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Clase 1: Fundamentos conceptuales de la Relación

de Pareja.

Según las tendencias actuales, se celebran anualmente en Estados Unidos


dos millones y medio de matrimonios (National Center For Health Staristics, 1984).
Por desgracia, al mismo tiempo tienen lugar, también anualmente, un millón y
cuarto de divorcios. Tomados como una mera estadística, estos datos no son
especialmente sorprendentes. La cosa cambia, sin embargo, si uno toma en
consideración que el matrimonio es, en general, el primer compromiso emocional y
legal que uno asume a la vida adulta. Es más, la elección de pareja y la asunción
del compromiso matrimonial, se consideran como un escalón en la madurez del
sujeto y como un logro personal. No hay duda que la elección de pareja es una de
las decisiones más importantes que tomamos en nuestra vida, ya que de ello
depende nuestro futuro: la satisfacción afectiva y sexual, la educación de los hijos,
el plan de vida familiar, los ingresos económicos. Es entonces sorprendente que la
mitad, más o menos, de todos los matrimonios acabe por divorciarse. De ahí que
sea oportuno como punto de partida, examinar el proceso actual de elección de
pareja.

¿Preparados para casarse?

Alrededor del 90 por 100 de la población norteamericana se casa al menos una


vez en la vida (Glick, 1984). Es interesante señalar que las razones fundamentales
para casarse han experimentado en la actualidad un cambio considerable.
Aunque la institución de matrimonio sigue formando parte de la estructura de la
sociedad, los padres ya no imponen la elección de pareja a sus hijos. La elección
libre es una característica de nuestra sociedad, o al menos aparenta serlo
(Hatfield y Walster, 1978).

El matrimonio sigue siendo una institución universal, pero sus objetivos se han
modificado con el paso del tiempo. Tradicionalmente la sociedad, a través del
matrimonio, ha regulado el comportamiento sexual y la educación de los hijos, así
como ha establecido un sistema económico basado en la unidad familiar. Pero los
tiempos han cambiado. El comportamiento sexual de muchos jóvenes, no implica
necesariamente un compromiso matrimonial. Tampoco es infrecuente que algunas
personas opten por casarse, pero con la intención de no tener hijos. Por último, a
medida que se pasa de una economía agraria a una economía industrial, y que la
mujer se incorpora activamente al trabajo, la justificación económica del
matrimonio y de la familia ha perdido relevancia.

¿Por qué motivos se casa entonces actualmente la gente? En nuestra opinión, hay
tres razones fundamentales en la sociedad actual: a) el amor; b) la búsqueda de
compañía, y c) la satisfacción de expectativas previas. “Estar enamorados es la
explicación más socorrida para decidir casarse (Knos, 1985). Aunque la palabra
amor no tiene la misma significación para todas las personas, este concepto
abarca un conjunto de sentimientos positivos profundamente experimentados y
referidos directamente a la persona amada. Entre estos sentimientos se
encuentran el cariño, la comunicación, la protección, la intimidad, la activación, la
pasión y el sufrimiento (nos referimos a éste último punto más adelante. La gente
también se casa, sin embargo, buscando compañía. Tal como es definido por
Hatfield y Walster (1978), “el amor es el afecto que sentimos por aquellos con los
que nuestras vidas están profundamente entrelazadas (Pág. 9). Es un tipo de
amor basado en la convivencia y en la seguridad de que nuestra pareja estará ahí
siempre y nos aceptará en todas las circunstancias tal y como somos. Por último,
las parejas también se casan actualmente para satisfacer expectativas previas. Tal
como ha sido señalado por Sager (1976). Las personas esperan obtener ciertos
beneficios de la pareja y, en general los matrimonios. En la sociedad tecnológica e
igualitaria de hoy los componentes de la pareja llevan a la relación un conjunto
elevado de expectativas. Estas exigencias asumidas previamente, están basadas
en un sentido ingenuo de Satisfacción y felicidad y en una creencia no fácilmente
extinguible de que “el amor lo puede todo”. En resumen, las parejas de hoy
cuentan con que el matrimonio les va a satisfacer casi todas las necesidades
psicológicas. Han adquirido en muchos nociones completamente fantaseadas de
romanticismo histórico. Y son, justamente, estas expectativas no realistas e
idealizadas las que nutren el desencanto temprano de la pareja.

El ideal romántico

El amor es, probablemente, la más vaporosa de las emociones humanas.


Son muchos los poetas, autores de letras de canciones, filósofos y científicos que
han intentado definir esta condición enigmática del ser humano, pero todavía
ninguno ha conseguido hacerlo apropiadamente. La noción de amor romántico es,
sin embargo, constante y persistente, y, de hecho, todo el mundo busca el tipo de
pareja que se ajusta mejor a su concepción personal del ideal romántico.

El amor romántico es un fenómeno relativamente nuevo. Kurland (1953) hizo una


revisión de la historia del amor romántico y encontró ejemplos de él remontándose
a civilizaciones muy antiguas (como el Imperio Romano, Grecia…) Muchos
historiadores piensan, sin embargo, que el amor romántico adquiere importancia
durante la Edad Media y que está asociado a la primacía del amor cortés. Este
amor era de naturaleza asexual, pero implicaba actos de valentía y virtud llevados
a cabo para la persona amada. Este amor cortés no tenía nada que ver, en su
origen, con el matrimonio, por lo que la persona amada era idealizada
precisamente porque estaba al margen de la relación matrimonial.

Algunas de las características de éste ideal romántico son las siguientes:

1. El amor es un estado emocional espontáneo, integrado por una activación


fisiológica, una confusión de sentimientos, una absorción intensa y un
deseo abrumador.

2. El amor surge a primera vista.

3. El amor es ciego (es decir, el enamorado no se da cuenta de los fallos o


limitaciones de la persona amada).

4. El amor lo puede todo (es decir, ningún obstáculo es de envergadura


suficiente para interponerse a un verdadero amor).

5. Sólo hay un amor verdadero (es decir, hay una persona especial para cada
uno, pero sólo una).

6. El amor es sinónimo de pasión y de unión sexual.

7. El amor implica éxtasis y dolor.

Además de la lista anterior. Tennov (1979) cita otras características que


manifiestan latentoschablaos amantes, tales como pensamientos obsesivos,
cambios bruscos de ánimo, temores al rechazo, excitación de todo el organismo y
una atracción biológica inexplicable, a la par que mágica, del uno al otro. En
resumen, las implicaciones del ideal romántico están claras. En primer lugar, el
comienzo del amor tiende a ser repentino e incluso altamente excitante. En
segundo lugar, las personas en esta situación tienen un control escaso y se dejan
arrastrar fácilmente por un torbellino de emociones intensas y, a veces,
conflictivas. En tercer lugar, la intensidad de este tipo de amor lleva aparejada la
brevedad de su duración. Si se examina la situación de una forma realista, la
conclusión es que, si el ideal romántico es la base inicial del matrimonio
contemporáneo, entonces la decepción, el desencanto y el divorcio son las
consecuencias inmediatas.

