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¿LOS HOMBRES SON HOMBRES Y LAS MUJERES SON MUJERES?

¿Los hombres son hombres y las mujeres son mujeres?

Carlos Augusto Arias Vidales


Licenciado en Pedagogía Reeducativa por la Fundación Universitaria Luis Amigó
(actualmente Universidad Católica Luis Amigó) (Medellín, 2000).
Ciclo de Formación Filosófica en el Seminario Cristo Sacerdote (Yarumal, 2008).
Estudiante de Psicología en semestre X en la Universidad de Antioquia Seccional
Magdalena Medio.
Docente Orientador en la I.E. América de Puerto Berrío (Antioquia, Colombia)
desde julio de 2015.

Carlosav10arias@gmail.com

Puerto Berrío, 5 de mayo de 2018

Tesis inicial (a manera de hipótesis de trabajo)

El enfoque de género comete un craso error y cae en el reduccionismo al pretender definir


el género al margen de los factores biológicos que determinan el sexo, o, en todo caso, al
considerarlos como un mero dato accesorio del cual se puede prescindir, pues, según se
puede deducir de sus postulados, el género lo construye el mismo sujeto de manera
enteramente autónoma con respecto a los factores biológicos y socioculturales.

Argumentos

Lo primero en esta discusión, es dejar claro que parto de una concepción holista del ser
humano, según la cual este es una unidad esencial (no se debe confundir este concepto con
el de mónada) que manifiesta su existencia en una triple dimensionalidad: biológica,
psicológica y sociológica; el ser humano es, pues, un ser biopsicosocial.
A partir de esta concepción del hombre, se entiende que cualquier elemento o
fenómeno humano ha de entenderse a partir de un ejercicio mental de análisis y síntesis
realizado desde una racionalidad sistémica y holista.

