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Castilla
Aldo Parfeniuk
Facultad de Lenguas- ISEA- U.N.C.
RESUMEN
Ante una realidad literaria como la de nuestro país, en la que los trabajos de ecocrítica
sobre autores locales aún no constituyen una presencia significativa (tanto en ámbitos
académicos como no académicos), la ponencia propone mostrar algunas de las posibilidades y
resultados que tal modalidad de abordaje permite.
Se toma como caso-ejemplo aspectos de la poesía del salteño Manuel J. Castilla (1925-1982),
continuando y ampliando líneas de investigación iniciadas hace ya bastante tiempo y de la que
resultaron distintos libros : sobre el mismo Castilla (1990) y sobre el poeta cordobés Romilio
Ribero (2006) entre otros. La referencia no es únicamente a los poetas que le cantan a los
diferentes aspectos que tienen que ver con la tierra en tanto ambiente y mundo para el hombre
-en términos amplios, este trabajo pretende demostrar que, si existen eficientes abogados
ambientalistas aún no debidamente reconocidos, estos son los artistas y, entre ellos, los poetas-;
también se indaga sobre aspectos vinculados con las formas de hacer, con las poéticas, lo cual
permite verificar la producción y uso de modos ecologizados y sustentables: aptos para
discurrir relacionalmente con el todo de una situación “ambiental” vivible y amigable y que bien
puede ser aplicada al cuidado del lenguaje, sobre todo ante las evidencias del desgaste a que se lo
somete desde diferentes funciones ( por decirlo desde la teoría jakobsoniana). Además de
bibliografía de críticos como Certeau (1996), Zulma Palermo (2002) y Vich y Zavala (2004) se
tienen en cuenta aportes ya clásicos en este campo (aunque poco referenciados en nuestro país),
procedentes, la mayoría, del mundo anglosajón -que es donde nació la ecocrítica- según son
Cheryll Glotfelty (1989), Michael Branche (1999), Scott Slovic (2000), Thomas K. Dean
(http:1994), Lawrence Buell (1992) y Jonathan Bate (2000) entre otros.
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Si bien en nuestro país los trabajos de ecocrítica no tienen todavía una presencia relevante,
(quizás ni visible: tanto en la Universidad como fuera de ella es poco lo que se produce como
tal), el intento de ponerla en práctica, según se procura hacerlo aquí, tiene que ver con un
proceso de profundización, pero especialmente de adaptación, de lo ya hecho en trabajos
anteriores (por ejemplo sobre el mismo Castilla, en 1990, o sobre el poeta cordobés Romilio
Ribero en 2006, en libros publicados sobre sendos autores) en años en los cuales había entre
nosotros muy pocas noticias sobre la existencia de la ecocrítica. Debido a tal proceso de
adaptación es que este artículo guarda algunas diferencias con aquellos trabajos, que pueden
considerarse iniciales. Fue escrito teniendo en cuenta bibliografía, si bien relativamente
reciente, ya clásica en este nuevo campo, según son los libros de Cheryll Glotfelty (1998),
Michael Branche (1999), Scott Slovic (2000), Thomas K. Dean (http:1994), Lawrence Buell
(1992) y Jonathan Bate (2000), entre otros, algunos de los cuales todavía no fueron traducidos al
español.
Algo necesario de señalar es el hecho de que los mencionados trabajos, aunque de buena
estructuración teórica, en muchos casos sostienen una mirada bajo la cual nuestras expresiones
responden bien a sus criterios y valoraciones, pero no a los nuestros: siempre somos “objeto de
estudio” y nunca sujetos. Un intento por corregir este desequilibrio fue mediante el aporte de
bibliografía ( Federovisky, Auyero, Brailovsky y otros) producida aquí, en el país, a partir de
intereses locales: tan decisivos en cuestiones relacionadas con lo ecológico.
Ya cada vez se ven -y se verán- menos los tiranos-hombres, con nombre y apellido, y lo
corriente son los engendros tecno-económicos, sin sentimiento alguno, programados para operar
alcanzando con la mayor precisión y los menores costos los objetivos buscados.
