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La trinchera del petróleo y el buque

del capitalismo fósil

Francisco Aguayo 20/04/2018

Como un gigantesco buque-tanque que enfrenta un mar plagado de icebergs, el sistema energético
global parece haber comenzado a cambiar el rumbo. Pero la inercia en contra es enorme y en el
cuarto de máquinas se resisten a reducir la velocidad. ¿Conseguirá el sistema transformarse, girar a
tiempo y evitar la catástrofe?

Mientras la burocracia internacional del clima se prepara para iniciar a finales de abril las sesiones
preparatorias de la Conferencia de Cambio Climático de Bonn en el marco del Acuerdo de Paris
firmado en 2016, el consumo de combustibles fósiles en el mundo continua su imparable tendencia
ascendente. Para evitar un daño irreversible al clima del planeta la economía global debe transitar a
una matriz energética distinta, reduciendo drásticamente las emisiones de gases de efecto
invernadero (GEI). A pesar del notable avance de las energías renovables y la eficiencia energética
en algunos países, esa transformación enfrenta enormes resistencias. Lo más importante es que la
industria petrolera mantiene su posición hegemónica en el sector energético desde la inexpugnable
trinchera tecnológica, política y financiera que ha cavado en el cuarto de máquinas del sistema
capitalista desde hace más un siglo.

Aunque existe gran incertidumbre sobre el volumen real de emisiones de GEI y de la capacidad de
absorción de los mismos en bosques y océanos, hay certeza sobre ciertos umbrales de acción.
Algunas estimaciones indican que la cantidad de GEI que puede emitirse sin producir cambios
irreversibles en el sistema climático ronda los 1.000 giga toneladas de carbono. Las reservas
conocidas de combustibles fósiles exceden varias veces ese “presupuesto de carbono” que podría
inyectarse todavía a la atmósfera. Esto significa que entre 40 y 60% de las reservas conocidas de
combustibles fósiles deben quedarse en el subsuelo. Los “mecanismos de mercado” consagrados
desde el Protocolo de Kioto (1998) y conservados con diferentes modalidades en cada uno de los
sucesivos acuerdos climáticos incluido el de Paris, así como el sistema voluntario de cuotas han sido
totalmente ineficaces para acercarnos a este objetivo y avanzar hacia una transición energética
profunda que reduzca efectivamente el riesgo climático.

Las transiciones energéticas son procesos de largo plazo (de 80 a 100 años) en los que cambia no
sólo la combinación de fuentes de energía, sino los tipos de combustible y todo el abanico de
tecnologías de conversión, transporte y aplicación final de la energía. Las transiciones energéticas
expresan también cambios en la base socio-técnica y económica de las sociedades, desde la base
de conocimiento científico y los estándares técnicos hasta las prácticas de uso y los sistemas de
regulación. El sistema capitalista impulsó una larga transición de casi 200 años hacia el actual
sistema basado en energías fósiles, primero dominado por el carbón y luego por el petróleo. Esta
transición combinada es el sustrato que sostiene lo que conocemos como Revolución Industrial, que
aumentó de forma exponencial el consumo energético y la explotación de recursos y materiales de
todo tipo. La aplicación progresiva, creciente y diversificada de combustibles fósiles a los sistemas
de producción, transporte y comunicaciones permitió al sistema capitalista erguirse como mecanismo
industrial sobre el entramado comercial y político del sistema-mundo, ampliando la capacidad
productiva y acelerando los procesos de circulación de forma funcional a la acumulación de capital.
La energía fósil cumple así una función básica para un sistema que sólo puede vivir en continua
expansión. Actualmente, el sistema energético mundial parece estar transitando a una nueva
estructura al aumentar la importancia relativa del gas natural (mediante su uso en la generación de
electricidad en crecimiento desde los años 1990) y las nuevas energías renovables. Pero lo más
grave es que el consumo de petróleo, no sólo no se ha reducido en forma significativa en lo que va
del siglo sino que sigue creciendo, y lo seguirá haciendo si el marco regulatorio no se transforma
radicalmente.

