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Fundamentación para una metafísica Edición de Roberto


de las costumbres R. Aramayo
Immanuel Kant

Fundamentación
para una metafísica
de las costumbres

Versión castellana y estudio preliminar


de Roberto R. Aramayo

Alianza editorial
El libro de bolsillo
Título original: Grundlegung zur Metaphysik der Sitten

Primera edición en «El libro de bolsillo»: 2002


Segunda edición: 2012

Diseño de colección: Estudio de Manuel Estrada con la colaboración de Roberto


Turégano y Lynda Bozarth
Diseño cubierta: Manuel Estrada

Reservados todo; lu. derechos El conremdo de esta obra csti protc¡¡idopor la Ley, que estsblece p,,nas
Je pn~uíny/o mullos, odem~sJ., lu correspondientes indemmzseiones por daños y penutcros, para
qurenes reprodujeren,plOJllMrcn,disinbuveren o comunicaren públicarncnrc, en todo o en parte, 1JW1
obra lueraria, ,rustica o cienufica,o su runsíonnación.tntcrpretaci6n o <l«'llCIÓnutúuca fijad• en
cualquier 11¡,n de soporte n eomunicade• través de cualqwcr medio. "" la prcccpuva autoriucióo.

© de la traducción. estudio prelrminar y apéndices:


Roberto Rodríguez Aramayo, 2002
© Alianza Ednorial, S. A , Madrid, 2012
Calle Juan Ignacio Luca de Tena. 15;
28027 Madrid; reléfono 91 393 88 88
www.alianaaeduorial.es

ISBN: 978-84-206-0849·5
Depósito legal: M. 21.385·2012
Printed in Spam

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envíe un correo electrónico a la dirección: alianzaeditorial@anaya.es
,,.
Indice

Estudio preliminar

El empeño kantiano por explorar los últimos


confines de la razón
11 l. Un texto primordial para la ética
14 2. Kant ante la «filosofía popular»
24 3. Los «Prolegómenos de la moral» antes que su
«Crítica»
28 4. ¿ Qué podemos querer?
35 5. Juno y los centauros
38 6. Las célebres disquisiciones kantianas
47 7. La peculiar atalaya del auténtico yo

Sobre la presente traducción y sus predecesoras


55 l. La legendaria traducción de Morente
57 2. Otras versiones castellanas
59 3. Observaciones relativas a la presente traducción
62 4. Ediciones alemanas, francesas e inglesas

Fundamentación para una metafísica


de las costumbres

67 Prólogo

7
Primer capírulo
79 Tránsito del conocimiento moral común de la ra-
zón a1 filosófico

egundo capítulo
101 Tránsito de la filosofía moral popular a una metafí-
sica de las costumbres
157 La autonomía de la voluntad como principio su-
premo de la moralidad
158 La heteronomía de la voluntad como fuente
de todos los principios espurios de la morali-
dad
159 División de todos los posibles principios de lamo-
ralidad a partir del admitido concepto fundamental
de la heteronomía

Tercer capítulo
L66 Tránsito de la metafísica de las costumbres a la críti-
ca de la razón práctica pura
L66 El concepto de libertad es la clavepara explicar la au-
tonomía de la voluntad
168 La libertad tiene que ser presupuesta como atri-
buto de la voluntad en todos los seres raciona-
les
170 Acerca del interés inherente a las ideas de la mora-
lidad
177 ¿Cómo es posible un imperativo categórico?
180 :Cl último confín de toda filosofía práctica
193 Observación final

8
Apéndices
197 1. Bibliografía
211 2. Cronología

217 3. Índice onomástico


219 -t. Índice conceptual

9
Estudio preliminar
El empeño kantiano por explorar
los últimos confines de la razón

Aunque tal cosa no llegase a tener lugarjamás, la idea


que [ormula ese máximum como arquetipo resulta
plenamente certera para llevar el ordenamiento legal
del hombre cada vez más cerca de la mayor
perfeccián posible con arreglo a dicho prototipo.
Pues cuál sea el máximo en donde tenga que
detenerse la humanidad, o cuán grande sea eL
abismo que necesariamente media entre La idea y su
realizacián, es algo que no puede ni debe determinar
nadie, al tratarse justamente de la libertad y ser ésta
capaz de rebasar cualquier límite dado.

Kant, Criaca de la razón pura; A 317 /B 373-374.

l. Un texto primordial para la ética

Si hay un texto de Kant que sea universalmence conoci-


do y profundamente apreciado, éste no es otro que la
Fundamentación para una metafísica de las costumbres
(1785). Alguien tan sobrio en sus ponderaciones como
suele sedo Ernst Tugendhat elogia del siguiente modo
este opúsculo kantiano: «Este librito es quizá lo más
grandioso que se ha escrito en la historia de la ética. Kam

11
Roberto R Aramayo

se deja guiar aquí libremente por la riqueza de su genio,


argumentando de modo tan pleno de fantasía como
riguroso»'. Aunque a primera vista pudiera parecer algo
exagerado, Tugendhat lleva razón en ambas aseveracio-
nes o, al menos, así lo han entendido un sinfín de lecto-
res y toda una legión de comentaristas durante los últi-
mos doscientos años. El estilo esgrimido aquí por Kant
es de una claridad meridiana y se diría no deberse a la
misma pluma que redactó algunas páginas de las tres
«Críticas». De hecho, no habrá muchos que se hayan leí-
do éstas de principio a fin, mientras que por el contrario
sí abundan quienes releen una y otra vez ciertos pasajes
particularmente memorables de la Fundamentación, tal
corno demuestran sin ir más lejos las numerosas traduc-
ciones a que sigue dando lugar hasta la fecha y a las que
aludiré al final de la presente introducción.
Ya en vida del propio Kant fue una de sus obras más
reeditadas2 y su éxito de público sólo se vería superado en
su momento por ese irónico ensayo cuyo tirulo es Hacia la
paz perpetua (1795). A buen seguro, no hay ningún otro
escrito suyo que haya sido más estudiado y más detallada-
mente comentado, según testimonia el último apartado de
la bibliografía que sigue a la presente versión castellana.

l. Cf. Ernsr Tugendhat, Lecciones de ética, Gedisa, Barcelona, 1997,


p. 97.
2. Jobann ~riedrich 1-!anknoch (cuya casa editorial estaba en Riga,
pese.ª trabajar con un impresor de Halle), el editor habitual de Kant,
pu~li~a una segunda edición al año siguiente que contiene muy pocas
vanaciones con respecto a la primera. Ello hace que Weischedel utili-
ce la sigla «BA» para consignar las páginas de sus dos primerasedicio-
nes, reser~~do «A» para hacer lo propio con la segunda Crítica, dado
que su edición las presenta en un mismo volumen.

12
Estudio prclurunar

Como puede comprobarse allí, sobre todo dentro del mun-


do anglosajón, tan aficionado a cultivar la filosofía de ses-
go analítico, se han publicado varios libros que comentan
morosamente cada uno de sus párrafos e incluso tampoco
faltan algunos artículos centrados no ya en un fragmento
del mismo, sino en una sola de sus líneas. Desde luego,
ello es así porque nos encontramos ante una obra cuyo
tono y contenido la hacen particularmente idónea para
realizar un comentario de texto.
Un gran conocedor del pensamiento kantiano, Ernst
Cassirer, destaca también el carácter único en muchos as-
pectos de la Fundamentacián dentro del corpus kantiano,
a la vista de

la vivacidad, la elasticidad y el brío de la exposición. En nin-


guna de sus obras críticas maestras -prosigue Cassirer- se
halla tan directamente presente como en ésta la personali-
dad de Kant; en ninguna brilla tanto como en ésta el rigor de
la deducción, combinado con una libertad tan grande de
pensamiento, en ninguna encontramos tanto vigor y tanta
grandeza morales, hermanados a un sentido ran grande del
detalle psicológico, tanta agudeza en la determinación de los
conceptos unida a la noble objetividad de un lenguaje popu-
lar, rico en felices imágenes y ejemplos}.

Kant emplea en esta obra, según subraya Cassirer, un


«lenguaje popular». ¿Acaso puede serlo un libro cuyo tí-
tulo contiene la palabra «metafísica»?, se preguntará

3. Cf. Ernst Cassirer, Kant. Vida y doctrma (traducción de Wcnceslao


Roces), Fondo de Cultura Económica, México, 1974, p. 281.

13
Roberto R Aramayo

más de uno. Cuando menos, así lo creía el propio autor


de la Fundamentación: «A despecho de su intimidatorio
título -Ieernos en el prólogo mismo de la obra que nos
ocupa-, una metafísica de las costumbres es susceptible
de un alto grado de popularidad y adecuación con el en-
tendimiento común» (A xiv )'\

2. Kant ante la «filosofía popular»

El 16 de agosto del año 1783 Kant escribe a Mases Men-


delssohn una carta donde le comunica lo siguiente:

Este invierno tendré totalmente acabada, o al menos muy


avanzada, la primera parte de mi moral. Este trabajo es suscep-
tible de una mayor popularidad, mas adolece del aliciente adi-
cional que a mis ojos comporta la perspectiva de determinar
los confines y el contenido global de toda razón humana, dado
que cuando a la moral le falta este tipo de trabajo preliminar y
esa precisa delimitación viene a embrollarse inevitablemente
con objeciones, dudas e ilusorias exaltaciones fanáticas'.

AUJ1quetodo lo dicho en esta carta no tiene desperdi-


cio, ahora sólo quisiera hacer hincapié en la cursiva. A
Kant Je había dolido mucho el reproche de que su pri-
mera Crítica no estaba escrita para el gran público, ya

4. Para localizar los pasajes de mi traducción citados en este prólogo


se consignará entre paréntesis la página correspondiente a su edición
prínceps, paginación que se halla reflejada entre corchetes en los már-
genes y a lo largo del texto con la clave A. /
5. Cf. Ak. X, 346-347. La cursiva es mía.

14
Estudio prelirmnar

que le parecía una observación fuera de lugar. Él era


muy consciente de haber sacrificado una claridad intui-
tiva o estética, basada en los ejemplos u otras aclaracio-
nes, en aras de una claridad lógica o discursiva, tal como
explica en el primer prólogo de la Critica de la razón pura
(1781), donde reconoce haber dudado mucho a este res-
pecto, puesto que siempre le han parecido aconsejables
los ejemplos y éstos fluían a lo largo del primer esbozo, si
bien finalmente decidió suprimirlos porque «sólo son
imprescindibles con un designio popular y los auténticos
conocedores de la ciencia no necesitan ese desahogo»6.
Contra este meditado pronóstico, Kant se vio forzado
a redactar una versión más asequible de su primera Crí­
tica, y en el prefacio de los Prolegómenos (1783) confiesa

que no hubiera esperado oír de un filósofo quejas por [alta de


popularidad; amenidad o comodidad, justamente cuando se tra-
ta de un conocimiento que no se puede obtener sino obedecien-
do a las reglas más estrictas de una precisión metódica, a la que
ciertamente puede seguirle también con el tiempo la populari-
dad, si bien ésta nunca puede constituir el punto de partida7•

y añade:

No a todos les es dado escribir de un modo tan sutil y al mis-


mo tiempo tan atrayente como a David Hume, ni tan pro-

6. Cf. Crítica de la razón pura (1781), A xvii-xviii.


7. Cf. Prolegómenos a toda metafísica futura que pueda presentarse
como ciencia (1783), Ak. IV, 263; cf. la edición de Mario Caimi, Istmo,
Madrid, 1999, p. 35. La cursiva es mía.

15
Roberto R Ararnayo

fundamente y a la vez con tanta elegancia como a Moses


Mendelssohn, pero yo bien habría podido darle populari-
dad a mi exposición, si no me hubiera importado tanto el
provecho de la ciencia que ramo tiempo me tuvo atareado8.

Este mismo razonamiento será empleado en la Funda­


mentación, donde Kant sigue defendiendo su metodolo-
gía y se muestra partidario de fundamentar primero la
moral, para pasar luego a procurarle una vía de acceso
mediante la popularidad.

Pero es manifiestamente absurdo -afuma tajantemente-


pretender complacer a ésta ya en esa primera indagación so-
bre la que descansa cualquier precisión de los principios.
Este proceder jamás puede reivindicar el sumamente raro
mérito de alcanzar una popularidad filosófica, ya que no hay
arte alguno en hacerse comprender fácilmente cuando uno
renuncia con ello a un examen bien fundado, trayendo a co-
lación una repulsiva mezcolanza de observaciones compila-
das atropelladamente y principios a medio razonar con la
que sí se deleitan las cabezas más banales, por encontrar allí
algo utilizable para sus parloteos cotidianos, mientras los
más perspicaces quedan sumidos en la perplejidad y se sien-
ten descontentos por no saber mirarla con desdén, aunque a
los filósofos que descubren el engaño se les preste una escasa
atención cuando, después de haber esquivado durante un
tiempo esa presunta popularidad, podrían aspirar a ser po-
pulares con toda justicia tras haber adquirido una determina-
da evidencia» (A 31).
,
8. Cf. Prolegómenos (1783), Ak. IV, 262; ed. cast. cit., p. 35.
Estudio preliminar

Incluso después de haberse publicado los Prolegóme­


nos, Christian Garve se permitía seguir haciéndole a
Kant esta observación: «Si debe tornarse realmente útil,
el conjunto de su sistema tendría que ser expresado de
un modo más populars". Una opinión a la que Kant le
responderá el 7 de agosto con estas palabras:

A Vd. le gusta mencionar la carencia de popularidad como


un merecido reproche que puede hacerse a mi escrito [la
Crítica de la razón pura], cuando en realidad cualquier escri-
to filosófico tiene que ser susceptible de dicho reproche, a
no ser que oculte algo presuntamente absurdo eras el vaho
de una ficticia ingeniosidad. La popularidad puede verse
desplegada en indagaciones ulteriores, pero no suponer su
cornienzo'P.

Mostrándose consecuente, tras haber empleado un


método sintético en la primera Crítica, Kant se propuso
exponer su contenido siguiendo un método analítico en
los Prolegómenos, siendo así que, corno explicita en el §
117 de su Lógica (1800), «el método analítico es más
adecuado al propósito de la popularidad, mientras el
método sintético es más adecuado al propósito de la ela-
boración científica y sistemática del conocimiento»!'.
Tanto Garve como Mendelssohn, los dos corresponsa-
les de Kant que le reprochan imprimir escasa o nula pop u-

9. Cf. la cana que Garve remire a Kant el D de julio del año 1783; Ak.
X, 331.
10. Cf. Ak. X, 339.
11. Cf. Immanuel Kant, Lógica (edición de María Jesús Vázquez Lo-
beiras), Madrid, Akal, 2000, § 117, p. 181.

17
Roberto R Aramayo

laridad a sus escritos, defendían lo que se dio en llamar


una «filosofíapopular», la cual tuvo bastante predicamento
en el siglo xvm dentro de Alemania. Sus adeptos estaban
empeñados en esquivar los tecnicismos y todas las cues-
tiones que tuvieran un carácter demasiado especulativo
para hacerse más asequibles. En pos de tan primordial
objetivo, no dudaban en involucrar a la psicología en el
examen de los problemas morales y tendían a sustituir el
espíritu de sistema por un eclecticismo donde se mezcla-
ban algunas nociones wolffianas con ideas propias del
empirismo inglés o ciertos pensadores franceses de la
época. En su Fundamentación Kant extrae las consecuen-
cias de un proceder tan condicionado por la popularidad:

Si uno echa un vistazo a los ensayos que versan sobre la mo-


ralidad con ese regusto popular tan en boga, pronto se topa-
rá con una peculiar determinación de la naturaleza humana
[. .. ] donde vienen a entremezclarse asombrosamente ora la
perfección, ora la felicidad, aquí el sentimiento moral, allí el
temor de Dios, una pizca de esto y un poquito de aquello,
sin que a nadie se Je ocurra preguntarse si los principios de
la moralidad tienen que ser buscados por doquier en el co-
nocimiento de la naturaleza humana [... ] o [. .. ] si dichos
principios podrían ser encontrados plenamente a priori y li-
bres de cuanto sea empírico en los conceptos de una razón
pura, proponiéndose uno el proyecto de aislar esta indaga-
ción como filosofía práctica pura o (si cabe utilizar tan des-
acreditado nombre) metafísica de las costumbres, para lle-
varla hasta su cabal consumación y hacer esperar a ese
público que reclama popularidad hasta el remate de tal em-
presa (A 31-32). ,,
Estudio prelrminar

Lo cierto es que Kant discrepaba radicalmente del es-


píritu enarbolado por los «filósofos populares», pero no
dejaba de apreciarlos, y no sólo mantuvo una nutrida co-
rrespondencia con ellos o les citó en sus obras, como su-
cede con Johann Georg Sulzer en una nota de la propia
Fundamentación, sino gue también les convirtió en inter-
locutores de sus escritos, tal como hizo con Christian
Garve y Meses Mendelssohn en En torno al tópico: «tal
vez eso sea correcto en teoría, pero no sirve para la prácti­
ca» (1793)l2, más conocido como Teoria y práctica.
Garve ya había dado pie al apéndice de los Prolegómenos,
donde Kant responde a las descalificacionesvertidas por
este autor en su anónima recensión sobre la Crítica de la ra­
zón pura", Mucho después, en la Metafísica de las costum­
bres (1997), todavía polemizará Kant con él acerca del de-
ber de «popularizar» los conceptos que según Garve
debería observar siempre cualquier filósofo", Es más, du-

12. Garve había planteado una serie de objeciones contra la teoría


moral kantiana en sus Ensayos sobre distintas materias de moral, litera­
tura y utda social (Breslau, 1792), que Kant se propuso refutar en la
primera parce de su Teoría y práctica, titulada «Acerca de la relación
entre teoría y práctica en la moral (En respuesta a unas cuantas obje-
ciones del profesor Garve)»; cí, Teoría y práctica, Ak. VID, 278 y ss.
(traducción de Manuel Francisco Pérez López y Roberto Rodríguez
Aramayo), Tecnos, Madrid, 2000, pp. 9 y ss. La tercera sección de la
misma obra, que lleva por título «Acerca de la relación entre teoría y
práctica en el derecho internacional, considerada con propósitos fi-
lanrrópicos universales, esto es, cosmopolitas (Contra Moscs Men-
delssohn)», polemiza con algunas tesis vertidas por Mendelssohn en
su [erusalén.
13. Cf. Prolegómenos, Ak. IV, 37 l y ss., ed. casi. cit., pp. 303 y ss. Este
apéndice acaba por cierto criticando el uso inadecuado del «lenguaje
popular» (cf. Ak. VI, 381; p. 333).
14. Cf. Metafísica de las costumbres, Ak. VI, 206.

19
Roberto R. Aramayo

rante unos meses la propia Fundamentacion habría sido


concebida como una réplica de Kant a un libro publicado
por Garve hacia mediados del año 17831'.Dicha obra era
una traducción suya del De o/ficiis de Cicerón que se veía
flanqueada por un extenso comentario donde Garve brin-
daba su propia concepción ética16• En como a la influencia
que pudo tener este libro sobre Kant al redactar su Funda­
mentación existe algún estudio monográfico17 y también es
un aspecto al que le ha prestado una especial atención entre
nosotros José Mardomingo". Desde luego, la correspon-
dencia de Hamann apunta en esa dirección. El 8 de febrero
del año 1784 Hamann le dice a Herder que «Kant debe tra-
bajar en una Anucritica, a la que todavía no sabe qué título
poner, acerca del Cicerón de Garve»19• Hamann entiende

15. «A comienzos de 1784 le asaltó durante algunos meses la idea de


revestir su escrito ético como una polémica contra los tratados de Gar-
ve sobre el De o/ficiis de Cicerón. Si bien, al no ser muy amigo de Las
polémicas de coree académico, pronto retomo el plan de redactar un
escrito aparre» (cf. Karl Vorlánder, lmmanuel Kant. Der Mann und das
Werk, Felix Meiner, Harnburgo, 1977, p. 291).
16. Cf. Christian Garve, Pbilosopbucbe Anmerkungen und Abband­
lungen zu Cicero's Bücbern uon den Plicbten, Breslau, 1783 (3 vols.),
Kant cita esca edición en una nota de su Teoríay practica cf. Ak. VIII,
285 n.; ed cast. cit., p 19 n
~7. Cf Carlos Melches Gihert, Der Ein/luf!, uon Cbnstian Garues
Ubersetzung Ciceros «De Offiais» auf Kants «Grund/egung zur Me­
tapbyss]: der Sitten», S Roderer Verlag, Regensburg, 1994. Según este
autor el inílujo de Garve se adveruna sobre todo en la segunda sec-
ción del texto kantiano; cf. pp. 77 y ss.
18. Quien lo analiza pormenorizadameote, basta convertirlo en el eje
central del estudio preliminar a su propia traducción de la Fundamen­
tación; d lmmanuel Kant, Pundamentaaán de la metafistca de las cos­
tumbres, Ariel, Barcelona, 1996, pp. 18 y ss.
19. CT. Johann Georg Hamann, Bnefioecbsel (hrsg. von Arthur Hen-
kel), Inscl Verlag, Wiesb3den, 1965, vol. V, p. 123.

20
Estudie preliminar

que Kant buscaba un desagravio a la famosa reseña de Gar-


ve sobre la primera Critica".
El «mago del Norte»?' va informando también puntual-
mente sobre la paulatina evolución del título, de suerte
que su correspondencia supone una fuente ineludible
(aunque acaso no del codo fidedigna, dada la sarcástica
imaginación de Hamann) para reconstruir los pasos da-
dos por Kant al redactar la Fundamentación. A finales de
abril Hamann comunica que «Kant está trabajando en un
Pródromo [precursor] de la moral, que al principio quería
titular Anticrítica y debe tener alguna relación con el Cice-
rón de Garve-". Transcurridos unos meses, el 8 de agos-
to, Herder será informado por Hamann de que «Kant
está trabajando con denuedo en un Pródromo a su metafi­
sica de las costumbress", Tan sólo <los días más tarde Har-
tknoch, quien publicará el texto, es informado de «que
J achmann, el amanuense de Kant, está apresurándose a
transcribir el Pródromo a la metafísica de las costumbress",

20. Cf. sus canas a johann George Scheífner (del 18 Je febrero


y el 19
de marzo del año 1784) y a Hartknoch ( 18 de marzo), op
cit., vol. V,
pp 129, 131 y 134
21 A Harnann le gustaba este apodo, tal como recuerda
el título del
ensayo que le dedica Isaiah Berlin (El mago del Nor~e.}. G.
Hamann Y
el origen del irraczonalismo moderno, Tecnos, Madrid, 1997).
22. Cf. la carta de Harnann a Johann Georg Müller del 30.04
L 784,
en Johann Georg Hamann, Briefioecbsel (hrsg. von Arthur
Hen-
kel), Insel Verlag, Wiesbaden, 1965, vol. V, p. 14 l. El
2 de mayo
escribe a Herder en este mismo sentido: «La Anucritica
sobre el
Cicerón de Garve se ha transformado en un Pródromo
de la mo-
ral»; cf. ibid., p. 147.
23. Cf. op. cit., vol. V, p. 176.
24. a. la carta de Hamann a Hartknoch del 10.08.1784; op. at., vol.
V,
p. 182.

21
Roberto R. Aramayo

Poco después, el 15 de septiembre, Hamann le dice a


Herder que aguarda de un momento a otro «los Prole­
gómenos a una metafísica de las costumbressé . Luego, el
19 de septiembre, anuncia que «Kant ha enviado el ma-
nuscrito de su Fundamentación para una metafísica de las
costumbres»26, dato que se ve corroborado por el propio
Kant, cuando le dice a Biester que su tratado moral estaba
en manos del impresor veinte días antes de la Feria de San
Miguel27• Sin embargo, pese a que la Fundamentación es-
taba terminada en septiembre de 1784, la obra no apare-
cerá hasta la pascua del año siguiente y, de hecho, Kant no
recibirá los primeros ejemplares hasta el 8 de abril del año
178528.
Entre tanto, aun cuando con toda probabilidad fue-
ron redactadas una vez que hubo dado por terminada la
Fundamentación, a finales de 1784 aparecen en la Revis­
ta mensual berlinesa dos opúsculos tan emblemáticos
del pensamiento kantiano como son sus Ideas para una
historia universal en clave cosmopolita y su Contestación
a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?29• Hartknoch, un

25. Cf. op. cit., vol. V, p. 217.


26. Cf. la carra de Hamann a Johann George Scheffner; op. at., vol. V,
p. 222.
27. Cf. la carta de Kant a}. E. Biester del 31.12.1784; Ak. X, 374.
28. Según la carta que Hamann remite a Herder el 14 de abril del año
L785: «Hartknoch vino d viernes pasado y con el editor llegaron des-
de Halle cuatro ejemplares de la Fundamentación para una metafísica
de las costumbres destinados al autor», cit. por Karl Vorlánder en la
introducción a su edición de Felix Meiner, Leipzig, 1906, p. xii, don·
de se corrige la fecha del 7 de abril dada por Paul Natorp (cf. Ak. IV,
628).
29. Que fueron publicadas en los números de noviembre y diciembre
de la Berliniscbe Monatscbrift editada por J. E. Biester,

22
Estudio preliminar

antiguo discípulo de Kant que ya había publicado la


Crítica de la razón pura y editó asimismo la Fundamen­
tación, pedirá disculpas a Kant por este retraso de seis
meses debido al impresor Grunert, asegurándole que
. JO •
no se repetirá en el fu turo una demora semejan te , sr
bien una demora muy similar se dará de nuevo poco
después, cuando Kant les confíe su Crítica de la razón
práctica", La expectación provocada por ese retraso de
medio año es enorme" y el 7 de abril, la víspera del día
en que Kant recibe los cuatro primeros ejemplares de la
Fundamentación, la Gaceta literaria decide anunciar ex-
cepcionalmente su aparición sin esperar a tener ocasión
de reseñar dicha obra, para poder brindar a sus lectores
esa «gran primicia» antes que nadie". A esas alturas, la
estructura y los contenidos del texto han debido de cir-
cular de alguna manera, porque Hamann descarta su
hipótesis aun antes de que sea publicada la Fundamen­
tacián y así se lo hace saber a Herder el 28 de marzo del
año 1785: «El Principium de su moralidad aparece tam-
bién en pascua. Del apéndice contra Garve parece no
haber quedado nada; supongo que debe de haber acor-
tado la obra en cuestión»34• En todo caso, aunque no

30. Cf. la carca de Hartknoch a Kant del 8.10.1785; Ak. X, 387.


31. Que fue publicada en 1788, pese a haber sido acabada en sep-
riembre de 1787; cf. el estudio preliminar a mi edición de Kant, Criti­
ca de la razón práctica, Alianza Editorial, Madrid, 2000, p. 12.
32. «Ardo en deseos de ver su nuevo escrito», escribía Schücz a Kan e
el 18.02.1785; Ak. X, 375.
33. El texto del anuncio en la Allgemeine Litteraturzeitung es citado
por Natorp en la introducción mencionada coa anterioridad; cf. Ak.
IV, 428
34. a. Hamann, Bnefioecbsel, ed. cit., vol V, p. 402.

23
Roberto R. Aramayo

quepa rastrear en la Fundamentación huellas directas


del tratado de Garve sobre Cicerón, no cabe duda de
que, sin embargo, el célebre representante de la «filoso-
fía popular» supuso un continuo acicate intelectual
para Kant, muy especialmente dentro del ámbito de su
reflexión moral".

3. Los «Prolegómenos de la moral» antes que su


«Crítica»

Por de pronto, Garve muy bien pudo ser el responsable


de que Kant decidíera utilizar un método analítico como
paso previo al empleo del sintético en la Fundamenta­
ción, cuyos dos primeros capítulos emplean el primer
método, para dejar el segundo a la tercera y última sec-
ción; es decir, que Kant habría querido adelantarse a una
repetición de la historia sobre su escasa «popularidad» y
habría preferido escribir en primer lugar los Prolegóme­
nos de su filosofía moral, anees de ofrecer la correspon-
diente Crítica de índole práctica. Después de todo, ésta
era una tarea que cabía postergar dentro del ámbito
práctico, y ello por las razones que Kant explicita en el
prólogo de la Fundamentación:

Resuelto como estoy a suministrar algún día una metafísica


de las costumbres, anticipo de momento esta fundamenta-

35. Veáse, v.g., la discusión mantenida por Kant con el ensayo de


Gaive titulado Sobre lo tnnculacián de la moral con lo política (1788) en
Hacia la paz. perpetua (cf Ak. VIII, 385 n.).

24
Estudio preliminar

ción. A decir verdad no existe otra fundamentación para di-


cha metafísica que la crítica de una razón práctica pura, cal
como para la metafísica lo es la ya entregada crítica de la ra-
zón pura especulativa. Sin embargo, esta segunda crítica no
es de una necesidad tan apremiante corno la primera, en
parte porque la razón humana puede ser llevada fácilmente
hacia una enorme rectitud y precisión en lo moral, incluso
dentro del entendimiento más común, al contrario de lo
que sucedía en el uso teórico puro, donde se mostraba en-
teramente dialéctica; por otra parce, para la crítica de una
razón práctica pura, si debe ser completa, exijo que haya de
poder mostrar al mismo tiempo su continuidad con la espe-
culativa en un principio común, porque a la postre sólo
puede tratarse de una y la misma razón, que simplemente
ha de diferenciarse por su aplicación. Pero aquí no podía
brindar esa integridad sin traer a colación consideraciones
de muy otra índole y desorientar a los lectores. Por ello no
empleo el rótulo de Crítica de la razón práctica pura y me sir-
vo del de Fundamentación para una metafísica de las costum­
bres (A xiii-xvi).

Dulce María Granja propone recurrir a una metáfora


para visualizar mejor la distinción entre los métodos ana-
lítico y sintético a que aludí hace un momento. El prime-
ro sería comparable al utilizado por el explorador que
remonta un río en busca de sus ignotas fuentes, tal como
se hizo con el misterioso Nilo hasta dar con los lagos que
lo alimentan en su inicio, mientras el segundo equival-
dría, según este mismo símil, a hacer justamente lo con-
trario, es decir, a partir de su manantial originario, para
seguir luego el cauce del río alimentado por sus aíluen-

25
Robcno R Aramayo

tes, hasta llegar finalmente a su desembocadura en el


mar".
En la Fundamentación Kant se propone comenzar con
este segundo tipo de itinerario y partir de los juicios que
realiza comúnmente nuestra conciencia moral, para des-
cubrir desde ahí el principio supremo de la moralidad que
los fundamenta, o sea, el manantial del que habrían de
fluir codos nuestros deberes morales, proponiéndose ade-
más hacer luego el mismo recorrido, pero en sentido in-
verso; en efecto, el tercer capítulo partirá del poder prác-
tico que se atribuye a la razón pura y que viene a expresar
el concepto de libertad, para descender a continuación
hacia las determinaciones más concretas del deber.

Creo -señala Kant aJ final del prólogo- haber adoptado en


este escrito el método más conveniente, si uno quiere tomar
el camino que parte analíticamente del conocimiento común
y va hasta la determinación de aquel principio supremo,
para retornar luego sintéticamente a partir del examen de tal
principio y sus fuentes hasta el conocimiento común, en
donde se localiza el uso de dicho principio (A xvi).

Por seguir con la metáfora, el primer capítulo del texto


presentado aquí se situaría en la desembocadura misma
de nuestro río ético, en cuyo estuario viene a predominar
aquello que Hamann tildó de nuevo «Idolow" kantiano:

36. Cf. Dulce María Granja Castro, estudio preliminar a su edición


bilingüe de lmmanuel Kant, Crítica de la razón práctica, Biblioteca de
signos, México, 2001, nota de la p. xv.
37. Nada más recibir sus cuatro primeros ejemplares, Kant había re-
galado uno a Hippel y éste se lo prestó seguidamente a Hamann,
/

26
Estudio preliminar

la buena voluntad, una noción que según Kant cualquie-


ra puede asumir sin grandes dificultades como criterio
elemental de toda valoración moral; esta premisa nos im-
pondrá examinar el concepto del deber y éste será la em-
barcación que nos permita navegar al adentrarnos ya por
el cauce del río. La misión del segundo capítulo consisti-
rá en vadear las corrientes de los afluentes que alimentan
ese río cada vez más caudaloso y cuyo decurso va trazan-
do innumerables meandros, para ir poniendo diques de
contención allí donde las turbulentas aguas torrenciales
amenacen con desbordar su nivel; una labor que nos im-
pondrá discriminar entre varios tipos de imperativos
prácticos y fecundas disquisiciones morales. Por último,
el tercer capítulo habrá de remontarse fatigosamente
hasta los neveros que nutren el manantial primigenio del
río; es decir, tendrá que afrontar el espinoso problema
de la libertad y aventurarse a explorar los ignotos confi-
nes de nuestra razón, para descubrir si la voluntad hu-
mana puede ser libre y autónoma.

quien leyó con avidez en unas pocas horas el texto del que tanros me-
ses llevaba hablando a sus distintos corresponsales. El 15 de abril Ha-
mann escribe a Herder para comunicarle sus impresiones: «En lugar
de sobre la razón pura, aquí se habla sobre otra quimera, sobre otro
ídolo: la buena voluntad. Que Kant es una de nuestras cabezas m¡ÍS
agudas tiene que concedérselo hasta su adversario, pero por desgracia
esa ingeniosidad es también su peor demonio, pues esta nueva esco-
lástica representa las orejas de Midas que señorea nuestro siglo». Y el
22 de mayo le dice a Scheffner: «Razón pura y buena voluntad siguen
siendo meras palabras cuyo concepto no soy capaz de alcanzar con
mis sentidos» (cit. por Vorlánder en el estudio preliminar ya mencio-
nado con anterioridad; cf. p. xiii).

27
Roberto R Aramayo

4. ¿Qué podemos querer?

Kant comienza su análisis examinando aquello a lo que


llamamos «bueno» y brinda todo un catálogo de cosas
tan buenas como deseables. El ser inteligente o el tener
ingenio son cosas tan apreciadas como el ser tenaz o el
tener coraje. Uno puede atesorar muchos talentos y po-
seer un temperamento envidiable, pero todos esos dones
de la naturaleza no sirven para mucho cuando son mal-
versados por una mala voluntad, pues nuestro querer es
lo que nos imprime uno u otro carácter, según los admi-
nistre de uno u otro modo. Así por ejemplo, el autocon-
trol ejercido sobre nuestras pasiones parece algo muy
positivo y, sin embargo, «la sangre fría de un bribón le
hace no sólo mucho más peligroso, sino también mucho
más despreciable ante nuestros ojos de lo que sería tenido
sin ella» (A 2-3 ). Y eso mismo sucede con lo que damos en
llamar dones de la fortuna. Las riquezas, el poder o la sa-
lud son bienes muy relativos desde un punto de vista es-
trictamente moral. La felicidad, el hallarse uno contento
con su propio estado, no viene a identificarse con lo bue-
no por antonomasia, y «un espectador imparcial -aduce-
[. .. ] jamás puede sentirse satisfecho al contemplar cuán
bien le van las cosas a quien adolece por completo de una
voluntad puramente buena» (A 2).
Albergar buenas intenciones está muy por encima del
cosechar éxitos dentro de una escala moral. Éste sería el
consenso inicial. Una voluntad no es calificada de buena
por conseguir cuanto se propone y su querer es lo único
que sería capaz de convertirla en algo bueno sin más,
algo bueno en términos absolutos y no bajo algún otro
,
Estudio preliminar

respecto. Resulta inevitable recordar aquí ese célebre y


hermoso pasaje, tantas veces citado, en donde la buena
voluntad es comparada con una joya que brilla por sí
misma y cuyo valor puede ser apreciado al margen de
toda utilidad, sin quedar en modo alguno empañado por
el fracaso, siempre que su empeño haya sabido agotar to-
dos los recursos a su alcance:

Aun cuando merced a un destino particularmente adver-


so, o a causa del mezquino ajuar con que la haya dotado
una naturaleza madrastra, dicha voluntad adoleciera por
completo de la capacidad para llevar a cabo su propósito
y dejase de cumplir en absoluto con él (no porque se
baya limitado a desearlo, sino pese aJ gran empeño por
hacer acopio de todos los recursos que se hallen a su al-
cance), semejante voluntad brillaría pese a todo por sí
misma cual una joya, como algo que posee su pleno valor
en sí mismo. A ese valor nada puede añadir ni mermar la
utilidad o el fracaso. Dicha utilidad sería comparable con
el engaste que se le pone a una joya para manejarla mejor
al comerciar con ella o atraer la atención de los inexper-
tos, mas no para recomendarla a los peritos ni aquilatar
su valor (A 3-4).

Si nuestro destino consistiera tan sólo en ser felices, la


naturaleza habría confiado esa misión al instinto, pues
«cuanto más viene a ocuparse una razón cultivada del
propósito relativo al disfrute de la vida y la felicidad, tan-
to más alejado queda el hombre de la verdadera satisfac-
ción» (A 5). Mientras que nuestros instintos velan muy
certera y eficazmente por la satisfacción de nuestras ne-

29
Roberto R Aramayo

cesidades e inclinaciones, la razón sólo sirve para incre-


mentarlas y multiplicarlas. En cambio, lo que sí puede
conseguir la razón es generar una voluntad buena de
suyo, es decir, buena en sí misma y no en relación para
con uno u otro propósito. Tras este argumento de rai-
gambre teleológica", Kant pasa entonces a examinar el
concepto del deber, advirtiendo que algunas acciones
aparentemente conformes al deber pueden tener una
motivación muy distinta y que a veces resulta complica-
do discriminar su filiación. Para ilustrar esta dificultad
recurre al ejemplo del tendero.

Resulta sin duda conforme al deber que un tendero no cobre


de más a su cliente inexperto y, allí donde abundan los co-
mercios, el comerciante prudente tampoco lo hace, sino que
mantiene un precio fijo para todo el mundo, de suerte que
hasta un niño puede comprar en su tienda tan bien como
cualquier otro [ ... ]; sin embargo, esto no basta para creer
que por ello el comerciante se ba comportado así por mor
del deber y siguiendo unos principios de honradez. [... ] Su
beneficio lo exigía y tal acción obedece simplemente a un
propósito interesado (A 9).

Hacer el bien en aras del deber mismo y no merced a


una u otra inclinación constituiría por lo tanto la primera
regla para una voluntad buena en sí misma. Según esto,
nuestro tendero 1:1º puede asentar el deber de compor-

38. Que Kant desarrollaráen el opúsculo que redacta nada más termi-
nar la Fundamentación. Cf. Ideas para una historia universal en clave
cosmopolita (1784), Ak. VID, 18 y ss., Tecnos, Madrid, 1987, pp. 5 y ss.
,;
30
Estudio preliminar

tarse honradamente con los clientes en su propia conve-


niencia y la buena marcha del negocio, sino en la hones-
tidad misma. Ni tampoco un filántropo cumplirá
realmente con el deber de auxiliar al prójimo, si se mues-
tra caritativo, no ya por vanidad o en función de algún
interés personal en ello, sino simplemente porque le re-
gocija experimentar su propia compasión hacia el infor-
tunio ajeno y encuentra un íntimo placer en esparcir jú-
bilo a su alrededor, teniendo por consiguiente que
sustraerse a ese singular deleite. Y de igual modo, asegu-
rar la propia felicidad sólo podrá representar un deber
indirecto por el hecho de que su ausencia, esto es, el ver-
se apremiado por múltiples preocupaciones y atosigado
por un cúmulo de necesidades insatisfechas, viene a su-
poner una gran tentación para transgredir los deberes.
Así pues, las acciones no encuentran su valor moral en
el propósito que ha de ser alcanzado, sino en la máxima
que nos ha determinado a ejecutarlas. El valor moral de
nuestros actos estriba en el principio que regula nuestro
querer y no en el objeto perseguido por nuestra volición.
Los fines y móviles de la voluntad no pueden conferir a
las acciones ningún valor moral incondicionado. ¿Dón-
de puede residir dicho valor, si éste no debe subsistir en
la voluntad con relación a su efecto esperado?, se pre-
gunta Kant. Pues en un principio formal del querer.

La voluntad -argumenra- está en medio de una encrucijada,


entre su principio a priori, que es formal, y su móvil a poste­
riori, que es material; y como, sin embargo, ha de quedar de-
terminada por algo, tendrá que verse determinada por el
principio formal del querer en general, si una acción tiene

31
Roberto R Aramayo

lugar por deber, puesto que se le ha sustraído todo principio


material (A 14).

Esto equivale a obrar merced al respeto que nos infun-


de la ley o, dicho de otro modo, a convertir la mera re-
presencación de dicha ley en el único motivo que respal-
de nuestras acciones u omisiones. La voluntad queda
despojada de cualquier acicate ajeno a esa única motiva-
ción. Para obrar moralmente tengo que limitarme a com-
probar si podría querer ver convertida mi máxima en una
ley con validez universal, es decir, conjeturar si algún
otro podría también querer que dicha máxima pudiera
ser adoptada por cualquiera en todo momento y circuns-
tancia.
Este planteamiento queda ilustrado con el famoso ejem-
plo de la falsa promesa. Uno puede planear librarse de un
aprieto realizando una promesa que no piensa mantener y
sopesar prudentemente sus consecuencias, calculando los
pros y los contras de tal resolución. Después de todo,

si traiciono mi máxima de la prudencia, eso puede serme


muy provechoso de vez en cuando, aunque resulte más fia-
ble perseverar en ella. Con todo, el modo más rápido e infa-
lible de aleccionarme para resolver este problema es pregun-
tarme a mí mismo: ¿acaso me contentaría que mi máxima
(librarme de un apuro gracias a una promesa ficticia) debie-
ra valer como una ley universal (tanto para mí como para los
demás), diciéndome algo así como: "Cualquiera puede ha-
cer una promesa hipócrita, si se halla en un apuro del que no
puede salir de otro modo". En seguida me percato de que, si
bien podría querer la mentira, no podría querer en modo al-

32 ,
Estudio preliminar

guno una ley universal del mentir; pues con arreglo a una ley
tal no se daría propiamente ninguna promesa, porque resul-
taría ocioso fingir mi voluntad con respecto a mis futuras ac-
ciones anee otros, pues éstos no creerían ese simulacro o, si
por precipitación lo hicieran, me pagarían con la misma mo-
neda, con lo cual mi máxima, tan pronto como se convirtiera
en ley universal, tendría que autodestruirse (A 19),

eliminándose automáticamente a sí misma.

Ningún otro ejemplo de los aducidos por Kant se muestra


tan efectista como éste sobre la falsa promesa. En un mo-
mento dado puedo querer adoptar como máxima de mi
conducta una mentira, mas nunca podría llegar a querer el
mentir como una norma con validez universal, porque di-
cha máxima se autodestruiría en cuanto pretendiese co-
brar el rango de ley. Kant no piensa estar descubriendo
con esto un principio moral desconocido hasta entonces,
pero sí cree haber dado con una nueva fórmula para ver
cómo cabe aplicar dicho principio instaurado en la con-
ciencia moral ordinaria". Esta fórmula no requiere una

39. Así lo expresa en una nora de la segunda Critica, donde responde


a uno de los reproches esgrimidos contra la Fundamentacián: «Que-
riendo reseñar algún defecto de este trabajo [la Fundamentación]. un
crítico acertó más de lo que él mismo se imaginaba, al afumar que no
se erigía en él ningún principio nuevo de la moralidad, sino sólo una
nueva fórmula. Pues, ¿qtÚén querría introducir un nuevo principio de
toda moralidad e inventar ésta por vez primera?, como si el mundo
hubiese permanecido hasta él ignorante de lo que sea el deber o hu-
biera estado sumido en un continuo error a este respecto. Sin embar-
go, quien sabe lo que significa para el matemático uruJ/órmula, la cual
determina con entera exactitud y sin equivocarse codo cuanto se ha de
hacer para resolver un problema, no tendrá por algo insignificante y

33
Roberto R Acamayo

particular perspicacia ni tampoco poseer un gran caudal


de conocimientos o experiencias, como sí precisa el com-
plejo e incierto cálculo prudencial a la hora de sopesar los
beneficios y perjuicios acarreados por unas consecuencias
más o menos previsibles. Para compulsar si mi querer es
moralmente bueno, bastaría con preguntarme si mi pauta
de conducta podría verse adoptada por cualquier otro en
todo momento, sin tener que calibrar en modo alguno si
resulta perjudicial para mí o para los demás.
Con esta brújula en la mano -aduce Kant- resultaría
muy sencillo distinguir cuanto es conforme o contrario
al deber, puesto que sirve para orientarnos hacia el que-
rer propio de una voluntad buena en sí misma. Esta fór-
mula no enseña nada nuevo -Insiste-, sino que sólo nos
hace reparar en un conocimiento que ya poseíamos, tal
como hada Sócrates con su mayéutica. Por ello -prosi-
gue-, casi parece innecesario complicar este certero
diagnóstico, propio de la conciencia moral más común,
con sofisticadas especulaciones filosóficas en tomo a lo
que sea justo. Sin embargo, como el contrapeso de nues-
tras necesidades e inclinaciones tiende a poner en duda
esa evidencia y pretende acomodar estos preclaros dictá-
menes a nuestros confusos deseos, tampoco es ocioso
que la filosofía comparezca en esta reflexión práctica
para determinar con precisión las fuentes de tal princi-
pio, erradicando así la perplejidad en que nos viene a su-
mir esa dialéctica entablada entre las impetuosas deman-

superfluo una fórmula que haga eso mismo con vistas a cualquier de-
ber en general» (Crítica de la razón práctica, Ak. V, 8 n.; Alianza Edi-
torial, Madrid, 2000, pp. 58-59 nota}.

34
.,
Estudio preliminar

das de nuestros apetitos y aquello que nos infunde un


respeto desinteresado.

5. Juno y los centauros

Llegados a este punto, Kant comienza por constatar que


nadie puede hallarse nunca totalmente seguro de haber
obrado por un puro respeto al deber y siempre cabe la
duda de que hayan intervenido subrepticiamente otros
factores ajenos a tan sublime representación. Siempre
cabe sospechar que

La auténtica causa determinante de la voluntad no haya sido


realmente algún secreto impulso del egoísmo, camuflado
tras el mero espejismo de aquella idea; pues, aunque nos
gusta halagamos atribuyéndonos falsamente nobles moti-
vos, en realidad ni siquiera con el examen más riguroso po-
demos Llegar nunca hasta lo que hay detrás de los móviles
encubiertos, porque cuando se trata del valor moral no im-
portan las acciones que uno ve, sino aquellos principios ínti-
mos de las mismas que no se ven (A 26).

Sin embargo, el que no quepa encontrar un amigo ge-


nuinamente leal no merma un ápice la idea de lealtad,
considerada ésta como un deber genérico anterior a toda
experiencia.

El peor servicio que se puede rendir a la moralidad -nos ad-


vierte Kant- es querer hacerla derivar de unos cuantos ejem-
plos. Porque cualquier ejemplo suyo que se me presente ha

35
Robeno R Aramayo

de ser enjuiciado previamente según principios morales,


para ver si es digno de servir como ejemplo primordial o mo-
delo, pero en modo alguno puede suministrar el concepto
de moralidad (A 29).

Por ello se hace necesario fundamentar una metafísica de


las costumbres que indague las fuentes a priori del deber y
aparte todo elemento empírico de nuestras normas mora-
les.

Todo cuanto sea empírico no sólo es algo totalmente inservible


como suplemento del principio de la moralidad, sino que se
muestra sumamente perjudicial para la pureza misma de las
costumbres, en las cuales el valor intrínseco de una voluntad
absolutamente buena [ ... ] consiste precisamente en que el prin-
cipio de la acción se vea libre del influjo ejercido por funda-
mentos contingentes que sólo puede suministrar la experiencia.
Contra ese [ ... ] banal modo de pensar que rebusca el principio
entre motivaciones y leyes empíricas tampoco cabe promulgar
[. .. ] demasiadas advertencias, porque, para no extenuarse, a la
razón humana le gusta reposar sobre tal almohada y, al soñar
con simulaciones más melifluas (que sin embargo le hacen es-
trechar entre sus brazos una nube en vez de abrazar a Juno),
suplanra a la moralidad por un híbrido cuyo bastardo parentes-
co es de muy distinto linaje y que se parece a cuanto uno quiera
ver en él, si bien jamás le confundirá con la virtud aquel que
haya contemplado una sola vez su verdadero semblante (A 61).

Reparemos un momento en lo dicho entre paréntesis.


Kant recurre aquí a un mito, el de la diosa Juno, para
ilustrar la diferencia entre su metafísica de las costum-
;
Estudio preliminar

bres y los heteróclitos principios morales de la filosofía


popular. Quizá merezca la pena recordar ese mito.
Juno para el mundo romano significaba lo mismo que
la diosa Hera entre los griegos. Ambas eran las esposas de
los respectivos reyes del Olimpo, o sea, de Júpiter en la
tradición romana y de Zeus en la primigenia nomenclatu-
ra helénica. Según el relato mitológico al que alude Kant,
Zeus habría invitado a Ixión al Olimpo para purificarle
del asesinato de su propio suegro; sin embargo, Ixión
quiso aprovechar su estancia en el Olimpo para seducir a
la esposa de su benefactor, la cual no dejó de quejarse
ante su poderoso marido. Antes de castigar ese atrevi-
miento amarrándole a una rueda flamígera que gira sin
cesar en los infiernos, Zeus decidió divertirse un poco
dando a una nube la figura de su mujer. Esta nube que te-
nía el aspecto de Hera -cuyo alias es aquí Juno- se llama-
ba Nefele y, creyendo realizar su conquista, con esa nube
que aparentaba ser Juno engendró Ixión a Centauro, un
ser monstruoso que, al aparearse con las yeguas del mon-
te Pelión, sería el padre de los centauros. El cuerpo y las
paras de tales criaturas eran como los del caballo, aunque
su cabeza, pecho y brazos fueran propios del hombre.
Los centauros, dentro de la mitología griega, simboliza-
ban los apetitos del mundo animal y son el híbrido al que
se refiere Kant, quien enfatiza que su linaje no está empa-
rentado en absoluto con los dioses del Olimpo.
Los partidarios de la filosofía popular, al entremez-
clar toda suerte de ingredientes y motivos empíricos en
sus polifacéticos principios morales, estarían suplan-
tando a la moralidad por unos híbridos de muy otra es-
tirpe, cuyo linaje sólo guarda con ella un ilusorio e irreal

37
Roberto R Aramayo

grado de parentesco. Este tipo de moralistas pone sus


ojos en nebulosas fantasías y se deja embaucar por lo que
no pasa de ser un mero espejismo, al pretender colocar a
esos «centauros» prohijados por su eclecticismo ético en
el trono que sólo puede ocupar con pleno derecho «la
diosa Juno», quien únicamente puede identificarse con
una voluntad buena en sí misma, si se quiere garantizar
la pureza de nuestras costumbres. Esta buena volun-
tad, instaurada como principio regente de la morali-
dad, nos libera justamente de los principios contingentes
y aleatorios que son aportados por la experiencia, cuyo
papel en la moral nada tiene que ver con el jugado por
ella misma dentro del conocimiento especulativo.

La experiencia -leemos en la primera Crítica­ es la fuente de


la verdad y lo que nos suministra las reglas al examinar la na-
turaleza, pero (por desgracia) es la madre de ilusorias apa-
riencias con respecto a las leyes morales, resultando suma-
mente reprobable tomar las leyes relativas a lo que debo
hacer de aquello que se hace o limitar dichas leyes en virtud
de esto último'".