¿Y las palabras? Bueno, Berger -a quien aquí cuando no citamos parafraseamos- apunta que lo
que dicen estos carceleros-pastores es lisa y llanamente una basura: “Sus himnos, sus lemas, sus
palabras mágicas como Seguridad, Democracia, Identidad, Civilización, Flexibilidad;
Productividad, Derechos Humanos, Integración, Terrorismo, Libertad, son repetidos
incesantemente para confundir, dividir, distraer y sedar a todos los compañeros de
prisión”(Ñ,19/07/08-p.12), en suma -agregamos nosotros-: constituyen un discurso tóxico. Sobre
este punto Berger señala que para los que aún se sienten fuera del muro de la prisión esas
palabras dichas por los carceleros no dicen nada y no sirven para pensar nada. Los prisioneros en
cambio tienen un vocabulario propio para pensar (y como todo prisionero, muchas de esas
palabras son secretas, del clan); y las que no son secretas, pertenecen a la tribu, al círculo
pequeño de la localía. “Palabras y frases pequeñas, pequeñas pero cargadas de un mundo, como:
Yo te mostraré cómo, a veces me pregunto, pajarillos, algo pasa en el sector B, desvalijado,
guardate este aro, murió por nosotros, dale, etc.” ¿Pero cómo? -podemos preguntarnos-:
parecería que estamos hablando de poesía, de un nicho expresivo (que bien puede metaforizarse
como nicho ecológico, por la lógica autosustentable subyacente) estructurado para sobrevivir en
su singularidad a pesar de las direcciones impuestas por lo generalizado (o lo establecido) y sí:
así es.
Con Descartes lo que sucede es la mutación del antiguo abordaje dualista sobre el “cuerpo” y el “no
cuerpo”. Lo que era una co-presencia permanente de ambos elementos en cada etapa del ser
humano, en Descartes se convierte en una radical separación entre “razón/sujeto” y “cuerpo”. La
razón no es solamente una secularización de la idea de “alma” en el sentido teológico, sino que es
una mutación en una nueva id-entidad, la “razón/sujeto”, la única entidad capaz de conocimiento
“racional”, respecto del cual el “cuerpo” es y no puede ser otra cosa que “objeto” de conocimiento.
Desde ese punto de vista el ser humano es, por excelencia, un ser dotado de “razón”, y ese don se
concibe como localizado exclusivamente en el alma. Así el “cuerpo”, por definición incapaz de
razonar, no tiene nada que ver con la razón/sujeto. Producida esa separación radical entre ”razon-
/sujeto” y “cuerpo”, las relaciones entre ambos deben ser vistas únicamente como relaciones entre
la razón/sujeto humana y el cuerpo/naturaleza humana, o entre “espíritu” y “naturaleza”. De este
modo, en la racionalidad eurocéntrica el “cuerpo” fue fijado como “objeto” de conocimiento, fuera
del entorno del “sujeto/ razón”. (2000,195)
De igual modo sucederá (sucede) para con la naturaleza -me permito agregar- ante la cual el
hombre, en lugar de interactuar, se considera con derechos absolutos.
Volviendo a los versos de “El gozante”: ese hacer despaciosamente a su dios, desde la
experiencia de sentir que sobre su pecho va poniendo huevos el tiempo; y de saber que otros
componentes del cosmos, como la luna, puede amamantar encima de sus ingles sus colmillos,
nos dicen de un “estar siendo” en conjunción con lo físico y lo metafísico de un universo
complejo, armónico e incluyente: ecológico.
