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El Pozo de los suspiros


Romance de Xena y Gabrielle
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Índice

Notas del autor

Sinopsis

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Epílogo

Sobre el autor

Créditos
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NOTAS DE LA AUTORA

Mea Culpa: Esta historia usa personajes registrados que pertenecen a


MCA/Universal y Renaissance Pictures.

Contenido sexual adulto: Esta historia retrata Xena y Gabrielle en un


contexto romántico y sexual. Si este tipo de escenario te inquieta, es
ilegal donde vives, o si eres menor de edad, por favor no leas más.

Grado de violencia: Muy suave, aunque hay alusiones ocasionales a


violencia física, no figuran de forma prominente en esta historia.
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Sinopsis

La Destructora de Naciones regresa del olvido y sólo Gabrielle


puede detenerla pero, ¿a qué precio?
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PRÓLOGO

E
l sol estaba a medio camino de su viaje a través del cielo cuando
entré cabalgando en un claro del aislado valle. Mi progreso a
través del escabroso terreno había sido retardado por el sosegado
ritmo que había impuesto a mi caballo, uno que igualaba el paso de mi
compañera en el suelo. Gabrielle podría haber caminado más rápido si
hablase menos, pero estaba de humor para escuchar la música en su
voz y observar el juego de la luz en su cabello oro rojizo. Mi paciente
silencio parecía ser todo el ánimo que precisaba para rezumar
excitación.

—Sí —dijo— definitivamente este lugar tiene sensación literaria.

—¿De veras?

Estudié los dos escarpados taludes cubiertos de árboles doblados por la


edad. Cierto, arrojaban torturadas sombras sobre los escuálidos
hierbajos que cubrían el camino que estábamos siguiendo, pero por lo
demás la escena no despertaba mi imaginación.

—Un bosquecillo de olivos a cada lado. Y aún uno de mayor tamaño…—


Se volvió en un lento círculo, contando las marchitas arboledas que nos
rodeaban—. Uno, dos, tres… ¡sí, de veras sabía que éste es el lugar! He
oído un poema acerca de este mismo sitio. Si solo pudiese recordar el
resto de los versos. —Perdida en contemplación de literatura clásica,
prestó poca atención mientras detuve a Argo junto al pozo que estaba
en el centro del claro. Mi propia atención se centró en cuestiones más
prácticas, tales como los deshinchados odres de agua atados a mi silla.
Mientras desmontaba, aún podía oír a Gabrielle murmurando para sí—:
Ta dum, ta dum, el curvo camino… entonces algo sobre un pozo rústico.

—Rústico es una forma de expresarlo —dije con una suspicaz mirada a


la desmoronada cantería y la podrida tapa de madera de encima.
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Mis dedos trazaron el rastro de líneas excavadas que habían sido


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incisas en el borde circular, pero las letras estaban demasiado


revestidas de moho y liquen para ser ahora legibles. Agarrando un
asidero de la alabeada tabla, tiré de la tapa del pozo, encontrando una
inesperada resistencia, tiré entonces de nuevo con más fuerza. La tapa
cedió con un gemido y cayó en pedazos de entre mis manos. No creo que
nadie haya estado por aquí en años.

—Montan guardia junto al Pozo de los suspiros… —recitó Gabrielle, aún


inmóvil en el sitio. No había signo de cubo o cazo, ni tan siquiera uno
oxidado en desuso, así que me incliné sobre el borde y metí mi brazo en
la fría oscuridad hasta que mis dedos rozaron la superficie de la aún
más fría agua. Pese a la ajustada tapa que había quitado, el pozo olía
con el aroma de la frescura del agua de manantial—. Esperando a
aquellos que perderían… —Su voz vaciló—… que perderían… ¿qué? —
Me erguí, mi mano goteando de su inmersión en el pozo—. ¡Lo tengo! —
gritó—. ¡Esperando a aquellos que perderían sus penas! —Alcé la palma
ahuecada a mi boca—. Por supuesto, es la historia de… —Gabrielle se
giró, entonces se quedó helada en el sitio—. ¡No, Xena!

Sobresaltada por su repentino grito, paré bajando el brazo. Mis labios


aún húmedos del agua que había sorbido…
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Capítulo 1

—¡N
o bebas el agua!

Incluso mientras gritaba, una ola de vergüenza me


recorrió. Ésta no sería la primera vez que una melodramática
suposición me hacía quedar como una tonta ante Xena. Pero entonces
vi todo el color desvanecerse de su cara. Y peor que la vista de su
repentina palidez, fue la inexpresividad en sus ojos azules. Oh, no…

Mientras daba un apresurado paso hacia ella, la inexpresividad fue


suplantada por otra emoción. Demasiado tarde reconocí su mirada de
rabia. Segundos más tarde me encontré de golpe en el suelo, de
espaldas, con Xena elevándose sobre mí. Plantó una rodilla sobre mi
pecho; sus manos aplastaron mis hombros.

—¿Quién eres? —el gesto de su rostro era aterrorizante en su


intensidad.

—Xena… —luché por respirar contra la trituradora presión de mi


pecho.

—Soy yo… Gabrielle.

No hubo reacción, ningún signo de reconocimiento.

—¿De dónde viniste? —lanzó una mirada sobre su hombro, sus ojos
cautelosamente escaneando el vacío claro—. ¿Y qué lugar es éste? —
murmuró como para sí—. ¿Cómo llegué aquí?

—Nosotras seguíamos… —Sus dos manos envolvieron mi cuello,


abruptamente ahogando mi explicación.

—¿Qué es ese nosotras? —dijo Xena furiosamente, zarandeándome—.


Nunca antes te he visto.
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Luchando contra el mareo que amenazaba nublar mis sentidos, articulé


las desesperadas palabras.
—Déjame… respirar…

Aflojó su presa justo lo suficiente para que cogiese aliento y susurrase.

—Puedo probar que nos conocemos. Eres Xena de Amphipolis. Tu


hermano mayor es Toris; tu hermano menor era Lyceus y deseas yacer
en paz a su lado en el panteón familiar.

—¿Cómo supiste eso? —había un escalofriante filo de amenaza en su


voz y sus dedos comenzaron de nuevo a apretar.

—Porque… tú me lo dijiste —jadeé—. Por favor… lo explicaré.

—Sigue hablando.

—Fue un accidente… bebiste de ese pozo… el pozo de los suspiros.

Xena frunció el ceño.

—¿Qué es esto, un acertijo? —no sonó como si le gustasen los acertijos.

—El pozo de los suspiros… está alimentado por… las aguas de Lete.

—Lete, el agua del olvido —liberando su agarre de mi garganta, Xena


desplazó el peso a los talones de sus botas—. Supongo que eso podría
explicar esta situación.

—Sí —tomé una larga y estremecida inspiración de aire—. Y


evidentemente has tragado suficiente agua para olvidarme, lo cual
significa que has perdido la memoria de los últimos dos años… o más.

—Cuánto más es la cuestión pendiente —dijo haciendo eco a mi


inexpresado pensamiento.

Su estoico comportamiento no mostraba nada más profundo que un


inexorable reconocimiento de su situación, pero la conocía lo bastante
bien para detectar una vena de aprensión en su voz. Xena conocía el
miedo; simplemente era mejor que la mayoría de la gente ocultando esa
emoción.
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Me erguí a una posición sentada. El dolor en el pecho estaba


desapareciendo, pero mi garganta aún estaba lastimada y magullada.
—¿Qué es lo último que recuerdas? —gruñí.

Frunció los labios, como si retuviese una respuesta.


Sus ojos examinaron mi cuerpo, evaluándolo, midiéndolo.

—Estás bastante en forma, pero no vistes como un guerrero. ¿Quién


eres y por qué estamos viajando juntas?

—Bueno, soy bardo y…

—¡Bardo! ¿Por qué estaría yo viajando con una bardo?

—También soy tu amiga.

Sus ojos se estrecharon con sospecha.

—Menos verosímil aún.

—No me crees —dije desconcertada al darme cuenta.

—¿Por qué debería? —Xena lanzó su mano en dirección al pozo de


piedra—. Solo tengo tu palabra por todo esto —se sobresaltó cuando
una ráfaga de frío viento de otoño sopló entre las hojas del huerto.
Alzando la vista, rastreó la posición del sol, el cual estaba bajo en el
cielo incluso al mediodía—. Pero era mitad de verano cuando yo… —se
interrumpió con un repentino ceño fruncido y lanzó una mirada a su
brazo. A la brillante luz del día, podía solo distinguir una fina cicatriz
blanca corriendo desde su muñeca al codo—. Y fui herida esta
mañana…

—En Atropis —dije. Mi estómago se revolvió, pero el instinto me urgió a


retener cualquier signo de mi alarma interna—. Fuiste acuchillada justo
después de la rendición de la ciudad.

—¿Te conté eso? —Preguntó con obvia perplejidad—. Me pregunto por


qué. La pelea solo duró unos segundos.

Con un despreocupado encogimiento de hombros, miré directamente a


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los ojos azul hielo de la señora de la guerra Xena y dije:


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—Olvidé como salió el tema.


Pero era mentira; recordaba todo demasiado claramente. Había
despertado en mitad de la noche, sudando y temblando, casi vomitando
la cena por los recuerdos que habían atormentado sus sueños.
Recuerdos de un anciano panadero que se había aproximado a ella con
una jarra de cerveza, entonces sacó un cuchillo de pan y se las arregló
para cortarle una vez antes de que ella le matase. Había ordenado que
su cadáver colgase en el centro del pueblo, como lección para
cualquiera de la gente del vencido pueblo que se sintiera tentado a
resistir el pillaje y saqueo de sus hogares y tiendas.

—¿Cuánto hace de eso? —urgió Xena.

Tras un rápido cálculo dije:

—Casi tres años.

Lo cual significaba que esta Xena ya se había encontrado con Hércules


una vez, pero faltaban varios meses para el segundo encuentro, en el
cual la persuadió para buscar una nueva vida.
Esta Xena aún seguía a Ares, el dios de la guerra.
Esta Xena era una mujer muy peligrosa.

—Tres años… —tras un momento de consideración, se encogió de


hombros—. Oh, bueno, podría haber sido peor. Un buen trago de ese
pozo habría borrado toda habilidad de lucha que jamás hubiese
aprendido.

Se puso de pie y se estiró. Entonces, en un movimiento tan rápido que


fue un borrón, alcanzó su chakram y lo lanzó por el aire.
Instintivamente me agaché ante el estridente sonido del metal saltando
de las piedras del pozo, después zumbando sobre mi cabeza. Siguieron
una serie de sordos golpes y en mi mente vi al disco rebotando entre los
olivos. Una vez que el agudo zumbido se desvaneció, miré arriba y vi
que la mano de Xena estaba de nuevo agarrando con firmeza el
chakram.

—Odio cuando haces eso.

Sonrió y sus ojos chispearon como zafiros.


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—Solo comprobaba mis reflejos.


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Aparentemente satisfecha con la respuesta de su cuerpo, se giró sobre
los tobillos para encarar a Argo.

—Bonito caballo tienes allí.

Hubo un filo especulativo en su voz que hizo que mi espalda


hormiguease.

—En realidad, Argo es tu caballo.

—¿Mío? ¿De veras?

Xena se aproximó al caballo con ansia, pero sus manos recorrieron los
flancos de Argo con nada característica brusquedad. La yegua se echó
atrás con una nerviosa patada de sus cascos. Me recordó la reacción de
Argo ante Callisto y sombríamente consideré que la comparación podía
ser demasiado similar.

Con un ceño de decepción, Xena dijo:

—Es un poco nerviosa. Sin embargo, vendrá bien. Necesito regresar con
mi ejército lo antes posible. ¿Dónde estaban acampados la última vez?

—¿Tu ejército? —rápidamente me erguí sobre mis pies, sintiendo que en


el suelo era por entero demasiado vulnerable.

—Sí, mi… ¿hay algún problema que debiera conocer?

—Eso podrías decir —dije cautelosamente. Como bardo, estaba


demasiado familiarizada con historias acerca de mensajeros de malas
noticias muertos. Además juzgando por la impaciente mirada en el
rostro de Xena, sospeché que a un mensajero lento le era igual de
probable resultar herido—. Verás, uno de tus lugartenientes resultó ser
un poco más… ambicioso de lo que sospechabas.

—¡Darphus! —espetó—. ¡Tuvo que ser Darphus!

—Sí, de hecho…
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—¡Esa escoria rastrera! ¡Le destriparé!


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—Eh, en realidad, ya lo has hecho. Y tu lucha fue una historia genial —


dije con lo que esperaba fuese una convincente exhibición de
entusiasmo. —Rápidamente me lancé a un recuento de cómo Xena
había perdido el control de su ejército, aunque mi versión fue algo
diferente de la que le había sacado a Salmoneus, la señora de la guerra
ante mí no parecía receptiva a la idea de una alianza con Hércules— …Y
entonces hundiste tu espada en Darphus, acabando con su viciosa y
amotinada vida.

—¿Y qué pasó con mis guerreros? —Preguntó con una resuelta
persistencia—. Los que me hicieron correr la baqueta.

—Bueno —dije con expresivo encogimiento de hombros—, para


entonces la mayoría ya estaban muertos o huyendo por sus vidas.

—¿Les derroté yo misma a todos, dices?

—Estabas muy furiosa.

Rió.

—Tienes razón. Es una buena historia… ¿Cuál dijiste que era tu


nombre?

—Gabrielle.

—Bueno, Gabrielle, he perdido guerreros antes. —Agarró las riendas de


Argo y llevó al caballo hasta el camino atestado de malas hierbas—. Es
un contratiempo, pero puedo superarlo. Verás cuan rápidamente puedo
levantar un nuevo ejército.

Me helé en el sitio.

Mirando sobre su hombro, Xena me llamó

—¿No vienes?

—¿Qué? Oh, sí, voy. —Me obligué a moverme de nuevo, corriendo para
alcanzarla—. Pero, Xena, ¿no crees que primero deberíamos intentar
recuperar tu memoria?
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—¿Cómo?
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—No sé cómo, pero tiene que haber una forma de…


—No voy a desperdiciar tiempo persiguiendo un milagro —dijo
vivamente—. Quizá más tarde, después de que tenga asegurado mi
ejército.