6. Las célebres disquisiciones kantianas

El segundo capítulo de la Fundamentación es fecundo en


clasificaciones que se han hecho proverbiales dentro del
ámbito ético y han sido asimiladas por nuestro lenguaje
moral. Kant comienza por distinguir entre los imperati-

40. Crítica de la razón pura, A 318-319, B 375.

38
Estudio prelirmnar

vos hipotéticos y el categórico. Los primeros contienen


instrucciones para conseguir algo que se quiere o es po-
sible que se quiera, limitándose a indicar que tal o cual
acción es buena para un determinado propósito posible
o real, mientras el imperativo categórico designa sólo ac-
ciones que son buenas de suyo, al margen de cualquier
otro fin. A su vez los imperativos hipotéticos pueden ser
problemáticos o asertóricos. En el primer caso no se
pondera si el fin perseguido es razonable o bueno, sino
que sólo interesa resolver el problema de su consecu-
ción, por lo que también cabe llamarlos imperativos de
la habilidad. Las prescripciones del médico para sanar a
su paciente y las del envenenador para matarlo «son de
idéntico valor -observa Kant-, en tanto que cada cual
sirve para realizar cabalmente su propósito» (A 41). Sin
embargo, existe una meta común a codos los hombres,
un fin que no sólo pueden tener, sino que cabe presupo-
ner con total seguridad y de un modo aserrórico en to-
dos ellos. Dicho fin es la felicidad, y la habilidad para es-
coger los medios para propiciarla suele recibir el nombre
de prudencia. Por último, aquel imperativo que ordena
categóricamente, atendiendo tan sólo a la forma del
principio que determina las acciones y que sólo repara
en la intención de las mismas, al margen de cual sea su
éxito, es el único adecuado para la moralidad.
Estos tres tipos de imperativos también podrían deno-
minarse técnicos, pragmáticos o morales, cabiendo hablar
igualmente sobre reglas de la habilidad, consejos de la
prudencia o mandatos de la moralidad. Los imperativos
de la habilidad y los de la prudencia suponen una propo-
sición analítica en lo que atañe al querer: «Quien quiere

39
Roberto R Aramayo

un fin quiere también [. . .] el medio indispensable para


ello que se halla en su poder» (A 44-45). La única dife-
rencia es que los primeros afrontan fines meramente po-
sibles, aunque claramente definidos, mientras que la
prudencia tiene un fin previamente dado, pero muy difí-
cil <le precisar:

Por desgracia, la noción de felicidad es un concepto tan im-


preciso que, aun cuando cada hombre desea conseguir la fe-
licidad, pese a ello nunca puede decir con precisión y de
acuerdo consigo mismo lo que verdaderamente quiera o de-
see. [. .. ] para la felicidad se requiere [. . .] un máximo de
bienestar en mis cLrcunscanciasactuales y en cualquier cir-
cunstancia futura. Sin embargo, es imposible que un ser fini-
to, aunque sea extraordinariamente perspicaz y esté tremen-
damente capacitado, pueda hacerse una idea precisa de lo
que realmente quiere (A 46).

Concebir estas dos clases de imperativos no parece


plantear ningún problema, pero no sucede lo mismo _con
el imperativo categórico, el cual no puede quedar esnpu-
lado a través de ningún ejemplo, y, para colmo, «siempre
cabe recelar de que cualquier imperativo aparentemente
categórico bien pudiera ocultar uno hipotético» (A 48).
Siendo esto así, Kant nos propone comprobar primero si
su simple concepto puede proporcionarnos la fórmula
del mismo, dejando para luego el estudio de su posibili-
dad. Esa fórmula ya nos es familiar gracias a lo anticipa-
do por el primer capítulo: «Obra sólo según aquella
máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo
se convierta en una ley universal» (A 52), una fórmula
/
40
Estudio preliminar

que también puede ser enunciada como sigue: «Obra


como si la máxima de tu acción pudiera convertirse por
tu voluntad en una ley universal de la naturaleza». De
nuevo, con una notable diferencia, su ejemplo más afor-
tunado es el de la falsa promesa;

la universalidad de una ley según la cual quien crea estar en


apuros pudiera prometer lo que se le ocurra con el designio
de no cumplirlo haría imposible la propia promesa ~ el fin
que se pudiera tener con ella, dado que nadie creería lo que
se le promete, sino que codo el mundo se reiría de cal decla-
ración al entenderla como una fatua impostura (A 55).

En definitiva, como ya sabíamos, «uno ha de poder


querer que una máxima de nuestra acción se convierta en
una ley universal; tal es el canon del enjuiciamiento mo-
ral de una máxima en general» (A 57). Cuando contrave-
nimos un deber, ello no significa que no sepamos aplicar
este criterio, sino que sencillamente «nos tomamos la li-
bertad de hacer una excepcion a esa ley para nosotros o
(también sólo por esta vez) en provecho de nuestra incli-
nación» (A 58).
A continuación Kant distinguirá enrre personas y cosas.
Una cosa es todo cuanto puede ser utilizado de un modo
meramente instrumental, mientras que la persona «exis­
te como un fin en sí mismo, no simplemente como medio
para ser utilizado discrecionalmente por esta o aquella
voluntad» (A 64). De acuerdo con ello, la nueva formu-
lación del imperativo categórico será ésta: «Obra de mi
modo que uses a la humanidad, canto en cu persona
como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo

41
Roberto R Aramayo

tiempo como fin y nunca simplemente como medio» (A


66-67). El definir a la humanidad como un fin en sí mis-
mo representa una condición restrictiva para nuestra li-
bertad, en tanto que nuestra voluntad aspire a legislar
universalmente, bien entendido que se somete a una ley
de la cual ella misma es autora, de suerte que tal volun-
tad autolegisladora da en restringir «el interés de su
egoísmo a la condición de una validez como ley univer-
sal» (A 72). Esto da pie a una nueva disquisición entre
autonomía y beteronomia, de la que Kant se siente parti-
cularmente orgulloso, al considerarla todo un hallazgo
personal y suponer algo en lo que nadie había reparado
basta ocurrírsele a él.
Anteriormente, nos dice,

se veía al hombre vinculado a la ley a través de su deber, pero


a nadie se le ocurrió que se hallaba sometido sólo a su propia
y sin embargo universal legislacián, y que sólo está obligado
a obrar en conformidad con su propia voluntad. Pues cuan-
do se le pensaba tan sólo como sometido a una ley (sea cual
fuere), dicha ley tenía que comportar algún interés como es-
tímulo o coacción, puesto que no emanaba como ley de su
voluntad, sino que ésta quedaba apremiada por alguna otra
instancia a obrar de cieno modo en conformidad con la ley.
[... ] Mas entonces el imperativo tenía que acabar siendo
siempre condicionado y no podía valer en modo alguno
como mandato moral. Así pues, voy a llamar a este axioma el
principio de autonomía de la voluntad, en contraposición
con cualquier otro que por ello adscribiré a la beteronomia
(A 73-74).

,
42
Estudio preliminar

Estas reglas de juego, que cada cual debe inventarse a


cada momento, darían lugar a lo que Kant denomina un
reino de los fines, esto es, a la conjunción de nuestras vo-
luntades particulares en una macrovoluntad general,
donde se hiciese abstracción de la diversidad personal y
de los fines privados. Con esta expresión se designa por
tanto un ideal, el de un mundo moral" donde cada cual
se tratase a sí mismo y a los demás nunca simplemente
como medio, sino siempre al mismo tiempo como un
fin en sí mismo.
En este reino de los fines todo tendría o bien una dig­
nidad, o bien un precio. Es cierto que ya los estoicos dis-
tinguían entrepretium y dignitas", pero sin duda el bino-
mio en cuestión fue decisivamente consagrado por Kant
en las páginas que nos ocupan. Y lo hace con estas pala-
bras: «En el lugar de lo que tiene un precio puede ser co-
locado algo equivalente; en cambio, lo que se halla por
encima de todo precio y no se presta a equivalencia algu-
na, eso posee una dignidad. Cuanto se refiere a las uni-
versales necesidades e inclinaciones humanas tiene un
precio de mercado; aquello que sin presuponer una nece-
sidad se adecua a cierto gusto, esto es, a una complacencia
en el simple juego sin objeto de nuestras fuerzas aními-
cas, tiene un precio afectivo; sin embargo, lo que consti-
tuye la única condición bajo la cual puede algo ser fin en

41. Cuya primera versión se halla en la Critica de la razón pura (cf. A


808-810, B 836-838). Alli se habla de un mundo moral en donde, al
hacer cada uno lo que debe, «todas las acciones de los seres racionales
tendrían lugar como si emanaran de una voluntad suprema que com-
prendiese bajo ella todos los arbitrios privados» (ibíd., A 810, B 838).
42. Cf., v.g .• Séneca, Cartas morales a Lucilio, 71, 33.

43
Roberto R. Aramayo

sí mismo no posee simplemente un valor relativo, o sea,


un precio, sino un valorintrínseco:la dignidad» (A 77).
Aquí Kant sí está realmente inspirado a la hora de po-
ner ejemplos, cuando nos brinda todo un catálogo de
aquello que posee dignidad o bien tiene un precio.

La destreza y el celo en el trabajo tienen un precio de merca-


do; el ingenio, la imaginación vivaz y el humor tienen un
precio afectivo; en cambio, la fidelidad en las promesas o la
benevolencia por principios (no por instinto) poseen un va-
lor intrínseco. Tanto la naturaleza como el arte no entrañan
nada que puedan colocar en su lugar si faltasen la moralidad
y la humanidad, porque su valor no estriba en los efectos
que nacen de ellas, ni en el provecho y utilidad que reporten,
sino en las intenciones, esto es, en las máximas de la volun-
tad que están prestas a manifestarsede tal modo en acciones,
aunque no se vean favorecidas por el éxito. Estas acciones no
necesitan ninguna recomendación de alguna disposición o
gusto subjetivos para contemplarlas con inmediato favor y
complacencia, sin precisar de ninguna propensión o senti-
miento inmediatos; dichas acciones presentan a la voluntad
que las ejecuta como objeto de un respeto inmediato [ ... ].
Esta valoración permite reconocer el valor de tal modo de
pensar como dignidad y lo coloca infinitamente por encima
de cualquier precio, con respecto al cual no puede estable-
cerse tasación o comparación algunas (A 77-78).

De las tres formulaciones que Kant da del imperativo


categórico, algunos gustan de realzar alguna en detri-
mento de las otras. Entre nosotros, tal es el caso de Javier
Muguerza, quien concede un primado indiscutible al

44
Estudio preliminar

principio de autodeterminación sobre aquel otro que de-


nomina principio de universalización, para colegir de di-
cha primada su conocido imperativo de la disidencia",
Su argumento es que la universalizabilidad no basta para
justificar nuestras pautas morales, como demostraría fá-
cilmente un sinfín de testimonios históricos, entendien-
do además que nuestro autónomo disentimiento respec-
to a cualquier injusticia supone un requisito mucho más
inexcusable y eficaz, a la par que menos quimérico. Al-
gunos, entre los que me cuento, hemos intentado maci-
zar esa disociación entre tales principios". Pero, sin
duda, el disidente más autorizado de la lectura que hace
Javier Muguerza es Kant mismo, para quien ambas ex-
presiones del imperativo categórico son algo así como
las dos caras de una misma moneda, puesto que son sen-
cillamente idénticos.

El principio «Obra con respecto a codo ser racional (ya se


trate de ti mismo o de cualquier otro) de tal modo que él val-
ga, al mismo tiempo, en tu máxima como fin en sí» es en el
fondo idéntico -afirma literalmente Kant- a éste: «obra se-
gún una máxima que contenga a la vez dentro de sí a la vez

43. Cf.Javier Muguerza, «Primado de la autonomía (¿Quiénes trazan


las lindes del "coto vedado'P)», en El individuo y ta historia, Paidós,
Barcelona, 1995, pp. 133 y ss, CT. asimismo «La alternativa del disen-
so», en Gregorio Peces-Barba (ed.), El fundamento de los derechos
humanos, Debate, Madrid, 1989, pp. 19­56, así como también Javier
Muguerza, Etica, disenso y derechos humanos, Argés, Madrid, 1998.
44. Cf. mi trabajo «La pseudoanrinomia entre autonornía y universa-
lidad: Un diálogo con JavierMuguerza y su imperativo de In disiden-
cia», en Roberto R. Aramayo, Javier Muguerza y Amonio Valdecantos
(eds.), Ei individuo y la historia, Paídós, Barcelona, 1995, pp. 155 y ss.

45
Roberto R. Aramayo

su propia validez universal para codo ser racional». Pues de-


cir que debo restringir mi máxima en el uso de los medios
hacia todo fin a la condición de su universalidad como ley
para codo sujeto, equivale a decir que el sujeto de los fines, o
sea, el propio ser racional, tiene que ser colocado como fun-
damento de todas las máximas de las acciones nunca simple-
mente como medio, sino como suprema condición restricti-
va en el uso de codos los medios, es decir, siempre y
simultáneamente como fin (A 82-83).

Kant piensa que si dichos principios fueran observa-


dos universalmente, o sea, por todo el mundo y en todo
momento, el reino de los fines cobraría cuerpo y se ma-
terializaría realmente. Como es lógico, nadie puede con-
tar con que si él mismo acatase puntualmente tales prin-
cipios, los demás harían otro tanto, pero ahí reside
justamente la mayor grandeza del asunto, pues «el respe-
to a una simple idea debería servir como inexorable pre-
cepio ele la voluntad, y en esta independencia de las
máximas respecto de todos esos móviles» consiste nues-
tra dignidad (A 85).
Lo único que nos dicta el principio kantiano de auto-
nomía es «no elegir sino de cal modo que las máximas de
su elección estén simultáneamente comprendidas en el
mismo querer como ley universal» (A 87). Así, por ejem-
plo, debo

intentar promover la felicidad ajena, no como si me impor-


tase su existencia (ya sea por una inmediata inclinación hacia
ello o por alguna complacencia indirecta a través de la ra-
zón), sino simplemente porque la máxima que lo excluyese
Estudio preliminar

no puede verse comprendida en uno y el mismo querer


como ley universal (A 89).

Este criterio formal es el único que nos permite dar-


nos una ley a nosotros mismos de un modo autónomo.
Cualesquiera de los otros principios que han solido
manejarse, como sería el caso de la felicidad propia,
de un presunto sentimiento moral o del concepto de
perfección, quec.lan apresados en las redes de la here-
ronomía, según se argumenta en la refutación de tales
principios emprendida por Kant al final del segundo
capítulo.

La voluntad absolutamente buena, cuyo principio ha <le ser


un imperativo categórico. al mostrarse indeterminada con
respecto a cualquier objeto, albergará simplemente la forma
del querer en general y ciertamente como autonomía, esco es,
la propia idoneidad de la máxima de coda buena voluntad
para convertirse ella misma en ley universal es la única ley
que se impone a sí misma la voluntad de todo ser racional
'
sin colocar como fundamento de dicha voluntad móvil e in-
terés algunos (A 95).

7. La peculiar atalaya del auténtico yo

Como hemos visto, a Kant no le interesa en modo alguno


elaborar una especie de psicología moral y por ello no
necesita indagar «el por qué algo agrada o desagrada, ni
[. . .] sobre qué descansa el sentimiento <lcl placer y dis-
placer, ni cómo se originan a partir de ahí apetitos e in-

47
Roberto R Aramayo

clinaciones y finalmente máximas gracias al concurso de


la razón» (A 62-63). Su filosofía práctica no se interesa
por examinar los fundamentos de lo que sucede, sino las
leyes de lo que debe suceder, aun cuando nunca suceda.
E] principal objeto de su estudio es la voluntad en su re-
lación consigo misma, con el fin de reglamentar lo que
puede querer para devenir buena sin más y no con res-
pecto a un propósito dado. Y el no contar con elemento
empírico alguno es lo que le permite bautizar a esta dis-
ciplina como una metafísica de las costumbres. Ésta
«debe indagar la idea y principios de una posible volun-
tad pura, no las acciones y condiciones del querer huma-
no en general, las cuales en su mayor parte son sacadas
de la psicología» (A xii), y dicha metafísica es absoluta-
mente necesaria «para explorar la fuente de los princi-
pios a priori que subyacen a nuestra razón práctica, [. .. ]
porque las propias costumbres quedan expuestas a toda
suerte de perversidades, mientras falce aquel hilo con-
ductor y norma suprema de su correcto enjuiciamiento»
(A ix-x).
Al final de su prólogo, Kant se compromete a elaborar
algún día esa metafísica de las costumbres (que finalmen-
te no publicará hasta 1797), conformándose de momento
con entregar la presente Fundamentación. Sin embargo,
es muy consciente de que para construir un edificio no
basta con trazar simplemente sus planos y que, obvia-
mente, antes de ir a echar los cimientos del edificio en
cuestión, hay que hacerse con un terreno. Su gran temor
es que dicho solar pudiera verse ocupado por quienes
niegan la libertad, la cual es un requisito sine qua non de
una voluntad autónoma e independiente de cualquier
Estudio preliminar

condicionamiento ajeno a ella misma. Por tanto, a su


modo de ver, si no se resuelve la contradicción dada en-
tre dos términos aparentemente tan irreconciliables,
como lo sería la necesidad natural y la propia libertad, la
teoría sobre tal contradicción representaría un bonum
uacans (o sea, un bien patrimonial sin un propietario le-
galmente reconocido en eJ oportuno registro notarial),
«del que con todo fundamento puede tomar posesión el
fatalista, tras expulsar a toda moral de una propiedad
pretendidamente suya que posee sin título alguno» (A
116). Así pues, este litigio habrá de resolverse sin más di-
laciones, «para que la razón práctica tenga paz y seguri-
dad frente a las agresiones externas que pudieran dispu-
tarle el suelo donde ella quiere edificar» (A 116). Esto le
obligará también a explorar los confines de semejante
propiedad.

La primera de sus alegaciones en este delicado litigio es


la de que «una voluntad libre y una voluntad bajo leyes
morales son exactamente lo mismo» (A 98). Y, como
hace todo buen abogado, Kant no deja de imaginar lo
que puede aducir la parte contraria, confesando abierta-
mente que

aquí se muestra (...] una especie de círculo vicioso del que


no parece haber ninguna escapatoria. Nos consideramos
como libres en el orden de las causas eficientes. para pensar-
nos bajo leyes morales en el orden de los fines, y luego nos
pensamos como sometidos a esas leyes, porque nos hemos
atribuido la libertad de la voluntad, ya que la libertad y la
propia legislación de la voluntad son en ambos casos auto-

49
Roberto R Aramayo

nomía, o sea, conceptos intercambiables; pero justamente


por ello el uno no puede ser utilizado para explicar al otro e
indicar el fundamento del mismo (A 104-105).

El caso estaría irremisiblemente perdido si no se con-


tara con un expediente aportado por la primera Crítica:
la distinción entre fenómeno (aquello que se manifiesta y
podemos conocer a partir de la intuición sensible mer-
ced a las categorías del entendimiento) y noúmeno (la
cosa en sí que subyace a esa manifestación fenoménica),
o, Jo que viene a ser lo mismo, entre un mundo sensible Y
un mundo inteligible, «de los cuales -nos advierte Kant-
el primero puede ser harto diferente, según la diversa
sensibilidad de los múltiples espectadores, mientras el
segundo, que sirve de fundamento al primero, permane-
ce siempre idéntico» (A 106).
El hombre, al estar dotado de una razón que se carac-
teriza por ser «pura espontaneidad»,

posee dos puntos de vista desde los que puede considerarse


a sí mismo y reconocer las leyes del uso de sus fuerzas, y por
ende de todas sus acciones, primero en tanto que pertenece
al mundo sensible y está bajo las leyes naturales (heterono-
mía), segundo como perteneciente al mundo inteligible, bajo
leyes que, independientes de la naturaleza, no son empíricas,
sino que se fundan simplemente en la razón (A 108-109).

Gracias a esca doble perspectiva,

queda desbancada esa sospecha [...] de que nuestra inferencia


de la autonomía a partir de la libertad y de la ley moral desde la

so
Estudio preliminar

libertad contuviera un círculo vicioso encubierto, esto es, que


quizá habíamos asentado la idea de libertad sólo a causa <le la
ley moral, para luego concluir ésra a partir de la libertad, con lo
cual no podríamos dar ningún fundamento de dicha ley moral,
sino sólo como petición de un principio [ .. .] que nunca podría-
mos establecer como una tesis demostrable. Pues ahora vemos
que, cuando nos pensamos como hbres, nos trasladamos al
mundo inteligible[. .. ) y reconocemosla autonomía de la volun-
tad, junto con su corolario, que es la moralidad; pero cuando
nos pensamos como sometidos al deber, nos consideramos
como pertenecientes al mundo sensible y a la vez, sin embargo,
corno miembros del mundo inteligible(A 109-110).

Cambiando de metáfora, Kant nos dice que, ame la


contradicción entre necesidad natural y libertad, la ra-
zón se halla en una encrucijada, ame la cual nuestra ra-
zón, desde una perspectiva especulativa, «encuentra el ca-
mino de la necesidad natural mucho más allanado y
utilizable que el de la libertad, siendo así que, pese a
todo, con un propósito práctico, el sendero de la libertad
constituye la única senda sobre la que resulta posible va-
lerse de la propia razón en nuestro hacer y dejar ele ha-
cer» (A 114). La espinosa contradicción entre necesidad
natural y libertad es declarada ilusoria, porque «no en-
traña la menor contradicción el que una cosa inmersa en
el fenómeno [. .. ] esté sometida a ciertas leyes, respecto
de las cuales ella misma sea independiente como cosa o
ser en sí» (A 117). Gracias a esta distinción,

el hombre se atribuye una voluntad que no deja cargar en su


cuenta nada de cuanto pertenezca simplemente a sus apcti-

51
Roberto R Aramayo

tos e inclinaciones y, en cambio, piensa como posibles a tra-


vés suyo. e incluso como necesarias, acciones que sólo pue-
den tener lugar con la postergación de cualquier apetito e
incentivosensibles (A 118).

Para esquivar esa pseudocontradicción, sólo tenemos


que situarnos en una singular atalaya, la de nuestro yo
más genuino, el cual no es otro que una voluntad buena
de suyo, libre y autónoma. La prueba de codo ello, seña-
la Kant, es que nadie «se responsabiliza de esas inclina-
ciones e impulsos y no los imputa a su auténtico yo, esto
es. a su voluntad, aunque sí se responsabilice de la indul-
gencia que pueda prodigar hacia ellas, cuando les otorga
un influjo sobre sus máximas en detrimento de la ley ra-
cional de la voluntad» (A 118). El concepto de mundo
inteligible no es otra cosa que una peculiar atalaya donde
mora nuestro auténtico yo, al representar tan sólo «un
punto de vista que la razón se ve obligada a adoptar fuera
de los fenómenos para pensarse a sí misma como prácttca»
(A 119). Explicar cómo es posible la libertad equivale a
traspasar los confines de nuestra razón. «La libertad es
una mera idea cuya realidad objetiva no puede ser pro-
bada en modo alguno según leyes de la naturaleza, ni
tampoco por tanto en una experiencia posible [ ... ]. La
Libertad sólo vale como un presupuesto necesario de la
razón en un ser que cree tener consciencia de una volun-
tad» como algo distinto de la simple capacidad desidera-
tiva (A 120). La libertad es lo que nos queda cuando des-
contamos codas las motivaciones tomadas del campo de
la sensibilidad y nos adentramos más allá de sus fronte-
ras, aventurándonos a explorar ese misterio que se ha-

52
Es1ud10 preliminar

Ila en «los confines de la razón humana» (A 128), lo


cual nos permite descubrir que para nuestro auténtico
yo -definido como una voluntad autónoma- los confines
de la libertad son sencillamente infinitos, puesto que ta
libertad es «capaz de rebasar cualquier límite dado»
(Kr V, A .317, B .3 7 4) y nadie puede, ni tampoco debe,
predeterminar arbitrariamente sus fronteras.
Como Kant no se cansa de repetir, sus preceptos éticos
aspiran desde luego a regular la conducta del ser huma-
no, pero también servirían para cualquier otro ser dota-
do de razón, ya se trate de un ignoto extraterrestre toda-
vía por descubrir o del mismísimo Dios judeo-cristiano.
AJ encaramarnos a esa peculiar atalaya de nuestro yo
más genuino, el cual queda identificado con una volun-
tad autónoma que acuña su propia ley en el fuero inrer-
no de la conciencia sin consultar ningún otro código, es-
taríamos adoptando la perspectiva de una razón pura
práctica y nuestro discernimiento sería capaz de remon-
tar los dictados impuestos por nuestras necesidades e in-
clinaciones. El sujeto moral sabría despojarse así de sus
arbitrarias particularidades contingentes y adoptar un
punto de vista que podría compartir sin problemas cual-
quier orro congénere o incluso todo ente racional. G ra-
cias a la primera formulación del imperativo categórico
podemos comprobar fácilmente si nuestra máxima po-
dría ser asumida tanto por los demás como por uno mis-
mo bajo cualesquiera circunstancias y ello nos permite
obrar como si esruviéramos aplicando una ley con vali-
dez universal, cuyas excepciones acaban por contrade-
cirse a sí mismas y no serían susceptibles de significado
ético alguno, puesto que serían el fruto de una inexora-

53
Roberto R. Aramayo

ble concatenación causal que las habría predeterminado


sin remedio, en vez de verse generadas espontáneamente
por la libertad. Este criterio estrictamente formal, con el
que Kant pretende invitarnos a inventarnos en todo mo-
mento nuestras propias paulas morales, a fin de someter-
nos únicamente a nuestra propia legislación, viene a que-
dar cumplimentado por la cláusula restrictiva de que
cada hombre constituye un fin en sí mismo y, por lo tan-
to, no puede ser utilizado nunca tan sólo como un sim-
ple medio ni tan siquiera por Dios, tal como se subrayará
en la segunda Crítica (cf. Ak. V 131). Ciertamente, al es-
cribir esca pequeña gran obra que constituye la Funda­
mentación para una metafísica de las costumbres, Kant no
quiso apelar a ninguna instancia de orden superior, ni
tampoco sustentar las normas morales en los rasgos es-
pecíficos de la naturaleza humana, sino que quiso acuñar
un principio ético absolutamente firme «a pesar de no
pender del cielo ni apoyarse sobre la cierra» (A 60).
Sin embargo. es muy posible que \Xlingenstein, ese
otro explorador de los confines, no ya de la razón, sino
del mundo y de nuestro lenguaje, llevase algo de razón al
legarnos este aforismo: «Cuando el buen o mal querer
transforma el mundo, sólo puede modificar los límites
del mundo, no los hechos» (Tractatus, 6.44).

Roberto R Aramayo
Bahía de Txingudi/Marburgo,
verano de 2001

54
Sobre la presente traducción y sus predecesoras

l. La legendaria traducción de Morente

Debo remitirme aquí a lo dicho en el segundo apartado


del estudio preliminar a mi edición de la Crítica de la ra­
zón práctic~s y reiterar el sincero homenaje que merece
sobradamente la benemérita labor desarrollada por Ma-
nuel García Morentc como traductor de Kant a comien-
zos del siglo pasado. Tampoco en esta ocasión su versión
era la primera, dado que le había precedido un par de
traducciones hechas a partir del francés", pero desde

45. Cf. Imrnanuel Kanr, Crítica de la razón práctica (edición de Rober-


to R Aramayo), Alianza Editorial, Madrid, 2000. pp. 38 y ss
46. Emmanuel Kant, Crítica de la razón práctica, precedida por los
Fundt;mentos de la 1:1etafísica de las :ostumbres (traducción de Alejo
Gara~ Moreno), Librería de Francisco Saavedra y Antonio Novo,
Madrid, 1676; }' Manuel Kant, Fundamentos de una metafistca de las
costumbres (traducción de Antonio Zozoya), Sociedad General Espa-
ñola, Madrid, 1881.

55
Roberto R. Aramayo

luego sí resultó ser, con mucho, la más estimada por los


usuarios del castellano. Tras aparecer en 1921'17, desde
1946 fue reimpresa durante décadas en la popular colec-
ción Austral de Espasa Calpe, al tiempo que también era
reproducida por la Editorial Porrúa con una introduc-
ción de Francisco Larroyo.
En 1990 la colección Austral vuelve a editar el texto
kantiano, si bien ahora la edición corre a cargo de Luis
Martínez de Ve1asco48, quien sigue muy de cerca la ver-
sión de Morente, aunque no se reconozca expresamente
tal deuda, pese al diálogo que mantienen con ella varias
notas para discutir ciertas opciones de dicha traducción;
esta nueva edición, que también va gozando de nuevas
reimpresiones, aporta una introducción muy personal,
pero pierde los útiles registros de nombres y conceptos
que se presentaban anteriormente.Juan Miguel Palacios
recuperará dichos repertorios en 199249, al editar de
nuevo la traducción de Morente, corrigiendo tan sólo las
erratas tipográficas y haciendo constar a pie de página al-
gunos errores advertidos en la traducción"; algún tiern-

47. Manuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres.


Filosofía moral (traducción del alemán de Manuel García Morente),
Calpe, Madrid, 1921.
48. Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres
(edición de Luis Martínez de Velasco), Espasa Ca.lpe, Madrid, 1990.
49. M. Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Filo­
sofía moral (traducción de Manuel García Morente, editada bajo el
cuidado de Juan Miguel Palacios), Real Sociedad Económica Matri-
tense de Amigos del País (Cátedra «García Morente»), Madrid, 1992;
reimp. 1994.
50. Curiosamente, Martínez de Velasco llega incluso a reproducir al-
gún que otro error cometido por Moreote y que se ve subsanado por
Palacios. Así por ejemplo, en la p. 68 de su traducción, Martínez de

56
Sobre la presente traducción y sus predecesoras

po después Javier Echegoyen y Miguel García-Baró de-


ciden publicar nuevamente la versión de Morente
revisada por Palacios".

2. Otras versiones castellanas

De otro lado, según el elenco bibliográfico editado por


Dulce María Granja Castro", en 1939 parece haberse
publicado en Santiago de Chile" una traducción de cuyo
au_to_r no tenemos constancia". La Editorial Aguilar pu-
blico en 1961 una traducción de Carlos Martín Rarnírez
que ~ambién fue reimpresa cuando menos en un par d~
ocasiones y que lleva por título Cimentación para la me­

Velasco traduce -3! igual que bici~ra Mo:enre- denle¡ por «precisa»,
su edición
en lugar de ~~r «p1~nsa», como bien advierte Palacios en
ión realizad a por Moren ce (cf. ed. Palacio s, p. 34 n.). En
dela traducc
la p. 91 de Velasco leemos «con respecto al objeto» -repro duciendo
e-, cuando sin embarg o debe
fie~ente otro pequeño desliz de Morenr
1e7tr «con respecto a lo co~~~r io» (cf. ed. Palacio s, p. 54 n.). Y, por
en la p. l~O de su edición Velasco escribe -siguie ndo de nuevo
último,
» (cf.
a Morent: «razón pura», cuando debería leerse «razón práctica
ed. Palacios, p. 103 n.).
51. ~ud Kant, Fundamentación de la metafísica de las costum­
García-
bres_(edicion ~:epa.rada por Javier Echegoyen Olleta y Miguel
Moren te revisad a por Juan Mi-
Baro; crad_ucc1on de Manuel García
guel Palacios), Mare Nostrurn, Madrid, 2000.
52: ~- Dulce María Granja Castro, Kant en español UAM/UNAM '
México, 1997, p. 31 (entrada 56).
San-
~3. Kant, Fr:ndamentos de la metafísica de las costumbres, Ercilla '
tiago de Chile, 1939.
con la pala-
54. El título descarta que sea la de Morente, al comenzar
lugar de «Funda mentac ión», y hace pensar
bra «J:un~amemos» en
pueda estar .muy empar entada con alguna de las dos pri-
que mas bien
meras, que fueron traducidas del francés.

57
Roberto R Aramayo

tafisica de las costumbres", Posteriormente, la Editorial


Magisterio Español publica en 1977 otra versión a cargo
de Angel Rodríguez Luño56•
Finalmente aparecen dos nuevas traducciones dentro
de un mismo año: 1996. Por una parte, la Editorial San-
tillana saca una traducción a cargo de Norberto Smilg
Vidal", quien asegura basarse sobre la de Carlos Martín
Ramírez, además de tener en cuenta las debidas a Ma-
nuel García Morente y Luis Martínez de Velasco. Por
otra parte, José Mardomingo publica en Ariel una edición
bilingüe precedida de una documentada introducción y
con bastantes notas relativas a la propia traducción, si
bien carece de los índices que hubiera cabido esperar en
una edición con tales características58.
Con todo, pese a esta proliferación de traducciones, la
de Moren te ha prevalecido durante ocho décadas, hasta el
punto de haberse convertido en todo un clásico, del que
algún traductor ha reproducido incluso alguno de sus
errores. Al hacer mi propia versión, he consultado en al-
guna ocasión la realizada por José Mardorningo y he teni-
do siempre delante la de Morente, como no podía ser de

55. Kant, Cimentación para la metafistca de las costumbres (traducción


del alemán y prólogo de Carlos Marón Ramírez), Aguilar, Buenos Ai-
res, 1961; reimps. 1964 y 1969.
56. Immanuel Kant, Fundamentacián de lo metafísico de las costum­
bres (traducción de Ángel Rodríguez Luño), Editorial Magisterio Es-
pañol, Madrid, 1977.
57. lmmanuel Kant, Pundamentaaán de la metafísica de las costum­
bres (traducción, estudio y notas de Norberto Smilg Vidal), Santillana,
Madrid, 1996.
58. Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costum­
bres (edición bilingüe y traducción de José Mardomingo), Ariel, Bar-
celona, 1996; reirnp. 1999.

58
Sobre la presente traducción y sus predecesoras

otra manera, por cuanto ha constituido un punto de refe-


rencia ineludible para todas las demás. Sin embargo, eso
no significa que comparta en modo alguno su idea de lo
que debe ser una traducción fidedigna, tal como ya quedó
dicho en el prólogo a mi traducción de la Crítica de la ra­
zón práctica59. En la nota preliminar que antepuso a su tra-
ducción el propio Manuel García Morente reconocía lo
siguiente: «He hecho la traducción con una fidelidad aca-
so excesiva, no sólo al contenido, sino aun a la forma de la
frase alemana de Kant. Pero en las obras de este filósofo
sabido es que la forma exterior carece, para él, ele impor-
tancia. En tales condiciones, me ha parecido más exacto
pecar por exceso que no por defecto a la fidelidads=.

3. Observaciones relativas a la presente traducción

A mi modo de ver, una traducción del alemán al español no


puede conformarse con poner en castellano las palabras cal-
cando sin más la idiosincrásica sintaxis germana, como con-
fiesa haber hecho Morente. El reto consiste más bien en ser
fiel al espíritu del texto, sin traicionar lo que allí se dice, pero
intentando aplicar las reglas del juego sintáctico que operan
en el propio idioma, para que dicho texto pueda leerse con
cierta soltura. Si se logra o no cumplir cabalmente con ese
desafío, es algo que sólo compete juzgar a los lectores.

59. Cf. lmmaouel Kant, Critica de la razón práctica (edición de Rober-


ro R. Aramayo), Alianza Editorial, Madrid, 2001, pp. 43-44.
60. a. Immanuel Kant, Fundamentación de la metafisica de las COS·
lumbres (traducción del alemán por Manuel García Morente) Espasa
Cal pe, Madrid, 1977, p. 13. '

59
Roberto R. Aramayo

Entrando en el capítulo de las opciones terminológi-


cas, quiero señalar que yo sigo apostando por el término
«intención» para traducir Gesinnung. que Morente tra-
duce por «disposición de espíritu» y Mardomingo por
«actitud». Para Triebfeder he optado por «móvil», mien-
tras que Morente se inclina por <<mOtOD> y Mardomingo
por «resorte». He reservado «motivación» para traducir
Bewegursache (traducido como «causa motora» tanto
por Morente como por Mardomingo), diferenciándolo
así de «motivo» (Beioegunsgrund). Asimismo me parece
recomendable traducir sistemáticamente Begierde por
«apetito» y Wunsch por «deseo», nociones que no que-
dan distinguidas en la traducción de Morence. En cam-
bio, sí he procurado verter Vorschri/t unas veces por
«prescripción» y otras por «precepto», para suscribir el
propio distingo kantiano entre mandatos de la razón o
praecepta y las recomendaciones o prescripciones de la
prudencia y la habilidad. En este orden de cosas, coincido
con Mardomingo en la conveniencia de traducir Klug­
beit por «prudencia» y no por «sagacidad», como hace
Morente (algo en lo que le siguen Smilg y Martínez de
Velasco e incluso yo mismo en las Lecciones de ética), o
«listeza» (sic), como sorprendentemente propone Carlos
Martín. Podría continuar indicando algunas opciones
que pudieran resultar más controvertibles, como sería el
caso de «discernimiento» para Urteilskra/t (esa «facul-
tad de juzgar» traducida por Morente como «Juicio»),
«capacidad desiderativa» (corno equivalente a «facultad
de desear») para Begehrungsuermogen, «apremio» para
Notigung (en vez de «constricción»), «modalidad» para
Bescbaffenbeit (en lugar de «constitución») o «confín»

60
l Sobre la presente traducción y sus predecesoras

para Schrenke (cuando suele y puede traducirse correc-


tamente por «límite» o también por «frontera»), pero el
prolijo índice conceptual que me he tomado la molestia
de confeccionar (por creer que puede ser francamente
muy útil a la hora de manejar un texto como éste tan
proclive al comentario y a la consulta puntual) hace ~cio-
sa esa tarea, ya que dicho índice oficia también como
glosario terminológico donde cabe confrontar el voca-
bulario castellano y su correlato en alemán.
Al igual que ya hice al editar la Crítica de La razón
práctica, en los registros de nombres y conceptos utilizo
como referencia las páginas correspondientes a la pri-
mera edición del texto en alemán, recogida entre corche-
tes a lo largo del texto [A pág.], aun cuando también se
haya ido consignando al margen, entre paréntesis trian-
gulares <Ak, IV, pág.>, la paginación de la Academia.
El objetivo es acotar algo más los pasajes a localizar,
puesto que la edición prínceps (Riga, 1785) cuenta con
un total de 128 páginas, mientras que las del volumen IV
d_e,la Aca~emia suman tan sólo 76. Esta doble pagina-
cion permite por lo demás cotejar mi traducción con el
original en cualquiera de las ediciones alemanas al uso
Y localizar con suma facilidad las citas o referencias
aportadas por los comentaristas en cualquier idioma.
Por lo que atañe a las notas, las del propio Kant están de-
notadas por un asterisco, mientras que las pocas notas aña-
didas por mí están numeradas y quedan identificadas con la
habitual abreviatura N. T consignada entre corchetes. Esto
me ha parecido preferible a colocarlas al final. En la crono-
logía se aprovechapara reseñar algunas versionescastellanas
de los escritos kantianos que van enumerándose allí

61
Roberto R Aramayo

4. Ediciones alemanas, francesas e inglesas

Para llevar a cabo esta traducción me he servido princi-


palmente de la última edición publicada por Felix Mei-
ner y que ha sustituido a la ya clásica de Karl Vorlan-
der". Esca nueva edición ha sido preparada por Bernd
Kraft y Dieter Schonecker62, de cuya bibliografía se ha
beneficiado la mía, sobre todo en el último apartado
de la misma. Pero, corno es natural, también be tenido a
la vista las realizadas por Paul Menzer" (publicada por la
Academia de Ciencias de Berlín) y por Wilhelm Weis-
chedel'".
Las traducciones al francés abundan casi tanto como
las versiones castellanas entre nosotros. La de Víctor
Delbos65, que sustituyó a la pionera de]. Barni66 y coin-

61. Immanuel Kant, Grundlegung. zur Metaphysik der Sitten (hrsg.


von Karl Vorlander), Felix Meiner, Leipzig, 1906.
62. Immanuel Kant, Grundlegung zur Metaphystk der Sitten (hrsg. von
Bernd Kraft u. Dieter Schonecker), Felix Meiner, Hamburgo, 1999.
63. Kants \Verke. Akademie Textausgabe, Walter de Gruyter, Berlín,
1977; vol. IV, pp. 387--163 (hrsg. von Paul Menzer). [Kants Gesa':'mel·
te Scbriften, hrsg. von der Kóniglichen Preuílischen Akademie der
Wissenschaften, Berlín, 1903; la introducción y notas de Paul Menzer
se localizan en las pp. 623-63-1 del vol. IV.]
64. Immanuel Kant, Grtmdlegung zur Metaphysik der Sitten (hrsg.
von Wilhelm Weischedel), Suhrkamp, 1978 (vol. VII de lmmanuel
Kant. Werkeausgabe). [Immanuel Kant, Werke (hrsg. von Wilbelm
Weiscbedel), Wiesbaden, 1956.) .
65. Kant, Fondements de la métapbysique des moeurs (traducaon
nouvelle, avec introduction et notes, par Víctor Delbos), C. Delagra-
ve, París, 1907. . , , ,
66. Emmanuel Kant, Critique de la ratson pratzq~e, pre;edee des Fon­
dements de la métapbysique des moeurs (rraduit de, 1 allem.a_nd par
J. Barni), Ladrange, París, 1848. A la vista del título, esta debió de ser
la versión traducida por Alejo García Moreno en 1876.

62
Sobre lu presente traducción y sus predecesoras

cidió en un principio con la de H. Lachelier67, sigue re-


imprimiéndose hoy en día coa sus profusas anotaciones,
auténticas glosas que van comentando el texto con toda
minuciosidad. A veces, la vieja introducción elaborada
en su día por Delbos es colocada como postfacio del vo-
lumen, para dar paso a eficaces prólogos como lo es
para mi gusto el fumado por Menique Castillo68. Pero
también nos podemos encontrar con la traducción de
Delbos en sendas versiones revisadas por Alexis Philo-
nenko'" y F. Alquié?". Philonenko, además de redactar
una larga introducción, brinda unas notas todavía más
extensas que las debidas al propio Delbos, aunque tal
cosa no pareciera humanamente posible. Pero junto a
esta veterana traducción de Victor Delbos, tan respeta-
da en el mundo galo como lo ha sido entre nosotros
la de Morente, hay alguna de nuevo cuño y que tiene un
aire muy competente, como la realizada por Alain Re-
naut?', a quien debo cierta inspiración en alguna de mis
notas.

(traduction
67. Kant, Establzssement de la Métaphysique des Moeurs
de H. Lacheli er), París, 1904.
68. ~anuel Kant, ~ondements de la métaphysique des moeurs
(tra-
notes par Víctor Delbos, préface de Meniq ue Castillo ), Le
~uctton et
livre de peche, París, 1993.
69. E~anuel ~ant, Fondements de la métaphysique des moeurs
une in-
(traduction de Víctor Delbos, revue par A. Philonenko, avec
troduction et des notes nouvellcs), Vrin, París, l992 (19801).
la Pléiade,
70., En Oeuures pbilosopbiques de Kant, Bibliotheque de
París, 1985; vol. II.
71. ~uel Kant, Fondation de la métaphysique des moeurs, en Mé­
-
laP_hyszq~e ~es moei:rs 1: Fondation. Introduction (traduction, présen
arion
tanon, bibliographie et chronologíe par Alain Renaur) , Flamm '
París, 1994.
Roberto R. Aramayo

Pero quizá sea en el mundo anglosajón donde más in-


terés ha suscitado esta obrita de Kant, a la que se han de-
dicado y se dedican un sinfín de comentarios textuales.
De las muchas traducciones al inglés con que contamos,
cabe citar como clásicas las de H. J. Patón" y Lewis
White Beck", aunque no falten otras74 entre las que des-
taca la elaborada por Mary Gregor75•
Y, por último, como suele ser preceptivo en estos ca-
sos, debo finalizar constatando que una oportuna sub-
vención de la Deutsche Forschungsgemeinschaft (DFG)
me permitió realizar una nueva estancia en Marburg an
der Lahn, para poder terminar allí este trabajo, como
tantas otras veces bajo el siempre grato anfitrionazgo
académico del profesor Reinhard Brandt.

72. Immanuel Kant, Groundiaork of the Metapbysics o/Morals (trans-


lated by H. J. Patón), Hurchison Universíry Library, Londres, 1948.
73. Immanuel Kant, Foundations of the metapbysic o/ morals (transla-
red by Lewis White Beck -1959-, wirb critica! essays edired by Robert
Paul Wolff), Bobbs-Merrill, Indianápolis, 1969.
74. Cuyo título discrepa de las opciones escogidas por Paton
(Groundwork) y Beck (Foundations) para traducir Grundlegung. Cf.
The fundamental principies o/ tbe metapbysics o/ etbics, Nueva York,
1938, y Grounding o/ tbe Metaphysics o/Morals (translated by James
W. Ellington), Hackeu Publishing, lndianápolis, 1981.
75. Immanuel Kant, Groundwork of the metapbysics o/ mora Is (trans-
lated and edited by Mary Gregor, with an introducrion by Christine
M. Korsgaard), Cambridge UniversiryPress, Nueva York, 1998. Recogi-
do con anterioridad en Immanuel Kant, Practica/ Pbilosopby (trans-
lated and edited by Mary Gregor, with a general introduction of
W. Wood), Cambridge Universiry Press, Cambridge, 1996.
Fundamentación para una
metafísica de las costumbres
Prólogo

La antigua filosofía griega se dividía en tres ciencias: <J\k. lV, 387>


física, ética y lógica. Esta división se compadece ca- [A iii]
balmente con la naturaleza del asunto en cuestión y
no cabe rectificar nada en ella, salvo quizá explicitar
el criterio aplicado a la misma, para corroborar por
una parte su integridad y por otra poder definir con
exactitud las subdivisiones consiguientes.
Cualquier conocimiento de la razón es material, y
considera algún objeto, o formal, y se ocupa simple-
mente de la forma del entendimiento y de la propia
razón, así corno de las reglas universales del pensar
en general, sin distinguir entre los objetos. La filo-
sofía formal se llama lógica, mientras que la mate-
rial, 1 la cual trata con determinados objetos y las [A iv)
leyes a que se hallan sometidos éstos, se divide a su
vez en dos. Pues esas leyes lo son de la naturaleza o
de la libertad. La ciencia que versa sobre las prime-
Fundamentación para una metafísica de las cosrumbres

ras recibe el nombre de física y la que versa sobre


las segundas el de ética; aquélla se denomina tam-
bién «teoría de la naturaleza» y ésta «teoría de las
cosrumbres».
La lógica no puede tener una parte empírica, en
donde las leyes universales y necesarias del pensar
descansen sobre fundamentos que hayan sido toma-
dos de la experiencia, pues de lo contrario dicha
parte no sería lógica, esto es, un canon para el en-
tendimiento y la razón que ha de ser demostrado y
resulta válido para codo pensar. En cambio, tanto la
filosofía de la naturaleza como la filosofía moral po-
seen cada una su parte empírica, porque la primera
tiene que determinar con sus leyes a la naturaleza
[Av] como un objeto de la experiencia y la segunda I tie-
ne que determinar con sus leyes a la voluntad huma-
na en cuanto ésta quede afectada por la naturaleza,
siendo ciertamente las primeras leyes con arreglo a
<Ak. VJ, 388> las cuales codo \ sucede y las segundas leyes con arre-
glo a las cuales todo debe suceder, aun cuando tam-
bién se tomen en consideración las condiciones bajo
las cuales muy a menudo no tenga lugar lo que de-
bería suceder.
Cabe llamar empírica a toda filosofía en cuanto
ésta se sustente sobre fundamentos de la experiencia
y cabe denominar filosofía pura a la que presente
sus teorías partiendo exclusivamente de principios a
priori. Esta última, cuando es meramente formal, se
llama lógica, pero si se circunscribe a determinados
objetos del entendimiento recibe el nombre de meta­
física.

68
Prólogo

Nace así la idea de una doble metafísica, una meta­


física de la naturaleza y una metafísica de las costum­
bres. La física, por lo tanto, tendrá su parte empírica,
pero también una parte racional; e igualmente la ética,
si bien aquí la parte empírica tenga una denominación
especial, cual es la de antropología práctica, y sólo la ra-
cional pueda ser llamada con toda propiedad moral.
Todas las actividades profesionales, artesanales y
artísticas han salido ganando con la división I del tra- [A vi]
bajo, siendo así que, lejos de hacerlo todo uno, cada
cual se circunscribe a cierto quehacer cuya manipula-
ción se diferencia sobremanera de los demás, para
poder ejecutarlo con la mayor perfección y la máxima
facilidad. Allí donde los quehaceres no están reparti-
dos y diferenciados, atendiendo cada uno a mil tareas
distintas, las industrias permanecen todavía inmersas
en la mayor barbarie. Luego acaso mereciera la pena
preguntarse si la filosofía pura no exigiría que cada
una de sus partes contase con un especialista propio
y no le iría mejor al conjunto de la comunidad cientí-
fica si quienes, conforme al gusto del público, están
acostumbrados a vender lo empírico entremezclado
con lo racional según unas variopintas proporciones
desconocidas para ellos mismos (que se proclaman
«pensadores por cuenta propia» mientras tildan de
«soñadores» a los que simplemente aderezan la
parte racional) fuesen advertidos de no cultivar al
mismo tiempo dos ocupaciones cuyo tratamiento es
absolutamente diverso y para cada una <le las cuales
quizá se requiera un I talento específico, en tanto que [A vü]
su coincidencia en una sola persona sólo daría lugar a
Fundamentación para una metafísica de las costumbres

chapucerías; con todo, aquí sólo quiero limitarme a


preguntar si la naturaleza de la ciencia no exige sepa-
rar siempre cuidadosamente la parte empírica de la
racional y anteponer a la física propiamente dicha
(la empírica) una metafísica de la naturaleza, hacien-
do también ir por delante de la antropología prácti-
ca una metafísica de las costumbres, teniendo que
depurar esas metafísicas de cualquier elemento empí-
-cAk. Vl, 389> rico, para saber cuánto pueda brindar la razón pura \
en ambos casos y de qué fuentes saca ella misma esa
enseñanza suya a priori: siendo esto último algo que
además puede ser tratado por todos los moralistas
(un nombre que tanto abunda) o sólo por unos cuan-
tos que se sientan llamados a ello.
Como mi propósito aquí se concentra específica-
mente sobre la filosofía moral, dentro de los términos
de la cuestión planteada me ceñiré a lo siguiente: si
no se cree en extremo necesario escribir por fin una
filosofía moral pura que se halle completamente de-
[A viii] purada de cuanto I pueda ser sólo empírico y concier-
na a la antropología; pues que habría de darse una
filosofía semejante resulta obvio en base a la idea co-
mún del deber y de las leyes morales. Cualquiera ha
de reconocer que una ley, cuando debe valer moral-
mente, o sea, como fundamento de una obligación,
tendría que conllevar una necesidad absoluta; cual-
quiera habrá de reconocer que un mandato como
«no debes mentir», o las restantes leyes genuinamen-
te morales, no es algo que valga tan sólo para los
hombres y no haya de ser tenido en cuenta por otros
seres racionales; tendría que reconocer, por lo tanto,

70
Prólogo

que el fundamento de la obligación no habría de ser


buscado aquí en la naturaleza del bombre o en las cir-
cunstancias del mundo, sino exclusivamente a priori
en los conceptos de la razón pura, y que a cualquier
otra prescripción que se funde sobre principios de la
mera experiencia, incluida una prescripción que fuera
universal desde cierto punto de vista, en tanto que se
sostenga lo más mínimo sobre fundamentos empíricos
con arreglo a uno solo de sus motivos, ciertamente se
la puede calificar de «regla práctica», mas nunca de
«ley moral». 1 [A ix]
Así pues, las leyes morales y sus principios no sólo
se diferencian esencialmente de cualquier otro cono-
cimiento práctico que albergue algún elemento empí-
rico, sino que toda la filosofía moral descansa entera-
mente sobre su parte pura y, aplicada aJ hombre, no
toma prestado nada del conocimiento relativo al mis-
mo (antropología), sino que le otorga en cuanto ser
racional leyes a priori; desde luego éstas requieren to-
davía un discernimiento fortalecido por la experien-
cia, para discriminar por un lado en qué casos tienen
aplicación dichas leyes y, por otro, procurarles acce-
so a la voluntad del hombre, así como firmeza para su
ejecución; pues, como el hombre se ve afectado por
tantas inclinaciones, aun cuando se muestra muy apto
para concebir la idea de una razón práctica pura, no
es tan capaz de materializarla en concreto durante su
transcurso vital.
Una metafísica de las costumbres es, por lo tanto,
absolutamente necesaria, no sólo por un motivo de
índole especulativa, para explorar \ la fuente de los -cAk, vr . .390>

71
Fundamentación para una metafísica de las costumbres

[A xJ principios a priori I que subyacen a nuestra razón


práctica, sino porque las propias costumbres quedan
expuestas a toda suerte de perversidades, mientras
falte aquel hilo conductor y norma suprema desuco-
rrecto enjuiciamiento. Pues, en aquello que debe ser
moralmente bueno, no basta con que sea conforme a
la ley moral, sino que también ha de suceder por mor
de la misma; de no ser así, esa conformidad resulta
harto casual e incierta, porque el fundamento inmo-
ral producirá de vez en cuando acciones legales, pero
lo usual es que origine acciones ilegítimas. La genui-
na ley moral, en toda su rectitud (lo más importante
dentro del ámbito práctico), no ha de buscarse sino
en una filosofía pura, por lo cual ésta (metafísica) tie-
ne que ir por delante y sin ella no puede darse ningu-
na filosofía moral; es más, aquella .filosofía que mez-
cla esos principios puros con los empíricos no merece
cal nombre (pues la filosofía se distingue del conoci-
miento racional común por exponer en ciencias com-
partimentadas lo que éste concibe de manera entre-
[A xi] mezclada) 1 y menos aún el de «filosofía moral», porque
merced a esa mezcolanza perjudica la rectitud misma
de las costumbres y viene a proceder en contra de su
propia meta.
No se piense que lo requerido aquí está ya en la pro-
pedéutica del célebre Wolff a su filosofía moral, bau-
tizada por él mismo como filosofíapráctica universal',

l. Kant está remitiendo aquí concretamente a la Pbilosophia practica


uniuersalis metbodo scientifica pertractata de Christian Wolff (1679-
1754), obra que apareció en el año 1738. El propio Kant utilizó la

72
Prólogo

y que aquí no sea tomado un camino completamen-


te nuevo.Justamente porque debía ser una filosofía
práctica universal, ésta no tuvo en cuenta ninguna
voluntad que fuera de una índole especial, como
una que se determinara enteramente por principios
a priori al margen de toda determinación empírica y
a la que cupiera denominar una «voluntad pura»,
sino que sólo tomó en cuenta e] querer en general
con todas las acciones y condiciones que le incum-
ben en esa significación universal, y por ello se dife-
rencia de una metafísica de las costumbres, tal como
la lógica universal se distingue de la filosofía trans-
cendental, 1 al exponer la primera las acciones y re- [A xii)
glas del pensar en general mientras que la segunda
expone simplemente las acciones y reglas especia-
les del pensar puro, esto es, de aquel pensamiento
merced al cual se conocen objetos plenamente a
priori. Pues la metafísica de las costumbres debe in-
dagar la idea y principios de una posible voluntad
pura, no las acciones y condiciones del querer hu-
mano en general, las cuales en su mayor parte son
sacadas de la psicología. Que también se hable acerca
de las leyes morales y el deber\ en la filosofía prác- <Ak. vr. 391>
tica universal (sin que sea competencia suya) no
constituye objeción alguna contra mis afirmaciones.
Pues los autores de aquella ciencia permanecen con

expresión de «Philosophia practica universalis» en su Metafísica de las


costumbres (1797) como subtítulo del cuarto apartado de la introduc-
ción, el cual reza como sigue: «Conceptos preliminares para una me-
tafísica de las costumbres»(cf. A.k. Vl, 221). [N. T.]

