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Dispuestos a reconocer nuestros errores

La primera vez que alguien me hizo reconocer uno de mis múltiples errores como siervo de
Dios, fue una soleada tarde cerca de un río en el que minutos antes habíamos realizado los
bautismos a nuevos creyentes de la congregación. Todo se prestaba para un extraordinario día
de campo: el rumor de las aguas, el verde inmenso del prado que se perdía a lo lejos hasta el
punto distante en el que se fundía con las montañas y un agradable calor que se conjugaba con
todo alrededor. Era un día de ensueño.
--Necesito hablar con usted, pastor—Olga Cecilia navegaba entre la incertidumbre, el temor y
la indecisión--: Llevo días dilatando este momento y creo que llegó la hora—dijo apenas
dándome tiempo a sentarme en el césped mientras que ella dirigía su mirada a todos lados: al
niño que acunaba en sus brazos, al correntoso río cerca nuestro y a unos niños que jugaban
fútbol--. Siento que usted es arrogante, elude saludar a creyentes nuevos como yo y no se toma
el tiempo necesario para escuchar las inquietudes de quienes, al término de sus sermones,
quisiéramos ampliar un poco más sobre el tema. Usted definitivamente me cae mal—concluyó.

Personalmente creía que no era así. Por el contrario—reflexionaba—detrás de la seriedad que


demostraba, había alguien en cierta medida tímido, temeroso en ocasiones y acostumbrado a
refugiarme en determinado grupo de colaboradores inmediatamente concluía el servicio
religioso. Con ellos me sentía en confianza. Así es que, aunque no compartía su opinión, opté
por escucharle en silencio para conocer los motivos de su inconformidad.

La segunda vez tuvo lugar en un retiro espiritual. Una de las líderes de la iglesia no se anduvo
por las ramas:--Fernando, tú eres autoritario. Dices algo y no das lugar a controvertir. Pareces
un dictador centroamericano. Sinceramente, no me gusta tu actitud--enfatizó.

Una tercera persona fue Marisol,. la directora de alabanza de una comunidad de creyentes a la
que me invitaron a predicar, al sur de Santiago de Cali. Espero hasta que todos se retiraron de
mi para decirme:--Lo que más me desconcierta de usted es que, cuando termina sus mensajes
abre las puertas al mover de Dios y, justo cuando el Espíritu Santo comienza a moverse con
poder, corta todo de un tajo y dice, invariablemente: “Denle un fuerte aplauso al Señor
Jesucristo”.—Guardé silencio. Ella tenía razón.

Un error: nos creemos perfectos

Admitir los errores no es fácil. Generalmente consideramos que todo cuanto hacemos, está
bien. Y ese es un gran error porque apreciamos las cosas desde nuestra perspectiva y los seres
humanos tendemos a considerarnos perfectos o al menos, acertados en lo que pensamos o
decimos. Sólo comenzamos a identificar las fallas cuando alguien más nos lleva a reflexionar
en las fallas.

¿Qué actitud asumir? En primera instancia, reconocer que no somos perfectos. En segundo
lugar, asumir una posición atenta y tolerante y, tercero, asumir la humildad suficiente para
escuchar lo que piensan de nosotros.

Si realizáramos una encuesta entre amigos y conocidos, seguramente nos dirían cosas que
jamás pasaron por nuestra mente, pero que tienen asidero.

Admitir que fallamos, una actitud cristiana

El apóstol Pablo hizo hace siglos una acertada advertencia: “No seáis sabios en vuestra propia
opinión” (Romanos 12:16).
Cuando usted y yo estamos abiertos a reconocer nuestras fallas, seguramente avanzaremos
en el crecimiento como personas y como cristianos. Pero si cerramos los oídos para admitir los
errores, seguiremos afincados en una actitud que no sólo cerrará las puertas en nuestro
interactuar con los demás, sino que también nos traerá conflictos en todo cuanto hacemos, en
el presente y hacia el futuro.

Es prudente que tomemos el tiempo para revisarnos. Recuerdo que recién comenzaba a escribir
para varios medios de mi país y del mundo, tanto impresos como de Internet, odiaba revisar lo
que había redactado. Lo escribía, cerraba la página y listo... Cuando los editores no se tomaban
el trabajo de examinar mis aportes, los escritos aparecían con “errores” y “horrores”. ¿La
solución? Examinar una y otra vez la composición, las ideas, la estructura gramatical, el
contenido. Eso me llevaba a identificar fallas y a evitarlas en el futuro.