Estadísticas sobre las parejas divorciadas

Una gran mayoría de parejas americanas pronuncia, en el momento de la boda, la


frase “hasta que la muerte nos separe” sólo por razones de hipocresía. Aunque
ésa sea, en efecto, la intención el día de la boda en la mayoría de las parejas, la
realidad es, sin embargo, muy distinta. Por decirlo de una manera muy gráfica, el
matrimonio se romperá en, aproximadamente, el 50 por 100 de los casos. Veamos
estos datos con mayor detalle.

Las estadísticas de divorcios se pueden examinar de muy diferentes maneras. En


primer lugar, la tasa bruta de divorcios da una información de relación con el
número de divorcios cada 1.000 habitantes. Esta tasa de divorcios Per
cápita puede estar, sin embargo, sujeta a ciertos errores, ya que no todo el mundo
se casa y la población fluctúa. En segundo lugar, la tasa neta de divorcios se
diferencia de la anterior en que se calcula el número de divorcios cada 1.000
mujeres casadas mayores de 15 años. En tercer lugar, se puede, de una forma
sencilla, contabilizar el número de matrimonios celebrados y el de sentencias de
divorcio en un periodo concreto de tiempo. En cuarto lugar, se puede hacer un
estudio longitudinal de una muestra de parejas en un período prolongado de
tiempo y estudiar el porcentaje de ellas que termina en nulidad, divorcio, abandono
o alguna otra forma de ruptura. Cada uno de estos métodos presenta ventajas e
inconvenientes, por lo que parece razonable no ceñirse en exclusiva a ninguno de
ellos.
El matrimonio sigue siendo una opción valorada muy positivamente – casi de
forma unánime – por la mayoría de los americanos adultos. Según las tendencias
actuales, el 96 ó 97 por 100 de la población adulta se casa en algún momento en
su vida (Carter y Glick, 1976; Glick y Norton, 1973). No es, por ello, sorprendente
que la tasa de matrimonios se haya mantenido básicamente constante en los
últimos 15 años. Es más, la tasa bruta de matrimonios se ha estabilizado en torno
al 10 por 1.000, a lo largo de los últimos 100 años. No se puede decir, sin
embargo, lo mismo de la tasa de divorcio, que es hoy la más alta de la historia. Y,
en concreto, Estados Unidos experimenta la tasa de divorcios más alta del mundo.

En la década de los años 20, uno de cada siete matrimonios terminaba en


divorcio; en la década de los años cincuenta, uno de cada cinco, y en la década de
los años ochenta, uno de cada dos. No hay nada más que examinar con atención
los datos procedentes del National Center for Health Statistics para percatarse de
la rapidez con que crece la tasa de divorcios. Por ejemplo, en 1912 la tasa bruta
de divorcios era del 1 por 1.000; en 1940, del 2 por 1.000; en 1969, de más del 3
por 1.000; en 1972, de más del 4 por 1.000, y, más recientemente, en 1976, de
más del 5 por 1.000. En sólo 7 años (de 1969 a 1976) el aumento de la tasa de
divorcios es comparable al aumento que había ocurrido en los 57 años
procedentes (de 1912 a 1969). Es más, la tasa neta de divorcios se ha doblado
con creces en el período de los últimos 15 años (1965: 10,6 divorcios por cada
1.000 mujeres mayores de 15 años; 1980: 22,6 divorcios). Por último, la duración
media del matrimonio antes de llegar al divorcio es cada vez menor. En concreto,
de las parejas casadas en 1950, el 25 por 100 se divorcio en el plazo de 25 años
de matrimonio, de las casadas en 1952, el 25 por 100 se divorció en el plazo de 20
años; de las casadas en 1959, el 25 por 100 se divorcio en el plazo de 15 años; de
las casadas en 1965, el 25 por 100 se divorcio en el plazo de 10 años; y
actualmente, el 25 por 100, aproximadamente, se divorcia al cabo de 3 años.

En resumen, la pareja que acaba por divorciarse permanece casada, por termino
medio, alrededor de 7 años. Tras el divorcio, el 80 por 100 de estas personas se
vuelven, antes o después, a casar de nuevo. La soltería adquirida tras el divorcio,
con nuevas tentativas y vaivenes, tiene una duración media de 3 años (Glick,
1980). Por desgracia, según los datos disponibles, los segundos matrimonios
tienden a ser más inestables que los primeros y acaban en divorcio alrededor del
60 por 100 de ellos (Glick, 1984). Sin embargo, las personas casadas en segunda
nupcias que permanecen estables en el nuevo matrimonio muestran un grado de
felicidad y satisfacción similar al que experimentan los matrimonios casados en
primeras nupcias (Glenn y Weingarten, 1980). La duración media del segundo
Matrimonio (entre los sujetos que acaban por divorciarse) es de sólo 5 años, y los
problemas experimentados pueden ser muy diferentes de los que se tuvieron en el
primer matrimonio.

Factores condicionantes del Divorcio

No es fácil saber hasta que punto a una pareja en concreto le va mal y


predecir, por tanto, las decisiones posteriores. Son muchos los factores que
pueden influir en la decisión de una pareja de separarse o de divorciarse. Con la
finalidad didáctica se pueden clasificar estos factores dentro de tres categorías:
sociales, personales y relacionales.

Factores Sociales: La sociedad actual se enmarca en una época de cambios sin


precedentes. Los sucesos acontecen tan deprisa que ni siquiera los especialistas
de un campo muy concreto de estudio pueden estar al día de todos los avances
en su propia (y limitada) área de especialidad. Además, la complejidad y la
despersonalización de la sociedad en general sólo conducen a una sensación
individual de alienación, de aislamiento y desconfianza generalizada. Es en estos
periodos de cambios acelerado cuando, justamente, se ponen en cuestión desde
todos los frentes los valores, las creencias y las costumbres que uno ha
considerado válidos desde niño. Todo ello se pone de relieve específicamente en
el ámbito de las relaciones familiares y de pareja.

El matrimonio monógamo tradicional no es ya la única alternativa de unión


que una pareja, puede elegir. Desde la década de los años sesenta han surgido y
se han desarrollado estilos de vida alternativos. Algunas opciones actualmente
disponibles son las siguientes: a.) La convivencia total sin matrimonio de por
medio; b.) El emparejamiento de homosexuales; c.) El intercambio de parejas; d.)
El matrimonio abierto; e.) El matrimonio grupal o individual; f.)El segundo (o
tercero o cuarto) matrimonio, y g.) El estilo de vida de un(a), soltero (o)
sexualmente. Ello quiere decir que algunas personas pueden renunciar al
matrimonio tradicional no porque sea terriblemente insatisfactorio, sino porque
resulte menos atractivo que alguna de las otras opciones disponibles actualmente
y que antes ni siquiera existían.
Incluso desde la perspectiva del matrimonio tradicional, los roles sexuales y
el tipo de relaciones se están modificando a medida que se desarrolla en la
sociedad una tendencia al igualitarismo. El matrimonio ya no es tan sencillo
porque ya no están definidas en su seno las funciones como solían estarlo hasta
hace relativamente poco tiempo. En el matrimonio tradicional cada cual tenía
adjudicadas unas funciones específicas: el marido, la autoridad y el soporte
económico; la mujer, el mantenimiento de la casa y el cuidado de los niños. Esta
situación ha cambiado bruscamente en la actualidad; las responsabilidades son
ahora o compartidas o asumidas en función de las características peculiares de
cada pareja y no del sexo de referencia. El resultado de este cambio es
concluyente. Si las necesidades y los objetivos de uno permanecen insatisfechos
en el matrimonio, uno se puede cuestionar la presencia en una institución en la
que recibe menos de lo que aporta.