—Pero y si…

—Sabes, ésta será la primera vez que he tenido un bardo como parte de
mis fuerzas. —Rió ante el pensamiento—. Pero me gusta la idea. Eres
entretenida y eso podría ser bueno para la moral.

—¡Genial! Empleo fijo. —Suprimí un estremecimiento ante el


pensamiento de encarar una hueste de guerreros reunida bajo la
ondulante bandera púrpura de la Princesa guerrera. Pero al menos era
una conveniente excusa para quedarme con Xena—. Conozco montones
de historias. De hecho, hay una historia sobre…

—Más tarde —dijo Xena bruscamente. Su buen humor desvaneciéndose


como el humo es barrido por un fuerte viento—. Necesito empezar a
hacer planes.

Como yo, pensé ansiosamente. Como yo.

Evidentemente los señores de la guerra estaban acostumbrados a ser


servidos. A diferencia de nuestra usual rutina de deberes compartidos,
esa tarde Xena se sentó con la espalda apoyada en un árbol y se echó
un sueñecito mientras yo establecía el campamento y cocinaba nuestra
cena. Después, tras que hubiese comido, me estudió abiertamente,
rastreando cada movimiento mío mientras recorría el campamento
arreglando nuestros lechos.

—¿Cuánto tiempo afirmas que hemos estado viajando juntas?

Sorprendida por el duro filo de escepticismo de su voz dije:

—Ahora hace casi dos años. —Me asenté en el suelo, lo bastante cerca
del fuego para sentir su calidez, pero no tan cerca que mi cara se viese
claramente. Había sido un largo día y no tenía la energía para disfrazar
cada expresión—. Me salvaste la vida —dije y cubrí mi creciente
nerviosismo relatando las circunstancias de nuestro primer encuentro,
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de nuevo remontando cuidadosamente los aspectos altruistas que


podrían no impresionar a esta arrogante señora de la guerra sentada al
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otro lado del fuego.


Escuchó impasiblemente mientras componía mi narración. A su
conclusión dijo:

—¿Y desde entonces?

—Oh, bueno… —había pasado el día preparándome para esta pregunta.


Con suerte, mi respuesta lanzaría la primera fase de mi plan para
devolver Xena a sí misma. Por otra parte, podría acabar matándome—.
Hemos estado viajando de aldea en…

—¿Haciendo qué?

—Algo de trabajo de mercenario cuando el dinero escasea. De otra


manera, simplemente atravesamos cada aldea de Grecia.

—¿Por qué?

—No estoy realmente segura de por qué. Quizá solo decidiste tomarte
un descanso del asunto de señora de la guerra —la sequedad de mi
boca amenazaba con ahogarme—, o quizá simplemente tenías planes
que deseabas mantener para ti misma.

No había forma de juzgar si su silencio era ominoso o simplemente


signo de que su inquisición había acabado. Mi esperanza de un respiro
duró poco.

—¿Y siempre acampamos así? —preguntó.

Capté el expresivo arqueamiento de ceja, pero me desconcertó su


significado.

—¿Así cómo? —Xena apuntó al lecho.

—Yo aquí… tú allí.

—Oh, eso… Bueno, sí. —Aturdida por el inesperado giro en nuestra


conversación, intenté explicar lo que apenas yo misma comprendía—.
Yo… tú… así es como siempre lo hemos hecho.
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—Si tú lo dices —dijo con un encogimiento de hombros—. Pero después


de dos años me parece bastante raro.
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A mí también me lo parece, admití por primera vez.


Y me estremecí internamente ante el recuerdo de la única vez que había
intentado poner nuestras mantas lado a lado. Xena le había echado un
vistazo a la nueva disposición y se marchó airada del campamento. Para
cuando regresó, tarde a la mañana siguiente, yo había recogido
nuestros lechos y los había empaquetado en las alforjas de Argo. Jamás
habíamos intercambiado una palabra acerca de su reacción y jamás me
había atrevido a repetir mi error.

Sin embargo, juzgando por los comentarios de esta Xena, evidentemente


había habido un tiempo en el que habría reaccionado… diferente.
Exactamente qué forma podría tomar esa diferencia era demasiado
perturbador de contemplar.

Intenté mantener mi mirada fija en el fuego cuando la señora de la


guerra se estiró y comenzó a deshebillar su armadura, pero fui
irresistiblemente atraída por el movimiento de los largos miembros
mientras se quitaba el cuero.

Esta mujer poseía la misma gracia muscular que la Xena que conocía,
pero se movía de manera más fluida, como una danzarina. Y después
de que se hubiese deslizado bajo las mantas de su lecho, esta Xena me
miró sobre su hombro, pescándome en el acto de observar.

Con una irónica sonrisa dijo:

—Buenas noches… amiga— y entonces se volvió.

Cuando el martilleo de mi corazón al fin se redujo a normal, busqué mi


propio lecho. Pero la luna había alcanzado su cenit en el cielo nocturno
antes de caer dormida.
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Capítulo 2

—¿C ómo resulta que sabes tanto de mí?

Me sobresalté ante la repentina pregunta de Xena. El


silencio entre nosotras se había prolongado durante más de una hora,
desde que habíamos levantado el campamento esa mañana y reasumido
nuestra marcha a través del estrecho valle.

La miré y dije:

—Soy tu amiga, me cuentas cosas.

—Curioso. Nunca he sido tan habladora.

Había un estudiado descuido en sus comentarios que me avisó del


peligro.

—Bueno, yo soy habladora. Así a veces creo que me cuentas cosas


simplemente para mantenerme callada. —Sus labios se curvaron en
una sonrisa—. Y llevamos tanto tiempo viajando juntas que, aunque
solo revelases algún detalle personal por semana, se acumulan.

Esta vez, para mi alivio, Xena realmente rió en voz alta.

—Eres muy lista —dijo—. Tendré que recordarlo.

El comentario sonó más a amenaza que a cumplido, decidí infeliz. Sin


embargo, ya que finalmente había salido de su ensimismamiento, esta
era una buena oportunidad para proceder con mi plan.

—Hablando de recordar —dije apaciblemente—. Tengo una idea… Hay


un oráculo que podría ser capaz de ayudarnos a restaurar tu memoria y
su templo está solo a unas cuantas jornadas de aquí.
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—¿Un oráculo, huh? —Xena mantuvo sus ojos en el camino, pareciendo


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indiferente a mi sugerencia—. Nunca he tenido mucha fe en los


oráculos.
—Oh, pero éste es bueno, créeme. Por eso fuiste antes a ella.

Con un vistazo de reojo hacia mí, preguntó:

—¿Para qué?

—Para salvar a la humanidad.

—Tengo la sensación de que estás a punto de contarme otra de tus


historias.

Sonreí.

—Solo si sientes curiosidad acerca de cómo liberaste a Prometeo de su


esclavitud por los dioses.

—Tienes una imaginación muy viva —dijo Xena irónicamente—. Pero


adelante de todas formas. Ayudará a pasar el tiempo.

—Bueno, todo empezó una perfecta mañana cuando fuimos atacadas


por una banda de mercenarios. Uno de los hombres fue gravemente
herido cuando un cuchillo le lesionó la tráquea y empezó a asfixiarse.

—Hay un fácil remedio para eso. Todo lo que requiere es una caña
hueca y un cuchillo afilado.

—Sí —dije—. Y eso es exactamente lo que hiciste. Hiciste que vendase la


herida después de que insertases la…

—¡Espera un momento! —Su repentino ceño fruncido me puso


nerviosa—. ¿Estás diciéndome que le salvé la vida a un asesino que
había intentado matarme?

—Bueno, sí —Pensando rápido para construir una excusa plausible


dije—: Supongo que tenía información que deseabas y dado que no
podía hablar…

—¿Supones? —dijo bruscamente—. ¿Qué tipo de información?


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—¡Xena! —Levanté las manos con exasperación—. Soy bardo, no lectora


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de mentes. Primero montas un caso porque sé demasiado de ti, después


te irritas cuando no lo sé todo de ti. Yo no sé por qué haces las cosas.
¡Cuernos, tengo suerte si tan siquiera me dices a dónde nos dirigimos!

—¿Entonces por qué viajas conmigo? —preguntó.

—Estoy empezando a preguntármelo —dije tan agriamente como pude.

Como había esperado, la suspicaz naturaleza de la señora de la guerra


estaba proporcionando las oportunidades que necesitaba para colocar y
cebar mi trampa.

—¿Ahora quieres oír esta historia o no?

—No.

—Muy bien.

Ambas caímos en un hosco silencio.

Tarde por la mañana el antiguo valle se había estrechado en un cañón


de altas paredes que apenas me dejaba espacio suficiente para caminar
junto a Argo. El desvaído camino que habíamos seguido se había
deslizado en el olvido, convirtiéndose en nada más que una raya
polvorienta sobre el suelo rocoso. Estudiando la senda ante mí, noté
con creciente intranquilidad que las paredes del cañón continuaban
convergiendo y entonces tomaban un pronunciado giro a la derecha.
Mis pasos se enlentecieron ante el pensamiento de qué podría estar
esperando al otro lado de la cerrada curva. Instintivamente, miré a
Xena por consejo, solo para encontrar que ya había refrenado a Argo…
detrás de mí.

—Sigue adelante —dijo calmadamente—. Te seguiré.

—¿Perdona? ¿Es esa una manera educada de decir que soy


sacrificable?

Se encogió de hombros.

—Nada personal. Considéralo una promoción de campo a explorador.


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—Era más feliz como bardo —dije secamente. No obstante apreté el


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agarre de mi bastón y avancé.


Juzgando por el plácido comportamiento de Argo, el camino era
probablemente completamente seguro; incluso si no lo fuese, era
demasiado orgullosa para dar a la señora de la guerra una razón para
cuestionar mi valor.

Para mi alivio, pasamos imperturbadas a través del moribundo final del


cañón y fuimos saludadas por una pacífica vista de onduladas
praderas. Mirando atrás a la ladera montañosa, me asombré de cómo la
salida del valle era casi indetectable.

Si no hubiese sabido exactamente dónde mirar, mi ojo hubiera pasado


sobre la estrecha hendidura, confundiéndola con una sombra en la
estribación rocosa. No era sorprendente que el valle hubiese
permanecido intransitado durante tanto tiempo. La entrada que Xena y
yo habíamos descubierto días atrás estaba oculta por una crecida
maraña de árboles y parras; en una caza por comida, Xena había
perseguido una liebre y accidentalmente tropezó con la desierta senda
que eventualmente nos había llevado al pozo de…

¡Oh! Repentinamente se me ocurrió que nuestro pasaje a través del valle


no era el suceso fortuito que ambas habíamos asumido.

Alzando la mirada a la princesa guerrera, restaurada a su antigua


ferocidad, susurré:

—Ares…

—¿Qué? —preguntó Xena, girándose en la silla.

Me mordí el labio, entonces dije sin convicción:

—El aire es aquí más frío que en el valle.

Con obvio desinterés por mi comodidad, volvió a su estudio del


panorama. Sus ojos repasaron el horizonte, entonces se fijaron en una
mancha en el noroeste.

—Hay humo, probablemente un asentamiento de buen tamaño con


taberna. Empezaré allí —dijo mientras taloneaba a Argo para que se
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moviera.
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Empezar allí… a levantar un ejército, pensé tristemente mientras rompía


a correr para mantener el paso de su montura. Y de alguna manera
tengo que pararte. Por primera vez en dos años, me sentí completa y
absolutamente sola.

Con infalible instinto, Xena devanó su camino a través de las estrechas


calles hacia la más sórdida y ominosa de las tabernas. La última
moneda de mi bolsa fue al tullido viejo que se llevó a Argo a los establos
y entonces seguí a Xena a través del umbral de La pata hendida,
tosiendo ante el abrumador olor a humo, vino agriado y cuerpos
sudados.

Para mi vergüenza, recordé que eran exactamente este tipo de


establecimientos los que me deleitaba visitar durante los primeros días
de nuestra amistad. En mi joven entusiasmo había pensado que tales
lugares eran emocionantes y exóticos. Eventualmente, sin embargo, la
novedad se había desvanecido y, mientras la confianza de Xena en su
nueva vida se incrementaba, habíamos gravitado hacia alojamientos
menos animados. Ahora, mientras las suelas de mis botas raspaban los
arenosos tablones, ansié el cielo de una aburrida y respetable posada.
Al menos habría estado limpia.

Nuestra entrada fue marcada por una caída en el nivel de las roncas
risotadas y las broncas voces. Solo unas cuantas cabezas se volvieron
para mirar abiertamente, aunque podía decir que todos los ojos estaban
fijos en nosotras. Un murmullo de reconocimiento recorrió la
habitación, entonces una figura se destacó de la multitud del bar y se
pavoneó para confrontar a Xena. La gruesa cara del hombre tenía el
color gris de la piel no lavada y su túnica de cuero estaba llena de
grasientas manchas.

—He oído hablar de ti —dijo con mofa—. Eres Xena, la princesa


guerrera. O al menos, solías ser guerrera.

Cogí aliento y me obligué a permanecer en silencio.

—¿Solía ser? —dijo Xena con curiosidad.

—Sí, como en tiempo pasado. El rumor es que la princesa guerrera se


ha ablandado. —Ojeó el amplio busto con lujuria. Sus curvos labios
brillaron húmedos—. Pero no te preocupes, lo blando es bueno. —
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Adelantando su vacuno pecho contra el peto de Xena dijo—: ¿Por qué


no te quitas esa armadura para que pueda ver cuán blanda… —Emitió
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un grave gruñido y sus ojos se dilataron con sorpresa.


—¿Qué fue eso? —Preguntó Xena con mirada de preocupación—. No te
oí. —El hombre dio un paso atrás. En el silencio que repentinamente
invadió la taberna, pude oír el sonido de líquido burbujeando saliendo
de su garganta. Una espuma rosa brotó de sus labios—. No seas tan
tímido. —Sonrió Xena mientras se inclinaba y tiraba del mango del
cuchillo que sobresalía de su pecho—. Soy una persona realmente
encantadora una vez que me conoces. Si vives lo suficiente para
conocerme.