El uso que Castilla hace del gerundio, lo mismo que su tendencia a la nominalización de verbos,
a efectos de lograr la duración de las cosas en el tiempo y su actividad permanente, son recursos
preferidos para este proceso de recreación. “Brotando”, “pintando”, “ardiéndose” (en el poema
“El ají”, en el cual, como en tantos otros poemas, el poeta le presta su voz a los elementos de la
naturaleza ), son modos tan abundantes en su poesía como las fórmulas morfosintácticas
personales, especialmente el dativo de interés de la primera persona (“me llueve” en lugar de
“llueve”) y todas aquellas partículas y giros que le permiten expresar posesión, identificación y
duración: cobrando preeminencia el uso del presente durativo “está siendo”, que manifiesta
cabalmente esa marcada necesidad de privilegiar una pertenencia y una permanencia dinámicas
dentro del todo (por ejemplo: “Estoy brotando húmedo y soy la misma saliva de la vida” dice en
“Espero que me llueva”). Permanencia no sólo de hechos y acciones, sino de la naturaleza misma
y del hombre en tanto naturaleza, dentro de ese marco espacial preñado de futuro, como es el de
una América recién haciéndose, según es lo que el poeta vivencia desde la señalada cosmovisión
panterrista.
Castilla practica, como artista, una ética de la responsabilidad, en el sentido de hacerse
responsable de lo próximo que lo rodea, es decir de su prójimo: de lo que le dio y le sigue dando
vida y lo conforma física y metafísicamente. El (no hace mucho tiempo) publicitado caso, por
parte de la prensa, del nativo australiano que renunció a los cinco mil millones de dólares que
una empresa francesa procesadora de uranio le ofrecía por 12 kilómetros cuadrados del desierto
en donde están enterrados sus antepasados (en la región de Kongarra, en las afueras del parque
nacional Kadaku) nos habla de esa misma responsabilidad: la de no contribuir a dañar, a molestar
a la tierra, obligándola a que produzca mareas, tifones y terremotos destructivos, según las
afirmaciones del nativo en cuestión. Y no se trata de mantenerse en un pasivo estado de
contemplación y conformismo con lo meramente dado, en este caso, por la madre naturaleza.
Pero tampoco se trata de intervenir desde los presupuestos del otro extremo, el de las
intervenciones sin previsión alguna por las consecuencias que sufrirán los recursos no
renovables. En este punto se hace necesario incorporar al análisis el concepto de equilibrio, al
que posiblemente nunca -implícita o explícitamente- debiéramos separarlo de lo ecológico.
Sergio Federovisky en su brevísimo Historia del medio ambiente (2007), libro en el cual entre
otras cosas hace una enfática crítica a las posiciones ecologistas que defienden -en ocasiones a
ultranza, en ocasiones moderadamente, según las distintas pertenencias ideológicas- la
respetuosa obediencia a las leyes propias (y/o a los designios) de la naturaleza, ofrece un ejemplo
histórico de un trato equilibrado con la naturaleza, y que, en rigor, según el autor, más que trato
sería un interaccionismo. Casualmente el caso-ejemplo tiene que ver con las culturas andinas, de
insustituible presencia en la poesía de Castilla. En efecto, Federovisky, parafraseando lo que
Antonio Brailovsky anota en su Historia ecológica de Iberoamérica (2005), con relación a la
contraposición de las modalidades de las actividades agrícolas de los Incas y la de los españoles
(esta última adoptada, lamentablemente, por nuestros agricultores actuales) dice:
Los Incas, grafican los estudiosos, idearon un método agrario que exacerbaba la potencialidad del
medio natural: los cultivos en terrazas representaban verdaderos ecosistemas de máxima
productividad en los que se buscaba obtener aquellos productos que mejor rendimiento brindaban
en cada configuración ambiental.. Eso es el resultado de una interacción, en la que cada una de las
partes impuso sobre la otra las mejores características y de la cual salió un nuevo equilibrio. La
naturaleza puso su clima, su geografía, su régimen de lluvias, su altitud. La sociedad incaica
interpuso sus necesidades de obtener alimentos. Cada una produjo una acción recíproca sobre la
otra. (2007 30).
La libertad
Sentirás por ella que el trigo calchaquí que comes con tus hijos
sabe a ichuna forjada en herrerías campesinas
hinchando el fuelle con los cuatro vientos del mundo.
Bibliografía