En relación con lo expuesto anteriormente, en la mayoría de los


matrimonios actuales los dos miembros de la pareja trabajan fuera de casa y
vuelcan sus energías en actividades profesionales. El efecto de este hecho es
extraordinariamente importante. Los miembros de la pareja pueden seguir
caminos distintos, y aún opuestos, y buscar objetivos claramente contrapuestos. El
tiempo de convivencia está frecuentemente limitado, las preocupaciones son
muchas y las fuentes externas de estrés tienden a hacerse más numerosas. Si
esto es así, el paso del tiempo trae consigo una distancia física y emocional
reciproca a los componentes de la pareja.

Hasta hace no mucho tiempo el divorcio tenía una connotación social


netamente negativa. La situación ha cambiado por completo a este respecto. No
es ya que el divorcio no se considere “la desgracia de la familia” sino que ahora es
una noticia completamente común. El divorcio se ha constituido en una solución
razonable a una solución razonable. Hay quienes se preguntan, sin embargo, si la
solución del divorcio no se asume en ocasiones de una forma demasiado
impulsiva y rápida y, a veces, con carácter de venganza (Crosby, 1985). En
cualquier caso, las penalizaciones sociales, religiosas, económicas o morales ya
no tienen vigencia. Divorciarse es un hecho relativamente sencillo y con una
tendencia creciente en la sociedad actual. Esta realidad se expresaba así por boca
de un marido asistente a una terapia de pareja: “Seguro que haremos bien en
divorciarnos. Es lo que hacen todas las parejas que están a nuestro alrededor”.
Por último, los factores sociales fundamentales que han tenido una
cierta influencia en la tasa de divorcios son las reformas legales llevadas a cabo
en los últimos 15 años, sobre todo la obtención del divorcio basado en el mutuo
disenso y no necesariamente en la culpabilidad de uno de los conyugues. En 1970
en California se suprimió el concepto de “culpa” en los procedimientos de divorcio.
Esta legislación reformada ha supuesto su hito histórico y ha creado un caldo de
cultivo apropiado para obtener el divorcio con facilidad. En 1984 sólo dos Estados
(Ilinois y Dakota del Sur), no habían adoptado una legislación sobre el divorcio
basado en el mutuo disenso. En resumen, las nociones de adulterio, de crueldad
física y/o mental y de abandono están a punto de convertirse en meros
anacronismos. Aunque todavía subsisten estas figuras jurídicas, la legislación
basada en el mutuo disenso ha contribuido, sin duda, a aumentar la aceptación
social de la disolución del matrimonio.

Factores Personales: No es siempre fácil, justamente por la gran variedad


existente, precisar los factores personales que contribuyen a acentuar la
insatisfacción matrimonial. Tal como se ha señalado en este mismo capitulo, las
percepciones erróneas y las expectativas no realistas con que uno se introduce en
el matrimonio son ejemplos importantes de estos factores personales. En la
medida en que la sociedad siga fomentando (y cada persona asumiendo) ideales
románticos y las expectativas fantasiosas sobre la relación estable de pareja, se
mantendrá un caldo de cultivo apropiado para el desencanto matrimonial. Al
margen de que pueden ser muchas y distintas estas expectativas idealizadas, se
expone a continuación de una forma sencilla, por motivos didácticos, una
selección de algunas de las esperanzas falsas más frecuentes en relación con el
matrimonio.

1. “Nuestro amor (es decir, el enamoramiento y la pasión) se mantendrá


inalterable con el paso del tiempo.”

2. “Mi conyugue deberá ser capaz de anticipar mis pensamientos, mis


sentimientos y mis necesidades”.

3. “Mi marido/mujer no herirá nunca mis sentimientos ni me replicará


encolerizado(a).”
4. “Si me quisieras de verdad, te esforzarías siempre por agradarme (es decir,
por satisfacer cada uno de mis deseos y necesidades.”

5. “Amar significa no tener que estar nunca enfadado ni disgustado con mi


pareja.”

6. “Amar significa querer estar siempre juntos”.

7. “Los intereses, los objetivos y valores de cada uno serán siempre los
mismos.

8. “Mi pareja será siempre abierta, directa y honesta conmigo”.

9. “Como estamos enamorados, mi marido/mujer me respetará, comprenderá


y aceptara independientemente del tipo de conductas que lleve yo a cabo”.

10. “Sería terrible si mi conyugue me pusiera en un aprieto, me


minusvalorase o me criticase”.

11. “El grado de sexo, cariño y compromiso presente en nuestra relación no


debe disminuir nunca”.

12. “Debemos estar siempre de acuerdo en cualquier tipo de asunto”.

Todas estas expectativas señaladas anteriormente, en la medida en que


revelan esperanzas falsas y metas poco realistas, llevan con frecuencia a las
parejas a la desilusión, al desengaño, a la frustración y a la ira. Precisamente uno
de los objetivos de la terapia consiste en relativizar, clarificar y desafiar estos
conceptos poco realistas y autodestructivos.

Los valores y los objetivos de cada persona pueden también haber contribuido
al aumento de la tasa de divorcios. Muchas personas se casan, en concreto, con
un objetivo expreso de felicidad. Si la unión de la pareja se hace transitoriamente,
más débil o si la satisfacción matrimonial comienza a disminuir, la solución puede
estar en el divorcio. De hecho, tal como lo han señalado Prochaska y Prochaska
(1978), vivimos actualmente en la época de la realización personal. Quiere ello
decir que se estimula socialmente la ejecución de conductas que contribuyan al
bienestar individual de cada uno, incluso aunque ello suponga el abandono de la
pareja y de la familia.

Desde un punto de vista relacionado con el expuesto anteriormente, las


personas cambian considerablemente en relación con la vida matrimonial. Cuando
el matrimonio es un valor fundamental para los cónyuges (en las primeras fases
en la vida en común), los intereses y las actividades de los componentes de la
pareja tienden a ser muy coincidentes. No es frecuente, sin embargo, que, tras un
periodo corto de vida en común, los intereses de los cónyuges se desarrollen por
vías muy divergentes. Y el cambio de las personas trae consigo el cambio de la
relación. El resultado es que, si los miembros de la pareja ya no tienen intereses,
actividades y valores en común, comienza entonces el proceso simbólico de
alejamiento reciproco.

