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Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Epílogo
Sobre el autor
Créditos
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Página
NOTAS DE LA AUTORA
E
l sol estaba a medio camino de su viaje a través del cielo cuando
entré cabalgando en un claro del aislado valle. Mi progreso a
través del escabroso terreno había sido retardado por el sosegado
ritmo que había impuesto a mi caballo, uno que igualaba el paso de mi
compañera en el suelo. Gabrielle podría haber caminado más rápido si
hablase menos, pero estaba de humor para escuchar la música en su
voz y observar el juego de la luz en su cabello oro rojizo. Mi paciente
silencio parecía ser todo el ánimo que precisaba para rezumar
excitación.
—¿De veras?
—¡N
o bebas el agua!
—¿De dónde viniste? —lanzó una mirada sobre su hombro, sus ojos
cautelosamente escaneando el vacío claro—. ¿Y qué lugar es éste? —
murmuró como para sí—. ¿Cómo llegué aquí?
—Sigue hablando.
—El pozo de los suspiros… está alimentado por… las aguas de Lete.
Xena se aproximó al caballo con ansia, pero sus manos recorrieron los
flancos de Argo con nada característica brusquedad. La yegua se echó
atrás con una nerviosa patada de sus cascos. Me recordó la reacción de
Argo ante Callisto y sombríamente consideré que la comparación podía
ser demasiado similar.
—Es un poco nerviosa. Sin embargo, vendrá bien. Necesito regresar con
mi ejército lo antes posible. ¿Dónde estaban acampados la última vez?
—Sí, de hecho…
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—¿Y qué pasó con mis guerreros? —Preguntó con una resuelta
persistencia—. Los que me hicieron correr la baqueta.
Rió.
—Gabrielle.
Me helé en el sitio.
—¿No vienes?
—¿Qué? Oh, sí, voy. —Me obligué a moverme de nuevo, corriendo para
alcanzarla—. Pero, Xena, ¿no crees que primero deberíamos intentar
recuperar tu memoria?
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—¿Cómo?
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—Pero y si…
—Sabes, ésta será la primera vez que he tenido un bardo como parte de
mis fuerzas. —Rió ante el pensamiento—. Pero me gusta la idea. Eres
entretenida y eso podría ser bueno para la moral.
—Ahora hace casi dos años. —Me asenté en el suelo, lo bastante cerca
del fuego para sentir su calidez, pero no tan cerca que mi cara se viese
claramente. Había sido un largo día y no tenía la energía para disfrazar
cada expresión—. Me salvaste la vida —dije y cubrí mi creciente
nerviosismo relatando las circunstancias de nuestro primer encuentro,
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—¿Haciendo qué?
—¿Por qué?
—No estoy realmente segura de por qué. Quizá solo decidiste tomarte
un descanso del asunto de señora de la guerra —la sequedad de mi
boca amenazaba con ahogarme—, o quizá simplemente tenías planes
que deseabas mantener para ti misma.
Esta mujer poseía la misma gracia muscular que la Xena que conocía,
pero se movía de manera más fluida, como una danzarina. Y después
de que se hubiese deslizado bajo las mantas de su lecho, esta Xena me
miró sobre su hombro, pescándome en el acto de observar.
La miré y dije:
—¿Para qué?
Sonreí.
—Hay un fácil remedio para eso. Todo lo que requiere es una caña
hueca y un cuchillo afilado.
—No.
—Muy bien.
Se encogió de hombros.
—Ares…
moviera.
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Nuestra entrada fue marcada por una caída en el nivel de las roncas
risotadas y las broncas voces. Solo unas cuantas cabezas se volvieron
para mirar abiertamente, aunque podía decir que todos los ojos estaban
fijos en nosotras. Un murmullo de reconocimiento recorrió la
habitación, entonces una figura se destacó de la multitud del bar y se
pavoneó para confrontar a Xena. La gruesa cara del hombre tenía el
color gris de la piel no lavada y su túnica de cuero estaba llena de
grasientas manchas.
atención de esos…
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Entonces sin hacer una elección consciente, abrí la boca para hablar y
las palabras se formaron como por instinto.
—La Muerte viene para todos nosotros, pero cuando la Muerte vino a
reclamar al rey Sísifo, él se imaginó una forma de engañarla.
El pálido color que cruzó el rostro de Xena podría haber sido un efecto
de la temblorosa luz de antorcha, pero la súbita tensión de su
mandíbula no lo fue.
