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El misterio del bitcoin

Cómo funciona y qué implica el bitcoin, la criptomoneda más conocida. Otro


eslabón en la transformación del dinero en información digital. Es una moneda
descentralizada, en la que todos y nadie tiene el control, y que permite
transacciones de forma casi anónima. Los poseedores de esta moneda tienen una
billetera virtual en una aplicación y desde allí hacen las transacciones a otras. El
consumo energético de la red bitcoin a fines de 2017 llegó a representar cerca de
un 0,5 por ciento del consumo eléctrico global.

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Bitcoin: la palabra tiene ecos de misterio, pero también de la lujuria


tecnofílica. La dificultad por entender sus mecanismos técnicos,
financieros y sociales no ayuda a definirse. ¿Es posible entender el
bitcoin sin ser experto en informática? Siempre es mejor empezar por las
continuidades: “Como fenómeno del mundo dinerario y financiero, bitcoin
y las criptomonedas en general son otro eslabón en la transformación del
dinero en información digital”, explica el doctorando del Conicet Andrés
Rabosto. Para agregar que “este proceso de digitalización se inicia en los
‘70 cuando acaba la posibilidad de convertir dólares en oro y cuando
empiezan a implementarse las primeras formas de pago digital. Hoy se
calcula que al menos el 90 por ciento del dinero está bajo la forma de
circulación digital”.

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Pero el bitcoin lleva las cosas más allá: no sólo son numeritos en una
pantalla; ni siquiera hay un Estado o un sistema bancario que avale ese
dinero con el peso de su historia. Bitcoin es una moneda descentralizada,
en la que todos y nadie tiene el control, y que permite transacciones de
forma anónima (o casi). Éstas entre otras particularidades ejercen un
atractivo irresistible sobre todo para los extremos del espectro político:
anarquistas y libertarios que lo ven como una forma de socavar Estados
y al sistema bancario. Algunos prefieren esta moneda por su practicidad,
pero la falta de controles también atrae a sectores del anarcocapitalismo
financiero experto en especulación.

Pero, ¿qué es el bitcoin?

Satoshi

La historia del bitcoin es de película: en 2008 apareció un artículo firmado


con el seudónimo Satoshi Nakamoto en el que se describía el protocolo
informático de bitcoin. Este es, muy resumidamente un sistema de
cadena de bloques o blockchain (Ver recuadro). Cada bloque que
registra las nuevas transacciones requiere un proceso matemático
realizado por nodos; una vez validadas, la información se suma a la
cadena, el resto la verifica y queda registrada para todos. La gran ventaja
que tiene este sistema es que si alguno de los bloques anteriores se ve
modificado queda en evidencia en los posteriores. El sistema distribuido
dificulta que alguien controle la moneda o la “robe” y que todos puedan
garantizar en conjunto la validez de las transacciones.

“Satoshi combina tecnologías pre-existentes”, explica Alejandro


Hernández, doctor en informática de la Universidad de Dinamarca e
investigador de la Universidad Abierta Interamericana. Explica que
“Satoshi agrega la idea de usar el consenso para pruebas de trabajo que
validan las transacciones. Así se descentraliza el guardado de
información y la producción de nueva moneda bajo el soporte de un
código encriptado”.

En concreto, los poseedores de esta moneda tienen una billetera virtual


en una aplicación y desde allí hacen las transacciones a otras. Las
personas no necesitan revelar su nombre en ningún momento, rasgo
ideal para realizar transacciones ilícitas, aunque su popularidad creciente
y la simplicidad para realizar transacciones atrae a más negocios a
admitir el pago en esta y otras monedas virtuales. La falta de controles
también la hace particularmente atractiva para intercambios
internacionales.

La gran pregunta es: ¿por qué esta moneda se acepta como portadora
de valor? Porque la gente cree que tiene valor y la acepta.

La respuesta es tautológica, es cierto, pero también es aplicable a los


billetes o a los números que aparecen en una pantalla con nuestro saldo
de cuenta: el dinero ya es casi siempre solo una convención.

La comunidad en torno a bitcoin ha crecido en el mundo y se pueden


adquirir los primeros por cajero tras depositar efectivo (hay dos en
Argentina), comprándolos con tarjeta de crédito (el problema es que se
pierde el anonimato al hacerlo) o vendiendo productos.