Por último, cada persona se incorpora al matrimonio con una historia


personal y psicológica única. Por ejemplo, el tipo de familia de origen de cada uno
de los cónyuges influye en el mayor o menor probabilidad de llegar a una
separación o divorcio (Kaslow, 1981). Dicho en pocas palabras, los modelos
positivos de relación de pareja en el ambiente familiar previo aumentan la
probabilidad de que los miembros de la pareja hagan frente con éxito a los
problemas de convivencia de la vida cotidiana. Del mismo modo, la historia
psicológica y la situación psicológica actual de cada uno facilitan o entorpecen la
armonía de la pareja. Los conflictos psicológicos graves tienden a destruir tanto a
la persona como a la relación matrimonial por ella entablada. Asimismo, las
personas equilibradas emocionalmente tienden a aportar este mismo equilibrio a la
relación conyugal.

Factores relacionales: Se ha señalado en las páginas anteriores de modo


que los factores sociales y personales pueden influir en la cohesión o disgregación
de una relación conyugal. Los factores sociales, en concreto, ofrecen un marco
adecuado para situar las interacciones de la pareja en un contexto sociocultural
más amplio. Los factores personales, a su vez, permiten conceptualizar y
comprender la dinámica psicológica de cada persona con respecto a la relación de
pareja. Desde una perspectiva terapéutica, sin embargo, son los factores
relacionales los que requieren la mayor parte de las intervenciones de los
terapeutas de pareja. Y los problemas de relación pueden ser tratados con
efectividad por las terapias relacionales (Gurman y Kniskern, 1978). De ahí que
este libro éste centrado en el manejo de las estrategias terapéuticas encaminadas
a hacer frente a los problemas relacionales. ¿Pero cuáles son entonces las
dificultades de relación más frecuentes?

En primer lugar, las parejas conflictivas tienden a intercambiarse pocas


conductas agradables y/o muchas conductas desagradables (Jacobson y Bussod,
1983). Y si la satisfacción matrimonial de cada cónyuge depende de la proporción
entre conductas agradables y desagradables (en última instancia, de la relación
costes – beneficios), no es aventurado predecir que cuanto más insatisfactoria sea
la relación, mayor será la probabilidad de divorcio. En segundo lugar, las parejas
mal avenidas experimentan, con frecuencia, problemas en el área de la
comunicación. En concreto, o ensayan una y otra vez pautas de comunicación
poco efectivas, o hay divergencia entre la “intención” del emisor del mensaje y el
“impacto” recibido por el receptor (Gottman, 1979). Una vez más se puede
pronosticar que cuanto más graves sean estas dificultades, mayor será la
probabilidad de divorcio. En tercer lugar, no es la existenciade problemas en si
misma lo que diferencia a las relaciones sanas de las relaciones conflictivas, sino
la respuesta de las parejas a estos problemas. Los resultados de la investigación
en esta área son concluyentes: Las parejas en conflicto tienen grandes dificultades
para concluir satisfactoriamente los intentos de solución de problemas (Jacobson y
Margolin, 1979). En estos casos el divorcio es la consecuencia directa de la
inexistencia de habilidades apropiadas para resolver los conflictos.

En resumen, hay un gran número de factores que concluyen en la decisión de


divorciarse. Las parejas se incorporan al matrimonio tanto con necesidades
personales como con influencias socioculturales. Lo peor de todo son, sin
embargo, los conflictos propios de la relación interpersonal, que pueden adoptar
una variedad de modalidades: niveles de refuerzos insuficientes, dificultades de
comunicación y/o habilidades escasas de solución de problemas. En algunos
casos estas dificultades se refieren a problemas específicos (relaciones sexuales,
economía doméstica, necesidades de independencia…); en otros, estas
dificultades se extienden a todos los niveles de la interacción. En ambos casos los
cónyuges (al menos por el momento) viven juntos y se influyen recíprocamente. La
comprensión de las conductas individuales en el seno de un matrimonio requiere
la comprensión de la función que esas conductas desempeñan en la relación de
pareja. Hay, por último, un problema pragmático que requiere una atención
cuidadosa antes de integrar en un marco conceptual las ideas expuestas
anteriormente, y es el relacionado con las consecuencias del divorcio en la
sociedad actual.

Las consecuencias del divorcio

El divorcio se ha convertido actualmente en algo tan común que incluso forma


parte del matrimonio. Las personas se casan, se divorcian y se vuelven a casar a
un ritmo que sólo es superado por la rapidez con que compran y venden sus
coches. La monogamia “secuencial” está pues, a la orden del día. Muchas
personas no están, por desgracia, en condiciones de superar el dolor y el trauma
que experimentan como consecuencia del proceso de divorcio. De hecho, tal
como lo señala Albrechet (1980), cerca del 25 por 100 de las personas que se
separan consideran su divorcio como una experiencia espantosa. Aunque no es
éste siempre el caso, el objetivo de éste capitulo no es describir ni los desastres ni
las cualidades positivas del divorcio. Se trata simplemente de analizar las
consecuencias del divorcio como un medio de obtener más información sobre la
institución del matrimonio en si misma. Se va a proceder a examinar, desde esta
perspectiva, y de una forma resumida, las consecuencias positivas y negativas del
divorcio tanto para el marido como para la mujer. Aunque la bibliografía sobre “los
hijos del divorcio” es muy ilustrativa, no es apenas relevante para el tema aquí
analizado, por lo que no se va a tenerla en consideración. Hay, sin embargo,
revisiones excelentes de esta línea de investigación (por ejemplo, Atkeson,
Forehand y Rickard, 1982; Bornstein, 1985; Hetherington, 1979; Kurdex, 1981).

Es evidente que no todos los divorcios producen consecuencias negativas. En


muchos casos el divorcio es una autentica liberación y, gracias a él, se puede
poner fin a relaciones destructivas y enormemente dolorosa y, a veces, sustituirlas
por unas relaciones ilusionantes, placenteras y llenas de sentido. La libertad recién
adquirida y el cambio de rutina pueden ser enormemente positivos. Si una
pareja lleva experimentando un conflicto de relación durante años, el divorcio
puede darle la oportunidad de reiniciar una vida relativamente libre de conflictos.
Hay, además, otros dos aspectos del divorcio que aumentan la probabilidad de
experimentar una satisfacción personal: a) La oportunidad de recuperar de nuevo
el control de la vida de uno, sin que éste ya preocupado sobre las repercusiones
que la conducta de uno va a tener sobre la del otro, y b) La seguridad de que uno
puede defender los intereses de los hijos sin el miedo a contar con la oposición
constante y obstaculizadora por parte del otro. La vida, en suma, se vuelve más
fácil porque disminuye tanto el nivel de tensión como el nivel de conflictos.

La realidad, sin embargo, es que la mayoría de las personas experimenta un


gran dolor como resultado del divorcio. La exteriorización de este dolor se
manifiesta en forma de desorganización, soledad perdida de identidad, ansiedad,
sentimiento de fracaso, depresión, humillación y/o sentimiento de culpa. La
mayoría de estas emociones negativas es consecuencias de tres factores
interrelacionados, que, a su vez, explican algunos aspectos en relación con la
institución del matrimonio. Estos son los factores:

1. El divorcio pone de relieve que ya no será posible la intimidad con el


excónyuge de uno.