Ahora bien, en este escrito nos interesa realizar un análisis de la dimensión biológica. Uno
de los postulados que se defienden desde el enfoque de género es que “el sexo femenino es
el sexo por defecto”. ¿Qué tan cierto es esto? Aunque bien podría saltármela, voy a
procurar hacer una explicación de los aspectos biológicos que dan cuenta de lo erróneo de
dicha afirmación.
Como sabemos, y de acuerdo con las ciencias biológicas, los seres vivos, a fin de
que las especies subsistan, deben reproducirse, y las formas de reproducción se clasifican
en torno a dos grandes modalidades: la reproducción asexual y la reproducción sexual. Esta
última se refiere a que, para la reproducción y perpetuación de la especie, se requiere la
unión de las células sexuales (gametos), generalmente aportadas por dos progenitores; la
autofertilización es un fenómeno de baja ocurrencia, pues incluso entre los organismos
hermafroditas se recurre habitualmente a la unión de dos individuos como un mecanismo
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natural para asegurar la variabilidad genética. Cada gameto aporta la mitad del contenido
genético que configurará al nuevo ser. Uno de los progenitores aporta el gameto femenino,
de mayor tamaño y que, aparte de la mitad del material genético, aporta el medio para el
desarrollo del nuevo ser; y el otro progenitor aporta el gameto masculino, de menor tamaño,
el cual, en el caso del ser humano, dentro de su material genético aporta el cromosoma que
determina el sexo del individuo. ¿Y cómo se da esta determinación?
En el ser humano, los cromosomas que determinan el sexo son el cromosoma X
(cromosoma feminizante) y el cromosoma Y (cromosoma masculinizante). El gameto
femenino siempre aporta un cromosoma X, mientras que los gametos masculinos presentan
unos el cromosoma X y otros el cromosoma Y; es por ello que es el gameto masculino el
que determina el sexo del nuevo ser: si el gameto masculino aporta otro cromosoma X, el
nuevo individuo tendrá cromosomas sexuales XX y será una hembra (una mujer), pero si
aporta un cromosoma Y, el individuo resultante tendrá cromosomas sexuales XY y será un
macho (un hombre).
No obstante, después de la fertilización, el individuo permanece sexualmente
indiferenciado… fenotípicamente hablando. No hay nada visible, en su morfología y en su
fisiología, que permita saber si es “niño” o niña”.
Durante las primeras semanas de gestación, el feto desarrolla unas gónadas
primordiales, compuestas por una médula y una corteza; así mismo, durante este período
desarrolla dos pares completos de conductos reproductores: el sistema de Wolf y el sistema
de Müller; también consta de unos precursores de los órganos reproductores externos, los
cuales no son ni masculinos ni femeninos, pero pueden convertirse en cualquiera de los dos,
por eso se dice que son bipotenciales. Pero todavía no hay nada visible que permita saber
si es un individuo masculino o femenino.
Es hacia la sexta semana (1 ½ meses) que se dará inicio al proceso de diferenciación
sexual: si el individuo presenta un cromosoma Y, y no ha ocurrido –ni ocurre en ese
momento– alguna anomalía del desarrollo, el cromosoma Y desencadena la producción del
antígeno H-Y, el cual provoca que las médulas de las gónadas primordiales se desarrollen y
se trasformen en testículos; en cambio, si el individuo no tiene un cromosoma Y, y por
tanto no se produce el antígeno H-Y, las cortezas de las gónadas primordiales se desarrollan
y se convierten en ovarios.
En el trascurso del segundo mes de gestación, si se trata de un individuo masculino
cuyo desarrollo se ha dado adecuadamente, los precursores de los órganos sexuales
externos se convertirán en órganos sexuales externos masculinos bajo los efectos de la
testosterona producida por los testículos; en cambio, si se trata de un individuo femenino,
en ausencia de testículos que produzcan un excedente de testosterona, los precursores se
convierten en órganos sexuales externos femeninos.
Hacia el tercer mes, en un individuo masculino que ha tenido hasta el momento un
desarrollo normal, bajo los efectos de la testosterona producida por los testículos se
estimula el desarrollo del sistema de Wolf, que se convierte en los conductos reproductores
masculinos (V.gr: vesícula seminal, conductos deferentes); en este mes, además, el
organismo masculino empieza a producir la hormona antimulleriana, la cual provoca que el
sistema de Müller se degenere hasta desaparecer y que los testículos desciendan hacia el
escroto. Por su parte, en un individuo femenino que ha tenido hasta el momento un
desarrollo normal, en ausencia de la testosterona y de la hormona antimulleriana, el sistema
de Müller se transforma en los conductos reproductores internos femeninos (V.gr.: útero,

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trompas de Falopio, parte superior de la vagina) y es el sistema de Wolf el que se degrada


hasta desaparecer.

A partir de lo expuesto hasta el momento, se puede diferenciar lo que es la determinación