El hombre osciló sobre sus pies, entonces se derrumbó sobre el suelo


con un quejido. Xena limpió la hoja en su espalda antes de devolver el
cuchillo a la vaina del cinturón. Pasando sobre el caído cuerpo, caminó
hasta el hombre más grande y rudo de la sala y, con su voz entonada
sugestivamente grave dijo:

—Tú eres más mi tipo. Invítame a una bebida.

El bramido de risa que recorrió la sala, señaló la aprobadora


aceptación. Una jarra de vino fue rápidamente colocada en la mano de
Xena y la ingirió con obvio gusto.

Tomando refugio en una sombría esquina de la sala, me apoyé contra el


muro y tragué con dificultad para calmar mi revuelto estómago.

Había visto a Xena herir a oponentes antes, incluso matarles, pero


siempre en autodefensa y siempre como último recurso, este
despreocupado acuchillamiento no era más que una venganza por un
pequeño insulto. Quizá no tan despreocupado, pensé. Era el recuerdo de
crueldades como ésta las que alimentaban sus pesadillas, así que a
algún nivel la señora de la guerra debe haber conocido el alto precio que
estaba pagando por su orgullo.

Mientras el tabernero sacaba arrastrando al herido de la sala, susurré


una plegaria a Asclepios por su recuperación. Un tenue rastro de rojo
marcaba por donde estaba pasando el cuerpo, pero fue pronto pisado y
borrado por la multitud de hombres que estaban acumulándose
alrededor de Xena, todos reclamando el honor de pagar su siguiente
bebida. Juzgando por su estímulo a tales atenciones, la tarde prometía
ser larga y tediosa. Pero podía sufrirla, decidí, en tanto escapase a la
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atención de esos…
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—¿Y quién es tu amiguita? —gritó un cara-rata y huesudo individuo,


sacudiendo el pulgar en mi dirección. Evidentemente no había sido
capaz de forzar su aproximación a Xena, así que volcó su atención en
otro lugar—. ¿Es una seguidora del campamento… o uno de tus
guerreros?

Me encogí ante las risotadas que corearon su ingeniosidad.

—Equivocado en ambos puntos —dijo Xena, aunque también ella había


reído ante la cruda broma—. Mi amiguita es bardo. De hecho, va a
proveernos el entretenimiento esta noche. —La princesa guerrera me
dirigió una burlona sonrisa—. Dijiste que eras bardo, ¿verdad?

—Sí, lo hice —repliqué enfrentando su retadora mirada sin parpadear.

Podía sentir sus ojos siguiéndome mientras me abría camino hasta el


improvisado escenario, nada más que una vieja mesa cuyas patas
habían sido acortadas. Me detuve a reflexionar sobre la naturaleza de
mi audiencia y la clase de narración que capturaría la atención de estos
pendencieros.

Entonces sin hacer una elección consciente, abrí la boca para hablar y
las palabras se formaron como por instinto.

—La Muerte viene para todos nosotros, pero cuando la Muerte vino a
reclamar al rey Sísifo, él se imaginó una forma de engañarla.

Mientras entraba en el ritmo y la cadencia de mi narrativa, noté el leve


alzamiento de la ceja de Xena. El sutil gesto era una abierta admisión
de sorpresa, quizá incluso de admiración de mala gana. Y la historia, en
la cual la princesa guerrera figuraba prominentemente, la mantuvo
absorta. A la conclusión de la desgarradora aventura de la Muerte,
mientras me calentaba en el entusiasta aplauso de la sala, Xena se
deslizó hacia la plataforma.

—Prometeo esclavizado, la Muerte encadenada… ¿de dónde sacas esas


cosas?

Reí ante su consternación.

—Sabes que esa es una historia verdadera.


23

—Si tú lo dices, bardo —dijo con escéptico ceño—. Aunque no hay


Página

beneficio en hacer buenas obras. No me sorprende que estemos


arruinadas.
—Bueno, no por mucho. Permíteme volver a trabajar para ganar
algunos dinares.

Despidiéndola, rápidamente me lancé a otra historia y después a otra.

Mantuve un constante fluir de palabras, gradualmente alzando el


volumen de mi voz para competir con el creciente volumen de ruido de
la sala. Desgrané historia tras historia hasta que mis labios estuvieron
secos y mi garganta empezó a tensarse, amenazando enredar la lengua
con secas toses. Para mi alivio, mientras otra narración llegaba a su fin,
vi a Xena abriéndose camino entre la multitud, una gran jarra en su
mano.

—Oh, genial, realmente estaba sedie…

—Basta de esas historias de amor. Limítate a las batallas épicas. —Se


tragó su bebida, entonces añadió—. De hecho, oigamos alguna de mis
batallas épicas. Cuéntales a todos cómo conquisté la ciudad de
Thermae.

—¿Thermae? Claro, lo haré —dije con voz tensa de indignación. La


señora de la guerra estaba arrogantemente destacando una de las más
sangrientas conquistas de Xena, una que la había perseguido con
amargo pesar—. Y ya que estoy en ello, ¿puedo contarles también cómo
quemaste Cirra hasta los cimientos?

El pálido color que cruzó el rostro de Xena podría haber sido un efecto
de la temblorosa luz de antorcha, pero la súbita tensión de su
mandíbula no lo fue.

Eso fue estúpido, admití para mí mientras la observaba alejarse con


paso airado. No puedo olvidar con quien estoy tratando. Mi próximo error
podría ser fatal. No obstante encontré algún consuelo en el hecho de
que, incluso como señora de la guerra, Xena se había visto sacudida
por la tragedia de Cirra.

Demasiado cansada para permanecer de pie me bajé hasta el borde del


escenario y busqué en mi memoria alguna historia nueva. Cuando nada
24

vino, suspiré y dije:


Página

—La Muerte viene para todos nosotros, pero cuando la Muerte vino a
reclamar al rey Sísifo, él se imaginó una forma de engañarla. —Como
había sospechado, los pocos que aún escuchaban estaban demasiado
borrachos para tan siquiera notar la repetición, así que una vez la
Muerte hubo escapado de sus cadenas por segunda vez esa noche,
agarré el estropeado cuenco de las donaciones de mi lado y abandoné el
escenario.

Volcando el contenido del cuenco sobre una mesa vacía en una alejada
esquina de la entrada de la taberna, rápidamente clasifiqué y conté el
valor de las monedas. Hice una mueca ante el total. Por una noche de
trabajo en una posada decente habría obtenido dos veces esa cantidad.
Evidentemente viajantes fatigados y prósperos mercaderes eran una
audiencia más generosa que mercenarios borrachos.

Una mano cubrió el montón de dinares.

—¿Es eso todo? —preguntó Xena, recogiendo mis ganancias.

—Es más que suficiente para una noche de alojamiento y un buen


desayuno —dije a la defensiva.

—Sí, supongo que lo sería.

Se volvió llevándose las monedas.

—¡Ey! —Fruncí el ceño mientras me llegaban las palabras de Xena—.


¿Qué quieres decir con…

—¡La próxima ronda es mía, chicos! —gritó.

Los vítores en respuesta de la asamblea ahogaron mi protesta. Xena


arrojó las monedas sobre la barra de la taberna y segundos después yo
no tenía nada que mostrar por mi noche de trabajo, excepto una docena
de tanques de cerveza que eran vaciados casi tan rápido como habían
sido llenados.

Con un fatigado suspiro, me dejé caer sobre un bajo taburete y


consideré mi situación. Gracias a Xena, esta noche no teníamos sitio
donde dormir. Si bien, por lo que había observado de su incesante
merodeo por la abarrotada sala, no tenía en absoluto intención de
25

dormir. Brevemente consideré pasar la noche con Argo, pero a juzgar


por las inmundas condiciones de la propia taberna, lo probable era que
Página

los establos de la taberna fueran incluso menos atrayentes.


No, parecía que tendría que permanecer aquí en el salón observando a
Xena hechizar a los mercenarios.

Y hechizarlos es lo que hacía. Incluso cuando los hombres se


emborrachaban y alborotaban, ella mantenía el centro de atención de la
juerga. Con una afilada lengua y una espada aún más afilada derrotaba
a los pocos guerreros que eran lo bastante tontos para desafiarla o
insultarla.
Una vez derrotado cada hombre por turno exhibía sus heridas, cortes
superficiales más de aviso que incapacitantes, como insignias de honor
y era el que reía más fuerte cuando el próximo oponente era abatido por
su mano.

Considerando que la Xena que yo había conocido brillaba con reprimido


poder, esta Xena ofrecía una imagen de sí misma que era más grande
que la vida, mercurial y carismática. Esta Xena, reconocí, era la
Princesa Guerrera que podía liderar hombres a la batalla, cantando su
nombre incluso mientras morían.

—Hora de que te unas a la fiesta —susurró una voz nasal en mi oreja.

Giré rápidamente para encontrar a Cara–rata apareciendo sobre mí.


Retrocediendo instintivamente, me estremecí cuando mi espalda chocó
contra el afilado canto de una mesa. Estaba acorralada.

—¡Vete a paseo! —dije pero solo se rió.

—Vaya, eso no es muy amistoso.

—No estoy de humor amistoso. —Mi enojo se volvió indignación cuando


alargó la mano para acariciar mi pecho. Alejando su sobona mano de
un golpe, siseé—: ¿Estás dispuesto a morir por un despreciable
manoseo? ¡Porque Xena te matará por lo que acabas de hacer!

Vaciló, su mano suspendida en mitad del aire mientras lanzaba una


cauta mirada a través de la sala.
26

—Oh, ¿sí? ¿Por qué habría de importarle lo que hacemos? —A pesar de


su bravata, había un temblor de miedo bajo su risa burlona y palideció
Página

ligeramente cuando Xena miró directamente a nuestra esquina de la


sala, sus ojos estrechándose mientras taladraban las sombras…
… y entonces se dio la vuelta.

Cara–rata se rió a carcajadas y giró para encararme.

—Me lo creí por un instante.

Entonces intentó meter su mano bajo la delantera de mi top.

—¡Aleja tus manos de mí, cretino!

Eché atrás mi puño para golpearle en el estómago, solo para sentir mi


codo cogido en una fuerte presa.

—Es lo bastante fogosa para los dos —dijo un segundo hombre


mientras atrapaba mis brazos detrás de mí.

—En tanto yo vaya primero —dijo Cara–rata.

Sus dedos habían bajado lo suficiente para pellizcar uno de mis


pezones.

Hincando mi rodilla en su pecho, le saqué un soplo de rancio aliento a


mi atacante, pero el hombre detrás de mí rápidamente tiró de mis
brazos y rió entre dientes cuando jadeé por el agudo dolor.

—No más —dijo suavemente—, o tendrás algo roto.

Cara–rata siseó:

—Yo iba a pagarte por un buen rato, pero ahora tú me debes a mí. —
Agarró fuertemente mis piernas—. Vamos, Dolus, hagamos esta
pequeña transacción fuera.

Mi enojo se transformó en auténtica alarma cuando sentí a Dolus


alzarme de mi taburete. Sin mi bastón no era rival para estos dos
hombres. No obstante, tomé una profunda inspiración y me preparé
para una lucha que bien podía costarme un hueso roto o dos.

Acababa de tensar los músculos de mi pierna para una salvaje patada


27

cuando los dos hombres se detuvieron abruptamente.


Xena estaba en su camino.
Página
—¿Adónde crees que vas? —estalló la señora de la guerra, pero mi alivio
se evaporó cuando comprendí que el comentario se dirigía a mí—.
Perdón, chicos, pero mi bardo está aún de servicio. Así que tendrá que
esperar hasta más tarde para divertirse.

Tras un instante de vacilación, los dos hombres intercambiaron una


mirada de resignación y soltaron su presa sobre mí. Tropecé y hubiese
caído si no es por la firme mano de Xena, pero una vez recobré el
equilibrio me sacó de las sombras y me devolvió al centro de la sala.
Podía sentir mi cuerpo comenzando a temblar en tardía reacción de
miedo, y una sensación de traición, pero antes de que pudiera expresar
mi ira, Xena dijo:

—¿Te lastimaron?

Cuando pude confiar en mí misma para hablar con calma dije:

—No.

Estudió mi rostro, entonces asintió.

—No eres cobarde. —Cogiendo una jarra de un sirviente que pasaba, la


presionó en mis manos—. Bebe esto. —El vino bajó calentando mi
garganta y desató el nudo de tensión de mi estómago. Pero entonces
Xena levantó su cabeza hacia el escenario para el narrador de historias
y dijo—: Ahora vuelve a trabajar.

—¡No! No, yo…

—¡Hazlo! —ordenó—. No puedes permitirte parecer débil ante esta


multitud o serás de nuevo su objetivo. Y no tiene sentido nuestro viajar
juntas si te vas a meter en problemas cada vez que me dé la vuelta.

Asentí, entonces fui tropezando hasta el escenario. Cuando comencé la


historia mi voz temblaba y estaba demasiado exhausta para adornar los
desnudos huesos del argumento, pero realmente no importaba. De la
borracha fiesta, ya nadie me escuchaba.
28
Página
Capítulo 3

D esperté sobre un jergón de paja, con rendijas de la fuerte luz


matinal filtrándose a través de la medio cerrada contraventana y
el confortante sonido de la regular y dormida respiración de Xena
junto a mí.

Unas cuantas horas antes del amanecer, Xena había ganado la


habitación y una pequeña bolsa de dinares en una competición de
lanzamiento de cuchillos. Vagamente la recordé metiéndome prisa para
subir el tramo de escalones de madera hasta la segunda planta de la
taberna, para reclamar nuestro premio… y entonces recordé alguna de
las obscenidades gritadas desde la multitud cuando nos vieron irnos
juntas. Las palabras habían significado poco para mí en mi estado de
somnolencia, pero ahora las reconocí como crudas y vulgares
predicciones de lo que Xena me haría cuando llegásemos a nuestras
habitaciones. Nada de eso había ocurrido. Las dos habíamos caído en la
única cama y después, casi instantáneamente, en la inconsciencia.