2. El divorcio crea “un nuevo tú”, que puede ser inicialmente incomodo y
amenazante.

3. El divorcio supone una ruptura con la rutina cotidiana de uno y la fuerza al


desarrollo de hábitos nuevos en la vida diaria.

Pero estos factores dan cuenta también de algunas de las razones por las que
la gente se casa. Es evidente que la mayoría de las personas esta deseosa de
establecer una relación de amor íntima y satisfactoria con otro ser humano. El
divorcio, en pocas palabras, es un recordatorio de que uno ya no va a alcanzar
este objetivo, al menos por ahora. El divorcio suscita, además, el problema de la
soledad, del cambio de hogar, de la nueva soltería…La persona recientemente
divorciada no está habituada al desempeño de estos roles, que no son,
además, fáciles de adoptar para muchas personas. Por último, a la mayoría de la
gente le gusta un cierto orden, así como una regularidad y consistencia en su vida
diaria. Cuando no existe un mínimo de regularidad, la vida puede convertirse en
un caos. Los cambios suscitados en la vida cotidiana por el divorcio (por ejemplo,
hacer la compra y preparar las comidas, llevar a los niños a la escuela, arreglar las
averías de la casa…) pueden provocar consecuencias muy negativas. Explicado
todo lo anterior, es verdaderamente sorprendente que al menos un 20 por 100 de
las personas divorciadas considere el proceso de separación “relativamente
inofensivos” (Albrecht, 1980).

En resumen, en las paginas anteriores se ha estudiado el matrimonio en la


década de los años ochenta a partir de la perspectiva del ideal romántico, se han
analizado las razones por las que la mayoría de la gente se casa (así como por las
que se divorcia) y, por último, se han señalado las estadísticas sobre las parejas
divorciadas y las consecuencias mismas del divorcio. Todo ello constituye el marco
conceptual del matrimonio y de las relaciones matrimoniales.

Clase 2: Fundamentos conceptuales de la Relación


de Pareja.

Los fundamentos conceptuales constituyen una ayuda para comprender la


conducta humana. Cualquier tratamiento que no esté fundamentado en unos
principios conceptuales carece de solidez, es desorganizado y de naturaleza
aleatoria. Es más, los instrumentos técnicos de la terapia son un desarrollo natural
del modelo conceptual utilizado. De ahí que en las páginas siguientes se analicen
los principios básicos del modelo conductual-sistémico sobre los conflictos de
pareja.

La pareja como sistema

La psicología, como ciencia de la conducta humana, se ha ocupado


fundamentalmente de las personas individuales. Es decir, se han estudiado los
procesos intrapsiquicos y se ha inferido el significado de los mismos desde la
consideración del sujeto como una persona individual. Este enfoque
individualista ha impregnado las funciones psicológicas de evaluación, diagnóstico
y tratamiento. Aunque es indudable que la psicopatología puede ser enfocada
desde una perspectiva individual, no hay razón alguna para considerar que ésta es
la única perspectiva posible. Dicho en pocas palabras, en este libro se considera
la conducta humana potencialmente como una función de factores
intraindividuales y/o interpersonales. Es más, cuando los problemas estudiados se
refieren a la pareja, los conflictos se analizan con mayor finura y se tratan con
mayor rigor si el “paciente” identificado es la relación en sí y no meramente cada
uno de los miembros que la componen.

Desde una perspectiva conductual-sistémica, se estudian las conductas de la


pareja siempre en un contexto relacional. Ello no presupone un rechazo de los
procesos individuales, sino un énfasis complementario en los procesos
interactivos. En otras palabras, a veces fumar un cigarro es (valga la redundancia)
fumar un cigarro, pero otras veces fumar un cigarro es una forma de decir al
cónyuge que a uno no le importa lo que a él le agrada o desagrada. De éste modo,
las conductas manifestadas por una persona son una expresión de las
necesidades de una persona, pero también desempeñan una función muy
importante en el contexto de la relación de pareja. El modelo propone en definitiva,
que las conductas de los cónyuges en el matrimonio responden tanto a objetivos
manifiestos como encubiertos.

Establecidas estas premisas, los terapeutas de pareja deben estar especialmente


atentos a la observación de las transacciones que tienen lugar entre los
componentes de la pareja. La conducta no ocurre en un vacío, sino en relación a
otras personas, cosas o situaciones. Es más, a medida que las personas
experimentan cambios de conducta, estos cambios tienden tener repercusiones en
el sistema de la pareja. Parece claro que estas repercusiones deben ser medidas
por medio de los resultados conductuales y relacionales que se hayan producido.
De hecho, la función relacional de cualquier conducta se pone de relieve
explícitamente cuando se examina los efectos resultante (Alexander y Parsons,
1982). Es decir, la función de la conducta del cónyuge A se pone de relieve cuando
se observa al cónyuge A, al cónyuge B y a las consecuencias sobrevenidas entre
el cónyuge A y el cónyuge B. Es por tanto, tarea de un terapeuta de pareja eficaz,
estar muy al corriente tanto de los procesos de cambios intrapsiquicos como de
los procesos de cambio interpersonales.

Tasa de refuerzo/castigo

El modelo de intercambio social referido a la relación de pareja presupone que las


personas constituyen una pareja y permanecen en ella sólo si esa relación es
suficientemente satisfactoria desde una perspectiva de costes y beneficios
(Yhibaut y Kelley, 1959). Desde este punto de vista, el conflicto de pareja remite a
las tasas de refuerzo y de castigo existente en una determinada relación. Quizá
sea más a apropiado denominar “satisfacción” al refuerzo/premio e “insatisfactorio”
al castigo/coste. De éste modo la teoría del intercambio social postula como
premisa que las personas buscan aumentar la satisfacción y reducir la
insatisfacción.

No es fácil, sin embargo, operativizar estos conceptos, sobre todo por la


complejidad del análisis que supone analizar las conductas de ambos cónyuges
simultáneamente. Y para hacerlo aún más complejo, los refuerzos y los estímulos
punitivos son, en realidad, dos tipos de sucesos completamente distintos,
dispensados, a su vez, por dos personas también diferentes. Veamos el caso
imaginario de Andrés y Cristina:

1. Andrés potencia el refuerzo y reduce el castigo cuando Cristina ha


satisfecho sus necesidades y no ha aumentado su grado de
insatisfacción.

2. Andrés reduce también a la tasa de castigo cuando las conductas que


lleva a cabo en beneficio de Cristina le supone un coste reducido (es
decir, que le crean poca insatisfacción).

3. Cristina potencia el refuerzo y reduce el castigo cuando Andrés ha


satisfecho sus necesidades y no ha aumentado a su grado de
insatisfacción.