73
Fundamcmación para una metafísica de las costumbres

ello fieles a su idea sobre la misma; no diferencian


los motivos que son representados como tales com-
pletamente a priori sólo por la razón, y son rigurosa-
mente morales, de los motivos empíricos que son
convertidos por el entendimiento en conceptos uni-
versales mediante una simple comparación entre
distintas experiencias, examinándolos tan sólo con
arreglo a la mayor o menor suma de los mismos (al
considerarlos todos homogéneos), sin prestar aten-
[A xiii] ción I a la diferencia de sus fuentes, y se forjan mer-
ced a ello su concepto de obligación, el cual no tiene
desde luego absolutamente nada de moral, aun
cuando sí esté constituido del único modo que pue-
de pretenderlo una filosofía donde no se discierna
en absoluto el origen de todos los conceptos prácti-
cos posibles, o sea, si éstos también tienen lugar a
priori o simplemente a posteriori.
Resuelto corno estoy a suministrar algún día una
metafísica de las costumbres2, anticipo de momento
esta fundamentación. A decir verdad no existe otra
fundamentación para dicha metafísica que la crítica
de una razón práctica pura, tal como para la metafísica
lo es la ya entregada crítica de la razón pura especu-
lativa. Sin embargo, esta segunda crítica no es de una
necesidad tan apremiante como la primera, en parte
porque la razón humana puede ser llevada fácilmente
hacia una enorme rectitud y precisión en lo moral, in-
cluso dentro del entendimiento más común, al con-

2. Kant sólo publicaría esta Metafísica de las costumbres al final de su


vida, en 1797. [N. I]

74
Prólogo

erario de lo que sucedía en el uso teórico puro, donde


se mostraba I enteramente dialéctica; por otra parte, [A xiv]
para la crítica de una razón práctica pura, si debe ser
completa, exijo que haya de poder mostrar al mismo
tiempo su continuidad con la especulativa en un prin-
cipio común, porque a la postre sólo puede tratarse
de una y la misma razón, que simplemente ha de di-
ferenciarse por su aplicación. Pero aquí no podía
brindar esa integridad sin traer a colación considera-
ciones de muy otra índole y desorientar a los lectores.
Por ello no empleo el rótulo de Crítica de la razón
práctica pura' y me sirvo del de Fundamentación para
una metafísica de las costumbres.
En tercer lugar, comoquiera que, a despecho de su
intimidatorio título, una metafísica de las costumbres
es susceptible de un alto grado de popularidad y ade-
cuación con el entendimiento común, encuentro pro-
vechoso presentar por separado esta preparación de

3. Al comienzo de la segunda Criuca Kant explicad cambio que in-


troducirá en este título: «El motivo por el cual esta "Crítica" no se ti-
tula "Crítica de la razón práctica pura", sino sin más "Critica de la
razón práctica" en general, aun cuando su paralelismo con la especu-
lativa parezca demandar Jo primero, queda cabalmente dilucidado a
lo largo del presente tratado. Esta obra debe limitarse a mostrar que
hay algo así como una razán pura práctica y con ese propósito critico
roda su capaadad práctica. Una vez logrado ese objetivo, no precisa
entonces criticar la pureza de tal capacidad, para ver si con ella la razón
no pretende saltar por encima de sí misma (tal como sucede con la
especulativa). Pues el hecho mismo de que en cuanto razón pura sea
efectivamente práctica viene a demostrar por sí solo tanto su realidad
como la de sus conceptos y torna estéril el ponerse a sutilizar en contra
de su posibilidad» (Crítica de la razón práctica, Ak. V, 3; Alianza Edi-
torial, Madrid, 2000, p. 51). [N T.]

75
Fundamentación para una metafísica de las costumbres

sus rudimentos, para permitirme no agregar en lo ve-


<Ak. vi, 3'>2> nidero \ a teorías más asequibles
las sutilezas que re-
(A xv] sufran inevitables aquí. 1
Con todo, esta fundamentación no es sino la bús-
queda y el establecimiento del principio supremo de
la moralidad, lo cual constituye una ocupación que
tiene pleno sentido por sí sola y aislada de cualquier
otra indagación ética. Ciertamente, mis afirm
acio-
nes sobre esta relevante cuestión capita l, que tanto
dista de haber sido satisfactoriamente ventilada has-
ta la fecha, recibirían mucha luz aplicando ese mis-
mo principio al conjunto del sistema y obtendrían
una gran confirmación al comprobar que resulta sa-
tisfactorio por doquier; pero hube de renunciar a
esa ventaja, más relacionada en el fondo con mi amor
propio que con la utilidad general, porque la facili-
dad en el uso y la aparente suficiencia de un principio
no aporran ninguna prueba certera sobre su exacti-
rud, suscitando más bien cierta sospecha de parcia-
lidad el no indagarlo y sopesarlo con toda rninuciosi-
dad por sí mismo, sin atender en absoluto a las
[Axvl] consecuencias. 1
Creo haber adoptado en este escrito el método
más conveniente, si uno quiere tomar el camino que
parte analíticamente del conocimiento común y va
hasta la determinación de aquel principio supremo,
para retornar luego sintéticamente a parcir del exa-
men de tal principio y sus fuentes hasta el conoci-
miento común, en donde se localiza el uso de dicho
principio. Sus capítulos serán por tanto los siguien-
tes:

76
Prólogo

l. Primer capitulo Tránsito del conocimiento mo-


ral común de la razón al filosófico.
2. Segundo capítulo Tránsiro de la filosofía moral
popular a una metafísica ele las costumbres.
3. Terca capítulo. Tránsito <le la metafísica de las
costumbres a la crítica de la razón práctica pura.

77
Primer capítulo
Tránsito del conocimiento moral
común de la razón al filosófico

No es posible pensar nada dentro del mundo, ni des- -cAk. IV, l'fü
pués de todo tampoco fuera del mismo, que pueda [A 1)
ser tenido por bueno sin restricción alguna, salvo una
buena voluntad. Inteligencia, ingenio, discernimiento
y como quieran llamarse los demás talentos del espí-
ritu, o coraje, tenacidad, perseverancia en las resolu-
ciones, como cualidades del temperamento, sin duda
son todas ellas cosas buenas y deseables en más de un
sentido; pero también pueden ser extremadamente
malas y dañinas, si la voluntad que debe utilizar esos
dones de la naturaleza, y cuya peculiar modalidad se
denomina por ello carácter, no es buena. Otro tamo
sucede con los dones de la fortuna. El poder, las ri-
quezas, el pundonor e incluso la misma salud, así
corno ese pleno bienestar y ese hallarse comento con
su estado que se compendian bajo I el rótulo de feli­ [A 2)
cu/ad, infunden coraje y muchas veces insolencia allí

79
Fundamentación para una metafísica de las costumbres

donde no hay una buena voluntad que corrija su in-


.flujo sobre el ánimo, adecuando a un fin universal el
principio global del obrar; huelga decir que un es-
pectador imparcial, dotado de razón, jamás puede
sentirse satisfecho al contemplar cuán bien le van las
cosas a quien adolece por completo de una voluntad
puramente buena, y así parece constituir la buena
voluntad una condición imprescindible incluso para
hacernos dignos de ser felices.
Algunas cualidades incluso resultan favorables a
esa buena voluntad y pueden facilitar sobremanera
<.Ak IV,394> su labor, pero pese a ello carecen\ de un valor intrín-
seco e incondicional, presuponiéndose siempre una
buena voluntad que circunscriba la alta estima profe-
sada -con toda razón por lo demás- hacia dichas cua-
lidades y no permita que sean tenidas por buenas en
términos absolutos. La moderación en materia de
afectos y pasiones, el autocontrol y la reflexión serena
no sólo son cosas buenas bajo múltiples respectos,
sino que parecen constituir una parte del valor intrín­
seco de la persona; sin embargo, falta mucho para
¡
que sean calificadas de buenas en términos absolutos (
(tal como fueron ponderadas por los antiguos). Pues,
sin los principios de una buena voluntad, pueden lle- l
gar a ser sumamente malas y la sangre fría de un bri-
[A 3] bón le hace I no sólo mucho más peligroso, sino tam- 1
bién mucho más despreciable ante nuestros ojos de
lo que sería tenido sin ella.
(
La buena voluntad no es tal por lo que produzca o
logre, ni por su idoneidad para conseguir un fin pro-
l
puesto, siendo su querer lo único que la hace buena

So
l. Tránsito del conocimiento moral común. ..

de suyo y, considerada por sí misma, resulta sin com-


paración alguna mucho más estimable que todo cuan-
to merced a ella pudiera verse materializado en favor
de alguna inclinación e incluso, si se quiere, del com-
pendio de todas ellas. Aun cuando merced a un des-
tino particularmente adverso, o a causa del mezquino
ajuar con que la haya dotado una naturaleza madras-
tra, dicha voluntad adoleciera por completo de la ca-
pacidad para llevar a cabo su propósito y dejase de
cumplir en absoluto con él (no porque se haya limita-
do a desearlo, sino pese al gran empeño por hacer
acopio de todos los recursos que se hallen a su alcan-
ce), semejante voluntad brillaría pese a codo por sí
misma cual una joya, como algo que posee su pleno
valor en sí mismo. A ese valor nada puede añadir ni
mermar la utilidad o el fracaso. Dicha utilidad sería
comparable con el engaste que se le pone a una joya
para manejarla mejor al comerciar con ella o atraer la
atención de los inexpertos, mas no para I recomen- [A 4)

¡ darla a los peritos ni aquilatar su valor.


Con codo, en esta idea del valor absoluto de la sim-
( ple voluntad sin tener presente ninguna utilidad al

l proceder a su estimación hay algo tan extraño que,


aun cuando incluso la razón ordinaria muestre su co-
incidencia con dicha idea, surge la sospecha de que
1 quizá se sustente simplemente sobre un quimérico
( ensueño y la naturaleza pueda ser mal interpretada
en su propósito al preguntarnos por qué ha instituido
l a \ la razón como gobernanta de nuestra voluntad.
Por ello vamos a examinar esta idea desde tal punto
-cAk. rv 39.5>

de vista.

81
Fund.unc:nt.aaón para una mctafuica de las costumbro

En las disposíciones naturales de un ser organiza-


do, esto es, teleológicarnenre dispuesto para la vida,
asumimos como principio que, dentro de dicho ser, no
se localiza ningún instrumento para cierto fin que
no sea también el más conveniente y rnáximamenre
adecuado a tal fin. Ahora bien, si en un ser que posee
razón y una voluntad, su conseruaaán y el que todo le
vaya bien, en una palabra, su feliadad supusiera el au-
téntico fin de la naturaleza, cabe inferir que ésta se
habría mostrado muy desacertada en sus disposicio-
nes al encomendar a la razón de dicha criatura el rea-
lizar este propósito suyo. Pues rodas las acciones que
CA 5) la criatura ha de llevar a cabo I con miras a ese propó-
sito, así como la regla global de su comportamiento,
le habrían sido trazadas con mucha más exactitud
por el instinto y merced a ello podría verse alcanzada
esa meta muchísimo más certeramente de lo que ja-
más pueda conseguirse mediante la razón; y si ésta le
fuese otorgada por añadidura a tan venturosa criatu-
ra, sólo habría de servirle para reflexionar sobre la di-
chosa disposición de su naturaleza, admirarla, disfru-
tarla y quedar agradecida por ello a su benéfica causa;
mas no habría de servirle para someter a esa débil y
engañosa directriz su capacidad volitiva, malversan-
do así el propósito de la naturaleza. En una palabra,
ésta habría evitado que la razón se desfondara en el
uso práctico y tuviera la osadía de proyectar con su
endeble comprensión el bosquejo tanto de la felici­
dad como de los medios para conseguirla; la natura- {
leza misma emprendería no sólo la elección de los fi-
nes, sino también de los medios, y con sabia previsión

82
l. Tnínsno del conocimiento moral común. ..

habría confiado ambas elecciones exclusivamente al


insrinro",
De hecho, descubrimos también que cuanto más
viene a ocuparse una razón cultivada del propósito
relativo al disfrute de la vida y de la felicidad, tanto
más alejado queda el hombre de la verdadera satis-
facción, lo cual origina en muchos (sobre todo entre
los más avezados en el uso <le la razón), cuando son
lo suficientemente sinceros como I para confesarlo, [A 6]
un cierto grado de misologia u odio hacia la razón,
porque tras el cálculo de todas las ventajas extraídas,
no digamos ya de los lujosos inventos que procuran
ordinariamente todas las artes, sino incluso de los co-
rrespondientes a las ciencias (que al cabo les parecen
ser asimismo un lujo del entendimiento), descubren

4. Este razonamiento sera retornado y desarrollado en eJ opúsculo


que Kant redacta inmediatamente después de terminar IJ Fundamen­
tación «Al filósofo no le queda otro recurso que intentar descubrir en
el absurdo decurso de las cosas humanas un propósito de la naturaleza
[. .. ] La naturaleza ba querido que el hombre extraiga por completo e.le
sí mismo todo aquello que sobrepasa la estructuración mecánica de su
existencia animal y que no participe de otra felicidad o perfección que
la que él mismo, libre c.lel instinto, se haya procurado por medio de la
propia razón. Ciertamente la naturaleza no hace nada superfluo ni es
pródiga en el uso de los medios para sus fines. Por ello, el haber dora-
do al hombre de razón y de la libertad de la voluntad que en ella se
funda consriruye un claro indicio de su propósito con respecto a tal
equipamiento O hombre no debía ser dirigido por el mstimo, sino
que debía ex-traerlo todo de sí mismo [. .. ) Se diría que .1 la naturaleza
no le ha importado en absoluto que el hombre viva bien, sino que se
vaya abriendo camino para hacerse digno, por medio de su comporta-
{ miento, de la vida y el bienestar» (cf Ideas para una bistona untuersal
en clave cosmopolita, Ak. Vill. 18-19; Tecnos, Madrid, 1987, pp. 5. 7
y8). [N TJ

83
Fundamentación para una metafísica de las costumbres

que de hecho sólo se han echado encima muchas más


cAk. lV, 396> penalidades, \ antes que haber ganado en felicidad y,
lejos de menospreciarlo, envidian finalmente a la es-
tirpe del hombre común, el cual se halla más próxi-
mo a la dirección del simple instinto natural y no con-
cede a su razón demasiado influjo sobre su hacer o
dejar de hacer. Ha de reconocerse sobradamente que
la opinión de quienes atemperan mucho, hasta redu-
cirlos a cero, los jactanciosos encomios hacia las ven-
tajas que la razón debiera procurarnos con respecto a
la felicidad y el contento de la vida no es en modo al-
guno un juicio huraño ni desagradecido para con las
bondades inherentes al gobierno del mundo, sino
que bajo tales juicios reposa como fundamento implí-
cito la idea de un propósito muy otro y mucho más
digno de su existencia, propósito para el cual, y no
para la felicidad, se halla por entero específicamente
determinada la razón; un propósito ante el que, en
cuanto condición suprema, tienen que postergarse la
mayoría de las miras particulares del hombre.
Pues la razón no es lo bastante apta para dirigir cer-
[A 7) teramente a la voluntad en relación con sus I objetos
y la satisfacción de todas nuestras necesidades (que en
parte la razón misma multiplica), fin hacia el que nos
hubiera conducido mucho mejor un instinto implanta-
do por la naturaleza; sin embargo, en cuanto la razón {
nos ha sido asignada como capacidad práctica, esto es,
1)
como una capacidad que debe tener influjo sobre la vo­
luntad, entonces el auténtico destino de la razón tiene 1
que consistir en generar una voluntad buena en sí mis­ i
)
ma y no como medio con respecto a uno u otro propó-
l. Tránsito del conocimiento moral común ...

sito, algo para lo cual era absolutamente necesaria la


razón, si es que la naturaleza ha procedido teleológica-
mente al distribuir sus disposiciones por doquier. A
esta voluntad no le cabe, desde luego, ser el único bien
global, pero sí tiene que constituir el bien supremo? y la
condición de cualquier otro, incluyendo el ansia de fe-
licidad, en cuyo caso se deja conciliar muy bien con la
sabiduría de la naturaleza, si se percibe que aquel culti-
vo de la razón preciso para ese primer e incondiciona-
do propósito restringe (cuando menos en esta vida) de
diversos modos la consecución del segundo y siempre
condicionado propósito, cual es la felicidad, reducién-
dola incluso a menos que nada, sin que la naturaleza
proceda inconvenientemente con ello, porque la razón,
que reconoce su más alto destino práctico en el estable-
cimiento de una buena voluntad, al alcanzar su propó-
sito sólo es capaz de sentir un contento muy idiosincrá-
sico, nacido del cumplimiento de una meta que a su vez
sólo I determina la razón, aun cuando esto deba vincu- LA 81
larse con algún quebranto para los fines de la inclina-
ción.\
Para desarrollar el concepto de una buena volun- <Ak. IV, 397>
tad que sea estimable por sí misma sin un propósito
ulterior, como quiera que se da ya en el sano entendi-
miento natural y no precisa tanto ser enseñado cuan-
{ to más bien explicado, para desarrollar -decía- este
1)
5. Este concepto cobrará un gran protagonismo en la Crítica de la ra­
1 zón práctica (cf. Ak. V, 108 y ss.; ed. casr.: Alianza Editorial, Madrid,
i
)
2000, pp. 216 y ss.), si bien en esca obra se distinguirá entre un «bien
supremo» (la virtud o voluntad buena de suyo) y un «swno bien» (que
sea feliz quien es digno de serlo). [N. T.]
las costumbres
Fundamcm.ición para una met11física de

r globaJ
concepto gue preside la estimación del valo
dición de
de nuestras acciones y constituye la con
concepto
todo lo demás, vamos a examinar antes el
buena vo-
del deber, el cual entraña la noción de una
obstáculos
J untad, si bien bajo ciertas restricciones y
irrecono-
subjetivos que, lejos de ocultarla o hacerla
gracias a
cible, más bien lo resaltan con más claridad
ese contraste.
que ya se
Omito aquí todas aquellas acciones a las
ndo pue-
reconoce como contrarias al deber aun cua
ósito, pues
dan ser provechosas para uno u otro prop
si pudie-
en ellas ni siquiera se plantea la cuestión de
uso lo con-
ran haber sucedido por deber, dado que incl
acci ones que
tradicen. También dejo a un lado aquellas
y hacia las
son efoctivamente conformes al deber
inación in-
que los hombres no poseen ninguna incl
otra incli-
mediata, pero las ejecutan porque alguna
s resulta
[A 9J nación les mueve a ello. Pues I en estos caso
er ha te-
fácil distinguir si la acción conforme al deb
propósito
nido Jugar por deber o en función de un
)

egoísta. Esta diferencia resulta mucho más


difícil de
deber y el
l
apreciar cuando la acción es conforme al 1
ta hacia
sujeto posee además una inclinación inmedia {
forme al
ella. Así por ejemplo, resulta sin duda con
deber que un tendero no cobre de más a
su cliente ,
1
os, el co-
inexperto y, allí donde abundan los comerci
que man- ~
merciante prudente tampoco lo hace, sino
suerte que
tiene un precio fijo para todo el mundo, de
tan bien
hasta un niño puede comprar en su tienda
ve servido
como cualquier otro. Por Jo tanto, uno se
para creer
honradamente; sin embargo, esto no basta

86
l. Tránsno dd conocimiento mural común ...

que por ello el comerciante se ha comportado así por


mor del deber y siguiendo unos principios de honra-
dez. Su beneficio lo exigía; mas tampoco cabe supo-
ner aquí que por añadidura debiera tener una incli-
nación inmediata hacia los clientes, para no hacer
discriminaciones entre unos y otros en lo tocante al
precio por afecto hacia ellos. Consiguientemente, tal
acción no tiene lugar por deber, ni tampoco por una
inclinación inmediata, sino simplemente con un pro-
pósito interesado.
En cambio, conservar la propia vida supone un de-
ber y además cada cual posee una inmediata inclina-
ción hacia ello. Pero, por esa causa, el angustioso des-
velo que tal cosa suele comportar para la mayoría de
los hombres no posee ningún valor intrínseco y su
máxima carece de contenido moral \ alguno. Preser- -cAk. rv 398>
van su vida conforme al deber, 1 mas no por mor del [A 10]
deber. Por contra, cuando los infortunios y una pesa-
dumbre desesperanzada han hecho desaparecer por
entero el gusto hacia la vida, si el desdichado desea la
)

l muerte, más indignado con su destino que pusiláni-


1 me o abatido, pero conserva su vida sin amarla, no
{ por inclinación o miedo, sino por deber, entonces al­
berga su máxima un contenido moral.
,
1 Ser caritativo allí donde uno puede serlo supone un
deber y además hay muchas almas tan compasivas
~
que, sin contar entre sus motivos la vanidad o el inte-
rés personal, encuentran un íntimo placer en esparcí r
júbilo a su alrededor y pueden regocijarse con ese
contento ajeno en cuanto es obra suya. Pero yo man-
tengo que semejante acción en tal caso, por muy con-

87
afí.,ica de las costumbro
Fundamentación para una met

e pueda ser, no posee


forme al deber y amable qu
nuinamente moral, sino
pese a ello ningún valor ge
a con otras inclinaciones
que forma una misma parej
nsión al honor que, cuan-
como, verbigracia, esa prope
lo que de hecho es confor-
do por fortuna coincide con
lidad, resulta por consi-
me al deber > de común uti
na de aliento y encomio,
guiente tan honorable como dig
a estima; pues a la máxi-
mas no merece tenerla en alt
, o sea, el hacer tales ac-
ma le falca el contenido moral
o por deber. Sólo en el
ciones no por inclinación, sin
viera nublado su ánimo
caso de que aquel filántropo
ésta suprimiese cualquier
por la propia pesadumbre y
(A J lJ ajena quedándole todavía
l compasión hacia la suerte
miserias de los demás
capacidad para remedía- las
le conmoviera por esta;
pero esa penuria extraña no
la propia y, una vez que
demasiado concernido por
itase a ello, lograra des-
ninguna inclinación le inc
iferencia y acometiera la
prenderse de tan fatal ind
deber al margen de toda
acción exclusivamente por
entonces posee tal acción
inclinación, entonces y sólo
más, si la naturaleza hu-
su genuino valor moral. Es
asión en el corazón de
biera depositado escasa comp
es un hombre honrado y
alguien que, por lo demás,
frío e indiferente ante los
éste fuese de temperamento
porque él mismo acepta
sufrimientos ajenos. quizá
culiar don de la paciencia
los suyos propios con el pe
que presume, o incluso
y los resiste con una fortaleza
si la naturaleza -digo- no
exige, en todos los demás;
nte hombre (que proba-
hubiera configurado a semeja
ducto) para ser propia-
blemente no sería su peor pro
no encontraría todavía
mente un filántropo, ¿acaso
88
l. Tránsito del conocimiento moral común ...

en su interior una fuente para otorgarse a sí mismo


un valor mucho más elevado que cuanto pueda pro-
venir de un temperamento bondadoso? [Por supues-
to! Precisamente ahí se cifra el valor del carácter,\ <Ak.JV,399>
que sin parangón posible representa el supremo valor
moral, a saber, que se haga el bien por deber y no por
inclinación".
Asegurar su propia felicidad es un deber (cuando
menos indirecto), pues el descontento I con su pro [A 12]
pio estado, al verse uno apremiado por ~últi~les pre-
ocupaciones en medio de necesidades msau~:echas,
se convierte con facilidad en una gran tentacton para
transgredir los deberes. Pero, incluso sin acender aquí
al deber todos los hombres tienen ya ele suyo una po
derosís~a y ferviente inclinación hacia la felic~da~.
al quedar compendiadas en esta idea tod~s.las mch:
naciones. Sólo que la prescripción de felicidad esta
constituida, la mayor parte de las veces, de tal modo
que causa un enorme perjuicio a ciertas _inc~inacio-
nes, pues el hombre no puede formarse ~mgun con-
cepto preciso y fiable acerca del compendio ~o~de se
satisfacen todas ellas bajo el nombre de «felicidad»:
por eso no resulta sorprendente cómo una única in-
clinación, bien definida con respecto a lo que pron~e-
te y al momento en que puede ser obtenida su satis-

6. A este respecto Schiller escribió estos c~ebres versos: ~<!11 ayudar


con gusto a los amigos, lo bago por desgracia con inclinación I Y ~n-
ronces me suele corroer la idea de que no soy virruoso / 1\s1 las cosas,
no queda oero remedio , has de intentar odiarlos / Y . hacerlo
\' .Lentonces
N
con aversión, tal como te demanda el deber» (Schiller, \ eree atto
nalausgabe, \X'eimar, 1943. vol. 20, p. 357). [N T l
a de las costumbres
Fundamentación para una metafí~ic

idea tan variable


facción, pueda prevalecer sobre una
un enfermo de gota,
y el hombre, pongamos por caso
y sufrir lo que re-
pueda elegir comer lo que le gusta
nos no aniquila el
sista, porque según su cálculo al me
expectativas, aca-
goce del momento presente por las
debe hallarse en la
so infundadas, de una dicha que
e caso, si la incli-
salud. Sin embargo, también en est
no determinase su
nación universal hacia la felicidad
formara parte ne-
voluntad, siempre que la salud no
ndo menos para
cesariamente de dicho cálculo, cua
os queda todavía
él, aquí como en todos los demás cas
I felicidad no por
[A 131 una ley, cual es la de propiciar su
entonces cobra su
inclinación, sino por deber, y sólo
conducta un genuino valor moral.
bién aquellos pa-
Sin duda, así hay que entender tam
se manda amar al
sajes de la Sagrada Escritura donde
stro enemigo. Pues
prójimo, aun cuando éste sea nue
nto inclinación
el amor no puede ser mandado en cua
ninguna inclina-
pero hacer el bien por deber, cuando
hasta vaya en contra
ción en absoluto impulse a ello y
tía, es un amor prác­
de una natural e invencible antipa
voluntad y no en una
tico y no patolágrco', que mora en la
dose así en princi-
tendencia de la sensación, sustentán
na compasión; este
pios de acción y no en una tier
ndado.
amor es el único que puede ser ma
por deber tiene
La segunda tesis es ésta: una acción
que debe ser alean-
su valor moral 110 en el propósito

e para Kant el significado que aho-


7. El término «parológrco» no tien verse pasivamente afectado por
ra le damos en cast ellano y equfrale a
la sens ibili dad . {\ T.)

90
l. Tránsito del conocimiento moral común ...

zado gracias a ella, sino en la máxima que decidió tal


acción; por lo tanto no depende\ de la realidad del <Ak rv,,ioo>
objeto de la acción, sino simplemente del principio
del querer según el cual ha sucedido tal acción, sin
atender a objeto alguno de la capacidad desiderativa.
Resulta claro que, a la vista de lo dicho con anteriori-
dad, los propósitos que pudiéramos tener en las ac-
ciones, así como sus efectos, en cuanto fines y móviles
de la voluntad, no pueden conferir a las acciones nin-
aún valor moral incondicionado. Así pues, ¿dónde
;uede residir dicho valor, si éste no debe subsistir 1 [A 1-IJ
en la voluntad con relación a su efecto esperado? No
puede residir sino en el principio de la volt~ntad, al
margen de los fines que puedan ser producidos por
tales acciones; pues la voluntad está en medio de una
encrucijada, entre su principio a pnon, que es formal,
y su móvil a posteriori, que es material; y como, s~
embargo, ha de quedar determinada por algo, tendrá
que verse determinada por el principio formal del
querer en general, si una acción tiene lugar por de-
ber, puesto que se le ha sustraído todo principio ma-
terial.
La tercera tesis, consecuencia de las dos anteriores,
podría expresarse así: el deber significa que una acaán es
necesaria por respeto baaa la ley. Hacia el objeto, como
efecto de mi acción proyectada, puedo tener ciertamen-
te mclinaaán, mas nunca respeto, precisamente por ser
un mero efecto y no la tarea de una voluntad. Igualmen-
te, a una inclinación en general, ya sea mía o de cual-
quier otro, no puedo tenerle respeto; a lo sumo puedo
aprobarla en el primer caso y a veces incluso amarla en

91
mbres
Furnfamcnti1c1ón para una metafísica de las costu

el segundo, al considerarla como favorable a mi


propio
mi voluntad
provecho. Sólo aquello que se vincule con
a como efec-
si.mplemenre como fundamento, pero nunc
sino que preva-
to, aquello que no sirve a mi inclinación,
completo del
[A 151 Ieee sobre ella o al menos l la excluye por
to de respeto y
cálculo de la elección, puede ser un obje
deber debe
por ello de mandato. Como una acción por
todo objeto
apartar el influjo de la inclinación y con ello
pueda deter-
de la voluntad, a ésta no le queda nada que
etivamente, el
minarla objetivamente salvo la ley y, subj
iguiente la
puro respeto hacia esa ley práctica, por cons
máxima· de dar\ cumplimiento a una
ley semejante,
<Ak IV,.io1>
s.
aun con perjuicio de todas mis .inclinacione
, en eJ
El valor moral de la acción no reside, pues
oco en algún
efecto que se aguarda de ella, ni tamp
tado su mo-
principio de acción que precise tomar pres
efectos (es-
tivo del efecto aguardado. Pues todos esos
ento de la fe-
tar a gusto con su estado e incluso el fom
ién merced
licidad ajena) podían haber acontecido tamb
a otras causas y no se necesitaba para ello
la voluntad
e ser encon-
de un ser racional, único lugar donde pued
Ninguna otra
trado el bien supremo e incondicionado.
en si misma I
cosa, salvo esa representación de la Ley
o que di-
1A 16) que .rólo tiene lugar en seres racionales, en tant
, es el mo-
cha representación, y no el efecto esperado
bien tan ex-
tivo de la voluntad, puede constituir ese
celente al que llamarnos «bien moral»,
el cual está

objetivo
... Max1ma es el principio subjeuvo del querer; el principio
ipio práct ico subje tivo
(esto es, aquel que también serviría de princ ica.
a todos los seres racionales ) es la ley práct

92
l. Tránsito del conocimiento moral común ...

presente ya en la persona misma que luego actúa de


acuerdo con ello, pero no cabe aguardarlo a partir del
efecto.\ 1

e me podría reprochar que tras la palabra respeto sólo busca-


ra refugio para un oscuro sentimlento, en lugar de solventar con
claridad este asunto mediante un concepto <le la razón. Ahora
bien, aun cuando el respeto es desde luego un sentirmenro, no
se trata de un sentímieoco devengado merced a influjo alguno,
sino de un sentimiento espontáneo que se produce gracias a un
concepto <le la razón y por eso se diferencia especificumenre de:
codos los sentimientos del pruner upo, que pueden reducirse a
la inclinación o el miedo. Aquello que reconozco inmediata-
mente como una le:~ para rm, lo reconozco con respeto, lo cual
significa simplemente que cobro consciencia de la subordina
aán de mi voluntad bajo una ley sin la mediación de: otros influ-
jos sobre mi sentido. La volunrad se ve inmediatamente deter-
minada por la ley, y la consciencia de tal determinación se llama
respeto, siempre que éste sea contemplado como efecto de la ley
sobre el sujeto y no como causa A decir verdad, el ropeta es la
representación de un valor que doblega mi amor propio. Por lo
tanto, es algo a lo que no se considera objeto <le la inclinación ni
tampoco del miedo, aunque presente ciertas analogías con am
bas cosas al mismo tiempo. Así pues, el objeto del respeto es
exclusivamente la Ley, aquella ley que nos imponemos a nosotros
mismos como necesaria de suyo. En cuanto ley nos hallamos so
mecidos a ella sin interrogar al amor propio y en cuanto se ve
impuesta por nosotros mismos es uno consecuencia de: nuestra
voluntad: atendiendo a lo prunero presenta cierra analogía con
el miedo y comando en cuenta lo segundo nene analogía con l.i
inclinación. 1 Todo respeto hacia una persona es propiamente lA L 71
sólo respeto hacia esa ley (de la honestidad, etc ) de la cual dicha
persona nos brinda el ejemplo. Al entender como un deber el
aumento de nuestros talemos, en una persona <le talento nos re-
presentamos también, por decirlo asi, el ejemplo de una ley (ase·
mejamos ,1 ella en ese aspecto gracias ,1 esa ejercitación), y esto
constituye nuescro respeto. Cualquier interés que se califique <le
moral no consiste sino en el respetohacia la ley.

93
Fundamentación para una metafísica de las costumbres

<Ak. I\', -102> Mas, ¿cuál puede ser esa ley cuya representación, sin
(A 17} tomar en cuenta el efecro aguardado merced a ella, tiene
que determinar la voluntad, para que ésta pueda ser ca-
líficada de «buena» en términos absoluros y sin paliati-
vos? Como he despojado a la voluntad de todos los aci-
cates que pudieran surgirle a partir deJ cumplimiento de
cualquier ley, no queda nada salvo la legitimidad univer-
sal de las acciones en general, que debe servir como úni-
co principio para la voluntad, es decir, yo nunca debo
proceder de otro modo salvo que pueda querer también
ver convertida en ley universal a »u máxima. Aquí es la
simple legitimidad en general (sin colocar como funda-
mento para ciertas acciones una determinada ley) lo que
sirve de principio a la voluntad y así tiene que servirle, si
el deber no debe ser por doquier una vana ilusión y un
concepto quimérico; con esto coincide perfectamente la
razón del hombre común en su enjuiciamiento práctico,
ya que siempre tiene ante sus ojos el mencionado prin-
cipio.]
[A 18] Valga como ejemplo esta cuestión: ¿Acaso no me
resulta lícito, cuando me hallo en un aprieto, hacer
una promesa con el propósito de no mantenerla?
Aquí me resulta sencillo distinguir que la pregunta
puede tener uno u otro significado, según se cuestio-
ne si hacer una falsa promesa es algo prudente o con-
forme al deber. Sin duda, Jo primero puede tener
lugar muy a menudo. Advierto que no basta con es-
quivar un apuro actual por medio de semejante sub-
terfugio, y habría de meditar cuidadosamente si lue-
go no podría derivarse a partir de esa mentira una
molestia mucho mayor que aquellas de las cuales me

94
l. Tránsito del conocimiento moral común ...

libro ahora, y, como las consecuencias no son fáciles


de prever con coda mi presunta astucia, pues una
confianza perdida podría volverse alguna vez mucho
más perjudicial para mí que todo el daño que ahora
pretendo evitar, habría de considerar si no sería
más prudente proceder según una máxima universal
y acostumbrarse a no prometer nada sin el propósito
de mantenerlo. Mas en seguida me resulta obvio que
una máxima semejante siempre tiene como funda-
mento el miedo a las consecuencias. Ahora bien, es
algo completamente distinto el ser veraz por deber
que serlo por la preocupación de unas consecuen-
cias perjudiciales; en el primer caso, el concepto de
acción ya entraña en sí mismo una ley para mí y, en
el segundo, he de comenzar por sopesar qué efectos
podría llevar I aparejados cal acción para mí. Pues, [A 19]
cuando me desvío del principio relativo al deber, eso
supone algo malo con total certeza; pero si traiciono
mi máxima de la \ prudencia, eso puede serme muy <t\k. IV, 403>
provechoso de vez en cuando, aunque resulte más
fiable perseverar en ella. Con todo, el modo más rá-
pido e infalible de aleccionarme para resolver este
problema sobre si una promesa mendaz resulta con-
forme al deber es preguncarme a mí mismo: ¿Acaso
me contentaría que mi máxima (librarme de un apu-
ro gracias a una promesa ficticia) debiera valer como
una ley universal (tanto para mí como para los de-
más), diciéndome algo así como: «Cualquiera puede
hacer una promesa hipócrita, si se halla en un apuro
del que no puede salir de otro modo»? En seguida
me percato de que, si bien podría querer la mentira,

95
Fundamenración para una metafísica de la~ costumbres

ersal del
no podría querer en modo alguno una ley univ
daría pro-
mennr; pues con arreglo a una ley tal no se
a ocioso
píamente ninguna promesa, porque resultarí
ras accio-
fingir mi voluntad con respecto a mis futu
lacro o,
nes ante otros, pues éstos no creerían ese simu
rían con la
si por precipitación lo hicieran, me paga
tan pronto
misma moneda, con lo cual mi máxima,
ría que au-
como se convirtiera en ley universal, tend
rodestruirse.
mi querer
Qué he de hacer por lo tanto para que
una pe-
sea moralmente bueno; para eso no necesito
o. Sin ex-
LA 20) netrante agudeza I que sepa calar muy hond
do, incapaz
periencia con respecto al curso del mun
itan
Je abarcar todos los acontecimientos que se conc
querer
en él, basta con que me pregunte: «¿Puedes
ley uní-
también que ru máxima se convierta en una
obable, no
versal?». De no ser así, es una máxima repr
ti o para
por causa de algún perjuicio inminente para
o principio
otros, sino porque no puede cuadrar com
hacia lo que
en una posible legislación universal, algo
aun antes
la razón me arranca un respeto inmediato
gación
de pasar a examinar en qué se basa (una inda
a encen-
que le corresponde al filósofo), si bien llego
n del valor
der al menos que se trata de una estimació
to es en-
el cual prevalece largamente sobre todo cuan
mi acción
carecido por la inclinación; la necesidad de
es aquello
merced al puro respeto hacia la ley práctica
ha de ple-
que forja el deber, y cualquier otro motivo
de una
garse a ello, puesto que supone la condición
por encim a
voluntad buena en sí, cuyo valor se halla
de codo.

96
l. Tránsito del conocimiento moral común ...

Hemos recorrido el conocimiento moral de la ra-


zón del hombre común hasta llegar a su principio,
que, aun cuando no es pensado aisladamente por
esa razón bajo una forma universal, tampoco deja
de tenerlo siempre a la vista y lo utiliza como crite-
rio de su enjuiciamiento. \ Resulraría sencillo rnos- <Ak IV,-4Q.l>
trar aquí cómo I con esca brújula en la mano esa razón [A 211
sabría distinguir muy bien cuanto es bueno, malo,
conforme o contrario al deber, cuando sin enseñarle
nada nuevo se le hace reparar sobre su propio princi-
pio, tal como hiciera Sócrates", no necesitándose nin-
guna ciencia ni filosofía para saber lo que uno ha de
hacer para ser honrado y bueno, e incluso para ser sa-
bio y virtuoso. Bien cabía presumir de antemano que
el conocimiento sobre cuanto cada hombre se halla
obligado a hacer, y por lo tanto también a saber, se-
ría un asunto que compete a todo hombre, incluso al
más corriente. Aquí uno puede contemplar, no sin
admiración, cuánto aventaja la capacidad judicativa
práctica a la teórica en el encendimiento c.lel hombre
común. En el plano teórico, cuando la razón ordina-
ria se atreve a apartarse de las leyes empíricas y las
percepciones de los sentidos, incurre en misterios in
comprensibles y cae en contradicción consigo misma,
sumergiéndose cuando menos en un caos de incerti-
dumbre, oscuridad e inconsistencia. Sin embargo, en

8. La mayéutica de Sócrares (470-399 a.C.) fue inmortalizada por Pla-


tón en su Apología (20c-2-tb). Kant alude expresamente al «método
dialógico socrático» en su Metafísica de las costumbres (cí. Ak. Vl,
-Hl; y también Ak VI, 376). [S T]

97
Fundamentación para una metafísica de las costumbres

lo práctico la capacidad judicativa sólo comienza a


mostrarse convenientemente provechosa cuando el
entendimiento común excluye de las leyes prácticas
todos los móviles sensibles. Incluso puede volverse
harto sutil al chicanear con su conciencia moral u
otras exigencias lo que debe ser tildado de «justo»,
(A 22J o I cuando quiere determinar con toda franqueza
para su propia instrucción el valor de las acciones y,
en este último caso, puede abrigar tantas esperanzas
de acercar en la diana como pueda prometerse siem-
pre un filósofo e incluso la mayoría de las veces dará
con mayor seguridad en el blanco, pues el filósofo no
puede tener ningún otro principio distinto del que
tenga él, pero sin embargo sí puede fácilmente enma-
rañar su juicio con un cúmulo de consideraciones ex-
trañas al asunto en cuestión y dejarse desviar del
rumbo correcto. ¿No sería entonces más aconsejable
darse por satisfecho en las cuestiones morales con el
juicio de la razón ordinaria y, a lo sumo, emplear sólo
la filosofía para exponer más cabal y comprensible-
mente el sistema de las costumbres, haciendo igual-
mente más cómodo el uso de sus reglas (antes que la
disputa sobre las mismas), mas no para desviar al en-
tendimiento común del hombre de su venturosa sim-
plicidad e incluso, con un propósito práctico, llevarlo
mediante la filosofía por un nuevo camino de investi-
gación y enseñanza?
¡ Cuán magnífica cosa es la inocencia! Lástima que
<Ak. rv. 40h a su vez \ no sepa preservarse y se deje seducir fácil-
mente. Por eso la sabiduría misma (la cual, por otra
parte, seguramente consiste más en el hacer y dejar
l. Tránsito del conocimiento moral común ...

de hacer que en el saber) necesita de la ciencia, no


para aprender de ella, sino para procurar l un acceso
lA 23J
y una persistencia a su precepto. El hombre siente
dentro de sí mismo un poderoso contrapeso frente a
todos los mandatos del deber, que la razón le repre-
senta tan dignos de respeto, en sus necesidades e in-
clinaciones, cuya total satisfacción compendia bajo el
nombre de «felicidad». Ahora bien, la razón ordena
sus prescripciones inexorablemente, sin prometer nada
con ello a las inclinaciones, pm,tergando irreverente
mente a esas pretensiones tan impetuosas y apa
rentemente plausibles (que no consienten verse su-
primidas por mandato alguno). De aquí emana una
dialécttca natural, esto es, una tendencia a sutilizar
contra esas severas leyes del deber y a poner en duda
su validez, o cuando menos su pureza y rigor, para
adecuarlas cuanto sea posible a nuestros deseos e in-
clinaciones, echándolas a perder en el fondo al pri-
varlas de su íntegra dignidad, algo que al fin y al cabo
ni siquiera la razón práctica común puede sancionar.
Así que por lo tanto la razón del hombre común se
ve impelida, no por una necesidad más o menos espe
-
culativa (algo que no le acecha mientras se conforme
con ser una simple y sana razón), sino por motivos
genuinamente prácticos, a salir de su círculo y avan
zar un paso dentro del campo de una filosofía prácti­
ca, para recibir allí mismo un informe y una clara in-
dicación I sobre la fuente de su principio, así como
[A 24]
sobre la correcta determinación del mismo en contra-
posición con las máximas a que dan pie cualquier ne-
cesidad e inclinación, a fin de abandonar la perpleji-

99
Fundamentación para una metafísica de las costumbres

dad en que le sumen esas pretensiones bilaterales y


no correr el peligro de que le sean hurtados todos los
auténticos principios morales por la ambigüedad en
que incurre tan fácilmente. Así pues, cuando se culti-
va, en la razón práctica ordinaria se va trabando inad-
vertidamente una dialéctica que le fuerza a buscar
ayuda en la filosofía, tal como le ocurre en el uso teó-
rico, Y de ahí que ambos usos no hallen descanso sino
en una crítica íntegra de nuestra razón. \ 1

100
Segundo capítulo
Tránsito de la filosofía moral
popular a una metafísica de las
costumbres

Si hasta ahora hemos ido sacando nuestro concepto <Ak rv -106:>


relativo al deber del uso común de nuestra razón [A 25]
práctica, no cabe concluir en modo alguno a partir de
ahí que lo hayamos tratado como un concepto empí-
rico. Antes bien, cuando prestamos atención a la ex-
periencia acerca del hacer y dejar de hacer de los
hombres, encontramos repetidas quejas, cuyo acierto
suscribimos, respecto a que no puede aducirse ningún
ejemplo fiable sobre la intención de obrar por puro
deber, de suerte que, aun cuando más de una vez
acontezca algo conforme a lo que manda el deber,
siempre resulta dudoso si ocurre propiamente por de­
ber y posee un valor moral. Por eso, a lo largo de todas
las épocas, ha habido filósofos que han negado sin
más la realidad de esa intención en las acciones huma-
nas y lo han atribuido todo a un egoísmo más o menos
refinado, sin poner en duda por ello la exactitud del

101
a de las co~tumbm.
Fundamcmación para una mcrafísic

más bien con pro-


concepto de moralidad, aludiendo
eza de la naturaleza
fundo pesar a la fragilidad e impur
noble para convertir
[A 261 humana, la cual es lo bastante I
suyo, pero al mismo
tan respetable idea en precepto
cumplirlo y utiliza esa
tiempo es demasiado débil para
legisladora para cui-
razón que debiera servirle como
aisladamente o, a lo
dar del interés de las inclinaciones
d mutua. \
sumo, en su mayor compatibilida
e imposible estipu-
<Ak. iv -101> De hecho, resulta absolutament
experiencia un solo
lar con plena certeza mediante la
ión, conforme por
caso donde la máxima de una acc
lusivamente so-
lo demás con el deber, descanse exc
representación de su
bre fundamemos morales y la
s veces con la más
deber. Pues el caso es que alguna
encontramos nada
rigurosa de las introspecciones no
n del f und am enro mo ral del deber, que haya'
al ma rge
oso para movernos
podido ser suficientemente poder
gran sacrificio; pero
a ral o cual buena acción y a tan
total seguridad que la
de ahí no puede concluirse con
autentica causa determinante de
la voluntad no haya
ulso del egoísmo,
sido realmente algún secreto imp
de aquella idea; pues,
camuflado tras el mero espejismo
ibuyéndonos falsa-
aunque nos gusta halagarnos atr
d ni siquiera con el
mente nobles motivos, en realida
llegar nunca basta lo
examen más riguroso podemos
encubienos, porque
que hay detrás de los móviles
importan las accio-
cuando se trata del valor moral no
principios íntimos de
nes que uno ve, sino aquellos
fA 27] las mismas que no se ven. 1
d, considerándo-
A quienes se burlan de la moralida
fantasía humana so-
la como un simple delirio de una
102
2. Tránsito Je la filosofia moral popular ...

brepujada por la vanidad, no se les puede rendir me-


jor servicio que concederles que los concepcos del
deber (tal como por comodidad se persuade uno gus-
tosamente de que también sucede así con todos los
demás conceptos) han de ser extraídos exclusivamente
a partir de la experiencia, pues con ello se les dispen-
sa un triunfo seguro. Por amor a la humanidad quie-
ro conceder que la mayoría de nuestras acciones son
conformes al deber; pero si se miran de cerca sus ca-
prichos y cavilaciones, uno tropieza por doquier con
ese amado yo, que siempre descuella, sobre el cual se
apoya su propósito, y no sobre ese severo mandato
del deber que muchas veces exigiría abnegación. No
necesita uno ser precisamente un enemigo ele la vir-
tud, sino tan sólo un observador sereno que no iden-
tifique sin más un vivo deseo por hacer el bien con su
autenticidad, para (sobre todo con el bagaje de los
años y un discernimiento tan escarmentado por la ex
periencia como aguzado para la observación) dudar
en ciertos momentos de si realmente se da en el mun-
do alguna virtud genuina. Y aquí nada nos puede
preservar de que abandonemos por completo nues-
tras ideas relativas al deber, para conservar en el alma
un fundado respeto hacia su ley, salvo la clara convic-
ción de que, aun cuando nunca haya habido acciones eAk, 1v. .ios>
emanadas\ 1 de cales fuentes puras, la cuestión aquí [A 28]

no es en absoluto si sucede esto o aquello, sino que la


razón manda por sí misma, e independientemente de
todos los fenómenos, lo que debe suceder, con lo
cual acciones de las que quizá el mundo no ha dado
todavía ejemplo alguno hasta la fecha, y sobre cuya

103
de las costumbre,
Fundamc:ntaoón para una metafísica

todo lo basa en
viabilidad podría dudar mucho quien
mandadas por
la experiencia, son inexcusablemente
mar un ápice la
la razón, de modo que no quepa mer
hombre en la
inmaculada lealtad exigible por cada
no hubiese habi-
amistad, aunque acaso hasta ahora
deber reside,
do ningún amigo leal", porque este
cualquier expe-
como un deber genérico anterior a
rmina a la vo-
riencia, en la idea de una razón que dete
luntad mediante fundamentos a pno
ri.
si no se quiere
Además, ha de tenerse presente que,
algún posible
impugnar toda verdad y relación con
cabe poner en
objeto al concepto de moralidad, no
significación tan
cela de juicio que su ley tenga una
los hombres,
extendida como para valer no sólo para
y ello no sólo
sino para todo ser racional en general
ones, sino de
bajo condiciones azarosas y con excepci
obvio que nin-
modo absolutamente necesaria, resulta
inferir tales leyes
guna experiencia puede dar lugar a
bilidad. Pues
apodícticas o tan siquiera su mera posi
r un respeto sin
[A 29) con qué derecho podríamos I profesa
naturale-
límites, como precepto universal para toda
do bajo even-
za racional, a lo que quizá sólo sea váli
y ¿cómo unas
tuales condiciones de la humanidad;
en hacer-
leyes para determinar nuestra voluntad deb

todo un capítulo a la amistad


9. En sus Lecciones de énca Kant dedica
, pp. 244 y ss.). «La amistad pen
(c.f. ed. cast., Crítica, Barcelona, 1988
sada como alcanzable en su pure za e integridad (entre Orestes y Pila-
de los novelistas; por contra
des, Teseo y Píriroo) es el caballo de batalla
e amigo alguno"», leemos
ArlS[otdes dice: "queridos amigos, no exist
Ak. VI, 470; cf. Antropo/.ogía Ak.
en su \Jeta/ís1ca delas costumbres (cf.
VII, 152). Uv TJ

104
2. Tránsito Je la filosofía moral popular ...

se pasar por leyes destinadas a determinar la volun-


tad de cualquier ser racional y ser tomadas en cua~t?
tales por leyes nuestras, si fuesen meramente e1~1pm-
cas y no tuviesen su origen íntegramente a prton en la
razón práctica pura? .
El peor servicio que se puede rendir a la m~ralida<l
es querer hacerla derivar de unos cuantos ejemplos.
Porque cualquier ejemplo suyo que se me ~r~c~te
ha de ser enjuiciado previamente según pr~op1os
morales, para ver si es digno de servir como ejemplo
primordial o modelo, pero en °:ocio alguno puede
suministrar el concepto de moralidad. Incluso~ san-
to del evangelio tiene que ser comparado primero
con nuestro ideal de perfección moral, antes de que
le reconozcamos como tal; él mismo se pregunta:
·Por qué me llamáis «bueno» a mí (a quien veis), si
nadie es bueno (eJ arquetipo del bien) sa lvo el uruco
e'. , .
Dios (al que no veis)? ¿De dónde obtenemos el c?n-
cepto de Dios\ en cuanto supremo bien? Exclus1v_a- <Ak, IV,-109

mente de la idea sobre perfección moral que la razon


proyecta a priori asociándola indisolublemente c~n el
concepto de una voluntad libre. El rem_edo n~ nene
cabida I en lo moral y los ejemplos no sirven sino de lA 30J
aliento, esto es, ponen fuera ele duda que sea viable lo
que manda la le}, al hacer incuiti~·o lo. que la regla
práctica expresa de un modo mas urnve1:sal, pero
nunca pueden legitimar el amoldarse a los ejemplos Y
marginar al auténtico original que se halla en la ra-
zón. . ..
Así pues, si no existe ningún auténtico principio
supremo de la moralidad que, al margen de toda

105
Fundamc::mac1ón para W1a mcufüica de las costumbres

sar sobre la simple


experícncía, no tenga que descan
necesario pre-
razón pur.a, tampoco creo que sea
presentar en general
guntarse si resulta conveniente
como constan a
(in abstracto) esos conceptos, ral
corresponden,
priori junto a los principios que les
o deba distinguirse
en tanto que dicho conocimient
de .6.Josófico. Aun
del común y merezca el nombre
esario en una épo-
cuando bien pudiera resultar nec
, de llegar a votarse
c.a como la nuestra. Puesto que
nto racional puro
sr resulta preferible un conocimie
es, una metafísi-
separado de todo lo empírico, esto
sofía práctica popu-
ca de las costumbres, o una filo
lado se inclinaría
lar!", pronto se adivina hacia qué
la mayoría.
conceptos del
Esta condescendencia hacia los
ritoria cuando pre-
pueblo resulta sin duda muy me
plena satisfacción eJ
viamente se haya verificado con
la razón pura, pues
ascenso hasta los principios de
CA 3 JJ esro significaría tamo como I fun
damentar la teoría
la metafísica y, una
de las costumbres primero sobre
luego un acce­
vez que se mantiene firme, procurarle
o es manifiesta-
so a través de la popularidad. Per
cer a ésta ya en esa
mente absurdo pretender compla
descansa cualquier
pri~e~~ indagación sobre la que
proceder jamás pue-
prec1~1~n ~e los principios. Este
mérito de alean-
de reivindicar el sumamente raro

dei.tgna una tendencia filo:..ofica


10. La exprc~~ón«filosofe popular»
particularmente arraigada en
de 1~ Iluscrac10!1 alemana del ~iglo xvm
~otmga y Berlín, em~e cuyos tmeMas grames cabría citar, v.g ' a pensado-
es Mendelssohn. [N. TJ
res tales como Chnsttan Gar\'e o

106
2. Tránsito de la filosofía moral popular..

zar una popularidad filosófica, ya que no hay arte


alguno en hacerse comprender fácilmente cuando
uno renuncia con ello a un examen bien fundado,
trayendo a colación una repulsiva mezcolanza de
observaciones compiladas atropelladamente y prin-
cipios a medio razonar con la que sí se deleitan las
cabezas más banales, por encontrar allí algo utiliza-
ble para sus parloteos cotidianos, mientras los más
perspicaces quedan sumidos en la perplejidad y se
sienten descontentos por no saber mirarla con des-
dén, aunque a los filósofos que descubren el engaño
se les preste una escasa atención cuando, después de
haber esquivado durante un tiempo\ esa presunta <Ak 1v,-110>
popularidad, podrían aspirar a ser populares con
toda justicia eras haber adquirido una determinada
evidencia.
Si uno echa un vistazo a los ensayos que versan so-
bre la moralidad con ese regusto popular tan en boga,
pronto se topará con una peculiar determinación de
la naturaleza humana (que a veces incluye también la
idea de una naturaleza racional en general) donde
vienen a entremezclarse asombrosamente ora la pcr
fección, ora la I felicidad, aquí el sentimiento moral, [A 321
allí el temor de Dios, una pizca de esto y un poquito
de aquello, sin que a nadie se le ocurra preguntarse si
los principios de la moralidad tienen que ser busca-
dos por doquier en el conocimiento de la naturaleza
humana (algo que no podemos obtener sino a partir
de la experiencia) o, de no ser esto así, si dichos prin-
cipios podrían ser encontrados plenamente a priori y
libres de cuanto sea empírico en los conceptos de una

107
física de las costumbres
FunJ:imcarnción para una meta

la más mínima parte


razón pura, sin que ni siquiera
proponiéndose uno
provenga de algún otro lugar,
n como filosofía
el proyecto de aislar esta indagació
r tan desacreditado
práctica pura o (si cabe utiliza
bres, para llevarla
nombre) metafísica· de las costum
er esperar a ese pú-
hasta su cabal consumación y hac
hasta el remate de tal
blico que reclama popularidad
empresa.
las costumbres así
Sin embargo, una metafísica de •
a y que no esté ent rem ezc lad a con
enteramente aislad
, 1 teología, física o
(A J3J elemento alguno de antropología
cualidades ocultas
hiperfísica, ni mucho menos con
ísicas»), no supone
(a las que se podría llamar «hipof
e de cualquier cono-
tan sólo un sustrato indispensabl
preciso acerca de los
cimiento teórico} ceneramenre
constituye un desi-
deberes, sino que al mismo tiempo
efectiv a ejecución de
derátum imponancísimo para la
ación pura del deber,
sus preceptos. Pues la represent
mezcla de adiciones
y en general de la ley moral, sin
píricos, ejerce sobre
ajenas provistas por acicates em
solitario camino de la
el corazón humano, a través del
también puede ser
razón (que así se da cuenta de que

e la matemática pura de la
* ~¡ se quiere: al igual que se distingu la fi-
aplicada, puede diferenciarse
aplicada o la logica pura de la
metafísica- de aquella otra que
losofia pura de las costumbres -la denominación viene a re-
ana. Esra
se aplica a la naturaleza hum se
cipios morales no han de fundamentar
cordarnos que los prin ana , sino que han de
raleza hum
sobre las propi~dades de_la !1ªlu n, aun cuan do a par tir de
mos a pno
quedar ~stablea~os por sr mis para
er deducirse reglas prácticas
tales prmc1p1os uenen que pod o, tam bién para la natu -
y, por lo tant
cualquier naturaleza racional
raleza hum ana.

