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Con los años he tenido que estar muchas veces en situaciones difíciles
que requerían de movimientos de acción no intervenidos por
las emociones, y no siempre conseguí hacerlo.
“Nunca he visto una expresión con tanta fascinación como la que tenía
Lou mientras moría. Sus manos estaban haciendo el movimiento 21 de
Tai Chi, el del “agua que fluye”. Tuve entre mis brazos a la persona que
más amaba en el mundo, y estuve hablando con él mientras moría. Su
corazón se detuvo. Él no tenía miedo. Pude caminar con él hasta el final
del mundo. Pude ver la vida -tan bella, dolorosa y deslumbrante- en su
máxima expresión. ¿Y la muerte? Creo que el propósito de la muerte es
la liberación del amor“.
Sin duda hay algo en el meditador que le lleva a mirar las escenas de
la realidad, cuando es necesario, como un mero espectador. Y si el
entrenamiento es el adecuado y ha sido integrado en cada nivel de su
vida, a la vez que se retira de la escena, tenderá a conectar con la
compasión verdadera (la que preserva la dignidad y la individualidad del
otro, la que no espera nada a cambio) y con la Buena Ayuda.