Pero, ¿y si Xena hubiera hecho esas cosas?, me pregunté. De lo poco


que había revelado de sus días como señora de la guerra, Xena había
tenido pocos escrúpulos respecto a la extorsión o el asesinato. ¿Por qué
iba a evitar imponerse a una reacia compañera de cama? Traté de
imaginar la boca de Xena presionando con fuerza contra la mía, sus
manos sobando mis desnudos pechos, un musculoso muslo abriéndose
camino entre…

Detuve el desfile de imágenes mientras consideraba una cuestión aún


más perturbadora. ¿Exactamente cuán reacia habría sido? El rápido
latido de mi pulso ofreció una ambigua respuesta. ¿Estaba reaccionado
con miedo o con esa otra fuerte emoción que había brotado dentro de mí
la primera vez que había puesto los ojos sobre la princesa guerrera?
Después de todo, esta señora de la guerra se había transformado en la
mujer que me había salvado de los saqueadores de Draco. ¿Cuán
diferentes podían ser esas dos personas?
29
Página

Echándole un vistazo a Xena, casi grité su nombre. Con el sueño, su


rostro se había suavizado. La cautela acechante en sus ojos estaba
oculta tras los cerrados párpados; la severa curva de sus labios estaba
suavizada en una medio sonrisa. Parecía exactamente igual que la Xena
que amaba. Y el conocimiento de que una honorable y compasiva mujer
estaba allí, en algún lado, enterrada hondo bajo capas de amargura y
rabia, me llenó con una dolorosa necesidad de alcanzarla, de alguna
manera tocar el familiar…

Mi mano estaba justamente apartando unos cabellos de su mejilla


cuando se movió. Me retiré, pero no lo suficientemente rápido para
escapar al aviso de los ojos azul acero.

—Buenos días —dije confiando que mi voz sonase menos estridente a


los oídos de Xena que a los míos.

Me ruboricé bajo su silencioso escrutinio, demasiado consciente de que


su estructura muscular estaba acumulando tensión como un enroscado
muelle.

Entonces, con un gruñido, saltó de la cama y alcanzó su armadura.

—Esto no va a funcionar —dijo mientras abrochaba el peto en su sitio.

Reprimí una oleada de aprensión.

—¿Qué quieres decir?

—Necesito dinero, dinero de verdad, no ese puñado de dinares que


ganas contando historias.

Abrochó las guardas alrededor de sus muñecas mientras hablaba.

—Requiere oro comprar guerreros, oro comprar provisiones.

—Sí, bueno, esas no son exactamente noticias frescas.

—¿Qué se supone significa eso?

Me encogí de hombros y guardé silencio, entonces jadeé cuando se


abalanzó y me sacudió por los hombros.
30

—No estoy de humor para juegos, pequeña bardo —siseó Xena en mi


Página

cara—. Así que si tienes algo que decir, ¡suéltalo!


Alejé sus manos.

—Si necesitas dinero ahora, ya lo sabías cuando partimos juntas.

—¿Y?

Ahora resistí la tentación de desplegar mi plan completo. Si mis


respuestas llegaban demasiado fácilmente, Xena se volvería
desconfiada.

—Y… supongo que has estado trabajando en ello.

—¿Supones?

—Si te hubieses molestado en decirme qué estabas haciendo, ahora


podría ayudarte —dije furiosamente—. Pero ya que no lo…

—Todo ese viajar… —Xena se giró alejándose, entonces estampó el


puño contra la pared—. ¡Sí! Por los dioses, ha de haber una buena
razón para todo ese vagabundeo sin sentido. De otra forma, son años
malgastados. —Contuve mi respiración mientras Xena recorría el largo
de la estrecha habitación. Girando sobre sus talones, exigió—: Vamos.
Nos marchamos.

Salí precipitadamente de la cama, tragándome algunos comentarios que


harían estallar su inflamable temperamento. Estaba a punto de
alcanzar mi fardo cuando se colocó frente a mí.

—Gabrielle… —pronunció mi nombre como un sordo gruñido—. Mejor


que estés en lo cierto sobre ese oráculo.

Asentí, quedándome muda por la amenaza en su voz. Esta vez no había


duda sobre qué emoción había acelerado mi corazón. Era miedo.

****

—Xena… espera… no puedo… —Mi voz cedió mientras me detenía


31

tambaleante, apoyándome sobre mi bastón intenté recuperar el aliento.


Desde el momento que dejamos la ciudad Xena había marcado un paso
Página

vivo que me llevó al límite de la resistencia y no había signos de


compasión en su rostro cuando detuvo a Argo, solo un impaciente
ceño—. Solo necesito… un breve descanso.

—Alcánzame a tu ritmo —dijo la señora de la guerra.

Con un talonazo, urgió a Argo hacia delante al trote y me dejó sola en el


camino.

—Al Hades contigo —murmuré, entonces tragué más aire.

Cuando finalmente pude respirar sin dolor, reanudé mi paso con una
zancada uniforme que devoraría terreno sin dejarme sin resuello.
Normalmente disfruto mucho caminando, especialmente por un
ondulado paraje como éste, pero hoy mi furia y la necesidad de
apresurar me robaron ese placer. Debo haber pensado muchas cosas en
el curso de ese largo día, pero todo lo que recuerdo son maldiciones
murmuradas sobre la señora de la guerra que me había abandonado
tan fácilmente. Por supuesto, también mi Xena estaba pronta a dejarme
atrás en nuestros viajes y ese desagradable paralelismo emborronaba la
frontera entre ella y la señora de la guerra.

A media tarde, cuando descubrí que solo había un mendrugo de pan en


mi zurrón, estaba irracionalmente furiosa con ambas.

Seguí las huellas de Argo hasta que la luz comenzó a debilitarse y aún
no había signos de que Xena se hubiese parado en el camino. La
penumbra se oscureció en noche. Insegura de mi rumbo, mis pasos
vacilaron. Descansé bajo el abrigo de un árbol hasta que la luna llena
iluminó el camino otra vez. Una hora más tarde, tiritando y muerta de
hambre y sed, finalmente entré tambaleándome en el campamento de
Xena.

Estaba estirada junto al fuego, cubierta por su manta. Sin siquiera


abrir los ojos dijo:

—Tardaste bastante.

Estaba demasiado abatida para contestar. Dejando caer mi bastón al


32

suelo, agarré una chamuscada pata de conejo de una piedra del


moribundo fuego y roí los trozos de carne que rodeaban el hueso. La
Página

carne estaba fría y sabía a ceniza. Lo regué con media docena de tragos
de agua, entonces desplegué torpemente mi lecho y me arrastré bajo la
manta.

Pareció que mi cabeza acababa de tocar el suelo cuando Xena estaba


despertándome con un rápido puntapié en las costillas. Mis ojos se
abrieron ante la ruda llamada. El amanecer iluminaba escasamente el
campamento.

—Levántate ahora o tendrás que llevar tu propio lecho —dijo secamente


y se alejó a grandes zancadas hacia el bosque.

Madrugar no era mi especialidad, pero estaba lo suficientemente


alarmada, por la brusca amenaza de Xena, como para vacilantemente
ponerme en pie y doblar mi lecho. Renuncié a toda esperanza de
disfrutar nuestro habitual desayuno caliente cuando noté que las frías
cenizas del fuego ya habían sido pateadas y que Argo estaba
completamente enjaezada.

Aprovechando la ausencia de Xena del campamento, metí las enrolladas


mantas en una alforja, entonces arriesgué una furtiva palmada al cuello
de Argo. Lanzando un suave relincho, se giró y restregó su aterciopelado
hocico contra mi mano. Era un confortante momento para ambas, este
intento de tocar algo familiar entre tanto desconocido, pero bajé la
mano ante el sonido de las botas de Xena viniendo detrás de mí.
Demasiado tarde, me di cuenta de que acababa de desperdiciar mi
única oportunidad de registrar las alforjas por comida.

Apartándome a un lado sin comentarios, Xena se puso sobre la silla. Un


rápido y seco tirón de las riendas giró el hocico de Argo y un golpe de
estribo puso al caballo en movimiento.

Si las lágrimas hubieran podido aliviar mi mordiente hambre o paliar el


sordo dolor de mis músculos, habría llorado. Pero las lágrimas eran
inútiles y necesitaba toda mi fuerza para caminar; así, con los ojos
secos y silenciosa, recuperé mi bastón y empecé otro día de marcha.

Argo debía de estar tan cansada como yo. A través de la mañana


encontré signos de que Xena había parado con frecuencia para permitir
pastar a la yegua. De hecho, podría haber hecho un tiempo mejor
33

alcanzándolas si no hubiera parado para forrajear yo misma. Todo lo


que logré encontrar fue un puñado de bayas de fin de temporada y unos
Página

cuantos hongos insípidos. Después de eso mastiqué una raíz amarga y


combatí la tentación de tumbarme en un montón de hierba seca y
dormir. En el sueño podía escapar al dolor de mis doloridos pies y mi
palpitante cabeza… y olvidar que Xena era responsable de mi desdicha.

Durante los pasados dos años habíamos llevado una existencia


espartana sin muchos lujos, pero comparada con mi situación actual
nuestra vida diaria había estado llena de riqueza. Jamás me había
permitido marchar hambrienta y, pese a sus malhumoradas quejas,
estaba pronta a consentirme dormir tarde o tomar desvíos pintorescos.
Su reserva podía ser desconcertante a veces, pero jamás había sido fría,
o indiferente, o cruel hacia mí. Pero ahora…

… ahora Xena tenía problemas. Me necesitaba.

Si la dejaba marcharse, no había garantías de que encontrase su


camino al oráculo o recobrase la memoria. Y entonces la perdería para
siempre.

Aceleré mi paso, determinada a que esta vez atraparía a la señora de la


guerra antes del anochecer.

La penumbra había sólo comenzado a palidecer el color del paisaje


cuando capté un leve olor a madera quemada y carne demasiado hecha.
Siguiendo mi nariz, encontré mi camino al claro donde Xena estaba
removiendo una burbujeante olla de estofado que colgaba sobre el
fuego.

Sabía que, probablemente, esta comida era en todo punto tan


calamitosa como todas las que siempre había cocinado, pero estaba tan
famélica que olía deliciosa.

—Te reservé algo —dijo Xena y movió la cabeza hacia un cuenco puesto
junto al fuego.

—Gracias.

Estaba tan agradecida que olvidé ser cautelosa ante cualquier favor
hecho por un señor de la guerra.

Esperó hasta que hube cogido el cuenco y estaba girándome para


34

encontrar un lugar en que sentarme. Con un movimiento repentino de


su bota en mi camino, me hizo la zancadilla. Mi cena voló por el aire
Página

mientras yo caía al suelo, aterrizando violentamente. Jadeando ante


una repentina punzada de dolor, intenté girar lejos del hombro
dislocado pero la bota de Xena se estampó sobre mi muñeca derecha y
me clavó en el sitio.

—¡Por qué estás haciéndome esto! —chillé.

—¿Por qué me lo estás permitiendo? —exigió—. ¿Por qué simplemente


no te vuelves?

Casi me lo perdí; la entrada que había estado esperando todo este


tiempo. Cegada por mi rabia y la fatiga oscilé en el borde de la trampa
que la señora de la guerra me había preparado…

Entonces retrocedí justo a tiempo para arrojar sobre ella mi propia red.

—El tesoro —sollocé, permitiendo que lágrimas verdaderas cubrieran mi


mentira—. Deseo… mi parte…

Xena rió y alzó la bota.

—Eso está mejor.

Mientras me frotaba mi muñeca lastimada dije:

—¿Lo sabías?

—Sabía que había una razón para que estuvieses tan decidida a
recobrar mi memoria y sabía que no estabas contándome el porqué.

Se inclinó y me ayudó a ponerme en pie, alzándome tan fácilmente


como a una pluma. Para cuando hube tomado asiento junto a un
tronco caído, me había servido otra ración de estofado.

Codiciosamente lo engullí mientras Xena desplegaba nuestros lechos.


Después, cuando estaba rebañando lo último de la salsa del cuenco y
lamiéndome los dedos, se sentó sobre su manta y me encaró.

Con sonrisa cruel, Xena dijo:

—Háblame de ese tesoro.


35

—No es cualquier tesoro —dije—. Es el tesoro sumerio.


Página
Rápidamente esbocé la historia de Xena rastreando pistas para la
localización del perdido tesoro sumerio, un relato que era muy
convincente porque mucho del mismo era cierto. Afortunadamente la
señora de la guerra no recordaba que ya habíamos encontrado nuestro
camino hasta la caverna llena con oro y joyas.

—No se supone que debiera saberlo —dije tristemente—, pero he


acertado a oír suficiente de tus conversaciones para figurarme qué
estabas haciendo. ¡Y estabas realmente cerca de encontrar la última
pista, así que tan pronto como recobres la memoria seremos ricas!

—¿Seremos?

—Soy tu socia, ¿verdad? —Con una simpática sonrisa, añadí— Además,


no costaría mucho oro hacerme feliz. ¡De veras!

Con una risa alegre, Xena dijo:

—Ni costaría mucho esfuerzo matarte. De veras.

—¡Eh! ¡Soy tu amiga!

Encogiéndose de hombros dijo:

—La amistad es un lujo para el pobre y el indefenso, el rico y poderoso


no puede permitírselo.

—Oh. —Suspiré profundamente—. Supongo que por eso tú eres señora


de la guerra y yo soy bardo. Una bardo fatalmente inocente.

—Existen ventajas en ser inocente, Gabrielle —dijo Xena—. Si fueses


menos inocente, probablemente no te hubiera mantenido cerca, como
así hice —bostezó y se estiró en su lecho—, has durado en mi compañía
más que cualquiera de mis lugartenientes.

—¿Dos años es un récord?