108
2. Transito de la filosofla moral popular ...

práctica por sí misma), un influjo cuyo poder es. muy


superior al del resto de \ los móviles que pudieran <Ak IV, -l 11>
reclutarse desde el campo empírico, ya que aquella
representación pura del deber desprecia estos móvi-
les empíricos al hacerse consciente de su dignidad y
puede aprender a dominadas poco a poco; en su Ju-
gar una teoría moral mixta, que combine como móvi-
les sentimientos e inclinaciones y al mismo tiempo
conceptos racionales, 1 ha de hacer oscilar al ánimo [t\ HJ
entre motivaciones que no se dejan subsumir bajo
principio alguno y que sólo pueden conducir al bien

* Tengo una cana del insigne Sulzer" {que en paz _de;ciillS(!) donde
me pregunta cuál puede ser la causa del por que las teon.as de la
virtud vienen a ponerse tan poco en práctica, por muy convmc;ntcs
que se muestren para la razón. Mt respuesta, qu~ se d:':loro por
aprestarme a darla íntegra, es la siguiente: los propios teorices de la
virtud no han depurado sus conceptos }, al querer hacerlo demasia-
do bien, echan a perder esa medicina que pretenden robustecer alle-
gando cualesquiera motivaciones para el bien moral. Pues la obscr
vación I más elemental muestra que, cuando uno se representa una [A J-1]
acción honesta realizada sin la mira de obtener provecho alguno en
este u otro mundo y con un ánimo imperturbable incluso en medio
de las mayores tentaciones de la indigencia o la seducción, deja muy
atrás y eclipsa cualquier acción similar que s~ halle afec_rad.1 en lo
más mínimo por un móvil ajeno, ensalza el ánimo y despierta el de
seo de poder obrar también así. 1 lasta los niños _de mediana edad
experimentan esa impresión y nunca se les debería hacer presentes
los deberes de otra manera

11 Johann Georg Sulzer ( 1720 1779), lilósofo'. pedagogo }' traductor


de Hume al alemán, se hizo conocer en la teoria del arte con su. obra
Allgemeine Tbeone der scbonen Künste (1771-1774). En la primera
Critica ya es mencionado como ejemplo de h~mbre r~flex1v~ y emi
neme (cf Kr V, A 711, B 769). La carca aludida aqui por Kant fue
probablemente la que Sulzer le remitió el 8 de diciembre de 1770 (d
Ak. X, 111 y ss.). [N TJ

109
mct.afísica de las costumbres
FuncL.mcnrnción para una

n desembocan con suma


por casualidad, pero tambié
frecuencia en el mal.
os los conceptos mora-
De lo dicho resulta que tod la
n plenamente a priori en
les tienen su sede y orige n
razón humana más comú
razón, y ello tanto en la e-
ce las más altas cotas esp
como en aquella que alcan
que dichos principios no
culativas, resulta también
partir de un conocimiento
pueden ser abstraídos a
o meramente contingente;
empírico y por ello mism
pureza de su origen resi-
resulta asimismo que en esa
para servirnos corno su-
de justamente su dignidad
mo s pr inc ipi os prá cti co s; resulta igual.meneeque
pre -
sustraemos esa misma pro
al añadir algo empírico
lujo y al valor ilimitado de
porción a su auténtico inf la
no lo exige únicamente
las acciones; resulta que o,
un punto de vista teóric
mayor necesidad desde
a la especulación, 1 sino
cuando atañe simplemente
(A J5J
a importancia tomar sus
que también es de la máxim s
nc ep tos y ley es de la razón pura, exponiéndolo
co a
o también es de la máxim
puros y sin mezcla, e inclus
contorno de todo ese co-
importancia determinar el
co, pero puro, esto es, la
nocimiento racional prácti
ón práctica pura, pero sin
capacidad global de la raz
principios de la peculiar
hacer depender aquí a los
na, \ tal como lo permite
<Ak. l\~-tl2>
naturaleza de la razón huma a
ha sta en oc asi on es en cu entra necesario la filosofí
Y
tamente porque las leyes
especulativa, sino que, jus
cualquier ser racional, se
morales deben valer para
conceptos universales de
deriven dichas leyes de los te
, y de este modo se presen
un_ ser racional en general
algo absolutamente inde-
pnrnero toda moral como
110
2. Tránsito de la filosofía moral popular ..

pendiente de la antropología, de la que precisa para


su aplicación a los hombres (lo cual se puede hacer
muy bien en este tipo de conocimientos totalmente
separados), exponiendo la moral corno filosofía ?ura,
o sea, como metafísica, habida cuenta de que, sin es-
tar en posesión de dicha metafísica, no sólo sería
vano determinar exactamente para el enjuiciamiento
especulativo lo moral del deber en todo cuanto es
conforme al mismo, sino que también resultaría im-
posible dentro del uso común práctico, sobre todo en
lo que atañe al aleccionamiento moral, asentar las cos-
tumbres en sus auténticos principios y promover con
ello intenciones morales puras, para injertarlas en los
ánimos en pro de un mundo mejor. l
Mas para proseguir ascendiendo los escalones na- f A 361
rurales del presente tratado, no simplemente desde el
enjuiciamiento moral común (que aquí es muy digno
de atención) al filosófico, corno ya ha tenido lugar,
sino desde una filosofía popular, que no puede sino
avanzar a tientas por medio de los ejemplos, hasta la
metafísica (que no se deja retener por nada empírico
y al tener que medir el conjunto global del conoci-
miento racional de tal índole llega en codo caso hasta
las ideas, donde los ejemplos mismos nos abando-
nan), cenemos que observar y describir claramente la
capacidad racional práctica desde sus reglas de deter-
minación universales hasta allí donde surge de tal fa-
cultad el concepto del deber.
Cada cosa de la naturaleza opera con arreglo a leyes.
Sólo un ser racional posee la capacidad de obrar según
la representación de las leyes o con arreglo a principios

111
de Lis costumbres
Fundamen1.1c1ón para una metafísica

ad. Como para de-


~el obrar, ~to es, posee una volunt
requiere una ra­
rivar las acciones a partir de leyes se
razón práctica. Si
zón, la voluntad no es otra cosa que
a la voluntad
la razón determina indefectiblemente
te que sean re-
entonces las acciones de un ser semejan
rias lo serán tam-
conocidas como objetivamente necesa
ad es una capa-
b.ién subjetivamente, es decir, la volunt
razón reconoce
cidad de elegir sólo aquello que la
n I como práctica-
!A 37J inc.lepenclienremente de la inclinació
Pero si la razón
mente necesario, o sea, como bueno.
te a la voluntad
por sí sola no determina suficientemen
Y ésta se ve sometida además a con
diciones subjetivas
nciden con las ob-
(ciertos móviles) que no siempre coi
d no es de suyo
<, Ak JV, '113>
jetivas, en \ una palabra, si la volunta
(como es el caso
plenamente conforme con la razón
iones que sean re-
entre los hombres), entonces las acc
rias serán subje-
~onocidas como objetivamente necesa
ción de una vo-
uvarnenre conringences y la determina
s objetivas supone
luntad semejante con arreglo a leye
las leyes objetivas
un aprermo, es decir, la relación de
todo buena será
para con una voluntad que no es del
rminación de la
ciertamente representada como la dete
damentos de la ra-
voluntad de un ser racional por fun
necesariamente a
zón, si bien esa voluntad no obedece
.
estos fundamentos según su naturaleza
objetivo, en tan-
La representación de un principio
voluntad, se llama
to que resulta apremiante para una
la del mismo se
un mandato (de la razón), y la fórmu
denomina tmperattuo,
resados median-
Todos los imperativos quedan exp
ción de una ley
te un deber­ser y muestran así la rela

112
2 Tránsito de la filosofía moral popular ...

objetiva de la razón con una voluntad cuya m~dali-


dad subjetiva no se ve necesariamente determinada
merced a ello (un apremio). Dicen que sería bueno
hacer o dejar de hacer algo, si bien I se lo dicen a una [A 38]
voluntad que no siempre hace algo por el hecho de
representárselo como bueno. Sin embargo, bueno, en
términos prácticos, es lo que determina a la voluntad
mediante las representaciones de la razón, por ende,
no por causas subjetivas, sino objetivas, o sea, por
principios que sean válidos para cualquier ser racio-
nal en cuanco tal. Se distingue de lo agradable o aque-
llo que sólo ejerce influjo sobre la voluntad m~cli~te
la sensación basada en causas meramente subjetivas,
que sólo valen para el sentido de éste o aquél y no
como principio de la razón que vale para todo el
mundo.\ 1

* La dependencia que tiene la capacidad doi?craü~·a respecto de


las sensaciones se llama «inclinación» y ésta evidencia siempre una
menesterosa necesidad. Pero la dependencia de una voluntad con
ringenternente determinable respecto de los pnncipios de la razón se
denomina mteré: Éste sólo nene lugar por lo tanto en una voluntad
dependiente que no siempre es de suyo conforme a la razon, en la
voluntad divina no cabe imaginar interés alguno. Pero la voluntad
humana también puede cobrar interés por algo, sin por _e_lloobrar por
interés. Lo primero denota el interés prdatco ~r la aco<;1n, lo segun·
do el interés patológico por el objeto de IJ_ac<_:100. Lo pnmcr? mues-
tra que la voluntad depende sólo Je pnncipios Je ~'\ rnzon en SI
misma, lo segundo que la voluntad depende d~ pr10~p10~ Je_ la ~·1
zón al efecto de la inclinación, puesto que aqw la razón s~lo indica
la regla práctica sobre cómo rem~ur la menest~i:osa necesidad de l~
inclinación. En el primer caso me interesa la accion, en el segundo el
objeto de la acción (en tanto que me resulta grato). En el primer -cAk. IV,-11-1>
capítulo hemos VISto que en una acción por mor del de?Cr º? ha ~e
mirarse al interés hacia el objeto, sino sunplernente un interes hacia
la acción misma y su principio en la razón (la ley).

113
bres
metafísica de las costum
Fw1damt!lltación para una

perfectamente buena se
<Ak JV,..JJ4>
Así pues, una voluntad
leyes objetivas (del bien),
hallaría igualmente bajo
[J\ 39]
re­
representársela como ap
pe_ro no por ello cabría ley,
óones conformes a la
mzada para ejecutar ac o
modalidad subjetiva, sól
porque de suyo, según su de l
por la representación
p~ede verse determinada ne-
voluntad divina y en ge
bien. De ahí que para la al-
nta no valga imperativo
ral para una voluntad sa ue el
ne aquí al caso, porq
guno: el deber­ser no vie la
yo necesariamente con
querer coincide ya de su u-
rativos sean tan sólo fórm
ley. De ahí que los impe ivas
pa ra ex pr es ar la rel ación de las leyes objet
las a
n la imperfección subjetiv
del querer en general co la
aquel ser racional, v.g. de
de la voluntad de . este o
volunrad bumana
ndan hipotética o categó­
. Todos los imperativos ma ad
s representan la necesid
ricamente. Los primero n-
sible como medio para co
prác~ica de una acción po le
gu ir alg _un a otr a co sa que se quiere (o es posib
se e
ivo categórico sería el qu
que se quiera). El imperat sa-
como objetivamente nece
representaría una acción En .
ncia a ningún otro
ria por si misma, sin refere
presenta una acción posi-
Como toda ley práctica re un
o, como necesaria para
bl~ como buena y, por ell te
o su sc ep tib le de verse determinado prácticamen
su jet fór-
imperativos constituyen
por la razón, 1 todos los
[A -10)
ia
la acción que es necesar
mulas para determinar o u
ún el pr inc ipi o de un a voluntad buena de un
seg ena
n fuese simplemente bu
otro modo. Si la acció es
a, entonces el imperativo
corno medio para otra cos sea
ta como buena en sí, O
hipotético; si se represen '

114
2. Tránsito de la filosofía moral popular ...

como necesaria en una voluntad conforme de suyo


con la razón, entonces es categórico.
Por lo tanto, el imperativo dice qué acción posi~le
gracias a mí sería buena y representa l~ regla_ práca_ca
en relación con una voluntad que no ejecuta inmedia-
tamente una acción por el hecho de ser buena, en
parte porque el sujeto no siempre sabe _que lo s_ea Y,
aun cuando lo supiera, sus máximas bien pudieran
ser contrarias a los principios objetivos de una razón
práctica. .,
El imperativo hipotético dice tan sólo que la aceren
es buena para algún propósito posible o real. En e]
primer\ caso es un principio problem_átr'co­p:áctico Y <Ak. N,-115>
en el segundo asertórico­práctico. El tmperativo cate-
górico que, sin referirse a ningún otro pro~ósito, de-
clara la acción como objetivamente necesaria de suyo,
al margen de cualquier otro fin, vale como un princi-
pio apodíctz'co­práctico. 1
Lo que sólo es posible merced a las fuer~~s de al- [A-11]

gún ser racional puede uno pensarlo cambien c~m~


posible para alguna voluntad, y ~or e_so los prmci-
pios de la acción son de hecho infinitos, e~ tanto
que la acción sea representada como ~ecesarta Pª:ª
conseguir un propósito posible y realizable a tra~es
suyo. Todas las ciencias contienen alguna parte prac-
tica la cual consta de problemas relativos a un fin
posible para nosotros y de imperativos sobre có~o
puede ser alcanzado dicho fin. De ahí que_ t_ales im-
perativos puedan ser llamados de la habilidad. La
cuestión aquí no es si el fin es razonable y bueno,
sino solamente lo que uno ha de hacer para cense-

115
a una mecafísica de
las cosrumbres
.Fundamentación par

médico para
o. La s pr es cr ip ci ones dadas por el
guid a su paciente y
sa na r de un modo exhaustivo
ha ce r falible-
po r un en ve ne na dor para matar in
las dadas valor, en
a es e m ism o ho m bre son de idéntico
mente zar cabalmente
qu e ca da cu al sirve para reali
ta nt o con
. Co m o en la infancia no se sabe
su propósito es inten-
s no s ha rá to pa rn os la vida, los padr
qué fu1e plicidad de
r ap re nd er a sus hijos una multi
a la habilidad en el
tan ha ce uso
de n so br e to do
cosas y atien reciona­
ed io s pa ra to da suerte de fines disc
de los m rminar si alguno
s, rre lo s cu ale s no pueden dete
el futuro un fin de
le en su
a se r re alm en te en
podrá llegar die-
se r sie m pr e po sib le que alguna vez pu
pupilo, al
tan grande gue
rlo po r tal , y este cuidado es
ra te ne mendar el juí-
en te se de scuida formar y en
no rm alm eran pro­
tiv o al va lo r I de las cosas gue pudi
[A 42J cío re la
.
ponerse como fines
erse como
to do , ha y un fin que puede presupon
Co n cua-
s lo s se re s ra cio nales (en cuanto les
real en todo ) y, por
pe ra tiv os co m o seres dependientes
dran los im eden tener,
o, ex ist e un pr op ósito que no sólo pu
lo ta nt to-
pr es up on er co n seguridad, ya que
sino que cabe tienen se-
se re s ra ci on ale s en su conjunto lo
dos los lafeliczdad.
a ne ce sid ad na tu ral: el propósito de
gún un ta la necesidad
ra tiv o hi po tético gue represen
El im pe
o medio para la pr
omoción
de la ac ció n co rn
práctica rlo sim-
es as er tó ric o. No cabe presenta
de la fe lic id ad
opósito incierto
en te co m o ne cesario para un pr
plem ito que
te po sib le , sin o para un propós
y meramen iori en cual-
up on er se con seguridad y a pr
pued e pr es cia. Ahora
m br e, \ po rq ue pertenece a su esen
<Ak. N.416> quier ho

116
2. Tránsito de la filosofía moral popular ...

bi d .•al
la habilidad para elegir· los me dios relativos
ien, . i uede ser llamada pru encta
mayor bienestar prop ~ p I As1' pues el imperativo [A 43]
id ' estncto '
en el senu o mas el cción. de los medios para la fe_li-
que se refiere a la ~ cripción de la prudencia,
~dad f:~~a~i:;:e :l~~::tico; la acción no es man-
sigue s_ , .
dada sin mas, sino s ólo como medio para algún otro

propósito. . . e sin colocar


. alm t hay un unperatrvo qu '
Fin en di e. , del fundamento rungun
· , otro propó-
como con cron di . t proceder manda este
. · me ante cier o , ,
sito a d
consegwrdia
r inme tamente. Este imperativo es catego­
proce e . a la materia de la acción, y a 1o que
rico. No concierne ino a la forma y al principio de
debe resultar de ella, s . . ., y lo esencialmente
d d igue la propia aceren, l
on e se Sl . . la intención, sea cua
bueno de la misma ~onsISte _en ede ser llamado el
fuere su éxito. Este imperanvo pu

de la moralidad. tipos de principios se di-


El según estos tres
querer ., nte or la desigualdad en e1
ferencia también clararne p b dicha diferen-
. de la voluntad. Para su rayar
apreIIllo · · ' se les po-
. tá <lose a su jerarquización
cía creo gue_ aJUS an , d 1 h bilidad consejos de la
dría denominar: regias e a a '

. dmi una doble acepción según nos


* El término «prudencia»
d
a He I rudencia privada». La
refiramos a la «pru
.
encia m1e
undana» o a a <<p inll .
hombre para tener • u¡o
h bilid d q posee un · ·
primera es la a a t • . La segunda es la pcncia
sobre los demás en pro ~e sus propo;i~:~s en pro de.l propio pro-
para hacer converger r? _os esos p~ella a la que se retrotrae incluso
vecho duradero. Esta última ~s aq estra prudente con arreglo a
la . de qwen se mu • ,
el valor
.
de prunera y
. Sn mas no con respe
cto a la segunda; sena mas
. d t
la pnmera acepc10 ' . ero en suma es llllpru en e.
correcto decir que es diestro y astuto, p

117
afísica de las cosrumbrcs
Fundamentación para una met

. 12 J
) de la moralidad. Pues
pru d encra o mandatos (leyes
de una objetiva nece­
sólo la ley conlleva el concepto
lo tanto válida universal-
sidad incondicionada y por
leyes a las cuales hay que
fA +l)
mente, y los mandaros son l
miento aun en contra de
obedecer, esto es, dar cumpH
ciertamente necesi-
la inclinación. El consejo entraña dición tan subje-
una con
~ad, pero simplemente bajo
ndo valer sólo si este o
tiva como contingente, pudie
feHcidad con tal o cual
aquel hombre cuenta en su
categórico no se ve li-
cosa; en cambio el imperativo
a y, al ser absolutamente
mitado por condición algun
vista práctico, puede ser
necesario desde un punto de
d un «mandato». Tam-
llamado con entera propieda
bién se podría denominar a
los primeros imperativos
e), a los\ segundos prag­
<Ak. IV, -117>
técnicos (pertenecientes al arr
prosperidad) y a los ter-
mdticos (concernientes a la
más exacto el
puede definir del modo
... Me parece que así se gmá trco . Pue s se denomina
término pra
autcotic? significado cid piam ente del
nes que no emanan pro
«pragrnaucas» a las sancio ias par a el bienestar
de las providenc
derecho de los Esrados, sino o pragm jtic a cua ndo nos
endida com
general. Una h1rtona es ent de pro curar
ruye al mundo cómo pue
hace prudentes, ~s decir, inst com o en tiem pos
ndo menos, tan bien
su proveche me¡or o cua
pasados.

ciado, direeta O
podría haberse visco mfJuen
_12 En este punto Kant en la cual esre
~d1~ecramence, por los Me
mortales deJenofonte, obra
o, habida cuen-
oró sus recuerdos del maestr
d1sc1pulo d~ Socraces ates da, trad ucid a y comen-
fusamente publica
ta de que dicha ob~a fue p~o os así lo sug iere Norberr
o XVIIT. Al men
ta~a en la Aler:1an1a del sigl der Gru ndle­
e der Klugheir" in Ganzen
Hinske (cf. «Die '"Recthsliig Me tap hys fe der Sit­
.]. Grundlegung zur
1
gung», en Otíried Hoffe (ed a,; Suhrkamp, Frankfurt a. M., 1989,
ent
ien Ein kooperativer Komm
pp. 140 y ss.). /N. TJ

118
2. Tránsito de la filosofía moral popular.,

ceros morales (relativos a la conducta libre en gene-


ral, o sea, a las costumbres)".
La cuestión a plantear ahora es ésta: ¿Cómo son po-
sibles codos esos imperativos? Esca pregunta no preten-
de averiguar cómo pueda pensarse la consumación <le
la acción que manda el imperativo, sino có°:o pued_e
ser pensado el apremio de la voluntad que el unperau-
vo expresa en el problema. Cómo es posibl_e un im~c-
rativo de la habilidad, es algo que no precisa especial
debate. Quien quiere un fin quiere también (en tamo
que la razón I ejerce un influjo decisorio sobre sus ac- [A 4.5)
ciones) el medio indispensable para ello que se halla en
su poder. Esta proposición es analítica en lo que atañe
al querer, pues en el querer un objeto como efecto m10
está ya pensada mi causalidad como causa agente, o
sea. el uso del medio, y el imperativo extrae el concepto
de las acciones necesarias para este fin a partir del con-
cepto de un querer dicho fin (determinar l~s propios
medios de un propósito en liza es algo que sin duda le
corresponde a proposiciones sintéticas, pero ~stas no
conciernen al motivo, el acto de la voluntad, sino a la
realización del objeto). Que para dividir una línea en
dos partes iguales según un principio seguro rengo que
trazar dos arcos cruzados desde sus extremos, lo ense-
ña ciertamente la matemática sólo por proposiciones

13. Esrn división tnpartira ya era ex_plitaJa _por Kant en sus ~as~
filosofia moral. «Hay tres tipos de tmperaavos: un imperarn o _e a
t:
habilidad, uno de la prudencia y uno de la moralidad. _Los 1mperat1~~s
de la habilidad son problemáticos, los de la prudencia son i:ragmau
cos y los de la moralidad son morales .. » (Cf. Lecciones de ética, Ak.
XXVIJ.l, 2-15 y ss., Crítica. Barcelona. 1988, pp. 40·-12). f N. T.J

119
mbres
Fundamentación para una meufis1ca de las costu

sintéticas; pero cuando sé que sól


o puede darse el efec-
y que, si quiero cabal-
to pensado a través de tal acción
la acción requerida
me.~te el efecto, también quiero
posición analítica, pues
para~º· esto supone una_ pro
efecto posible de cierta
representa~e algo_como cierto
arme a mí actuando d
manera granas a mi y represent
ctamente lo mismo e
esa m~era con vistas a ello es exa
cia coincidirían en-
Los imperativos de la pruden
d y serían igualmen-
terame?.te con los de la habilida
ra tan sencillo dar un
IA46J
te analmcos, 1 siempre que fue ad p
concep to determinado de la felicid . ues tanto
,
aqut com(o alli se diría: qui
en quiere el fin qui.ere
bié formid ad con l a ra-
tarn ren ,en. una nec. esaria con
. , ) j
zon os urucos medio s para ello que se hall an en \
su od er. P ero, por d esgracra,.
-cAk, IV, 418>
p la noción de felicidad
que, aun cuando cada
es un concepto tan impreciso
icidad, pese a ello nun-
hombre desea. conseguir la fel
y de acuerdo consigo
ca_ puede decir con precisión
quiera o desee. L
mismo lo que verdaderamente
elementos que perte~
causa de ello es que todos los
son en suma empíri-
necen al c~nc~pto de felicidad . n.
de 1 a expene
cos , es decir, tienen que ser tomados
· . d la felicid,,d se .
era, SH::n o así que para .. requiere una.
alid ta un máximo de birenestar en mis
ror
. J . olu •
ad abs
lquier circunstancia
~Jrcunstan_c,as actuales y en cua
sible que un ser fini-
utura!'. Sin embargo, es impo
. def . ., ..
daba
14. En la primera Crusica Kam lina o rucion: «La felJCJdad es
la sausfacción de toda .
nsrve, aten-
t~a,~ me mac1onles tanto exte
O
diendo a su variedadu, comu~otn enstue por O -
ecro a ' , que at~~ a su grado,
como también prote11sive, res p su dur aao n)» (Cntu:a de la razán
pura, A 806, B 8.34). [l\ TJ

120
2. Tránsito Je la filo,of1a moral popular...

to, aunque sea extraordinariamente perspicaz y esté


tremendamente capacitado, pueda hacerse una idea
precisa de lo que realmente quiere. Supongamos
que quiera riqueza; ¿cuántas preocupaciones, envi-
dias y asechanzas no se atraería sobre sí merced a
ello? Si quisiera tener grandes conocimientos y ser
muy perspicaz, acaso esto le dotara tan sólo de una
mayor agudeza en su mirada para mostrarle como
más horribles unos males que ahora le pasaban desa-
percibidos y sigue sin poder evitar, o quizá sus ape-
titos impusieran unas nuevas necesidades a satis-
facer. De querer una larga vida, ¿quién le garantiza
I que no se trataría de una interminable calamidad? [A 471
Si quiere al menos tener salud; ¡cuán a menudo los
achaques del cuerpo le han mantenido apartado de
unos excesos en que le hubiera hecho caer una sa-
lud portentosa! Etc., etc. En resumen, no es capaz
de precisar con plena certeza lo que le hara real-
mente feliz, porque para ello se requeriría omnis-
ciencia. Para ser feliz, no se puede obrar según
principios bien precisos, sino sólo según consejos
empíricos, como los de la dieta, el ahorro, la corte-
sía, la discreción y otras cosas por el estilo sobre las
cuales la experiencia enseña que por término me-
dio suelen fomentar el bienestar. De aquí se sigue
que los imperativos de la prudencia, hablando con
propiedad, no pueden mandar, es decir, que no
pueden presentar objetivamente acciones como
práctico-necesarias y han de ser tenidos más bien
como recomendaciones (consilia) que como man-
datos (praecepta) de la razón. El problema sobre

121
afüica de Lb cosrumbre,,
Fundamem¡¡ción para una met

y universalmente qué ac-


cómo determinar precisa
d de un ser racional es
ción promoverá la felicida
le; por consiguiente no es
completamente irresolub
nde en sentido estric-
posible un imperativo que ma dad
to hacer lo que nos ha
ga felices, porque la felici
, sino de la imaginación1',
no ~s un ideal de la razón
plemente sobre funda-
un ideal que descansa sim
cuales resultaría vano \
mentos empíricos, de los
a acción merced a la cual
<Ak. !V, ~19>
esperar que determinen un
una serie I de consecuen-
se alcanzase la rotaüdad de
[.t\ ­18]
Pese a todo, este im-
cias que de hecho es infinita.
ía una proposición ana-
perativo de la prudencia ser
admitir que los medios
lítico-práctica, con tal de
señalar certeramente;
para la felicidad se dejan
l imperativo de la habili-
pues sólo se diferencia de
éste el fin es meramente
dad en que mientras para
udencia ya viene dado;
posible, para el de la pr
dio para aquello que se
como los dos ordenan el me
mo fin, el imperativo que
presupone ser querido co
a quien quiere el fin es en
manda querer los medios
r lo tanro, la posibilidad
ambos casos analítico. Po

era Crüica­
ad -escribira Kant en su terc
15 «El concepto de la felicid a partir de sus sentidos: es más bien una
no es abstraído por el hombre adecuar dicho
la que el hombre pretende
mera idea de un estado, a (lo cua es imposible).
l
~st:1~0 bajo con_dk
io~esmeramente empíricas
r medio de su entend jmiento enmaraña-
El mismo se: for¡a eso idea po tidos: el hombre modi.licaesta idea con
sen
do con la imaginación y los estuviese to-
nci a que , aun cua ndo la naturaleza también
tanta frecue r en abs oluto ningu-
io,no podría adopta
talmente som7tida a su _arbitr y fija, para coincidir con este titubeante
na ley determinada, umversal la fa­
a cual se pro pone de un modo arbitrario» (Cniica de
fin que cad {N TJ
cultad de Jil'zgar, Ak. V, 430)

122
2. Tránsito de: la Iilosofla moral popular ...

de semejante imperativo no entraña dificultad al-


guna. .
En cambio, cómo sea posible el imperativo ~e la
moralidad es, sin duda, la única pregunta necesitada
de una solución, ya que, al no ser hipotético en modo
alguno, la necesidad objetivamente repr~s~_rirada
no puede apoyarse sobre nin~una p~esu~~s1c1on, ~
como sucedía en los imperativos hipotéticos. Aquí
nunca debemos olvidar que no puede estipularse ~
través de ningún ejemplo, esto es, empíricam~nte, sr
hay dondequiera que sea un impe_rar~vo sem~Jante Y
siempre cabe recelar de que cualquier unperauvo ap~-
rentemente categórico bien pudiera ocultar uno hi
patético. Por ejemplo, cuando se dice: «No d~bes
prometer con engaño», y uno asume qu_e la ncces1~ad
de tal abstención no es un simple consejo para I evitar {A 49]
algún otro mal, como si se dijera: «No debes _prome~
ter mintiendo para evitar quedar desacreditado st
fueras descubierto», sino que, bien al contrario, afu-
ma que una acción de este tipo ha de ser considerada
como mala de suyo, entonces el imperativo de la pro
hibición es categórico; sin embargo, no se puede
probar con certeza mediante. ning~ ejemplo que la
voluntad quede aquí determinada simplemente por
la ley sin intervenir algún orro móvil, aunque así lo
parezca; pues siempre es posible que en secre~o pu-
diera tener algún influjo sobre la voluntad el miedo a
la vergüenza o quizá también el oscuro temor a otros
peligros. ¿Quién puede demostrar la inexistencia d_e
una causa mediante la experiencia, cuando ésta se li
mita a enseñamos que no percibimos dicha causa?

123
afísica de las costumbrei,
Fundamentación para una mer

do «imperativo moral»,
Pero en ese caso el así llama
o categórico e incon-
que en cuanto tal se revela com
prescripción pragmáti-
dicionado, sería de hecho una
s a nuestro provecho y
ca que n_?s ~ace estar aremo
er éste en cuenca.
nos ensena s1mplemenre a ten
indagar enteramente a
Por lo tanto, tendremos que
perativo categónco, al no
prion la posibilidad de un im
que su realidad esté dada
<Ak. IV .J20>
contar aquí con 1a \ ventaja de
su posibilidad sólo sería
en la experiencia, con lo cual
<
para estipularlo. A átulo
necesaria para explicarlo y no
lo siguiente: el impera-
provisional hay que comprender
se expresa l como una ley
lA 50J t1v? c.ategórico es el único que
ciertamente ser llamados
pracuca y los demás pueden
voluntad, mas no leyes;
en su conjunto prtnaptas de la
necesario para conseguir
porque lo que es meramente
ser considerado de suyo
un propósito arbiLrario puede
podemos zafarnos de la
como contingeme, y siempre
propósiro; en cambio el
prescripción si desistimos del
deja libre a la voluntad
mandato incondicionado no
cional con respecto a lo
para Lc~er ningún margen discre
co que lleva consigo esa
conrrano y, por tanto, es lo úni leyes.
necesidad que reclamamos a las
perativo categórico o
En segundo lugar, en este im
y una seria dificultad
ley de la moralidad también ha
traca de una proposi-
P.~:ra ~ap~a~ su posibilidad. Se
cion srntet1co-práctica a pri
ori y, como comprender

a prio r, sin pre:suponer condición


* Asocio con la voluntad el acto c1óo y, por canco, necesariamente
alguna po~ parte. de una mc lína
razón
es decir, bajo la idea de una
(aunque. solo ob¡euvameme, jeti vos).
re todos los motivos sub enteel
~e tuviera pleno. c?_nrrol_ s~b a que no ded uce analíticam
Es111 es una propos1c1on pracue

124
2. Tránsito de la filosofía moral popular ...

la posibilidad de esre tipo de proposiciones entraña


una gran dificultad en el conocimiento teórico, pue-
de aceptarse fácilmente que dicha dificultad no será
menor en el práctico. 1
Ante este problema queremos ensayar primero si LA 51]
acaso el simple concepto de un imperativo categórico
no suministre también la fórmula del mismo y ésta
contenga la única proposición que pueda ser un im-
perativo categórico, pues cómo sea posible semejante
mandato absoluto, aun cuando sepamos cómo se for-
mula, exigirá un arduo esfuerzo adicional que reser-
vamos para el último capítulo.
Cuando pienso un imperativo hipotético, no sé de
antemano lo que contendrá, hasta que se me da la
condición. Sin embargo, al pensar un imperativo ca­
tegórico, sé al instante Jo que contiene. Pues como
este imperativo, aparte de la ley, sólo contiene la ne-
cesidad de la máxima de ser conforme \ a esa ley, <Ak IV. 421>
pero como la ley no entraña conc.lición alguna a la
que se vea limitada, no queda nada más salvo la uní-

querer una acción a partir Je otra ya presupuesta (pues .nosotr~:.


no poseemos una voluntad tan perfecta), sino que asocia inmedia-
tamente dicho querer con el concepto de la voluntad, en cuanto
voluntad de un ser racional, como algo que no está contenido en
tal concepto. . .
Máxima es el principio subjetivo dd obrar y llene que diíeren-
ciarse del prtnctpto objetivo, o sea, de la ley practica. La máxima
conncne la regla práctica que la razón determinaconfonne a las con- <Ak IV,-121>
diciones del sujeto (muchas veces a la ignorancia o a las inclinacio-
nes del mismo I y por lo tanto es el principio conforme al cual
obra; pero la ley es el principio objeuvo, valido para todo ser ra-
cional, el principio según el cual dicho sujeto debe obrar, o sea, un
imperativo.

125
mbres
Fundamemac1ón para una merafü1ca de las costu

lidad a la
versalidad de una ley en general, universa
acción, y
[A 521 que debe ser conforme I la máxima de la
ivo repre-
esta conformidad es lo único que el imperat
senta propiamente corno necesario.
o y, sin
Así pues, el imperativo categórico es únic
ima por la
duela, es éste: obra sólo según aquella máx
se convierta
cual puedas querer que al mismo tiempo
en una ley universal.
ivo pue-
Pues bien, si a partir de este único imperat
todos los
den ser deducidos -corno de su principio-
sin decidir
imperativos del deber, aun cuando dejemos
concepto
si aquello que se llama deber acaso no sea un
pensamos
vacío. al menos sí podremos mostrar lo que
del deber.
con ello y lo que quiere decir este concepto
tienen lu-
Como la universalidad de la le} por la cual
iamente se
gar los efectos constituye aquello que prop
ún la for-
llama naturaleza en su sentido más lato (seg
to se ve de-
ma), o sea, la existencia de las cosas en cuan
el impera-
terminada según leyes universales, entonces
así: obra
tivo universal del deber podría rezar también
convertirse por
como si la máxima de tu acción pudiera
tu voluntad en una ley universal de la naturaleza.
según la
Ahora vamos a enumerar algunos deberes
a noso-
[t\ 53)
usual división de los mismos en deberes I haci
, en debe-
tros mismos y deberes hacia otros hombres
res perfectos e imperfectos .

la división de los debe-


* Conviene reparar aquí en que me reservo
a Meta /inca de las costu mbre s y utilizo la recién
res para una futur
para orden ar mis ejemplos.
meneada de modo discrecional can sólo
er perfe cto» aquel que no ad-
P~r lo ~emás, aquí en.r~endo por «deb
en prove cho de la inclin ación, y, en este
mue ninguna excepoon

126
2. Tr-.ínsao Je la filo:.<)Íla moral popular ...

1) Alguien que por una serie de infortunios quede


sumido en la desesperación y experimente un hastío
hacia la vida todavía se halla\ con mucho en posesión -cAk. I\',422>
de su razón como para poder preguntarse a sí mismo
si acaso no será contrario al deber para consigo mis-
mo arrebatarse la vida. Que compruebe si la máxima
propuesta para su acción pu<liera convertirse en una
ley universal de la naturaleza. Su máxima sería ésta:
«En base al egoísmo adopto el principio de abreviar-
me la vida cuando ésta me amenace a largo plazo con
más desgracias que amenidades prometa». La cues-
tión es si este principio del egoísmo podría llegar a ser
una le} universal de La naturaleza. Pronto se advierte
que una naturaleza cuya ley fuera destruir la propia
vida por esa misma sensacion cuyo destino es I irnpul- [A 5-11
sar el fomento de la vida se contradiría a sí misma y no
podría subsistir como naturaleza, por lo que aquella
máxima no puede tener lugar como ley universal de la
naturaleza y por consiguiente contradice por comple-
to al principio supremo de cualquier deber.
2) Otro se ve apremiado por la indigencia a pedir
dinero en préstamo. Bien sabe que no podrá pagar,

sentido, no sólo habría deberes perfectos meramente externos, sino


también internos, lo cual es contrario al uso terminológico adoptado
por alguna escuela 6, mas no pretendo justificarlo aquí, porque re-
sulta indiferente para mi propósito actual si se me concede o no la
razón en este punto.

16. Kant escaria aludiendo aquí a la rradicron representada por pen


sadores iusnaturalistas tales como Grocio, Pufenc.lorf, Thomasíus y
J. G Sulzer. [N TJ

127
cosrumbres
Fundamentación para una metafísica de las

no
no se le prestará nada si
pero también sabe que rer-
devolverlo en un plazo de
promete solemnemente e-
hacer una promesa sem
rrunado. Le dan ganas de o-
suficieme conciencia [m
jante, pero todavía tiene o
: «¿No es ilícito y contrari
ral] como para preguntarse nd o
igencia?». Suponie
al deber remediar así la ind ac-
e a ello, la máxima de su
que con todo se decidies i-
or: «Cuando me crea sum
ción sería del siguiente ten
pediré dinero a crédito y
do en un apuro económico, -
que sepa que nunca sucede
prometeré devolverlo, aun pia
o del egoísmo o de la pro
rá tal cosa». Este principi nes-
a conciliarse con mi bie
conveniencia quizá pued
tar futuro, sólo que ahora
la cuestión es ésta: «¿E eso
s
tanto la pretensión del ego
ís-
justo?». Transformo por nta:
y reforrnulo así la pregu
mo en una ley universal
a se convirtiera en un ley
a
«¿Qué pasaría si mi máxim a
advierto que nunca podrí
universal?». Al instante or-
de la naturaleza ni conc
valer como ley universal dec ir-
I que habría de contra
[A 55] dar consigo misma, sino ley
la universalidad de una
se necesariamente. Pues pro-
estar en apuros pudiera
según la cual quien crea m-
con el designio de no cu
meter lo que se le ocurra
promesa y el fin que
pLJrlo haría imposible la propia a lo
a, dado que nadie creerí
se pudiera tener con ell ría
que todo el mundo se rei
que se le promete, sino ­
derla como una fatua im
de tal declaración al enten
postura.
dentro de sí un talento
3) Un tercero encuentra m-
dría convenido en un ho
<Ak. rv.-123> que con cierto v cultivo po da-
pósitos. Pero sus acomo
bre útil para diversos pro los
en preferir recrearse con
das circunstancias le hac

128
2. Tránsito de la filosofía moral popular ...

placeres anees que esforzarse por ampliar y mejor~r


sus afortunadas disposiciones naturales. Pero todavía
se pregunta si, al margen de que su máxi.m~ sobre
descuidar sus disposiciones naturales coincida de
suyo con su propensión hacia lo placentero, se com-
padece también con aquello que se llama <<~eber».
Entonces advierte que sin duda la naturaleza siempre
puede subsistir con arreglo a semejante ley universal,
aun cuando el hombre (tal como hacen quienes habi-
tan los mares del sur) deje enmohecer su talento Y
consagre su vida simplemente a la ociosidad, la diver-
sión y la procreación, en una palabra, al goce;. con
todo le resulta imposible querer que esto se convierta
en ~a ley universal de la naturaleza o que ha~a si~o
depositada como tal dentro de nosotros por el msnn-
to I natural. Pues corno ser racional quiere que se de- [A 56)
sarrollen en él todas las capacidades, ya que le son
dadas y resultan útiles para toda suerte de posibles
propósitos. . .
4) Todavía piensa un cuarto, a quien le va bien
pero ve que otros (a los cuales ~l bien podría ayu,dar)
han de luchar con ímprobas dificultades: «¿Que me
importa? ¡ Que cada cual sea tan dichoso como el cie-
lo quiera o pueda hacerse a sí mismo, que yo no le
quitaré nada ni tan siquiera le envidia~é, sólo que no
me apetece contribuir en algo a su b1en~star o. a su
auxilio en la indigencia!». Desde luego, sr semejante
modo de pensar se convirtiera en una ley universal de
la naturaleza, el género humano podría subsistir y,
sin duda, mejor todavía que cuando codo el mundo
habla mucho de compasión y benevolencia, apresu-

129
física de las cosrumbres
fundamentacion para una meta

menre, pero en cam-


rándose a ejercitarlas ocasional
ica con el derecho
bio miente allí donde puede, traf
de algún otro modo.
de los hombres o lo quebranta
ible que según aque-
Sin embargo, aun cuando es pos
ley universal de la
lla máxima pudiera sostenerse una
querer que un prin-
naturaleza, es con todo imposible
cipio semejan re valga por doq
uier como una ley natu-
era eso se contradi-
ral. Pues una voluntad que decidi
unos casos en que
ría a sí misma, al poder darse alg
te de otros y en los
precise amor o compasión por par
anada I de su propia
[r\ 57J
que, merced a una ley natural em
nza de auxilio que
voluntad, se arrebataría la espera
desea para sí.
s deberes reales, o
Ésros son algunos de los mucho
al menos que son tenidos como tales por nosotros,
cido principio\ úni-
cuya deducción a partir del adu
7
~Ak IV.424>
o ha de poder querer
co salta claramente a la vista. Un
ión se convierta en
que una máxima de nuestra acc
del enjuiciamiento
una ley universal: tal es el canon
l. Algunas acciones
moral de una máxima en genera
que su máxima no
están constituidas de tal modo
ción como ley univer-
puede ser pensada sin contradic
que uno pueda
sal de la naturaleza y mucho menos
otras no cabe detec-
querer que deba volverse tal. En
o sí resulta imposi-
tar esa imposibilidad interna, per
vada a la universaJj-
ble querer que su máxima sea ele
semejante voluntad
dad de una ley natural, porque

n
introducida por Harersreín, quie
17. Me atengo aquí a I_~ correcc1ó_n se leía «div isió n» (Ab ­
propone leer «deducc1on» (Ab
le,tung)donde
terlunJ!) {N T]

130
2. Tránsito de la lilosofo moral popular ..

entraría en contradicción consigo misma. Se advierte


fácilmente que la primera contradice al deber más es-
tricto (ineludible), la segunda al más Jaco (meritorio)
y así, por lo que atañe al tipo de obligatoriedad (no al
objeto de su acción) codos los deberes quedan cabal-
mente ordenados por estos ejemplos en su depen-
dencia del único principio.
Si ahora nos prestamos atención a nosotros mismos
en cada transgresión de un deber, nos encontramos
con que I realmente no queremos que nuestra máxi- lA 58]
mase convierta en una ley universal, pues esto nos re-
sulta imposible, sino que más bien debe permanecer
como una ley lo contrario de dicha máxima; sólo nos
tomamos la libertad de hacer una excepción a esa ley
para nosotros o (también sólo por esta vez) en pro-
vecho de nuestra inclinación. Por consiguiente, si
nosotros ponderásemos todo desde uno y el mismo
punto de vista, a saber, el de la razón, detectaríamos
una contradicción en nuestra propia voluntad, a sa-
ber, que cierto principio objetivo sea necesario como
ley universal y pese a ello no tenga subjetivamente
una validez universal, sino que debería prestarse a ex-
cepciones. Sin embargo, como en el primer caso con-
sideramos nuestra acción desde el punto de visea de
una voluntad enteramente conforme a la razón y lue-
go desde el punto de vista de una voluntad afectada
por la inclinación, aquí no se da en ~ealid~d cont~a-
dicción alguna, sino más bien una resistencia de la in-
clinación frente al precepto de la razón (antagonis­
mus), por lo cual la universalidad del principio
(universa/itas) se transforma en una mera validez ge-

131
para una meU1física de fas costumbre
s
l·undamentadón

principio práctico
neral (genera/itas). merced a la que el
xima a mitad del
de la razón debe reunirse con la má
de justificarse en
camino. Aun cuando esto no pue
sí demuestra que
nuestro propio juicio imparcial, ello
imperativo ca-
reconocemos realmente la validez del
n todo respeto
lA 59J tegórico y sólo nos I permitimos (co
es que se nos an-
hacia esa validez) algunas excepcion
ntes.\
tojan tan insignificantes como acucia
el deber es un
<Ak. rv 425> Al menos hemos mostrado que, si
rañar una legisla-
concepto cuyo significado debe ent
tan sólo puede
ción real para nuestras acciones, éste
góricos, pero de
ser expresado en imperativos cate
otéticos; también
ningún modo en imperativos hip
uso ­lo cual ya es
hemos expuesco claramente para su
categórico que
mucho- el contenido del imperativo
deber (si tal cosa
ha de albergar el principio de todo
y lejos de demos-
existiera). Pero todavía estamos mu
ejante tiene lugar
trar a prton que un imperativo sem
ctica que manda
realmente, o sea, que hay una ley prá
ier móvil y que la
sin más de suyo al margen de cualqu
observancia de esa ley sea un deber.
de la máxima
Con el propósito de llegar a ello es
ertencia: que no
importancia tener presente esta adv
r la realidad de
tiene ningún sentido querer deduci
r atributo de la
ese principio a partir de algún peculia
e ser una nece-
naturaleza humana. Pues el deber deb
acción; tiene que
sidad práctico-incondicionada de la
ional (el único ca-
valer por lo tanto para todo ser rac
y sólo por ello ha
paz de interpretar un imperativo)
untad humana.
de ser también una ley para toda vol
tir de la peculiar
[A 60] En cambio, lo que se deduzca I a par

132
2. Tránsito de la íilosofia moral popular ...

disposición natural de la humanidad, cuanto se de-


duzca de ciertos sentimientos y propensiones e in
cluso, si cabe, de una particular orientación que fue-
se propia de la razón humana y no tuviera que valer
necesariamente para la voluntad de codo ser ra-
cional, esto es algo que ciertamente puede propor-
cionarnos una máxima, mas no una ley, puede sumi-
nistrarnos un principio subjetivo según el cual nos
permitimos tener inclinación y propensión a obrar,
pero no un principio objetivo conforme al cuaJ que-
demos obligados a obrar, aun cuando toda nuestra
propensión, inclinación y orientación natural estu-
vieran en contra; es más, la sublimidad y la dignidad
interna en un deber quedan tanto más demostradas
cuantas menos a favor } más en su contra estén las
causas subjetivas, sin que por ello se debilite lo más
mínimo el apremio instado por el deber ni disminu-
ya un ápice su validez. .
Aquí vemos a la filosofía colocada sobre un delica-
do criterio que debe ser fume, a pesar de no pender
del cielo ni apoyarse sobre la tierra. La filosofía debe
probar aquí su lealtad oficiando como garante de sus
propias leyes y no como heraldo de aquellas que le
susurra un sentido inculcado o quién sabe qué natu
raleza tutora, pues estas últimas acaso puedan ser
mejor \ que nada en absoluto, mas jamás pueden su- <Ak. rv. ..i26>
ministrar principios que dicte la razón y hayan de te
ner una fuente a priori que les dote I de su autoridad [A 6J J
imperativa: no hay que esperar nada de la inclinación
del hombre, sino codo del poder supremo de la le}
} del debido respeto hacia ella, o, en caso contrario,

133
f"undamentación para una metafísica
de: las costumbres

cio que les hace


condenar a los hombres al autodespre
rno.
aborrecerse a sí mismos en su fuero inte
pírico no sólo
Por consiguiente, todo cuanto sea em
suplemento del
es algo totalmente inservible como
muestra suma-
principio de la moralidad, sino que se
de las costum-
mente perjudicial para la pureza misma
una voluntad
bres, en las cuales el valor intrínseco de
por encima de
absolutamente buena queda realzado
te en que el
cualquier precio y consiste precisamen
influjo ejercido
principio de la acción se vea libre del
puede surni-
por Iundameoros contingentes que sólo
ligencia o banal
nistrar la experiencia. Contra esa neg
o entre motiva-
modo de pensar que rebusca el principi
promulgar con
ciones y leyes empíricas tampoco cabe
ncias, porque,
excesiva frecuencia demasiadas adverte
le gusta reposar
para no extenuarse, a la razón humana
ulaciones más
sobre tal almohada y, al soñar con sim
echar entre sus
melifluas (que sin embargo le hacen estr
no18), suplanta
brazos una nube en vez de abrazar aJu
tardo parentes-
a la moralidad por un híbrido cuyo bas

unto de lo que Hera significaba


18. Juno era para los romanos el tras
, la fertilidady el marrimonio,en
en la nurologfagriega, L, dios~de la luna
r, del J úpirer latino o el Zeus
cuamo esposa del rey del Olimpo, es deci Kant es en realidad el de
por
helénico. El mito griego aludido aqui
ar eJ Olim po, Ixió n inten tó seducir a Hera (Juno) y
~enrnuro. Al visit deci dió dar a una nube .Nefe-
esta previno a su mando (Zeus), quie n
Ixión engendró a Centauro, un
le) la figuro Je su mujer; con esta nube
a los centauros apareándose
ser monstruoso que a su vez engendró auros serían el bastardo al
s cent
con las yeguas del monte Pehón. Esto
cnaruras con cuerpo y patas
que se refiere Kant a continuación, esas de hombre, simbolizaban
os
de caballo, pero con pecho, cabeza y braz naturaleza animal. [N T]
para el mun do grie go los apet itos de la

134
2. Tránsito de la filosoffo moral popular ...

co es de muy distinto linaje y que se parece a cuanto


uno quiera ver en él, si bien jamás le confundirá con la
virtud aquel que haya contemplado una sola vez su
verdadero semblante. 1
La cuestión entonces es ésta: ¿Supone una ley nece- [t\ 62]
saria para todos Los seres racionales enjuiciar siempre
sus acciones según máximas acerca de las cuales ellos
mismos podrían querer que sirvieran como leyes uni-
versales? Si existe una ley cal, ésta ha de hallarse ya
vinculada (plenamente a priori) con el concepto de la
voluntad de un ser racional en general. Mas para des-
cubrir esta vinculación hay que dar un paso más ulla,
por mucho que uno se resista a ello, y adentrarse en la
metafísica, aunque tengamos que adentrarnos en un
territorio metafísico distinto al de la filosofía especu-
lativa, cual es la metafísica de las costumbres. \ En <Ak IV,-127>
una filosofía práctica donde no nos concierne admitir
fundamentos de aquello que sucede, sino leyes de Jo
que debe suceder, aun cuando nunca suceda, esto es,
leyes objetivo-prácticas, no necesitamos emprender
una indagación sobre los fundamentos de por qué
algo agrada o desagrada, ni sobre cómo el deleite de la
mera sensación se diferencia del gusto y si éste se dis­
tingue a su vez de un deleite universal de la razón;

* Contemplar el auténnco semblante de. la virtud equivale ª. pre-


sentar la moralidad despojada de cualquier aditamento sens1bl~1
y todo falso adorno relativo a la recompens~ o ~ amor pro~10 fA 63]
Mediante un mínimo expcnrnenro de su razón, siempre que esca
no esté echada a perder para toda abstracción, cualquiera puede
darse cuenca de que la moralidad logra eclipsar todo cuanto pare·
ce seducir a las inclinaciones.

