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LA SANTA MISA

De todos los temas de Liturgia, el de la Misa es el más importante y el que requiere un estudio más detenido y
amoroso. La Misa se ha de comprender y vivir íntimamente, y quien mejor la comprenda y mejor la viva, será,
indiscutiblemente, el que vivirá más intensa y plenamente la vida cristiana.
Es un deber y a la vez una dignidad -dice el Papa Pío XII- la participación del fiel cristiano en la Santa Misa. Esta
participación no debe ser pasiva y negligente, sino activa y atenta. Aún sin ser los fieles sacerdotes, ellos también
ofrecen la Hostia divina de dos modos: primero, uniéndose íntimamente con el sacerdote en ese Sacrifico común,
por medio de las ofrendas, por el rezo de las oraciones oficiales, por el cumplimiento de los ritos y por la Comunión
Sacramental; y en segundo lugar, inmolándose a sí mismos como víctimas. A ello nos conduce toda la Liturgia de la
Misa y a ello tiende la participación activa en la celebración de la misma.

1. El Sacrificio de la Misa
En la Nueva Ley sólo hay un sacrificio, del cual eran figuras todos los de la Antigua Ley, y él sólo cumple todos los
fines de aquellos: es el Sacrificio cruento de Cristo en la Cruz e incruento en el altar; es decir, el Santo Sacrificio de
la Misa. La Misa por lo tanto, es el Sacrificio de la Nueva Ley, en el cual se ofrece Jesucristo y se inmola
incruentamente por toda la Iglesia, bajo las especies del pan y del vino, por ministerio del Sacerdote, para
reconocer el supremo dominio de Dios y aplicarnos a nosotros las satisfacciones y méritos de su Pasión. La Misa,
renueva y continúa, sin disminuirlo ni aumentarlo, el sacrificio del Calvario, cuyos frutos nos está continuamente
aplicando. Es, dice Pío XII, como el compendio y centro de la religión cristiana y el punto más alto de la Sagrada
Liturgia.
Entre el Sacrificio de la Misa y el de la Cruz, sólo hay esas diferencias: que Jesucristo se inmoló allí en un modo real,
visible, con derramamientos de sangre, y personalmente, mientras que aquí lo hace en forma invisible e incruenta,
bajo las especies sacramentales, y por ministerio del Sacerdote, allí Jesucristo nos mereció la Redención, y aquí nos
aplica sus frutos.
En la Misa Jesucristo es la Víctima y el principal oferente; el segundo oferente es la Iglesia Católica, con todos los
fieles no excomulgados, y su tercer oferente y el ministro propiamente dicho es el sacerdote legítimamente
ordenado.
Se ofrece primeramente, por toda la Iglesia militante, pero secundariamente también por toda la Iglesia purgante, y
para honra de los santos de la Iglesia triunfante.
2. Fines y efectos de la santa misa
La santa misa, como reproducción que es del sacrificio redentor, tiene los mismos fines y produce los mismos
efectos que el sacrificio de la cruz. Son los mismos que los del sacrificio en general como acto supremo de religión,
pero en grado incomparablemente superior. Son los siguientes:

1º ADORACIÓN. El sacrificio de la misa rinde a Dios una adoración absolutamente digna de El, rigurosamente
infinita. Este efecto lo produce siempre, infaliblemente, ex opere operato (El término fue definido en el Concilio de
Trento en 1547; y significa que la validez del sacramento no puede hacerse depender de la fe o de la santidad del
ministro o del sujeto, sino que confieren la gracia por propia e íntima eficacia). La razón es porque este valor de
adoración depende de la dignidad infinita del Sacerdote principal que lo ofrece y del valor de la Víctima ofrecida.
Recuérdese el ansia atormentadora de glorificar a Dios que experimentaban los santos. Con una sola misa podían
apagar para siempre su sed. Con ella le damos a Dios todo el honor que se le debe en reconocimiento de su soberana
grandeza y supremo dominio; y esto del modo más perfecto posible, en grado rigurosamente infinito. Por razón del
Sacerdote principal y de la Víctima ofrecida, una sola misa glorifica más a Dios que le glorificarán en el cielo por toda
la eternidad todos los ángeles y santos y bienaventurados juntos, incluyendo a la misma Santísima Virgen María,
Madre de Dios. La razón es muy sencilla: la gloria que proporcionarán a Dios durante toda la eternidad todas las
criaturas juntas será todo lo grande que se quiera, pero no infinita, porque no puede serlo. Ahora bien: la gloria que
Dios recibe a través del sacrificio de la misa es absoluta y rigurosamente infinita.
En retorno de esta incomparable glorificación, Dios se inclina amorosamente a sus criaturas. De ahí procede el
inmenso valor de santificación que encierra para nosotros el santo sacrificio del altar.
Consecuencia. ¡Qué tesoro el de la santa misa! ¡Y pensar que muchos cristianos la mayor parte de las personas
devotas no han caído todavía en la cuenta de ello, y prefieren sus prácticas rutinarias de devoción a su
incorporación a este sublime sacrificio, que constituye el acto principal de la religión y del culto católico!