del sexo (que se produce genéticamente) con lo que es la diferenciación del sexo (que se
evidencia fenotípicamente). La primera expresión hace referencia a que el sexo de un ser
humano está dado por su configuración genética, más específicamente por la presencia de
una de las dos combinaciones de los genes sexuales:
 XX = hembra humana = mujer.
 XY = macho humano = hombre.
La diferenciación del sexo, se refiere a la manifestación de los rasgos tanto físicos
como conductuales derivados de la configuración genética del sexo. Es decir, al desarrollo
de características físicas y comportamentales de “hombre” y/o de “mujer” en relación con
la presencia o ausencia de cromosomas X y/o Y.
En cuanto al uso de las palabras “mujer” y “hombre” para referirse respectivamente
a la “hembra” y al “macho” de la especie humana no debe extrañarnos ni producir
confusión alguna. Si bien para algunas especies animales se hace referencia al sexo de un
individuo añadiendo las palabras macho o hembra después del sustantivo que nombra al
animal (V.gr.: ballena macho, ballena hembra), hay otras en las que se hace alusión al sexo
biológico del individuo añadiéndole a la raíz del sustantivo una desinencia masculina o una
desinencia femenina (V.gr.: perro, perra); en cambio, en otros casos, se usa palabras
completamente distintas para aludir a dicha diferenciación sexual (V.gr.: vaca, toro); este
último es el caso de la especie humana: a sus hembras se les denomina mujer y a los
machos hombre; otra cosa muy distinta, aunque no significa que no tenga relación con esto,
es que en cada sociedad a cada sexo se les revista de toda una carga de significados
culturales, de lo cual hablaré en otro escrito.
Sin embargo, no hay que desconocer que existen ciertas anomalías en las que un
individuo presenta, por poner un ejemplo, junto con los cromosomas XY un segundo
cromosoma X o un segundo cromosoma Y, y otros casos en los que el individuo presenta
únicamente el cromosoma X, o dos, pero el segundo está incompleto. ¿Cuál es el sexo de
estos individuos? La respuesta no es nada complicada: si presenta al menos un cromosoma
Y, es un individuo masculino (hombre), y si no presenta ningún cromosoma Y, entonces es
un individuo hembra (mujer).
Al respecto de lo anterior, es probable que alguien se pregunte: ¿Y entonces qué
pasa con los hermafroditas? Pues que estos no existen; es decir, en la especie humana no
existe el hermafroditismo; esos casos excepcionales en los que los individuos presentan
características sexuales de ambos sexos no son “hermafroditas”, sino
“pseudohermafroditas”, es decir, falsos hermafroditas. Primero que todo, tengamos en
cuenta que cuando se habla de hermafroditismo, se habla de que toda una especie presenta
dicha característica, mientras que en la especie humana constituyen casos excepcionales. Y
segundo, el hermafroditismo auténtico supone la capacidad reproductiva de los individuos
que presentan esta característica, mientras que en el caso del ser humano, los individuos
que la presentan son infértiles debido a que ambos sistemas reproductivos presentan un
desarrollo insuficiente; son inmaduros.
Por otra parte, en relación a cuál es la palabra más correcta para referirse a los
individuos humanos que presentan esta condición del desarrollo, desde el enfoque de
género se viene insistiendo que el término más apropiado sería el de intersexuales, pero
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este término también es inapropiado, pues no se trata de individuos a medio camino entre
un sexo y el otro sino de individuos de un sexo determinado que, como consecuencia de
anomalías genéticas o del desarrollo, presentan también características sexuales (primarias
y secundarias) del otro sexo. Por eso, hay quienes vienen abogando porque se refiera a
estos individuos como andróginos.

Finalmente, podemos aterrizar en la cuestión que se quiere refutar: ¿el sexo femenino es el
sexo por defecto? Sí y no. Sí en el sentido de que, si por algún defecto en la gametogénesis
el gameto masculino no tiene un cromosoma sexual que aportar, el individuo resultante solo
contará con el cromosoma sexual aportado por el gameto femenino, que, como ya vimos,
siempre es un cromosoma X, de modo que este individuo es de sexo femenino. En
cualquier otro sentido, la respuesta es no. Veamos un ejemplo: Supongamos que en un
individuo con cromosomas sexuales XY, por algún problema genético o por afectación de
alguna sustancia introducida al cuerpo o por alguna irradiación, se inhibió la producción del
antígeno H-Y y, por ello, no se dio la conversión de las médulas de las gónadas
primordiales en testículos, por lo cual, a su vez, tampoco se llegó a producir el excedente de
testosterona necesario para estimular el desarrollo del sistema de Wolf en conductos
sexuales internos masculinos así como el desarrollo de los precursores bipotenciales en
órganos sexuales externos masculinos, ¿significaría eso que el resultante sería un individuo
femenino? En modo alguno; se trataría de un individuo masculino (presenta un cromosoma
Y) que, muy probablemente, carecería de órganos sexuales masculinos y contaría con
órganos sexuales femeninos inmaduros; esto, porque como ya se dijo, el ser hombre
(macho humano) o mujer (hembra humana), es una cuestión fundamentalmente genética.
Las implicaciones sociales y/o psicológicas del desarrollo normal o anormal de las
características fenotípicas diferenciadoras es otro asunto que trataré en un escrito ulterior.

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