Así dice el Señor: «Se oye un grito en Ramá, lamentos y amargo
llanto. Es Raquel, que llora por sus hijos y no quiere ser consolada; ¡sus hijos ya no existen!» 16Así dice el Señor: «Reprime tu llanto, las lágrimas de tus ojos, pues tus obras tendrán su recompensa: tus hijos volverán del país enemigo — afirma el Señor —. 17Se vislumbra esperanza en tu futuro: tus hijos volverán a su patria —afirma el Señor —. 18»Por cierto, h escuchado el lamento de Efraín: “Me has escarmentado como a un ternero sin domar, y he aceptado tu corrección. Hazme volver, y seré restaurado; porque tú, mi Dios, eres el Señor. Yo me aparté, pero me arrepentí; al comprenderlo me di golpes de pecho. Me siento avergonzado y humillado porque cargo con el oprobio de mi juventud.” 20»¿Acaso no es Efraín mi hijo amado? ¿Acaso no es mi niño preferido? Cada vez que lo reprendo, vuelvo a acordarme de él. Por él mi corazón se conmueve; por él siento mucha compasión —afirma el Señor —. Ponte señales en el camino, coloca marcas por donde pasaste, fíjate bien en el sendero. ¡Vuelve, virginal Israel; vuelve a tus ciudades! 22¿Hasta cuándo andarás errante, hija infiel? El Señor creará algo nuevo en la tierra, la mujer regresará a su esposo.» Hay una tónica en todo este pasaje que hemos leído. Se nos habla de ciertas realidades que vive el pueblo de Israel y allí Dios nos marca una senda de restitución y esperanza. Inicialmente se nos plantea una realidad no muy agradable: «Se oye un grito en Ramá, lamentos y amargo llanto. Es Raquel, que llora por sus hijos y no quiere ser consolada; ¡sus hijos ya no existen!» Es el desconsuelo por la perdida de las personas queridas como los hijos. Perder los hijos es perder una parte nuestra. Cuando se habla de Raquel se habla de la amada de Jacob, y se usa para hablar de Israel como esposa que llora amargamente. Hay una pérdida irrecuperable: sus hijos ya no existen. Las pérdidas irrecuperables causan mucha amargura y dolor. Cuando las cosas que hemos construido se destruyen causa mucho dolor. A todo esto se le une lo que dice el versículo 25: Daré de beber a los sedientos y saciaré a los que estén agotados.» Hay momentos en que ya nos sentimos tan agotados de llorar en que dejamos de lamentarnos no porque se haya acabado el dolor sino porque no hay fuerzas para seguir haciéndolo. Muchas personas, en estos momentos, toman el camino equivocado. Andan buscando saciar su dolor con los amigos o con beber o las drogas pero allí nunca encontrarán la salida. En los momentos en que sentimos que todo se nos acaba, la Palabra nos señala un camino, y nos dice que siempre hay esperanza, que si es posible la restitución. Es que nuestro Dios es un Dios que cuyo poder puede salvarnos. En los caminos del mundo nunca encontraremos nuestra salvación. Que ni se nos ocurra pensar que nuestra salida esta en dejar los brazos de Dios y correr a los brazos del mundo. Podemos estar sintiendo el dolor de Raquel y no encontrar la salida más que llorar. Pero ¿qué hacer en este momento? La palabra nos aparece como lámpara a nuestros pies para no ir tras caminos que solo nos hundirán cada vez más: Reprime tu llanto, las lágrimas de tus ojos, pues tus obras tendrán su recompensa Es necesario reflexionar cuales son nuestras obras, porque estas serán recompensadas. Si son buenas obras no serán en vano. Las obras que hacemos para el Señor no son en vano. Hay esperanza entonces, pero debemos considerar lo que estemos haciendo. No podemos quedarnos quietos sin actuar. No serán las lágrimas las que definirán nuestro futuro sino nuestras obras. La gente que dice que ya no puede más debe saber que no serán las cantidades de llantos las que les traerán un futuro diferente sino las obras que hoy hagan en medio de su dolor. Las lágrimas. en cualquier caso, podrán sacarnos nuestra angustia y dolor pero no cambiarán nuestra condición. ¿Qué estamos haciendo entonces? Cuando sentimos que ya no existe futuro y que no encontramos los caminos, el Señor nos dice que sigamos haciendo obras en el camino del Evangelio. Los jóvenes que dicen que no le encuentran camino a la vida y que los retos que se les presentan no saben ni como enfrentarlos, pero deben saber que sus obras, su servicio para Dios no es en vano. Quizá el futuro se ve incierto, mas si sus padres no les pueden ayudar, pero no deben ponerse a llorar sino a trabajar en el Señor ya que no será en vano. Las mujeres, aunque estén solas, no deben desconsolarse sino ponerse a servir al Señor porque llegará el día en que Dios desatará toda la bendición. Y los