—Sí —dijo secamente—. En mi negocio, dos años pueden ser toda una
vida… —Miró fijamente el fuego un largo rato, entonces me preguntó
36

con voz grave—: Durante todo el tiempo que hemos estado viajando
juntas, ¿qué dije acerca de perder mi ejército?
Página
—No mucho, en realidad. —Entonces, contra toda razón, me rendí al
repentino impulso de contarle a Xena algo de esencial importancia
acerca de ella misma—. No creo que les echases de menos, en absoluto.
—Vi la sutil rigidez de su muscular cuerpo, una involuntaria confesión
de tensión, pero no protestó mi declaración. Adentrándome un poco
más en terreno peligroso dije—: Era como si te hubieses… aburrido…
de esa parte de tu vida.

Y esto era tanto como me atreví a revelar sobre el punto de inflexión de


su oscuro pasado. El silencio se estiró sobre nosotras de nuevo
mientras miraba sin pestañear las danzarinas llamas, su cara una
máscara de impasibilidad.

Al final volvió la cabeza y dijo:

—Ve a dormir. Mañana tenemos otro comienzo madrugador.

Y cerró los ojos.


37
Página
Capítulo 4

E l templo del oráculo era justo como lo recordaba: un masivo


monumento de piedra asentado en un plácido valle. Ansiosa por
averiguar las respuestas, dirigí la marcha bajando el tramo de
escaleras que cortaba el corazón del monolito. El más tenue olor a
incienso se alzó para saludarnos y oí el salvaje batir de un tambor en
algún lugar tras gruesos muros.

—Vale —dijo Xena, mientras me seguía—, así que este oráculo me dijo
dónde encontrar la espada que liberaría a Prometeo, pero ¿qué era
exactamente esa prueba que pasé para averiguar ese secreto?

—Bueno… —Mi pie vaciló por un instante, traicionando mi aprensión—.


Realmente no lo sé.

Xena me agarró el brazo, girándome bruscamente para encararla.

—¿Qué quieres decir con que no lo sabes? Creí que ésta era una de tus
historias más populares.

—Lo es. Pero no me contaste lo que pasó aquí, así que siempre he
tenido que poner los detalles yo misma.

—¡Estupendo!

—¿Cómo de malo puede ser? —pregunté. El brazo estaba empezando a


dolerme en su tenaza—. Saliste del templo sin un rasguño.

—Nunca es tan fácil —dijo torvamente—. Siempre hay un precio.

Me dio un fuerte empujón que me hizo bajar los últimos escalones y


entrar tambaleándome en una cámara iluminada con antorchas.

El oráculo estaba aguardándonos.


38
Página

Había esperado una apergaminada arpía con ojos obsesionados, pero


era una vibrante mujer con un exuberante y flexible cuerpo drapeado
con cintas de tela de un puro naranja. Sus ayudantes, una vestida de
azul oscuro y otra de verde, estaban una a cada lado. Cuando el oráculo
me miró vi una conocedora risa apenas enmascarada bajo sus
provocativos párpados coloreados de ocre. Su mirada parecía
prometerme la respuesta a cada pregunta que jamás hubiese
pronunciado y a algunas que aún no había pensado preguntar.
Con un sensual contoneo de caderas, el oráculo nos circundó a ambas
como invitándonos a bailar, entonces se detuvo frente a Xena.

—Has estado aquí antes… —una maliciosa sonrisa se formó en sus


labios…— o quizá no. —Entonces, tendiendo su palma dijo—: ¿Qué
darás?

Xena frunció el ceño.

—Explícate.

—¿Qué darás para recobrar lo que has perdido?

Con un suspiro, Xena dijo:

—Veinte dinares. Es todo lo que tengo.

—No es bastante bueno. No acepto dinares.

—¿Qué aceptas?

—Una uña, un mechón de cabello… un dedo.

Con una mueca de hastío, Xena dijo:

—Tienes razón, hoy no vamos a hacer negocios. —Me hizo señas—.


Vámonos, Gabrielle.

—No. —Avancé para enfrentar yo misma al oráculo—. Dime cómo


recobrar los recuerdos de Xena.

—¿Y qué darás tú por su respuesta?


39

—Cualquier cosa que tenga. Todo lo que tengo.


Página

El oráculo sonrió satisfecha y dijo:


—Lo veremos.

—Creí que sabías llevar una negociación difícil —murmuró Xena por lo
bajo.

—No es exactamente el momento o lugar para regatear —le solté.

Estaba obviamente perpleja por mi acción y vi la sombra de una


emoción más oscura, sospecha, cruzar su rostro.

A una señal del oráculo, sus ayudantes se retiraron para revelar una
horrenda escultura que había estado escondida tras ellas. Una enorme
cabeza de serpiente, más grande que el cuerpo de un hombre y
tachonada con dientes del tamaño de mi mano, sobresalía del muro. El
oráculo tiró de una palanca y las mandíbulas se abrieron revelando un
esófago acostillado que se adentraba en las sombras.
A continuación, el oráculo encendió una vela y la vacilante luz reveló
una larga cadena recorriendo el espinazo del cuerpo de la serpiente,
terminaba en una tableta de arcilla. El oráculo emplazó la vela en la
mesa, con la llama lamiendo una tensa cuerda.

—No tienes mucho tiempo —dijo y supe sin preguntar que cuando la
cuerda se quemase, las mandíbulas se cerrarían.

Tuve que trepar a la boca de la serpiente para agarrar la cadena.


Reprimiendo mi pánico, tomé una profunda inspiración y tiré. No pasó
nada. Tiré con más fuerza y sentí un leve temblor. Llamando toda mi
fuerza, me esforcé una vez más y me las arreglé para poner la tableta en
movimiento. Concentrada intensamente en mi tarea, arrastré hacia
delante la tabla, un torturante centímetro cada vez.

Mi nariz me avisó cuando la cuerda comenzó chamuscarse y por el


rabillo del ojo pude ver a Xena paseando intranquila.

—Gabrielle… —dio un paso hacia mí, pero la sacerdotisa bloqueó su


paso—. Déjalo, Gabrielle.

—Aún no —jadeé y tiré aún más fuerte—. Aún… está… demasiado…


lejos.
40

El acre humo de cuerda quemada se hizo más fuerte. Un último


Página

esfuerzo y liberé la cadena. Mis dedos rozaron la superficie de arcilla y…


Unas manos agarraron mi cintura y fui lanzada atrás segundos antes
de que la mandíbula de piedra se desplomase. La tableta aún alojada en
la boca de la escultura, hecha añicos en una nube de polvo.

—¡Casi lo tenía! —grité furiosamente, retorciéndome en la presa de


Xena.

—¡Casi moriste!

—No importa. —El oráculo nos sonrió con suficiencia—. No había nada
escrito en la tableta.

Xena empezó a abalanzarse hacia delante, pero la retuve. Gruñó:

—¿Qué clase de engaño…?

—Ningún engaño —dijo el oráculo—, una prueba.

Pasaste la misma prueba una vez y estuviste dispuesta a arriesgar una


mano para salvar a la Humanidad. Tu joven amiga estaba dispuesta a
rendir su vida por recobrar tu pasado.

—Era un mal trato —dijo fríamente la señora de la guerra.

—No me corresponde a mí decirlo.

Entonces, con un juguetón dedo curvado, el oráculo me indicó que la


siguiera a una pequeña cámara donde no podíamos ser ni vistas ni
oídas. Buscando en los pliegues de su túnica me obsequió una botellita
con tapón.

—Esto es lo que debes hacer —dijo el oráculo— y dónde debes ir.

Escuché atentamente sus instrucciones y asentí severamente ante sus


avisos.

Fijé la dirección noroeste para nuestro viaje después de que dejáramos


el templo y Xena no discutió, ni tan siquiera exigió una explicación.
41

—¿No quieres saber dónde nos dirigimos? —pregunté.


Página

—Tú pagaste por la profecía, no yo —le dio un ligero tirón a las riendas
de Argo y cayó de pie junto a mí. Entonces, para mi sorpresa dijo—:
Cuéntame una de tus historias.

—Oh, claro —elegí una narración épica que siempre había sido una de
las favoritas de Xena.

Evidentemente sus gustos no habían cambiado demasiado porque a la


señora de la guerra pareció gustarle también.

Ya que no mostraba signo de aburrimiento o impaciencia, me lancé a


otra historia y después a otra, y así pasamos el resto de ese día con ella
escuchándome hablar. Para cuando acampamos esa noche, en la base
de la montaña que el oráculo había mencionado, casi podía creer que
Xena y yo habíamos regresado a nuestros familiares días de viaje.
Incluso recogió una brazada de leña y alimentó el fuego, una tarea que
me había dejado desde que perdió la memoria.

Entonces, mientras nos preparábamos para acostarnos, se desnudó


hasta el jubón. Oscuro cabello cayendo en cascada por su espalda y su
piel resplandeciendo dorada a la luz del fuego.

Con la gracia del leopardo, Xena se movió frente a mí y dijo:

—Casi moriste allí en el templo. ¿Por qué?

Me encogí de hombros.

—Te lo dije, hay un increíble tesoro que encontrar.

—Eres muy codiciosa para alguien tan joven —dijo con burlona sonrisa.

—Sí, bueno, significa también un montón para ti —dije inquieta—, y


somos amigas, después de todo.

—¿Sólo amigas?

Cuando no respondí, se acercó para acariciar mi mejilla. Su mano se


curvó bajo mi barbilla y alzó mi rostro para un breve encuentro de
labios.
42

—¡Oh!
Página
Xena frunció el ceño, evidentemente perpleja por la confusión que pudo
ver en mi rostro.

—¿Tanto han cambiado mis besos?

Sentí una oleada de calidez cruzar mis mejillas.

—Yo… yo… no lo sé. —Necesitaba más aire porque de repente era difícil
coger aliento, pero cuando intenté dar un paso atrás, enroscó un brazo
alrededor de mi espalda y me retuvo en el sitio.

Movió la cabeza con incredulidad.

—No me digas que ni tan siquiera nos hemos besado antes.

—Por supuesto que nnn… —me detuve, sonrojada por el recuerdo de la


única vez que Xena me había besado, el día de mi boda con Perdicas—.
Al menos no como… no…

—No como éste —dijo con ronca voz mientras se inclinaba sobre mí una
vez más.

Mucho más tarde, susurré:

—No, no como éste.

Oh, había soñado con ser besada por ella, pero ni siquiera mis sueños
me habían preparado para el hambre creada por el contacto de verdad
de sus labios y lengua. Con un movimiento de cabeza me recordé que
estos deseos estaban siendo usados contra mí por una señora de la
guerra en quien no se podía confiar. Me alejé del círculo de los brazos
de Xena y esta vez no intentó detenerme.

En su lugar, me dirigió un curioso movimiento de su ceja y dijo:

—Lo deseas.

—No —dije—, pero incluso yo pude oír la mentira en mi voz.


43

Con una maliciosa sonrisa, se movió y deslizó su jubón de lino de uno


de sus hombros, desnudando un pecho completo.
Página
—Lo deseas —dijo una vez más y no pude confiar en mí misma para
replicar, ni tan siquiera podía alejar mis ojos de la ondulante curva de
carne.

Sus dedos buscaron los míos. Con un agarre tan leve contra el que
parecía ridículo luchar, guió mi mano justo hasta encima de su pecho
desnudo.

—Adelante —urgió con voz gutural—, tócame.

Podría haber resistido mi propio deseo de ser tocada, pero el deseo de


tocarla estaba más allá de la tentación. Con la boca seca, sin aliento,
rocé mis dedos contra la oscura aureola de su pezón.

—Oh, sí —susurró, sus ojos cerrándose en un lánguido movimiento.


Encogió los hombros y el suelto jubón cayó al suelo, desnudando su
cuerpo entero—. Hazlo de nuevo.

Con creciente osadía, rocé y acaricié sus increíblemente suaves senos.


Xena arqueó la espalda, empujándose contra las palmas de mis manos,
y gimió. Fue un sonido intoxicante y ansié obtener más reacciones como
esa de ella.

—Xena… no sé qué hacer.

—¿No sabes? —Se acercó, enredando sus dedos en mi cabello y bajó mi


cabeza hasta que mis labios tocaron la fruncida piel—. Empieza aquí. —
Mis primeros besos fueron tentativos, gentiles, hasta que murmuró—:
Más fuerte. —Esas palabras desataron mi hambre de lamer y chupar
con entrega, de llenar mi boca con el sabor de su piel. Cuando empezó a
soltar los nudos de mi ropa, me admití derrotada. Permití que la señora
de la guerra me desvistiera, incluso me quitase las botas. Lo que fuese
que esta auto indulgencia pudiera costarme más tarde, simplemente
tendría que pagar el precio. Había límites a mi autocontrol. Y ya los
había más que sobrepasado—. Así que nunca hemos hecho el amor
antes —murmuró Xena mientras me bajaba sobre la manta junto al
fuego y después se estiraba a mi lado—. Pero te gusta lo que estamos
haciendo, ¿verdad?
44

Jadeé un suave ―Sí‖ mientras nuestros cuerpos se amoldaban uno


contra el otro, piel desnuda contra piel desnuda.
Página
—Te gustará esto también… —Inclinó su cabeza a mi pecho. El cálido
beso de sus labios fue seguido por el roce de su lengua sobre mis
pezones. Entonces un gentil mordisco de sus dientes liberó una oleada
de calor que surcó mis miembros y gruñí una informe súplica por algo
más, algo que ni siquiera podía definir—. Tan ansiosa —dijo con una
sofocada risa gutural mientras sus dedos trazaban dibujos en mi
espalda—. Estarías mucho más ansiosa si supieses lo que voy a hacer a
continuación. —Xena susurró palabras en mi oreja que me hicieron
estremecer con anticipación. Esos estremecimientos se acentuaron
cuando sus manos lentamente se deslizaron hacia abajo para cumplir
su promesa—. Así que, ¿por qué recobrar mi memoria es tan
importante para ti?

—¿Qué? —la pregunta me cogió por sorpresa, sobresaltándome con la


conciencia del peligro.

