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El destino es que está ligazón con la madre se vaya a pique y de sitio a la ligazón
con el padre. El extrañamiento de la madre se produce con hostilidad, y acaba en
odio. Una parte de él se supera y otra permanece. Se reprocha haber suministrado
poca leche (falta de amor); el ansia del niño es insaciable, y nunca se consoló por la
pérdida del pecho. Se le reprocha el hermanito, al cual se le dio el alimento que se
le sacó a él. Se siente destronado, arroja un odio celoso sobre el hermano y
desarrolla hacia la madre infiel una desobediencia e involuciona sobre el gobierno
de las excreciones. El niño exige exclusividad, no admite ser compartido. Una
fuente de la hostilidad lo proporcionan los múltiples deseos sexuales, variables de
acuerdo con la fase libidinal, que no son satisfechos. Pero estos factores ocurren en
ambos niño y niña, sin producir la misma enajenación en el niño con la madre.
Cuando la madre prohíbe el quehacer placentero de los genitales (en la etapa
fálica), y el niño erige el Complejo de Castración, la diferencia anatómica entre los
sexos se imprime en consecuencias psíquicas. La niña hace responsable a la madre
de su falta de pene y no le perdona ese perjuicio.
En el varón el Complejo de Castración surge por la visión de los genitales
femeninos, y darse cuenta que el miembro no es necesario en el cuerpo. Empieza a
creer en las amenazas, y cae bajo el influjo de la angustia de castración. En la niña
se inicia por la visión de los genitales del varón, se siente perjudicada, le gustaría
tener algo así, cae presa de la envidia del pene que deja huellas imborrables en su
desarrollo y en la formación de su carácter. Se aferra al deseo de tener algo así, y
conserva este deseo en lo inconsciente, reteniendo una considerable investidura
enérgica. El deseo de obtener el pene anhelado puede llevar a una neurosis.