Un ejemplo gráfico es pensar que nuestra vida es como una película grabada en videocasete.
Lo aconsejable es que siempre --al terminar la jornada-- rebobinemos la cinta y paso a paso,
miremos qué hicimos, cómo actuamos y dónde podría encontrarse algo que no fue sabio dentro
de nuestro desenvolvimiento cotidiano.

Usted desea crecer como persona y como cristiano. Yo también. Si le pregunta a alguien a su
alrededor, coincidirá con nosotros. La mejor forma de hacerlo es aprendiendo a reconocer
nuestros errores y a avanzar en la aplicación de los correctivos necesarios, con ayuda de Dios.

Si tiene alguna duda, sugerencia o inquietud, espero su comunicación ahora mismo.

Ps. Fernando Alexis Jiménez


Correo electrónico: fernando@adorador.com
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¿Cómo reconocer nuestros errores?

A través de nuestros errores tenemos la oportunidad de reflexionar y aprender algo nuevo.


Cuando revisamos las consecuencias de una acción que acabamos de realizar, es cuando
podemos reconocer el error que cometimos. Debido a esto, nos resulta tan difícil prevenir
algunos errores, porque sólo podemos reconocerlos una vez que los hemos cometido.

Desarrollar la capacidad de reconocer y aceptar nuestras equivocaciones amplía nuestra visión


de la realidad, nos impulsa a asumir nuestra responsabilidad y nos enseña, además, a
reconocer la presencia de personas afectadas por las consecuencias de nuestras
equivocaciones.

Oímos a diario frases como: "Cometer errores es humano", "Un error lo comete cualquiera",
etc. pero, lo más importante, es que tengamos la disposición de asumir el compromiso de
hacer cuanto sea necesario para corregirlos. Algunos padres, por ejemplo, temen reconocer
un error frente a sus hijos por miedo a perder su autoridad o el respeto por parte de ellos,
cuando, en realidad, hacerlo sería una señal de sabiduría, humildad y amor.

Desde luego que no es sencillo aceptar nuestras equivocaciones, pues hiere nuestra
autoestima. A veces nos da pena que otros descubran que hemos cometido un error; otras,
quedamos paralizados por el miedo de volvernos a equivocar, o también puede suceder que
en vez de asumir nuestra responsabilidad y reparar nuestros errores, busquemos culpar a
alguien de ellos. En realidad, saber que tenemos derecho a equivocarnos y estar dispuestos a
aprender de ello, nos da la libertad de ser auténticos, de tomar decisiones más acertadas y
nos concede el permiso para atrevernos a realizar actividades nuevas con más seguridad y
confianza.

En algún momento, nos llegará el día en que hemos cometido un error grave, pero, a pesar de
la vergüenza que podamos sentir, no debemos huir de la responsabilidad ni ponernos agresivos
o defensivos cuando otros nos hagan una observación al respecto; nuestra meta deberá ser,
en ese momento, tratar de reparar el daño de la forma más digna posible. Muchas personas
creen que reconocer un error puede ser una señal de debilidad y que, además, puede
representar la posibilidad de perder el respeto por parte de los seres queridos… ¡No es así!
Definitivamente, el admitir que nos equivocamos nos merece el aprecio y la estima de ellos,
especialmente si nos ven hacer el esfuerzo para superarlo y no repetirlo. Asumir nuestros
errores nos permite crecer y madurar internamente. Además, todas las equivocaciones son
una oportunidad para aprender algo nuevo acerca de nosotros mismos, de los demás y de la
vida.

Hay dos maneras simples de aprender y madurar: lo hacemos por error y acierto, reconociendo
y asumiendo las consecuencias que se generan de nuestras elecciones. Si tienes hijos, la
próxima vez que uno de ellos cometa un error pídele que asuma su responsabilidad sin
presionarlo o castigarlo inmediatamente por la equivocación cometida. En su lugar, explícale
las posibles consecuencias e invítale para que participe en el proceso de encontrar la solución
y el medio para que no vuelva a suceder.

Pensamos, con frecuencia, que los errores son un fracas

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