Mi mente buscó aclararse, pero era muy difícil concentrarse en nada,


excepto en las manos acariciando el interior de mis muslos.

—Te l–lo dije… el tesoro…

Pero se rió ante mi tartamudeada respuesta.

—No te creo —dijo con sus dedos encrespándose en el suave vello.


Entonces bajaron más, aproximándose al lugar donde eran más
deseados—. No estás interesada en la riqueza, ciertamente no lo
bastante como para morir por ella. No, tú estabas deseando morir por
mí. —Su voz era ronca, melódica, atormentadora—. Puedo verlo en tus
ojos cada vez que te toco aquí… y aquí… —más cerca, circundando más
cerca incluso—… y aquí.

—¡Oh, dioses!

El instinto estableció el impetuoso ritmo de mis caderas mientras se


alzaban y caían, buscando un placer casi más allá de lo soportable. Mis
manos agarraron los hombros de Xena, buscando un ancla contra la
tormenta desatada en mí.

—Estás enamorada de mí, ¿verdad?


45

—¡Sí!
Página
No supe si grité la respuesta a su pregunta o simplemente grité ante el
aterciopelado y suave toque resbalando por el lugar más dulce de mi
cuerpo. Ya no me importó. Nada importaba excepto los exquisitos
estremecimientos surgiendo de entre mis piernas. Parecía no haber fin
para las olas que me sacudían, acumulando más y más fuerza hasta
consumirme. Y cuando las sensaciones finalmente menguaron, quedé
aturdida en la estela de su fiero tránsito.

La señora de la guerra recogió mi tembloroso cuerpo en sus brazos,


acercándome. Arrimándose a mi nuca, su cálido aliento cosquilleando
la sensitiva piel.

—¿Qué me ha sucedido estos últimos años, Gabrielle? —preguntó con


voz susurrante. Sus manos vagando de nuevo, encendiendo una nueva
senda de sensaciones a través de mi piel, prometiéndome otro ascenso
al éxtasis—. ¿No es hora de que me cuentes la verdad?
46
Página
CAPÍTULO 5

—¡P or favor, Xena, no le mates!

Vi un destello de alivio iluminar los ojos del hombre.


Atrapado contra un árbol, con la punta de una espada
presionada contra su yugular, aún se atrevió a esperar que sobreviviría
a este día. Si merecía vivir no me correspondía juzgarlo. Pese a su talle
grande y muscular, su rostro sin afeitar estaba chupado, grabado con
líneas de hambre, quizá la desesperación le había conducido a hacer
presa en los viajeros.

—¿Es éste uno de los cambios de los que estabas hablando? —preguntó
Xena, más curiosa que indignada—. ¿Permitir que escoria como éste,
viva?

No la vi mover un músculo, pero una gota de sangre brotó bajo la punta


de la espada y empezó a deslizarse por el cuello del hombre. Si no
hubiese estado tan aterrorizado de hacer el menor movimiento, creo que
habría estallado en lágrimas.

—No es peligroso, solo patético. —Por no mencionar estúpido e inepto.


Manejaba la espada como un granjero empuña una horca, aunque nos
había atacado sin pensárselo dos veces. Yo podría haber parecido un
objetivo fácil mientras buscaba plantas en el bosque, pero no había
forma que pudiese haberse equivocado en ver que Xena era una
guerrera. Supongo que pensó que era más que rival para una mujer;
intenté lo mejor para darle una oportunidad de aprender de su error—.
Sólo déjale ir. No lo lamentarás.

—No lo lamento ahora. —Pero no obstante alzó la espada de la garganta


del hombre y gruñó—: Largo de aquí antes que cambie de idea. —
Mientras observaba al matón atravesar el bosque, forzó un suspiro de
frustración—. No le veo el sentido.
47

—Menos pesadillas, para empezar —murmuré.


Página
Se revolvió, una mirada de atronadora furia en su rostro. Entonces, sin
aviso, lanzó su espada en un amplio y letal arco.
Tirándome al suelo, oí el silbido de la hoja mientras pasaba sobre mi
cabeza. Con ojos muy abiertos, helada en el sitio, alcé la mirada.

—Nunca… —Su mandíbula se cerró, cortando las palabras. Sus ojos


ardían y su pecho se esforzaba como tras una larga carrera.
Finalmente, cuando su respiración hubo menguado, me habló con voz
grave aún teñida de amenaza—. Sabes realmente demasiado de mí.

No atreviéndome a hablar, esperé ver si ese conocimiento garantizaba


una pena de muerte.

—Termina lo que estabas haciendo —dijo monótonamente—. Te


encontraré en el campamento.

Envainando su espada, giró y se alejó con paso airado.

****

Las hojas que había recolectado se secaron rápidamente sobre las


calientes piedras planas que rodeaban el fuego, pero no estarían
completamente secas y quebradizas hasta mañana por la mañana. Ya
había explorado la amplia fisura en la cara sur de la montaña y
confirmado que era la entrada que buscaba. Así que ahora no quedaba
nada por hacer durante el resto del día excepto esperar.

Inquieta, rebusqué en mi alforja hasta encontrar el fardo


cuidadosamente envuelto que me había llevado del templo. Tras desliar
capas de tela, alcé a la luz la botella del oráculo.

El cristal estaba tintado con un azul pálido que me recordaba el raro


color de los ojos de Xena cuando estaba calmada y en paz. La
redondeada base de la botella se ajustaba perfectamente al hueco de mi
mano y el delgado cuello descansaba sobre mi pulgar como la cabeza de
una paloma dormida. Toqué el tapón de cristal que estaba encadenado
al borde y me maravillé de que esta botellita pronto contendría los
48

perdidos recuerdos de Xena. Si todo iba de acuerdo al plan, mañana por


la noche estaría sentada junto al fuego del campamento con mi amiga,
Página

riendo y contando historias, y la princesa guerrera habría regresado a


su lugar en el pasado.
Era una escena familiar y confortante de imaginar pero, ¿realmente
sería así? Añoraba a Xena terriblemente y deseaba su regreso a
cualquier coste, pero tras la pasada noche…

¿Qué seríamos la una para la otra cuando Xena regresase? A propósito,


¿qué habíamos sido la una para la otra antes de ahora?

Me quería, de eso estaba segura y había veces que había atisbado un


fuego en su amor que reflejaba mi propio anhelo. Así cuando Perdicas
me había pedido que me casara con él, dije no y esperé que Xena diese
un paso adelante, dándome algún signo de que, eventualmente, nos
llevara a empezar a explorar un nuevo territorio. Pero había
permanecido silenciosa, mis esperanzas se desvanecieron… y Perdicas
me ofreció su amor una segunda vez.

Pobre Perdicas, tan dulce, tan tierno. Mi noche de bodas había


terminado con un vibrante murmullo de placer que, había pensado,
sería suficiente para sofocar mi ansia por el contacto de Xena. Pero si
hubiese sabido entonces cómo era el verdadero deseo, si hubiese sabido
cuán fieramente podía arder mi pasión por ella, no creo que me hubiese
podido conformar con el gentil regalo que me ofrecía.

Mis agridulces reflexiones fueron interrumpidas por el regreso de la


señora de la guerra de su baño en un cercano arroyo. Una manta
estaba colocada descuidadamente sobre sus hombros, pero hacía poco
para ocultar su resplandeciente cuerpo. No era menos pasmosa a plena
luz del día que lo había sido la pasada noche a la luz de nuestro fuego,
e incluso medio desnuda atravesó el campamento con toda la
arrogancia y autoconfianza de un guerrero revestido de armadura.

—¿Ya tienes todo lo que necesitas? —preguntó con una mirada curiosa
a la botella en mi mano.

Coloqué el regalo del oráculo a un lado y con reticencia dije:

—Sí.

Se rió ante mi obvia aprensión.


49

—Relájate. No estoy interesada en los detalles, en tanto sepas qué


Página

hacer. Un buen señor de la guerra sabe cuándo delegar y cuando tomar


los asuntos en sus propias manos. Descartando la tela en la que se
había envuelto, Xena se arrodilló ante mí—. Y hablando de manos…

Descansó la punta de sus dedos sobre mis rodillas y sonrió


sugestivamente.

—¿Por qué? —Pregunté con curiosidad—. Ya has obtenido de mí lo que


deseabas.

Se encogió de hombros.

—No es como si no lo hubiese disfrutado también.

—En realidad, no creo que lo hicieras. —Presionando levemente la


palma de una mano contra su pecho dije—: Todo el tiempo que me
hiciste el amor, pude sentir tu corazón latiendo despacio y regular. No
estabas excitada en lo más mínimo.

Mi observación se encontró con un ceño fruncido.

—Lo notaste, ¿verdad?

—Sí, porque deseaba… complacerte. Y no tuve éxito.

—Estaba concentrada —admitió Xena secamente—. Los interrogatorios


requieren una mente clara.

—Ya veo.

Alcé la mano para apartar un húmedo mechón de cabello de su frente.


Esta mujer no retrocedía ante la intimidad. Me di cuenta, quizá porque
estos gestos no significan nada para ella. Aunque la Xena que conocía,
con frecuencia, se tensaba bajo los mismos contactos…

Con una sonrisa afectada, la señora de la guerra dijo:

—Además, no estarías interesada en lo que realmente me complace.

—¿Y qué sería eso?


50

Se acercó para susurrar una explicación en mi oreja, entonces


Página

retrocedió para estudiar mi rostro. Casi pareció decepcionada por mi


falta de reacción. Si había estado intentando escandalizarme, no había
tenido éxito.

—Puedo ser inexperta —dije apaciblemente— pero no ignorante. He oído


hablar de eso antes. —Con todo, tenía que admitir que ninguna de las
poesías eróticas que había leído incluía tan concretos y vívidos detalles
como su descripción—. Y si eso es lo que te gusta, lo haré. —Casi me reí
en voz alta ante la sobresaltada expresión que cruzó su cara. Fue la
primera vez que había visto a la señora de la guerra desconcertada—.
¿Así que ésa no era una petición en serio?

Sonrió tímidamente.

—No, en realidad no.

Mi corazón perdió un latido ante este atisbo de una Xena gentil y


embromadora. Si solo pudiese retenerla un poco más… Inclinándome,
susurré mis propias palabras seductoras en su oreja.

—Tú puedes haber estado bromeando, pero yo no.

Escuché la suave detención de su respiración, así que antes de que


pudiese poner alguna excusa, empujé sus hombros hacia el suelo.

Mientras sus largas piernas se estiraban a ambos lados de mi cuerpo,


me di cuenta que lo que acababa de prometer me era, incluso, más
nuevo que lo que habíamos hecho la noche antes. Ni tampoco estaba
completamente segura de que, esta vez, pudiese darle placer, pero solo
había una forma de averiguarlo. Así que tracé un rastro de besos desde
entre sus pechos a lo largo de su estómago y luego bajé más aún.

—La mayoría de la gente me encuentra intimidante. —Su voz estaba ya


ronca de anticipación—. Pero eso no parece ser problema para ti.

—Soy impulsiva por naturaleza.

—Suerte para mí —murmuró.

Reí y el cálido toque de mi aliento me abrió el camino.


51

Deteniéndome por un instante, inhalé la almizcleña fragancia de la


Página

excitación de Xena, entonces me incliné en un reino que me sobrecogió


con desconocidas sensaciones. Encontré texturas más suaves que la
más fina de las sedas y una inesperada dulzura. Encontré placer,
suficiente para ambas. Aquí no podía haber mentiras, ni inteligente
imitación de pasión. Su cuerpo gritaba su necesidad con tensos
músculos y preparados pliegues de carne y, mientras el deseo tomaba
forma líquida, sus practicados y sensuales gemidos dieron paso a
crudos y guturales sonidos. El impetuoso pulso de Xena latía contra
mis labios, contra mi lengua. Disminuí mi paso reacia a terminar
demasiado pronto este festín de los sentidos, e ignoré sus torpes y
urgentes súplicas de liberación. Mi propio cuerpo temblaba en empatía,
pero con despiadado egoísmo nos retuve tanto como fue posible.
Finalmente, cuando sentí mi control empezar a hacerse añicos, la liberé
con un último hambriento beso.
Su grito me desgarró, sacudiéndome con más fuerza que unas manos,
cortando los cordones que me vinculaban al pensamiento, elevándome
tan alto que toqué el flamígero faldón de Apolo. Ésta fue mi verdadera
desfloración, la abrasadora destrucción de mi inocencia. Ahora
comprendía por qué palabras como pasión y deseo eran invocaciones de
tal poder que incluso los dioses eran conmovidos por ellas. Y me
pregunté si alguna vez podría volver a hablar de amor sin estremecerme
ante el recuerdo de este momento.

****

Estaba contenta de yacer quieta, recobrando el aliento, hasta que oí un


suavemente pronunciado:

—Gabrielle…

Alcé la cabeza del suave cojín de los muslos de Xena. Estaba apoyada
sobre sus codos, estudiándome con una expresión de sombría
especulación.

En un instante supe que me había traicionado a mí misma y revelado


una profundidad en mi amor que la perturbó. Me pregunté, inquieta,
qué haría con este conocimiento.

Con cierta inseguridad, me senté y empecé a alisar mi arrugada ropa.


52

—¿Y si esta idea no funciona? —me preguntó mientras se sentaba


también. Parecía más compuesta en su desnudez que yo vestida y, pese
Página

a que su rostro estaba aún sonrojado, su voz era fría y sin inflexión—.
¿Y si no podemos restaurar mi memoria?
Agité la cabeza.

—Lo haremos. El oráculo dijo…

—¿Pero y si no podemos? —insistió—. ¿Qué vas a hacer?

—Me quedaré contigo —dije quedamente.

—¿Cómo bardo de mi ejército? ¿O como mi puta? —Respingué, pero


permanecí silenciosa—. Regresa a Poteidaia, Gabrielle. Ahí es donde…

—¡Basta! —grité—. Eso no es una opción. Intenté hacerlo una vez. Creí
que podría superar lo que estaba sintiendo regresando a casa, pero solo
empeoró las cosas. Incluso tras mi matrimonio, aún te amaba, aún
deseaba…

Me detuve. Mi necesidad era demasiado descarnada para ser expresada


en voz alta.