4. Cristina reduce también la tasa de castigo cuando las conductas que


lleva a cabo en beneficio de Andrés le suponen un coste reducido (es
decir, que le crean poca insatisfacción)

El problema es, naturalmente, que ambos quieren obtener el máximo de


satisfacciones con el mínimo de costes. No es, sin embrago, nada
fácil proporcionar al cónyuge un gran nivel de satisfacciones sin apenas costes
personales. Y es evidente que, si el proceso de intercambios acaba por implicar un
gran coste personal, la provisión de refuerzos al cónyuge va a ser algo poco
espontáneo y hecho con desgana o enfado. De ahí que los refuerzos
dispensados a la pareja deban ser muy apreciados por el receptor y fácilmente
administrables por el emisor. Este hecho (de sentido común, por otra parte) explica
porque las personas con intereses parecido se refuerzan tanto recíprocamente: es
fácil agradar a tu pareja si, al mismo tiempo, te estás agradando a ti mismo.

Un último punto en relación con la tasa de refuerzo/castigo se refiere a la variedad


de modos, en que las parejas pueden experimentar conflictos. Según
investigaciones recientes (Bornstein, Anton , Harowsk, Weltzien, Mclntyre y
Hocker, 1981; Bornstein, Hickey, schulein, Fox y Scolatti, 1983, Weiss, 1978), los
aspectos positivos y negativos de una relación de pareja son relativamente
independientes unos de otros. En concreto, la reducción de los aspectos negativos
de una relación contribuye a disminuir la tasa de castigos intercambiados, pero
tiene un efecto muy limitado sobre el aumento de los intercambios positivos. Del
mismo modo, la mejora de la satisfacción gracias al aumento de los aspectos
positivos tiene sólo un efecto marginal sobre la disminución de los intercambios
negativos. De ahí que el conflicto de pareja pueda ser resultante de cualquiera de
estos tres factores:

1. Tasa de refuerzos baja.

2. Tasa de castigos alta.

3. Tasa de refuerzos baja y tasa de castigo alta.

No obstante, hay una evidencia experimental abrumadora de que las parejas en


conflicto experimentan en relación con las parejas bien avenidas, tanto una tasa
baja de conductas placenteras como una tasa alta de conductas
aversivas (Bornstein, Bach, Heider y Ernst, 1981).

Reciprocidad

Jacobson y Margolin (1979) han puesto de relieve que “no hay ningún concepto
que sea más relevante que el tratamiento conductual de las parejas en
conflictos que el principio de la reciprocidad” (Pág. 40-41). En pocas palabras, la
reciprocidad se refiere a la tasa de refuerzo que uno recibe con respecto a la que
uno emite en la relación de pareja, tanto desde una perspectiva actual como
desde una perspectiva a largo plazo.
Son varios los factores de reciprocidad a los que hay que prestar una cierta
atención. En primer lugar, en el análisis de la secuencia contemporánea de
acontecimientos, la norma de reciprocidad predice que uno va a recibir lo que va a
dar. Y, en concreto, las parejas en conflicto reaccionan en forma más impulsiva a
los comentarios y conductas del otro cónyuge que las parejas bien avenidas. En
segundo lugar, esta reactividad inmediata surge con más frecuencia en el área de
las interacciones negativas (Gottman, Markman y Notarius, 1977). Jacobson,
Waldron y Moore, 1980), en donde recurren más a menudo que las parejas sin
conflictos graves a la institución del castigo reciproco como forma de control de la
conducta.

El hecho es que un miembro de una pareja en conflicto, cuando percibe que ha


sido “castigado” por el otro, tiende a vengarse con un castigo (al menos de
intensidad similar) el otro cónyuge tan pronto como le sea posible. En tercer lugar,
la investigación en esta área ha puesto de relieve que, cuando se seleccionan días
aislados, los miembros de las parejas tienden a intercambiarse tasas muy
similares de refuerzos y de castigos (Wills, Weiss y Patterson, 1974). En otras
palabras cónyuges manifiestan una gran paridad de conductas positivas y
negativas en los intercambios recíprocos que establecen diariamente. Por último,
tal como lo han puesto de relieve Gottman y sus colaboradores (Gottman,
Notarius, Markman, bank, Yoopi y Rubin, 1976), esta paridad en el tipo de
intercambios queda nítidamente reflejada cuando se analizan periodos
extensos de tiempo.

De hecho el modelo de intercambio matrimonial propuesto por estos autores,


basado en la analogía con una cuenta corriente bancaria, presupone, desde una
perspectiva muy amplia, la naturaleza equilibrada de las relaciones de pareja. Los
“ingresos” de buena fe, sin nada a cambio (siguiendo la analogía de la cuenta
bancaria), facilitan a las parejas bien avenidas el avance en la relación sin
necesidad de obtener una reciprocidad inmediata a cambio. Las parejas en
conflicto, sin embargo, no han desarrollado la confianza reciproca necesaria para
relacionarse con tanta efectividad como las parejas que tienen una historia de
“ingresos” positivos realizados repetidamente.

Habilidades de comunicación
El problema más frecuentemente citado por las parejas en conflicto es el fallo en
comunicarse. Este concepto – Los problemas de comunicación – ha sido
manejado con profusión durante muchos años en la bibliografía sobre los
problemas de pareja, pero sólo recientemente los investigadores han conseguido
delimitarlos con precisión. Aunque las dificultades de comunicación no son la
causa única de los conflictos de pareja, este problema enturbia las relaciones de
las parejas mal avenidas y complica el desarrollo de las dificultades que ya se han
experimentado.

Weiss y sus colaboradores (Birchler, Weiss y Vincent, 1975; Vincent, Friedman,


Nugent y Messerly, 1979, Vincent, Weiss y Birchler, 1975), han llevado a cabo una
serie de investigaciones en las que han observado a un conjunto de parejas en el
proceso de comunicación, tanto en conversaciones informales como en intentos
de resolver conflictos. Los resultados de este grupo de investigación ponen de
relieve que, en ambos casos de comunicación, las parejas en conflicto emiten una
frecuencia mayor de conductas negativas que las parejas bien avenidas. Y es
más, dado que éste hecho no aparece presente cuando cada uno de los
componentes de las parejas en conflicto se relaciona con otras personas, se
puede concluir que los problemas de comunicación son específicos de la pareja y
no de cada uno de los miembros que la componen.

Gottman y sus colaboradores han desarrollado, de forma similar, una serie de


investigaciones observacionales sobre el proceso de comunicación en la
pareja (Gottman 1979). En lo que a este apartado, sus hallazgos pueden
resumirse en cuatro puntos importantes:

1. Cuando llevan a cabo tareas de conversación en el laboratorio


experimental, las parejas en conflicto muestran, de forma significativa más
conducta no verbales negativas que las parejas bien avenidas.

2. Las parejas en conflicto tienen una probabilidad mayor de implicarse en una


reciprocidad negativas que las personas bien avenidas. Quiere decir ello
que, en el caso de las parejas en conflicto, una conducta negativa de A
tiende a provocar una conducta negativa de B.