—La Muerte viene para todos nosotros, pero cuando la Muerte vino a
reclamar al rey Sísifo, él se imaginó una forma de engañarla. —Como
había sospechado, los pocos que aún escuchaban estaban demasiado
borrachos para tan siquiera notar la repetición, así que una vez la
Muerte hubo escapado de sus cadenas por segunda vez esa noche,
agarré el estropeado cuenco de las donaciones de mi lado y abandoné el
escenario.
Volcando el contenido del cuenco sobre una mesa vacía en una alejada
esquina de la entrada de la taberna, rápidamente clasifiqué y conté el
valor de las monedas. Hice una mueca ante el total. Por una noche de
trabajo en una posada decente habría obtenido dos veces esa cantidad.
Evidentemente viajantes fatigados y prósperos mercaderes eran una
audiencia más generosa que mercenarios borrachos.
Cara–rata siseó:
—Yo iba a pagarte por un buen rato, pero ahora tú me debes a mí. —
Agarró fuertemente mis piernas—. Vamos, Dolus, hagamos esta
pequeña transacción fuera.
—¿Te lastimaron?
—No.
—¿Y?
—¿Supones?
****
Cuando finalmente pude respirar sin dolor, reanudé mi paso con una
zancada uniforme que devoraría terreno sin dejarme sin resuello.
Normalmente disfruto mucho caminando, especialmente por un
ondulado paraje como éste, pero hoy mi furia y la necesidad de
apresurar me robaron ese placer. Debo haber pensado muchas cosas en
el curso de ese largo día, pero todo lo que recuerdo son maldiciones
murmuradas sobre la señora de la guerra que me había abandonado
tan fácilmente. Por supuesto, también mi Xena estaba pronta a dejarme
atrás en nuestros viajes y ese desagradable paralelismo emborronaba la
frontera entre ella y la señora de la guerra.
Seguí las huellas de Argo hasta que la luz comenzó a debilitarse y aún
no había signos de que Xena se hubiese parado en el camino. La
penumbra se oscureció en noche. Insegura de mi rumbo, mis pasos
vacilaron. Descansé bajo el abrigo de un árbol hasta que la luna llena
iluminó el camino otra vez. Una hora más tarde, tiritando y muerta de
hambre y sed, finalmente entré tambaleándome en el campamento de
Xena.
—Tardaste bastante.
carne estaba fría y sabía a ceniza. Lo regué con media docena de tragos
de agua, entonces desplegué torpemente mi lecho y me arrastré bajo la
manta.
—Te reservé algo —dijo Xena y movió la cabeza hacia un cuenco puesto
junto al fuego.
—Gracias.
Estaba tan agradecida que olvidé ser cautelosa ante cualquier favor
hecho por un señor de la guerra.
Entonces retrocedí justo a tiempo para arrojar sobre ella mi propia red.
—¿Lo sabías?
—Sabía que había una razón para que estuvieses tan decidida a
recobrar mi memoria y sabía que no estabas contándome el porqué.
—¿Seremos?
—Sí —dijo secamente—. En mi negocio, dos años pueden ser toda una
vida… —Miró fijamente el fuego un largo rato, entonces me preguntó
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con voz grave—: Durante todo el tiempo que hemos estado viajando
juntas, ¿qué dije acerca de perder mi ejército?
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—No mucho, en realidad. —Entonces, contra toda razón, me rendí al
repentino impulso de contarle a Xena algo de esencial importancia
acerca de ella misma—. No creo que les echases de menos, en absoluto.
—Vi la sutil rigidez de su muscular cuerpo, una involuntaria confesión
de tensión, pero no protestó mi declaración. Adentrándome un poco
más en terreno peligroso dije—: Era como si te hubieses… aburrido…
de esa parte de tu vida.
—Vale —dijo Xena, mientras me seguía—, así que este oráculo me dijo
dónde encontrar la espada que liberaría a Prometeo, pero ¿qué era
exactamente esa prueba que pasé para averiguar ese secreto?
—¿Qué quieres decir con que no lo sabes? Creí que ésta era una de tus
historias más populares.
—Lo es. Pero no me contaste lo que pasó aquí, así que siempre he
tenido que poner los detalles yo misma.
—¡Estupendo!
—Explícate.
—¿Qué aceptas?
—Creí que sabías llevar una negociación difícil —murmuró Xena por lo
bajo.