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2º REPARACIÓN. Después de la adoración, ningún otro deber más apremiante para con el Creador que el de
reparar las ofensas que de nosotros ha recibido. Y también en este sentido el valor de la santa misa es
absolutamente incomparable, ya que con ella ofrecemos al Padre la reparación infinita de Cristo con toda su eficacia
redentora.
«En el día, está la tierra inundada por el pecado; la impiedad e inmoralidad no perdonan cosa alguna. ¿Por qué no
nos castiga Dios? Porque cada día, cada hora, el Hijo de Dios, inmolado en el altar, aplaca la ira de su Padre y
desarma su brazo pronto a castigar. Innumerables son las chispas que brotan de las chimeneas de los buques; sin
embargo, no causan incendios, porque caen al mar y son apagadas por el agua. Sin cuento son también los crímenes
que a diario suben de la tierra y claman venganza ante el trono de Dios; esto no obstante, merced a la virtud
reconciliadora de la misa, se anegan en el mar de la misericordia divina...» (2)

3º PETICIÓN. «Nuestra indigencia es inmensa; necesitamos continuamente luz, fortaleza, consuelo. Todo esto lo
encontramos en la misa. Allí está, en efecto, Aquel que dijo: «Yo soy la luz del mundo, yo soy el camino, yo soy la
verdad, yo soy la vida. Venid a mí los que sufrís, y yo os aliviaré. Si alguno viene a mí, no lo rechazaré» (5).
Y Cristo se ofrece en la santa misa al Padre para obtenernos, por el mérito infinito de su oblación, todas las gracias
de vida divina que necesitamos. Allí está «siempre vivo intercediendo por nosotros» (Hebr 7, 25), apoyando con
sus méritos infinitos nuestras súplicas y peticiones.
Por eso, la fuerza impetratoria de la santa misa es incomparable. El Padre le escucha siempre: «yo sé que siempre
me escuchas» (Io 11, 42), y en atención a Él nos concederá a nosotros todo cuanto necesitemos.
¡Cuánta desorientación entre los fieles en torno al valor objetivo de las cosas! Lo que no obtengamos con la santa
misa, jamás lo obtendremos con ningún otro procedimiento. Está muy bien el empleo de esos otros procedimientos
bendecidos y aprobados por la Iglesia; es indudable que Dios concede muchas gracias a través de ellos; pero
coloquemos cada cosa en su lugar. La misa está por encima de todo.

4° ACCIÓN DE GRACIAS. Los inmensos beneficios de orden natural y sobrenatural que hemos recibido de Dios nos
han hecho contraer para con El una deuda infinita de gratitud. La eternidad entera resultaría impotente para saldar
esa deuda si no contáramos con otros medios qué los que por nuestra cuenta pudiéramos ofrecerle. Pero está a
nuestra disposición un procedimiento para liquidarla totalmente con infinito saldo a nuestro favor: el santo
sacrificio de la misa. Por, ella ofrecemos al Padre un sacrificio eucarístico, o de acción de gracias, que supera
nuestra deuda, rebasándola infinitamente; porque es el mismo Cristo quien se inmola por nosotros y en nuestro
lugar da gracias a Dios por sus inmensos beneficios. Y, a la vez, es una fuente de nuevas gracias, porque al
bienhechor le gusta ser correspondido.

Aplicación de los frutos de la Misa


Los méritos infinitos e inmensos del Sacrificio Eucarístico no tienen límite y se extienden a todos los hombres y
mujeres de cualquier lugar y tiempo, ya, que por él se nos aplica a todos la virtud salvadora de la Cruz. Sin
embargo, el rescate del mundo por Jesucristo no tuvo inmediatamente todo su efecto; éste se logrará cuando Cristo
entre en la posesión real y efectiva de las almas por Él rescatadas, lo que no sucederá mientras no tomen todas
contacto vital con el Sacrificio de la Cruz y les sean así trasmitidos y aplicados los méritos que de él se derivan. Tal
es, precisamente, la virtud del Sacrificio de la Misa: aplicar y trasmitir a todos y cada uno los méritos salvadores de
Cristo, sumergirlos en las aguas purificadoras de la Redención, que manan desde el Calvario y llegan hasta el altar y
hasta cada cristiano y cristiana.

La participación de los fieles en la Santa Misa


Es un deber y a la vez una dignidad -dice el Papa Pío XII- la participación del fiel cristiano
en la Santa Misa. Esta participación no debe ser pasiva y negligente, sino activa y atenta. Aún sin ser los fieles,
sacerdotes -pues de ninguna manera lo son-, ellos también ofrecen la Hostia divina de dos modos: primero,
uniéndose íntimamente con el sacerdote en ese Sacrificio común, por medio de las ofrendas, por el rezo de las
oraciones oficiales, por el cumplimiento de los ritos y por la Comunión sacramental; y segundo, inmolándose a sí
mismos como víctimas. A ello nos conduce toda la Liturgia de la Misa y a ello tiende la participación activa en la
celebración de la misma.

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