135
Fundamem:1c1ón para una metafísica
de las costumbres

cansa el senti-
no precisamos mdagar sobre qué des
o se originan a
miento del placer y displacer, ni cóm
y finalmente
partir de ahí apetitos e inclinaciones
n, pues todo
[A 63]
máximas gracias al concurso l de la razó
a que consti-
eso pertenece a una psicología empíric
la naturaleza ,
tuiría la segunda parte de la teoría de
za en tamo que
si se la considera filosofía de la naturale
o aquí se trata
se sustente sobre leyes empíricas. Per
relación de una
de leyes objetivo-prácticas,o sea, de la
dicha volun-
voluntad consigo misma, en tanto que
la razón y todo
tad se determina simplemente por
cuanto tiene relación con lo empíri
co queda suprimi-
determina la
do de suyo; porque, si la razón por sí sola
os pasar a in­
conducta (algo cuya posibilidad querem
necesariamen-
dagar justamente ahora), ha de hacerlo
te a priori.
acidad para
La voluntad es pensada como una cap
forme a la re­
que uno se autodeterminc a obrar con
presentación de ciertas leyes. Y una
facultad así sólo
onales. Ahora
puede encontrarse entre los seres raci
como funda-
bien, fin es lo que le sirve a la voluntad
ción y, cuando
mento objetivo de su autodetermina
de valer igual-
dicho fin es dado por la mera razón, ha
bio, lo que en-
mente para todo ser racional. En cam
la posibilidad
traña simplemente el fundamento de
omina medio.
de la acción cuyo efecto es el fin se den
El fundamento subjetivo del deseo es
el mouil, mien-
etivo del que-
tras que el motivo es el fundamento obj
s subjetivos que
rer; de ahí la diferencia entre los fine
etivos que de-
descansan sobre móviles y los fines obj
o ser racional.
IA 64]
penden de motivos I válidos para tod

136
2. Trénsiio de la filosofía moral popular ...

Los principios prácticos son formales cuando h~cen


abstracción de todo fin subjetivo, pero son materiales
cuando dan pábulo a esos fines subjetivos y, por lo
tanto a ciertos móviles. Los fines que un ser racional
se propone arbitrariamente como efectos <le su acción
(fines materiales) son codos ellos relativos, pues sólo
su relación con una peculiar capacidad desiderativa
del sujeto les confiere algun valor, y tampoco pueden
suministrar principios necesarios \ que valgan para <Ak lV,428>
todo querer, es decir, leyes practicas. De ahí que co-
dos esos fines relativos sólo sean el fundamento de
imperativos hipotéticos. ,
Suponiendo que hubiese algo cuya existencia en st
misma posea un valor absoluto, algo que como fin en
sí mismo pudiera ser un fundamento de leyes bien
definidas, ahí es donde únicamente se hallaría el fun-
damento de un posible imperativo categórico, esto
es, de una ley práctica.
Yo sostengo lo siguiente: el hombre v en general
todo ser racional existe como un fin en sí mismo, no
simplemente corno un medio para ser utilizado discre-
cionalmente por esta o aquella voluntad, sino que
tanto en las acciones orientadas hacia sí mismo como
en las dirigidas hacia I otros seres racionales el hom- LA 65]
bre ha de ser considerado siempre al mtsmo tiempo
como un fin. Todos los objetos de la inclinación sólo
poseen un valor condicionado, pues, si no se dieran
las inclinaciones y las necesidades sustentadas en ellas,
su objeto quedaría sin valor alguno. Pero, ~ cuan.ro
fuentes de necesidades, las inclinaciones mismas dis-
tan tanto de albergar un valor absoluto para desearlas

137
umbres
FundJmentación para una mecafí~ica de las cost

ha de suponer el de-
por ellas mismas, que más bien
ional el estar total-
seo universal de cualquier ser rac
mente libre de ellas. Así pues,
el valor de todos los
s acciones es siem-
objetos a obtener mediante nuestra
los seres cuya exis-
pre condkionado. Sin embargo,
untad, sino en la na-
tencia no descansa en nuestra vol
tivo como medio,
turaleza, tienen sólo un valor rela
es, y por eso se lla-
siempre que sean seres irracional
racionales reciben el
man cosas, en cambio los seres
uraleza los destaca
nombre de personas porque su nat
, como algo que no
ya como .fines en sí mismos, o sea
como medio, y res-
cabe ser utilizado simplemente
constituir un objeto
Lringe así cualquier arbitrio (al
tanto, no son meros
de respeto). Las personas, por lo
tiene un valor para
fines subjetivos cuya existencia
acción, sino que cons-
nosotros como efecto de nuestra
cosas cuya existencia
tituyen fines objetivos, es decir,
ir verdad un fin tal
supone un fin en sí mismo y a dec
do ningún otro fin
en cuyo lugar no puede ser coloca
aquél stmplemente
al servicio del cual debiera quedar
encontraríamos en
como medio, porque sin ello no
or absoluto; pero si
parte alguna nada de ningún val
ado y fuera por lo
!A 66]
todo valor l estuviese condicion
se podría encontrar
tamo contingente, entonces no
gún principio prác-
~n parte alguna para la razón nin
neo supremo.
o principio prác-
Así pues, si debe darse un suprem
con respecto a lavo-
tico y un in1perarivo categórico
rque la representa-
Juntad humana, ha de ser tal po
para cualquiera por
ción de lo que supone un fin
stituye un\ principio
<Ak. N,429>
suponer un fin en sí mismo con
138
2 Tránsito de lu filosofíu moral popular .•

objetivo de la voluntad y, por lo tanto, puede servir


como ley práctica universal. El fundamento de este
principio estriba en que la naturaleza racional existe
como fin en sí mismo. Así se representa el hombre ?e-
cesariamente su propia existencia, y en esa medida
supone un principio subjetivo de las acciones. huma-
nas. Pero así se representa igualmente cualqwer otro
ser racional su existencia con arreglo al mismo funda-
mento racional que vale también para mi; por consi-
guiente, al mismo tiempo supone un principio ~b;~ti­
vo a partir del cual, en cuanto fundamento practico
supremo, tendrían que poder derivarse todas las le-
yes de la voluntad. El imperativo práctico será por lo
tanto éste: Obra de tal modo que uses a la bumanulad,
tanto en tu persona como en la persona de cualquier
otro, siempre al mismo tiempo como fin I y nunca sim­ [A 67]
plemente como medio.
Reiterando los anteriores ejemplos, la cosa queda-
ría como sigue:

1) Según el concepto del necesario deber para con


uno mismo, quien ande dando vuelcas alrededor deJ
suicidio" se preguntará si su acción puede compade-
cerse con la idea de la humanidad como fin en sí mis­

... Enuncio aquí esta tesis como postulado. En el último apartado


se hallarán sus fundamentos.

19. El tema del suicidio es rratado por Kant con basrnnc~_deccnim1en-


to en sus Lecciones de ética (Ak. XXVII, l ·368 y ss.: Crítica, Barcelo-
na, 1988, pp. 188-197) y luego lo retomará en LA meta/inca de las
costumbres (Ak. VI, 422-423) [N T.]

139
metafísica de las costumbres
Fundamenración para una

uación penosa se destruye


"": S~ para h~ de una sit
persona simplemente como
a SI rnrsrno, se strve de una
situación tolerable hasta el
medio para mantener una
re no es una cosa y, por
final de la vida. Pero el homb
eda ser utilizado simple­
lo tanto, no es algo que pu
e siempre ha de ser consi-
mente como medio, sino qu
es como 1in en sí. Así pues,
derado en todas sus accion
yo no puedo disponer de
l hombre en mi persona
o matarle. (Tengo que sos-
para mutilarle, estropearle
s precisa de este princi.
layar aquí ~a definición má
lentendido: v.g. la ampu-
p10_ ~ara evitar :ualquier ma
tacrón de los miembros pa
ra conservarme o el peligro
ra conservarla; esto es algo
al cual expongo mi vida pa
ral propiamente dicha.)
que le corresponde a la mo
ber necesario u obligato-
. 2) Por lo gue atañe al de
ien se propone hacer ante
no para con los demás, qu
comprenderá en seguida
otros una promesa mendaz
ún otro hombre I simple­
que quiere servirse de alg
[t\ 68]
dicho hombre implique al
m~nte c~mo medio, sin que
Pues es del todo imposi-
mrsrno tiempo un fin en sí.
o utilizar para mis propó-
~le que a~uel a quien quier
semejante pueda estar de
sitos mediante una promesa
proceder \ hacia él, y, por
acuerdo con mi modo de
-cAk IV,4}0>
que pueda albergar el fin
lo tanto, resulta imposible
icción ante el principio de
de esta acción. Esta contrad
ta más claramente cuando
otros hombres salta a la vis
de agresiones a la liber-
se traen a colación ejemplos
es ahí es muy evidente que
tad Y propiedad ajenas. Pu
s de los hombres está de-
quien conculca los derecho
na de otros simplemente
cidido a servirse de la perso -
consideración que en cuan
como medio, sin tomar en
2. Tránsito de la filosofía moral popular ...

to seres racionales deben ser apreciados siempre al


mismo tiempo como fines, o sea, como seres que t~-
bíén habrían de poder albergar en sí el fin de esa mis-
ma acción",
3) Atendiendo al deber contingente (meritorio)
para consigo mismo no basta que la I acción no con- [A 69]
tradiga a la humanidad en nuestra persona como fin
en sí mismo, también tiene que concordar c~n. ella.
Ahora bien, en la humanidad existen disposiciones
tendentes a una mayor perfección que pertenecen al
fin de la naturaleza con respecto a la humanidad en
nuestro sujeto; descuidar dichas disposiciones podría
muy bien subsistir con el mantenimiento de la hun:~­
nidad como fin en sí mismo, mas no con la promocton
de tal fin.
4) En lo tocante al deber meritorio para con los
demás, el fin natural que tienen todos los hombr~s es
su propia felicidad. A decir verdad, la hum~dad
podría subsistir si nadie contribuyese a la Felicidad

* Desde luego, no pienso que pueda servir aq~ co~o pauta~ prin-
cipio el trivial: quod tibi non vis fü:ri·:·20• Pues es Le solo se deriva de
aquél aunque con distintas restncciones; y no puede ser una ley
unive~al, al no contener el fundamento de l_os deberes para co,n
uno mismo, ni el de los deberes caritativos ha?ª los otr_os (pues mas
de uno aceptaría guscosamence que los <lemas no ~e~1c.ran hacer.le
bien alguno, con tal de quedar dispensado de prcdigárselo ~ ellos),
ni a la postre el de los deberes obligatorios p~ra con los d~m.as; pues
con tal fundamento el criminal argumentana contra el juez que le
castiga, etc.

20. «Lo que no quieras que ce hagan a ti, no se lo hagas tú a _l_os de-
más.» Ésta es la llamada «regla de oro», a la que han dado cobijo m;-
chas culturas y religiones; cf., v.g., Mateo, 7, 12, y Lucas, 6, 31. {N. .J

141
a de las costumbres
Fun<lamemación para una meuúisic

no sustraerle nada·
ajena con el propósito parejo de
o est o supone úni cam ent e una coincidencia nega-'
per
como fin en sí mis­
tiva y no positiva con la bumantdad
también tanto como
mo si cada cual no se esforzase
nos. Pues los fines
pueda por promover los fines aje
tienen que ser tam-
del sujeto que es fin en sí mismo
lo posible, si aquella
bién mis fines en la medida de
todo su efecto.
representación debe surtir en mí
y de cualquier ser
~stc principio de la humanidad
sí mismo (que supone
racional en general como fin en
la libertad I de las
cAk. IV, 43l>
la máxima condición \ restrictiva de
tomado de la expe-
{A 70)
a_ccio_nes de cada hombre} no está
salidad, puesto que
nencia: 1) por causa de su univer
s en general y ser esto
abarca a todos los seres racionale
nza a determinar; 2)
algo que ninguna experiencia alca
dad no es represen-
porque en ese principio la humani
de los hombres, esto
tada (subjetivamente) como fin
fije realmente de suyo
es, como un objeto que uno se
que, cuales fueren los
como fin, sino como fin objetivo
uir en cuanto ley la
fines que queramos, debe constit
cualquier fin subjeti-
suprem_a condición restrictiva de
lo tanto de la razón
vo, teniendo que provenir por
islación práctica se
pura. EJ fundamento de toda leg
la forma de la univer-
halla objetivamente en la regla y
una ley (acaso una ley
salidad que la capacita para ser
r principio, pero se
de la naturaleza}, según el prime
ún el primer princi-
h:111a subjetivamente en el fin, seg
fines es cualquier ser
pio_- Pero el sujeto de todos los
arreglo al segundo
ra~10~~ como fin en sí mismo, con
ra el tercer principio
pr~c~p10; de aquí se sigue aho
rema condición de
practico de la voluntad, como sup

142
2. Tránsito de la filosofía moral popular ...

la concordancia de la voluntad con la razón práctica


universal, la idea de la voluntad de cualquier ser racio­
nal como una voluntad que legisla universalmente.
Conforme a este principio quedan reprobadas co-
das las máximas que no puedan compadecerse con la
propia legislación universal de la voluntad. Así pue~,
no se trata tan sólo de que la voluntad quede someti-
da a la ley, 1 sino que se somete a ella como autolegis­ (A 7 IJ
ladora y justamente por ello ha de comenzar a consi-
derársela sometida a la ley (de la cual ella misma
puede considerarse como autora).
Los imperativos, según ese modo de representa-
ción, o sea, la universal legalidad de las acciones afín
a un orden natural o la universal preemtnencta teleo­
lógtca de los seres racionales en sí mismos, excluían
de su autoridad imperativa cualquier mezcla de al-
gún interés como móvil, justamente porque eran re~re
sentados como categóricos; pero sólo fueron conjetu­
rados como categóricos porque había que asumir
tales imperativos si se quería explicar el concepto
del deber. Mas merced a ello no podía demostrarse
que hubiera enunciados prácticos que mandaran c~-
tegóricamente, ni esto es algo que pueda ocurrir
tampoco ahora en esre apartado; lo único que sí po-
día suceder era esto: que la renuncia a todo interés
en el querer por mor del deber, como el si~no dis-
tintivo que diferencia específicamente al impera-
tivo categórico del hipotético, quedara insinuad~ en
el imperativo mismo \ mediante alguna determina- <Ak IV.-132:
ción intrínseca, y esto sucedió en la actual tercera
fórmula del principio, o sea, en la idea de la volun-

143
rundamcntación para una metafísica de las cosrumbres

tad de cada ser racional como volu


ntad universal­
mente legisladora. 1
Aunque una voluntad que se halla
bajo leyes bien
[A 72]
iante un interés,
pudiera estar vinculada a esa ley med
te resulta im-
cuando pensamos una voluntad semejan
no, en tanto que
posible que dependa de interés algu
de codo; pues cal
ella misma es legisladora por encima
a ella misma
voluntad c.lependiente todavía precisarí
de su egoísmo a
<le otra ley que restringiera el interés
universal.
la condición de una validez como ley
humana
Por Jo tanto, el principio de toda voluntad
como de una voluntad que legisla univ
ersalmente a tra­
do de exac-
vés de tocias sus máximas , si fuese apareja
o imperativo
ri lud, resultaría harto conveniente com
idea de legisla-
categórico, puesto que a causa de la
ción universal no se fundamenta sobr
e interés alguno y
los imperativos
por lo tanto es el único entre todos
o aún mejor,
posibles que puede ser mcondiczonado;
ivo categórico
enunciándolo al revés, si hay un imperat
de un ser racio-
(esto es, una ley para cada voluntad
merced a la
nal), sólo puede mandar hacerlo codo
voluntad que al
máxima de su voluntad, como una
to a sí misma I
mismo tiempo pudiera tenerse por obje
sólo entonces
CA 73] como universalmeme legisladora, pues
al que obedece
el principio práctico y el imperativo
da cuenta de
dicha voluntad es incondicionado, habi
o fundamento.
que no puede tener interés alguno com

ejemplos para ilustrar


+ Aq~ P~~do quedar dispensado de aducir nteeJ imperativo ca
inici alme
est~ ~nnCJp10,pues los que ilustraron
a tal fin.
regonco y su formula podrían servir aquí

144
2. Tránsito Je la ftlosof1J moral popular ...

No resulta sorprendeme que, si echamos una mira-


da retrospectiva hacia codos los esfuerzos emprendi-
dos desde siempre para descubrir el principio de la
moralidad, veamos por qué todos ellos han fracasado
en su conjunto. Se veía al hombre vinculado a la ley a
través de su deber, pero a nadie se le ocurrió que se
hallaba sometido sólo a su propia y sin embargo uni­
versal legislación, y que sólo está obligado a obrar en
conformidad con su propia voluntad, si bien ésta le-
gisla universalmente según el fin de la narur~leza.
Pues cuando se le pensaba tan sólo como sometido a
una ley (sea cual fuere), dicha ley tenía que cornpor-
tar\ algún interés como estímulo o coacción, puesto <Ak l\',-133>

que no emanaba como ley de su voluntad, sino que


ésta quedaba apremiada por alguna otra instancia a
obrar de cierto modo en conformidad con la ley.
Pero merced a esta conclusión totalmente necesaria
quedaba perdido para siempre cualquier esfuerzo en-
caminado a encontrar un f un clamen to supremo del
deber. Pues nunca se alcanzaba el deber, sino una ne-
cesidad de la acción sustentada en cierto interés, fue-
se propio o ajeno. Mas entonces el imperativo tenía
que acabar siendo siempre I condicionado y no podía [A 74)
valer en modo alguno como mandato moral. Así pues,
voy a llamar a este axioma el principio de la auto~o­
mta de la voluntad, en contraposición con cualquier
otro que por ello adscribiré a la beteronomia.
El concepto de cada ser racional que ha de ser con-
siderado como legislando universalmente a través de
todas las máximas de su voluntad, para enjuiciarse a
sí mismo , a sus acciones desde ese punto de vista,

145
s
metafísica de las cosrumbre
Fundameowc-1ón para una

o y muy
to inherente al mism
cond,uce a un concep
fructífero: el de un rei
no de los fines.
de
conjunción sistemática
Entiendo por reino la comu ne s.
ales gracias a leyes
distintos seres racion su validez
nan los .fines según
C~mo las leyes determi ersidad
e, si abstraemos la div
universal, resultará qu o de sus
rso nal de los ser es racionales y el contenid
pe de todos
pensarse un conjunto
fines privados, podría es en sí
es racionales como fin
los .fines (tamo de los ser eda po-
an to de los pr op ios fines que cada cual pu
cu ca esto
a conjunción sistemáti
nerse a sí mismo) en un posible
no de los fines que sea
es, cabría pensar un rei
ados más arriba.
según los principios cit ley de
s están todos bajo la
Pues los seres racionale ni tam-
be tratarse a sí mismo
que cada cual nunca de medio
[A 75] I tan sólo como mero
poco a cualquier otro fin en sí mis~
tiempo como un
sino siempre y al mismo ca de
a conjunción sistemáti
mo. Mas de aquí nace un mu-
es rac ion ale s me rce d a leyes objetivas co
los ser leyes tie-
s, ~sto es, na ce un rei no que, como dichas
ne tales se-
pósito la relación de
nen Justamente por pro mado
y medios, puede ser lla
res entre sí como fines .
no de los fin es (qu e, claro está, sólo es un ideal)
un rei como
ce al reino de los fines
Un ser racional pertene mismo
rsalmente dentro del
miembro si legisla unive s leyes.
metido él mismo a esa
pero también está so como le­
rte nece a dic ho rei no como ;efe cuando
Pe ningún
tido a la voluntad de
gislador no está some
otro.\
como
<Ak, IV, '13-l>
ser racion al tiene qu e considerarse siempre
~ rced a la
de los fines posible me
legislador en un reino
2. Tránsito de la filosofía moral popula r. ..

libertad de la voluntad, ya sea como miembro, ya sea


como jefe. Mas no puede pretender este último pues-
to simplemente merced a la máxima de su vol~tad,
sino sólo cuando se trate de un ser plenamente inde-
pendiente y sin necesidades que limiten su capacidad
de adecuarse a la voluntad.
La moralidad consiste, pues, en la relación de cual-
quier acción con la única legislación por med.io d~ _Ia
cual es posible un reino de los fines. Esta legisl~cion
tiene que poder ser encontrada I en todo ser raao~al [A 76]
y tiene que poder emanar de su voluntad, _cuyo pnn-
cipio por lo tanto es éste: no acometer rungun~ ac-
ción con arreglo a otra máxima que aquella segun l_a
cual pueda compadecerse con ella el ser una ley uru-
versal y, por consiguiente, sólo de tal modo que .lavo­
luntad pueda considerarse a sí misma por su máxima al
mismo tiempo como universalmente legisladora. Si las
máximas no son ya necesariamente acordes por su
naturaleza con este principio objetivo de los seres ra-
cionales, entonces la necesidad de la acción según
aquel principio se denomina apremio práctic~, esto
es, deber. El deber no le incumbe al jefe en el remo de
los fines, pero sí a cada miembro y ciertamente a to-
dos en igual medida. . .
La necesidad práctica de obrar según este pnnci-
pio, o sea, el deber, no descansa en sentimientos, im-
pulsos e inclinaciones, sino simplemente en la rela-
ción de los seres racionales entre sí, en la cual la
voluntad de un ser racional tiene que ser considerada
siempre al mismo tiempo como legisladora, po,rq~e
de lo contrario no podría pensarse como fin en si mis­

147
_,, .
Fundamemación
par
a una mer.u1s1ca de
las costumbres

d
fiere cada máxim
mo. Así la razón re le i 1 d a e la voluntad
como universalmen al . g s a ora a toda otra . volu
te n.
tad y tamb.ie ,
ª
n cu qwer acocí on :i11~e uno nusmo, y
ot ro m ot iv
'

esto no por algún . pracuco o al gún pro-


vecho fu tu r . idea de 1 1 d.
o, smo por la
·J
[A nJ
el cu al b d .ªgun tgnidad de un
ser racional ' oo o e eceanm a otra 1 ey sal-
e se da sir nn ] , m ism o
vo la qu taneameme él
En el . es todo ríe n bi .
remo de los finE 11 e o ten un precio
o bien una digmda
d2'
tiene un
e se r co lo .c aJ o eal:::r d~ 1~ que
p~ecio pued ente,: en cam-
se ha lla po r encima de qutua
b10, lo qu e todo precio Yu·no
se
va le nc ia 1 a di gr d d
presta a equi a guna, es o posee un a ·
e uanto se refiere
an
a 1
a~
.
umversales · ned. cesidades e
hu m
as nene un pr eczo e mercado·,
inclinacione s
d
aquello qu e ·
sin presupon
er una nece siid a d se a ecua
e \ el .
Ak J v, 435> a cierto gusto • esto s, a una complacen.e·ta en sun-
< .
. o sin objeto d f as an ím · .
1
p e Jueg e nuestra s ue rz te as, ne-
tivo· sin e b l
ne un precio afec . 1 mal argo, o que cons:tituye ,
la única condición b,ajo a cu puede alz ser llilc en sr ºº
.
nusmo no posee simpl nte un valor relar ivo, o sea,
·
. sino un valoente . , idad
un precio r mtnnseco: . la dign . . ;
Ah b'. id ad es la ,
ora ien, la moral d unica cond1c1on. ba
jo
un se r ra ci on al un fin en sí
la cual pue e ser i nusmo;
,
tra vé s su yo es ib r un m i b ro
porgue solo a posi e , se em
1 egis . 1 a d or en el reino de los fin la m orali-
an id ad 1 di~· Asen1 pues, ,
la hu m e da
dad y , en a m .
, que esta es sus-
cept íb le de aq ué lla 1 e po see di gruid a d .
, es o uruco qu

. .
Esca dis tin ció n se ins ira ea I os , qw enes distinguían
en-
21. p S' os csto1c alio 71
rre pretium Y dign
itas (cf
v.g., eneca, Carta
s moralesa Lu , '
.,
.33 ). [N. IJ
2. Tránsirode la filosofía moral popular ...

La destreza y el celo en el trabajo tienen un precio de


mercado; el ingenio, l la imaginación vivaz y el humor [A 78]
tienen un precio afectivo; en cambio, la .fidelidad en
las promesas o la benevolencia por principios (no por
instinto) poseen un valor intrínseco. Tanto la natura-
leza como el arte no aJbergan nada que puedan colo-
car en su lugar si faltasen la moralidad y la humani-
dad, porque su valor no estriba en los efectos que
nacen de ellas, ni en el provecho y utilidad que repor-
ten, sino en las intenciones, esto es, en las máximas
de la voluntad que están prestas a manifestarse de tal
modo en acciones, aunque no se vean favorecidas por
el éxito. Estas acciones no necesitan ninguna reco-
mendación de alguna disposición o gusto subjetivos
para contemplarlas con inmediato favor y compla-
cencia, sin precisar de ninguna propensión o senti-
miento inmediatos; dichas acciones presentan a lavo-
luntad que las ejecuta como objeto de un respeto
inmediato y no se requiere sino razón para imponer­
las a la voluntad, no para obtenerlas por astucia, lo
cual supondría una contradicción entre los deberes.
Esta valoración permite reconocer el valor de tal
modo de pensar como dignidad y lo coloca infinita-
mente por encima de cualquier precio, con respecto
al cual no puede establecerse tasación o comparación
algunas sin, por decirlo así, profanar su santidad.
Y ¿qué es entonces lo que autoriza a la buena in-
tención moral o a la virtud a tener tan altas I preten- [A 79]
siones? Ni más ni menos que la participación en la
legislacián universal que le procura al ser racional,
haciéndole por ello bueno para un posible reino de

149
una metafísica de las cosrumbres
Fundamentación para

ia na-
a destinado por su prop
los fines, al cual ya estab r ser
mismo, y justamente po
tu~aleza ~orno fin en sí re con
de los fines, como lib
quien legisla en el reino ede-
es de la naturaleza, al ob
respecto a todas las ley las
só lo aq ue lla s ley es qu e se da él mismo y según
cer
s s_u s má xim as pu ed en pertenecer a una legisla-
c~ale somete
<Ak. rv 436>
cien universal (a la qu
e\ simultáneamente se
ne un valor al margen
del
ism o) . Pu es na da tie
él m ación
e Je de ter mi na la ley . Si bien la propia legisl
qu o una
lor ha de poseer por ell
q~e ~etermina todo va pa-
incondicionado e incom
digrudad, o sea, un valor ta la
le pa ra el cu al tan só lo la palabra respeto apor
rab ofe-
de la estima que ha de pr
expresión conveniente el fun-
í pues, la autonomía es
sarle un ser racional. As de
nto de la dig nid ad de la naturaleza humana y
dame .
toda naturaleza racional ci-
de representarse el prin
. Las tres citadas maneras as tantas
pio de la moralidad
sólo son en el fondo otr
s de un a mi sm a ley , cada una de las cuales in-
fórm ula hay
otras dos. Con todo, sí
corpo~·adent~o de sí a las
un: ~erenc1a en ellas más intuición (según una
pracuca al acercar la ra
zón a la
subjetiva que objetivo-
s las
ello al sentimiento. Toda
cierta analogía) 1 y por
[¡\ 80)

máximas tienen:
en
un a for ma qu e co ns ist e en la universalidad, y
1) ico es
del imperativo categór
este punto la fórmula cogi-
máximas han de ser es
expresada ~sí: «Que las es de
ler como leyes universal
das como si fu;esen a va
la naturaleza»
e que:
2) una m_ateria, o se
a, un fin, y la fórmula dic
r
se r rac ion al co mo fin según su naturaleza y, po
«El
150
2. Tránstto de la filosofía moral popular ...

tanto, como fin en sí mismo tendría que servir para


toda máxima como condición restrictiva de todo fin
meramente relativo y arbitrario»;
3) una determinación cabal de todas las máximas
mediante dicha fórmula: «Todas las máximas de la
propia legislación deben concordar a partir de una
legislación propia con un posible reino de los fines,
como un reino de la naturalezas". El decurso aconte-
ce aquí como mediante las categorías de la unidad de
la forma de la voluntad (de su universalidad), de la
pluralidad de la materia (de los objetos, es decir, _de
los fines) y de la totalidad del sistema. Pero e~ mejor
que en el enjuiciamiento moral uno proceda siempre
I según el método más estricto y coloque como fun- [¡\ 81]
damento la fórmula universal del imperativo categó-
rico: obra según la máxima que pueda hacer de si al
mismo tiempo\ una ley universal. Pero si uno quiere -cAk. IV, 437>
procurar al mismo tiempo un acceso a la ley moral,
entonces resulta muy útil guiar mediante los tres con-
ceptos nombrados a una y la misma acció~ y ª?':~xi-
marla con ello tanto como sea factible a la intuicion.
Ahora podemos acabar allí de donde partíamos, a
saber, el concepto de una voluntad incondicional-
mente buena. Es absolutamente buena la voluntad
que no puede ser mala y cuya máxima nunca puede

* La teleología examina la naturaleza como un reino de l~s fines Y


la moral considera un posible reino de los ~es en_c~1anro remo d_e hi
naturaleza. Allí el reino de los fines es una idea reonca para explicar
Jo que hay. Aquí es una idea práctica para lo que ~o es, pero pu~de
verificarse realmente gracias a nuestro hacer o dejar de hacer Y JUS·
camenre conforme a esca idea.
para una metafüica de las
eosrumbres
Fundamentación

es convertida en una ley


au~oconrradecirse cuando
supone también por tanto
universal . Este principio
mpre según aquella máxi-
una ley suprema: «Obra sie la
mo ley puedas querer a
ma cuya universalidad co -
ición bajo la que una vo
vez»; ésta es la única cond
en contradicción consigo
l~tad nunc~ puede estar
categórico. Como la vali-
rrusma, } tal unperativo es -
to ley universal para accio
dez de la voluntad en cuan
gía con la concatenación
nes posibles guarda analo i-
de las cosas según leyes un
universal de la existencia ,
de la naturaleza en general
versales, qu~ es lo formal
tegórico puede expresarse
ento~~es ~ imperativo ca
ximas que a/ mismo tiem­
rambíén aSI: Obra según má es
smas por objetos como ley
po puedan tenerse a sí mi r
za. Así está constituida po
umversales de la I naturale
[A 82]
a voluntad absolutamen te
lo tanto la fórmula de un
buena.
exceptúa de las demás
La naturaleza racional se
por fiJarse a sí misma un
fin. Ésce sería la materia de
a
ro, como en la idea de un
toda buena voluntad. Pe
ena sin condición restric-
voluntad absolutamente bu
alg un a (la co ns ec uc ión de este o aquel fin) hay
tiva
todo fin a realizar (como
que hacer abstracción de o
cualqwer voluntad en alg
a~uello q_uc convertiría a
el fin no ha de ser pensa-
solo re~atJ\"amemebueno), a­
lizar, sino como un fin est
do aqut como un fin a rea
y, por tanto, tiene que ser
blecido por cuenta propia, a
te, o sea, como algo contr
pensado sólo negativamen ser
ás y que nunca ha de
lo cual no ha de obrarse jam
mo medio, sino que ha de
apreci~do simplemente co e-
mpo como fin en todo qu
ser esumado al mismo tie
152
2. Tránsito de la 6l~fía moral popular ...

rer. Ahora bien, éste no puede ser otro que el propio


sujeto de rodos los fines posibles, dado que éste es al
mismo tiempo el sujeto de una posible voluntad ab-
solutamente buena; pues dicha voluntad no puede,
sin incurrir en contradicción, ser menos estimada
que cualquier otro objeto. El principio «O~ra. con
respecto a todo ser racional (ya se cra~e de u m1sn:10
o de cualquier otro) de tal modo que el valga al mis-
mo tiempo en tu máxima como fin en sí» es en el fon-
do idéntico a éste: «Obra según una máxima que
contenga dentro de sí a la vez su propia\ validez uní- -cAk. IV,438>
versal para todo ser racional». Pues decir que debo
restringir mi máxima I en el uso de los medios hacia [i\ 83J
todo fin a la condición de su universalidad como ley
para codo sujeto equivale a decir que el sujeto de los
fines, o sea, el propio ser racional, tiene que ser colo-
cado como fundamento de todas las máximas de las
acciones nunca simplemente como medio, sino como
suprema condición restrictiva ea el uso de codos los
medios, es decir, siempre y simultáneamente como
fin.
Sin duda alguna, de aquí se sigue que todo ser ra-
cional, como fin en sí mismo, habría de poder consi-
derarse al mismo tiempo como legislador universal
con respecto a todas las leyes a las que pueda verse
sometido, porque justamente esa pertinencia de sus
máximas para una legislación universal es lo que le
distingue como fin en sí mismo, e igualmente esca
dignidad (prerrogativa) suya por encima de to~os los
seres simplemente naturales comporta que siempre
haya de adoptar sus máximas desde su propio punto

153
de las costumbre,
F11ndamemac1ón para una metafísica

asumir también
de vista, pero aJ mismo tiempo haya de
otros seres racio-
el punto de vista de cualesquiera
eso se les llama
nales como legisladores (a los que por
posible un mundo
también personas). De tal modo es
ibilis) como un
de seres racionales (mundus mtellig
la propia legisla-
r~~no de los fines, y ciertamente por
mbros. En virtud
cion de todas las personas como mie
ar como si mer-
de lo cual, todo ser racional ha de obr
miembro legisla-
ced a sus máximas fuera siempre un
s. El principio
dor en el reino universal de los fine
bra como si cu
[A 84)
formal de esta máxima es éste: 1 «O
po de ley univer-
máxima fuese a servir al mismo tiem
o de los fines sólo
sal (de todo ser racional)». Un rein
o de la naturaleza
es posible por analogía con un rein
según máximas o
si bien en el primero todo se rige
o según leyes de
leyes autoimpuestas y en el segund
erno. Aun cuan-
causas eficientes cuyo apremio es ext
quina, también al
do se le considere como a una má
dida en que tiene
conj~?to de la naturaleza, en la me
fines suyos, se Je
relación con seres racionales como
reino de la natu-
otorga por este motivo el nombre de
realmente lugar
ralez_a. Este reino de los fines tendría
scribe el impe-
me_clianre las máximas cuya regla pre
racionales, sifue­
rativo categórico a todos los seres
máximas. Aho-
sen observadas universalmente dichas
pueda contar con
ra bien, aunque el ser racional no
lmente esa máxi-
que, si él mismo observase puntua
justamente a esa
ma, por ello cualquier otro sería fiel
contar igualmente
misma máxima, ni tampoco pueda
su ordenación te-
con que el reino de la naturaleza y
nto miembro idó-
leológica concuerden con él, en cua

154
2 Tránsirc de la filosofía moral popular ...

neo, en un reino de los fines posible por él mismo,


esto es, no pueda contar con que favorezcan su ex-
pectativa de felicidad, \ pese a codo, aquella ley que <..\k IV,-139>

dice: «Obra según máximas de un miembro que le-


gisla universalmente para un reino d~ los ~es sim-
plemente posible» mantiene coda su vigencia _porque
manda categóricamente. Y aquí se halla precisamen-
te la paradoja: al margen de cualquier otro fin o pro-
vecho alcanzable a través suyo, 1 la simple dignidad [A 851
de la humanidad como naturaleza racional, el respeto
a una simple idea, debería servir corno inexorable
precepto de la voluntad, y en esca independencia de
las máximas respecto de todos esos móv iles consiste
su sublimidad y la dignidad de todo sujeto racional a
ser un miembro legislador en el reino de los fines;
pues de lo contrario tendrían que verse representa-
dos tan sólo como sometidos a las leyes naturales de
sus necesidades. Aun cuando tanto el reino de la na-
turaleza como el reino de los fines fuesen pensados
cual reunidos bajo un jefe y este último reino dejara
por ello de ser una simple idea para cobrar reaüd_acl
efectiva, tal idea recibiría ciertamente con ello el in-
cremento de un poderoso móvil, mas nunca un au-
mento de su valor intrínseco; pues, pese a todo, este
único legislador omnímodo habría de ser represen-
tado siempre tal como él mismo enjuicia el valor de
los seres racionales, según tan sólo ese desinteresado
proceder suyo que les es prescrito simplemente por
aquella idea. La esencia de las cosas no cambia por sus
relaciones externas, y aquello que, sin reparar en esto
último, constituye el valor absoluto del hombre es

155
afísica de las costumbres
Fundámemaaóa para una me1

tambié~ aqu~llo merced a


lo cual ha de ser juzgado
induido el ser supremo.
por q~enqu1era que sea,
relación de las acciones
Moralidad es, por tanto, la
tad, esto es, con la legis-
co~ _la auc_onomía de la volun
CA 86] gracias a sus máximas. La
lac1on universal I posible
erse con la autonomía de
acción que puede compadec
concuerde con ella es
la voluntad es lícita y la que no
ximas coinciden necesa-
tlícita. La voluntad cuyas má
autonomía es una volun­
riamente con las leyes de la
buena. La dependencia de
tad santa y absolutamente
solutamente buena respec-
una vol~ta.d ~ue no es ab
ía (el apremio moral) su-
to del pnncipro de ~uronom
puede ser aplicada por lo
pone la obligación. Esca no
idad objetiva de una ac-
tamo a un ser sanco. La necesdeber.
ción por obligación se llama
s de decir, ahora resulta
A ~a reir de lo que acabamo
que, aun cuando bajo el
sencillo explicarse cómo es
mos una sumisión bajo la
concepto del deber pensa
representamos merced a
ley, al mismo tiempo nos
y dignidad en aquella per-
<Ak. rv.-1-10>
ello\ una cierta sublimidad
deberes. Pues ciertamente
sona que cumple todos sus ­
en esa persona como some
no hay sublimidad alguna
la hay en tanto que al mis-
uda ~ la ley moral, pero sí
dicha ley y sólo por ello
mo_ r1emp~ es legisladora de
ién hemos mostrado más
esta somenda a ella. Tamb
la inclinación, sino exdu-
ª.rriba cómo ni el miedo ni
la ley, es el móvil que pue-
s1van1em~ el respeto hacia
a la acción. Nuestra pro-
d~ confenr un valor moral
en que obraría tan sólo
p1~ voluntad, en la meclida
islación universal posible
bajo la condición de una leg
luntad posible para noso-
por sus máximas, 1 esta vo
[A 87)
2. Tránsito de la filosoffa moral popular..

eros en la idea es el auténtico objeto del respeto, y la


dignidad de la humanidad consiste justo en esa capa-
cidad para dar leyes universales, aunque con la con-
dición de quedar sometida ella misma a esa legisla-
ción.

La autonomía de la voluntad como principio


supremo de la moralidad

La autonomía de la voluntad es aquella modalidad de


la voluntad por la que ella es una ley para sí misma
(independientemente de cualquier modalidad de los
objetos del querer). El principio de autonomía es por
lo tanto éste: no elegir sino de tal modo que las máxi-
mas de su elección estén simultáneamente compren-
didas en el mismo querer como ley universal. Que
esta regla práctica sea un imperativo, es decir, que la
voluntad de todo ser racional esté vinculada necesa-
riamente a ella como condición, no puede ser proba-
do por el mero análisis de los conceptos de que cons-
ta, al tratarse de una proposición sintética; se tendría
que superar el conocimiento de los objetos y pasar a
una crítica del sujeto, es decir, de la razón práctica
pura, pues esa proposición sintética que manda ªP?
dícricamente ha de ser reconocida plenamente a pno­
ri; pero este asunto no es materia propia del presente
I capítulo. Sin embargo, que el principio de autono- [A88)
mía pensado sea el único principio de la moral es algo
que se deja exponer merced al simple análisis de los
conceptos de la moralidad. Pues con ello se descubre

157
bces
Fundamentación para
una met:af.ísica de las cosrum

górico,
ser un imperativo cate
~ue. su ~rincipio ha de to-
no m an da ni m ás ni menos que esa au
si bien este
nomía.\

de
<Ak. N, 441>
he te ro nom ía de la voluntad como fuente
La
purios de la moralidad
todos los principios es
rmi-
la vo lu nt ad bu sc a la ley que debe dete
Cuando eidad de
rla en al gú n ot ro lu gar que no sea la idon
na iversal y,
propia legislación un
sus máximas para su ley
nr ~, cu an do sa le de sí misma a buscar esa
por lo ta pa-
da lid ad de cu al qu ie ra de sus objetos, com
en la ~o no se da
nomía. La voluntad
rece siempre la hetero ley
la le y a sí m ism a, sin o que quien le da esa
entonce~ ad.
Je to m er ce d a su relación con la volunt
es el ob bre la in-
n de que descanse so
Esta relación, al marge es de la
e sobre representacion
clinación o se sustent téticos:
n, só lo ha ce po sib le s los imperativos hipo
razó ra cosa».
eb o ha ce r alg o, po rque quiero alguna ot
«D categóri-
o moral y, por ende,
En c~mbio el imperativ e no
:. «D eb o ob ra r as í o asá, a pesar de qu
co. drce mientras
ie ra 1u ng un a ot ra co sa». Así por ejemplo,
qu conser-
bo mentir, sí quiero
el primero dice: «No de ndo I dice: «No debo men-
segu
var mi reputación», el
[A 89]
». El úl­
, au nq ue no m e re po rte la menor deshonra
tir objeto, de
abstracción de todo
timo tiene ~ue hacer la vo-
qu e es te no te ng a influjo alguno sobre
suene ad) no
ad , nn
a de qu e la ra zón práctica (la volunt
lunt eno, sino
a ~1 a sim pl e ad m in istradora del interés aj
se
en te de n1 ue str e su propia autoridad im-
que s1mpl em
2. Tránsito de la filosofía moral popular ...

perativa como legislación suprema. Así. ~ues, !º


debo, verbigracia, intentar promover la felicidad aje-
na, no como si me importase su existencia (ya sea por
una inmediata inclinación hacia ello o por alguna
complacencia indirecta a través de la razón), sino
simplemente porque la máxima que la e~cluyese no
podría verse comprendida en uno y el mismo querer
como ley universal.

División de todos los posibles principios


de la moralidad a partir del admitido concepto
fundamental de la heteronornfa

La razón humana, tanto aquí como dondequiera que


sea en su uso puro, mientras le falta la crítica, intenta
en principio ensayar todos los posibles ca~~s equi-
vocados, antes de conseguir encontrar el uruco ver-
dadero.
Todos los principios que cabe adoptar desde este
punto de vista son o bien empíricos o bien I racio~a.­ [A 90]
les". Los primeros parten del principio\ de lafeltc,­ -cAk. J V, 442>

22. En la segunda Crítica Kanc desarrollará esta división: «Todos los


osibles fundamentos para determinar la voluntad son merame1~te
;ubjetivos y por lo tanto empíricos, o bien objetwos a la par que, r.aao-
nales· pero ambos pueden ser a su vez internos o ext~rnos» (Critico de
!
la ra;ón práctica, Ak. V, 39; Alianza Editorial, Madrid, 2000, P· 1.1).
A renglón seguido nos brinda un esquema de todos los .prrnc1p1os
materiales, ejemplificándolos en autores t~es como. C:_rus1us, Wolff'.
Hutcheson, Epicuro, Mandeville o Montaigne (cf. ibíd., Ak. V, 40,
p. 112). [N. TJ

159
afísica de lasco rumbees
FundamenUJdón para una met

timiento físico o sobre


dad y se edüican sobre un sen
ras que los segundos par-
un sentimiento moral, mient
y se erigen o bien so-
een del principio de perfección o
de dicha perfección com
bre el concepto racional -
re el concepto de una per
efecto posible, o bien sob
voluntad de Dios) como
fección independiente (la
estra voluntad.
causa determinante de nu
sirven en modo alguno
Los principios empíricos no
s leyes morales. Pues esa
para fundamemar sobre ello
leyes deben valer para to-
universalidad con que las
distinción, esa necesidad
dos los seres racionales sin ,
que por ello se les impone
práctica incondicionada
su fundamento es tomado
queda suprimida cuando
de la peculiar orgam"zacrón
de la naturaleza humana o de
cias en que se ve emplaza-
las contingentes circunstan
de lafelicuiad propia es el
da. Con todo, el principio
mente a causa de que sea
más reprobable, no simple
tradiga esa pretensión,
falso y la experiencia con
stara siempre a la buena
como si el bienestar se aju
plemente porque no contri-
conducta, ni tampoco sim
damento de la moralidad
buya en modo alguno al fun
erente hacer a un hombre
al ser algo por completo dif
es muy distinto convertir-
feliz que hacerlo bueno, pues
a su provecho que ha-
lo en alguien prudente y atento
dicho concepto es el más re-
cer de él alguien virtuoso; e
o la moralidad móviles qu
probable porque coloca baj
su sublimidad, al colocar
más bien socavan y aniquilan
tivaciones I de la virtud con
[A 9 J J en una misma clase a las mo
a hacer mejor el cálculo,
las del vicio y enseñar tan sólo
to la diferencia específica
suprimiendo así por comple -
sentimiento moral, ese pre
entre ambas. En cambio, el

160
2. Tránsiro de la filosofía moral popular...

sunto sentido especial (por trivial que resulte la in-


vocación del mismo, pues quienes no pueden pensar
creen salir del apuro gracias al sentir incluso en aquello
que concierne simplemente a las leyes universalc~, sien-
do así que por naturaleza los sentimientos se ~~eren-
cian infinitamente entre sí en el grado, no surmrustran
una medida uniforme del bien y del mal, ni tampoco
puede uno juzgar válidamente a otros por, med~o _de su
sentimiento) se mantiene sin embargo mas proximo a
la moralidad y a su dignidad, porque rinde a la virtu? el
honor de atribuirle tnmedtatamente la complacencia Y
la más alta estima, sin \ espetarle a la cara que no es su -eAk. IV, 143>
belleza sino sólo el provecho lo que nos une a ella.
Entr~ los fundamentos racionales <le la moralidad
el concepto onrológico de I perfeccián (por vano, in- lA 92]

* Adscribo el principio dd sentimiento moral a la felicidad, ~or·


que todo interés empmco promete encontrarse con una con~nbu-
ción al bienestar a través dd agrado que algo asegura, ya sea inrne-
diatamenre y sin propósito de alcanzar _Provecho alguno, ya sea ~on
las miras puestas en cieno provecho. E 1gualme~te hay que aclscnb1r
el principio de la participación en la felicidad ajena ..1 aquel sentido
moral asumido por Hutcheson",

=
23. Franas Hutcheson (1694-1746) es uno de los principales rep_r~-
sentanres de ta teona del sentido moral que p~o en_ boga la ilustraoo~
a y así se constata en la Crüica de la razon practica (cf Ak. ~· 40,
Editorial, Madrid, 2000, p. 1121. Kant manejó las traducciones
alemanas realizadas por Johunn 1- leinrich Merck en 1760 y 17 62, res pee-
tivamentc, de sus dos obras principales, a saber, el fusi1y 011 Jhe _'!at m and
1

Conduele o/ tbe Passions and A/lecliom ( 1725) y las llnstrations on th1:


Moral Sense (1728; De los escritos de Hutcheson d1spone1:nos en cas-
rellano de la reciente edición realizada por Julio Seoane Pinilla Y que_ se
ha publicado con el título de Escntos sobre fu uiea_ de· virtud Y :e·!111do
moral (Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1999). [N. []

161
fü1ca de las costumbre,
Fundamemac1ón para una mera

para descubrir dentro


d~ido e inservible que sea
de la realidad posible la
del 111conmensurable campo
opiada, por mucho que
s~ma que nos resulte más apr
n una inevitable pro-
d1ch~- concepto posea tambié
para distinguir espe-
pensron a dar vueltas en círculo
c1ficamente de cualquier otra
la realidad de que aquí
tar presuponer dandes-
s~ trata y tampoco pueda evi
e explicar) es, pese a
tmamcm~ la moralidad que deb
teológico, que deriva la
todo, ~eJor que el concepro . a, no
a voluntad di vin
moralidad de una omniperfect
'1 de intuir su perfección
so_ o_porque somos incapaces
la de nuestros concep-
y urucamenre podemos derivar
tre linaje es la rnorali-
tos, ~ere los que el de más ilus
os esto (lo cual supon-
da~, s1110 porque, si no hacem
en la explicación), el
dría un tosco círculo vicioso
su voluntad a partir de
concepr~ que nos queda de
y el afán de dominio,
las_prop1edades _de la ambición
aciones del poder y el
un_1das a las temibles represent
constituir las bases de
afon_de venganza, tendrían que
que sería justamente el
un sistema de las costumbres
opuesto al de la moralidad.
entre el concepto del
P~ro si yo tuviera que elegir
ción en general (cuan-
sentido moral y el de la perfec
causa quebranto alguno
do menos. ninguno de los dos
o le sirvan en absoluto
a la moralidad, aunque tampoc
tarla), me decantaría
como rudimentos para susten
[t\ 93]
po.r el último 1, ~~~sto que
al menos este principio
tamen de la cuestión
sustrae a la sensibilidad el dic
la razón pura y, aunque
t~asladá~dolo al trib~naI de
aquí nada, a pesar de
dicho tnb~al ~o dictamine
esa idea indeterminada
todo mannenc sin adulterarla
2. Tránsito Je la filosofía moral popular ...