hombres que sienten que sus esfuerzos no son suficientes para sacar adelante a la familia deben seguir sirviendo a Dios porque sus obras no quedarán olvidadas. Se vislumbra esperanza en tu futuro: tus hijos volverán a su patria —afirma el SEÑOR—. Todas esas cosas que parecían imposibles de levantar llegará. Lo que hoy sentimos inalcanzable llegará. Ya la Palabra dice: las obras serán recompensadas. Muchos quizá no empezaron bien este año, con muchas cosas sin esperanza, pero la Palabra nos dice que no lo terminaremos igual, porque se vislumbra esperanza en el futuro. Así vemos en la resurrección: pero María se quedó afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Muchas veces el Señor está allí y nuestra actitud murmuradora no nos permite verlo. Y no es que no haya futuro o esperanza ni que Dios se haya olvidado de nosotros sino que estamos tan enfocados en lo que los hombres hacen que no notamos que él está hablando con nosotros. Es importante, por eso, ponerle atención a la Palabra porque allí podemos recibir la apertura de nuestros ojos para descubrir que el Señor está trayendo esperanza donde parece que no hay nada. Cuando todo se desmorona nos quedamos en la repetición cíclica de la perdida y no nos damos cuenta que el Señor está haciendo cosas nuevas. María no lo sabía, y por eso Jesús le dice: ¿A quién buscas? ¿Por qué lloras? Pero ella pensaba que era el que cuidaba el huerto quien le hablaba. La ceguera de la angustia o hasta de la cólera la está quitando la oportunidad de ver el futuro que él está haciendo. Yo no se cual será tu ceguera, puede ser la amargura contra alguien o algo que sucedió; la desesperación de lo que no se tiene o muchas cosas más pero si queremos ver nuevos caminos y pasar del llanto a la recompensa debemos renunciar a toda ceguera. No podemos seguir llorando en el sepulcro cuando él ya anda caminando en nuestra historia abriendo nuestro mismo futuro. Jesús le dijo: —¿Por qué lloras, mujer? ¿A quién buscas? Ella, pensando que se trataba del que cuidaba el huerto, le dijo: — Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, y yo iré por él. Ella quiere ir por él cuando ni se ha dado cuenta que él ya viene por ella. Es que a veces estamos tan enfrascados en conseguir nuestro futuro que no nos damos cuenta que él trae nuestro futuro. No podemos caer en la arrogancia de creer que nosotros somos los que podemos, porque es él quien viene a salvarnos. ¿Hasta cuándo andarás errante, hija infiel? El SEÑOR creará algo nuevo en la tierra, la mujer regresará a su esposo.» Jeremías 31,22 Israel cuando probó la inexistencia tomó caminos que no eran correctos. Si llegamos a sentir que la ausencia a nuestro alrededor nos cubre no andemos probando más caminos, solo vayamos a un lugar: Volvernos a él. Mantenernos en el Señor es el único camino. Los estudiosos de la Biblia no entienden porque la frase: “regresará a su esposo” significa bendición. Pero independientemente de lo que significa para Dios es importante, él creará algo nuevo. Lo grandioso de las pérdidas es que Dios crea algo nuevo. Lo riesgoso es que nos estanquemos llorando por lo que fue y no descubramos lo que será. Se puede llorar por un pasado pero no podemos quedarnos llorando para siempre, debemos hacer obras porque serán recompensadas con cosas nuevas. Mas que lamentarnos y quejarnos debemos refugiarnos en él. Así dice el SEÑOR Todopoderoso, el Dios de Israel: «Cuando yo cambie su suerte, en la tierra de Judá y en sus ciudades volverá a decirse: »“Monte santo, morada de justicia: ¡que el SEÑOR te bendiga!” Allí habitarán juntos Judá y todas sus ciudades, los agricultores y los pastores de rebaños. Daré de beber a los sedientos y saciaré a los que estén agotados.» Y así como he estado vigilándolos para arrancar y derribar, para destruir y demoler, y para traer calamidad, así también habré de vigilarlos para construir y plantar —afirma el SEÑOR—. Debemos considerar estas convicciones que nos permitan estar felices de que viene nuestro futuro: Primero debemos rechazar toda ceguera que nos impida ver el futuro que Dios está construyendo para nosotros. Pidamos al Espíritu que nos quite aquellas cosas que nos están dañando, porque muchas veces tenemos a la par lo que nos está dañando y no la vemos o a la par podemos tener nuestra bendición, e igual, no verla. Debemos salir con nueva visión de lo que Dios está haciendo en nosotros. Segundo, debemos ir con el compromiso de hacer obras porque ellas serán recompensadas. Y tercero, saber que nuestro Dios está haciendo cosas nuevas.