3. Las parejas en conflicto y las parejas bien avenidas difieren en el modo en


que plantean la solución de los problemas suscitados. En las parejas bien
avenidas surge un mecanismo adecuado de solución de conflictos, según el
cual el cónyuge A plantea la dificultad existente y el cónyuge B sugiere
alguna forma de acuerdo o de apoyo. Las parejas en conflicto, por el
contrario, se intercambian, repetidamente, las mismas quejas de forma
alternativa, pero sin hacer el esfuerzo de escuchar – no sólo oír – las
preocupaciones del otro y sugerir alguna vía de solución.

4. Las parejas en conflicto y las parejas bien avenidas no difieren en la


“intención” de los mensajes (al menos según lo expresan ellas). Es decir, la
“intención” de los mensajes que ambos tipos de parejas envían a sus
cónyuges respectivos es igualmente positiva. Sin embargo, los mensajes
recibidos por los cónyuges en conflicto (el “impacto” de tales mensajes) son
valorados en casi todas las ocasiones de forma menos positiva que los
mensajes recibidos en las parejas bien avenidas. De este modo, aunque las
parejas en conflicto puedan tener buenas intenciones en los comentarios
que realizan a sus cónyuges, tales comentarios tienden, sin embargo, a ser
frecuentemente malinterpretado.

Por último, Jacobson et., al. (1980) les hicieron rellenar a un grupo de parejas
bien avenida y otro de parejas en conflicto una lista extensa de conductas y unas
escalas y unas escalas de satisfacción marital global referidas a la convivencia
cotidiana. El resultado de esta investigación puso de relieve que en el caso de las
parejas en conflicto, las escalas de satisfacción diaria entraban en la categoría de
“interacción y comunicación negativas”; en el caso de las parejas bien avenidas,
por el contrario, en la categoría de “interacción y comunicación positiva”.En
resumen la conclusión de todos estos estudios es que la insatisfacción matrimonial
está asociada a los déficit de comunicación. Y, en concreto, estos déficits se
intensifican cuando las parejas interactúan en relación con asuntos de conflicto y
de desacuerdo.

Habilidades de solución de problemas

Las habilidades de comunicación constituyen, como ya se ha puesto de relieve


anteriormente, una variable critica que diferencia a las parejas bien avenidas de
las parejas en conflicto, pero hay otra dimensión que requiere también un análisis
cuidadoso. Los déficits de comunicación adquieren en concreto, una relevancia
significativa cuando las parejas afrontan algún tipo de conflicto. El conflicto es una
resultante ineludible de la convivencia en común. De ahí que las parejas, en lugar
de tratar de ignorar los conflictos, deban desarrollar vías aceptables de hacer
frente a las discusiones y de solucionar los conflictos planteados.

Los terapeutas familiares y de pareja de diversas orientaciones se han puesto, sin


embargo, de acuerdo en que las relaciones estables requieren de algún tipo de
orden y regularidad (Gurman y kniskern, 1981). Un sistema familiar no puede
funcionar de una manera coordinada y/o efectiva a menos que se haya
establecido, de forma explicita o implícita, una división de responsabilidades,
reglas y obligaciones. Hay ocasiones, por desgracia, en que un miembro de la
pareja desea cambiar unilateralmente las reglas de juego del matrimonio o que los
dos miembros de la pareja no consiguen ponerse de acuerdo en cuanto a los
procedimientos de cambio. En estas circunstancias se requiere - y se ponen
especialmente a prueba – las habilidades de solución de problemas y de
afrontamiento de conflictos.

Desde hace ya mucho tiempo los terapeutas conductuales han identificado las
estrategias negativas que, de forma ineficaz, vienen utilizándose con frecuencia
para suscitar cambios en las relaciones interpersonales. Un ejemplo de estrategia
ineficaz y, sin embargo, enormemente utilizada de forma universal, es el “proceso
de coacción” (Patterson y Reid, 1970). En los intercambios coactivos un miembro
de la pareja recurre a un estimulo punitivo para obtener un esfuerzo positivo del
otro componente de la pareja según una estrategia fundamentada
inequívocamente en el control aversivo. Veamos, por ejemplo, el caso de un
marido que le solicita a su mujer involucrarse en un juego erótico que él encuentra
particularmente excitante. Cada vez que el se acerca s su mujer, ella se las
ingenia para rehusar su invitación. Pero, al final, él, frustrado e irritado, comienza a
meterse verbalmente con su mujer y llega incluso a amenazarla con entenderse
con otras mujeres. Llegando a este punto de discusión, ella acaba por ceder y,
aunque con reticencia, se implica en la actividad erótica deseada por su marido.
¿Qué principios psicológicos han estado comprometidos en este suceso?

1. La mujer ha reforzado a su marido el uso de una estrategia basada en el


control aversivo.
2. En encuentros futuros de esta índole, el marido tendera a exigir y amenazar
una vez mas como medio de salirse con la suya.

3. La conducta de sumisión de la mujer, a su vez, ha obtenido un


reforzamiento negativo, ya que ha sido esa conducta la que ha hecho
desaparecer un estimulo aversivo (Las exigencias y amenazas de su
marido).

La forma en que ambos miembros de la pareja han obtenido algún tipo de


reforzamiento es completamente insana. De hecho, las relaciones basadas en
el control aversivo generan un proceso relacional destructivo. Tal como lo ha
señalado Jacobson (1981), los resultados de la investigación en esta área
apoyan la idea de que las parejas en conflictos tienden a provocar cambios de
conducta en la relación por medio de estrategias basadas en el control
aversivo (es decir, la administración de estímulos punitivos y la desaparición de
los estímulos positivos). No hay duda, sin embargo, de que el estilo de relación
fundamentado en formas mas positivas de control posibilita la consecución de
los objetivos de uno de un modo más efectivo. Las habilidades de solución de
problemas (entendiéndose como tales al proceso que la pareja asume
conjuntamente para resolver los conflictos planteados y llegar a
acuerdos explícitos) son, justamente, el medio de conseguir tales objetivos.

Factores cognitivos

Las cogniciones están desempeñando un papel cada vez más importante en


el enfoque y tratamiento actuales de las conductas anómalas. Es una prueba
de ello el crecimiento exponencial de las investigaciones en el área de la
modificación de conducta cognitiva (Bornstein, Kazdin y Mclntyre, 1985).
También se ha dejado sentir en el área de la terapia de pareja el influjo de tal
revolución paradigmática. De hecho, los factores cognitivos están asumiendo
un protagonismo cada vez mayor en la conceptualización de la dinámica de la
pareja y del cambio de relación (Baucom, 1981; Epstein, 1982; Jacobson,
McDonald, Follete y Berley, en prensa).