(de una voluntad buena en sí) > <leja el camino abier-


to a una ulterior definición.
Además creo poder quedar dispensado de conti-
nuar refutando todos estos conceptos. Esta refuta-
ción es tan sencilla que probablememe la captan muy
bien incluso quienes por su oficio se ven requeridos a
proclamar una <le tales teorías (dado que los oyentes
no soportan bien el aplazamiento del juicio) y por
ello resultaría un trabajo superfluo realizar dicha re-
futación. Lo más interesante para nosotros aquí es sa-
ber que estos principios erigen por doquier como
primer fundamento de la moralidad a la heteronomía
de la voluntad y que justamente por ello han de ma-
lograr necesariamente su fin.\
Dondequiera que un objeto <le la voluntad haya de <Ak. rv. 44-l>
ser colocado como fundamento para prescribir a la vo-
luntad la regla que la determina, dicha regla no es otra
cosa que hereronornía; el imperativo está condiciona-
do, a saber: si o porque uno quiere este objeto, ha de
obrar así o asá; por lo tanto, tal imperativo nunca pue-
de mandar moralmente, es decir, categóricamente. Ya
sea que el objeto determine a la voluntad mediante la
inclinación, como en el principio de la felicidad pro-
pia, 1 o mediante la razón orientada hacia los objetos [A 94]
de nuestro querer posible en general, corno en el prin-
cipio de la perfección, el caso es que la voluntad no se
determina jamás a sí misma inmediatamente por la re-
presentación de la acción, sino sólo a través del móvil
que supone para la voluntad el efecto pre, isto de la ac-
ción; debo hacer algo, porque quiero alguna otra cosa, y
aquí rodada ha de ser colocada como fundamento en
s
metafísica de las costumbre
Fundnmemación para una

ot ra ley , se gú n la cu al quiero necesariamente


mi sujet o pera-
a ot ra co sa ~ di ch a ley precisa a su vez de un im
~s impulso
tivo gue restrinja esa
máxima. Pues como el
-
pr es en tac ión de un objeto posible por nues
que la re be
er za s se gú n la m od ali dad natural del sujeto de
tras fu a de
penenece a la naturalez
ejercer sobre su voluntad -
jet o, ya se tra te de la sensibilidad (de la incli
dicho su zón
n Y de l gu sto ) o de l entendimiento y de la ra
na ció jeto se~
mplacencia sobre un ob
que se ejercitan con co enton-
ción de su naturaleza,
gún la peculiar organiza o
tu ra lez a da ría pr op iamente la ley que, com
ces la na por la
conocida y demostrada
tal, no sólo ha de ser re y por
será contingente en sí
experiencia, con lo cual ctica
esa regla apodíctico-prá
ello no será válida para sólo
e ha de se r la re gl a m oral, sino que es siempre
qu se da a sí
heteronomío de la vo
luntad; la voluntad no
impul-
ta le viene dada por un
mis~a la ley, ~ino que és afinada
[A 95]
no m ed ian te I un a naturaleza del sujeto
so aje
dicho impulso.
para la receptividad de cuyo
absolutamente buena,
~í. p_ues, la voluntad -
p1 0 ha de se r un im pe rativo categórico, almos
prmc1 jeto,
rse in ~e ~e rm in ad a co n respecto a cualquier ob
tra neral
la forma del querer en ge
al~ergara s1mplemente ia ido-
tonomía, esto es, la prop
Y ~ertamente como au para
id ad de la m áx im a de toda buena voluntad
ne ica ley
en ley universal es la ún
conver?1·seella misma -
un po ne a sí m ism a la volumad de todo ser ra
que se volun­
o fundamento de dicha
cional, sin colocar comunos.
tad móvil e interés alg
tético­
ejante proposición sin
Cómo sea posible sem le-
tic a a pr ior i y por qué sea necesaria es un prob
prdc
2. Tránsito de: la fiJosofía moral popular...

ma cuya solución no se halla dentro d_e los co~fines


de la metafísica de las costumbres, siendo asi que
tampoco hemos\ afumado aquí su verdad, ni mucho <Ak TV.445;;,
menos hemos pretendido tener en nuestro poder una
demostración del mismo. Al desarrollar el concepto
de moralidad en boga, sólo hemos mostrado que una
autonomía de la voluntad está inevitablemente_adhe-
rida a dicho concepto o más bien oficia como funda-
mento suyo. Por lo tanto, quien tenga en alguna con-
sideración a la moralidad, y no la considere una idea
quimérica desprovista de verdad, _tiene qu~ admitir a
la par el principio de moralidad rntrod~~1do. ~ste I
capítulo era por tanto simplemente analít~co, al igual (A 96)
que el primero. Que la moralidad no sea ~mguna f~1~-
tasmagoría -lo cual se sigue si el imperativo ca~egori-
co, y con él la autonomía de la volunta~, existe de
verdad y de modo absolutamente necesario co;~º un
principio a priori­ requiere un posible uso sintéuco de
la razón práctica pura, al que no nos ~abe avent~rar-
nos sin anticipar una crítica de esa misma capacidad
racional, una crítica de la cual en el último capítulo
expondremos las líneas maestras de un modo que
baste a nuestro propósito. \ 1

165
Tercer capítulo
Tránsito de la metafísica de las
costu m bres a la crítica de la razón
,, .
practica pura

ve para explicar
<Ak, rv. 44<>> El concept~ de libertad es la cla
[A 97) l a autonomía de la voluntad

salid a d d e l os seres vi-.


La voluntad es un tipo de cau
ales, y libertad sería la
vos ~n tanto que son racion
para poder ser eficiente
~rop1eda~ de esta causalidad
ajenas que la determi­
mdepend1entemente de causas
ural es la propiedad de
nen; tal :orno la necesidad nat
cional para ver determi-
la causal1da_d _de rodo ser irra
de causas ajenas.
nada s~ actividad por el influjo
rtad es negativa y por
ULa_ c?ada definición de la libe
nder su esencia, si bien
e o m ructuosa para compre
itivo de libertad tanto
de, ella fluye un concepto pos
mas fec . und
o y fru cur
~1C e l
ero, orno e concepto de una
es según las cuales me-
c~usalJdad conlleva el de ley
sa ha de ser puesta otra
diante algo que llamamos cau
, aunque la libertad no
[A 98)
I cosa, a saber, la consecuencia

166
3. Tr,ÍJN!ll de la merafísica de la> costumbres ..

sea una propiedad de la voluntad según leyes natura-


les, no es por ello enteramente anémica, sino que más
bien ha de ser una causalidad según leyes inmutables,
aun cuando éstas sean de muy panicular índole, pues
de otro modo una voluntad Libre sería un absurdo. La
necesidad natural era una heteronornía de las causas
eficientes, ya que todo efecto sólo era posible según
la ley de que otra cosa determine a la causalidad a la
causa eficiente; ¿acaso puede entonces ser la libertad
\dela voluntad otra cosa que autonomía, esto es, la <Ak f\',+17>
propiedad de la voluntad de ser una ley para sí mis-
ma? Mas denunciado: «La voluntad es en todas las
acciones una ley para sí misma» designa tan sólo el
principio de obrar conforme a ninguna otra máxima
que aquella que también pueda tenerse por objeto a
sí misma como una le} universal. Pero ésta es justa-
mente la fórmula del imperativo categórico y el prin-
cipio de la moralidad; por lo tanto, una voluntad
libre y una voluntad bajo leyes morales son exacta-
mente lo mismo.
Por consiguiente, si se presupone la libertad de la
voluntad, la moralidad jumo a su principio se sigue
de ello por el simple análisis de su concepto. Pese a lo
cual dicho principio sigue siendo una proposición
sintética: una voluntad absolutamente buena es aque-
lla cuya máxima siempre puede contenerse .1 sí mis-
ma I considerada como ley universal, pues mediante LA 99J
el análisis del concepto de una voluntad absoluta-
mente buena no puede ser hallada esa propiedad de
la máxima. Pero tales proposiciones sintéticas sólo
son posibles porque ambos conocimientos queden
tumbres
una metafísica de las cos
Fundamentación para

cero
en tre sí me dia nte la vinculación con un ter
unido s posi­
tuamente. El concepto
e:i don~e se encuentren mu
este tercer término qu
e no pue-
tivo de libertad procura del mun-
co mo en las ca us as físicas, la naturaleza
de ser , incidir los
concepto vienen a co
do sensible (en cuyo otra cosa
causa en relación con
conceptos de algo como que nos
efe ~o ). Lo qu e sea este tercer término, al
co~o a a priori,
l cual tenemos una ide
rermte la_ libertad y de igual que
aquí de inmediato, al
no se deja pronosticar ión del
co se ha ce co mp ren der sin más la deducc
tampo tica pura y
nc ep to de li_b ~r_ rad a partir de la razón prác
co órico, sino
de un imperativo categ
con ~a la posibilidad
rta preparación.
que aun se requiere cie

r presupuesta como
La libertad tiene que se
en todos los seres
atributo de la voluntad
racionales
voluntad
r libertad a nuestra
No basta con adjudica razón su-
, si no tenemos una
por el motivo que fuere todos los
lOOJ esa misma libertad a
iicienre I para atribuir
[A
sirve de
rac ion ale s. Pu es co mo la moralidad nos
seres tonces ha
sim ple me nte po r ser seres racionales, en
ley como la
todo ser racional y,
de v~er tan:1bién para a
d t1e ne qu e ser de ducida exclusivamente
moralida s la Ii-
r de la pr op ied ad de la libertad, entonce
pa rti como pro-
demostrada también
b~rtad tiene que ser no basta
de todo ser racional y
piedad de la voluntad riencias
ex po ne rla desd e cie rtas pretendidas expe
con absoluta-
<Ak. IV, 448> mana (si bien esto es
\ de la naturaleza hu
168
J. Tránsito de la metafísica de las costumbres ...

mente imposible y únicamente puede ser expuesto a


priori), sino que ha de ser mostrada como algo perte-
neciente a la actividad de seres racionales dotados de
voluntad. Así las cosas, yo digo: todo ser que no pue-
de obrar sino bajo la idea de libertad es por eso mismo
realmente libre, esto es, valen para él todas las leyes
que se hallan indisociablemente vinculadas con la li-
bertad, tal como si su libertad también fuese dada
por libre en sí misma y fuese válida en la filo~ofía teó-
rica". Yo afirmo lo siguiente: a todo I ser racional que [A 101]
tiene una voluntad también hemos de otorgarle nece-
sariamente aquella libertad bajo la cual obra. Pues en
un ser semejante pensamos una razón que es prácti-
ca. esto es, que tiene una causalidad con respecto a
sus objetos. Mas resulta imposible imaginar una ra-
zón que con respecto a sus juicios reciba un encauza-
miento diferente al de la propia consciencia, pues en-
tonces el sujeto no adjudicaría la determinación del
discernimiento a su razón, sino a un impulso. La ra-
zón tiene que considerarse a sí misma como autora de
sus principios, independientemente de influjos aje-
nos, y, por consiguiente, ha de ser considerada por
ella misma como libre en cuanto razón práctica o

* Tomo este camino que resulta suficiente para nuestro propósito, el


camino de asumir la Libertad sólo como fundamento colocado por los
seres racionales entre sus acciones simplemente en la idea, para no
verme obligado a demostrar tambi~ I~ libertad de~de ~ punto de
vista teórico. Pues aun cuando esto úlwno quede sin esup~ar, esas
mismas leyes que obligarían a un ser que fuese_ rea~enre. libre val-
drían también para un ser que no puede obrar sino bajo la idea de su
propia libertad. Así pues, aquí podemos zafarnos del lastre que pesa
sobre la teoría,
físm1 de las costumbres
Fundamentación para una meta

ional; es decir, que su vo-


como voluntad de un ser rac
voluntad propia bajo la
luntad sólo puede ser una
tanto, ésta ha de ser atri-
idea de la libertad y, por lo
buida a todo ser racional.

las ideas
Acerca del interés inherente a
de la moralidad

Hemos acabado por retrotraer


el prefijado concepto
la libertad, mas no pudi-
de la moralidad a la idea de
o algo real ni siquiera
mos demostrar esta idea com
o en la naturaleza huma-
dentro de nosotros mismos
de presuponerla, si I que-
<Ak í\~4-19>
na;\ sólo vimos que hemos
en cuanto ser racional y
[A 102)
remos imaginarnos un ser
dad respecto a las accio-
con consciencia de su causali
una voluntad, y así des-
nes, es decir, como dotado de
mismo hemos de atribuir
cubrimos que justo por eso
y dotado de voluntad la
a cualquier ser con razón
al obrar bajo la idea de su
propiedad de determinarse
libertad.
presuposición de estas
Sin embargo, a partir de la
n la consciencia de una
ideas se ha derivado tambié
ncipios subjetivos de las
ley para el obrar: que los pri
hayan de ser asumidas
acciones, o sea, las máximas,
valgan también objetiva-
siempre de tal manera que
s universales, y, por lo
mente, esto es, como principio
stra propia legislación
tamo, puedan servir para nue
someterme a ese prin-
univ crsal. Pero, ¿por qué debo
e hacerlo también
cipio en cuanto ser racional y deb
razón? Quiero conceder
cualquier otro ser dorado de
}. Tránsito de la metafísica de las costumbres ..

que ningún interés me impulsa a ello, pues esto no


proporcionaría imperativo categórico alg~no;, mas
con todo he de cobrar necesariamente un inreres en
ello y comprender cómo sucede eso, pues este «de-
ber-ser» supone propiamente un. ~~erer que vale
para todo ser racional, bajo la condición de que la ra-
zón fuera en él práctica sin obstáculo alguno; para se-
res que, co mo es n uestro caso • se ven afectados
. me-
<liante la sensibilidad por móviles de otro _upo y_cncre
los cuales no sucede siempre lo que la. ~azo.n h.ana por
, l I aquella necesidad de la acción significa can fA lOJl
si so a, bi · difi
sólo un «deber-ser» y la necesidad su jenva t ere
de la objetiva. .
Se diría que nos limitamos a presuponer la ve~da-
dera ley moral en la idea de la libertad o, lo que viene
a ser lo mismo, que nos limitamos a presuponer :1
propio. pnincipio de autonomía de la voluntad,
. . . sin
poder demostrar su realidad ni su necesidad objetiva,
pese a lo cual siempre habríamos ganado con ello
al o muy importante, porque al menos ha~namos
d;finido ese genuino principio con más exactitud de
la que suele prodigarse, si bien con respecto a s~1 va-
lidez y a la necesidad práctica de someterse al °;1smo
no habríamos adelantado nada; pues n~ podríamos
brindar una respuesta satisfactoria a qwen nos pre-
tase por qué la validez universal de nuestras
gun d , la
máximas tomada como una le, ten. na que ser ,
con di ción restrictiva de nuestras acciones,· o den que
fundamos el valor que atribuimos a este upo e pro-
ceder, un valor tan grande que no puede h~be~ en lu-
gar alguno ningún interés más elevado, ni como es
a de IJ,, co:.tumhres
Fnndamemacit,n para una metafi~ic

e sentir \ su valor
<1\k, I\', 450>
que merced a ello el hombre cre
nada el valor de
personal, frente al cual no importa
.
un estado agradable o desagradable
os cobrar un in-
Sin duda, descubrimos que podem
que no I conlleva
[A 10-1)
terés en una modalidad personal
tal de que aque-
ningún interés acerca del estado, con
ticipar de este es-
lla modalidad nos capacite para par
administrara o sea
tado, en el caso de que la razón lo
z pueda inter~sar de
que la simple dignidad de ser feli
SU}O, sin el motivo de
participar en tal felicidad; pero
cto de la importan-
cl_e hecho este juicio sólo es el efe
ando nos despren-
cia presupuesta a la ley moral (cu
píricos gracias a la
demos de todos los intereses em
no podemos com-
idea Je la libertad). Mas todavía
mos de tal interés,
prender que debamos desprende
s como libres al
esto es, que debamos considerarno
ciertas leyes, para
obrar y sin embargo sometidos a
en nuestra persona
descubrir simplemente un valor
rma de cuanto pro-
que pueda resarcir cualquier me
tampoco podemos
cura un valor a nuestro estado, ni
o, por consiguien-
comprender cómo sea esto posible
le, desde dónde obliga la ley moral.
arlo abiertamen-
Aquí se muestra -hay que confes
del que no parece
Le- una especie de círculo vicioso
sideramos como
haber ninguna escapatoria. Nos con
ientes, para pen-
libres en el orden de las causas efic
en de los fines, y
sarnos bajo leyes morales en el ord
etidos a esas leyes,
luego nos pensamos como som
rtad de la volun-
porque nos hemos atribuido la libe
legislación de la
tad, ya que la libertad y la propia
autonomía, o sea,
[A 105]
voluntad son en ambos casos I

172
}. Tránsito de la metafísica de las costumbres ...

conceptos intercambiables; pero justamente por


ello el uno no puede ser utilizado para explicar al
otro e indicar el fundamento <lcl mismo, sino como
máximo sólo para reducir en sentido lógico a un
único concepto representaciones aparentemente di-
versas del mismo objeto (tal como se reducen a su
mínima expresión diferentes quebrados ele igual
contenido).
Pero todavía nos resta una salida, cual es la de inda-
gar si cuando nos pensamos corno causas dicientes a
priori merced a la libertad. no adoptamos algún otro
punto de vista que cuando nos representarnos a noso-
tros mismos según nuestras acciones como efectos
que vemos ante nuestros OJOS. .
Hay una observación que no precisa emplear run-
guna reflexión sutil y cabe admitir que puede hacerla
el entendimiento más común, si bien a su manera me-
diante una oscura\ distinción del discernimiento que <1\k. IV. ·151>
dicho entendimiento llama «sentimiento»: todas las
representaciones que nos llegan al margen de nuestro
arbitrio (como las de los sentidos) sólo nos dan a co-
nocer los objetos tal como nos afectan, con lo cual
permanece desconocido para nosotros aquello que
puedan ser en sí, y por lo que arañe a este tipo de re-
presentaciones, incluso con la más esforzada I ate~- [¡\ 106]
ción y claridad que pueda añadir siempre el enrendi-
miemo, nosotros pese a todo logramos con ello el
simple conocimiento de los fenómenos, nunca de las
cosas en sí mismas. Tan pronto como es hecha esta
distinción (acaso simplemente por la observada dife-
rencia entre las representaciones que nos son dadas

173
afísica de las costumbres
Fundamentación para una met

somos pasivos de aque-


iesde otro lugar, y en las que
fabricamos ;xdusíva-
as represenraciones que nos
con las que demostramos
rnente nos~t~os mismos, y
de suyo que tras los fenó-
nuestra acttv1dad), se sigue
onerse alguna otra cosa
menos ha de admitirse y sup
er, las cosas en sí, aunque:
que no es fenómeno, a sab
cómo nos afectan, nos
aJ poder conocerlas tan sólo
marnos a ellas y no po-
conformemos con no aproxi .
d sí, Esto ha de p roporcio.
er saber .nun. ca qué sean en
ión entre un mundo sen­
n~r una, si bien tosca, distinc
de los cuales el primero
sible y el mundo inteligible,
n' la diversa sens1ibili _
pu ede ser harto diferente ' segu
d res, mientras el segun-
ad de lo~ múhiples espectado
o al primero, permanece
~o, que ~u-;7e ?e fundament
re tan siquiera le cabe co-
siempre, idéntico. Al homb . nto
. llle
segun' el CODOCli
nocer como es él en sí mismo
ión interna . p ues como
J
,

que tien.e l de sr por la sensac


a a sí mis mo y no reciib e su
'
por d ecrr o así, él no se cre
icamente, es natural que
c?ncepro a priori, s~o empír
ón de sí a través del sen-
s~lo pueda recabar informaci
nte, sólo a través del fe-
n~o rnrerno I y, por consiguie
[A 107)

nomeno_ de ~u naturaleza y
el modo como es afectada
l, sobre esa modalidad de su
su co~sc1e~oa, pese a lo cua
r puros fenómen os, b a d e
propio· sujeto compuesta po
dmi a que subyace como
a ttr necesariamente otra cos
tal como éste pueda estar
fund~~nto, a saber, su yo
consttt wdo en sí mis mo y, por 1 o tanto, con respecto
. .,
eptividad de las sensacio-
a la s~ple percepc1on y rec
al mundo i'nteligzble, pero
nes tiene que adscribirse
(ao: respecto a lo que pu
eda ser en él actividad pura
sciencia por medio de la
( quello que no llega a la con

174
3. Tránsito de la metafísica de las costumbres ...

afección de los sentidos, sino inmediatamente) ha de


adscribirse a ese mundo inteligible del que sin embar-
go no conoce nada más.
Esta misma conclusión ha de pronunciarla el hom-
bre reflexivo acerca de todas las cosas \ que se le pue- cAk. TV, 452>
den presentar; presumiblemente también quepa ha-
llarla en el entendimiento más común, el cual -como
se sabe- es muy proclive a esperar encontrar siempre
tras los objetos de los sentidos todavía algo invisible y
activo por sí mismo, pero a su vez lo desbarata todo
tan pronto como pretende hacer perceptible ese algo
invisible, al querer convertirlo en un objeto de la in-
tuición, perdiéndose así cualquier punto de sensatez.
Ahora bien, el hombre encuentra realmente dentro
de sí una capacidad por la cual se distingue de todas
las demás cosas e incluso I de sí mismo en tanto que [A 108)
se vea afectado por los objetos, y tal cosa es la razón.
Ésta, como espontaneidad pura, se alza incluso por
encima del entendimiento, pues aunque éste supone
también espontaneidad y no contiene, como los senti-
dos, simples representaciones que sólo emergen cuan-
do uno se ve afectado por las cosas (pasivamente por
tanto), pese a todo su actividad no puede producir
ningún otro concepto que cuantos sirven tan sólo
para poner bajo reglas a las representaciones sensibles
y reunirlas con ello en una consciencia, mas no pen-
saría nada en absoluto sin ese uso de la sensibilidad;
en cambio la razón exhibe bajo el nombre de las ideas
una espontaneidad tan pura que sobrepasa con mu-
cho todo cuanto pueda procurarle la sensibilidad, re-
velando su más ilustre tarea al distinguir entre el

175
costumbres
Fundamentación para una metafísica de las

o inteligible, a la par que


?rn~do sensible y el mund
pio entendimiento.
índica sus limitaciones al pro
de verse a sí mismo, en
Por ello un ser racional ha
no por el lado de sus fuer-
cuanto inteligencia (luego
rteneciente al mundo sen-
zas inferiores), no como pe
r consiguiente, posee dos
sible, sino al inteligible; po
e puede considerarse a sí
puntos de vista desde los qu
del uso de sus fuerzas, y
mismo y reconocer las leyes
es, primero en tanto que
por ende de todas sus accion
le I y está bajo las leyes na-
pertenece al mundo sensib
[A 109]
undo como perteneciente
turales (heteronomía), seg
leyes que, independientes
al mundo inteligible, bajo
píricas, sino que se fun-
de la naturaleza, no son em ón.
dan simplemente en la raz
pertenece al mundo inte-
Como un ser racional, que
ede pensar la causalidad
ligible, el hombre nunca pu
bajo la idea de la libertad
de su propia voluntad sino
las causas determinante¡
pues la independencia de
pendencia que la razón ha
del mundo sensible (inde
misma) es la libertad. Con
de atribuirse siempre a sí
isociablemente unido el
la idea de libertad está ind
ro con éste se asocia ese
concepto de autonomía, pe
ralidad que sustenta en
principio universal de la mo
es \ de seres racionales
aquella idea codas las accion
<Ak. TV,453>
za sustenta todos los fe~
tal corno la ley de la naturale
nómenos.
esa sospecha -que antes
Ahora queda desbancada
ra inferencia de la auto-
suscitábamos- de que nuest
y de la ley moral desde la
nomía a partir de la Übertad
culo vicioso encubierto
libertad contuviera un cír
s asentado la idea de Íiber.
esto es, que quizá habíamo
176
3. Tránsito de la metafísica de las costumbres ...

tad sólo a causa de la ley moral, para luego concluir


ésta a partir de la libertad, con lo cual no po?rfan:os
dar ningún fundamento de dicha ley moral, sm~ s~lo
como petición de un principio que las almas bienin-
tencionadas nos concederán gustosamente, pero que
nunca I podríamos establecer como una tesis demos- [A 110]
trable. Pues ahora vemos que, cuando nos pensamos
como libres, nos trasladamos al mundo inteligible como
miembros de él y reconocemos la autonomía de lavo-
luntad, junto con su corolario, que es la moralidad;
pero cuando nos pensamos como sometidos al deber,
nos consideramos como pertenecientes al mundo
sensible y a la vez, sin embargo, como miembros de
mundo inteligible.

¿Cómo es posible un imperativo categórico?

El ser racional se cuenta como inteligencia en el mun-


do inteligible y, como una causa eficiente que pert~-
nece a ese mundo, denomina voluntad a su causali-
dad. Por otro lado, también cobra consciencia de sí
como una parte del mundo sensible, en el cual sus
acciones son halladas como simples fenómenos de
aquella causalidad; pero la posibilidad de tales a~cio-
nes no puede ser comprendida por esa causalidad
que no conocemos, sino que, en vez de eso, aquellas
acciones habrían de ser comprendidas, en tanto que
pertenecientes al mundo sens!ble, ~om.o d~termina-
das por otros fenómenos: apetiros e 1:°cli~a~ones. En
cuanto simple miembro del mundo inteligible, todas

177
s
a de Ias eostumbre
para una mer.afísic
FundamenLación
-
pe rf ec ta m en te conformes al prin
mis acciones serí
an ple
m ía de la vo lu nt ad pura; como sim
cipio de autono , todas mis acciones
ten-
un do se ns ib le
parte del m nformes a
e se r to m ad as co mo plenamente co
drían qu s y las inclinacio
nes, o sea,
lo s ap et ito
la ley natural de de la voluntad. CLas primeras se
1 a la heteronomia alidad, las
[A 111]
en el su pr em o principio de la mor
basarían mo el mundo
as en el de la felicidad.) Mas co ible
segu nd
tr añ a el fu nd am en to del mundo sens
inteligible en o mundo
de ta m bi én la s le yes del mismo, dich
y por en a inmediata
su po ne un a instancia legislativ
intelect ua l r ente-
a m i vo lu nt ad (que pertenece po
con respecto ser pensado
in te lig ib le) y también ha de
ro al mundo
al ha br é de re co nocerme en cuan-
como tal, con lo cu r ot ra parte me reconozc -
a
au nq ue po
to inteligencia, sensible, so
un se r \ qu e pe nenece al mundo
<Ak. rv 454> com o zón, que al­
a la le y de l pr im ero, esto es, a la ra nto
metido
en la id ea de li bertad, y por lo ta
berga esta ley mía de la voluntad
; por
id o a la au to no
como somet de l mundo inteligible
han de
ui en te , la s le ye s -
consig
co m o im pe ra tiv os para mí y las ac
ser consideradas in ci pio tienen que ser
vis-
da s a es te pr
ciones adecua
tas como deberes.
góricos, gra-
í so n po si bl es lo s imperativos cate en un
Y as er tad me convierte
la id ea de lib
cias a que icamente
l m un do in te ligible; si fuese ún
miembro de
on es se rí an si em pre conformes a la
tal, todas mis ac ci e me
la vo lu nt ad , m as como quiera qu
autonomía de como miembro de
l mundo
m is m o tie m po ía.
intuyo al or m es a dicha autonom
se r co nf
sensible, deben re presenta una prop
osi-
er » ca te gó ri co
Este «deber-s
3. Tránsito de la metaf'ISICa
· de las costumbres ...

. . ez ue sobre mi voluntad
ción sintética a priori, toda nbl q se añade todavía la
titos sens es
afectada por ape d ro pura en cuanto per-
idea de esa misma vol_unt~ :t1: la idea de una volun-
teneciente al mundo ~te gi 1' ontiene según la ra- [A 112J
tad práctica por s1, misma . . , que
d e ella otra ' volunta d
ondición e aqu
zón, la suprema e . "bles· más o menos como
afectada por los apetitos indo ' "ble se añaden los
. . . del mun o sens1 , .
a las intuiciones
conceptos del ente~ 1 r
dimí to los cuales por sr mis-
~a legal en general y de
mos no significan sm~bla or proposiciones sinréti-
ese modo hacen posi esalesasd ansa todo conocí-
cas a priori . so b re l as cu es ese
miento de una naturaleza. , humana común confir-
, · de la razon ·
El uso practico d d ión No hay nadie, ru
. d d esta e ucc1 .
ma la. exacuru
. l peore de los m alvados • con tal, de que
d , e té acosrumb ra do a usar la razón, que,
tan siquiera
por lo ernas es . los de honradez en los pro-
si uno le presenta eJ:mp 1 . aiento de buenas
d t neta en e seguin l
pósitos, e cons a . , de benevolencia universa
máximas, de compasion y . sacrificios de preve-
ll · do con enor mes .
(todo e o asocia él udiera ser asimismo
cho y so~iego): no ~es~e,¡u~ue ~o puede conseguirlo
tan bienintenciona º·, o o de sus inclinaciones e
bi d tro de s1 a causa . .
muy ien .en d , que pese a ello y al mismo nem-
impulsos, sien ~ asr d iantes inclinaciones, tan
P libre e semeJ ., .
o desea verse
1 . en cuestron resn-
él Con ello e sujeto d
. para .una vo1 unta
penosas , d libre
1
de los impulsos e
moma que, con l da on el pensamiento a un
ibilid d se tras a e el
la sensi a , distinto al de sus apetitos en
orden
campo de de cosas sibili1 d ad , d ado que de aquel deseo no
la sensib

179
de las cosrumbres
Fundamentación para una metafísica

a los apetitos,
ún placer relativo
p~ede aguardar ning alguna de
l? ta ~t o ni ng ún es tado que satisfaga
ru p_or (pues con ello
LA 11.3] ales I o imaginarias
sus mclinac1ones re os-
a qu e le so ns ac a ese deseo vería men
la idea mism e aguardar
su ex ce len cia ), sino que sólo pued
cabada a. Él cree ser
m ay or va lo r in trí nseco a su person de
<Ak. JV, 455>
un
a m ejo r, cu an do se traslada al punto
e~ta \ pers on algo a lo
un m ie m br o de l mundo inteligible,
Vlsta_ de libertad
lu nt ar iam en ce le apremia la idea de
que rn vo determinante;
cia de las causas
o sea, la independen le cobra
do se ns ib le; en ese mundo inteligib
del mun e, según su
de un a buena voluntad qu
cons ~i en cia voluntad la
nstituye para su mala
propia confesión, co viene.
au to rid ad co no ce en cuanto la contra
ley cuya un que-
er -~ er » m or al es propio por tanto de
El «d eb do inteligible
miembro de un mun
rer_neces~no como tanto
pe ns ad o po r él co mo <<deber-ser» en
Y solo sera un miembro
sim ul tán ea m en te se considere como
que
del mundo sensible.

tica
toda filosofía prác
El último confín de
con arre-
lo s ho m br es se pi ensan como libres
Todos s los juicios
lunt ad . De ahí provienen todo
glo~ su vo
mo éstas hubieran
de­
ac cio nes ta l y co
relauvos a las n embar-
rs e, au n cu an do no se hayan dado. Si
bido da epto de la experienc
ia,
g?, esta libertad no es un , coponcrque perdura siempre,
poco pu ~d e. serlo
nr tam aque-
[A 114] ne nc 1a m ue str e lo contrario, 1 de
aunque la ex pe necesa-
m an das qu e so n representadas como
llas de
180
3_ Tránsito <le la metafísica de lus costumbres ...

rías bajo el presupuesto de la libertad. Por otro lado,


es igualmente necesario que todo cuanto sucede sea
indefectiblemente determinado según leyes de la na-
turaleza, y esta necesidad natural tampoco es un con-
cepto de la experiencia, justamente porque conlleva
el concepto de necesidad y comporta por lo tanto un
conocimiento a priori. Pero este concepto d~ una. na-
turaleza se ve confirmado por la experiencia y tiene
que ser inevitablemente presupuesto, si ~s ~ue debe
ser posible la experiencia, o sea, el conoclilllent~ co-
herente conforme a leyes universales de los objetos
de los sentidos. Por eso la libertad sólo es una idea de
la razón, cuya realidad objetiva es en sí dudosa, pero la
naturaleza es un concepto del entendimiento ~ue _de-
muestra su realidad con ejemplos de la experiencra y
así tiene que demostrarlo necesaria~~te:
Ahora bien, aquí se origina una dialéctica de l.a ra-
zón, puesto que, con respecto a la voluntad, la lib~r-
tad que se le atribuye parece hallarse en co~~radic-
ción con la necesidad natural, y en esa encrucijada la
razón, con un propósito especulativo, enc_uentra el ca-
mino de la necesidad natural mucho mas allanado y
utilizable que el de la libertad, siendo así que, p~se a
todo, con un propósito práctico, el sendero de la liber-
tad constituye la única senda sobre la que resulta po-
sible valerse de la propia razón en nuestro ; hac~r y <Ak. rv -156>
dejar de hacer; de ahí que a la .filoso~a I mas sutil ~e [A 11.5]
resulte tan imposible como a la razo~ humana 1:1as
común el marginar a la libertad mediante argucias.
Así pues, la razón ha de presuponer más bie~ que en-
tre la libertad y la necesidad natural de las mismas ac-
metafísicade las costum bres
Fundamenr~ciónpara una

una
hallará contradicción alg
dones humanas no se tu:
unciar al concepto de na
puesto ~ue no puede ren
raleza ru mucho menos
al de libertad
que
docontradi~ción tiene
No obs~te, esta pseu .
menos de un modo convm-
ser extermmada cuando cómo
diera concebirse jamás
cente, ª.un cuando no pu de la
Pues si el pensamiento
s.ea posible la libertad. se a l ­
libertad se autoc ontradijera o contradiJ.e a natu
· alm la Íiber-
ral
eza, qu_e es igu ente necesaria, entonces
cesi-
donada en aras de la ne
tad tendna que ser aban
d ad natural.
si
erse a esa contradicción
M~s es imposi~le sustra sí mi sm o
re se pensara a
el S~Jeto que.se tiene por lib
en =: sentzdo o en idéntica rel
clama libre que, con
ación cuando se pro-
respecto a la misma acc1on,
.,
a la ley natural . por eso su-
cuan do se sabe sometido lati-
ble de la filosofía especu
pone una tarea inexcusa ño
nos, que su ilusorio enga
va el mostrar, cuando me pe nsa -
icción estriba en que
respecto de tal contrad cuan-
otro sentido y relación
mos al hombre en muy os en
e cuando le consideram
do le llamamos libre qu a' las
[A ll6] aleza, como I sometido
cuanto p~rte de la natur muy
s cosas no sólo pueden
~?es de es~a, y que amba
e también han de ser pensa-
ren darse Juntas, sino qu
d conciliadas en el mi.smo su-
as como necesariamente mo-
· ario no podría indicarse
J~ro, porgue de lo contr ón
biéramos atosigar a la raz
tivo alguno por el cual de
con una. 1d ea que ' aun cuan d o puede asociarse sin
., , nos
icientemente acreditada
co1~tradzcczon con otra suf serios
un asunto que pone en
em~da pese a todo en este
rieros a la raz ón de ntr o de su uso teórico. Pero
ap
3. Tránsito de la metafísica de las costumbres ...

deber sólo le incumbe a la filosofía especulativa, para


procurar vía libre a la íilosofía práctica. Así pues. no
queda al anrojo del filósofo, si quiere suprimir esa ilu-
soria contradicción o dejarla intacta; pues en este úl-
timo caso la teoría sobre este particular sería un bo­
num uacans, del que con todo fundamento puede
tomar posesión el fatalista, tras expulsar a toda moral
de una propiedad pretendidamente suya que posee
sin título alguno.
Sin embargo, todavía no se puede decir que sea
aquí donde comienza el confín de la filosofía prácti-
ca. Pues arreglar ese litigio no es algo que le corres-
ponda en modo alguno a la filosofía práctica, sino
que ésta sólo exige de la razón especulativa que pon-
ga término a ese desacuerdo en que se enreda ella
misma con \ las cuestiones teóricas, para que la razón <Ak. [V, .J57>
práctica tenga paz y seguridad frente a las agresiones
externas que pudieran disputarle el suelo donde ella
quiere edificar. 1
Pero esa legítima pretensión, incluso de la razón [A 117]
humana común, a la libertad de la voluntad se fonda
en la consciencia y la correspondiente presuposición
de la independencia de la razón respecto de causas
determinantes meramente subjetivas, que en suma
constituyen cuanto pertenece simplemente a la sensa-
ción y quedan englobadas por tanto bajo el rótulo ge-
nérico de «sensibilidad». El hombre, que se conside-
ra de tal modo como inteligencia, se sitúa merced a
ello en un orden de cosas diferente y en una relación
de muy otra especie con los fundamentos determi-
nantes cuando se piensa como inteligencia dotada de
ra una me1afísica de
las costumbres
Fundamentación pa

ad gue
lu nt ad y, po r co ns iguiente, de causalid
una vo mundo
do se pe rc ib e co m o un fenómeno en el
cuan y somete su
bién es de hecho)
sensible (lo que tam ter-
a le ye s de la na tu raleza según una de
causalidad enta de
ió n ex te rn a. Pe ro en seguida se da cu
minac o tiempo
e am ba s co sa s pu ed en tener lugar al mism or
g~ es no entraña la men
br ía de se r as í. Pu
e rnduso ha nómeno
ra di cc ió n el qu e un a cosa inmersa en elfe
cont sometida a
pe rte ne ce aJ mundo sensible) esté
(lo cu al sea in-
ley es , re sp ec to de las cuales ella misma
ciertas que
nt e co m o co sa o se r en s~· sin embargo,
dependie a si mis-
m br e ha ya de re pr esentarse y pensarse
el ho an sa, por lo que atañe
a
bl e m an er a de sc
mo de esa do como
er o, so br e la co ns ciencia de sí mismo
lo prim cante a lo
af ec ta do po r lo s sentidos y, por lo to
obje to
e la co ns ci en ci a de sí mismo como inte.
segundo, sobr pre-
es ~o es , co m o in de pendiente de las im
~gencia, sea, como
s se ns 1b Je s en el uso de la razón (o
sione do inteligible). 1
perteneciente al mun no
[A 118]
ho m br e se at rib uy e una voluntad que
~or eso el nezca
rg ar en su cu en ta nada de cuanto perte
~eJa ca s y, en cam-
pl em en re a su s ap etitos e inclinacione o
m
st
co m o po sib les a través suyo, e inclus
bio, piensa r lu­
ce sa ria s, ac ci on es que sólo pueden tene
como ne ito e incen-
co n la po ste rg ac ió n de cualquier apet
gar
. La ca us al id ad de tales acciones está en
tivo sensibles efec-
te lig en ci a, as í co m o en las leyes de los
él como in de un mun-
s y ac ci on es co n ar reglo a los principios
to
de l cu al ac as o no sabe nada más que
do inteligib le , ente
di ch o m un do la le y es dada exclusivam
dentro de e inde-
n, po r un a ra zón ciertamente pura
por la ra zó
3. Tránsito de la metafísica de las costumbres ...
1
pendiente de la sensibilidad, sabiendo ,ig~almeme
que, como en ese mundo él s~lo es un autentico!º en
cuanto inteligencia (en cambio como hon:ibre s~lo es
fenómeno de sí mismo), le corresponden inmediata y
categóricamente, de suerte que aquello hacia lo cual
le incitan inclinaciones e impulsos (toda la naturaleza
del mundo sensible) no puede causar que~rant~ al­
guno a las leyes de su querer en cuant~ ~teligenc1~, \
hasta el punto de que no se responsabiliza de es~s 1~- <Ak. CV, 458>
clinaciones e impulsos y no los imputa a su aute~t~co
yo, esto es, a su voluntad, aunque sís.e respo~sabilice
de la indulgencia que pueda prodigar h~c~a ellas,
cuando les otorga un influjo sobre sus maximas en
detrimento de la ley racional de la voluntad. .
Al adentrarse en un mundo inteligible por medio
del pensar la razón práctica no traspasa sus conlin_es,
ero sí lo hace cuando pretende intuirse o sentirse
P . L . 'J
dentro de dicho mundo inteligible. o primero so o
es un pensamiento I negativo con respecto_al mundo [A 119]
sensible sezún el cual esre último no da runguna ley
a la razón ; la determinación de la voluntad, y sólo
es positivo en este único punto: que es~ liberta~, en
cuanto determinación negativa, va unida al mismo
tiempo con una capacidad (positiva) e incluso con
una causalidad de la razón, a la que nosotros llama-
mos una voluntad, capacidad para obrar de tal modo
que el principio de las acciones sea conforme a ~a mo-
dalidad esencial de una causa racional, es decir, a la
condición de que la validez universal de la máxima
sea homologable con la de una ley. Pero si en ese
mundo inteligible la razón práctica fuese a buscar
ca de 1~ cosrumbres
Fundamcntaaón para una mc:tafísi

ad, o sea, una motiva.


ª?_emás un objeto de la volunt
fines y pretend e-
cio n, entonces sí traspasaría sus con
, a sabe. El concepto de
na conocer_algo.~e lo gue nad
por lo tanto, un punto
un n.1Undo inteligible sólo es,
de v1st~ que la razón se ve obl
igada a adoptar fuera de
los fcnomenos ~ara p~nsars_e a
si misma como práctica,
influjos de la sensibili-
algo gue no sena posible s1 los b
dad fue sen determjnantes para el hom re, pero que
· b ser que deba negársele
sin ern argo es nec:sar~o, a no
mismo como inreligen-
~ homb~e la consciencrs de sí
era y, por lo tanr.o,como cau
sa racional y activa, o sea,
c~mo causa eficiente a través de
la razón. Este pensa-
en 1
mient·o, aca rrea sin duda la idea de un ord y una e-
· j di . canismo natural gue se
gis acion sumos a los del me
cual hace necesario el
halla en el mundo sensible, lo
le (esto es, el conjun-
concepto de un m.undo inteligib
to de 1.os sere~ rn~o.nales
como cosas en sí mismas), 1
sión de hacer algo más
pero sin la m~s rruruma preten
[A l20]
arreglo a su condición
que pensar sm1plemenre con
versalidad de la
/0~,1~"!, esto es, conforme a la uni según la auto-
, o sea,
max~made la voluntad como ley
norrua de la voluntad, que es
lo único que puede
en cambio, todas las
compadeccrs: con su libertad;
en torno a un objeto
leyes '.u·e e.stan determinadas
fa que sólo se halla en
proporc1on.1n una hereronom
concernir al mundo
las l~yes naturales y sólo puede
sensible.
ía todos sus confines
. Ahora ~ien, la razón traspasar
da ser práctica la ra-
s,_se atreviese a explicar cómo pue
como emprender la ta-
<Ak. lV.-159>
zon \ pura, lo cual sería ramo
la libertad.
rea de explicar cómo es posible

186
3. Tránsito de la metafísica de las costumbres ...

