 años que ocupan posiciones de profesor de dedicación exclusiva, titulares
de cátedra, directores de asociaciones y jurados con poder de recompensa. Estos
personajes forman un sequito que revierte cualquier intento de aquellos que deseen
provocar un cambio dado que cuentan con el verdadero poder en las organizaciones
disciplinares. La posición de dominio de este grupo es casi absoluta dado que se gesta
una lógica de conservación del control y de adaptación ante las anomalías intelectuales,
la falta de acierto en los pronósticos, y la legitimidad de las ciencias sociales al sistema
social. Estas preocupaciones, según el autor, también van a ser asumidas por las
autoridades, las cuales buscaran actuar como nexos entre la academia y el sistema social
que la contiene y conseguir el dinero, el poder y la legitimidad que el sistema social
confiere.

El poder de este sequito es tan grande que el autor reconoce que teme por que sus
reformas a las disciplinas en las organizaciones académicas estén sujetas más a intereses
de orden económico que varían de año a año, y por qué tales reformas sean distintas en
cada lugar, teniendo en cuenta las circunstancias distintas en una organización o
ignorando los llamados de una organización trasnacional como la de los académicos de
una misma disciplina. Para el autor estos factores solo revelan algo mucho más grande
y es el hecho de que nos dirigimos a un periodo de caos en la estructura de las
disciplinas.

La última sección del capítulo final se titula “La cosecha del cultivo de las ciencias
sociales”, el cual comienza con la explicación de la autor acerca de la adopción de una
metáfora para referirse a la variedad de frutos que pueden combinarse y transformarse
en productos que nos son de suma utilidad y que se conforman a las propiedades y los
límites del suelo. Tomar este tipo de analogías es de especial importancia aclaratoria
para abordar la reflexión del autor sobre la construcción hipotética del edificio
denominado “ciencias sociales históricas”, cuyo nombre se asocia a una referencia del
mundo real con enunciados relacionados con la ciencia.

El uso de conceptos es un elemento constitutivo de este tipo de edificaciones en la


medida que si no hay conceptos nadie podría decir nada. La adopción de los conceptos
proviene de la infancia, y aunque todavía haya algunos actores que cuestionan la valides
de los mismos, persiste la tendencia a invocarlos todo el tiempo. Además de dudar o
negar la valides de los conceptos, entre los cientistas sociales también es común pasar
por alto las limitaciones de la morfología, lo cual es de especial preocupación dado que
dichas morfologías constituyen formas de crear un principio de orden en esa confusión
que es la realidad.

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Además de conceptos y morfologías, el autor hace especial énfasis en la noción del
tiempo pasado y las verdades sencillas. Es así como propone que todos los enunciados
de la ciencia deberían hacerse en tiempo pasado para evitar el riesgo de formularlos en
tiempo presente y así suponer la universalidad y la existencia de una realidad eterna. La
segunda propuesta en ese sentido es un llamado a la investigación como ejercicio para
que esta ´pueda moverse de una esfera a otra, dejando de lado alguna intención del
llamado “ceteris paribus” dado que es un error creer que la variables que se dejan a un
lado no inciden en las variables estudiadas. Al respecto, las ciencias de la complejidad
enseñan que aun con una alteración imperceptible en las condiciones iniciales, el
producto final, más allá de la validez del conjunto de ecuaciones empleadas.

En tercer lugar, al autor afirma que todos los científicos necesitan todos los métodos,
porque todos y cada uno de los métodos cuentan con ventajas y desventajas, por tanto,
los investigadores jóvenes deberán familiarizarse con la mayor cantidad de métodos
posibles y se les invita a que dejen los prejuicios de las culturas intelectuales a un lado.
Así mismo, estos agentes no deben alarmarse por buscar la mayor simplicidad, dado que
este no es el objetivo final del proceso científico sino su punto de partida. Ahora bien,
tampoco debe haber animadversión por el proceso, dado que éste si puede contener altas
dosis de complejidad, que es la naturaleza misma del juego.