Tal como se ha señalado en este mismo capitulo, las personas se integran


en el matrimonio con un conjunto de expectativas, creencias y fantasías en
relación con el papel de su cónyuge y el suyo propio en la relación muchas de
estas expectativas son, por desgracia, pocas realistas y contribuyen, por tanto,
a generar diferentes grados de frustración, recelo y hostilidad. Epstein y
Eidelson (1981) han llegado incluso a concluir que las creencias poco realistas
acerca de la relación con un preeditor potente tanto del conflicto de pareja
como de expectativas negativas sobre la terapia. De ahí que estos autores
sugieran que los programas de tratamiento para los problemas de pareja
deban incluir necesariamente componentes de reestructuración cognitiva en
relación con el significado mismo de la pareja. Aunque estos investigadores no
han suministrado un listado completo de las creencias poco realistas en la
relación que puedan afectar al ajuste matrimonial, el inventario de creencias
sobre la relación (Eidelson y Epstein, 1982), es un primer paso en el área de la
evaluación cognitiva de la pareja. Este inventario hace un análisis de cinco de
tales creencias:

1. Los desacuerdos son destructivos.

2. Mi cónyuge debe adivinar mis pensamientos.

3. Los cónyuges no pueden cambiar.

4. La perfección sexual.

5. La rigidez de roles sexuales en la relación (Es decir, que los


hombres y mujeres difieren en las necesidades que esperan ver
satisfechas en la relación).

Los resultados de la investigación de estos autores sugieren que todas estas


creencias correlacionan negativamente con el ajuste matrimonial. Hay, por
descontado, otras creencias irracionales que también afectan de forma similar al
ajuste matrimonial, pero carecen aun de la verificación empírica procedente de la
investigación experimental.

De entre las diversas teorías cognitivas que se han propuesto para explicar el
conflicto de pareja, los modelos atribucionales (Kelley, 1973) han recibido una
atención considerable. La hipótesis fundamental subyacente a estos modelos es
que las inferencias causales que los cónyuges establecen a partir de la
observación de la conducta de sus parejas influyen de forma muy poderosa en la
satisfacción propia experimentada en la relación. De forma mas concreta,
Jacobson et,al. (En prensa) han encontrado que las parejas en conflicto atribuyen
las conductas negativas y egoístas del otro cónyuge a factores internos, lo que
lleva consigo un impacto terriblemente negativo en el receptor de las mismas. Por
el contrario, las parejas bien avenidas tienden a atribuir a factores internos las
conductas positivas y reforzante de sus cónyuges. El resultado final en ambos
tipos de parejas es el mantenimiento con el tiempo de las tendencias de
satisfacción actuales. Las parejas en conflicto realzan las conductas negativas de
cada uno de sus componentes y restan importancia a las positivas; las parejas
bien avenidas, en cambio, realzan las conductas positivas y quitan valor a las
conductas negativas que puedan haber ocurrido.

En un enfoque muy interesante, Baucom (1981) ha integrado el trabajo en el área


de las expectativas poco realistas con las atribuciones de la pareja y ha
desarrollado un programa de tratamiento orientado a modificar estas cogniciones
distorsionadas y poco productivas sobre la pareja. Para conseguir este objetivo, se
ha centrado, en primer lugar, en el estilo atribucional y, en concreto, en las
siguientes dimensiones: interno-externo, global-especifico y estable-inestable. En
sesiones ulteriores se presentan y someten a discusión las creencias irracionales
de cada cónyuge en particular, tal como han sido expuestas por Ellis (1962), y las
creencias poco realistas sobre la relación de pareja, tal como han sido señaladas
por Eidelson y Epstein (1982). Mas que intentar modificar directamente las
conductas negativas de cada cónyuge, Baucom propugna, esencialmente,
reexaminar –y quizá modificar-las creencias y las expectativas insatisfechas de
cada cónyuge.

Un factor cognitivo claramente significativo en el modelo conceptual aquí


presentado se relaciona con la valoración de costes-beneficios que hacen los
componentes de la pareja con respecto a otras relaciones que tienen disponibles
en su medio. En resumen, cada uno de los cónyuges sopesa el binomio costes-
beneficios de su pareja actual en relación con ese mismo binomio ofrecido por
otros posibles emparejamientos (independientemente de que tales “novios/novias”
existan actualmente en la red social del sujeto) u otras alternativas no
relacionadas necesariamente con el emparejamiento. Tal como lo señalan
Guzman y Kniskem (1981), este grado de comparación aparece, probablemente,
mediado por la estimación personal de la propia valía y por las
contingencias ambientales asociadas.

De este modo, aunque la relación costes-beneficios pueda favorecer a un(a)


posible novio(a) sobre el cónyuge actual, puede haber otros factores mediación
Ales que fuesen a uno a elegir la alternativa contraria. Lo cierto es, en cualquier
caso, que las personas comparan a nivel cognitivo, los resultados de una relación
con los esperados de otra y que el balance de esta comparación condiciona el
grado de entrega a su matrimonio actual. Este enfoque es, por supuesto, un
análisis simplificado que no ha tenido en cuenta algunas otras variables también
significativas, tales como las distorsiones cognitivas, las perspectivas de
desarrollo, la historia personal…. Sin embargo, el punto significativo, en el
propósito de este capitulo, es que los mecanismos cognitivos influyen
decisivamente sobre la pareja y sobre otras alternativas posibles de relación.

Los datos disponibles hasta la fecha ponen de relieve que mas del 90 por 100 de
la población norteamericana se casa al menos una vez a lo largo de la vida. La
gente se casa, evidentemente, por una variedad de razones, entre las cuales
figuran: a) el amor, b) la búsqueda de una compañía estable, y c) la satisfacción
de unas expectativas previas. Independientemente de las razones por las que la
gente se casa, las estadísticas actuales señalan que alrededor del 50 por 100 de
todos los matrimonios acaba por divorciarse. Los factores que llevan a una pareja
a divorciarse pueden agruparse en categorías sociales, categorías personales y
categorías relacionales. Aunque las repercusiones del divorcio son, lógicamente,
distintas en cada persona y en cada situación, la ansiedad, el dolor, la depresión,
la humillación y los sentimientos de culpa son reacciones frecuentes consecutivas
al hecho de divorciarse. El modelo conductual- sistémico sobre el matrimonio y los
conflictos de pareja toma en consideración estos factores e intenta utilizarlos para
desarrollar un programa de intervención efectivo. Los principios conceptuales de
este modelo son los siguientes:

1. La conducta de los cónyuges debe ser siempre analizada en el contexto


de la relación.

2. El conflicto de pareja surge cuando uno o los dos cónyuges reciben una
tasa baja de conductas placenteras y/o una tasa alta de conductas
aversivas procedentes del otro miembro de la pareja.
3. La reciprocidad de conductas tiende a ocurrir tanto en las parejas bien
avenidas como en las parejas en conflicto, por lo que el intercambio de
conductas negativas tiende a ser mucho más probable en las relaciones
conflictivas.

4. La insatisfacción matrimonial esta asociada inequívocamente a los déficits


de comunicación.

5. Las parejas en conflicto tienen una gran dificultad para resolver los
conflictos y para hacer frente con eficacia a las discusiones y a los
problemas planteados en el curso de la convivencia.

6. Los factores cognitivos influyen directamente sobre el ajuste y la


satisfacción matrimonial.

Una vez establecidos estos principios, el resto del libro esta enfocado a
desarrollar el modelo de tratamiento conductual-sistémico que derivan de estos
mismos principios.

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