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Mythopoeia

J.R.R. Tolkien

A aquel que dice que los mitos son mentiras, y por lo tanto sin valor
-aunque sean "soplados en trompetas de plata"-.

De Filomito a Misomito

I
Miras los árboles y así los denominas
-los árboles son "árboles" y creciendo es "crecer"-;
caminas por la tierra y hollas con paso solemne
uno de los muchos orbes menores del espacio:
una estrella es una estrella, una esfera de materia
obligada a seguir matemáticas sendas
entre lo reglamentado, frío, vacío,
donde a cada instante átomos predestinados declinan.

II
Por mandato de una voluntad que reverenciamos
-como debemos-, pero que apenas comprendemos,
grandes procesos ocurren, el tiempo se desenvuelve
desde oscuros principios hasta metas inciertas;
y como en un palimpsesto sin clave
con letras y pinturas de variados matices,
innumerable multitud de formas aparece
ora torvas, ora delicadas, unas bellas, otras raras,
extrañas entre sí, pero descendientes de un
remoto Origo, mosquito, hombre, piedra y sol.
Dios hizo las pétreas piedras, los arbóreos árboles,
la telúrica tierra, las estelares estrellas, y esos
homúnculos hombres que caminan por el suelo
con nervios que estremece el contacto de la luz y el sonido.
Los movimientos del mar, el viento en las ramas,
la hierba verde, la lenta singularidad de las vacas,
el trueno y el relámpago, pájaros que giran y gritan,
el barro que sale del barro a vivir y a morir,
cada cual se registra debidamente y se graba
en los pliegues cerebrales con marcas distintas.

III
Mas los árboles no son "árboles" hasta que se los nombra y contempla,
y nunca se los llamó así hasta que hubo aquellos
que desplegaron el intrincado aliento del lenguaje,
débil eco y borrosa imagen del mundo,
pero ningún registro ni fotografía,
siendo adivinación, juicio y risa,
responde a aquellos cuyo interior agitan
hondos movimientos admonitorios, emparentados
con la vida y la muerte de árboles, bestias, estrellas:
cautivos libres que socavan barrotes sombríos,
escavando lo conocido por experiencia
y extrayendo la vena del espíritu a partir del sentido.
Grandes poderes sacan lentamente de sí mismos,
y mirando atrás contemplan a los elfos
que trabajan en las sutiles forjas de la mente,
y luz y oscuridad entretejidas en telares secretos.

IV
No ve las estrellas quien no las ve ante todo
hechas de plata viva que estalla de pronto
en llamas como flores, en una antigua canción,
cuyo eco tras la música
hace mucho tiempo persigue.
No hay firmamento,
un mero vacío, si no es una tienda enjoyada
tejida de mitos y adornada por elfos; y ninguna tierra,
si no es el vientre materno donde todo tiene nacimiento.

V
El corazón del hombre no está hecho de engaños,
y obtiene sabiduría del único que es sabio,
y todavía lo invoca. Aunque ahora exiliado,
el hombre no se ha perdido ni del todo ha cambiado.
Quizá ha perdido la gracia, pero no ha sido destronado,
y aún conserva los harapos de su señorío,
su dominio del mundo por el acto creativo:
no es suyo adorar al gran artefacto.
Hombre, sub-creador, la luz refractada
a través de quien se fragmenta un único blanco
en numerosos matices que se combinan sin fin
en formas vivas que van de mente en mente.
Aunque hallamos llenado todas las grietas del mundo
con elfos y duendes, aunque nos atrevimos a fabricar
dioses y sus casas de oscuridad y de luz,
y hallamos sembrado semillas de dragones, era nuestro derecho
-usado bien o mal-. El derecho no ha decaído.
Creamos todavía por la ley en la que fuimos creados.