—¿Así que si tu Xena no regresa, te conformarás con una asesina


señora de la guerra?

—No eres dos personas diferentes, Xena. Quien eres… quien serás…
todo eso es parte de ti ahora mismo. Con el tiempo…

—¡No! —Sus fuertes manos cogieron mi cara y me obligaron a mirarla—.


No te engañes. —La severa línea de su boca se retorció en una sonrisa
inexorable—. Y no te entretengas esperando que cambie de nuevo. La
historia no se repite a sí misma de esa forma.

—Quizá no —dije con reticencia—. Pero no importa, porque el plan del


oráculo funcionará.

Entonces me acerqué a ella, tirando de su cuerpo hacia el mío, mis


labios buscando los suyos. Por cualquiera de sus propias razones, me
permitió hacerle el amor de nuevo.
53
Página
Capítulo 6

L
entamente, muy lentamente, alcancé la bolsa atada a mi cinturón.

Aun así, ese mesurado movimiento fue suficiente para levantar


otro ominoso siseo de los Guardianes. Había tres de ellos, tres cuerpos
serpentinos irguiéndose sobre el suelo y deslizándose hacia mí sobre
cortas patas. Incluso a la débil luz de la estrecha caverna, sus escamas
iridiscentes brillaban como joyas recién pulidas y sus garras, similares
a cimitarras, tintineaban como campanas sobre el suelo de losas de
piedra.

Mi mano se cerró sobre la suave bolsa de cuero y los Guardianes


sisearon más fuerte aún. Pese a su constante avance, mantuve mi
terreno. Un rápido tirón de las tiras de cuero abrió el cuello de la bolsa
y liberó al aire un acre olor a hojas quemadas. Todas las plantas que
recogí ayer habían sido reducidas a este pequeño montón de ceniza.

—Venid —urgí a los monstruos—. Venid un poco más cerca.

Sopesé el peso de la bolsa en mi palma e intenté juzgar cuanto del polvo


podría permitirme lanzar a cada Guardián sin quedarme corta. El
movimiento de mi brazo provocó otra ronda de siseos, otro serpenteante
avance y el tintineante sonido de rechinar cristalinos dientes. Estaba
sorprendida por la fragancia de su aliento: pétalos de rosa machacados
y un toque de menta. Eran unos monstruos muy decorativos aunque,
pese a toda su belleza, no menos letales.

—Creo que es lo bastante lejos —dije y lancé el primer puñado de


cenizas al Guardián más cercano.

No había tiempo de ver si le afectaba. Las restantes dos criaturas


inmediatamente se lanzaron hacia mí y esquivé sus abiertas fauces sin
alejarme demasiado. No podía permitirme fallar.

Arrojé una segunda nube de cenizas, después una tercera… y observé


54

como el trío de Guardianes se tambaleaban en sus sitios, entonces se


Página

desplomaron sobre sus vientres. Sus ojos facetados se apagaron con


sueño, después se cerraron.
Lancé un suspiro de alivio. La bolsa de mi mano estaba vacía, las
cenizas estaban completamente esparcidas. Había habido lo suficiente.

Un suave estornudo explotó detrás de mí.

¿Cuatro Guardianes? Horrorizada ante mi erróneo cálculo, giré para


encarar desarmada al monstruo…

—¡Xena!

—Me cansé de esperar —dijo ásperamente la señora de la guerra.

Su mano derecha se curvaba sobre su chakram; la izquierda agarraba


mi bastón. Lanzó una mirada a los durmientes guardianes y sonrió
tristemente.

—Bonito trabajo.

—Gracias.

Me arrojó el bastón, entonces sujetó el chakram a su cinturón.

—¿Ahora qué?

—Solo sígueme —dije y la guié a la fuente oculta en el extremo de la


caverna.

El delicado sonido de agua cayendo fue música a mis oídos. Había


seguido fielmente las instrucciones del oráculo y cada paso de nuestro
viaje se había ajustado a su descripción, lo cual significaba que
estábamos tan solo a minutos de completar nuestra búsqueda.

Un caño de piedra había sido colocado en el muro posterior de la


caverna y el agua de algún arroyo subterráneo salía del caño y era
recogida debajo en una alberca semicircular. El muro contenedor
estaba sin adornar y construido con el mismo enladrillado que el pozo
de los Suspiros.
55

Dejando a un lado mi bastón, saqué la botella del oráculo y la hundí en


la alberca. Se llenó en un instante y cuidadosamente limpié el exceso de
Página

agua que perlaba el exterior del cristal.


—¿Así que bebo esto y recupero mi memoria? —dijo Xena con obvio
escepticismo—. ¿Tan simple como eso?

—Uh, no tanto —admití—. De acuerdo con el oráculo, el agua ha de


estar mezclada con unas cuantas gotas de tu sangre.

—Debería haberlo sabido —dijo con disgusto.

Extrajo su daga pectoral y sostuvo la punta sobre la yema de uno de


sus dedos. Tomando una profunda inspiración, respingó en
anticipación ante el corte, entonces se heló.

—¿Qué pasa?

—Odio esto —pronunció Xena.

Miraba fijamente el dedo sacrificial.

—Xena, tienes cicatrices de docenas de heridas de batalla, ¿pero eres


incapaz de cortarte tu propio dedo?

Frunció el ceño con fiereza, pero todavía no perforó su piel.

—Eso es diferente. Cuando estoy en mitad de una lucha no siento nada.


Esto es tan… premeditado.

—Quejica.

Bufó.

—Sí, bueno, es fácil para ti decirlo. ¿Por qué no usamos tu sangre en su


lugar?

—No es buena idea —dije—. Acabarías con recuerdos que ni tan


siquiera he tenido aún… —me interrumpí, alarmada por mi inadvertida
revelación del severo aviso del oráculo.

—Acabemos con esto. —Xena se pinchó con la punta del cuchillo y


gruñó ante la vista de sangre manando—. Toma, eso debería hacer que
56

funcione. Date prisa antes de que muera desangrada.


Página

Con una risa de alivio dije:


—Llámame optimista, pero creo que vivirás.

Avancé, alcé la botella para atrapar las gotas de sangre danzando al


final de su dedo…

… y la otra mano de la señora de la guerra atenazó mi muñeca con una


aplastante presa. Gritando ante el repentino dolor, observé con horror
cómo mis entumecidos dedos se aflojaban.

Con relampagueantes reflejos, Xena me empujó a un lado y atrapó la


cayente botella. Solo unas gotas de líquido se vertieron antes de que
pusiese el tapón en su lugar.

—¿Xena?

Xena sonrió ampliamente ante el agua pura en su mano.

—Memorias aún no ocurridas, ¿eh? Solo piensa, Gabrielle, esta botellita


contiene tres años de futuro… para alguien.

—Ese alguien eres tú —dije.

Pasó la lengua sobre el corte de su dedo, entonces rió entre dientes.

—¿Realmente creíste que seguiría este plan? ¿Por qué clase de tonta me
tomas? Sospechaba que esta agua era demasiado valiosa para
desperdiciarla reclamando mis recuerdos. Ahora sé que podría pedir el
rescate de un rey en oro por el conocimiento que proporciona. Y el oro
me comprará un ejército.

—¡No, Xena! —Agarré mi bastón y lo moví para bloquear su salida de la


caverna. Encarándola declaré—: Lo que estás planeando está mal. Y
algún día te odiarías por convertirte de nuevo en señora de la guerra.
Así que no puedes irte de aquí antes de beber de esa botella.

—¿Quién va a pararme? —Preguntó con una ceja alzada—. ¿Tú?

Pese a mi seca garganta, me las arreglé para decir:


57

—Sí.
Página

—No me hagas matarte, Gabrielle —dijo con un exasperado suspiro—.


Te he cogido algo de aprecio.
Mis manos se cerraron reflexivamente sobre el bastón. Con esfuerzo,
relajé mi agarre y concentré mi mente. Necesitaría cada onza de fuerza y
toda mi concentración para aguantar incluso unos cuantos asaltos
contra ella.

—No voy a permitirte salir de aquí.

—Que irritante.

Sus ojos relucieron como piedras pulidas mientras sacaba la espada de


su vaina. Ya que la hoja era larga y pesada, normalmente empuñaba el
arma con dos manos para un control máximo. Pero incluso luchando
con una mano, con la botella atrapada en su puño izquierdo, haría poco
ejercicio con esta pelea.

Sus primeros ataques fueron lentos y fácilmente bloqueados, un plan


deliberado para apagar mi tiempo de reacción obligándome a ajustarme
a un ritmo pausado. Estallé en su sudor frío mientras esperaba la
inevitable escalada hasta un combate de verdad.

Cuando finalmente llegó, su ataque era tan rápido y furioso que mis
dientes repiqueteaban de la colisión de bastón y hoja. Aunque Xena aún
estaba jugando conmigo, porque podía fácilmente haber esquivado mi
defensa y descargar el golpe fatal. En su lugar atacaba el centro del
bastón, golpeando con el lado plano de la hoja en vez de con el borde
afilado. Pero solo en caso de que estuviese tentada de subestimar la
letal naturaleza de nuestro juego, me pinchó el brazo mientras nos
retirábamos.

Su siguiente táctica fue un bailarín diseño de acometidas y fintas que


me hizo tropezar con mis propios pies, enviándome desmadejada al
suelo. El golpe de su hoja contra mi trasero añadió mayor indignidad a
mi caída y una risa burlona sonó en mis oídos mientras volvía a una
postura combativa.

De nuevo, una y otra vez fui cortada y golpeada, me tropecé y fui tirada,
pero aún peleaba por desviar cada uno de los golpes de espada de Xena.
58

—¿Aún no estás cansada de esto? —me preguntó mientras de nuevo su


hoja rebotaba contra la pulida madera amazona.
Página
Negué con la cabeza, demasiado sin aliento para desperdiciarlo
hablando.

—Bueno, yo sí.

Retrocediendo fuera del alcance del bastón, levantó su mano izquierda,


entonces arrojó la botella por el aire.

—Uups —dijo suavemente.

—¡¡No!!

Soltando mi arma, me lancé arriba. Mis estiradas manos cogieron la


frágil vasija y la envolvieron, absorbiendo el impacto de mi cuerpo
cayendo al suelo. Pero el salto me había dejado expuesta al ataque.

Demasiado tarde vi la bota de Xena descargarse y sentí un golpe en el


torso que me levantó sobre mis pies y me estampó contra el muro de la
caverna. Estaba tan conmocionada por el impacto que no podía
respirar. Indefensa, paralizada, me deslicé al suelo en un desplomado
montón.

Demasiado aturdida para moverme, solo pude contemplar cómo Xena


se acercaba tranquilamente a mí, la espada oscilando adelante y atrás
en mortal arco.

Siempre había deseado encarar la muerte con coraje, pero no pude


evitarlo. Cerré los ojos cuando oí el agudo silbido de la aproximación de
la espada. Debería haber sido el último sonido que oyera, pero el tiempo
se alargaba y aún estaba viva, aún jadeando por aliento. Abrí los ojos.
La punta de la destellante hoja se cernía solo a pulgadas de mi nariz.
Era hipnótico, como la cabeza de una víbora levantada justo antes de
atacar.

Me obligué a mirar arriba, a lo largo de toda la extensión de la espada,


al rostro de la señora de la guerra que la empuñaba.
Las comisuras de la boca de Xena estaban curvadas hacia arriba, pero
no había bienestar en su diversión. Era la sonrisa fría y calculadora de
un depredador jugando con su presa. Sus ojos azules eran trozos de
59

pedernal, exentos de compasión.


Página

Entonces, como por capricho, batió la espada sobre su cabeza y la


introdujo en la vaina sujeta a su espalda. Se agachó, una despreciativa
sonrisa en su cara.

—Bonita captura, Gabrielle. —Arrancó la botella de mi debilitado


agarre, entonces se inclinó y me besó ligeramente en los labios—.
Gracias.

Intenté sacudirme mi estupor mientras se ponía en pie y se alejaba.

Todo lo que pude lograr fue un susurro:

—Xena… no…

Con una incrédula risa se giró y dijo:

—Nunca te rindes, ¿verdad?

—Yo no… tú. —Solté un estremecido jadeo—. Nunca te rindes… nunca


has tenido… miedo de la verdad… nunca has sido cobarde.

—¿Cobarde? —Sus labios se fruncieron en un gruñido—. Vigila tu


lengua, bardo, o te destriparé después de todo.

—No te creo… No quieres matarme. —Logré levantarme a una posición


sentada. Probablemente aún no podría ponerme en pie, pero al menos
mi voz era más fuerte—. Y no quieres ser más una señora de la guerra.

Se tensó en el sitio.

—No fue solo Hércules quien te convenció para reformarte —dije con
acumulada confianza—. Ya tenías dudas sobre quién eras y qué estabas
haciendo. Estabas al borde de encarar la verdad sobre ti misma. Bueno,
eso es lo que sostienes ahora mismo en tu mano derecha, la verdad. Y
si fuiste lo bastante valiente para hacerle frente antes, puedes hacerlo
de nuevo. Bebe la poción, Xena.

Sus dedos se apretaron alrededor del cristal, como si lo triturara.

—Soy guerrera, Gabrielle. Si trago este veneno, esa guerrera morirá y


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una extraña ocupará mi lugar.


Página

—No es veneno —dije—. Es tu salvación.


Guardó silencio, pero su agarre sobre la botella no se aflojó. Cuando
finalmente habló, su voz era lenta y burlona.

—¿Y por qué estás tan ansiosa por abrazar mi verdad, Gabrielle? ¿La
verdad te mantendrá caliente por la noche? ¿La verdad recorrerá sus
dedos sobre tu piel y entre tu cabello?

—¿Qué quieres decir? —pregunté, mientras la aprensión estremecía mi


espina dorsal.