Wallerstein afirma posteriormente que la cultura de las ciencias sociales históricas que
él imagina no se opone en ninguna medida a las teorizaciones ni a las teorías, pero se
muestra cautelosa, como propuesta, ante las fracturas y cierres intelectuales prematuros.
Para el autor, el rasgo de esta concepción suya es la de la amplitud de datos, de métodos
y de relaciones con el resto del mundo del saber. Finalmente, cierra el texto afirmando
que presupone que en los próximos 50 años superaremos el divorcio reciente entre la
ciencia y la filosofía o entre las llamadas “dos culturas”, para dar inicio a los esfuerzos
por constituir una única epistemología para todo el saber, que incluya una recarga de la
ciencia social para que pueda conformar un vehículo entre las ciencias naturales y las
humanidades.

Análisis crítico del texto

En primer lugar, debemos reconocer que al leer a Wallerstein estamos ante uno de los
más reconocidos sociólogos de todos los tiempos. Su gran trayectoria académica e
intelectual sin duda es una evidencia factible de una vida dedicada a la investigación y a
la reflexión de los fenómenos del saber humano. El presente trabajo que, como
explicamos a principio del documento, es la continuación de un trabajo de tiempo atrás
que busca no solo explicar la crisis del conocimiento en el pensamiento intelectual de
hoy, también pretende esbozar una nueva concepción de las ciencias sociales cuya
metodología abre las puertas a la incertidumbre, es una pieza de gran valor intelectual,
que debe ser abordada con modestia por aquellos que desconocen o no sienten interés
profundo por sus temáticas.

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Teniendo en cuenta esto, la postura personal que será aquí descrita, solo busca
humildemente presentar un escenario no concluyente para el debate y la crítica, con la
esperanza de que este esfuerzo contribuya a alcanzar esa mayor claridad o simplemente
contribuya a generar mayores espacios de reflexión y aproximación teórica. En este
sentido, la crítica aquí encauzada será dispuesta en dos grandes trayectos definidos en
dos escenarios: en primera medida, se abordará una reflexión acerca de lo adecuado o lo
inadecuado de hablar de una “crisis del conocimiento en el pensamiento intelectual de
hoy” a la luz de las implicaciones de las aseveraciones mismas de la frase; en segundo
lugar, se elaborará una corta consideración acerca de la viabilidad de la propuesta de
Wallerstein de presentar una “nueva concepción de las ciencias sociales cuya
metodología abre las puertas a la incertidumbre”.

Para empezar, la llamada “crisis del conocimiento” debe ser vista con cautela. El mismo
autor, en uno de los apartes de su texto nos advertía al respecto al señalar que se debía
prestar atención a las implicaciones del “cambio eterno”, que lleva a afirmar que “todo
es crisis” o que “todo punto de inflexión se convierte en una bifurcación crítica” y
propone distinguir los cambios pequeños de los grandes y las bifurcaciones cíclicas de
las crisis sistémicas. Sin embrago el autor insiste en utilizar dicho vocabulario no solo
para referirse al conocimiento en el pensamiento normalizador intelectual de hoy,
también para destacar una patología de la estructura misma del llamado sistema de la
economía-mundo capitalista. Como punto de vista personal, el riesgo de trastocar
conceptos aquí es muy elevado, y esto por varias razones.

En primera medida, el mismo Wallerstein afirma en su texto que la denominada


“ciencia normal” newtoniana, eje fundamental del pensamiento intelectual de hoy,
desconoce en su seno teórico cualquier existencia de una posible “incertidumbre” tanto
intelectual como de la realidad social y anula su preocupación por ellas. Este hecho,
para nosotros, podría derivar en grandes dificultades del lado de la aplicación de
conceptos y contenidos, dada las desventajas que podrían devenir el uso de lenguajes
ajenos a un fenómeno para clasificar o denominar la naturaleza de dicho fenómeno.