La narrativa hegemónica de la diplomacia del clima no se cansa de celebrar el avance de las


tecnologías “limpias”. Es cierto que la inversión en generación de electricidad con tecnologías solar y
eólica está en franca expansión, con tasas de crecimiento anual de 12 y 14% en la última década y
que existen importantes avances en la innovación y difusión de vehículos eléctricos, sistemas de
calefacción y enfriamiento, ahorro de energía, etc. Pero es necesario hacer un balance realista. El
desarrollo de estas tecnologías no ha sido un producto de los “mecanismos de mercado” contra el
cambio climático, sino de estrategias de desarrollo tecnológico e industrial específicamente dirigidas
a ganar posiciones en industrias estratégicas emergentes y a aumentar la seguridad energética.
Estas estrategias han permitido reducir los costos de estas tecnologías a niveles competitivos con
las fuentes de energía fósil (principalmente, el gas y el carbón en la generación eléctrica). Más aún,
a pesar del crecimiento reciente la contribución de estas nuevas energías renovables en el consumo
global alcanza apenas el 3,2% de la energía primaria total consumida en 2016. En todo caso, la
transición energética se encontraría en una primera e incipiente fase de expansión. En el otro lado
de la ecuación, la industria de energías fósiles y del petróleo en particular se resiste a abandonar su
posición de mando.

El petróleo es un recurso clave para el sistema militar y político hegemónico, actualmente en proceso
de desintegración. Siendo el producto de mayor volumen en el mercado mundial de mercancías, es
también un puntal del sistema monetario global basado en el dólar estadounidense. Alrededor del
petróleo se concentra además un conjunto de fuerzas que igual contienen y perturban la operación
del sistema financiero global y que involucran enormes volúmenes de capital financiero, incluyendo
fondos de pensión, presupuestos gubernamentales y fondos de infraestructura. No es casual que las
principales potencias petroleras, Estados Unidos, Arabia Saudita y Rusia, hayan aumentado la
extracción de petróleo en lo que va del siglo XXI más aceleradamente que el resto de los países
productores. Estados Unidos, de forma sobresaliente, prácticamente duplicó su producción de 300
millones de toneladas (mmtt) en 2007 a 565 millones en 2015. Entre el año 2000 y 2016, Rusia
aumentó su producción de 326 a 554 mmtt y Arabia Saudita de 456 a 585 mmtt. En total, el consumo
de petróleo a lo largo del siglo XXI ha continuado creciendo a un ritmo de entre 1 y 2% anual, muy
cercano al ritmo de crecimiento del consumo de energía primaria total.

Esta expansión se refuerza por el hecho de que las fuentes de energía renovable en realidad no
desafían al petróleo en su principal trinchera tecnológica: el transporte y los materiales. Entre 2005 y
2016, la utilización de vehículos de motor creció 4% anual (pasando de 892 a 1.282 millones de
vehículos), el transporte aéreo lo hizo a tasas anuales de 3,3% (pasando de 24 a 34,5 millones de
viajes al año), mientras que el consumo de plásticos derivados de los petroquímicos también creció
al 3% anual en lo que va del siglo, pasando de 200 a 335 millones de toneladas métricas. Esta
gigantesca masa de motores y productos se alimenta de una extendida red de abastecimiento de
combustible contra la que ninguna opción técnica puede competir en el actualidad.

Desmontar la trinchera en la que se protege la industria de energía fósil requiere un proceso de


cambio simultáneo en muchos puntos del actual sistema energético. Es incierto que el buque-tanque
del sistema capitalista global, en su fase actual de desorganización y crisis, sea capaz de
reconfigurar su base técnica al ritmo necesario, reducir la velocidad y girar a tiempo para evitar una
catástrofe climática durante las siguientes dos o tres décadas. Es todavía más incierto que esa base
técnica pueda ser desmontada bajo los principios dominantes de la acumulación de capital y
reconstruida a partir de otros principios, basados en la protección al medio ambiente, el control social
de la tecnología y la planeación democrática. Una verdadera transición energética exige nada más,
pero nada menos.
Francisco Aguayo
Economista mexicano

Fuente: www.sinpermiso.info, 22-4-18


URL de origen (Obtenido en 05/05/2018 - 07:01):
http://www.sinpermiso.info/textos/la-trinchera-del-petroleo-y-el-buque-del-
capitalismo-fosil

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