—Piensa, Gabrielle. Esta noble Xena que quieres de vuelta nunca te ha


besado, ¿verdad? —Alzó la botella por encima de su cabeza—. ¿Qué
verdad hay aquí que la retiene de envolverte en sus brazos y atraerte a
su pecho? Si bebo esta agua, recordaré por qué nunca te he hecho el
amor... —Sus palabras me cortaron como un cuchillo—. … y puedo
elegir no volver a hacerte el amor jamás. —El cuchillo se retorció dentro
de mí—. ¿Es eso lo que quieres, Gabrielle? —Exigió la voz—, ¿volver a
una simple amistad sin el toque de mi mano sobre…?

—¡No! —grité—. No… esto no es sobre mí… —Esas palabras habían sido
las de Xena, pronunciadas a punto de morir, un recordatorio del bien
supremo. Tomando una profunda inspiración, repetí—: Bebe la poción,
Xena.

Vaciló y los músculos de su largo cuerpo se tensaron como para la


batalla.

—No puedes obligarme a hacer esto.

—No, no puedo. —No hice movimiento para limpiar las lágrimas que
bajaban mis mejillas—. Tienes que confiar en mí con que eso es lo
correcto de hacer. Que eso es lo que tú querrías hacer.

Su cara se retorció con un dolor que reflejaba el mío. Su puño apretó y


oí el brusco estallido de cristal roto. Alzando su cara, capturó la lluvia
de líquido teñido de sangre con su lengua. Entonces, cuando la última
gota había caído, bajó su brazo y sacudió las esquirlas de cristal de su
sangrante palma.
61

—Quién habría imaginado que sería derrotada… —titubeó, comenzó a


tambalearse sobre sus pies— …por una bardo.
Página

—¡Xena!
Salté sobre mis pies a tiempo de cogerla cuando se inclinó hacia
delante. El peso de su cuerpo llenó mis brazos y me hizo caer de
rodillas. Podía sentir los espasmos torturando sus miembros, entonces
su cabeza cayó en la curva de mi brazo. Los ojos azules se cerraron.

—¿Xena? ¿Xena? —La llamé una y otra vez mientras apretaba su


cuerpo, rogando que recobrara la consciencia.

Desde detrás de mí oí el lento siseo de un guardián saliendo de su


sueño…
62
Página
Epílogo

R
etuve a Argo para parar, calmando su nervioso patear con una
palmada tranquilizadora y una murmurada ternura. El claro
parecía justamente como Gabrielle lo había descrito, si bien algo
más desolado esta encapotada mañana de otoño de lo había estado
varias semanas antes.

—Gracias a los dioses —dijo Gabrielle mientras examinaba la


polvorienta tierra en busca de huellas—. Nadie más parece haber estado
por aquí desde que nos marchamos.

Bajando de un salto del lomo de Argo, me arrodillé al lado del pozo. Mis
manos examinaron los caídos trozos de la tapa del pozo.

—¿Recuerdas algo de esto? —preguntó Gabrielle suavemente.

Retuve el aliento, aquieté mi mente y esperé…

—No —dije al fin y me puse en pie—. Lo último que recuerdo


claramente es a ambas entrando en este valle. Después de eso…

Después de eso un violento sentido de desorientación mientras


combatía mi regreso a la consciencia y me encontraba en los brazos de
Gabrielle. Había habido una mirada de tan increíble dolor y
desesperación en su rostro que mi primer pensamiento fue consolarla,
pero no había habido tiempo para tal lujo...

—Empecemos a trabajar —dijo Gabrielle, interrumpiendo mi


ensoñación con nada característica energía—. No quiero permanecer
aquí más tiempo del que precisemos.

Emprendimos nuestra tarea sin más discusión.

Descargando las herramientas y tablas que habían estado atadas a la


silla de Argo, comencé a unirlas en una nueva tapa de pozo mientras
63

Gabrielle tallaba la deteriorada inscripción sobre la antigua cantería.


Página
Mientras trabajábamos en amigable silencio, reflexioné sobre nuestro
viaje de regreso a este oculto valle y mis propias reacciones
crecientemente inquietas hacia mi compañera. Quizá fue mi ―ausencia‖
lo que me había hecho ver a Gabrielle bajo una nueva luz al recobrar mi
memoria… o quizá los sucesos de mi olvidada semana la habían
cambiado. De cualquier forma, las diferencias eran sutiles, difíciles de
describir. Parecía caminar con una insinuación de nueva gracia, como
si los trazos restantes de la torpeza adolescente finalmente hubieran
desaparecido de su cuerpo. Su deleite ante el mundo era tan fuerte
como siempre… chispeaba en sus ojos verdeazulados, aunque hablaba
menos sobre ello. En formas demasiado variadas para clasificarlas, sus
modales eran un punto más controlados y confiados que cuando
entramos por primera vez en este valle. De alguna manera, en el
transcurso de un puñado de días, Gabrielle había florecido a la plena
madurez. Antes había sido bonita; ahora, para mi consternación, estaba
al borde de ser hermosa. Y aun así, ella misma parecía inconsciente de
los cambios, o era reacia a actuar respecto a ellos.

En la taberna donde habíamos parado la noche antes, el hijo del


tabernero se había tímidamente aproximado a nuestra mesa y metido a
Gabrielle en conversación. Tuve que hacer un esfuerzo consciente para
reprimir mi ceño fruncido, severamente recordándome que no tenía
derecho a ofenderme por su presencia. De hecho, de mala gana reconocí
que era un joven atractivo… si te gustaban de ese tipo, el cual a
Gabrielle ciertamente le había gustado hasta entonces. Pero esa noche
había sido educada, incluso amable, aunque resueltamente insensible a
sus leves flirteos. Y después de eso…

—¿Estás segura de que no te gustaría ir? —dije.

—¿Ir dónde? —preguntó Gabrielle con una mirada de perplejidad,


mientras metía la cuchara en el tazón de pudin de albaricoque.

—Al baile del festival. El baile al que acabas de ser invitada por ese
joven. El que había parecido un cachorro enfermo de amor para cuando
se excusó de nuestra mesa.

—Oh, eso. —Gabrielle se encogió de hombros—. No creía que te gustasen


los bailes de los festivales.
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—A mí no, pero no me lo pidió a mí. Así que, ¿por qué no te lo pasas bien?
Página

Te lo has ganado después de lo que te he hecho pasar esta semana.


—¿Dejaras de parecer tan ceñuda? —le regañé—. Te he dicho una y otra
vez que no me hiciste daño.

—Vale.

Mis ojos automáticamente ojearon los cortes sanando y las contusiones


desvaneciéndose de sus brazos.

Lanzando un exagerado suspiro de exasperación dijo:

—Mira, desafié a luchar a una señora de la guerra, lo cual fue bastante


temerario incluso para mí. Pero solo he resultado tan lastimada como en
algunas de nuestras sesiones de práctica.

Con esfuerzo, mantuve mi voz ecuánime cuando repliqué:

—Pude haberte matado.

—Sí, pudiste —dijo gentilmente—, pero no lo hiciste. Elegiste no hacerlo.


E incluso me permitiste convencerte para beber la poción. —Hubo una
insinuación de risa en su voz cuando añadió—: Lo cual prueba que ni tan
siquiera una señora de la guerra es rival para una bardo.

—Gracias a los dioses por eso —dije con una sonrisa en respuesta,
entonces regresé al tema que Gabrielle estaba tan diestramente
evitando—. Si recuerdo correctamente, exactamente el mes pasado
estabas muriéndote por una invitación a bailar.

Otro encogimiento de hombros de mi joven compañera.

—El mes pasado sentía... curiosidad.

—¿Y este mes?

—Este mes... no —dijo despreocupadamente. —Demasiado


despreocupadamente, decidí con intranquilidad. Con una sonrisa
radiante nacida de una súbita inspiración dijo—: En su lugar vamos a
pasear por el pueblo.
65

Gabrielle lamió el resto de pudin de la cuchara con una pausada curva


de su lengua, un gesto que fue por completo demasiado perturbador para
Página

mi bien y pasé el resto de la tarde resueltamente apartando mi mirada de


la vista que más me complacía: su rostro.
Como si estuviésemos cada una en armonía con los movimientos de la
otra, Gabrielle despejó la última incisión de musgo y mugre del borde
del pozo justo cuando yo hundía la última clavija de hierro de la nueva
tapa.

—¿Qué dice? —pregunté con curiosidad, mientras estudiaba las letras


recientemente talladas.

El lenguaje no era uno que reconociera.

Los dedos de Gabrielle trazaron la frase mientras leía en voz alta:

—Vosotros que perderíais vuestras penas, bebed de este pozo. —


Inclinándose sobre el borde, atisbó la oscuridad de abajo—.
Considerando las calamitosas consecuencias, ese no es mucho aviso a
los sedientos viajeros. Dejemos a los antiguos perfeccionar el arte de la
descripción.

—Razón de más para que estemos aquí —dije levantando la nueva tapa
al borde de la sillería. Posicioné el disco de madera sobre la abertura,
entonces martilleé la tapa en el sitio hasta que encajó tan
ajustadamente que solo un golpe de hacha podría quitarla—. Acabado,
eso es lo mejor que puedo hacer. —Sin embargo, mientras recogía
nuestras herramientas noté que aún estaba mirando fijamente el pozo
recientemente taponado—. ¿Qué pasa?

—No durará para siempre.

—Nada dura siempre.

—No, supongo que no.

Oyendo una inesperada nota de pena en su voz, me acerqué tocando su


hombro y sentí un súbito nudo de músculos bajo mi mano. Esta
tensión también era nueva.

Alejando mi mano dije:


66

—Gabrielle, me has contado todo lo que pasó, ¿verdad?


Página

Se volvió para encararme y la pausa antes de responder presagió su


respuesta.
—No —dijo—. No lo hice.

Un zarcillo de temor se enroscó en mi garganta, amenazando ahogarme.

—¿Por qué no?

Tomó una profunda inspiración, como si reuniese el coraje.

—Porque sabía que cambiaría las cosas entre nosotras.

—Ya lo ha hecho.

—Sí, supongo que sí —dijo pensativamente—. Creí que quizá, ya que tú


no lo recordabas… pero supongo que no hay vuelta atrás… porque yo lo
recuerdo.

—Dime qué pasó.

Me preparé para una nueva revelación de violencia y una nueva carga


de culpa. No estaba en absoluto preparada para lo que oí en su lugar.

—Me besaste.

—¿Yo qué?

Luché por sacarle sentido a esta flemática declaración buscando en el


rostro de Gabrielle alguna pista de sus emociones. Vi una expresión de
cautelosa diversión… más una insinuación de algo más profundo que
no se mostró.

Continuó.

—Deseabas información de mí y parecías creer que besar era una


efectiva técnica de interrogatorio.

Con estrangulada risa dije:

—Puede serlo… bajo las circunstancias adecuadas.


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Gabrielle me miró directamente a los ojos.


Página

—Bueno, ciertamente funcionó conmigo.


Mi mundo se puso patas arriba.
Luchando por recobrar mi equilibrio, intenté rivalizar su tono de
chanza.

—¿Un beso y hablaste?

—Oh, estoy hecha de una materia más dura que eso. —Su mirada no
vaciló—. Costó más de uno.

Una repentina ola de calor hizo arder mis mejillas.

Resueltamente ignorando la traición de mi cuerpo dije:

—¿Tras qué clase de información iba yo?

—No estoy segura de querer responder a esa pregunta.

Casi me perdí la entrada, pero cuando capté el significado, vacilé. Mi


vida había estado lo suficientemente empañada de excesos y había
jurado escudar a Gabrielle de esa parte de mí misma, pero la creciente
impaciencia en sus ojos verdes debilitó mi resolución.

¿Cuánto daño podía haber en esta pequeña intimidad? Incluso así, solo
me permití un fugaz roce de labios.

—¿Ahora estás preparada para hablar?

—No —dijo con un obstinado ceño—. Me temo que has subestimado


seriamente mi resistencia.

Más de un beso…

Cedí a la tentación, agarré a Gabrielle levísimamente por su delgada


cintura, la acerqué, entonces me incliné de nuevo. Esta vez nuestro
beso fue completo y minucioso… y duró mucho más de lo que había
pretendido.

Sobre todo lo demás, siempre había temido que la adoración al héroe de


68

Gabrielle la hiciera demasiado vulnerable a mis exigencias y, que si


alguna vez me aproximaba a ella, se sometiese a deseos que no le eran
Página

propios. Pero no hubo forma de confundir su maliciosa respuesta con


inocente sometimiento. Eran sus labios, su lengua, las que llevaban
esta danza.
Cuando finalmente nos separamos, presionó levemente sus dedos
contra la base de mi cuello.

—Puedo sentir tu corazón latiendo… —sonrió como para sí misma—


muy rápido. —Entonces, saliendo del flojo círculo de mis brazos dijo—:
Mejor que regresemos al camino. Cuanto antes salgamos de este valle,
antes podremos acampar y continuar este interrogatorio.

—¿Continuar…? —la miré fijamente, mientras absorbía las


implicaciones de su declaración. Tragando con dificultad, pregunté—:
Gabrielle, ¿exactamente cuán lejos yo… nosotras…? —Las palabras me
fallaron.

Con un guasón destello en sus ojos dijo:

—Puedes ser muy persuasiva, pero yo puedo ser muy tozuda. Formó
una interesante combinación.

Y al anochecer aprendí, exactamente cuán bien Gabrielle misma había


dominado el arte de la descripción.

FIN
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Página
Sobre la autora

Ella Quince

Autora de fanfics basados en la serie Xena, la princesa guerrera.


Toda su obra, en inglés, puede ser encontrada en su propia website,
Altered Stories.
Puedes mandar tus comentarios a ellaquince@gabwhacker.com
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CRÉDITOS

Xena: Warrior Princess es copyright de 1997 de MCA Televisión

Traducido por Gixane

Corregido por Dardar

Diseñado por Francatemartu

Reeditado por Xenite4ever 2013 (1ª ed. Buxara 2007)


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Únete a la causa. ¡¡Traigámoslas de vuelta!!

https://www.facebook.com/Xena2011MovieCampaign

http://www.gopetition.com/petitions/xena-warrior-princess-movie.html
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