Pues no podemos explicar nada salvo lo que pode-


mos reducir a leyes cuyo objeto pueda ser dado en
una experiencia posible. Sin embargo, la libertad
es una mera idea cuya realidad objetiva no puede ser
probada en modo alguno según leyes de la naturaleza,
ni tampoco por ramo en alguna experiencia posible;
por consiguiente, como a ella misma nunca puede ser-
le atribuido un ejemplo según alguna analogía, la li-
bertad jamás puede ser concebida ni tampoco com-
prendida. La libertad sólo vale como un presupuesto
necesario de la razón en un ser que cree tener cons-
ciencia de una voluntad, esto es, de una capacidad di-
ferente de la simple capacidad desiderativa (a saber, la
capacidad de determinarse a obrar como inteligencia,
o sea, según leyes de la razón, independientemente I
de los instintos naturales). Mas allí donde cesa la de- [A 121)
terminación según leyes naturales, cesa también coda
exphcaaán y no queda nada salvo la apología, esto es,
el rechazo de las objeciones de aquellos que preten-
den haber mirado con más profundidad en la esencia
de las cosas y por ello declaran sin vacilar que la liber-
tad es imposible. Sólo se les puede mostrar que la con-
tradicción pretendidamente descubierta por ellos aquí
no consiste sino en esto: como ellos, para conferir va-
lidez a la ley natural en relación con las acciones hu-
manas, hubieron de considerar necesariamente al hom-
bre como fenómeno } ahora, cuando se les pide que
deban pensarlo como inteligencia también como cosa
en sí misma, siguen considerándolo siempre como fe-
nómeno, la separación de su causalidad (esto es, de su
voluntad) de codas las leyes naturales del mundo sen-

187
bres
I undamentac1on para una met,úhica di: las costum

nte
sible en uno y el mismo sujeto incurriría ciertame
dejar ía
en una contradicción, pero esa contradicción
qui-
~e tener lugar si recapacitasen y, como es lo suyo,
ha-
sieran confesar que tras los fenómenos todavía
s en sí
brían de subsistir como fundamento las cosa
al
mismas (aunque ocultas), a cuyas leyes relativas
rse
efecto no se les puede pedir que deban identifica
os.
con aquellas bajo las cuales se hallan sus fenómen
de
La imposibilidad subjetiva de explicar la libertad
la voluntad equivale a la imposibilidad de arbitrar
y
a
[A 122] hacer concebible un I interés \ que el hombre pued
adquirir por las leyes moraJes24; sin embargo, el hom
<Ak. l V, 460> -

es decir, se
Interés es aquello por lo que la razón se hace práctica,
Por ello sólo respecto
vuelve una razón que determina a la voluntad.
s por algo, rruentras
del ser racional se dice que adquiere un interé
sos sensibles. \ La
<Ak IV,460> que las criaturas irracionales sólo sienten impul
la acción cuando la
razón sólo adquiere un interés inmediato por
e' un motivo
val11.l~1. universal de la máxima de dicha acción supon
Sólo ese interé s es puro.
suficienn; para determinar a la voluntad.
mnar a la volun tad mediante
Pero cuando la razón sólo puede deterr
o bajo la presup o:-.ici ón de un senti-
algún otro objeto del deseo
, enton ces la razón sólo adqui ere un
~1ien:o par~icular del sujeto
fo acción y, como la razón por sí sola no puede
uiteres ~1cdiJtO por
ni tamp oco
d~cub:ir .~inexper~encia ningún objeto de la
voluntad
o, este último interé s
u~ sennrruenm particular que Je sirva de motiv
. El interé s lógico
solo sería_empinco y no un interés puro de la razón
es inmediato,
~e la razon (de promover sus conocimientos) nunca
smo que ¡m..esupone propó siros de su uso.

la simple razón práctica


2-l. «El interlI moral supone un interés de
indep endien te de los senud os, [. .. ] una máxima sólo es
que s.ca puro e
sobre el interés que se
genumamenre moral cuando descansa sin más
adopta e~ el cumplm:1emo de la ley» (Críti ca de la razá« práctica, Ale.
za E<lllo nal, Madri d, 2000, p. 172). [N TJ
V, 79; Alian

188
3. Tránsito de la metafísica de las costumbres ..

bre adquiere de hecho un interés por ello y a los ru-


dimentos de tal cosa dentro de nosotros lo llamamos
«sentimiento moral», al que algunos han hecho pasar
falsamente por la pauta de nuestro enjuiciamiento
moral, toda vez que ha de ser visto más bien como el
efecto subjetivo que la ley ejerce sobre la voluntad,
algo para lo que can sólo la razón introduce funda-
mentos objetivos.
Para querer ese «deber-ser» que can sólo la razón
prescribe al ser racional afectado sensiblemente, a la
razón le hace falta sin duda una capacidad de tnfun­
dtr un sentimiento de placer o de complacencia en el
cumplimiento del deber, o sea, una causalidad Je l la [A 123)
razón para determinar la sensibilidad conforme a sus
principios. Pero es completamente imposible com-
prender, esto es, hacer concebible a priori, cómo un
simple pensamiento. el cual no entraña dentro de sí
nada sensible, engendre una sensación ele placer o
displacer; pues ésta es una peculiar especie de causa-
lidad respecto de la cual, como de cualquier causali-
dad, no podemos definir a priori nada en absoluto,
sino que acerca de ella hemos de interrogar a la expe-
riencia. Sin embargo, como ésta no puede presentar-
nos ninguna relación de causa-efecto sino entre e.los
objetos de la experiencia, pero aquí la razón pura
debe ser la causa de un efecto que ciertamente se ha-
lla en la experiencia merced a simples ideas (que no
proporcionan en modo alguno ningún objeto para la
experiencia), entonces la explicación de cómo y por
qué nos interesa la universalidad de la máxima como
ley, o sea, la moralidad, es totalmente imposible para
a una metafísica de
las costumbres
Fundaruencación par

es que dicha
tro s lo s ho m br es . Lo único cierto
noso
ez para nosotros
porque interese
ley no tie ne va lid de la
su po ne he tero no núa y dependencia
(pues esto es decir,\
ác tic a re sp ec to de la sensibilidad,
base, con lo cual
razón pr
<Ak. rv, -161>
un se nt im ie nt o que estuviese a su
de dora en tér-
a podría ser legisla
la razón práctica nunc interesa porque va
le para
or ale s), sin o que
minos m e ha surgido
tro s en cu an to ho mbres, toda vez qu
noso nto,
lu nt ad co m o in te ligencia y, por lo ta
de nuestra vo que per­
o de nu es tro au téntico yo; mas lo
ha emanad mente subor­
eno se ve necesaria
tenece al simple fenóm en sí mis­
dinado por la razón a
la modalidad de la cosa
ma. l
sible un
[A 124]
es , la pr eg un ta sobre cómo sea po
Así pu estada en tanto
pe ra tiv o ca teg ór ico puede ser cont
cual
im
ca rse el ún ico pr esupuesto bajo el
que pueda in di de liber-
e di ch o im pe ra tiv o, a saber, la idea
es posibl a comprenderse
e ig ua lm en te en tanto que pued
tad , al re-
de l m en cio na do presupuesto, lo cu
la necesidad práctico de la razón,
esto
ien te pa ra el us o
sulta sufic tal imperativo
ra co nv en ce rse sobre la validez de
es, pa bien cómo sea
n ell o tam bi én de la ley moral, si
y co ás se
e m ism o pr es up ue sto es algo que jam
posible es humana. Sín
co m pr en de r po r ninguna razón
deja ad de una inte-
ba rg o, al pr es up oner que la volunt sa-
em
re , su au to no mí a es un corolario nece
ligencia es lib jo la cual
nt o qu e ún ica co ndición formal ba
rio en ta Presuponer
e se r de te rm in ad a dicha voluntad.
pued inci-
de la vo lu nt ad (si n contradecir el pr
esta libertad n de los
ne ce sid ad na ru ra l en la concatenació
pio de la lo es perfecta-
m en os de l m un do sensible) no só
fenó
190
J. Teánsuo de la metafísica de las costumbres ...

mente posible (tal como puede mosu~rlo la filos~fía


especulativa), sino que para un ser ra~10nal conscien-
te de su causalidad mediante la razon, o ~ea, cons-
. te de una voluntad (distinta de los apetitos)'. tam-
Clen es necesario ponerla como con di cron ' t re a en
· , prac .
bién
la idea de todas sus acciones arbitrarias, por de~a¡o
de cualquier otra condición ulterior. ~~ra bien,
explicar cómo pueda ser práctica por .s1 misma ~a
razón pura sin otros móviles que cupiera tom_ar e
algún otro lugar, esto es, explicar cómo el :u~ple
. . . d e la I validez... universal de todas sus maxtmas
prtnctpto , [A 125)
como Ley (principio que sería la for~a de u~a raz?n
práctica pura), al margen de cual~wer ma~e?a (obie-
to) de la voluntad por la que cupiese adqum.r, pr~via-
si misma
pueda suministrar. poralifi
mente algún interés • d
un móvil y originar un interés que cupiera c. ca~ e
moralmente puro, o con otras palabras: explicar como
pueda ser práctica la razón pura, es algo para lo q.ue
toda razón humana es totalmente incapaz y cualquier
esfuerzo destinado a buscar una explicación para ello
supondrá un esfuerzo baldío. . . .·
Es exactamente lo mismo que si yo intentase averi-
guar cómo es posible la libertad misma en cuanto
caus . , ahí abandono
alidad de un a voluntad · Pues . . . el
fundamento \ de explicación filosofica sin tener. nin- cAk. IV, -162>

gún otro. Desde luego, podría revolotear fantasiosa-


mence por el mundo inteligible que resta, el mundo
de las inteligencias; sin embargo, a~nque acerca de
dicho mundo posea una idea que nene. b~eoa base,
con todo carezco del más mínimo conoetmz~nto,acer­
ca del mismo, ni tampoco puedo alcanzar Jamas ese
las costumbres
a una metafísica de
Fundamemación par
ral
ie nt o gr ac ia s a to do el empeño de mi natu
conocim o que
da d ra ci on al . Es a id ea sólo denota un alg
capaci inantes
sta . cu an do ex cl uy o de los motivos determ
re undo sen-
nu ~o lu nt ad to do cuanto pertenece al m las
~e lizar el principio de
:n pl em en te pa ra lo ca
s1bl~, s1i ilidad
1v ac 1o ne s to m ad as del campo de la sensib
m ot e dentr~
~ ita r su s lin de s, mostrando con ello qu a de
d
ab ar ca de l to do la totalidad, sino que fuer
de sr no cono-
n~ er as ha y alg o m ás , si bien yo no pueda
sus fro toda mate-
[A 1261
r ul te no rm en te I es e plus. Tras segregar
c_e esa razón
ento de los objetos, de
n a, esto es, el conocúni rma
qu e pi en sa es te id ea l no me resta sino la fo
pura l de la;
~e ~, la ley pr ác tic a de la validez universa
o ley como
razón conforme a esa
ma~1masY el pensar la do in-
?le ca us a ef ic ie nt e, en referencia a un mun
po_s1 inante de
lig ib le pu ro , es de ci r, como causa determ
te r su au-
v~ lun tad ; a~ uí el m óvil tiene que brillar po
la
a m ism a id ea de un mundo inteligible ten-
se?cta Y es n ad-
qu e s_e r el m óv il o aq uello por Jo que la razó
dr~ hacer esto
er e ?n m or di al m en re un interés; pero no
qw te el problema que
le su po ne ju sta m en
concebib
podemos resolver.
toda
qu í~ : ha lla en to nc es el confín más lejano de én
. A es tambi
bien el determinarlo
1ndagac10nmoral, si -
an im po rta nc ia pa ra que, por un lado, la ra
d~ una gr nsible de
n no bu sq ue en el entorno del mundo se
zo la motiva-
para las costumbres,
~ modo perjudicial o,
em _a ~ un _ ~t er és co ncebible pero empíric
cion supr rtancia
as es a de l.i m ita ci oo también tiene su impo
m ta impo-
o, la razón tampoco ba
para que, por otro lad con-
s al as en el es pa do para ella vacío de los
tente su
192
3. Tránsito de la metafísrca de las costumbres ...

ceptos transcendentes, bajo el nombre de mundo in-


teligible, sin moverse del sitio y extraviándo~e e~t~e
quimeras. Por lo demás, la idea de un mundo inteligi-
ble puro, entendido como un conjunto de tod_as las
inteligencias al que pertenecemos nosotros m rsmos
en cuanto seres racionales (aunque por otra parte
seamos al mismo tiempo miembros del mundo sensi-
ble), sigue persistiendo siempre como una idea útil y
lícita al efecto de una fe I racional, aun cuando todo [A 127]
saber tenga su término en los confines de dicha idea,
para producir un vivo interés por la ley moral den.tro
de nosotros, gracias al magnífico ideal de un remo
universal de fines en sí mismos (seres racionales). al
cual nosotros sólo podemos pertenecer como miem-
bros, cuando nos cuidamos de proceder\ según máxi- <Ale rv 463>
mas de la libertad como si fueran leyes de la natu-
raleza.

Observación final

El uso especulativo de la razón, a propósito de la na­


turaleza, acarrea la necesidad absoluta de alguna cau-
sa suprema del mundo; el uso práctico de la razón,.ª
propósito de la libertad, acarrea también una_ necesi-
dad absoluta, pero sólo de las leyes de las acciones de
un ser racional en cuanto tal. Supone un principio
esencial de cualquier uso de nuestra razón el impul-
sar su conocimiento hasta la consciencia de su nece-
sidad (ya que sin ésta no sería un conocimiento de la
razón). Pero también supone una limitación igual-

193
afísica de las CO:itumbres
Fundamc:mación para una met

menee esencial de esa mi


sma razón que no pueda
cuanro existe o tiene lu-
comprender la necesidad de
eder, si no se pone como
gar, ni de lo que debe suc
bajo la cual eso existe, tie-
fundamento una condzetón
este modo, merced a esa
ne lugar o debe tenerlo. De
I condición, la satisfacción
(A 128] continua demanda por la
remenre aplazada. De ahí
de la razón queda constan
scanso lo necesario-incon-
que la razón busque sin de
a conjeturado sin ningún
dicionado y se vea forzada
ebible, dándose por con-
medfo para hacérselo conc
descubrir el concepto que
reara con tal de que pueda
. Por lo tanto, el que la ra-
se avenga con esa hipótesis
ebible una ley práctica in-
zón no pueda hacer conc
serlo el imperativo categó-
condicionada (como ha de
idad absoluta no es algo
rico) conforme a su neces
ra nuestra deducción del
que suponga una censura pa
ralidad, sino más bien un
principio supremo de la mo
cerse a la razón humana en
reproche que habría de ha
no quiera hacer esto me-
general; el hecho de que
, por medio de algún inte-
diante una condición, o sea
nto, es algo que no pue-
rés colocado como fundame
entonces no sería una ley
de serle afeado, porque
rema de la libertad. Y así
moral, esto es, una ley sup
ciertamente la incondicio-
nosotros no concebimos
imperativo moral, pero sí
nada necesidad práctica del
cual es todo cuanto en jus-
concebimos su misterio, Jo
una filosofía que, en mate-
ticia puede ser exigido de
llegar hasta los confines de
ria de principios, aspira a
la razón humana.

194
Apéndices
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bres Fdosofta moral (traducción del ulemán de Manuel García
Morente), Madrid, Calpe, 1921.
* Esta traducción ya clásica (la primera fiable y hecha directa-
mente a parnr del original alemán) fue reimpresa en muchas
ocasiones, tanto antes como después de aparecer en La colee·

197
Apéndic~

6
(donde fue publicada entre 194
ción AustraJ de EspasJ Calpe la edit oria l Por rúa
as veces en
} ~ ?83 ), Y también apareció van
a en este caso por una mrroducción de Fran-
(~iendoi.e precedid
Palacios la editó posteriormente
cisco L1rroyo). Juan Miguel
cas e introduciendo algunas no:
subsanando las erratas upográn del
tas, en la Rc.11 Sociedad Eco
nómico Macritense de Amigos
edición ha sido recu pera da
Pars tMadnJ, 1992) Esta
última
ó
hilce poc ~ por Ja\! ier Ech ego yen Olleta y Miguel García-Bar
(Ma drid 200 0
para la edrrorral Mare Nostrum
~ar a la met o/ir rco de l~s costumbres (tradue.
-l. K~NT. Cimen_taaó11 Madrid/
cion del ~leman }' prolo¡. lo de Carlos Marun Ramírez),
, 1961.
Buenos Aire!>/MeXJco, Aguilar um­
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bres .(rra?ucoon del, 197 Ángel Rodríguez Luñ
Mag1steno Españo 7.
ó11 de la meta/úrea de las costum­
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bre« (edición de Luis Marún
ez
pe, 1990.
ren.
en cuenta la traducción de Mo
* El autor JeJ prologo tiene muy reconozca de modo expücito.
• re', n~que ral circunstancia
no se
Fu, rda men toao n de la metafísica de lar costum­-
7. KJ\ \l, Tmmanuel, o Smilg Vídal), Ma
bres (trad~cc1ón, 199estudio y nota de Norbert
s
drid, S,mtifüna, 6.
um­
taczó11 de la meta/ísrca de las cost
8 KANT, l~_manuel ~t111da111en José Ma rdo min go) . Bar ce
brcs (edición bilm gúc y traducción de
lona, EdnorraJ Ariel, I 996

por el traductor
C) Textos kantianos editados
eno
la raufo prdctu» (edición de Rob
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Panadero), Barcelona, Critica, 4· Ak
fez Aramayo ~ ~nc~a Roldán ralphrio sop hie Col lms ( 197
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* Es una selección del Nachlafi kantiano. cuyo contenido es el si-


guiente:
3.1. Reflexiones sobre filosofía moral. filosolia del derecho y filo-
sofía de la religión (Ak. XIX].
3 .2 Reflexiones sobre antropologia [Ak XV].
3.3. Reflexiones sobre metafísica (Ak. XV].
3.4 Reflexiones sobre lógica [Ak. XVI]
35. Acoraciones a las «Observaciones sobre lo bello y lo subli-
me» [Ak. XX].
3.6. Borradores del prólogo a la primera edición de «La religión
dentro de los límues de la mera razón» (Ak. XX, -126·-I-IOJ
3.7 Trabajo preliminar de «Acerca del uso de principios releoló-
gicos en filosofía» [Ak. XXIII. 75-76).
3.8. Trabajos preparatorios de «En torno al tópico: "tal vez eso
sea correcto en teoría, pero no sirve para la práctica"» [Ak.
XXIII, 127-13-t .
3.9. Trabajos preparatorios de la segunda sección de «El conflic-
to de las Facultades» (Ak. XXIIl, -155--159).
-1 KA.'\'T, lmmanuel. Antropologia practica (edición preparada por
Roberto Rodríguez Aramavo), Madrid, Editorial Tecnos (Colee·
cron clásicos del pensamiento, 7-t), 1990
* Esta segunda parte del manuscrito Mrongovim (1785) ele las
Lecciones sobre Antropoiogia fue publicada en castellano siete
años antes que la versión original [ 1997; Ak XXV.2, 13 67 ·
1429].
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(con epilogo de Javier Muguerza). Madrid, Alianzu Editorial,
2003.
6. KANT, Imrnanuel, Ideas para 11110 btstorta universal en clave cosmo­
polita y otros escritos sobre filoso/ta d« la btstona (estudio prelíminar
de Roberto Rodríguez Aramayo; traducción de Concha Roldán Pa-
nadero y Roberto Rodríguez Aramavo), Madrid, Editorial Tecnos
(Colección clásicos del pensamiento 36), 1987 (reunp. 1994)
* Se reúnen aquí estos cinco textos: .
6. l «Ideas para una historia universal en clave cosmopolita»
(1784) [Ak. Vlll, 15-31].
6.2. «Recensiones sobre la obra del Ierder Ideas para una filosof]«
de la btstorta de la humanidad» ( 1785) [Ak. VIII, 43-66).
6.3. «Probable inicio de la historia humana» 0786) [Ak. VHI,
107-123].
6.4. «Replanteamiento sobre la cuestión de sr d género humano se halla
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199
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(reim ps. 1993 v 200 0).
* Aquí se presentan estos dos opúsculos:
eso sea correcto en teoría
7.1 «En torno al tópico: "tal vez 273~-
pero no sirve para la prác tica"» (1793) [Ak. VIII 1Fran
de Rob erto R Aram ayo }
313 J V;rsión castellana
cisco Perez.
de mentir por filanrropia»
7.2. «Sobre un presumo derecho
, 423-430] . Vers ión castellana de Juan Mj.
0 797) [Ak. VJI1
guel Palacios.
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y com enta rio de
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2. Cronología

Inmediatamente después de cada uno de los escritos kantianos que


van enumerándose se reseña entre corchetes una traducción al caste-
llano. usualmente la más reciente o hable.

1724 El día 12 de abril nace Immanuel Kant (cuarto hijo del mu·
trimonío formado por el maestro guarnicionero johann
Georg Kant y Regínna AnnJ Reuter) en Kónigsberg, ciudad
portuaria que fuera capital de la Prusia Oriental y que actual-
mente se halla enclavada en territorio ruso. Su madre le in-
culea desde muy niño los preceptos del pietismo.
1732 Es alumno en el «Collcgium Fredcricianum» que dirige
Franz Albert Schultz, amigo de sus padres y profesor de reo
logía en la universidad, bajo cuya tutela Kant cobrará una
gran afición por los clásicos > la lengua launa.
1738 Fallece su madre, de la que siempre guardará un venerable
recuerdo.
1740 Comienza sus estudios universitarios trabando umistud con
uno de sus profesores, Marun Nutzen, quien le hace mtere-
sarse muy especialmente por las doctrinas de Newton.
1746 El mismo año que muere su padre publica IJ primera obra:
Pensamientos sobre la verdadera estimaaán de las fuerzas ui­
vas (traducción y comentario de Juan Arana, Berna, Edito·
nal Perer Lang, 1988]. Al carecer de recursos económicos,
decide hacerse preceptor y oficia como tal para tres familias
distintas en los alrededores de Komgsberg, siendo la única
vez que se aleja de su ciudad natal, aun cuando sus vastos co-
nocimientos geográficos hicieran ercer más adelante a sus
contertulios que se hallaban unte un gran viajero.
1755 Publica uno de sus principales escritos precríucos, H istoria
general de la naturaleza y teoría del ne/o [trad de Jorge E.
Lunqt: Buenos Aires, Juárez Editor, 1969). Se doctora el
12 de junio con una disertación redactada en latín: Suanto

211
Apéndices

go Itrad . de
las me dit ac ion es habidas acerca del fue tural Ma-
esbozo de de filosofía na
no Do nú ng ue z; en Opúsculos bre obtiene la
At ila
ria l, 19 92 ]. El 27 de septiem
drid, Alianza Ed ito primeros prin­
nd ¿ co n su Nu ev a dilucidadón de los rez; Madrid,
venia do ce UñaJuá
ca [rrad. de Agustín
cipios de lo metafísi , 19 87].
Editorial Coloquio iversidad tras pr
e-
br a pr of es or ordinario de la Un (tr ad .
Se le no m dología/ís1 ca
1756
a dis ert ac ión conocida por Mona Pu er to Ri co
sentar un
ni; en la revista
Duílogos de
s e11
de Roberto Torre
]. Pu bli ca sus Nuevas observacioneimi y
(1978), pp . 17 3-1 90 Emilio A. Ca
los viemos [trad. de
torno a la teoría de t, Bu en os Aíres, 1993, pp.
io ím i; en Ho me 11a¡e a Ka11 a y Metafísica,
Mar Ca
licita la cátedra de Ló gic
97­143]. En ab ril so pero el gobierno
la mu erte de Martín Nutzen, .
vacame tra s orte presupuestario
o la de ja sin cubrir por un rec oso [trad. de Arilano
movimiento y el rep
prus ian
1758 Nuevo concepto del de filosofía natural
Madrid, Alian-
z; en Op ús cu los
Domíngue ].
za Editorial, 1992 timismo
op
unas conside raciones acerca del
1759 Su Ensayo sobre alg o que el Cándido
de Voltaire.
tie mp e
aparece al mi sm o
s clases, de las que
diría lo siguiente: «Tuv e
Her de r as ist e a su filós of o al qu
1762 como profesor a
un gran
m-
la suerte de tener ma est ro de la humanidad; sus alu
au tén tic o r cu en to
considero un pensar po
ibían otr a co nsigna salvo la de atr o fig ur as de l
nos no rec de los cu
ia» . Ka nt pu bli ca Lafalso sutileza a Di álo go s de
pr op en la rev ist
Roberto Torretti; con­
silogismo [trad. de 7­2 2] . Ll eg an a Konigsberg Del
Puerto Ri co (1 97 8), pp . y el Em ilio , o
a en París-
to so cia l -c on de nado a la hoguer de l mu nd o mo -
tra us se au , ese «Newton
ión de Ro ía de
De la educac iento kantiano ha
br
ia en el pensam
ral» cuya incideoncéúco a sus inquietudes.
imprimir un gir ar lo exis­
ún ico ar gu me nto posible paro demostr ; Barce-
Apal'ecen El intana Ca bao as
1763 . de José María Qu el concepto de
tencia de Dios [trad En sayo para troducir rm [trad. de
ziz
19 89 ] y el
lona, PP U, d­el untue
os en la sabu/.urfa
magnitudes negatt'v Op ús cu los de filosofía natural, M
a-
ng ue z; en
Arilaoo Domí rial, 1992].
drid, Alianza Edito lo he/lo y de lo subli
me
a del senttiniento de ,
1764 Observaaones acerc s de Luis Jiménez Moreno; Madrid
y no ca da _d es
[introducc ión
1990 y 2008]. Ensa
yo sobre las enferme Ja-
y
Alianza Editorial, rto Rábano Gutiérrez
be za [tr ad . y notas de Albe jar ; M ad rid,
de la ca
, co n int rod. de Agustín Bé
Ro sa les
cinto Rivera de

212
2. Cronología

Mínimo Tránsito/ A. Machado L1b r1,i' s 2001].


do por Kant logra el se-
la Academia de
gundo premio en un concur7 en~ :obre La euidencia de los
Ciencias de Berlín co~ su 111 ?ª~:ºZ
moral (trad. de Roberto
principios de la te~log~ ntft':s ~e Puerto Rico (1978), ~P· 57-
Torretti; en la reVlsta. ta o¡g f una cátedra de Poesía, que
bi prusiano e o rece .
87). El go_ terno onstantes cuitas económicas, . .
1765 Kant declina pese a sus c bl al ser nombrado vicebli-
Obtiene su prime~ ~ple~;;~ dcl Castillo de Kónigsberg.
·, e sus ¡ecClon
bliotecario en la . Btbliotecd . es en el semestre . de 111·
Avzso sobre la onentac1on_ d ocas de Alfonso Freire; en
oierno 1765­1766 [trad., intro Í~ ¡-152). .
1766 la revise~ Ágora 10 (1991~ P~·de Swedenborg, ~anr escribe
Decepcionado por la lec. ur l. codos por los suenos de la me­
Los sueños de ttl~ utssonarto ex~r~ Chacón e lsidoro Reguera;
tafisica [trad. e mtr~d. ?e Pe

1768 Madrid, Alianza Editorial, 1987]d1/erenc1a de Las regwne~ del


Sobre el primer /un_1omen~o d~~tas de Luisa Posada Kubissa;
espado [presentación, rra . y 243-255).
e
n la revista Er 9/10 (1989), PP· ciudad natal, Kant no
1769
Ante la perspecnva e u
· d n puesto en su
1 . ersidades de jena y E r-
lacepta las oferta~, que 1le hacen- d laasgran uruvluz» o el descu b nrruen-
· ·
angen Es cambien «e ano e 1 ,
. . , ico de a razon. . L'
1770 to del carácter annnonu e dinario de Metafísica y o-
.
Se convierte por fin en proresor
, or
ado su querido maestro Mar-
gica (la cátedra que hab~ ocup arada para tal ocasión viene
tin Nutzen). L~ diserrac1?~ p~Prmcipios formales del mundo
a cerrar el penado precrmc?. ., de 1770) [trad. de Ra-
sensible y del inteligib!e (Dzsl ~r~aaony com plernenros de José
­­= ­• rudio pre irrunar
món C=, con es id CSIC 1996).
Gómez Caffarena; Mat. • d del silencio», un tiempo en el
1771
Comienza
q la llama.da <,ed ªentregado por completo a P?­
ue Kant b no publi:ara
del sistema en na ~u'·co · Los ochenta compensaran
ner las ases . d Ia im impren ta
al · amiento e a ·
1772 con creces este eJ de vicebibliotecario. .
1778 Kant renuncia a su puestod .. Cultura Zedlitz, quiere
. · de E ucacion Y • ali
El .ministroKant prusiano
para que una cátedra en H e, pero
arumar a .. acepte

1780 éste
Kant d~clina
ingresalaen el sena o académico de La Universidad de
invirac1ond

1781 Konigsber~ .. , d la C nea de ta razón pum [trad., !1?tas e00io9tr]o-


Primera edición
ducción de Mano . "!• Buenos Aires, Colihue Clésica, 2
· eCaími: .

213
Apéndices

sentarse
sica futura que pueda pre
1783 Prolegómenos a toda meta/f s y not as de
ingüe, trad., comentario
como czencra (ediciónd, bil 199 9).
Mario Caimi; Madri Istmo, su antiguo
licación por parte de
1784 AdeJantáodose a la pub filosofía de la
voluminosa obra sobre
alumno Herder de una o: Ide a para una
un opúsculo tirulad
historia, Kaor escribe ita [tra d. de Roberto
cosmopol
historia universal en sentido en Ideas para
ncha Roldán Panadero;
Rodríguez Aramayo y Co otr os escritos so­
una historia universal
en senti(Í() cosmopolita y , 1987 y
Madrid, Editor ial Tec nos
bre filosofía de la historio, ué es la Ilustración? [edición de
{Q
1994]. También publica d, Alianza Editorial, 200
4].
to R Arama yo, Ma dri
Rober cos tum bre s, [eclíción
tafísica de las
1785 Fundamentación de la me anz a Ecl íro riaJ , 200 2)
Madrid, Ali
de Roberto R. Aramayo, a una filosofía
Recensiones sobre la obra
de Herder «Ideas par tona
1786 dad » y Probable inicio de la his Rol-
de la brstoria de la humani ma yo y Co nch a
Rodríguez Ara
humana [trad. de Roberto senhdo
; en Ideas par a una histona universal en Ma-
dán Panadero la his tor ia,
s sobre filosofía de
cosmopolita y otros escrito dos des pué s en
, 1987 y 1994; rec ogi
drid, Editorial Tecnos anz a itor ial, 200 4]. De­
drid, Ali Ed
¿Qué es la Ilustración?, Ma d. de Emilio Estiú; Buenos Ai-
de la raz a hum ana [tra
finición el pensamiento
8]. Cómo orientarse en
res, Editorial Nova, 195 Air es, Ed itor ial Leviatán,
as; Buenos
[trad. de Carlos Corre naturaleza
1983]. Princzpios metaf
ísicos de la crencia de la
Ed ito ria l, 1991].
(erad. de José Aleu Benñe
z, Madrid, Alianza
rsid ad de
vez rector de la Unive
Es nombrado por primera o U de Prusia, más conocido
Konigsberg. Muere Federic
como «el Grande». diciembre
Segunda edición de la
Crítica de la razón pura. En
1787 la seg und a Crí tica, aun
del mismo año ya estren á compuesta
ta no lo refleje .
cuando su pie de imp berto R.
de la raz ón práctica [edición de Ro
1788 Aparece la Crítica mo año ea
a Editorial, 2000] el mis
Aramayo; Madrid, Alianz principios teleo­
nbauer. Sobre el uso de
que nace Arturo Schope Lastra, en
Javier Alcoriza y An íotoo
lógicos en filoso/fa [erad. de a, 199 9; pp. 183-217].
Madrid, Alb
En defensa de la Ilustración, unda vez. Wollner sustituye a Ze-
r seg
Es nombrado rector po julio) y censu-
lica ndo los dec retos sobre religión (9 de
dlitz, pub de am arg ar a Kant.
tanto habrían
ra ( 19 de diciembre) que ició n de Ro beno R Aramayo y
Critz'ca del dzscermmiento
[ed
1790 Po r qué no es
Alianza Editorial, 2012].
Salvador Mas, Madrid,

214
2. Crooología

, . d la a án pura (respuesta a Eberbard)


inútil una nueva critica e_ rp7­, . Buenos Aires, Editorial
[trad. de Alfonso Castaño man,

1791 Aguilar, 1973]. /, tentativas filosóficas en teodicea


Sobre e/fracaso ~e tod~/: UNAM l992]. Kant redacta
[trad. de Juan Villoro; exico, pregunta formulada por la
b . ara contestar a esca d d
un era ª}º p . . d Berlín: «¿Cuáles son los ver a e·
Academia de C1e~c1as e orla Metafísica en Alemania desde
ros progresos re~d?s P W< lff:> . . embargo, finalmente
los tiempos d~ Leibniz Y
no lo presento a concursod ..
rJ ¡;,~
;:gresos de la metafísica
d Je Félix Duque; Ma-
desde Leibniz Y Wol/1, tra · e mero ·
drid, Editorial Tecnos, 1987]. rrecto en teoría, pero no
1793
En tomo al tóp~co: «tal~~ e;e r::uel Francisco Pérez Ló-
sirve para la pract';;; [u A. ayo· en TeoríaY práctica, Ma-
pez y Roberto Ro guez] ~~ 10; avatares experimentados
drid, Tecnos, 1986 Y l99~li· fi alrnente La religión dentro de

r:tAfi;:ª
con la censura, Kant ~u c~ [ d pról y nocas de Felipe
los limites de ta si';t Eclíco;ia1 1991 J.
Martínez Marzoa; a l • ról. deEuge~o Ímaz; Méxi-
1794 Elfin de todas las cosas [uad. Y. P Guill II de Prusia le
FCE 1979) El rey Federico ermo
co,
conmina . ifestarse so b re temas relacionados con I a
' a no maru

1795 religión. U esbozo filosófico [trad., in-


Ve la luz Hacia la paz perpetu~. . ~ drid Biblioteca Nueva,
trod. y notas de Jacobo Munoz, a '

1796 ::c:;J~filodelof.:atono anstocr~~tco


J
[erad de urgen iv11SC y
qt~~~iet ~~:zt:i:;~;; d;~:;~
1
,_ , .

ts:
te en soji . ) 137151] Anuncio de la práxima
co· en Ágora 9 (l 990 • pp. - · la filosofía[trad de
celebración de un tratadlo ~e;pet2u0a(;;9 l) pp 164-173].
eli R · . en Diá ogo osojico
Rog o ovira;
• ·
b [ d de Adela Cortina Y 1!·
J
1797 La metafísica de las cos~um. res tra . 989]
, nill M d id Editorial Tecnos, 1 · d
sus Co ; a n 'd h d mentir por filantropía [era .
1798 Sobre un presunto e~ec o e ,
de Juan Miguel Palacios; :~
O
T~~;;~:
ráctica Madrid, Edi-
en ¿ Q;,é es la ] lustra·
torial Tecno~, 199~, rec'l:r •
1 200..¡]. EL conflicto de las
ción '· Madrid, Alianza )1t[ordi1~ '. ón de Roberto R Ararna-
c lt d r (En tres partes , e Cl l ,
racu a e . . Ed. . 1 2003] Antropo ogta en sen­
yo Madrid, Alianza •tona,'G . ·M·,drid Alianza Edi-
d' , · [e ad de Jose aos: " ·
ti o pragmático Ir . .
torial, 1991]. En o suces1v~, ,
Kant no pudo supervisar los
textos publicados por sus discípulos.

215
Apéndices

a Jesús Váz-
ma nu al de lec ciones [edición de .Mari
Lógic a. Un ; Madrid,
1800
Lo be ira s, co n un pró logo de Nobert Hinske
quez
Editorial Akal. 2000]. n pról y no-
pe da go gía [trad . de Lorenzo LUZUriaga, co
Sobre ].
1803 ez; Madrid, Aka], 1983
tas de Mariano Fcrnánd ca desde Leibniz y Wolff [edición
tafísi
Los progresos de la me ués de un lar-
1804
M ad rid , Tecnos, 1987). Desp
de Félix Du qu e;
s físicas y me ntales hao ido lan-
qu e su s fue rza
go tiemp o en habría de no-
pa ula tin am ente (consunción que
gu ide ciend o s de Kant), el
ey en Los últimos día
velar Thomas de Quincexpira el 12 de febrero.
filósofo de Konigsberg
* * *
de Ale­
1817 es so br e lo filo so /fa de la religión [edición
Lecc ion al, 2000].
Rí o y En riq ue Romerales; Madrid, Ak
de l z, tra­
1821
jandro
ica . Le cc ion es pu bli cadas en alemán por Polit
Metafís ncés de Juan
ducidas al francésvepodra r J. Tissot [trad. del fra
y Novo , 18 77 ].
Uña; Madrid, Ira a la física.
1884 os de la ciencia natural
Transición de los principi Duque; M ad rid, Edi-
Opus postuna mum [edición de Félix
tora Nacio l, 1983). ición de
1922 la Crítica del Juicio [ed
Primera introducción a y May o, 20 11 ].
rid, Escolar
Nuria Sánchcz; Mad ezArama-
1924 ón de Roberto Rodrígu
Lecciones de ética [edici a, Crítica, 2002].
yo y Concha Roldá
n Panadero; Barcelon Rodríguez
1997 [edición de Roberto
Antropología práctica tología [edi-
cnos, 1990]. Kant An
Aramayo; Madrid, Te Península,
Aramayo, Barcelona,
ción de Roberto R lexiones y tra-
e una selección de ref
1991]. Aquí se recog ntiano relativos a su
bajos prepara torios del Nachla[3 Ka
filosofía moral.

216
3. Índice onomástico

, e la rimera edición (A), inclica~l,:ts


Las páginas corresponden: 11~:sl;go cÍel texto de la presenre version
entre corchetes al margen
castellana.

antiguos, los, A 2, Juno, A 61.


Huccheson, A 91 n. . Sócrates, A 21.
Jesús («el santo del euangelio»), Sulzer, A 33.
A29. Wolli, A xi.

217
4. Índice conceptual

Las páginas corresponden a las de la primera edición (A), indicadas


entre corchetes al margen a lo largo del texto de 1a presente versión
castellana.

a priori (a priori), A vii, A viii, A acción(es) (Hanlundg),


30, A 32, A 32 o .. A 59, A 62, buena, A 26.
A 63, A 87, A 100, A 123. buena en sí / para otra cosa.
acto, A 50 n. A40.
causas eficientes, A 105. concepto, A 17.
concepto, A 106. conforme al deber, A 9.
conceptos morales, A 34. por deber, A 11, A 13, A 14.
conceptos prácticos posibles. efecroís), A 64, A 94.
A xiii. fin, A 68.
conocimiento, A 114. honesta, A 34 o.
conocimiento de objetos, A xii. lícita e ilícita, A 86.
fuente, A 60. materia, A 43.
fundamentos, A 28. máxima, A 26, A52, A 54.
idea de libertad, A 99. como medio, A 42, A 43.
idea de perfección moral, A 29. necesaria por respeto al deber,
leyes, A ix. A 14, A20.
motivos representados, A xii. necesidad, A 73, A 76, A 103.
posibilidad imperativo cate- necesidad objetiva, A 86.
górico, A 49. necesidad práct ico-incondi-
principio formal, A 14. clonada, A 59.
principio(s), A v, A ix, A xi, objetivamente necesaria, A 40.
A 96. posibilidad, A 63.
proposición(es) sintéricaís), posible, A 39.
A 111,A 112. principios de a. / compasión,
proposición sintético-prácti- A 13.
ca, A 50, A 95. principios infinitos. A 41.
propósito, A 42. proyectada, A 14.
abnegación (Selbstuerleugnung), representación, A 94.
A27. valor moral, A 15, A 86.

219
Apéndices

aci_c~tes (Anre1ze11), A
3.3. práctica
proposición analítico- '
actJVJdad (Tiitigkeü), A
106, A l08. A48.
pura, A 107 . 79 , A 120 .
analogía (A11~logie)A ,
ser irracional, A 97. , A 81.
c~ncatenac1ón universal
seres racionales, A J OO. , :emo nar ura lez a, A 84.
) A J8 n A 11.
agradable (Angenehm ., ~o (Gemiit), A 2,
A 39, A 91 n., A 103 ~ , A 34 n.
un~erturbable
afección (Af/ektion) en tre mo tiv aciones
oscilando '
sentidos, A 107. ' A34.
afectos (Afekten), (Anthrop ologie ),
antroi:>_~lo~a
Y pasiones, A 2. A VUJ, A IX, A 32 A 35 ·
ahorro (Sporsomkeit)
A 47 práctica, A v, A vü_
), · A 113
apetitos (Begierde), A 46
análisis (Zergl,ed eru ~g
la volun- ' '
concepto libert ad de A 124 .
A 110
tad, A 98. e inclinaciones, A 62 ' '
perativo A 118.
concepto <le un im ' A , A 118_
A87. sensi_hles, A 111, 112
absoluta- , A 121.
concepto voJumad apolo~ta (Verteidigung)
me nte bue na, A 99. apr~ o (N oti gung ),
A 88. o A 44
C_?nc~pros moralidad, como puede ser pensad ' ·
1ll kiir ), A 65. A 60.
arbJtr~riedad (W del deber,
accion es arb itra ria s. definición, A .37.
arbitrio, A 105. moral, A86.
fines arbitrarios, A 80. práctico, A 76.
rweisung) tipos, A 43.
aleccionamiento (Un/e '
artes Ovmst), A 6, A 31 '
AJ5. A 44
A 27. '
alm~(s) (Seele), A 78.
bienintencionadas, A
109. astucia (Schl.autgkeit
),A 18.
pas iva s, A 10. l (Se lbs the rrschung)
com autocontro '
am~ición (Ehrbegierde
), A 92. A2.
dsc ho /t) A 28 tverachtunnI
amistad (Freun
' · autodesprecio (Selbs y,
am or (Li eb e), A 61.
o compasión, A 56. autodeterrni.oacióo (Se
tbsbestim­
a la humanidad, A 27. mung), A6.3.
al prójimo, A 13. lbrtgesetzge­
autolegisladora (Se
, A 13. bend),
pa~ol?gico I p1·áctico
co / pat oló gic o, A l3. razón, A 71; cf. A 76.
prac~1
propio , A xv. autonomía (A111onomi
e),
tion),A 67. tes , A 98 .
amp,'.-'~acióo (Amputa causas dic ien
lrti co( s) (an aly tisc h) concepto, A 109.
ana
. '
capítulo, A 96 forma del querer, A 95.
A 48. A 79_
ímperativo (s), A 45 , fundamento dignidad,

220
4. Índice conceptual

heteronomía, A 74. concepto, A 8.


inferencia, A 109. condición imprescindible para
libertad voluntad, A 98, A 105. hacernos dignos de ser Ieli-
principio, A 86, A 87, A 88. ces, A 2.
principio supremo de la mora- consciencia de una buena v.,
lidad, A 87. A 113.
voluntad, A 85, A 86, A 87, A 95, cualidades favorables, A 2.
A 96, A 97, A 103, A 110, definición, A 3.
A 111, A 120. estimable por sí misma, A 8.
voluntad inteligencia libre, fórmula de una v. absoluta-
A 124. mente buena, A 81.
voluntad pura, A 110. idea de una v. buena sin res-
tricciones, A 82.
bienestar (Wohlbe/inden), A l , incondicionalmente buena, A 81.
A 42, A 46, A 47, A 56, A 90, materia, A 82.
A91 n. perfectamente buena, A 39.
futuro, A 54. principios, A 2.
benevolencia (Wohlwollen), puramente buena, A 2.
compasión y b., A 56. sin paliativos, A 16.
por principios, A 78. sujeto de una v. absoluramen-
universal, A 112. te buena, A 82.
bien (Gut), A 27, A 34, A .39. bueno (Gut), A l, A 21, A 29,
arquetipo, A 29. A 38, A 41, A 42, A 79, A 90.
por deber, A u, A 13. moralmente, Ax, A 19.
y mal, A 91. prácticamente necesario, A 3 7.
moral, A 16, A 33 n. relativamente, A 82.
representación, A .39. representación, A 38.
supremo, A 7, A 29.
supremo e incondicionado, canon (Kanon),
A 15. enjuiciamiento moral, A 57.
buena voluntad (gater Wille), entendimiento y razón, A iv.
algo bueno sin restricciones, capacidad desiderativa (Bege­
A l. brungsuermogen), A 13, A 38,
absolutamente buena, A 61, A 64, A 120.
A 81, A 86, A 95, A 98. capacidad judicativa (Beurteilungs­
bien en sí cuyo valor está por uermogen),
encima de todo, A 20. práctica, A 21.
bien supremo, A 7. carácter (Cbarakter), A l.
buena en sí, A 93. valor del, A 11.
buena eo sí misma y no como caridad (Wohltiitigkeit),
medio con respecto a otro ser caritativo, A 10.
propósito, A 7. deberes caritativos, A 68 n.

221
Apéndices

categoóas (Ka1egorre11)
, A 80. Y benevolencia, A 56.
A 16 A 46
~acia la suene ajena, A
causo(s) Wrsac he) 11.
' ' '
A 97. tierna , A 1.3.
agente, A 45 uni"ersal, A 112.
ajenas, A 97. complacencia (\'Vohlge/allen)
'
benéfica, A 5. A 77, A 78, A 94.
derenmname(s), ¡\ 26,
A 90 indirecta, A 89.
'
A 109, A 126. inmediata, A 91
¡'et iva s A sennm1enro, A 122. ·
detenrunames sub ' )
113. conciencia moral (G tssem,
ew.
A21 , A 54.
efecto, A 16 n • A 12.3.
A
efic1enrc(s), A 84, A 98, 104• confín(es) (Grenze),
127.
idea de la fe racional, A
A 110 A 11 9, A 126 .
A
e_fi~ienres a priori, A ¡ 05. ~losofía prá ctic a, A 113 116
Í~IC.l!,, A 99. ció n mo ral , A 1Í6 . ·
tnd aga
s
mex1Slenc1a, A 49. metafísica de las cos tum bre
'
objetivas, A .38. A95
racional, A 119. razón, A 120.
sub¡etivas, A .38, A 60,
A 117. razón humana, A 128.
A . A 119.
suprema, 127 raz?n ~ráctica, A 118,
causalidad (cousalrdad),
A 45, A 98 consc1enc1a rBe u;u ftts em) , A 107
, A 12.3. ' '
A 101 , A 117 , A 121 A 108, A 127.
consciencia, A J 02. buena voluntad, A 11.3
.
razón, A 119, A 122, A 124 causal ida d, A 102 .
voluntad, A 97 A !09
. A 110 de sí como inrclígencia
A 117
' ' '
A 125. A 119.
e1/ ), A 26 A 47 te del mu nd o
cerreza (Gewmh ' ' de sí como par
t\ 49. . sensible, A 110, A 117
ón res-
mdependenoa de la raz
circulo (Zrrke/), A 2.3.
en el crmi-
al considerarnos libres pecto de causas det
orden de las cau sas efi cien- nanres subjeti vas , A 117
tes Y som eti do s a las ley es ley para el obrar, A 102.
morales, A l 0-1 propia, A 101
. voluntad, A 120.
\ ~c~oso encubierto, A 109
vrcioso exp lic aci ón A 92
consejos (Anratungen /
Ratscha/g).
cieAncia.. (s)A (lllme,,schar¡,, 't) Á ... ru, A44,A48.
'

Vil, xii, A 21, A 22, A 41. empiricos, A 47.


~ompartunentadas, A
x prudenaa, A 4.3.
mvenios,A 6 ),
con.lento (Zu/riedenheu
naturaleza. A rv, ajeno, A 10.
compasión (Terl11ehmu
ng)
d~contento(s), A 11, A
3 l.
corazó n hu ma no , A 11. ' 1dio~t ocr auc o, A 7.

222
4. Índice conceprual

con el propio estado, A 1. contingente o meritorio para


de la vida, A 6. consigo mismo, A 68.
convicción (Überzeugzmg), A 27. contradicción entre d., A 78.
coraje (Mut) A 2. contrario al d., A 54.
corazón (Herz), A 11, A 33. división, A 53 n.
cortesía (Ho/lichke1t), A 47. estricto, A 57.
cosa en sí (Drng an sicb), A 106, filosofía especulativa, A 116
A 119, A 121, A 123. Iundarnemoís) rnorultes), A 26.
costumbres (Suten) fundamento supremo, A 73.
auténticos principios, A 35 genérico, A 28.
conducta libre en general, A +t. hacer d bien por d , A 1.3
expuesras en perversidades, Ax. idea cornun acerca JeJ d., A vut
metafísica, véase metafísica de ideas relativas, A 27
las costumbres. irnperauvo universal, A 52.
perjudicial, A 126. unperauvos, A 52
pureza, A 61. indirecto de asegurar la pro-
rectitud, A xi. pia felicidad, A 11.
sistema, A 22, A 92. mtencion de obrar por puro
teona, A 1,, A .31 d. A 25.
crítica (Krillk), A 89. lo moral del d., A 35.
capacidad racional, A 96. leyes. \ 23.
íntegra de la razón, A 24. leyes mundo inrehgible, A l L 1.
razón pura práctica, A xiii, rnandaroís). A 2.3, A 27
A XIV, A xvi, A 97. máxima conforme al d., A 26.
razón pura especulativa, A xiii. meritorio para con los demás,
del sujeto, A 87. A69.
necesario u obligatorio para
deber(es) (P/licht), A xu, A 33, con los <lemas, A 67.
A 34 n .• A .38 n A 55 necesidad objetiva por obliga-
acciones conformes, A 8. ción, A 86.
acciones conformes al d. / por necesidad práctica de la ac-
d.,A9. cion, A 76.
acciones por d., A 8, A l O, A 11 necesidad prácrico incondicio
apremio práctico, A 76. nada de la acción, A 60.
caritativos hacia los otros, no debe ser un concepto qui
A68n. rnérico, A 17
complacencia en el cumplí- obligatorios para con los de
rmeruo del d., A 122. más, A 68 n.
concepto(s), A 8 A 25, A 27, para con uno mismo, A 67,
A.36,A52,A59,A 71, A86. A 68 n.
conforme o contrario al d., A 21. para consigo mismo/ para con
conservar la propia vida, A 9. los demás, A 5.3.

223
Apéndí~

pensarse sometidos al d., A llO. objeto, A 122 n.


perfecto externo, A 53 n. universal, A 65.
perfecto interno, A 53 n. vivo por el bien. A 27.
perfectos e imperfectos, A 53. destino (Schicksa/), A 10.
principio, A 19, A 59. adverso, A 3.
principio supremo, A 5-t. indignado con su d., A 10.
prudente o conforme al deber, destino (Bestzmmung). A 54
A 18. más aleo d. práctico, A 7.
puro respeto a la ley prácrica, autenuco d. de la razón, A 7.
A20. determinación (Bestimmung),
reales, A 57 autodeterminación, A 63
represem,1ción pura, A 33. capacidad judicativa, A 101.
ser veraz, A 18. empírica, A xi.
s1gnilicado. A 14. externa, A 117.
sublimidad y dignidad inter- inrnnseca, A 71.
na, A 60. máximas, A 80.
tentación de transgredir, A 12. negativa, A 119.
transgresron, A 58. peculiar d. naturaleza huma-
vinculacion a la ley, A 73. na, A 31.
deber ser (Solle11), A 39, A l 02, principio filosofía prácttca,
A 103, A 123 A24.
categórico, A 111. principio supremo, A XVI.
imperativos, A 37. reglas d. universales, A 36.
moral, A l 13. según leyes narurales, A 121
deducción (Ableitung/ Dedukticn), volunrad, A 119.
concepto de libertad, A 99. voluntad ser racional, A 37.
deberes reales, A 57. dialéctica (D1alektik), A xiv, A 24.
impcrauvo categórico, A 112. natural, A 23.
principio supremo de morali- razón, A 114.
dad, A 126. suprt:mos principios prácu-
designio (VorJol.v, A 55. cos, A 34.
deleirc (Vergniigen), dignidad (\Vürde), A 91.
universal de la razón. A 62. consciencia, A 33.
demostración (Beweu), deber, A 60.
proposición sintético-práctica definición, A 87.
tt prton, A 95. humanidad, A 85.
desagmdabJc (Ln,mgenehm), A 103. Integra, A 23.
desco(s) (Wunsch), A 34 n., moralidad y humarudad, A 77.
A 112, A 113. naturaleza humana, A 79
e inclinaciones, A 23. persona, A 86.
móvil como fundamento sub- precio, A 77, A 78.
ienvo del d., A 63. de ser feliz, A l 04.

224
4. Indice conceptual

ser racional, A 77. sopesar e. aparejados a una ac


ser racional como fin en sí ción, A 18.
mismo, A83. subjetivo que la le}' ejerce 2>0·
sujeto racional, A 85. bre la voluntad, A 122.
valor incondicionado e incom- egoísmo (Selbstliebe), A 5.3.
parable, A 79. interés.A 72.
valor intrínseco, A 77. prerension. A 54.
discernimiento (Urte1'skraft), principio, A 54.
A1x,A25,A27,A 101,A 105 refinado, A 26.
discreción (Zurückhaltun?), A 47 secreto impulso, A 26.
disfrute (Genuft), ejemplos (Beispiele), A 68.
de la vida, A 5. aliento, A 30.
displacer (Un!ust), A 62, A 123. deberes, A 58, A 67.
disposiciones naturales (I\Jatu­ experiencia, A 114
ranlagen), A 4, A 7, A 55, A 69. filosofía popular, t\ 36.
Dios (Gott), ideas, A 36.
concepto, A 29. libertad no admire ningún ejem
invisible, A 29 plo como analogía, A 120.
temor de, A 32. y moralidad, A 28, A 29, A 48,
voluntad, A 90. A49,A 112.
dones de la fortuna (GlückJga­ ningún ejemplo fiable sobre la
ben), A l. intención de obrar por pum
deber, A 25.
efecto(s) (\Y/irkung), A 52. A 69, personas como e. de la ley,
A 99, A 104, A 105. A 17 n.
acción, A 66. primordial o modelo. A_ 29 ...
acción proyectada, A 14. empírico(s) (empmscb), A vi, A v111,
causa, A 16 n. A30. A 32, A 36.A 61. A63.
esperado o aguardado. A 14, acicates, A 33
A 15,A 16,A 17. campo, A 33.
fe racional, A 126. conocrmiento, A 34.
fin. A 63. concepto, A 25.
fines materiales, A 64. consejos, A 47.
fines y móviles voluntad, A 13. elementots), A vir, A 46.
moralidad y humanidad, A 78. fundamentos. A IX, A 47.
posible, A 45, A 90, A 98. inrerésíes), A 104, A 126.
previsto, A 94 motivos, A xii,
principios mundo inteligible. móviles, A 33.
A 118. principios, A x, A 90.
querer un objeto como e. mío, principios racionales, A 89
A45. enfermo de gota (Podagrist),
relación causa-e., A 123. A 12.

225
Apéndices

enjuiciamiento (Beu
rteilung)_ c~rso del mundo, A
20.
on del e. mo ral A 5?. ' eJe mp los , A 12 0.
can
. '
criterio de, A 20 fundamentos, A v.
de las costumbres, A
x. posible, A 120.
especu lar ivo , A 35 . principios, A viii.
moral, A 80, A 122. explicación (Erkliir
ung) A 123
. ' '
moral común, A 36 A 125.
práct ico , A 18. apología, A 121.
entendimiento (Vers
tand) A v circular, A 92.
A Í06 ..
atención y clarid , ad
ina rio A xiii fataJjsta (Fatalrst), A
116.
común u ord
A xiv , A 21 , A 22, A 105'
' fe racional (ve rn ün /tig es Glau­
A 107. ben), A 127.
it),
conceptos, A 112. feli~idad (Gliickseligke n.
A xii A 91
conceptos universales ' · ajena, A 69 , A 89 ,
encima, A 108. ansia o an he lo, A 6.
forma, A iii. A 5.
bosquejo y medios,
hombre común A 21 pendio de tod as las inclí.
com
limiLaciones, A Í08.
· oaciones, A 12.
rminado
lujo, A 6. co epto muy indete
nc
cepto del A 46 .
naturaleza como con e impreciso,
ar comen-
e., A 11 4. definida como el est
sano, A 8. la sue rte qu e a uno
to con
Y razón, A iv, A 94. le ha tocado , A 2.
env~°;enador (Giftmz
scher), A 41. definida como el qu
e a uno le
envid ia (N eid ),A 46.
va~a bie n en la vid a, A 4.
beschauern) acc ión de
espectadores (lVelt defini da co mo sat isf
' un ac iones
A 106. necesidades e inr
lot1on) 34 A '
especulación (Speku A23.
espon tan eid ad (Se lbs tiitzgkezi), . disfrute de la vida, A
6.
pura, A 10 8. expectativa de f., A
84.
estima(ción) (Schiitzu '
ng) A 4 A 8 hacia la
' ' ferviente inclinación
A 20, A 79. f., A 12.
alta, A 2, A 10, A 91 . 15.
tomento f. ajena, A
estímulo (Reiz), A 73
. ció n, A 48.
~d~ de la imagina
k), A iii, A iv, A v. rsa l hacia la
éti.ca (Ethi inclinación un ive
indagación, A xv. f.,A 12.
nn, A i v,
experiencAia (Er/ahru s/. moralidad, A 111.
A. 27, A 28, ipar en la
IX, xii, A 26 , A motivación de partic
, 46 , A 47, A 49, f., A 104.
A 30, A 32 A
A 61, A 79, A 90, A
95,A 100, perfección, A 90.
n., A 123. A 93.
A 113, A 114, A 12 2 propia, A 43, A 69,

226
4. Índice conceptual

propia corno deber indirecto, elección, A5.