En segundo lugar, y en concordancia con elemento anterior, la intensión de denominar


aquí algo como “crisis” acarrea la obligación de abrir una brecha de debate en nuevos
escenarios. Dicho mejor, la propuesta del autor debe estar dispuesta a discutir con la
“oposición” la existencia o ausencia de tal crisis o la magnitud de la misma. Por tomar
un simple ejemplo de esto, tomemos solo una postura divergente: Me refiero a las
observaciones del lingüista, filósofo y activista estadounidense, Noam Chomsky, acerca
de la crisis económica de 2008 y otras anteriores. Según Chomsky, las llamadas crisis
no son más que fenómenos cíclicos connaturales de un sistema denominado
“capitalista” el cual no puede “agotarse” dado que “nunca comenzó”. Por tanto, más allá
de hablar crisis (una más agudas que otras), hablamos de fenómenos repetitivos que se
enmarcan en una lógica con una sola asíntota constante, autora de la preservación o
reproducción, que es la cualidad del sistema históricamente para socializar los costos y
riesgos y privatizar los beneficios.

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En tercer lugar, es posible afirmar que resulta inadecuado, a la larga, dejar la reflexión
de “una crisis del conocimiento en el pensamiento intelectual de hoy” sin atender,
en mayor medida, a las lógicas propias de la noción de poder y de intereses en
representación de dicho pensamiento. Es así como distintas posturas pueden desafiar,
con mayor o menor interés, y con mayor facilidad los argumentos del autor. Por dar un
ejemplo de esto, se trae a colación la reflexión del profesor en filosofía de la
Universidad Complutense de Madrid, Ángel Enrique Carretero Pasin, que señala en su
artículo “Reacciones a la modernidad Una lectura de las respuestas de lo social al
ejercicio del poder” el asunto de los llamados “rebotes de poder”, autoría de Michel
Foucault. De acuerdo con Pasin, estos rebotes indican la capacidad que posee el poder
para inducir reacciones a su práctica, estos es, de un elemento de reacción integral ante
ciclos o connatos de resistencia al poder instituido o de rechazo al régimen de coerción
impuesto. La visión de los rebotes, advierte Pasin, debe cambiar la arraigada perspectiva
sociológica tradicional en la que se concibe lo cotidiano como un mero espacio en
donde se expresa la dominación social.

El uso del término “modernidad” a propósito de tales rebotes de poder, es singularmente


sensible de ser desafiado, dado que el autor lo emplea como una suerte de sinónimo a
los fenómenos de ciencias, racionalidad, tecnología, y ascenso del discurso liberal, y
alcanza a llevarlo al seno de su reflexión acerca del debate mismo, en el siglo
XXI, entre el costado del avance de la tecnología y la modernidad o el colapso cíclico
o permanente del sistema mundo existente. La desestimación de Wallerstein a este
concepto, tratándolo como una simple visión específica de las posibilidades sociales del
mundo bajo la idea de un contrato choca, con desventaja, ante las observaciones de
Pasin y Foucault, que advierten que la modernidad posee una capacidad para
reabsorber aquellos discursos críticos que tratan de socavar sus cimientos,
reapropiándose de ellos para auto-conservarse.

Sin desatender las posibles debilidades ya descritas, el presente análisis continúa con
la consideración acerca de la viabilidad de la propuesta de Wallerstein de presentar una
“nueva concepción de las ciencias sociales cuya metodología abre las puertas a la
incertidumbre”. Este análisis se va a limitar a indicar un hecho o cuestión que llama la
atención dada su posible debilidad conceptual, y es lo innecesario de incurrir en un
desgaste teórico para buscar una nueva concepción de las ciencias sociales que incluya
las llamadas “incertidumbres”. Se afirma esto en razón a que pareciese que ya dichas
“incertezas teóricas” existiesen bajo expresiones particulares, muestra de ellos son los
pronósticos acerca de las consecuencias de fundir todas las disciplinas sociales en una
facultad gigantesca denominada “Facultad de ciencias sociales históricas”.

Como bien lo señala el autor, la misma probabilidad reconocible de la gestación de


esos grupillos de saberes, con vida propia e identidad, que contribuyen a la subdivisión
de la disciplina, y la misma existencia de esas verdaderas líneas divisorias intelectuales
que rigen las ciencias sociales (que incluyen tanto simpatizantes de leyes generales de

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conducta como del estudio de lo particular), ponen en evidencia el reconocimiento
implícito de un acuerdo por el desacuerdo, por lo parcial, por lo heterogéneo, por la
diversidad de hechos e intereses, es decir, de un acuerdo de que no hay certeza, porque
no se ha alcanzado un tal estadio de armonía que permita la fusión, la unificación y la
certidumbre.

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