VI
¡Sí! ¡Hilamos "sueños de deseos cumplidos", para engañar
nuestros tímidos corazones y derrotar el feo hecho!
¿De dónde viene el deseo y de dónde el poder de soñar
y el de juzgar que unas cosas son hermosas y otras feas?
No todos los deseos son ociosos, ni en vano
soñamos su cumplimiento - pues el dolor es dolor,
no se desea por sí mismo, es una enfermedad,
que fortalece o subyuga la voluntad
en igual desgracia. Y sólo esto del mal
es terriblemente cierto: que es mal.

VII
Benditos los corazones tímidos que el mal odia,
que tiemblan bajo su sombra pero aún le cierran la puerta;
no buscan negociar, y en un aposento resguardado,
aunque pequeño y sencillo, sobre un rústico telar
tejen telas doradas para el lejano día
en el que esperan y creen bajo el imperio de la sombra.

VIII
Benditos los hombres de la raza de Noé que construyeron
sus pequeñas arcas, aunque frágiles y pobremente provistas,
y con vientos contrarios avanzan hacia un fantasma,
hacia el rumor de un puerto que prevé la fe.

IX
Benditos los creadores de leyendas con sus rimas
sobre cosas que no se encuentran en el registro del tiempo.
No son ellos quienes olvidaron la noche,
o nos invitan a huir hacia los deleites organizados
en islas-loto de bendición económica
almas perjuras por ganar un beso de Circe
-y como imitación, producido a máquina,
la falsa seducción del dos veces seducido-.
Aquellas islas divisaron a lo lejos, y otras aún más preciosas,
y aquellos que oyen de ellas deben aún tener cuidado.
Ellos han visto la muerte y la última derrota,
y no obstante no retroceden desesperados,
pues a menudo a la victoria han vuelto la lira
y a amables corazones de fuego legendario,
iluminando el ahora y oscuros días que han sido
con luz de soles como aún ningún hombre ha visto.

X
Quisiera poder cantar con los trovadores
y evocar lo no visto con un tañido de cuerda.
Quisiera estar con los marineros del mar profundo
que sus esbeltas tablas cortan en escarpadas montañas
y viajan en una misión vaga y errante,
pues algunos han pasado más allá del legendario Occidente.
Quisiera ser contado entre los locos bajo asedio
que guardan la fortaleza interior donde su oro,
sucio y escaso, aún conservan lealmente,
para acuñar la vaga imagen de un rey lejano,
o en banderas fantásticas tejer los brillantes
emblemas heráldicos de un señor aún no visto.

XI
No quiero caminar con vuestros monos evolucionados,
erecto y sapiente. Ante ellos se abre
el abismo oscuro adonde su progreso lleva
si por misericordia de Dios el progreso termina,
y no vuelve incesantemente al mismo
curso estéril cambiándole el nombre.
No quiero avanzar por ese camino chato y polvoriento,
señalando esto y aquello como "esto" y "aquello",
vuestro mundo inmutable donde no tiene parte
el pequeño creador en el arte de crear.
No me inclinaré delante de la corona de hierro,
ni dejaré caer mi propio pequeño cetro dorado.

XII
Quizá en el paraíso el ojo se extravíe
con la contemplación del día imperecedero
para ver el día iluminado, y renovar
con la verdad reflejada el retrato de la verdad.
Entonces al ver la tierra bendecida verá
que todo es como es, y sin embargo ha sido liberado:
la salvación no cambia ni destruye
ni al jardín ni al jardinero, ni a los niños ni a sus juguetes.
El mal ya no se verá, pues el mal no reside
en el cuadro de Dios sino en el ojo torcido,
ni en la fuente sino en la elección maliciosa,
ni en el sonido sino en la voz desentonada.
En el paraíso ya no se verán fuera de lugar;
y aunque creen cosas nuevas no harán mentiras.
Seguramente todavía crearán, pues no habrán muerto,
y habrá llamas en las cabezas de los poetas
y arpas donde caerán precisos los dedos:
allí cada uno elegirá para siempre del todo.

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