A 11. establecido por cuenta propia,
propia como principio más re- A82.
probable, A 90. inclinación, A 8.
propósito, A 42. materiales, A 64.
sentimiento moral, A 91 n. medios, A .J.4, A 45, A 46,
fenómeno(s) (Erscheimmg), A 28, A 48, A 82, A 83.
A 106, A 107, A 110, A 117, naturaleza, A 4, A 69, A 73.
A 118, A 119, A 121, A 123. naturaleza racional, A 82.
concatenación, A 124. natural (felicidad), A 69.
conocimiento, A 106. orden de los f., 104.
puros, A 107, A l09. posib1e(s), A 48, A 75, A 83.
6lántropo (Menschenf,eund), A 10, posible para nosotros, A 41.
A 11. pluralidad de la materia,
filosofía (Pbilosopbie), A v, A viii, ABO.
Ax, A xiii, A 21, A 22, A 24, preeminencia finalisüca, A 71.
A 60, A 114, 128. privados, A 74.
antigua f. griega, A iii. promesa, A 55.
aplicada a la naturaleza huma- propuesto, A 3.
na, A 32 n. razonable y bueno, A 41.
empírica, A v. real (felicidad), A 42.
especulativa, A35, A 62, A 115, reino, A 74, A 75, A 76, A 77,
A 116, A 124. A 79, A 83, A 84, A 85,
formal o lógica, A iii. A 127.
material (física y ética), A iv. relativos, A 64.
moral, Aív, A víi, A ix, Ax, Axi. subjerivos y objetivos, A 63,
moral popular, A xvi. A65,A70.
naturaleza, A iv, A 63. sujeto, A 70, A 83.
popular, A 36. universal, A 2.
práctica, A 23, A 62, A 113, voluntad, A 13, A 93.
A 116. 6n(es) en sí mismo(s) (Zweck
práctica popular, A 32. an sich selbst),
práctica pura, A 32. fundamento imperativo cate-
práctica universal, A xi, A xii. górico, A 64.
pura, Av, A vi, Ax, A35. idea humanidad, A 67.
pura de las costumbres, A 32 o. humanidad, A 69.
teórica, A 100. medio(s), A 67, A 68, A 75.
trascendental, A xi. naturaleza racional, A 66.
6n(es) (Zweck), A 7, A 39. personas, A 65.
acciones, A 14, A 68. principio objetivo de la volun-
definición, A 63. tad, A 66.
discrecionales, A 41. reino universal, A 127.

227
Apéndices

ser racional, A 6-1, A 65, A 75,


A77.A80. fundamento(s) (Grund), A 66 n.,
A 105, A 106, A 107.
física rPhvsik) A iii, A v. A vii, a pnon, A28.
A 32.
agrado y desagrado, A 62
ciencia sobre las leyes de la na- condición, A 43, A 127.
turaleza, A rv, contingentes, A 61.
forma (Form), A 52, A 126. cosas en si mismas, A 121.
cntendimienco, A iir. de lo que debe suceder, A 62.
legal en general, A 112. deberes para consigo mismo,
materia del imperauvo caregó- A68n.
rico, A -U. determinantes, A 117.
querer en general, A 95. dignidad naruraleza humana
razón práctica, A 125. A 79. '
voluntad, A SO efecto, A 14.
universalidad, A 70, A 79. empíricos, A viií, A 47.
formal(es) (formal), A 81. experiencia, A 1v, A \
condición, A 120, A 124. explicación filosófica, A 125
conocimiento, A iíi fórmula universal del impera-
filosofía, A iii, A v. tivo categórico, A 81.
principio f. de la máxima, A 83. inmoral, A x.
principio a pnon, A 14. imperauvos hipotéticos, A 64.
principios prácticos, A 6-1. implícito, A 6.
universal, A 20. interés, A 73, A 128.
fuenres (Quelle), A xiii. legislacion práctica, A 70.
a prton de la razón pura, A víi. ley moral, A 109
inclinaciones como f. de nece- leyes bien definidas, A 64.
sidades, A 65 máximas de las acciono, A 83
principio supremo, A xvi. nuedo a las consecuencias, A 18
puras, A 28. moral del deber, A 26.
fuerzas (Krá/te), morales. A 26.
anímicas, A 77 moralidad, A 90, A 93.
inferiores, A 108 mundo inteligible como f. del
nuestras, A 94. mundo sensible, A 111.
ser racional, A 41. naturaleza humana, A 90.
uso, A 108. objenvo de autodetermina-
fundamentación (Grundlage), ción, A 63.
búsqueda y establecmuemo objeuvo del querer, A 63.
objetivos, A 122.
del pnnc1pio supremo de la
moralidad, A xv. obligación, A viii.
metafísica de las costumbres posibilidad acción, A 63.
A xiii, A xiv ' posible imperativo categórico,
A 6-t.

228
4. Índice conceptual

práctico supremo, A 66. homhre(s) (Mensch),A viii, A ix,


pnncipio objetivo de la volun- A 5. A 8, A 37. A 42, A +t.
tad, A 66. A 46, A 53, A 55, A 109,
racional, A 66. A 113. A 124.
racionales de la moralidaJ, A 91. afecrado por inclinaciones, A ix
razón, A37 amistad, A 28.
subjetivo del deseo o móvil, autodesprecio, A 61.
A 63. corriente, A 21.
supremo del deber, A 73. derecho de los h , A 56, A 68.
voluntad / móvil e interés al- entendimiento del h. común,
guno, A 95. A 21. A 22.
estirpe del h comun, A 6.
goce (Genup), A 55. felicidad fin natural de codos
del momento presente, A 12. los h., A 69
gusto (Gescbmack), f eliz / bueno, A 90.
complacencia, A 77. fenómeno <le sí mismo A 118.
deleite, A 62. fenómeno e inteligencia, A t2 l.
e inclinación. A 94. fin en sí, A 65, A 66, A 68, A 69
del publico, A vi hacer y dejar de hacer, A 25.
subjetivo, A 78. honrado, A 11.
hacia la vida. A 10. mclinación a la felicidad, A 12.
inreligencia, A 117.
habilidad (Gesch1ck/1chkert), interés por las leyes morales,
impcrativoís), A 41, A 44. A 45, A 122.
A48. libre, A 115.
uso y elección de los medios, naturaleza del h., A viii,
A 41. A 43. miras particulares A 6.
reglas h. / consejos prudencia > no es una cosa, A 67.
mandatos moralidad, A 43 no le cabe conocerse cómo es
hacer y dejar de hacer (f,m und en si, A 106.
Lasten), A 6, A 22, A 25, A 37, razón del h. común, A 17, A 20,
A 114. A23.
heteronomía (Heteronomte), reflexivo, A 107.
concepto, A 90 y seres racionales, A 28, A 6-t.
leyes naturales, A 109, A UO. valor absoluto, A 85.
principio, A 74. valor personal, A 103.
razón práctica, A 123. voluntad / apetitos e inclina-
voluntad, A 88, A 93, A 9-1, ciones, A 118.
A 111. honor (Ebre), A 10, A 91.
hiperfísica (Hyperphysik), A 33 honradez (Redkcbleeit),
historia (Gescbidue), principios, A 9.
pragmática, A 44 n. propósitos, A 112.

229
Apéndices

A 27,
humanidad (Menschheit), posible razón pura, A xii.
A2 9. quimérica, A 95.
ra-
dignidad como naturaleza razón, A 114.
on a
cional, A 85. razón que dercanma a prt
a A
dignidad definida como cap la voluntad, 28
-
cidad para dar leye s univer razón pura practica, A ix.
ad,
sales, A 87 valor absoluto de la volunt
disposición natural, A 60. A4.
fin en sí mismo, A 67, A 69. voluntad absolutamente
bue-
fin y no simple medio, A 67. na, A 82.
fin ob1etivo. A 70. voluntad buena en si, A 93.
en nuestro sujeto, A 69. voluntad práctica por sí
mis-
lo único que posee cL,mjdad,
n. ma, A 111.
le­
valor, A 78. voluntad universalmente
humor a.aune), A 78. gisladora, A 70, A 71.
ideal (Ideal),
idea(s) (Idee), A 26, A 27,
A 36, ón
felicidad como i. imaginaci
A 85, A 87, A 100 n.• dam ento :. em pír i-
A 46, con fun
A 116, A 123, a 127 . cos, A 47.
-
a prion, A 99. forma o ley práctica de la valí
común del deber y las
leyes
dez uni ver sal de las máx i-
morales, A vui, mas, A 126.
d1gnidJd, A n. perfección moral, A 29.
y
doble metafísica (naturaleza remo de los fines, A 75.
costumbres), A v. reino universal de los fine
s en
.
espontaneidad pura, A 108 sí mismos, A 127 .
felicidad cor no com pen dio de ilícito (urterlaubi), A 5.J
acciones licitas/ ilícitas, A
1nc Lna c1o nes , A 12 86.
sí kra/t),
humanidad como fin en ima gina ción (Ei nbr ldu ngs
mismo, A 66. A 47, A 78.
legislación universal, A 72. A 39,
imperativo(s) amperativ),
102,
libertad, A 100, A 101, A A47,A51 n.,A 71.
A 103, A 104, A 109 , A 111, asertórieo, A 42.
A 113, A 124. condicionado, A 93.
naturaJeza racional, A 31. deber, A52
moralidad, A 101. definición, A 37, A 39, A
40.
125, gm á-
mundo inteligible, A división en técnic os, pra
A 126. neos y mo rale s, A 44.
orden y legislación distint
os a felicidad propia, A 43
los del mecanismo natu ral, habilidad, A 41, A 44, A 48.
A l19. moralidad, A 48.
perf eccion moral, A 29. prudencia, A 45, A 48.

230
4. fn<lice conceptual

imperativo categonco (katego­ egoísmo, A 26.


riscber lmperatiu), A 84. e inclinaciones, A 76, A 112,
autonomía. A 84. A 118
concepto, A 51. sensibles, A 122 n.
definición, A 39. A ­W. sensibilidad, A 112. .
forma. A 80. inclinoeión(es) (Neigung), A IX,
fórmula, A 72 n., A 96. A 3, A 8, A 10, A 20, A 36, A
fórmula universal, A 81 38 n., A 44, A 58, A 62 n., A
hipotético, A 39, A 59, A 71. 86, A 88, A 93, A 112.
incondicionado, A 4-4. apetitos e i, A 52, A 110, A
ley de la moralidad, ~ ~O. L 18. f ¡·
ley práctica incondicionada. compendio satisfacción i.= e 1-
A 128. cidad, A 12.
moral, A 49, A 88, A 128. por deber, A 10, A 11, A 13.
moralidad, A 43. definición, A 38 n
pnncipio voluntad absoluta· deseos e i., A 23 . . .
mente buena, A 95. ferviente i. hacia la felicidad,
posibilidad, A 49, A 64, A 96, A 12
A 99, A 110, A 124. y gusto, A 95.
prohibición, A 49. . interés, A 26
supremo principio. , práctico hombre, A 61.
(tercera formulación), A 66, imaginanas, A 113
A 71, A 81. impulsos e 1 , A 76, A 118.
único (primera formulación), inmediata, A 9, A 89.
A52. necesidadtes) e i., A 23, A 24,
universal del deber (segunda A62,A65,A77
formulación), A 52. objetos, A 65. .
validez, A 58, A 124. prescripción de la razón, A 58.
imperativo(s) hipotético(s) fh1·. y propensión, A 60.
potettscber lmperattu), A 51, reales, A 112.
A64. respeto, A 14
aparentemente categórico, A 48, sennrruentos e i.., A 33.
A 71 universal (felicidad), A 12.
categórico, A 39, A 59. voluntad afectada por i., A 58.
definición, A 39, A 40. incondicionado Iunbedtngt),
posibilidad, A 88. bien supremo, A 16.
imperfección (Unuolieommen­ imperativo, A 73
beit), imperativo moral categórico,
subjetiva, A 39. A4.
impulso(s) (Antneb). A 94, A 95, mandato, A 50.
A 101, A 118. lo necesario, A 128.
ajeno, A 94. primer propósito, A 7 ·

231
Apéndices

único imperarivo, A 72.


valor, A 79. móvil, A 71.
valor moral, A 14. obrar por i., A 38 n.
indigencia (l'iol), A 54, A 56. patológico, A 38 n,
tenradones, A 34 n prácrico, A J8 n.
ingenio {W,tz), A 1, A 77. puro, A 122 n.
inmoral (inmoralrrch), vanidad e i., A 10.
fundamento, A x. intuición(es) (Anschauung), A 79,
A8L
inocencia Wnschuld), A 22.
insolencia (Übermut), A 2. mundo sensible, A 112.
objeto, A 107.
iostinto(s) 011stmkt), A 5, A 78.
implanrado por la naturaleza,
A7. legalidad (Gesetz,ni$igluit),
acciones, A 71.
natural(es), A 6, A 56, A 121.
intención(es) (Gesimttmg), legislación (Gesetzgebung),
éxito, A 43. diferente a la del mecanismo
moral, A 78. natural, A 119.
morales puras, A 35. idea l. universal, A 72
obrar por puro deber, A 25. posible l. universal, A 20, A 85.
interés(es) Unteresse), práctica, A 70.
ajeno a la razón prácnca, A 89 propia l. universal, A 70, A 7J,
aquello por Jo que la razón se A 88, A 102.
hace práctica, A 122 n. propia l. voluntad, A 104.
amor propio, A 72. reino de los fines, A 76.
cobrar í , A 38 o. real para nuestras acciones,
dehnicioo, A 38 n. A59.
suprema, A 89.
empírico(s), A 91 n., A 122 n.,
A 12-t, A 126. universal, A 79, A 8J.
ley(es) (Geset.v,
esumulo, A 73.
lllillediato, A 122 n. a priori, A ix.
inclinaciones, A 26. acciones, A 127.
apodícticas, A 28.
inherente a las ideas de mora-
lidad, A 1 O l. autoimpuescas, A 84.
ley moral, A 127. autonomía de Ja voluntad, A 86.
leyes morales, A 122. causas dicientes, A 84.
lógico de la razón, A 122 n. comunes, A 74
más elevado, A 103. debe suceder, A 62.
mediato, A 122 n. deber, A 23.
modalidad personal / estado, dererminances de la voluntad,
A 103. A29.
moral, A 16 n. efect~. A 118.
moralmente puro, A 125. efecruaJes, A 121.
empíncas, A 21, A 61, A 63.

232
4 Indice conceptual

inmutables, A 98. representación de la(s) l., A 16,


mandatos o preceptos I reglas A 36, A 63
habilidad y consejos pru- respeto hacia la l.. A 14, A 27.
dencia, A 43. A 87
morales, A vÜJ, A ix, A xii ser y deber ser, A v.
A 35, A 90, A 98, A l04, suprema, A 81.
A 122. suprema de la libertad, A 128.
moralidad o imperativo cace- uso fuerzas, A 109.
gónco, A50. universalíes), A 18, A 19, A
mundo inteligible, A 109. 20, A 52. A 5J, A 5-1. A 55,
mundo sensible, A 12 L A 57, A 58, A 62, A 76, A
naturalíes , A 56, A 57, A 98 81, A 87, A 91, A 95, A 98,
Al09,A ll0,AI15,A 120, A99,A 11.J.
A 121. umversallesl de la naturaleza,
naturales de sus necesidades, A 52, A 53, A 54, A 55,
A85. A 56, A 57, A 79, A 82,
naturaleza, A 79. A 109, A A 84, A 89
114, A 117, A 120, A 127. universales y necesarias del
naturaleza libertad A i\. pensar A rv
necesaria para todos los seres validez absolutamente necesa-
racionales, A 62. ria, A zs.
objetivas, A 37, A 39, A 75. voluntad, A 66, A 74, A 87,
objetivo-pracncas, A 62. A 118, A 121.
objeto de respeto A 16 n. voluntad humana, A 59.
poder supremo, A 6 l. voluntad ser racional, A 7 3.
posible causa eficiente, A 106. ley moral (moraltscbe Gesetz),
práctica incondicionada, A 128. A 33, A 86, A 10-I, A 122,
prácticaís), A 15, A 15 n., A A 127, A 126.
20, A 21, A J9, A 50, A 59. acceso a, A 81
A64. conlorme a / por mor de la
práctica o principio objetivo mism,1,Ax
del obrar, A 51 n. regla práctica, A v111.
practica de validez universal, verdadera, A 103
A 126. libertad (Freibeit), A 69, A 98,
práctica universal, A 66. A 100, A 100 n., A 101, A 105,
principio en la razón, A 38 n. A 115, A 119, A 120, A 127.
propiciar felicidad, A 12. embute voluntad, A 99.
querer en cuanto inteligencia, causalidad Je la volumad,
A 118. A 125.
racional, A 118 concepto, A 97.
razón, A 119, A 120. concepto posiuvo, A 97, A 99.
razón pura, A 35. definición negativa, A 97.

233
Apéndice:.

idea, A 100, A 101, A 102,


conocuniento de los objetos,
A 103,A 104,A 111,A 113, A 126.
A 120, A 124.
máxima, A 80.
idea de la razón, A 114
objero de la voluntad. A 125.
ley suprema A 128 pluralidad, A 80.
maxirnas de l., A 127. razón pura, A 126.
posibilidad, A 120 máxima(s) (M ixtme) A 9, A 13,
presupuesto, A 113. A 17, A 55, A 56, A 62, A 63,
naturaleza, A ,v. A 72, A 87, A 94, A 102, A 118.
sendero de la l., A 114. acción conforme con el debe!L
voluntad, A 75, A 98, A 104, A26. '
A 109, A 117, A 121, A 124. autocontradicción, A 81.
lógica (Lcgik), A íii, autoimpuestas, A 84
aplicada, A 32 n. buenas, A 112.
definición, A v. canon enjuiciamiento moral
filosofía formal, A iii. de una m., A 57.
pura, A 32 n. contenido moral, A 10.
no tiene parte empírica, A Í\'. contradictoria del deber, A 54
universal, A xi. contrarias a los principios ob-
jetivos de la razón práctica,
malo (Báse), A 19, A 21. A40.
mandato(s) (Cebot), A \'ÜÍ, A 15, convenida en ley uni\'ersa1 (de
A..J..J. la naturaleza), A52, A53, A
absolu10, A 51 58, A 76, A 79, A 81, A 84.
deber, A 23, A 27. definición, A 15 o.
incondicionado, A 50. definida como principio sub-
leyes de la moralidad, A 43. jenvo del obrar, A 51 o.
moral, A 7-1. ley, A 60.
razón, A 37 elementos (forma, matena y
praecepta, A 47 cabal detenmnación), A 80.
máquina .\faschm,), idoneidad, A 88, A 95
conjunto de la naturaleza como libertad, A 127.
una m., A 84. obJetos universales de la natu-
macemiitica (Mathematrk), A 32 raleza, A 82.
n., A45 originadas por la necesidad y
aplicada, A 32 n. la inclinación, A 24.
pura, A 32 n. de la prudencia, A 19.
materia (Matene), principio formal, A 84.
acción, A 43. reprobable{s). A 20, A 71.
restncción, A 83.
buena voluntad, A 82.
universal, A 18.

234
4. Indice conceptual

universalidad de la m. como necesaria para explorar las


lev, A 120, A 123 fuentes a priori de la razón
valicÍez universal, A 103, A 119, practica, A ix.
A 125, A 126. susceptible de popularidad,
voluntad, A 72, A 74, A 75, A XIV.
A 78, A 86. territorio metahsico distinto
voluntad absolutamente bue- al de la filosofía especulan-
na, A 98. va, A 62.
voluntad universalmente legis .. metafísica de la naturaleza (Me­
ladera, A 76. luphyrtk da Natur), A vü.
médico (Artu. A ·H. crüica de la razón pura espe-
medios y fines (Míttel und culativa, A x111.
Zweck), A 45, A 83. método (Methode), A xvi, A 81
habilidad uso medios para fi- miedo (Furcbt), A 86.
nes discrecionales, A 41. consecuencias, A 18.
prudencia, quien quiere el fin deber. A 10
hace lo propio con el me- a la vergüenza, A -19.
dio, A 46, A 48 misología (Afoolotie). A 6.
reino de los fines, no sólo como modalidad (Bescbaffenbeit),
medio sino al mismo riern- cosa en sí misma, A 123.
po como 6n en sí, A 75. esencial de una causa racional,
mentir (/ügen), A viii, A 88, A 89. A Ll9.
mentira (Lüge),A 18. natural del sujeto, A 94
querer una mentira, mas no el objetos del querer, A 87.
mentir, A 19 objetos voluntad, A 88.
metafísica (Metaphysik), Av, Ax, pecullarecarácter, A l.
A XIU, A 31, A 3 5. A 36. A 62. personal, A 103, A 104.
costumbres, A 53 n. propio sujeto, A 107.
m. costumbres / m. naturale- subjetiva, A 37, A 39.
za, Av. voluntad, A 87
metafísica de las costumbres moderación (Mii/!,1gung), A 2.
(Metapbys,le der Suten) A vu, modo de pensar (Denkungsart),
A xi, A xii, A xvi, A25, A 97. A 56.
confines m c., A 95. banal, A 61.
crítica de la razón pura prácn- valor del m. p., A 78.
ca, A xii. moral (Mora/), A 35, A 116.
debe indagar la idea y princi- ética racional, A v.
pios de una posible volun filosofía m., A iv, A vii, A ix,
tad pura, A xu A x,A xi, A xvi, A 25.
filosofía práctica popular, A 30. fiJosofía m. pura, A vii.
fiJosofía práctica pura, A 32 principio A 88.
fundamentación, A xiv, propiamente dicha, A 67.

235
Apéndices

moral(es) (moraliJch)
aleccionamiento, A, 35. concepto, A 25, A 28, A 29
apremio, A 86. A 95, A 101
bien, A 16. condición bajo la cual un ser
canon en¡uiciamienro m., A 57. racional puede ser fin en sí
conceptos, A 34, A 88. mismo, A 77.
conciencia, A 21, A 54 definición, A 85.
conoc~iento, A XVI, A 1, A 20. ~undamenro, A 90, A 92.
comerudo, A 9, A 10. ~ndamencos racionales, A 91.
cuesuoncs, A 22. ~mperativo, A 43, A 48.
«deber ser» (Sol/e") A 113 interés, A 101.
enjuiciamiento, A 8Ó, A 122 ley, A 50.
enjuiciamiento m. común A 36 linaje, A 92.
fundamento m del debe; A 26. lo único que posee dionidad
A77. ru '
'.undamencos, A 26. ' ·
tmpemrívo(s), A +t, A 49 A 88 mandatos (/ reglas habilidad }'
A 128. ' ' c?nse¡os prudencia), A 43.
indagación, A 126. posibles principios, A 89
!ntención, A 78. pnnc1pio(s), A 32, A 61, A 73,
intenciones m. puras, A 35. A 79 A 95,A 98.
ley(es), A viii, A rx, Ax, A xii, pnncip10 supremo, A xv, A 30,
A33, A 35,A81, A 86, A 90, A 87, A 111, A 128.
A 98, A 103, A 10­I, A 110, principio llfl1versal, A 109.
A 122, A 124, A 127, A 128. pnncip1os espunos, A 88.
lo moral, A xíu, A 30, A 35. valor, A 78.
mandato, A 74. mor_alis~s (Moralisten), A vii,
motivos, A xiu. m~uvaCJón(_es) mewegunache),
perfección, A 29 ~mo oscilando en ere m., A34.
prmcipio(s), A 24, A 29. bien moral, A 33 0
re~la, A 94. campo sensibilidad, A 125.
sentido, A 92. empíricas, A 61.
sentun1emo, A 32, A 90 A 91 objeto de la voluntad, A 119.
A 122 ' ' suprema, A 126.
supremo valor, A 11. virtud vicio, A 91.
teoría, A 33. motiv~(s) (Bewegungrgrund),
valor, A 10, A 11, A JJ, A 15 A VIJJ, A 20.
A 25, A26, A 86. ' acto de la voluntad, A 45
val~r incondicionado, A 13 fundamento objetivo del que-
moralidad (Moralrtat) A 27 rer, A 63.
A3I,A75,A90,A 91 A92' determinantes de mi volun-
A
1

A 96, A 99, A 100 110' tad, A 125.


A 123. ' ' efecto aguardado, A 15.
especulativo, A ix.

236
4. Índice conceptual

genuinamente prácucos, A 23. idea, A 126.


nobles, A 26. mundo sensible, A 106, A 108.
participar en la felicidad, A 10-I. leyes no ernprricas e indepen-
prácuco, A 76. dientes de la naturaleza,
representados a pnon por la A 109.
razón y rigurosamente mo- pensar, A l 18.
rales empmcos, A xu pcnsarruento negativo, A 119.
sentimiento panicular, A 122 n principios, A 118.
subjenvos, A 50 n, puro, A 126.
validos para todo ser racional, seres racionales, A 83.
A64. mundo sensible (Sinnenioelt),
vanidad e interés personal. A 110, A 112, A 113, A 117,
A 10. A us, A 125, A 126
voluntad, A 16. fenómenos, A 124.
móvil(es) (f riebfeder), A 49, leyes naturales, A 120.
A 59, A 85, A 90, A 94, A 95, mundo inteligible, A 106, A 108.
A 124, A 125. A 126 naturaleza, A 99, A 118.
a postenon, A 13.
ajeno. A 34 n. naturaleza (Natur), A IV, A v,
campo empinco, A 33. A 4, A 7, A u. A .36, A 55,
condiciones subjetivas, A 37. A 65, A 76, A 78 A 8 l.
empíricos, A 33 concepto, A l 15.
encubiertos, A 26. concepto del entendimiento,
fines subjetivos, A 63. A 114.
fundamento subjetivo del de- conocuruento, A 112.
seo, A63. conjunto, A 84.
idea mundo mteligible, A 126. disposición, A 5
interés, A 71. dones, A l.
material, A 13. en senndo lato, A 52.
poderoso, A 85 filosofo, A iv, A 63.
principios prácucos materia· fin. A 69, A 73.
les, A 64. hombre, A ix.
respeto hacia la ley, A 86. humana, A 25 A 3 i, A 32.
sensibilidad, A 103. A 32 n., A 60, A 79, A 90,
voluntad, A 13. A 100,A 101
mundo inteligible (verstandesuelt ley(es), A 70, A 79, A 114, A 117,
/ mundus mtell1gibtl1s), A 110, A 120, A 127.
A 112, A 113.A 117, A 125. leyes independientes, A 109.
concepto, A 119. ley(es) universalles), A 52, A 53,
desconocido, A 107. A 54. A 55, A 56, A 57,
entraña el fundamento del A 80, A 82.
mundo sensible, A 11 l. libertad, A iv.

237
Apéndic~

46.
madrastra, A 3. impuestas por apetitos, A
merafísica, A v, A vii. e inc lina cion es, A 23.
mundo sensible, A 99, A
118. mclinacione:. como fuentes
de
personas, A 65. las, A 65.
propósito, A 127. insatisfechas, A 12.
razón humana, A 35. leyes naturales, A 85.
racional, A 29, A 31, A 32
n., menesterosa, A 38 o.
A 7.
A 79, A 82. muJtiplícadas por la razón,
racional como fin en sí, A
66. sustenta das en inclína c1on e:..
reino, A 80, A 84. A65.
sabiduría, A 7. universales, A 77.
sujcro, A 94, A 95.
A 86.
teoría, A iv, A 63. obligación (Verbind/ichkeiJ),
tutora, A 60. concepto, A xiii.
voluntad, A 37. fundamemo, A viü.
necesidad (Notwendzgke11), obrar mandeln),
.
ubsolura, A viii, A 127. A 128 capacidad, A 36.
acción (por res peto a la ley
como inteligencia, A 98.
practica), A 20 conforme representación
cier-
acción (por algún mter6),
A 73. tas leyes, A 63.
apremio práctic o, A 76. debo obrar, A 88.
concepto, A l J 4 ha de obrar, A 94.
de-
consejo, A 44. intención de o. por puro
e:.pecuJativa, A 23 ber, A 25.
global, A 127. libre, A 104.
incondicionada, A 43. necesidad práctica, A 76.
leyes, A 50. obli~ado(s) a o., A 60, A 73.
máxima A 51. prinoplo global, A 2
114, principio(s), A 36, A 47, A
98.
natural, A 42, A 97, A 98, A
A 115, A 124. propensión, A 60.
),
objetiva, A 86. omntsciencia (1­11/wmenheit
ob1etivamente representada, A47.
A 48.
práctica. A 39, A 76, A
103, paciencia (Geduld), A 11.
A 128. pasiones CLe1de11scha/ten),
A 2.
práctica incondicionada, A
90 patoló gic o (pa1 olog 1Sc h),
práctic o-incon diciona da, A 59.
amor p./ práctico, A 13.
rtad tnterés, A 38 n.
presupuesto de la libe '
A 124. propia
pensadores por cuenta
subjetiva/ objetiva, A 103
. (Selbstdenker), A vi.
teórica, A 34. pensar (Denken), A 120,
A 126.
necesidad(es) (Bedür/nisse), eo general, A iü.

238
4. Índice conceptual

leyes universales y necesarias postulado (Postulat), A 66 n.


del p.• A iv. pragmárico(s/a) (pragmatiscb),
posibilidad, A l. historia, A 44 n.
puro, A xii. imperanvos, A 44.
la razón práctica, A 118. prescripción, A 49.
reglas del p., A xii. providencias, A 44 n.
sennr, A 91 sanciones, A 44 n
percepción(es) (\r'ahrnehmung), término, A 44 n.
A2I, A 107. preceprots) (Vorschrt/t),
perfección (Vollkommenheil), A vi, ejecución, A 33
A 31, A 69, A 92. idea moralidad, A 26.
concepto ontológico, A 91. razón. A 58.
concepto p. independiente, A 90. sabiduría, A 23.
efecto posible, A 90. universal para coda naturaleza
idea p. moral, A 29 racional, A 29.
ideal p. moral, A 29. voluntad, A 83.
principio, A 90, A 94. precio (Preis), A 61, A 78.
persona(s) (Person), A 67. A 68. afecto A 9
y bien moral. A l6. dignidad, A 77.
cosas, A 16. A 65. equivalenre. A 77.
dignidad, A 86. n¡o, A 9.
fin(es) en SJ rnismoís), A 67, A 68. precio afectivo (Af/ektionpreu),
fines objetivos, A 65. A 77. A 78.
mejor A 11.3. precio de mercado (Mark1prei1),
propia y ajena, A 66. A 77.
reino de los fines, A 83. prescripción(es) (Vorschri/1),
seres racionales, A 65 felicidad, A 12.
valor intrínseco, A 3, A 104, inexorables. A 23
A 113. mandato incondicionado, A 50.
placer(es) (Lust), A 55 médico, A 41.
apetrros, A 112. pragrruirica, A 49.
Último en esparcir júbilo alre- principio experiencia, A viii.
dedor, A 10. prudencia, A 43.
sensación de p. y displacer, preocupaciones (Sorge), A 12.
A 123. principio(s) (Grundsatz / Pnnzip),
senumiento de p. '.> displacer, a priori, A v. A ix, A xi, A 14,
A62. A96.
sentimiento de p. por el cum- amor propio, A5.3. A 54.
plimiento del deber, A 122. apodíctico-practico, A 40.
popularidad (Popularitdt), A xiv, auténticos para las cosrurn
A32. bres, A .35.
filosófica, A 31. autonomía, A 86, A 87.

239
Apéndices

auronomía de la voluntad, objetivo de los seres raciona·


A 74, A 103. les, A 76.
autonomía de la voluntad pura, objetivo de la vohmrad, A 66.
A 110 perfecoón, A 90, A 94.
buena voluntad, A 2. posible razón pura, A xii.
compasión, A 13. prácticos, A 34.
comun a razón especulativa y práctico de la razón, A 58.
prácnca, A xiv, práctico de la voluntad, A 70
deber, A 19. práctico supremo, A 66.
ernpiricos. A 90. problemático-práctico, A 40.
cmpmcos I racionales. A 89. puros, Ax.
espurios de la moralidad, razón, A 38 n.
A 88. razón pura, A 30.
experiencia, A viii. querer, A 13.
felicidad propia, A 90, A 93. subjetivo(s), A 50, A 67, A 102.
forma razón práctica pura, subjetivos o máximas, A 102
A 125. subjetivo del querer, A 15 n
formal, A 84 supremo del deber, A 54.
formal del querer en general / supremo moralidad, A xv, A 30,
marenal, A 14 A 87, A 128.
formales .1 materiales, A 63. tipos (reglas habilidad, cense-
global del obrar, A 2 ios prudencia y mandatos
honradez, A 9 moralídad., A 43
humanidad, A 69. roda voluntad humana, A 72.
ínumos de las acciones, A 27. univt!l'Sal de la mornlidad, A 109.
legislación universal, A 19. umversales, A 102.
leyes morales A ix, A 29. universalidad del p., A 58.
(de la) moral, A 88. validez universal de las máxi-
morales, A 24, A 32 n. mas como ley, A 125.
moralidad, A 32, A 61, A 73, válidos para cualquier ser ra-
A 79, A 89, A 95, A 111. cional, A 38.
mor ivaciones sensibilidad, voluntad, A 14, A 17, A 50.
A 125. voluntad buena, A 40.
mundo inteligible, A 117. promesa (Versprechen),A 18, A 54,
naturaleza humana, A 35. A55,A68.
necesarios, A 64. falsa, A 18.
necesidad natural, A 124. 6cric1a, A 19
obrar, A 36. fidelidad a las p., A 78.
objetivo, A 37, A 58. A 60. mendaz, A 19, A 67.
objetivos de una razón prácti- hipócrita, A 19.
ca, A 40. propedéutica (Propiideutik),
objetivo dd querer, A 15 n. Wolff, A xi.
4. indice conceptual

propensión (Hong), principio supremo de La mora-


inmediata, A 79. lidad, A xiii.
al honor, A 10. prudencia (Klugbeit), .
inevitable, A 92. consejos de la p. ( 'reglas habi-
a obrar, A 60. lidad y mandatos rnorali-
a lo placentero, A 55. dad), A 43.
proposición (Satz) definición, A 42
analítica, A 45. unperanvoís) de la p., A 45,
analítico práctica, A 48. A48.
práctica no analítica, A 50 n. máxima de la p .. A 19.
sintética, A 87, A 98. mundana privada, A 42 n.
sintética a priori, A 111. prescripción, A 43
sintético-práctica a priori, A 50, privada / mundana. A 42 n
A 95. psicología (Psychologie), A xu
propósito (Absicbt), empírica, A 63.
a pnon, A42. punto de vista (Standpunkt),
arbitrario, A 50. A viii, A 4. A 58, A 74, A 89,
disfrute de la vida y la fel1c1 A 105.
dad, A 6. concepto mundo inteligible,
egoísta, A 9. Al L9.
felicidad, A 7. A 42. miembro mundo mtehgtble,
incierto y meramente posible. Al LJ.
A42 prácuco, A 44.
interesado, A 9. teórico, A 3-l.
libertad, A 127. otros seres racionales, A 83
naturaleza, A 4, A 5, A 127. voluntad conforme a la razón,
máxima, A L3. A58.
posible o real, A 40.
posible y realizable, A 41. querer (Wollen), A 45, A 50 n.,
practico, A 22, A 114. A 82,A 89
primero e incondicionado, buena voluntad, A 3.
A 7. condiciones, A x11.
probidad, A 112. «deber ser», A 122.
prosperidad (\Vohl/ahrt), A 44. forma, A 95.
provecho (\lorteil), A 34 n., A 84. fundamento objetivo, A 63.
A 91 n. en general, A x1
futuro, A 76. mteligencra, A 118.
inclinación, A 58. interés, A 71.
propio, A 14, A 49, A 90. medios adecuados al fin, A 48.
y sosiego, A 112. la mentira, mas no el mentir,
y utilidad, A 78. A 19.
prueba (Bewe1s), modalidad objetos, A 87.

241
Apéndices

moralmente bueno, A 19.


necesario, A 113. defiruc1ón, A 108.
poder q., A 57. determinación voluntad. A J 19.
posible, A 94. dialéctica, A 114.
principio, A 13. especulauva, A 116.
principio formal, A 14. espontaneidad, A 108.
fundamentos, A 37.
principios necesarios o leyes
prácticas del q., A 64. fundamentos objeov0:;, A 122.
ser racional, A 102. gobernanta voluntad, A 4.
ripos de principios, A 43. hombre comuo, A 17.
ver a mi máxima converrida humana, A xiu, A 60, A 61,
en ley universal, A 17, A 55. A 89, A 115, A 117, A 124,
vida larga, A 46. A 128.
voluntad sanca, A 39. idea libertad, A 111, A 114.
idea perfección moral, A 29.
ideal, A 47.
razón (Vemu11/t), A xií, A 2.
aprietos, A 116. independencia causas mundo
canon, A iv, sensible, A 109.
capacidad global r. pura, A 35. indepeodienre sensibilidad,
A 118.
capacidad judicaúva, A 101.
influjo, A 6.
causa efic1enre, A 119.
interés, A 126.
causalidad, A J J 9, A 124.
interés puro, A 122 n.
complacencia indirecta, A 89.
legjsladora, A 26.
complacencia universal, A 62.
ley, A 118.
conceptos,:\ 16 n.
ley objetiva, A 37
concepto:; r. pura, A viii, A 32.
confines, A 120, A 128. leyes r. pura, A 35.
conocimiento, A 127. libertad como presupuesto
necesario, A 120.
conocimiento material / for.
mal, A ni limiracjón esencial, A 127.
conoc1rnicnto moral, A 20. mandato(s), A 37, A 47.
conot.1míenco moral común, mandatos deber, A 23.
A xvi, A l. multiplica necesidades, A 6.
criatura, A 4 odio, A 6.
críacu integra, A 24. ordinana, A 4, A 21.
crítica r. pura práctica, A xiv, por sí sola, A 63, A 102.
A 97. práccica, A x, A 23, A 25,
cultivo, A 7 A 36, A 40, A 101, A 103,
cultivada, A 5. A 116, A 118,A 119, A 123,
destino, A 7. A 127.
encrucijada, A 114 práctica común u ordinaria,
A 23, A 24.
entendimiento y r., A 94.
práctica pura, A 120, A 125.
4. Índice conceptual

práctica universal. A 70. .


remo de los fines (Re1ch der
prácocaovoluotad,A89,A 101. Zuiecke ) A 74, A 80.
analogía con reíno naturaleza,
preceptos. A 23.
prescripción, A 58. A84.
prescripción del «deber-ser», dignidad / precio, A 77,
idea práctica, A 80 n.
A 123.
idea teórica, A 80 n
principio prá~ci~o, A 58.
legislador, A 75, A 77, A 85.
principio pracuco supremo,
<lefimción, A 75.
A66.
Jefe, A 75, A 76, A 85.
principios A 38
miembro, A 75, A 76, A 85.
punto de vista, A 58, A 119.
mundo <le seres racionales,
pura, A vii, A 30, A 70, A 123 • A 84.
A 124, A 126 posible, A 74, A 79, A 84.
pura especulativa, ~ xiii. . .. precio¡ dignidad, A 77
pura práctica, A ix, A xm, reino universal de los fines en
A xiv, A xvi, A 29, A 87, A 96, sí mismos, A 127·
A99. representación ~Vors~el/u11pJ,
representaciones, A 88. abstracción diversidad perso-
respeto, A 29 nal, A 74.
sausfacción, A 127. acción, A 94.
sede conceptos morales, A 34 bien, A 39.
senurnienco placer, A 123. conjunto fines,
solitario camino, A 33. deber, A26.
suficiente, A 99 humanidad como fin en sí
tribunal r. pura, A 93. mismo, A69.
uso, A 5, A l 18. fin, A 66.
uso especulativo, A 127. ley(es},A 16.A 17,A36,A63.
uso práctico. A 5, A 112, A 124. modo r. universal, A 71.
ventajas, A 6. objeto posible, A 94.
reglas (Regef), principio objetivo, A 3 7
especia les del pensar puro, pura del deber, A 33.
A xii, reputación (Ehre), A 88.
habilidad ( consejos p~den respeto (Achtung)
cia y mandatos moralidad). aprecio, A 79.
A43. debido, A 61.
prácricas, A 32 n., A 36 .. definición, A 16 n.
representaciones sensibles, idea. A85
A 108. inmediato, A 20, A 78.
USO, A 22, A 127. inclinación, A 14.
universa les del pensar en ge· ley, A 14, A 16 n., A 27.
neral, A iii, A xii. ley prácrica, A 20.

243
Apéndices

objeto de, A 65, A 87.


impulsos e inclinaoones, A 76
puro, A 14, A 20. e inclinaciones, A 34. ·
. sin límires, A 29. particular del sujeto A 122
rrquezas (Re,chtum), A l. pl ' n.
acer o complacencia en el
cumplimiento del deb
sabiduría (Weísheit), A 22. A 122. er,
naturaleza, A 7.
placer Y displacer, A 62.
salud (Gesundheil) A 1 A 12 Y propeosiones, A 60.
A 47. ' ' •
seducción (Anlockung), s~~~/'lto moral Imoraliscbe¡
eju» 1, A 32, A 90 A 91 n
tentaciones, A 34 n , A 122. ' ··
sensación(es) (Empfi,,jung). A 13 ser(es) racional(es) Irxr .r;
vernunjt­
A 38, A38 n., A 53, A Ú7. ' toesen), A viíi, A ix 28 A 35
gusto, A 63. A 70,A 90. ' ' •
interna, A 106. actividad, A 100.
pl~c~: o displacer, A 123. capacidad obrar por represen-
sensibilidad (Smnlíchkeil) A 93 taciones, A 36.
A 102, A 108, A 123. ' •
capacidades, A 56.
campo, A 112, A 125. concepto, A 74.
espectadores, A 106. conceptos universales A 35
dependencia razón práctica consciencia de su ca~alid;d
A 123. •
(o voluntad), A 102. A 124
inclinación y gusto, A 94. cosas en sí mismas A 119 .
impulsos, A 112 «deber s7o>, A 102, A 122_
~de.pendiente, A 118. deseo universal, A 65
tnflu¡os, A 119. dignidad, A 77. .
r~tulo genérico, A 117. estima y respeto A 79
senado _(Sinn), A 38, A 61. felicidad, A 47. ' .
especial, A 91. fin, A 42.
interno, A 106. fin(es) en sí mismo(s) A 64
m_?ral, A 91 n., A 92.
senados (Sinnen),
A 69, A 70, A 82' A g/
A 127. ' •
af~cción, A 107, A 117. fines propuestos A 64
objetos, A 107, A 114. fuerzas, A 41. ' ·
percepciones, A 21.
idea de todas las acciones
repr~entaciones, A 106, A 108 A 109. •
sent1m1ento(s) (Ge/ühl) A 91 ·
imperfección subjetiva volun-
Al05,A 124. ' ' tad, A39.
devengado, A 16 n
físico, A 90. · int~<:i3. A 108, A 110, A 126.
legislación, A 76.
~pontáneo, A 16 n,
inmediato, A 78.
l~ción universal. A 74, A 79
legisladores, A 84. ·
-1 Índice conceptual

ley necesaria, A 62. sujeto (Subjel«), A 9, A 39, A 40,


ley universal, A 84. A 83, A lOL, A 112, A ll5,
leyes comunes, A 74. A 116, A 121.
leyes acciones, A 127. capacidad desiderativa, A 64.
materia principio moralidad, crítica, A 87.
ABO. dignidad, A 85.
miembro del reino de los fi- fines del s. que es fin en sí,
nes, A 75, A 109. A 69.
moralidad, A 100. modalidad natural, A 94.
motivaciones, A 64. modalidad propio s., A 95.
personas (/cosas), A 65. naturaleza, A 95.
preeminencia finalísrica, A 7 L. =
codos los fines ser racional,
principio objetivo, A 76. A 79.
principios válidos, A 38. . todos los fines posibles, A 82.
razón práctica como voluntad, voluntad absolutamente bue-
a 74, A IOL. na, A 82.
reino de los fines, A 84.
relación entre sí, A 76. taleato(s) (Ta/ente),
representación existencia, cultivo, A 55.
A 66. específico, A vii.
representación de la ley, A 16. espíritu, A l.
sujeto de todos los fines, A 70, técnicos (tecbnisch),
A83. imperativos (/ pragmáticos y
validez deber, A 59. morales), A 47
validez fin, A 63. teleología (Teleologie), A 80 n.
validez leyes morales, A 3 5. temperamento (Temperame11/),
validez universal de la máxi- bondadoso, A 11.
ma, A 82. cualidades, A l.
valor, A 85. frío e indiferente, A 11.
voluntad, A L6, A 29, A 37, A tendero (Krdmer), A 9.
60, A 62, A 73, A 76, A 87, tentación (es) (Versuchimg),
A 99, A 100. A 34 n.
voluntad que legisla universal- transgredir los deberes, A 12.
mente, A 7L. teoría(s) de la virtud (Tugendle­
sintético (smteuscb), hre), A 33 o.
uso s. razón pura práctica, A 96. totalidad (Totallliil), A 125.
proposición s-prácrica a prio­ absoluta, A 46.
ri, A50, A 95. serie infinirn de consecuen-
sosiego (Ruhe), A 112. cias, A 47.
sublimidad (Erhabenheit), A 60, sistema, A 80.
A 85, A 86, A 90. tribunal (Gerichtsbof),
suicidio (Selbstmord), A 53, A 67. de la razón pura, A 93.

245
Apéndices

universalidad (Allgemenheit), estimación v. global, A 8.


forma, A 70, A 79. genuinamente moral, A 10,
forma de la voluntad, A 80. A 11, A 13.
ley(es). A 51, A 52, A 55, A 83, idea v. absoluto, A 4
A 90. ilinmado acciones, A 34.
ley natural, A 57. incondicionado, A 79.
máxima, A 81, A 120, A 123. intrínseco, A 9, A 78, A 85,
princrpm, A 58. A 113.
uso (Gehrauch), intrínseco== digmdad, A 77.
común práctico, A 35 intrínseco e incondicional, A 2.
común razón práctica, A 25. intrínseco persona, A 2.
especulativo, A 127. juicio relativo, A 41
fuerzas, A l 08. moral, A 13, A 25, A 26, A 86.
medios. A 41, A 45, A 83. moral acción, A 15
práctico, A 5, A 124, A 127. moral incondicionado, A 13.
práctico de la razón humana para nosotros, A 65
A ll2. '
personal, A 103, A 104.
puro de la razón hum ana, A 89 relativo, A 65.
razón, A 5, A 118, A 127. seres racionales, A 85.
reglas, A 22. sublime v. intrínseco voluntad
sensibilidad, A 108. absolutamente buena, A 61.
siméuco de la razón pura supremo v. moral, A 11.
prácuca, A 95. voluntad buena en sí, A 20.
teórico. A 24, A 116. vanidad (Ertelkeit / Eigen­
teórico puro, A xiii, dünkel), A 10, A 27.
viabilidad (funlrchke,t),A 28.
validez general (Gememgülhgkeu), vicio (Laster), A 91.
universalidad, A 58. vida (Leben), A 4, A 7, A 41,
validez universal (allgemeine A55.
Gültrgke,t), A 74, A 82, A 103, comento de la v., A 6.
A 119, A 122 n., A 125, A 126. disfrute de la v., A 5.
valor (\Fer/), A 3, A 4, A 41, A finaJ, A 67
64, A 103 fomento, A 54.
absoluto, A 64, A 65 gusto hacia la v.. A I O.
absoluto del hombre, A 85. hastío, A 53.
acciones, A 22. larga, A 46.
condicionado, A 65. propia, A 9.
carácter, A 11. vinud (Tugend), A 32 n., A 61,
elevado, A I l. A 78, A 91.
estado agradable o desagrada- auténtico semblante, A 63 n.
ble, A 103. enemigo, A 27.
estimación, A 20. genuina, A 27.
4 Indice conceptual

motivaciones, A 91. encrucijada, A 14.


teorías, A 32 n. enteramente conforme u la ra-
voluntad (Wz/le). A 12, A 38 n., zón. A 58.
A 52. A 64, A 122 n. influjo del miedo y la vergüen-
acicates, A 17. za, A 49.
acto, A45. fines y móviles, A l}.
afectada por apetitos sensi- fingir, A 19.
bles, A 111, A 112. fundamento A 14.
afectada por la inclinación. fundamento objetivo de auto·
A58. dererrrunacrón, A 63.
amor práctico, A 13. fundamentos a priori, A 28.
apetitos, A 124 heteronomía, A 74, A 88, A 93,
apremio, A 43. A 94, A 111.
auroconrradicción, A 56. hombre, A 9
autolegisladora, A 71. humana, A 5, A 39, A 60, A 66.
autonomía, A 74, A 86, A 87. A imperativo incondicionado,
95 A 97. A 98. A 103, A 105. A 73.
A 110,A 111,A 120,A 124. imperfección subjetiva, A 39.
bajo leyes morales o libre, A 98. inteligencia libre, A 124
buena, véase buena voluntad. ley natural, A 56.
buena de uno u otro modo, ley para s1 misma, A 98.
A40. ley racional, A 118.
capacidad de autodetermina- leves, A 66.
ción, A 63 libertad, A 75, A 98, A 99,
capacidad desiderativa, A 120. A 101,A 10-l,A 117,A 121.
causa determinante, A 26, libre, A 29, A 98.
A 126. libre de los impulsos de la sen-
causalidad propia v., A 109, sibilidad, A 112.
A 117, A 121, A 125. mala, A 113.
concepto, A 50 n materia, A 125
concordancia con la razón máximats). A 74, A 75, A 78,
práctica universal, A 70. A 120.
contingememenre determina- modalidad, A 87.
ble, A 38 n motivo, A 16.
coruradicción, A 58. mouvos determinantes, A 125
consciencia de su causalidad, no se responsabiliza de apen
A 102. tos e tnclinuciones, A 118.
defirucrón, A 36. A 110, A 119. nuestra, A 29, A 65, A 90, A 123.
Dios, A 90. objeto, A 15, A 93, A 119, A 125.
divina, A 38 n.. A 39. A 92. ommperíecra, A 92.
efecto subjeuvo de la ley sobre posible para nosotros, A 87.
v., A 122. prácnca, A 112.

247
Apéndices

pr~c~ipción inexorable, A 85. valor absoluto, A 4.


pr~cipio(s), A 14, A 17, A 50.
principio objetivo, A 66.
validez como ley universal, A 81.
uruversalmcme legisladora, A 70
principio práctico, A 70.
A 71, A 72, A 76. '
propia, A 73, A 86.
uso dones naturaleza, A l.
pura A xi, A 110.
posible v. pura, A xu yo (Selbst),
rda_ci6n consigo misma, A 6.3. amado, A27.
razon pnicuca, A 36, A 89.
sama, A 39, A 86. auténtico en cuanto inteligen-
cia, A 118.
senes) racional(es), A 15, A 29.
aw~tico - voluntad, A 118.
A 37, A 60, A 62, A 72, A
autentico (voluntad como in-
76, A 95, A JOO, A 101. teligencra), A 123.
upo de causalidad A 97
unidad en su form~. A 80. como está constituido en sí
mismo, A 107.
Obras de Immanuel Kant en Alianza Editorial

Crítica de la razón práctica


Critica del dtscerntmiento
Fundamentación para una metafísica de las costumbres
Sobre la paz perpetua
¿Qué es la Ilustración?
La reitgum dentro de los Límites de la mera razon
Antropología
El conflicto de las Facultades
Observaciones acerca de Lo bello y de lo sublime
Principios metafisicos de la ciencia de la naturaleza
Sin lugar a dudas, la Fundamentación
.s para una metafísica de las costumbres
1.1..
o (1785) constituye un texto primordial
(/)
o
..J
dentro del pensamiento ético.
¡:;:: Ninguna otra obra de lmmanuel Kant
(1724-1804) muestra tanto vigor
y grandeza morales, unidos a un fino
4)
sentido del detalle psicológico, ni logra 'C
definir sus conceptos con un lenguaje ca
CJ
I!')

en'
~
tan popular, salpicado de felices
imágenes y ejemplos. Aquí se adelantan, ·........-enca
eo de un modo mucho más accesible, 4)
9 E
<.O las premisas éticas que en 1788
o ca
N
se verían inmortalizadas por la Crítica e
~
co
ro de la razón práctica. La edición, =
ca
a cargo de Roberto R. Aramayo,
....
r-,
en ca
Q.
z se complementa con un oportuno
CD
(/) estudio preliminar, una bibliografía .. •Q
e
selecta y unos detallados índices.

o..
>
Cl..

.
LO

.j
(J)

co
o

..

Alianza editorial El libro de bolsillo

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