Prueba de trabajo

Uno de los puntos más problemáticos del bitcoin es la prueba de trabajo


necesaria para validar las transacciones. Cada vez que alguien hace un
intercambio de bitcoins la información circula por la red y los nodos
deben hacer una validación de la misma por medio de una compleja
operación matemática. A cambio de este trabajo se obtienen bitcoins
como recompensa, aunque en forma decreciente ya que el sistema está
diseñado para que los últimos se produzcan en 2033. Para desacelerar la
emisión la retribución por “minar” es cada vez menor, algo que se ve
compensado por la tasación creciente de la moneda en el tiempo
(aunque con altibajos pronunciados) y por las comisiones que se pagan
por cada transacción. Actualmente la moneda lleva un tiempo cotizando
los 8000 dólares la unidad con picos de casi 20.000.

Cotidianamente se producen cerca de 300.000 transacciones diarias que


deben agregarse a la cadena de bloques. Esa prueba de trabajo es cada
vez más compleja y el sistema establece que se acepte una cantidad
limitada de transacciones cada diez minutos. Solo el primero en validar
un nuevo bloque recibirá el premio; por eso, la competencia es feroz y
tiene un impacto real en el consumo energético global. “Se estima que el
consumo energético de la red bitcoin a fines de 2017 llegó a representar
cerca de un 0,5 por ciento del consumo eléctrico global”, explica
Rabosto, quien también es investigador del Centro de Tecnología y
Sociedad de la Universidad Maimónides. Esto lleva, a su vez, a que los
“minadores” se instalen en países de energía barata: “La potencia
computacional para resolver la prueba de trabajo es tan grande que se
ha centralizado en pocos jugadores”, explica Hernández. “Los pooles
principales de minería superan el 60 por ciento del minado y están
mayoritariamente en China por lo que no se puede hablar de una
verdadera descentralización”.

Recientemente la ciudad de Plattsburgh en Estados Unidos, vecina a una


central hidroeléctrica y con energía subsidiada, debió prohibir la minería
de bitcoins que se realizaba en viejas fábricas abandonadas porque
había forzado la importación de electricidad a precio de mercado. Estos
emprendimientos ni siquiera generaban puestos de trabajo.

“El costo energético plantea límites serios a la expansión del bitcoin


como moneda de intercambio”, continúa Rabosto, para indicar que “las
transacciones actuales representan una ínfima porción de las
transacciones diaria en el mundo. Si todas se hicieran con bitcoins, el
planeta estallaría”. Matías Romeo, uno de los fundadores del Espacio
Bitcoin en Argentina, asegura que ese límite se resolverá en breve: “Se
está agregando una segunda capa que permitirá realizar miles de
transacciones instantáneas sin incrementar el gasto energético”. Ya se
han hecho las primeras pruebas y espera que se implemente pronto.

La pata financiera

¿Qué hay detrás de tanta complejidad? Lo que muchos ven como una
mera cuestión tecnológica y neutral se entreteje, como siempre, en la
trama social. En la medida en que pocos actores tienen mucho poder,
pueden operar especulativamente sobre la moneda para obtener
ganancias rápidas. “En algún momento va a haber mucho perdedores y
pocos ganadores como en todas las burbujas”, explica Rabosto, aunque
es difícil saber qué ocurre realmente con esta moneda, ya que la mayoría
de los medios especializados no entiende las implicancias financieras y
sociales pero repite acríticamente noticias que pocas veces se
comprueban.

¿Hay algo más de la especulación? “Desde el punto de vista de quienes


defienden las monedas virtuales, bitcoin es una forma de socavar
Estados corruptos y bancos que inventan dinero; ahí proponen un cierto
margen de independencia frente a las intromisiones del sector financiero,
de la banca comercial y cierta posibilidad de operar con dinero digital de
una forma anónima”, aclara Rabosto. “Pero si la planteamos como
alternativa al sector financiero, se ve un panorama más distópico. De
algún modo es una propuesta de remplazar el leviatán clásico por un
tecno-leviatán no controlado por nadie, con un código que funciona de
manera automatizada”.

“El mayor riesgo de la moneda es que al hacerse tan grandes las


operaciones de minería se generan vínculos con proveedores de energía
privados o el Estado”, acepta Romeo, quien no ve problemas de
seguridad en la tecnología en sí. “El riesgo es que armen una lista de a
quiénes se les validan transacciones y a quiénes no. Eso tendría mucho
impacto en la credibilidad de la moneda”. Y sigue: “Los que empezamos
desde un principio veíamos en esta tecnología una posibilidad disruptiva
contra el statu quo, como alternativa al sistema financiero. Para mí tiene
ese potencial aunque se pueden formar burbujas: hay mucha gente que
se mete en las criptomonedas para hacerse rico rápido. A mí me importa
poco el precio, a mi me interesa la tecnología que es disruptiva. Bitcoin
es una pequeña parte de lo que es posible con blockchain”.

¿Regular para detener la especulación o dejar hacer para liberar a la


población de los bancos y Estados? Esa es el dilema que se presenta
con las criptomonedas

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