A una señal del oráculo, sus ayudantes se retiraron para revelar una
horrenda escultura que había estado escondida tras ellas. Una enorme
cabeza de serpiente, más grande que el cuerpo de un hombre y
tachonada con dientes del tamaño de mi mano, sobresalía del muro. El
oráculo tiró de una palanca y las mandíbulas se abrieron revelando un
esófago acostillado que se adentraba en las sombras.
A continuación, el oráculo encendió una vela y la vacilante luz reveló
una larga cadena recorriendo el espinazo del cuerpo de la serpiente,
terminaba en una tableta de arcilla. El oráculo emplazó la vela en la
mesa, con la llama lamiendo una tensa cuerda.
—No tienes mucho tiempo —dijo y supe sin preguntar que cuando la
cuerda se quemase, las mandíbulas se cerrarían.
—¡Casi moriste!
—No importa. —El oráculo nos sonrió con suficiencia—. No había nada
escrito en la tableta.
—Tú pagaste por la profecía, no yo —le dio un ligero tirón a las riendas
de Argo y cayó de pie junto a mí. Entonces, para mi sorpresa dijo—:
Cuéntame una de tus historias.
—Oh, claro —elegí una narración épica que siempre había sido una de
las favoritas de Xena.
Me encogí de hombros.
—Eres muy codiciosa para alguien tan joven —dijo con burlona sonrisa.
—¿Sólo amigas?
—¡Oh!
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Xena frunció el ceño, evidentemente perpleja por la confusión que pudo
ver en mi rostro.
—Yo… yo… no lo sé. —Necesitaba más aire porque de repente era difícil
coger aliento, pero cuando intenté dar un paso atrás, enroscó un brazo
alrededor de mi espalda y me retuvo en el sitio.
—No como éste —dijo con ronca voz mientras se inclinaba sobre mí una
vez más.
Oh, había soñado con ser besada por ella, pero ni siquiera mis sueños
me habían preparado para el hambre creada por el contacto de verdad
de sus labios y lengua. Con un movimiento de cabeza me recordé que
estos deseos estaban siendo usados contra mí por una señora de la
guerra en quien no se podía confiar. Me alejé del círculo de los brazos
de Xena y esta vez no intentó detenerme.
—Lo deseas.
Sus dedos buscaron los míos. Con un agarre tan leve contra el que
parecía ridículo luchar, guió mi mano justo hasta encima de su pecho
desnudo.
—¡Oh, dioses!
—¡Sí!
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No supe si grité la respuesta a su pregunta o simplemente grité ante el
aterciopelado y suave toque resbalando por el lugar más dulce de mi
cuerpo. Ya no me importó. Nada importaba excepto los exquisitos
estremecimientos surgiendo de entre mis piernas. Parecía no haber fin
para las olas que me sacudían, acumulando más y más fuerza hasta
consumirme. Y cuando las sensaciones finalmente menguaron, quedé
aturdida en la estela de su fiero tránsito.
—¿Es éste uno de los cambios de los que estabas hablando? —preguntó
Xena, más curiosa que indignada—. ¿Permitir que escoria como éste,
viva?
****
—¿Ya tienes todo lo que necesitas? —preguntó con una mirada curiosa
a la botella en mi mano.
—Sí.
Se encogió de hombros.
—Ya veo.
Sonrió tímidamente.
****
—Gabrielle…
Alcé la cabeza del suave cojín de los muslos de Xena. Estaba apoyada
sobre sus codos, estudiándome con una expresión de sombría
especulación.
a que su rostro estaba aún sonrojado, su voz era fría y sin inflexión—.
¿Y si no podemos restaurar mi memoria?
Agité la cabeza.
—¡Basta! —grité—. Eso no es una opción. Intenté hacerlo una vez. Creí
que podría superar lo que estaba sintiendo regresando a casa, pero solo
empeoró las cosas. Incluso tras mi matrimonio, aún te amaba, aún
deseaba…
—No eres dos personas diferentes, Xena. Quien eres… quien serás…
todo eso es parte de ti ahora mismo. Con el tiempo…
L
entamente, muy lentamente, alcancé la bolsa atada a mi cinturón.
—¡Xena!
—Bonito trabajo.
—Gracias.
—¿Ahora qué?
—¿Qué pasa?
—Quejica.
Bufó.
—¿Xena?
—¿Realmente creíste que seguiría este plan? ¿Por qué clase de tonta me
tomas? Sospechaba que esta agua era demasiado valiosa para
desperdiciarla reclamando mis recuerdos. Ahora sé que podría pedir el
rescate de un rey en oro por el conocimiento que proporciona. Y el oro
me comprará un ejército.
—Sí.
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—Que irritante.
Cuando finalmente llegó, su ataque era tan rápido y furioso que mis
dientes repiqueteaban de la colisión de bastón y hoja. Aunque Xena aún
estaba jugando conmigo, porque podía fácilmente haber esquivado mi
defensa y descargar el golpe fatal. En su lugar atacaba el centro del
bastón, golpeando con el lado plano de la hoja en vez de con el borde
afilado. Pero solo en caso de que estuviese tentada de subestimar la
letal naturaleza de nuestro juego, me pinchó el brazo mientras nos
retirábamos.
De nuevo, una y otra vez fui cortada y golpeada, me tropecé y fui tirada,
pero aún peleaba por desviar cada uno de los golpes de espada de Xena.
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—Bueno, yo sí.
—¡¡No!!
—Xena… no…
Se tensó en el sitio.
—No fue solo Hércules quien te convenció para reformarte —dije con
acumulada confianza—. Ya tenías dudas sobre quién eras y qué estabas
haciendo. Estabas al borde de encarar la verdad sobre ti misma. Bueno,
eso es lo que sostienes ahora mismo en tu mano derecha, la verdad. Y
si fuiste lo bastante valiente para hacerle frente antes, puedes hacerlo
de nuevo. Bebe la poción, Xena.
—¿Y por qué estás tan ansiosa por abrazar mi verdad, Gabrielle? ¿La
verdad te mantendrá caliente por la noche? ¿La verdad recorrerá sus
dedos sobre tu piel y entre tu cabello?
—¡No! —grité—. No… esto no es sobre mí… —Esas palabras habían sido
las de Xena, pronunciadas a punto de morir, un recordatorio del bien
supremo. Tomando una profunda inspiración, repetí—: Bebe la poción,
Xena.
—No, no puedo. —No hice movimiento para limpiar las lágrimas que
bajaban mis mejillas—. Tienes que confiar en mí con que eso es lo
correcto de hacer. Que eso es lo que tú querrías hacer.
—¡Xena!
Salté sobre mis pies a tiempo de cogerla cuando se inclinó hacia
delante. El peso de su cuerpo llenó mis brazos y me hizo caer de
rodillas. Podía sentir los espasmos torturando sus miembros, entonces
su cabeza cayó en la curva de mi brazo. Los ojos azules se cerraron.
R
etuve a Argo para parar, calmando su nervioso patear con una
palmada tranquilizadora y una murmurada ternura. El claro
parecía justamente como Gabrielle lo había descrito, si bien algo
más desolado esta encapotada mañana de otoño de lo había estado
varias semanas antes.
Bajando de un salto del lomo de Argo, me arrodillé al lado del pozo. Mis
manos examinaron los caídos trozos de la tapa del pozo.
—Al baile del festival. El baile al que acabas de ser invitada por ese
joven. El que había parecido un cachorro enfermo de amor para cuando
se excusó de nuestra mesa.
—A mí no, pero no me lo pidió a mí. Así que, ¿por qué no te lo pasas bien?
Página
—Vale.
—Gracias a los dioses por eso —dije con una sonrisa en respuesta,
entonces regresé al tema que Gabrielle estaba tan diestramente
evitando—. Si recuerdo correctamente, exactamente el mes pasado
estabas muriéndote por una invitación a bailar.
—Razón de más para que estemos aquí —dije levantando la nueva tapa
al borde de la sillería. Posicioné el disco de madera sobre la abertura,
entonces martilleé la tapa en el sitio hasta que encajó tan
ajustadamente que solo un golpe de hacha podría quitarla—. Acabado,
eso es lo mejor que puedo hacer. —Sin embargo, mientras recogía
nuestras herramientas noté que aún estaba mirando fijamente el pozo
recientemente taponado—. ¿Qué pasa?
—Ya lo ha hecho.
—Me besaste.
—¿Yo qué?
Continuó.
—Oh, estoy hecha de una materia más dura que eso. —Su mirada no
vaciló—. Costó más de uno.
¿Cuánto daño podía haber en esta pequeña intimidad? Incluso así, solo
me permití un fugaz roce de labios.
Más de un beso…
—Puedes ser muy persuasiva, pero yo puedo ser muy tozuda. Formó
una interesante combinación.
FIN
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Sobre la autora
Ella Quince
https://www.facebook.com/Xena2011MovieCampaign
http://www.gopetition.com/petitions/xena-warrior-princess-movie.html
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